El historiador francés Roger Chartier (1945) es
un especialista en la historia del libro y las ediciones literarias. Graduado
en la École Normale Supérieure de Saint Cloud y licenciado en La Sorbonne,
comenzó trabajando como profesor
en el instituto Louis le Grand de París para luego pasar a ser director de
estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. En 2006 fue
nombrado profesor del Collège de France en la cátedra Escritura y Cultura en la
Europa Moderna, desde donde ha producido una importante renovación en los
métodos para estudiar el pasado y nuevas formas de abordar la historia cultural
para comprender las relaciones entre escritura y cultura en la modernidad. Como
historiador se enfoca en las consecuencias producidas por la intensidad de los
cambios digitales y entiende que la lectura, aunque sea silenciosa, no abandona
sus implicancias políticas y necesita de la sociabilidad para completar su
autoría. Entre sus obras figuran "La main de l’auteur et l’esprit de l’imprimeur. XVIe-XVIIIe siècle" (La mano del autor y el
espíritu del impresor. Siglos XVI-XVIII), "Histoire de l’édition française" (Historia
de la edición francesa), "Les origines culturelles de la Révolution Française" (Los
orígenes culturales de la Revolución Francesa), "Pratiques de la lecture" (Prácticas
de la lectura), "L'ordre des livres. Lecteurs, auteurs, bibliothèques en Europe entre XIVe et XVIIIe siècle" (El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los
siglos XIV y XVIII) e "Histoire de la lecture dans le monde occidental" (Historia
de la lectura en el mundo occidental). Lo que sigue es un compendio de las
entrevistas que el historiador concedió a Daniel Swinburn y a Alejandra Varela,
publicadas en la edición del 5 de octubre de 2008 del diario chileno "El
Mercurio" y en el nº 686 de la revista argentina "Ñ" el 19 de noviembre de
2016 respectivamente.
¿Cómo define usted la línea de historia cultural
que ha adoptado para su trabajo?
Esencialmente como una perspectiva que trata de entender cómo los hombres y mujeres del pasado construyeron el sentido de los textos que leyeron o escucharon. Semejante historia cultural supone entrecruzar el análisis de los textos, cualesquiera sean, canónicos u ordinarios, con el estudio de las formas materiales de su inscripción y transmisión (el libro, la lectura en voz alta, la representación teatral, etc.) y la comprensión de las capacidades, expectativas, categorías mentales y prácticas concretas de las diferentes comunidades de interpretación. De ahí, para mí, la definición de la historia cultural se da en el encuentro entre la crítica literaria y textual, la historia de la cultura escrita y del libro fundada sobre las disciplinas eruditas que son la paleografía, la bibliografía y la sociología histórica de las prácticas.
Esencialmente como una perspectiva que trata de entender cómo los hombres y mujeres del pasado construyeron el sentido de los textos que leyeron o escucharon. Semejante historia cultural supone entrecruzar el análisis de los textos, cualesquiera sean, canónicos u ordinarios, con el estudio de las formas materiales de su inscripción y transmisión (el libro, la lectura en voz alta, la representación teatral, etc.) y la comprensión de las capacidades, expectativas, categorías mentales y prácticas concretas de las diferentes comunidades de interpretación. De ahí, para mí, la definición de la historia cultural se da en el encuentro entre la crítica literaria y textual, la historia de la cultura escrita y del libro fundada sobre las disciplinas eruditas que son la paleografía, la bibliografía y la sociología histórica de las prácticas.
¿Podríamos pensar que en el Siglo de Oro y en el
teatro isabelino existía una forma de escritura más intervenida socialmente,
más dinámica?
