16 de enero de 2021

Keith Richards: “Todo depende de nosotros colectivamente. Todo el mundo tiene que hacer las cosas un poco mejor, sea lo que sea” (1)

Corre el año 1965. Los Rolling Stones están de gira por los Estados Unidos. Alojados en el hotel Fort Harrison en Clearwater, Florida, la noche del 9 de mayo su guitarrista Keith Richards (1943) dormía plácidamente en una de sus habitaciones cuando despertó en plena madrugada porque un riff inédito le sonaba en la cabeza. Se levantó, lo grabó y siguió durmiendo. Ese riff sería nada más y nada menos que el de “(I can’t get no) Satisfaction”. Al día siguiente el cantante Mick Jagger (1943) escribió la letra y, cinco días más tarde, grabarían el tema en los Chess Studios de Chicago bajo la producción del mánager del grupo Andrew Loog Oldham (1944). Esa canción sería el primer éxito de la banda a nivel mundial y, con el paso de los años, pasaría a convertirse en una de las más famosas de la historia del rock. Keith Richards había nacido en el Hospital Livingston de Dartford, un pueblo ubicado en el noroeste del condado de Kent a poco más de 20 km. de Londres (Inglaterra). Creció rodeado de música ya que su abuelo materno, gran admirador de Duke Ellington (1899-1974) y Louis Armstrong (1901-1971), tocaba el violín, el saxofón y la guitarra en la banda de jazz Gus Dupree and His Boys, y su madre era aficionada a las grandes voces negras de ese género musical y tenía constantemente la radio encendida escuchando a Billie Holiday (1915-1959), a Ella Fitzgerald (1917-1996) y a Sarah Vaughan (1924-1990). En esa misma radio, Keith escucharía por primera vez a Muddy Waters (1913-1983), a Hank Williams (1923-1953), a Chuck Berry (1926-2017) y, sobre todo, a Elvis Presley (1935-1977), algo que le resultaría revelador y le cambiaría la vida. Fue su madre quien le compró su primera guitarra y su abuelo quien le enseño los primeros acordes. Fue él quien le dijo que para ver si tenía “pasta para ser músico” debía aprender a tocar “Malagueña”, la pieza del cubano Ernesto Lecouna (1895-1963), la cual consideraba esencial porque la técnica de punteo que requería era básica para la formación de un guitarrista. Asistió a la Westhill Infants School, a la Wentworth Country Primary School (en la que coincidió con su vecino Mick Jagger) y, entre 1955 y 1959 asistió a la Dartford Technical School para pasar luego al Sidcup Art College. En 1960 se reencontró en un tren que iba de Londres a Dartford con Mick, quien por entonces estudiaba en la London Schoool of Economics. Los dos adoraban el rythm and blues y, un par de años después, junto al multiinstrumentista Brian Jones (1942-1969), al pianista Ian Stewart (1938-1985), al bajista Bill Wyman (1936) y al baterista Charlie Watts (1941), formarían los Rolling Stones, la banda más longeva de la historia del rock. Desde aquel abril de 1962 muchas cosas sucedieron y fueron contadas en numerosos libros. Incluso el propio Richards lo haría en “Life” (Vida), una obra autobiográfica escrita en colaboración con su amigo el periodista estadounidense James Fox (1945) que fuera publicado en octubre de 2010. Lo que sigue es la primera parte de un extracto editado de las entrevistas que el famoso guitarrista concediera a Jesús Ruiz Mantilla justamente tras la aparición de sus memorias (publicada en 28 de noviembre de 2010 en el diario “El País”), y las realizadas por Kory Grow y Eduardo Slusarczuk cuando estaba a punto de cumplir setenta y siete años de vida sobrellevando la cuarentena impuesta por la actual pandemia de Covid-19 en su casa de Connecticut, Estados Unidos (publicadas el 26 de octubre y el 11 de noviembre de 2020 en la revista “Rolling Stone” y el diario “Clarín” respectivamente).


En este libro ha ido usted a tumba abierta.

