Cuando en
noviembre de 1815, de la mano del diplomático austríaco Klemens von Metternich
(1773-1859), se estableció la Santa Alianza entre Austria, Prusia, Inglaterra y
Rusia con el fin de garantizar el mantenimiento del orden absolutista y
reprimir cualquier intento de alterar la situación política de la Europa de la
Restauración, contando con la posibilidad de poder intervenir militarmente en
cualquier país contra movimientos liberales y revolucionarios, pareció que un
final sin gloria se cernía sobre la lucha independentista de Hispanoamérica.
Exceptuando
los focos revolucionarios de Buenos Aires y Asunción, la contrarrevolución triunfaba
en todas partes desde México hasta Chile. La carta que Bolívar escribió desde
Jamaica en 1815, iluminó como un rayo de luz en medio de esa desesperanza. El
futuro libertador esbozó desde el exilio la osada visión de un continente libre
de toda atadura colonialista. Proveniente de Haití, desembarcó en la primavera
de 1816 junto a sus seguidores y retomó la gigantesca lucha que finalizó con la
batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, lo que significó la caída de un
imperio colonial que había durado más de tres siglos.
El
surgimiento de un nuevo conglomerado de estados se interpretó en Europa como un
desafío. Para los profetas de la Santa Alianza -con Metternich a la cabeza-
parecía que el mundo se había descalabrado y que los fantasmas de la revolución
de 1789, aún no totalmente desvanecidos, retornaban al escenario histórico.
Oscilando entre la amenaza y el ruego, Metternich se dirigió al emperador
insurgente Pedro I de Brasil (1798-1834) esperando poder transformar a la
monarquía brasileña en un frontón contra el resto de la América republicana.
Por su parte, el ministro de Relaciones Exteriores francés, Francois René de
Chateaubriand (1768-1848), que desarrollaba una política acorde con su obra
principal, "Le génie du christianisme" (El espíritu del
cristianismo,1802), expresó su preocupación: "La revolución latinoamericana
es el fin de las monarquías europeas".
Por el
contrario, el cambio hispanoamericano renovó la esperanza de quienes
representaban el pensamiento progresista. La Revolución Española (1820/23) y la
heroica lucha de los griegos por su liberación (1822), eran indicadores de que
las fuerzas desatadas en 1789 con la Revolución Francesa continuaban actuando
también en Europa. Cuando se pronunciaban los nombres del venezolano Simón
Bolívar (1783-1830), del español Rafael del Riego (1785-1823) o del griego
Constantine Rhigas (1760-1798), los espíritus de la época se enfrentaban entre
sí.
El
geógrafo y naturalista alemán Alexander von Humboldt ocupaba un lugar destacado
en el círculo de los simpatizantes incondicionales de la revolución
independentista. Si Bolívar y José de San Martín (1778-1850) fueron los padres
políticos de la Independencia, Humboldt fue uno de sus padres intelectuales, al
aportar con sus obras de viaje -surgidas de la memorable expedición de 1799 a
1804 por el norte de Sudamérica, el Caribe y México- el conocimiento de las
casi inagotables posibilidades de desarrollo de este continente.
Las obras
de Humboldt ejercieron una profunda influencia sobre el sentimiento nacional
recién emergido. En el caso de México, estar a favor o en contra de Humboldt
llegó a ser un criterio de distinción entre liberales y conservadores.
Francisco de Miranda (1750-1816) destacó con acierto la influencia del
naturalista berlinés en la vida política de la región y Bolívar lo elevó a la
categoría de redescubridor de Centro y Sudamérica, por haber tenido él solo más
méritos que todas las generaciones de conquistadores juntas.
Si bien
Humboldt era antes que nada un científico de la naturaleza, sus intereses se
extendían a todos los territorios por él recorridos. Así, según su propia
expresión, se sentía "como un escritor de historia americana que quiere
esbozar una pintura política idéntica a la visión de conjunto de las relaciones
sociales y su basamento natural, geográfico y económico", tal como lo
expresó en 1814 en "Politischer
versuch über das konigreich Neu Spanien" (Ensayo político sobre el reino
de Nueva España).
Es
indudable que llevaba "las ideas de 1789" en su cabeza, aunque no
tenía simpatía alguna por la intransigencia jacobina de la Gran Revolución -el
dominio del terror- como la denominaba. Sus ideas y sus actos siempre
estuvieron imbuidos de aquellas ilusiones de corte heroico e histórico de los
años 1789/94 y que tan persuasivamente fuera descriptas en sus rasgos
esenciales por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) en su
trabajo "Die heilige familie" (La sagrada familia) publicado en 1844.