Lo
interesante en esta actualidad de Cervantes y Shakespeare en relación con el
aniversario de su muerte en el mismo año, 1616, es la relación con la oralidad,
la palabra viva y el texto escrito porque en ambos casos hay una relación pero
no es la misma. En el caso de Shakespeare podemos imaginar que existía el
manuscrito de las obras que nunca hemos encontrado. Es a partir de la
representación teatral que se ha publicado una parte de su repertorio y de los
autores de su tiempo en Inglaterra. Comparando el número de títulos que
conocemos con las ediciones que tenemos, tal vez solamente un tercio de las
obras representadas fueron impresas. Entonces es una relación entre lo que fue
representado y lo que el lector podía leer con una movilidad muy fuerte de los
textos impresos en relación con el texto representado. Por ejemplo, la primera
edición de "Hamlet" no contiene el verso más famoso del teatro
mundial: "Ser o no ser. Esa es la cuestión". En Cervantes, el
texto de "Don Quijote" es una serie de formas de oralidad. Desde las
más sueltas, las conversaciones de Sancho y Don Quijote, hasta las más
formalizadas. En este caso sería una transmisión oral de un texto ya escrito
porque sabemos que la lectura en voz alta era una práctica muy importante en el
Siglo de Oro y que en la estructura del Quijote en capítulos breves,
con cierta autonomía o con títulos que dicen Para el que va a leer o
escuchar , hay una idea de lector posible, como en las novelas de
caballería leídas por el Quijote silenciosamente, en la soledad, o puede ser
transmitido en la lectura en voz alta. Entonces en el Quijote está la
oralidad como manera de escribir la historia y también un destinatario que
puede ser un oyente, tanto como un lector.
Hoy también se presenta una forma de edición más
dinámica en la web, donde la escritura reconstruye cierta oralidad y pasa a ser
comentada y desacralizada en relación con el texto.
La cuestión es saber si la comunicación electrónica es equivalente a la edición electrónica porque ambas son formas de publicación. Desde los primeros artículos de Robert Darnton sobre el tema, el desafío fundamental es saber si el mundo digital puede estar sometido a las categorías y prácticas más tradicionales, forjadas en la cultura impresa y de ahí la propiedad intelectual, los catálogos, una política editorial, o si las posibilidades técnicas del mundo digital que, en cierto sentido, se oponen o permiten oponerse a estos criterios al ser una comunicación libre, de textos que no son necesariamente pensados como libros, que son maleables, abiertos o que pueden ser el resultado de iniciativas personales o colectivas pero que no son formas de edición, si estas posibilidades van a transformar profundamente el mundo de la cultura escrita. Yo creo que hoy no hay un diagnóstico que permitiría pensar una u otra forma. Hasta ahora todo el esfuerzo lleva a introducir en el mundo digital las prácticas y categorías del mundo impreso. Hay dos cuestiones: la primera es cómo las prácticas cotidianas del mundo digital, fundamentalmente en las redes sociales, transforman los conceptos de lectura o escritura; la segunda es si el mundo que se ubica dentro de esta realidad técnica va a imponer un nuevo orden de los discursos en el cual las categorías que discutimos, definición de libro, noción de editorial, propiedad literaria, podrían desaparecer.
Alesandro Baricco, el novelista italiano,
sostiene que ya no es posible escribir novelones de quinientas o mil páginas al estilo
de "Ana Karenina" o "En busca del tiempo perdido", porque en la cultura de
masas actual ha desaparecido el lector para esos libros y hoy sólo es posible
plantearse en relatos breves y fragmentados. ¿Sucede lo mismo con los libros de
historia clásicos a su juicio?
Es verdad que la lectura contemporánea busca formas breves, pero no debemos olvidar, sin embargo, el éxito mundial de algunos "best sellers" pesados y largos. Lo que puede aumentar este sentimiento de la pérdida del gusto o la paciencia para libros como los de Proust o Tolstoi es la nueva práctica de lectura que sugiere o impone la textualidad. Es una lectura fragmentada, discontinua, segmentada, que se atañe a extractos breves, datos desvinculados, extractos decontextualizados. Ello puede poner en tela de juicio no solamente las largas novelas de los siglos XVIII y XIX, sino también la percepción de todas las obras como discursos que tienen coherencia e identidad.
¿Se ha alejado la historia, como relato escrito, del público masivo, o este ha cambiado dramáticamente sus hábitos lectores?
