2 de abril de 2017

Entremeses literarios (CXC)

LITERATURA
Julio Torri
México (1889 -1970)

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores. La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales y, a pesar de todo, fascinante, mágica, sobrenatural.


AZUCENA DEJÓ EL PIE
Jorge Ariel Madrazo 
Argentina (1931-2016)

El señor Litis decidió no dejarse carcomer, ya más, por su amor obsesivo a la señorita Azucena. De modo que cuando oyó el pregón del vendedor del elixir del olvido, corrió a comprarse un frasco, el último disponible. Una cucharada y la cabeza de Azucena se borró de su mente febril; otra, y se disiparon los senos deliciosos. Y así, en su alma atormentada fueron extinguiéndose los brazos de seda, la cadera pletórica, los muslos resbaladizos, una de las piernas de gacela, enseguida la otra. Y un piececito y… advirtió, con angustia, que no le quedaba más elixir. El señor Litis tuvo que cargar en su corazón, hasta el fin de sus días, el pie derecho de Azucena, el más adorable y afelpado.


LA JUSTICIA
Salvador Salazar Arrué
El Salvador (1899-1975)

- Hijo mío -decía el Rey Padre-, no debes preferir nunca la justicia humana a la divina justicia.
- Entonces, oh padre -respondió el Príncipe-, quiero comer esta noche en la mesa de mis sirvientes.
Frunció el Rey el entrecejo y apuntó:
- Pero no olvides que tu misión comprende el mantenerte en cierta posición sobre tus súbditos, para que éstos no olviden que has sido dado a ellos como Rey y Señor por la Justicia Divina.
- En tal caso -repuso el joven Príncipe-, la Justicia Divina no es la Justicia del Bien.


Y ADEMÁS CONTAGIOSO
David Moreno Sanz
España (1976)

A ver si consigue así que papá no haga más el indio porque lo suyo es patológico, obsesivo. A mí me llama "Con el puño en alto" porque soy muy belicoso, a mamá "Mujer con sonrisa hechicera" porque al verla quedó embrujado; sale a la calle provisto de arco y flechas; se pone mocasines y no zapatos y no en pocas ocasiones descubre al Séptimo de Caballería detrás de cada esquina. Nos tiene muy preocupados. Por eso doctor, si hace falta atémosle a la silla y bailemos la danza del sol cuatro días y cuatro noches. A ver si escupe de una vez los malos espíritus.


EL HORNO
Joaquín Gómez Bas
España (1907-1984)

Era un invierno criminalmente frío. La idea se le ocurrió al abrir la tapa del horno y sentirse envuelto en una ola de aire caliente, achicharrante. Sería un verdadero negocio envasarlo y venderlo. Lo puso en práctica en seguida. Salió a la calle con un carrito de mano y casa por casa fue adquiriendo a precios de pichincha centenares de botellas vacías. Ya en su casa, encendió el gas del horno y aguardó a que se elevara la temperatura interior. Cuando consideró logrado el punto conveniente, abrió, metió la cabeza dentro, aspiró el aire abrasante y lo sopló en la primera botella, que tapó justamente con un corcho. Repitió el procedimiento con unas cuantas y salió a venderlas. Hizo un negocio redondo. Las vendía en cajones de doce botellas cada uno y no daba abasto. Lo único en contra era que de tanto meter la cabeza en el horno había perdido en reiteradas chamusquinas, el pelo de la cabeza, de las cejas y del bigote. Sin embargo, no desistía. Ganaba mucho dinero. No era cuestión de abandonar semejante ganga por pelos de más o de menos.
Un día sintió cierta picazón en una oreja y al intentar rascársela se le desprendió convertida en ceniza. Lo mismo le pasó con la otra a la semana siguiente, y más tarde con la nariz, el cuero cabelludo, la piel de la cara y los párpados. Inexplicablemente, conservó hasta el final los labios. Cuando éstos también se le cayeron le resultó imposible soplar el aire caliente dentro de las botellas. Y se le acabó el negocio.


EL HORÓSCOPO
Fernando Iwasaki
Perú (1961)

Antes de disparar resaltó en mi memoria aquel mensaje definitivo que leí en el periódico: "Tenga cuidado con esa persona de su entorno que se propone arruinar todos sus planes". Pero de pronto ella se volteó y sin darme tiempo a reaccionar me clavó un cuchillo en el corazón. Nunca debí dejarle el periódico. Ella también era Tauro.