Desde ese
punto de vista apreció Humboldt el carácter del sistema colonial español, la
situación de Hispanoamérica prerrevolucionaria, el lugar histórico de la
Independencia y las perspectivas futuras de la América liberada. Sin ser un
revolucionario sino un representante de una política reformista acuñada en el
espíritu del humanismo burgués progresista, política de la que no abjuró,
Humboldt reconoció la ley profunda que subyacía bajo las revoluciones de su
época.
En
"Reise in die aequinoctial gegenden des neuen kontinentes" (Viaje a
las regiones equinocciales del nuevo continente) de 1803, Humboldt ubicó a la
Independencia Americana junto al levantamiento de los Estados Unidos y la caída
del absolutismo en Francia como un eslabón más en la cadena "de las
grandes revoluciones que de tiempo en tiempo ponen en movimiento a la
humanidad". "Hay quien repite permanentemente -continuó- que los
hispanoamericanos no poseen el desarrollo cultural suficiente como para regirse
por instituciones libres. No hace mucho se decía lo mismo de otros pueblos para
quienes la civilización debía estar más madura".
Entre los
elementos que caracterizaban la visión de Humboldt sobre Hispanoamérica en
vísperas de la revolución de 1810 en Buenos Aires se cuentan la condena del
colonialismo, el rechazo absoluto a la esclavitud, el antirracismo
programático, el juicio crítico-analítico sobre la Iglesia colonial, la
intuición de las inconciliables contradicciones entre metrópolis y colonias, el
reconocimiento a la oposición anticolonial que se perfilaba, pero también la
comprensión de las contradicciones internas que iban a acompañar el surgimiento
de un nuevo conglomerado de naciones del otro lado del Océano Atlántico.
En total
consonancia con las ideas rectoras de la época explicó en la obra citada
"en sí misma la idea colonial es inmoral. Un régimen colonial es un
régimen de desconfianza. Cuanto más grandes son las colonias, más consecuente
es la maldad política de los gobiernos europeos y mayor aún la inmoralidad de
la existencia de las colonias".
De su
condena a la esclavitud hecha pública en la misma obra, se deduce que Humboldt
no compartía el horror generalizado hacia los "jacobinos negros", que
en 1794 habían liberado Haití conducidos por Toussaint Louverture (1743-1803),
sino que veía en la primera revolución de esclavos exitosa de la historia
universal la semilla de una "federación africana de estados libres de las
Antillas". En la raíz de la legislación abolicionista que más tarde adoptó
la corona prusiana se encuentra la influencia nada desdeñable de Humboldt.
Entre los
aportes de Humboldt que merecen un párrafo aparte están los referidos a la
revalorización de los indígenas -"los antiguos y legítimos señores del
país''- como componente básico en la historia de Centro y Sudamérica. El cuadro
que esbozó desde su propia óptica contrasta notablemente con la incomprensión
que sobre esta problemática evidenció su gran contemporáneo Georg W.F. Hegel
(1770-1831). Para el gran filósofo alemán, según expresó en “Die wissenschaft
der natur” (Filosofía de la naturaleza), uno de los capítulos que componen su “Enzyklopaedie
der philosophischen wissenschaften” (Enciclopedia de las ciencias filosóficas),
la América indígena, ya sea en el norte o en el sur del continente, no tenía
historia propia; su historia comenzaba recién cuando entró en contacto con
Europa.
Más aún, en “Herrschaft und knechtschaft” (Dialéctica del amo y el
esclavo), un pasaje que se encuentra en su libro “Phänomenologie des geistes” (Fenomenología
del espíritu) afirmaba que “el hombre no es hombre solamente. Necesaria y
esencialmente es o amo o esclavo. Si la realidad humana no puede surgir sino
como social, la sociedad no es humana -al menos en su origen-, que a condición de
implicar un elemento de amo y uno de esclavo, esto es, existencias dependientes. Es
decir, que el hombre no es humano sino en la medida en que se quiere imponerse
a otro hombre, hacerse reconocer por él”.