No tengo nada que esconder. También tenía el tiempo, encontrarlo era difícil. Después de la última gira que hicimos se dio la posibilidad, iba a tener tiempo. No fue idea mía, me lo sugirieron, además, diciéndome que James Fox se prestaba a colaborar en ello. Somos amigos de hace años, luego te planteas: es la oportunidad y si no lo hago ahora…

¿Quién sabe?

Eso, quién sabe. La vida es un misterio.

En el libro aparecen constantemente los Beatles. No sé si es algo consciente o inconsciente. Esas comparaciones, para usted, ¿qué significan?

Desde nuestro punto de vista, todo era muy obvio. Cuando escuchamos a los Beatles tocar en clubes antes de que se convirtieran en un fenómeno, para nosotros estaba claro algo: nos aliviaba saber que éramos la única banda inglesa que hacía cosas distintas. Sentimos también una afinidad por ellos. Aunque vinieran de Liverpool y nosotros les miráramos despectivamente desde nuestro origen londinense.

¿Como si fueran unos pueblerinos del norte?
 
Sí, pero eso también nos sirvió de acicate. En el sentido de que veíamos que si unos chicos de Liverpool podían hacerlo, ¿cómo no íbamos a ser capaces nosotros, que vivíamos en Londres? Si esos muchachos habían grabado un disco, ¿cómo nosotros no íbamos a conseguirlo? Meternos en un estudio y gozar de la oportunidad de explorar, trabajar y transformar lo que tocábamos en un disco. Grabar era el mayor deseo de cualquier banda. Sentíamos celos, pero también nos inspiraron.
 
¿Qué aportaron ustedes de más a esa revolución moral y de las costumbres en los ‘60 con respecto a ellos?
 
Para empezar, había una cuestión de imagen. Ellos aparecían con sus trajecillos, sus corbatas, muy peinados, muy elegantes, muy limpios. En Londres nos propusimos ser más auténticos. Durante algunas semanas intentamos lo de los trajes. Pero fue un fracaso: los perdíamos, los dejábamos por ahí. En cierto sentido todo se convirtió en una especie de película del Oeste. Los Beatles eran los buenos. Pero, ¿qué sentido tenía que existieran si no aparecían los malos?
 
Quizá ustedes iban más allá a la hora de describir cierta desesperación en canciones como “Mother's little helper”, “Paint it black” o “Satisfaction”. “Sympathy for the devil” tenía una clara intención de socavar la moral imperante.
 
Queríamos provocar, destruir clichés y colocar el espejo real enfrente de la sociedad con canciones así. En los ‘60 ocurrían muchas cosas, debíamos reflejar un estado de ánimo, más en nuestro país. Veíamos que París experimentaba la locura, había energía por todos lados, pero sin dirección concreta, que nosotros utilizábamos para canciones como “Street fighting man”.
 
Pero, ¿eso no se asemeja más a la ambición de un escritor que a la de un músico de rock? En ese aspecto, ¿fueron voluntariamente más allá que otros?
 
Nos dábamos cuenta de que el arma de hacer canciones no era una tontería. Que a través de ellas podías cargar muchas cosas, proponer ideas contundentes, otras visiones, otras formas de ver la vida y la sociedad. Tampoco ser revolucionarios, eso nos aburría. Pero nos dimos cuenta de lo que podíamos significar no gracias a nuestras intenciones, sino cuando el “establishment” empezó a ponerse nervioso. Y luego te parabas a observar, veías a los Beatles y pensabas: ¿cómo es posible que el gobierno se sienta amenazado por cuatro tipos que tocan la guitarra? ¡Era alucinante! Y nos animaba. Era la propia reacción de las autoridades la que nos enojaba. Podíamos dedicarnos a cantar pamplinas de amor todo el tiempo, era más fácil. Pero esto nos motivó.
 
Tuvo una gran idea Andrew Oldham al meterles a Jagger y a usted en aquella cocina para que compusieran su primera canción. ¿Cómo fue aquello?
 
