"El dominio del lenguaje es a lo que aspira un
escritor porque es tremendamente difícil manejar las propias palabras, es decir,
que las palabras digan exactamente lo que uno quiere que digan. Cuando recién se
empieza a escribir uno cree que maneja el lenguaje, pero la verdad es que el
lenguaje lo maneja a uno. Esto se nota mucho en los primeros textos, los
primeros esbozos. Uno piensa que lo está manejando y con el tiempo se da cuenta
de que es una cosa ingenua y que el lenguaje ha dicho lo que él quiso decir. Hasta
que un día comenzamos a ser medianamente dueños de nuestras palabras.
Medianamente porque siempre es esa especie de lucha entre lo que uno quiere
decir, lo que tiene en la cabeza, y lo que finalmente toma forma en el papel.
Siempre hay restos de cierta ingenuidad en donde el lenguaje lo atrapa a uno y
la ingenuidad no es nada más ni nada menos que ese lugar común, la cosa siempre
dicha, que es adonde uno cae, como el hábito que hay que destruir, desarticular".
Quien así piensa es la escritora y ensayista argentina Sylvia Iparraguirre (1947),
autora de los libros de cuentos "En el invierno de las ciudades", "Probables
lluvias por la noche" y "El país del viento", y de las novelas "El parque", "La
tierra del fuego", "El muchacho de los senos de goma" y "La orfandad". Cofundadora
junto a los también escritores argentinos Abelardo Castillo (1935) y Liliana
Heker (1943) de la mítica revista "El Ornitorrinco" en 1977, Iparraguirre
es profesora en Letras Modernas y actualmente trabaja en el Instituto de
Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Es además antóloga, editora y prologuista de diversos volúmenes, y sus
cuentos han sido traducidos a una decena de idiomas. Recientemente ha lanzado "Del
día y de la noche", una serie de textos breves, concisos, de una concentración
narrativa que bordea lo poético. Los textos que componen las tres partes del
libro -"Pasajes", "Posición de los escritores" y "Caballeros antiguos"- fueron
escritos y corregidos a lo largo de más de veinte años, permaneciendo durante
todo ese tiempo a un costado de sus otros libros, para finalmente ser recopilados
y publicados. En ellos la autora explora temas, motivos y misterios que se
instalan en el corazón de la literatura: recuerdos de la infancia, imágenes familiares,
escenas de la vida cotidiana, homenajes, sucesos curiosos, universos oníricos y
hasta una historia fantástica donde un pasajero de tren descubre un libro donde
está escrita su propia vida. De este libro y de sus comienzos en la literatura
habla Sylvia Iparraguirre en el siguiente resumen editado de las entrevistas
que concedió a Marcela Fernández Vidal para la edición nº 1092 de la revista
digital "Cabal" (sin fecha de publicación) y a Sebastián Basualdo para el suplemento "Radar/Libros" del diario "Página/12" del 15 de noviembre de 2015.
¿Cuándo empezaste a escribir?
Empecé
a escribir en la preadolescencia, pero sin ninguna intención "literaria"; fue
algo que me gustaba y que tuvo que ver con el cine, una experiencia que me
capturó desde chica. Mis primeros intentos de escribir algo, fuera de lo que
hacía en el colegio, consistieron en volver a relatar películas. Mi hermana era
la sufrida oyente de esas pruebas que no causaron la más mínima impresión. Yo
tampoco pretendía nada, era un juego. Contaba la película, pero con cambios en
el final o en los personajes. Lo que me tomaba más en serio, pero por devoción,
era la lectura. En mi casa los libros siempre fueron bienvenidos, tuve la
fortuna de tener una biblioteca a disposición en la casa de mis abuelos. Mi
padre también fue un gran lector. Vengo de esa generación en la que las
familias compraban para sus chicos enciclopedias, atlas universales, la
colección "Lo sé todo" y no había que ser rico para poder hacerlo. Empecé a leer
tempranamente la colección "Robin Hood". Un libro que leí entre los diez y los doce
años y que me acompaña desde entonces fue "Robinson Crusoe", para mí una de las
fábulas más hermosas de la literatura universal. También empecé a escribir un
diario, por querer copiar a la protagonista de un libro. Pero la escritura no
era algo que me atrajera, ni remotamente, con la misma intensidad que el cine o
la lectura.