Humboldt
estuvo muy lejos de ver al "buen salvaje" desde la óptica de la
filantropía, pero tampoco compartió determinadas variantes extremistas del
indigenismo posterior. Resulta notable su profunda comprensión del trasfondo
social del indio, así como de cada uno de los conflictos raciales planteados en
Latinoamérica. Humboldt veía el "resultado principal" de su obra
sobre Nueva España (México) en la comprensión de que "la suerte de los
blancos está íntimamente vinculada con la de la raza cobriza, y que no habrá
suerte que dure hasta que esta última raza, largamente oprimida y hasta
humillada, pero no avasallada, comparta todas las ventajas que derivan del
progreso de la civilización y del perfeccionamiento del orden social".
La visión
objetiva del indio era simultáneamente la expresión de una comprensión
histórica que contemplaba la cosa no de "arriba hacia abajo", sino
más bien todo lo contrario. Para Humboldt, "el testimonio de la
historia" era indiscutiblemente "el poder más festejado sobre la
tierra" y veía a las masas como el elemento portador en última instancia del
progreso histórico: "La historia de las clases más nuevas de un pueblo no
es otra cosa que la narración de los acontecimientos que explican la gran
desigualdad de las fortunas, los disfrutes y la suerte individual, y que han
puesto paulatinamente a una parte de la nación bajo la égida y la dependencia
de la otra. Pero este relato lo buscamos casi sin ningún éxito en los anales de
la historia. En ellos se conserva quizás el recuerdo de las grandes
revoluciones políticas, las guerras, conquistas y otros azotes que han golpeado
a la humanidad; pero los anales de la historia nos permiten saber muy poco
sobre el destino más o menos penoso de la clase más pobre y numerosa de la
sociedad".
Si bien
Humboldt más tarde admitió no haber reconocido en vísperas de la revolución de
1810 toda la magnitud de la crisis de la dominación colonial, pudo proporcionar
igualmente una visión global de las corrientes de oposición que se esbozaban. No
se le escapaba que "los movimientos políticos que tuvieron lugar en Europa
a partir de 1789 contaron con la participación más activa de aquellos pueblos
que ya desde mucho antes aspiraban a lograr derechos cuyo cercenamiento es al
mismo tiempo una traba para el bienestar adquirido y una causa de encono contra
el Estado madre". Humboldt señaló permanentemente la calidad demarcatoria
del año 1789 y su decisiva influencia en las revoluciones posteriores.
Profesaba gran respeto por los mártires de la resistencia anticolonial: tenía
en mente escribir una biografía de José Gabriel Condorcanqui (1742-1781), el
líder del más importante de los levantamientos indígenas, y de José María
España (1761-1799), el militar venezolano que encabezó una conjuración republicana
en 1797.
Humboldt
mantuvo un contacto permanente con la realidad de la sociedad colonial, lo que
le proporcionó un profundo conocimiento del terreno, gracias a lo cual estuvo
al margen de cualquier tipo de idealización de la Independencia en el sentido
de un liberalismo del progreso automático. Sus obras y principalmente su diario
de viaje contienen muchos testimonios de la creciente intranquilidad política
en el seno de la aristocracia criolla, de cuyas filas surgirían los futuros
líderes de la Revolución. Las ideas de la revolución norteamericana de 1775 y
en especial las de la revolución francesa de 1789 habían enraizado profundamente,
despertando grandes expectativas.
Sin embargo, Humboldt no perdía de vista el
hecho fundamental, en la contradicción interna del proceso independentista, de
que esa aristocracia criolla lo que realmente tenía en vista era su propia
emancipación, su ascenso a clase políticamente dominante, y que no pensaba en
ningún tipo de revolución social que por sus resultados beneficiara a los
esclavos, los indios y las otras clases y capas sometidas. La independencia
debía construirse sobre la base de la situación social existente.
Si bien
Humboldt condenaba categóricamente la esclavitud y aprobaba con entusiasmo las
leyes referidas a su abolición, reconocía también que los legisladores criollos
no actuaban por exaltación filantrópica o por un cambio de opinión autocrítico,
sino bajo el imperio de las circunstancias, dado que los ejércitos
revolucionarios no hubieran podido completarse de otro modo: "La abolición
de la esclavitud se dio a conocer gradual o repentinamente en muchos países de
Hispanoamérica no tanto por sensibilidad y humanidad, como por asegurarse de
que brindara su apoyo una clase de hombres que lucha por su propio bien"
escribió en la obra ya mencionada.
