La
periodista, escritora y activista ambiental canadiense Naomi Klein (1970) es
una de las voces más prominentes del movimiento alter-globalización. Es autora
de obras como “No logo. Taking aim at the brand bullies” (No logo. El poder de las marcas), “Fences
and windows. Dispatches from the front lines of the globalization” (Vallas y
ventanas. Despachos
desde las trincheras del debate sobre la globalización), “The shock doctrine.
The rise of disaster capitalism” (La doctrina del shock. El auge del capitalismo
del desastre), “This changes everything. Capitalism vs. the climate” (Esto lo
cambia todo. El capitalismo contra el clima) y “No is not enough. Resisting shock politics and winning the world we need” (Decir no no
basta. Contra
las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos).
En su último libro titulado “On fire. “The (burning) case for a Green New Deal” (En llamas. Un enardecido argumento a favor de un Gran Acuerdo Ecológico) reunió artículos, crónicas y discursos en los que demuestra cómo la urgencia de la catástrofe ambiental requiere transformaciones económicas de gran alcance. Klein aporta información, datos y argumentos que enlazan la lucha climática con otras luchas. “El 20% más rico de la población mundial -afirma- es responsable del 70% de las emisiones globales. Pero los más pobres son los primeros y principales afectados por las consecuencias de estas emisiones, las cuales están obligando a desplazarse a cantidades cada vez más elevadas de personas. Un estudio del Banco Mundial publicado en 2018 estima que, para 2050, más de ciento cuarenta millones de personas del África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica se desplazarán a causa de las presiones del clima, una estimación que muchos consideran conservadora”. Este hecho va a producir -ya lo está haciendo- una sensación de agobio y resentimiento que agravará la crisis permanente en que vive el mundo desde aún antes de la irrupción del coronavirus. Klein señala que las condiciones generadas por un impacto en gran escala causado por una guerra, una catástrofe natural, una crisis económica o una pandemia, provocan, junto al agobio y resentimiento, un desconcierto que permite al gran capital reubicar sus piezas y avanzar con gran velocidad sobre lo que queda del “estado de bienestar” extendiendo sus tentáculos por el mundo entero. Esto, claro está, en la medida de que no se encuentre con otra forma de organización social que sea capaz de desmontar los engranajes de un capitalismo rapaz y de ofrecer un modelo de vida más acorde con la dignidad humana, que es justamente lo que propone Klein.
Para ella, el cambio climático plantea un ajuste de cuentas en el terreno que más disgusta a las mentes conservadoras: el de la distribución de la riqueza. Mientras desde los sectores más progresistas se propone la ejecución de una transferencia financiera y tecnológica hacia los países más pobres con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas por medio de una transición gestionada hacia otro paradigma económico, la derecha más acérrima niega rotundamente la realidad y habla de “ecocomunismo”, de “conspiración socialista”, y califica las exigencias sobre la financiación climática como un intento de “castigar” a los países más ricos por el “éxito” del capitalismo. “La atmósfera no es lo único que hemos explotado hasta sobrepasar su capacidad de recuperación. Estamos haciendo lo mismo con los océanos, el agua dulce, la capa superior del suelo y la biodiversidad. Lo que la crisis climática cuestiona es la mentalidad extractora y expansionista que durante tanto tiempo ha gobernado nuestra relación con la naturaleza” precisa Klein, quien lucha por una reestructuración rápida y justa que ponga fin al uso de combustibles fósiles y por terminar con el fundamentalismo del tan mentado “mercado”, con el objetivo de estructurar la economía pensando en las prioridades colectivas y no en la rentabilidad corporativa.
“Una crisis ecológica cuyas raíces se encuentran en el consumo excesivo de los recursos naturales no se puede abordar sólo desde la optimización de la eficiencia de las economías, sino que también depende de la reducción del volumen de objetos materiales que consumen el 20% de las personas más ricas del planeta -subraya Klein-. Pero esta idea es un anatema para las grandes corporaciones que dominan la economía global, que a su vez están controladas por inversores poco comprometidos que exigen unos beneficios más elevados años tras año. Así las cosas, nos encontramos atascados en un insostenible aprieto en el que o bien destruimos el sistema o destrozamos el planeta”. Y agrega: “Hay que imponer impuestos al carbón y a la especulación financiera; hay que subir los impuestos a las corporaciones y a los ricos; recortar los inflados presupuestos de los ejércitos y eliminar los absurdos subsidios para la industria de los combustibles fósiles (veinte mil millones de dólares al año sólo en Estados Unidos)”, y añade que de igual forma que se ha obligado a las tabacaleras a asumir los costos derivados de ayudar a la gente a dejar de fumar “ya es hora de que el principio ‘contaminador-pagador’ se aplique al cambio climático”.
