LITERATURA
Julio
Torri
México (1889
-1970)
El
novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de
papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el
mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no
había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a
vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas;
oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de
albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores. La lucha
que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el
abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las
olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en
su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales y, a pesar de todo,
fascinante, mágica, sobrenatural.
AZUCENA DEJÓ EL PIE
Jorge Ariel Madrazo
Argentina
(1931-2016)
El
señor Litis decidió no dejarse carcomer, ya más, por su amor obsesivo a
la señorita Azucena. De modo que cuando oyó el pregón del vendedor del elixir
del olvido, corrió a comprarse un frasco, el último disponible. Una cucharada
y la cabeza de Azucena se borró de su mente febril; otra, y se disiparon
los senos deliciosos. Y así, en su alma atormentada fueron extinguiéndose
los brazos de seda, la cadera pletórica, los muslos resbaladizos, una
de las piernas de gacela, enseguida la otra. Y un piececito y… advirtió, con
angustia, que no le quedaba más elixir. El señor Litis tuvo que cargar en su
corazón, hasta el fin de sus días, el pie derecho de Azucena, el más adorable y
afelpado.
LA JUSTICIA
Salvador Salazar Arrué
El
Salvador (1899-1975)
- Hijo
mío -decía el Rey Padre-, no debes preferir nunca la justicia humana a la
divina justicia.
- Entonces,
oh padre -respondió el Príncipe-, quiero comer esta noche en la mesa de mis
sirvientes.
Frunció
el Rey el entrecejo y apuntó:
- Pero
no olvides que tu misión comprende el mantenerte en cierta posición sobre tus
súbditos, para que éstos no olviden que has sido dado a ellos como Rey y Señor
por la Justicia Divina.
- En
tal caso -repuso el joven Príncipe-, la Justicia Divina no es la Justicia del
Bien.
Y ADEMÁS CONTAGIOSO
David Moreno Sanz
España
(1976)
A
ver si consigue así que papá no haga más el indio porque lo suyo es patológico,
obsesivo. A mí me llama "Con el puño en alto" porque soy muy belicoso, a mamá
"Mujer con sonrisa hechicera" porque al verla quedó embrujado; sale a la calle
provisto de arco y flechas; se pone mocasines y no zapatos y no en pocas
ocasiones descubre al Séptimo de Caballería detrás de cada esquina. Nos tiene
muy preocupados. Por eso doctor, si hace falta atémosle a la silla y bailemos
la danza del sol cuatro días y cuatro noches. A ver si escupe de una vez los
malos espíritus.
EL HORNO
Joaquín Gómez Bas
España
(1907-1984)
Era
un invierno criminalmente frío. La idea se le ocurrió al abrir la tapa del
horno y sentirse envuelto en una ola de aire caliente, achicharrante. Sería un
verdadero negocio envasarlo y venderlo. Lo puso en práctica en seguida. Salió a
la calle con un carrito de mano y casa por casa fue adquiriendo a precios de
pichincha centenares de botellas vacías. Ya en su casa, encendió el gas del
horno y aguardó a que se elevara la temperatura interior. Cuando consideró
logrado el punto conveniente, abrió, metió la cabeza dentro, aspiró el aire
abrasante y lo sopló en la primera botella, que tapó justamente con un corcho.
Repitió el procedimiento con unas cuantas y salió a venderlas. Hizo un negocio
redondo. Las vendía en cajones de doce botellas cada uno y no daba abasto. Lo
único en contra era que de tanto meter la cabeza en el horno había perdido en
reiteradas chamusquinas, el pelo de la cabeza, de las cejas y del bigote. Sin
embargo, no desistía. Ganaba mucho dinero. No era cuestión de abandonar
semejante ganga por pelos de más o de menos.
Un
día sintió cierta picazón en una oreja y al intentar rascársela se le
desprendió convertida en ceniza. Lo mismo le pasó con la otra a la semana
siguiente, y más tarde con la nariz, el cuero cabelludo, la piel de la cara y
los párpados. Inexplicablemente, conservó hasta el final los labios. Cuando
éstos también se le cayeron le resultó imposible soplar el aire caliente dentro
de las botellas. Y se le acabó el negocio.
EL HORÓSCOPO
Fernando Iwasaki
Perú
(1961)
Antes
de disparar resaltó en mi memoria aquel mensaje definitivo que leí en el
periódico: "Tenga cuidado con esa persona de su entorno que se propone arruinar
todos sus planes". Pero de pronto ella se volteó y sin darme tiempo a
reaccionar me clavó un cuchillo en el corazón. Nunca debí dejarle el periódico.
Ella también era Tauro.