Humboldt
no dejó de advertir que lo primero que los realistas hicieron fue desatar el furor
de los esclavos contra los terratenientes y dueños de minas criollos,
transformando así a la revolución en una jugada obligada de vida o muerte. Las
palabras entusiastas de Bolívar en 1816: ''¡He abolido la esclavitud!'', fueron
todavía durante décadas desmentidas por las circunstancias reales, y los proyectos
reformistas de gran alcance del libertador fracasaron ante su vista. El análisis
de Humboldt puso en claro que la contradicción interna de la revolución fue uno
de los elementos que actuó en forma decisiva como freno del proceso social de
la independencia.
Humboldt
dejó de lado todo eurocentrismo. Nunca se le ocurrió medir la situación de
Hispanoamérica que se liberaba con la vara de las normas y realidades de la
vieja Europa. Mientras los defensores de la Restauración se sintieron golpeados
por la ola de repúblicas recién fundadas, y trabajaban con solicitud diplomática
en los planes para monarquizar las rebeldes Centro y Sudamérica, Humboldt
escribía: "El bienestar creciente de una república no es insulto alguno
hacia los estados monárquicos".
En 1804,
al expresar Humboldt en París ciertas dudas acerca de una pronta independencia
de la América hispana, Bolívar le salió al paso: "Los pueblos, cuando
llega el momento en que sienten la necesidad de liberarse, son tan fuertes como
Dios". Humboldt se mostró por de pronto poco impresionado por la conducta
ostentosa de ese revolucionario proveniente de Caracas. No obstante, ambos
estuvieron ligados pronto por una sincera amistad. Desde el recuerdo, Humboldt
escribió: "Los hechos, el talento y la gloria de este gran hombre me
hicieron venerar los momentos de su exaltación cuando juntos asociamos nuestros
votos por la liberación de la América hispana" y admitió con franqueza no
haber reconocido a primera vista la vocación histórica de Bolívar; pronto,
abrazó su causa con más fuerza cuando éste pasó a ser "líder de una
cruzada americana". Enfrentó con decisión el pesimismo apocalíptico
fomentado por los monárquicos europeos, según el cual surgía en Centro y Sudamérica
un conglomerado de estados caracterizado por su anarquía, cuya simple
existencia representaba una amenaza para Europa: "Querer ver en el
creciente bienestar de cualquier otro paraje de nuestro planeta el derrumbe o
la decadencia de la vieja Europa es un prejuicio ateo".
Los
escritos y testimonios de Humboldt fueron para la prensa relativamente libre,
la fuente principal para pintar el más atractivo de los panoramas para los
nuevos horizontes de prosperidad. Incluso a los mismos agentes de reclutamiento
para el ejército de Bolívar, el Senado de Hamburgo les autorizó, si bien
secretamente, la estadía. Wilhelm von Humboldt (1767-1835), hermano de
Alexander, propuso ya en 1818, y en calidad de enviado prusiano en Londres, el
establecimiento de relaciones comerciales y diplomáticas con las repúblicas que
ya existían por entonces, a fin de restringir el acceso de los ingleses a los
nuevos mercados. Pero el gobierno prusiano no mostró la menor inclinación de
arriesgar en la "cuestión sudamericana" una ruptura con la Santa
Alianza.
A pesar de ellos y por imperio de las circunstancias fue debilitándose
esa posición. Metternich no se había repuesto aún de la proclamación de la
Doctrina Monroe (1823), con la que los Estados Unidos comunicaban su aspiración
de predominio, calificada por él a pesar de su lenguaje habitualmente medido
como "una desvergüenza enorme", cuando la Francia de los Borbones
estableció relaciones diplomáticas con los "jacobinos negros" de
Haití (1825). Este paso del gabinete de París fue para Humboldt un "acontecimiento
tan significativo como feliz".
Alexander
von Humboldt, nacido el 14 de septiembre de 1769 en el seno de una familia de
la nobleza prusiana, trabajó arduamente por la ciencia durante setenta años y
empleó su fortuna personal en viajes, publicaciones y en ayudar a otros
científicos jóvenes y de escasos recursos. A partir
de 1807 y hasta 1834 fue apareciendo, en treinta volúmenes, su grandiosa obra
relativa al viaje por América. Con casi noventa años de vida, falleció el 6 de
mayo de 1859 sin dejar descendientes y sus restos fueron sepultados en el
panteón de Tegel, cerca de su Berlín natal.