El éxito de las novelas históricas demuestra que existe un amplio público que busca la representación del pasado en las páginas de los libros, y no sólo sobre las pantallas de la televisión o del cine. La tarea de los historiadores es hacer que el saber del pasado que producen, y que es diferente, o crítico, de las fábulas de ficción y de los reconocimientos de la memoria, pueda estar legible por los lectores que constituyen el público de los ciudadanos. Lo lograron los historiadores que supieron vincular un conocimiento riguroso con una escritura atractiva.
Es verdad que la lectura contemporánea busca formas breves, pero no debemos olvidar, sin embargo, el éxito mundial de algunos "best sellers" pesados y largos. Lo que puede aumentar este sentimiento de la pérdida del gusto o la paciencia para libros como los de Proust o Tolstoi es la nueva práctica de lectura que sugiere o impone la textualidad. Es una lectura fragmentada, discontinua, segmentada, que se atañe a extractos breves, datos desvinculados, extractos decontextualizados. Ello puede poner en tela de juicio no solamente las largas novelas de los siglos XVIII y XIX, sino también la percepción de todas las obras como discursos que tienen coherencia e identidad.
¿Se ha alejado la historia, como relato escrito, del público masivo, o este ha cambiado dramáticamente sus hábitos lectores?
El éxito de las novelas históricas demuestra que existe un amplio público que busca la representación del pasado en las páginas de los libros, y no sólo sobre las pantallas de la televisión o del cine. La tarea de los historiadores es hacer que el saber del pasado que producen, y que es diferente, o crítico, de las fábulas de ficción y de los reconocimientos de la memoria, pueda estar legible por los lectores que constituyen el público de los ciudadanos. Lo lograron los historiadores que supieron vincular un conocimiento riguroso con una escritura atractiva.
Ricardo Piglia se refiere al concepto borgeano
de lector de vanguardia. Borges era un escritor que dejó testimonio de sus
lecturas. ¿El lector de vanguardia no se acerca a su concepto de apropiación?
Que un
autor puede, a partir de sus lecturas y de los textos de sus lecturas,
contribuir a plasmar el horizonte de expectativas en el cual su obra puede ser
recibida, es la idea de Piglia, tal vez aplicada a él mismo o a Borges.
Significa pensar que la actividad crítica contribuía a desplazar lo que se
espera de un texto y hacer que con esta lectura de vanguardia –adelantada en
relación con la obra– el lector pueda transformar sus categorías, expectativas
y tener posibilidad de comprensión, de apropiación de la obra. De algo que ya
no era inmediato sino que había sido plasmado, construido. Había una relación
fuerte entre construir un canon, hacer hincapié en obras que conducían al
lector de esta reseña a transformarse en lector de Borges. El tenía razón, la
transformación de los géneros literarios depende más del horizonte de lecturas
que de la invención del escritor. Cuando Borges decía que si pudiera saber cómo
se iba a leer un texto en el año 2000 podía imaginar cómo sería la literatura
de ese año, hacía hincapié en esa dimensión de la lectura que supone
dispositivos gracias a los cuales se transforma el horizonte de expectativas de
los lectores.
¿Usted pone mayor énfasis en la historia de los
lectores que de los autores de libros? ¿Cuál es la premisa que hay detrás de
esta innovación?
Borges decía que un libro que nadie ha leído no es más que un cubo de papel con hojas. Es la lectura la que da importancia, proyección, existencia a lo que el autor escribió. Pero esto no significa que descarto la importancia de la escritura. Lo importante es seguir la trayectoria de cada texto desde el manuscrito escrito o dictado por el autor hasta las lecturas de los lectores. El proyecto implica subrayar que son múltiples los actores que intervienen en este proceso. Éstos no escriben los libros, porque los libros son el resultado de las elecciones, técnicas, gestos de todos los que hacían un libro impreso entre los siglos XV y XVIII: los copistas del manuscrito, los censores que dan su aprobación, el librero que actúa como editor, el maestro impresor que organiza el trabajo de impresión, los correctores que establecen la copia para la composición, los cajistas o tipógrafos que componen las páginas del libro, los prensistas que imprimen sus hojas... Todos contribuyen a la producción no sólo de los libros, sino de los textos mismos en su forma gráfica, la que es leída por el lector.