Andrew era nuestro primer mánager y productor. El vio un potencial que nosotros ignorábamos. Nunca nos habíamos planteado escribir canciones. Había demasiados temas de “rythm and blues” que venían desde Estados Unidos y queríamos interpretarlos. Pero Andrew había trabajado con los Beatles y entendía la fuerza de la creación propia, la personalidad que daba a un grupo, era lo ideal. Así que nos dijo: “Métanse en la cocina con una guitarra y salgan con una canción”. Nos sentamos un par de horas, nos hicimos té, pedimos vino y pensamos que nos aburriríamos si no salíamos con algo. Nos pusimos a trabajar y la canción salió naturalmente: “As tears go by”. Cuando teníamos dos o tres estrofas estábamos deseando largarnos al bar y tocamos la puerta para que nos dejaran salir.
 
De drogas también habla a fondo en el libro.
 
Ah, sí. He tratado ser muy directo en ese asunto. Es una tentación muy fácil para los músicos caer en ese mundo. Cuando yo empecé era un hábito muy escondido, de trastienda. Aquello de ver a los músicos negros y plantearse cómo lo hacían era normal. Estaban tan frescos a los cuarenta y yo, con veinte, hecho polvo. Había que ver a los músicos negros de jazz con la corbata, el traje. Les preguntaba: “¿Cómo aguantan el ritmo?”. Y respondían: “Mira, te tomas un poco de esto, un poco de aquello, te fumas tal”. Era el comienzo y, además, pensabas que acababas de entrar en una especie de hermandad secreta.
 
¿Una secta?
 
Casi. Pero pronto acabó, rápidamente se empezó a comentar y a saber, era difícil mantener el secreto. Yo utilizaba la heroína porque nunca me vi capaz de afrontar bien la fama. Sabía que para ser feliz y hacer lo que quería, música, la fama era uno de los precios a pagar, y no me acostumbraba. Era más fácil meterse heroína y utilizar eso como una forma de distanciarse que afrontar la presión exterior.
 
¿Pero también habría otras razones?
 
Obviamente, era un experimento, con mi propio cuerpo, que siempre controlé bien, aunque bueno, el experimento nunca acababa: seguía, seguía. Lo terminé en 1977.
 
La verdad es que sobre ese tema, yo creo que ha exagerado bastante. No se le ve nada mal.
 
Es que no estoy seguro de que las drogas afecten tanto como dicen.
 
¿Ni siquiera al trabajo, como inspiración?
 
Tampoco. Hay dos maneras de verlo. El símbolo fue Charlie Parker. Tocaba como los ángeles, pero era un adicto. Y eso afectó a muchos saxofonistas. Creían que la droga les haría mejores, pero era mentira. El enorme talento que tenía no se agrandaba por tomar drogas. Con esas cosas te das cuenta de que estás empujando a otra gente, pero lo que en realidad les diría es que no se metan en esto solos. En mi caso fue una decisión personal y no quería arrastrar a nadie con mi ejemplo. No aumenta tu habilidad ni tu inspiración, nada. Y si tienes un buen metabolismo tampoco te lo destroza.
 
¿En qué cree?
 
Creo en mí, en mis amigos, en la gente, creo que la buena gente tiene muchas ocurrencias, muchas respuestas. Creo en la vida y en vivirla intensamente, en hacer lo que te gusta y no lo que debes solamente, aunque sé que eso es muchas veces un sueño imposible de cumplir, que hay que ganarse la vida en lo que se puede y no en lo que uno quiere. Pero, más allá, creo en que hay que abordar la vida con pasión, como yo lo he hecho, aunque los grados de eso varíen. Cada uno debería seguir lo que le interesa en la medida en que la libertad se lo permita. Lo ideal es que todo el mundo sienta en lo más hondo la libertad y que sepa qué coño hacer con ella.
 
¿Qué estuvo haciendo durante estos meses? ¿Tocó, compuso...?
 
Estuve escribiendo algunas nuevas canciones, tocando la guitarra, yendo después tal vez al piano, garabateando algunas ideas para letras en papeles, en sobres... ¡Que después termino perdiendo! Porque no soy muy organizado...  También estuve haciendo algunas sesiones de grabación, más o menos un mes atrás, con Steve Jordan. Y aparte de eso, como todo el mundo, tratando de estar alejado de los demás y pensando qué y cómo hacer para salir de aquí.
 
Se supone que es parte de la llamada “población de riesgo”. ¿Tuvo o tiene miedo de contagiarse?
 