¿Qué encontrabas en la lectura?
Placer.
Ausencia del mundo. Me comentaba mi madre que en mi familia decían que yo me
abstraía de una manera bastante curiosa, me metía en un libro y me decían: "Te
estamos hablando, bajá a Tierra". Todavía hoy me pasa eso de estar consciente
de la página del libro y de pronto, por unos segundos, estoy en otro lugar,
adonde me llevó el libro, como entre paréntesis. No sólo me pasa con la
ficción, también con el ensayo. Es algo de lo que estoy agradecida, porque en
la medida en que uno se vuelve más objetivo, más crítico, la lectura se aleja
de ese plano de captación, se vuelve más distante.
Cuando escribías en tu adolescencia,
¿experimentabas la misma sensación de abstracción que con la lectura?
La
lectura fue como una vida paralela, mundos paralelos que desde los doce a los dieciocho
años me acompañaron con una gran intensidad. En cambio, escribía por obligación
o porque anotaba lo que me pasaba en mi diario: porque estaba enamorada de un
chico o porque quería copiar poemas o fragmentos de libros que me gustaban. Una
especie de miscelánea; nada tenía que ver con una reflexión sobre el hecho de
expresar ideas o de escribir relatos, lo hacía con una espontaneidad total.
¿Cuál es el origen de un texto?
La
escritura de ficción está sostenida en dos pilares. Por un lado, la experiencia
de vida que abarca todo: lo sensorial, lo imaginario, todo lo que sos como individuo
y como ser colectivo y social; y la memoria, tanto la tuya propia como la
heredada, es decir, la memoria en un sentido extenso, que te trasciende, la que
es un legado que viene de tus padres, de tus abuelos, y que sintetiza tu estar
en el mundo, tu origen, tu cultura. Por otro lado, sin duda, las lecturas. Es
una especie de cruce, de encuentro de libros y experiencia: vas a ir
reconociendo tus experiencias en los libros que leés, en aquellos libros que te
marcan. Y, a su vez, la lectura ensancha tu experiencia. Si hay una empatía
natural con determinados libros, es sencillamente porque te contienen; no
importa cuándo fueron escritos, atraviesan la línea del tiempo y te encontrás
reflejada, inmersa, en la realidad que plantean. Tus vivencias personales empiezan
a ser explicadas y tal vez encuentres, sin buscarlas, porque la lectura nunca
es "programática", ciertas respuestas que van modelando tu experiencia. ¿De
dónde salen un cuento, una novela? De una experiencia real o imaginaria y de la
forma que le das, de acuerdo con lo que aprendiste leyendo, observando lo que
otros escritores hacían.
O sea: la vida y la lectura van a entrar
directamente en la escritura.
Exactamente.
La experiencia es el contenido de un libro; el escritor mismo lo es, porque
desde ahí es que se escribe; no se lo puede hacer más que desde la propia
ideología. No tiene que ver con la historia que cuento, eso puede cambiar; el
contenido es ideológico, pero no en el sentido estrecho de una posición
política, sino que aludo a un sentido más amplio: el de tu escala de valores,
el de tu visión del mundo. Eso que vos sos, algo que va a aparecer así sea que
escribas ciencia ficción, novela histórica o historieta. El contenido es la
persona; después aparece la forma que vos le das a esa historia. El "qué" lo
tenemos todos, me refiero a las historias para contar. El asunto es "cómo" las
contás. Y ahí se pone en juego el oficio del escritor.
¿Cómo definirías el oficio del escritor?
Es
tratar de comunicarte con el mundo a través de las palabras; en un sentido
puramente personal, es como querer decir algo que siempre está en un libro
futuro. Pero ser escritor es mucho más que publicar un libro y conlleva
responsabilidad. Más allá de mi biblioteca y de la pantalla de la computadora,
donde lo único que importa es lo que estoy escribiendo, ser escritora es tener
una posición frente a la realidad, frente a la pobreza, frente a la violencia,
frente a la injusticia. Es saber desde dónde escribo. Con un libro puntual
asumís la historia que estás contando, que es el primer compromiso: llevar esa
historia al máximo en la dirección del lenguaje, de la anécdota, todo lo que
vos puedas hacer. Ser escritor para mí es haber elegido un lugar en el mundo, y
bastante privilegiado, ya que contar historias es algo que me produce un enorme
placer.