Los científicos afirman que el mundo tiene que lograr el objetivo de reducir las emisiones netas a 0 para el año 2050. Por una cuestión de justicia, Klein afirma que en los países ricos -que han llegado a serlo contaminando de forma ilimitada- la descarbonización debe producirse con mayor rapidez a fin de que en los países más pobres, donde la mayoría de la población todavía carece de elementos tan básicos como el agua potable y la electricidad, la transición pueda ser más gradual. Para ella el cambio climático interpela a la humanidad. Con la misma certeza con la que se sabe que los glaciares se derriten y las capas de hielo se desintegran, postula que “la ideología de libre mercado se está desvaneciendo” y que en su lugar está surgiendo “una nueva visión de lo que la humanidad puede llegar a ser”.
Es por esa razón que en su última obra habla del “Green New Deal”, un gran acuerdo ecológico que posibilite una política climática transgresora que pueda abrir el camino a una sociedad más justa y más próspera. Lo que sigue es un resumen editado de las entrevistas que concediera a Justo Barranco y a Martina Putruele, publicadas el 18 de febrero y el 30 de abril del corriente año en los diarios “La Vanguardia” e “Infobae” respectivamente.
¿Quién ha sido el ganador del shock del
coronavirus?
Los
millonarios de las empresas tecnológicas. Llegaron a esta pandemia obscenamente
ricos y se han aprovechado extraordinariamente. Jeff Bezos el que más, y Google
ha realizado enormes avances en nuestras escuelas. Es la herencia del
neoliberalismo. El Estado estaba tan débil antes de la crisis que la ha hecho
peor y mortal, con hospitales y servicios sociales ya colapsados previamente, y
con la capacidad de producir vacunas dentro de nuestros países erosionada. Y
por esa debilidad muchas tecnológicas han podido entrar en escena, una
privatización por la puerta de atrás.
¿Silicon Valley es entonces el gran ganador?
Y las
farmacéuticas. Han logrado un gran negocio, miles de millones en dinero público
para investigar y desarrollar vacunas pero pese a que el público ha pagado por
ellas no las posee, están protegidas por propiedad intelectual. No tiene
sentido. La razón por la que hay patentes es por la inversión que las compañías
hacen, pero no la hicieron ellos, sino nosotros. Es la misma lógica neoliberal
que rechaza reclamar derechos públicos sobre lo que es esencial para mantener a
la gente viva.
¿Esta debilidad del Estado ha hecho que
Occidente gestione peor la crisis que otros lugares?
Los peores
brotes han tendido a estar en los sectores más desregulados, donde había muchos
trabajadores precarios de los que se abusaba, fueran granjas o almacenes de
Amazon. A lo que se han sumado hospitales públicos recortados en nombre de la
eficiencia porque cada cama vacía era vista como un fracaso. Ha habido
excepciones como Nueva Zelanda, que ha decidido desobedecer la lógica neoliberal
y cuidar a la gente. En Estados Unidos no, y eso ha alimentado la reacción
violenta, que tiene que ver con las compañías tecnológicas y la desinformación
viral pero que alcanzó ese volumen porque la gente se sentía desechada y hay
una comprensible sospecha sobre las grandes compañías y los billonarios. Todo
esto creó esa sopa tóxica en la que en Estados Unidos un número increíble de
gente no cree que la Covid sea real sino una conspiración de Bill Gates. Una
total amputación de la realidad.
Dice que el capitalismo no sirve contra la
crisis climática, que hay que cambiar el sistema operativo.
El cambio
no lo van a traer el mercado o los billonarios. Con el capitalismo hay un
choque entre la necesidad de un crecimiento económico sin fin y la crisis ecológica,
de la que el clima es una parte. Nuestro agotamiento del mundo natural es la
crisis central y necesitamos una economía mucho más considerada, que empiece
preguntando qué es necesario para tener una buena vida, respetando los ciclos
de regeneración del planeta. Cómo nos aseguramos de que todos tengan suficiente
dentro de los límites del planeta y construimos desde ahí.
¿Qué sería el “Green New Deal”? ¿Implica muchos
sacrificios?