No especialmente. Me afectó como a cualquiera, porque es un problema de todos. Traté de hacer lo que tenía que hacer, y en cuanto a lo concerniente a la pandemia he sido un muy buen chico: uso mi tapaboca, me lavo las manos, me mantengo a distancia de otra gente y trato de asegurarme de que los demás hagan lo mismo. Mientras espero que, de alguna manera, el año que viene se pueda lograr un control de esta maldita cosa.
 
Dentro del estudio es una cosa, pero sobre el escenario, su proyecto solista lo corrió de la izquierda del cantante al centro de la escena. ¿Qué tan grande le resultó ese cambio?
 
De alguna manera, para mí fue todo nuevo, y fue un proceso de aprendizaje. Sin duda, aprendí mucho del trabajo de Mick Jagger, de verlo en acción durante tanto tiempo.
 
¿Se conectó de otra manera con el público?
 
Supongo que sí. Cuando estás al frente todo el tiempo, estás en un contacto permanente con la gente, mientras que en los Stones puedo decidir cuándo avanzo y cuando me repliego. Es otra concentración, aunque una vez que el recital empieza todo se vuelve más sencillo. Y se hizo mucho más fácil aún después de los primeros dos o tres shows.
 
¿Se siente la diferencia de estar frente a público que va a escuchar y ver una banda como The X-Pensive Winos respecto del que va a adorar a la leyenda Rolling Stones?
 
Sí, hay diferencia. Con los Stones todos conocen las canciones. Por eso para mí era interesante tocar canciones absolutamente nuevas y hacerlos familiarizarse con ellas al mismo tiempo. Además, fue fantástico tener una banda así, en la que eran todos amigos míos desde mucho antes de volverse Winos. Para mí es un milagro que Steve, Waddy, Bobby, Ivan, Sarah y Charley coincidieran en una banda. Nunca la pasé tan bien en mi vida; pero tampoco nunca trabajé tanto.
 
En una entrevista decía algo así como que los Winos le contagiaban una energía diferente. ¿En algún momento se sintió aburrido de tocar con los Stones, de tocar ese repertorio y necesitaba cambiar?
 
De algún modo, tocar un material diferente era interesante; pero, al mismo tiempo, jamás me aburrió tocar las canciones de los Stones. Porque cuando salís al escenario, siempre es un desafío volver a tocarlas en vivo. Siempre encontré nuevas maneras de abordarlas, nuevas formas. De hecho, aún disfruto mucho de tocar “Satisfaction”, porque cada vez que la hacemos encuentro algo distinto para probar.

Días atrás despidió en sus redes al guitarrista Lou Pallo; el mes pasado a Toots Hibbert... ¿Cómo se lleva con las pérdidas de gente cercana? Que, tan sólo por una cuestión de edad, cada vez son más frecuentes...
 
Por supuesto. Parece que cada vez son más y más. Y un día va a ser la mía. Vos nunca esperás que pase; yo nunca espero recibir esas noticias. Y aunque sabés que todos vamos a envejecer, siempre te golpea cuando te levantás una mañana y te enterás de que un amigo falleció. Al mismo tiempo, a medida que vas envejeciendo te vas acostumbrando. Tenés que hacerlo.
 
¿Cuál es su conexión con los otros Rolling Stones y el estado de situación de la banda hoy?
 
Con los Stones estábamos a mitad de camino hacia un nuevo álbum, cuando empezó la pandemia y nos detuvo. “Ghost town” era parte de eso, y decidimos sacarlo. Pero estamos trabados igual que todo el mundo, esperando el momento de volver a entrar a un estudio. Con Mick hablamos por teléfono, con Ron nos seguimos por Instagram, porque hacemos algunos dibujos allí; y con Charlie hablamos ocasionalmente por teléfono y todo están bien. Haciendo lo mismo que yo. Preguntándonos cuándo vamos a poder estar juntos de nuevo. Aunque no puedo ver que eso vaya a suceder, por el momento. Hay quienes, como Paul McCartney están trabajando, grabando... Pero no sé cómo haríamos nosotros, que necesitamos ir a un estudio y estar “cara a cara”. Es un problema logístico, sobre todo. Y tenemos mucho material para grabar, nuevo.