Borges decía que un libro que nadie ha leído no es más que un cubo de papel con hojas. Es la lectura la que da importancia, proyección, existencia a lo que el autor escribió. Pero esto no significa que descarto la importancia de la escritura. Lo importante es seguir la trayectoria de cada texto desde el manuscrito escrito o dictado por el autor hasta las lecturas de los lectores. El proyecto implica subrayar que son múltiples los actores que intervienen en este proceso. Éstos no escriben los libros, porque los libros son el resultado de las elecciones, técnicas, gestos de todos los que hacían un libro impreso entre los siglos XV y XVIII: los copistas del manuscrito, los censores que dan su aprobación, el librero que actúa como editor, el maestro impresor que organiza el trabajo de impresión, los correctores que establecen la copia para la composición, los cajistas o tipógrafos que componen las páginas del libro, los prensistas que imprimen sus hojas... Todos contribuyen a la producción no sólo de los libros, sino de los textos mismos en su forma gráfica, la que es leída por el lector.
En su libro "El presente del pasado" se
refiere a la tensión entre el discurso de la memoria y la historia. ¿Puede el
discurso de la memoria reemplazar al discurso histórico?
Es difícil
vincular situaciones históricamente particulares con un principio general.
Normalmente podemos afirmar que memoria e historia pertenecen a dos modalidades
de presencia del pasado. El testimonio contra el documento, la inmediatez de la
reminiscencia contra la explicación historiográfica, la resurrección del pasado
contra la representación del pasado. Hay una serie de diferencias entre memoria
e historia, lo que debería impedir considerar que la memoria es una historia
más llevadera que la memoria de los historiadores y debería impedir a la
historia establecer su monopolio sobre la interpretación del pasado ignorando
que hay otras formas. Las cosas se complican cuando la historia oficial
monopolizada ha borrado, distorsionado los hechos históricos. En todas las
situaciones en las que una forma de dictadura impuso una historia oficial para
hacer desaparecer no solo a los individuos sino también a los mecanismos que
han conducido a esta desaparición, la memoria se ha transformado, en cierto
sentido, en la verdadera historia. La historia que no fue posible en el
momento. Razón de esta primera vacilación en la distinción. Yo he visitado en
Santiago de Chile un Museo de la Memoria pero era más un museo de la historia
de la dictadura borrada por toda la historia oficial. En este caso la memoria
es la verdadera historia, que puede probársela a través de la práctica
historiográfica. Paul Ricoeur habla de una memoria más equitativa, una historia
más objetiva. Lo que significa que estas memorias en sus conflictos, en sus
diferencias, pueden encontrar una forma de apaciguamiento. Debemos mantener la
lógica de la explicación histórica como zócalo común a una pluralidad de las
memorias. En Francia hay leyes que consideran un delito publicar un texto que
niegue la existencia de las cámaras de gas o el genocidio de los armenios y hay
muchos historiadores que respeto que condenan esto diciendo que el estado no
tiene que definir qué es la historia. Yo no estoy completamente de acuerdo. El
estado no puede definir la historia pero, al mismo tiempo, me parece que cuando
estamos frente a falsificaciones históricas se debe establecer límites a su
difusión.
¿Por qué, pese al predominio de los discursos de
la memoria, las sociedades vuelven a elegir políticas reaccionarias y
discriminatorias que las dañan como lo muestra el triunfo de Donald Trump en
Estados Unidos?