Los relatos que integran "Del día y de la
noche" convivieron durante años en el interior de una carpeta…
Sí. Estos textos nacieron y proliferaron
al costado de mis otros libros, mientras los estaba escribiendo. No es un libro
programado ni pensado ni decidido. Simplemente, un verano hace como veinte o
veintidós años, en San Pedro, aparecieron dos o tres imágenes y me puse a
escribirlos. Algunos sentí que terminaban ahí, que se cerraban; otros eran un
poquito más largos. En realidad, me di cuenta después de esos primeros años de
que eran breves y, de hecho, a la carpeta que tenía en la computadora le puse
"Breves" y pensé, "bueno, se llamarán así".
En todos los relatos establecés de
manera sutil la necesidad de ir más allá de la historia, configurando nuevos
sentidos o acaso una complicidad con el lector, que hace pensar que hay ciertas
clases de experiencias tan intensas que parecieran desdoblarlo a uno: se vive y
se contempla vivir.
Borges
lo dice: "¿Qué es el yo? Es una serie de identidades que a lo largo del tiempo
vamos hilvanando". Es decir, yo soy ahora pero fui hace dos días, fui hace años
y esa continuidad es lo que arma una identidad. Lo que pasa es que somos acá y
ahora, no somos ayer ni somos mañana, vos y yo existimos en este presente.
Varios textos que componen "Del día y de
la noche" surgen de pronto a modo de remembranza y en variados géneros, a veces
en forma de ensayos breves o crónicas.
Sí.
Los textos de "Caballeros antiguos", por ejemplo, surgen a partir de mis lecturas
antiguas y recientes. Lecturas cruzadas, y en eso, por supuesto, es Borges el
gran maestro.
La relación que tenés con el lenguaje
también es parte de tu formación.
Sí,
por supuesto. A mí me fascina el lenguaje. A veces encuentro un tipo particular
de humor en el uso y sus marcas ideológicas. No en el sentido estrecho de
ideología política, sino en el sentido de atmósfera de valores. Una lengua
viene cargada con sentidos que son previos al uso que nosotros hacemos acá y
ahora. El español rioplatense que hablamos viene cargado de ideología y
valores. Las palabras pesan, quieren decir algo y de pronto se descargan de
sentido y vuelven a cargarse.
En toda tu obra hay una preocupación
formal por el estilo. Muchos de estos relatos están muy cerca de la poesía.
Soy
una gran lectora de poesía pero jamás se me ocurriría ponerlo así. Creo que
están atravesados por cierta cuestión onírica o melancólica, pero no sé si
llegan a la poesía. En cuanto a la preocupación por el estilo es completamente
cierto. No digo que lo logre. Siempre pienso que un libro nuevo, sea cuento o
sea novela, es como una nueva experiencia. Parto de cero porque lo que quiero
decir está pidiendo una forma y yo tengo que entender cuál es y luego buscarla.
No creo en absoluto en lo espontáneo en el arte en general y en la literatura
menos que menos. Espontáneamente te sale cualquier cosa. Estoy convencida de
que hay que trabajar y corregir. A eso refiere un estilo. La preocupación que
vos mencionabas con respecto el lenguaje aparece en mi primera novela, que es "El parque", donde yo dejo fluir esa veta que a mí particularmente me gusta que
es el humor disparatado, tal vez absurdo, pero que tiene que ver mucho con el
lenguaje. Pero de pronto aparecen otras historias como "La tierra del fuego" que
tengo que situar completamente de otra manera. Situarse es ver cómo escribo una
novela del siglo diecinueve a fines del siglo veinte. Vivimos, vivo en un
momento donde el tiempo se ha hecho trizas, la realidad es fragmentaria. Eso es
ideología y cuando intentás contar algo, aparecen esas marcas. Después vino la
novela "El muchacho de los senos de goma" y estoy frente a un escenario urbano,
que tengo que pensar otra vez. Quería ir hacia lo urbano, en los años '90. ¿Cómo
le habla a la ciudad un pibe de diecisiete años? Entonces, comencé una búsqueda
acerca del trabajo formal. El estilo es el trabajo formal que uno hace sobre el
texto. Y sí... Soy de una herencia antigua, quizás, porque tengo una
constelación de maestros literarios en la biblioteca que tal vez se leen poco.