EN LA MECEDORA
Andrés Rivera
Argentina (1928-2016)

El neurólogo dice esto: dos años atrás, me leyó las conclusiones del informe añadido a una polisomnografía nocturna a la que, le consta, me sometí desdeñoso y resignado. El neurólogo que se parece, demasiado, a un caballero inglés -algo así como un jugador de polo vestido, de los hombros a los tobillos, con una bata blanca, y rubio, atildado, de estatura y edad medianas y ojos fríos y claros-, me pregunta, no muy ansioso, como fatigado, si recuerdo algo de aquella lectura. Me alzo de hombros y miro sus ojos claros y fríos, su cabello rubio y el nudo irreprochable de su corbata, y su devoción por el Martín Fierro, de la que me hizo partícipe en una lejana tarde de verano cuando se abandonó, displicente e inescrutable, a la celebración de los silencios de la pampa.
El neurólogo dice -y el tono de su voz es algo más fuerte que un susurro- que el informe elaborado a partir de esa polisomnografía nocturna (a la que me entregué, repite, dócil y abstraído), corresponde a una persona normal, salvo por una observación que él, el neurólogo, omitió mencionar en mi última visita, por razones obvias. Yo miro el humo del cigarrillo que sube, leve y lento, y blanquísimo, hacia una ventana por la que entra la luz de la tarde. ¿Es una luz de otoño? ¿Mansa? ¿Dónde se refugió la luz del verano mientras yo, por razones obvias, encendía un cigarrillo?
El neurólogo dice, sin ningún énfasis, tal vez retraído: la observación que acompaña a la polisomnografía nocturna indica que yo, persona sana, vivo una tristeza profunda. 
¿Entiendo esa observación incluida en el informe que acompaña a la polisomnografía nocturna? ¿Es mansa la luz del otoño? ¿Hacia dónde huyó la luz del verano? ¿Le digo, al neurólogo, que lo que yo deba entender de la observación que aparece en el informe agregado a la polisomnografía nocturna ha dejado de importarme? ¿Le digo que alguien escribió: la vejez, única enfermedad que me conozco, será breve, será cruel, será letal? ¿Y que escribió, también, que prefería olvidar las diez o doce imágenes que conservaba de su infancia? Enciendo otro cigarrillo.
El neurólogo, las manos cruzadas sobre su escritorio, contempla el cenicero, y dice que no demore mi próxima visita, que vuelva cuando yo lo desee. Me pongo de pie y le pregunto al neurólogo si hay alguna otra cosa que yo deba saber. El neurólogo que es, casi, un caballero inglés, sea lo que sea un caballero inglés, me abre la puerta de su consultorio. Cuando llego a casa, prendo la luz de una lámpara de pie, siento a Tristeza Profunda en la mecedora, y la mecedora se mueve de atrás para delante, lenta y en calma, y pasea a Tristeza Profunda por el silencio que ocupa la pieza de paredes pintadas a la cal.


LA OVEJA FEROZ
Jaime Alberto Vélez
Colombia (1950)

Una oveja decidió disfrazarse de lobo, para confundir a su habitual enemigo, y se encontró con un lobo que había recurrido a su vieja costumbre de vestirse de oveja. En medio de la confusión que ocasionó el encuentro, todos pudieron presenciar cómo, por primera vez en la historia, la oveja feroz devoraba al lobo indefenso.


ALEGORÍA
Luis Fernando Verissimo
Brasil (1936)

Había una vez un Rey que quiso cambiar el mundo. Llamó al mago de la Corte, Tecnocratus, y le dijo: "Todo debe cambiar. Quiero que el Sol nazca al Oeste y se ponga al Este. ¡Disponga!". El mago Tecnocratus reunió a todos los sabios del reino y transmitió el pedido del Rey. Si no lograban que el Sol naciese al Oeste y se pusiese al Este, ¡todos perderían la cabeza! Los sabios pensaron en todo: en pociones mágicas... en plegarias... en huir... Pero no hubo caso. Para estudiar mejor el problema, mandaron a un sirviente traer una Rosa de los Vientos. El sirviente la trajo, más, al entrar a la sala, dejó caer la Rosa de los Vientos y, luego, la paró cabeza abajo... ¡Ahí estaba la solución! Los sabios ordenaron que todas las Rosas de los Vientos fuesen repuestas con el Norte al Sur, el Sur al Norte, el Este al Oeste y el Oeste al Este. El Rey quedó contentísimo. Los sabios quedaron con sus cabezas. Tecnocratus quedó con un enorme prestigio. El sirviente fue decapitado para que aprenda a no dejar caer las cosas.


ESPIRAL
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. "¿Quién sueña con quién?", exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.