Me parece
que hay una tensión en las heridas del pasado, en la reivindicación de una
memoria que es una verdadera historia y que siempre está reclamando su lugar en
una sociedad contemporánea; pero, como las heridas no se cierran, estos lugares
son siempre insuficientes. Hay otra perspectiva que sostiene que el pasado no
tiene sustancia en el presente. Tiene existencia pero se debe hacer como si no
la tuviera. En la primera perspectiva el pasado siempre es dolorosamente
presente. La segunda perspectiva establece una separación entre ese pasado,
sobre el que la gente puede opinar de una manera u otra pero no tiene más
importancia, no importa el número de muertos o desaparecidos y se establece
esta discontinuidad radical. Pero en relación con la primera perspectiva, no
funciona de esta manera. Los pasados son presentes y la idea de desvincular
pasado y presente radicalmente es una política que se choca con las presencias
múltiples de esos pasados. Hay una omnipresencia de estos pasados, lo que puede
ser la razón por la cual otras políticas quieren borrarlos y establecer una
ruptura absoluta entre los pasados para la historia y un presente que sería liberado
del peso de estos pasados. Es una manera de comprender estas situaciones
contemporáneas.
¿Ve usted en la lectura digital un vehículo de
transmisión cultural tan poderoso como fue la lectura en papel impreso?
Aún más, lo creo, porque es un único aparato, la computadora, que transmite todos los géneros textuales que en el mundo impreso correspondían a diversos objetos (el libro, la revista, el diario, etc.); que permite la articulación entre textos, imágenes y sonido y que es a la vez el soporte de la mirada, de la escucha, de la lectura y de la escritura. El poder de la forma digital de inscripción y transmisión es sin par en la historia de la humanidad. Es lo que la hace fascinante e inquietante, porque implica una profunda transformación de las prácticas de lectura, de las categorías que asociamos con el concepto mismo de obra y de los papeles de las técnicas previas, que son todavía las nuestras: la escritura manuscrita y la publicación impresa. El desafío del presente es lograr una distribución racional y relevante de los usos de estas varias tecnologías que caracterizan hoy en día la creación, la difusión y la apropiación cultural.
Aún más, lo creo, porque es un único aparato, la computadora, que transmite todos los géneros textuales que en el mundo impreso correspondían a diversos objetos (el libro, la revista, el diario, etc.); que permite la articulación entre textos, imágenes y sonido y que es a la vez el soporte de la mirada, de la escucha, de la lectura y de la escritura. El poder de la forma digital de inscripción y transmisión es sin par en la historia de la humanidad. Es lo que la hace fascinante e inquietante, porque implica una profunda transformación de las prácticas de lectura, de las categorías que asociamos con el concepto mismo de obra y de los papeles de las técnicas previas, que son todavía las nuestras: la escritura manuscrita y la publicación impresa. El desafío del presente es lograr una distribución racional y relevante de los usos de estas varias tecnologías que caracterizan hoy en día la creación, la difusión y la apropiación cultural.
Uno de los conceptos clave de su trabajo como
historiador del libro y la lectura es el de "apropiación".
Este concepto tiene a la vez un sentido intelectual -la apropiación como interpretación de un texto o de una imagen- y un sentido material, que designa los gestos, lugares, instrumentos que caracterizan diversas formas de lectura o de escucha. Es interesante también porque puede apuntar a la tensión entre apropiación como posesión exclusiva, propiedad prohibida, y apropiación como capacidad de cada uno de apoderarse para su propio fin de los textos e imágenes que circulan en una sociedad dada. Designa así el monopolio que los más poderosos tratan de establecer sobre la cultura legítima o el uso de la escritura y, también, las conquistas culturales de los más desprovistos.
Este concepto tiene a la vez un sentido intelectual -la apropiación como interpretación de un texto o de una imagen- y un sentido material, que designa los gestos, lugares, instrumentos que caracterizan diversas formas de lectura o de escucha. Es interesante también porque puede apuntar a la tensión entre apropiación como posesión exclusiva, propiedad prohibida, y apropiación como capacidad de cada uno de apoderarse para su propio fin de los textos e imágenes que circulan en una sociedad dada. Designa así el monopolio que los más poderosos tratan de establecer sobre la cultura legítima o el uso de la escritura y, también, las conquistas culturales de los más desprovistos.