En "Del día y de la noche" hay una
relación muy linda entre los trenes, los pueblos y los libros. Todo parece
confluir alrededor de una preocupación sobre el tiempo.
Tanto
que se iban a llamar "Tren de medianoche" porque como dice Abelardo, el tren de medianoche
es algo serio como experiencia intransferible para alguien que vivía en la
provincia. Pero preferí "Del día y de la noche" porque hay textos diurnos y
nocturnos. Más humorísticos. El tren es mi infancia en los pueblos, una
experiencia mínima y aparentemente insignificante. Yo siempre he sido lectora
de noche. A la una o a las doce pasaba un tren por Junín. En el silencio de los
pueblos se escucha por la noche y no es necesario que estés cerca de la
estación. Con Abelardo extrañamos enormemente el tren. Es el tiempo en
suspenso. La vida está en suspenso, vos existís en el reflejo de un vidrio. Yo
he llevado libretas, en un sentido más diurno, anotando cosas que la gente dice
en los trenes. Cuando estudiaba y viajaba desde Junín a Buenos Aires, llené
libretas con diálogos tan absurdos que uno se preguntaría cómo se te puede
ocurrir algo así. Es un tiempo distinto el que se vive en un tren. Yo no soy
nostálgica pero sí experimento con mucha fuerza el tema del tiempo.
Entre los relatos que funcionan a modo
de homenajes hay uno que le dedicás a José Antonio Barzac.
Porque
Barzac fue un poeta a través del cual conocí a Abelardo. Era un tipo muy rubio,
sus padres eran eslavos. Escribí un cuento sobre él que se llama "El viking",
está en "Probables lluvias por la noche". Siempre andaba con su cuaderno de
poemas. No cursaba en la Facultad, pero deambulaba por los pasillos. Tenía un
libro de poemas que se llamaba "Los firuletes necesarios" y nos vendía a las
chicas un libro por anticipado, anotaba tu teléfono y dirección y te daba un
cupón. Se hacía unos pesos y tenía el teléfono de la mitad de las chicas de la
Facultad. Era desopilante. Para la chica que era yo en ese momento, que vivía
en un pensionado de monjas, imaginate, era el personaje completamente opuesto.
Y de eso está hecho el cuento. Yo me causo gracia a mí misma viéndome con él.
Se reía de todo, me hacía "pisar el palito". Y me provocaba rechazo ese disparate
total. Andaba siempre rodeado de chicas. Hacía como que entraba en los cursos,
por ejemplo, o llamaba al pensionado a las tres de la mañana para leerme un
poema. Un día me dijo si no quería conocer a escritores, ya que soy del
interior. Le dije que sí y me llevó a una reunión de "El Escarabajo de Oro" que
se hacía en el Tortoni. Desapareció ni bien llegamos y me dejó sola sentada en
una silla. Yo me sentía como en actitud de examen, estaba aterrada por si
alguien me preguntaba qué opinaba de la literatura argentina. José Antonio
Barzac era muy buena persona. Alguien que te cuidaba dentro de las limitaciones
de su propia locura.
Después de leer "Del día y de la noche" se
tiene la sensación de que es cierto: hay gente que viene al mundo con la
literatura encima.
Yo
no quería ser escritora, no estaba en mis planes. Fue un poco azaroso, pero sin
duda estaba inclinada para ese lado por mi relación con el lenguaje y también
mi relación con la naturaleza, por supuesto; la preocupación por lo ecológico,
de eso me acuerdo desde la más tierna infancia, vienen con mi ADN. Para mí "Del
día y de la noche" es como un ciclo en donde uno acepta el lado diurno y oscuro
de la vida, por eso hay textos con mucho humor, como "Vecinos" o "Ganímedes",
donde una señora informa públicamente que tiene la verdad sobre Dios y resulta
que después es todo un disparate. Cierta clase de conocimientos populares nada
eruditos me atraen mucho porque son como el reverso desordenado de la vida. No
son saberes letrados, aparecen y circulan de boca en boca, de generación en
generación, y yo tengo tendencia a dejarme atrapar por situaciones grotescas o
desopilantes, ya casi te diría del teatro del absurdo donde me meto sola.
Después, por suerte, logro regresar. Pasa en lugares más accesibles, la ciudad
es más inaccesible. En última instancia lo interesante es estar cerca de la
gente real.