EN LA MECEDORA
Andrés Rivera
Argentina
(1928-2016)
El
neurólogo dice esto: dos años atrás, me leyó las conclusiones del informe
añadido a una polisomnografía nocturna a la que, le consta, me sometí desdeñoso
y resignado. El
neurólogo que se parece, demasiado, a un caballero inglés -algo así como un
jugador de polo vestido, de los hombros a los tobillos, con una bata blanca, y
rubio, atildado, de estatura y edad medianas y ojos fríos y claros-, me
pregunta, no muy ansioso, como fatigado, si recuerdo algo de aquella lectura. Me
alzo de hombros y miro sus ojos claros y fríos, su cabello rubio y el nudo
irreprochable de su corbata, y su devoción por el Martín Fierro, de la que me
hizo partícipe en una lejana tarde de verano cuando se abandonó, displicente
e inescrutable, a la celebración de los silencios de la pampa.
El
neurólogo dice -y el tono de su voz es algo más fuerte que un susurro- que el
informe elaborado a partir de esa polisomnografía nocturna (a la que me
entregué, repite, dócil y abstraído), corresponde a una persona normal, salvo
por una observación que él, el neurólogo, omitió mencionar en mi última visita,
por razones obvias. Yo
miro el humo del cigarrillo que sube, leve y lento, y blanquísimo, hacia una
ventana por la que entra la luz de la tarde. ¿Es una luz de otoño? ¿Mansa?
¿Dónde se refugió la luz del verano mientras yo, por razones obvias, encendía
un cigarrillo?
El
neurólogo dice, sin ningún énfasis, tal vez retraído: la observación que
acompaña a la polisomnografía nocturna indica que yo, persona sana, vivo una
tristeza profunda.
¿Entiendo
esa observación incluida en el informe que acompaña a la polisomnografía
nocturna? ¿Es
mansa la luz del otoño? ¿Hacia
dónde huyó la luz del verano? ¿Le
digo, al neurólogo, que lo que yo deba entender de la observación que aparece
en el informe agregado a la polisomnografía nocturna ha dejado de importarme? ¿Le
digo que alguien escribió: la vejez, única enfermedad que me conozco, será
breve, será cruel, será letal? ¿Y que escribió, también, que prefería olvidar
las diez o doce imágenes que conservaba de su infancia? Enciendo
otro cigarrillo.
El
neurólogo, las manos cruzadas sobre su escritorio, contempla el cenicero, y
dice que no demore mi próxima visita, que vuelva cuando yo lo desee. Me
pongo de pie y le pregunto al neurólogo si hay alguna otra cosa que yo deba
saber. El
neurólogo que es, casi, un caballero inglés, sea lo que sea un caballero
inglés, me abre la puerta de su consultorio. Cuando
llego a casa, prendo la luz de una lámpara de pie, siento a Tristeza Profunda
en la mecedora, y la mecedora se mueve de atrás para delante, lenta y en calma,
y pasea a Tristeza Profunda por el silencio que ocupa la pieza de paredes
pintadas a la cal.
LA OVEJA FEROZ
Jaime Alberto Vélez
Colombia
(1950)
Una
oveja decidió disfrazarse de lobo, para confundir a su habitual enemigo, y se
encontró con un lobo que había recurrido a su vieja costumbre de vestirse de
oveja. En medio de la confusión que ocasionó el encuentro, todos pudieron
presenciar cómo, por primera vez en la historia, la oveja feroz devoraba al
lobo indefenso.
ALEGORÍA
Luis Fernando Verissimo
Brasil
(1936)
Había
una vez un Rey que quiso cambiar el mundo. Llamó al mago de la Corte,
Tecnocratus, y le dijo: "Todo debe cambiar. Quiero que el Sol nazca al Oeste
y se ponga al Este. ¡Disponga!". El
mago Tecnocratus reunió a todos los sabios del reino y transmitió el pedido del
Rey. Si no lograban que el Sol naciese al Oeste y se pusiese al Este, ¡todos
perderían la cabeza! Los sabios pensaron en todo: en pociones
mágicas... en plegarias... en huir... Pero
no hubo caso. Para estudiar mejor el problema, mandaron a un sirviente traer
una Rosa de los Vientos. El sirviente la trajo, más, al entrar a la sala, dejó
caer la Rosa de los Vientos y, luego, la paró cabeza abajo... ¡Ahí
estaba la solución! Los
sabios ordenaron que todas las Rosas de los Vientos fuesen repuestas con el
Norte al Sur, el Sur al Norte, el Este al Oeste y el Oeste al Este. El Rey
quedó contentísimo. Los sabios quedaron con sus cabezas. Tecnocratus quedó con
un enorme prestigio. El sirviente fue decapitado para que aprenda a no dejar
caer las cosas.
ESPIRAL
Enrique Anderson Imbert
Argentina
(1910-2000)
Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. "¿Quién sueña con quién?", exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.