Los
principios básicos de cualquier “Green New Deal” suponen seguir a la ciencia
climática para que el calentamiento del planeta no supere 1,5 grados. Y que lo
guíe la justicia: que la gente que hizo menos para crear esta crisis y están en
primera línea de sus efectos sean los primeros en recibir apoyo a la
transición, tanto dentro de los países ricos como en lo que los países ricos
deben a los del Sur. Otros principios son que los trabajadores de los sectores
altos en carbono no sean dejados atrás. Y ver en qué áreas podemos permitirnos
tener abundancia. No en el consumo derrochador pero sí en áreas donde hoy hay
escasez: salud, cuidado del hogar, de niños, de mayores, un sector bajo en
carbono. Debemos poner la energía en la recuperación post Covid no en uno sino
en miles de “green new deals” en cada sector, que los expertos de cada área
diseñen el suyo. Necesitamos una respuesta contra el cambio climático que tenga
justicia social, cree trabajos, repare injusticias y no le diga a la gente que
tiene que elegir entre alimentar a sus familias y preocuparse por el medioambiente.
¿Cómo se imagina la nueva normalidad?
Tengo fe
en cómo podríamos cambiar. Hay indicios de que existe una voluntad real de
aprovechar esta lección. Pero también está la fuerza de la normalidad, de las
empresas que vuelven a retomar su normal funcionamiento rápidamente. Y lo que
me gustaría ver es que salgamos de esta crisis decididos a cambiar las cosas
que nos hicieron tan vulnerables a esta crisis. El hecho de que estamos viendo
tantas enfermedades que pasan de los animales a los humanos es porque estamos
invadiendo sus hábitats con nuestra agricultura y no protegemos lo suficiente
la naturaleza. Por otro lado, creo que muchísimas sociedades no han invertido
en el cuidado de los sectores dedicados al cuidado de los demás. Los recortamos
después de años de austeridad. Personas que cuidan a otras personas, como
enfermeras, trabajos de cuidado a domicilio, cuidado de ancianos… Estos son
algunos de los trabajos peor pagados de nuestra sociedad. Y no tratamos a
nuestros mayores con cuidado. Creo que el Covid es un virus oportunista, como
todos los virus. Vio la debilidad en nuestra sociedad, la forma en la que
estábamos tratando con gran descuido a las personas, y ahí es donde más se ha
extendido. Sería bueno ver que cuando salgamos de esto tratemos a los
cuidadores de nuestra sociedad con mucho más cuidado. Esta es una parte de
nuestra economía en la que queremos invertir. Es una parte no extractiva de
nuestra sociedad y aumenta el bienestar mucho más que otras que consumen cada
vez más trabajo. También nos sentimos extremadamente abrumados por las demandas
de nuestro trabajo durante este período. Extrañamos el tiempo con amigos y en
la naturaleza. Así que me encantaría que uno de los cambios post Covid sea que
desaceleremos, para que tengamos tiempo para pasarlo con la familia, con los
amigos y en la naturaleza, porque eso es lo que realmente aumenta el bienestar.
Creo que la pandemia ha tenido un gran impacto mental en nuestra salud.
En su último libro titulado “On fire. “The (burning) case for a Green New Deal” (En llamas. Un enardecido argumento a favor de un Gran Acuerdo Ecológico) reunió artículos, crónicas y discursos en los que demuestra cómo la urgencia de la catástrofe ambiental requiere transformaciones económicas de gran alcance. Klein aporta información, datos y argumentos que enlazan la lucha climática con otras luchas. “El 20% más rico de la población mundial -afirma- es responsable del 70% de las emisiones globales. Pero los más pobres son los primeros y principales afectados por las consecuencias de estas emisiones, las cuales están obligando a desplazarse a cantidades cada vez más elevadas de personas. Un estudio del Banco Mundial publicado en 2018 estima que, para 2050, más de ciento cuarenta millones de personas del África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica se desplazarán a causa de las presiones del clima, una estimación que muchos consideran conservadora”. Este hecho va a producir -ya lo está haciendo- una sensación de agobio y resentimiento que agravará la crisis permanente en que vive el mundo desde aún antes de la irrupción del coronavirus. Klein señala que las condiciones generadas por un impacto en gran escala causado por una guerra, una catástrofe natural, una crisis económica o una pandemia, provocan, junto al agobio y resentimiento, un desconcierto que permite al gran capital reubicar sus piezas y avanzar con gran velocidad sobre lo que queda del “estado de bienestar” extendiendo sus tentáculos por el mundo entero. Esto, claro está, en la medida de que no se encuentre con otra forma de organización social que sea capaz de desmontar los engranajes de un capitalismo rapaz y de ofrecer un modelo de vida más acorde con la dignidad humana, que es justamente lo que propone Klein.
Para ella, el cambio climático plantea un ajuste de cuentas en el terreno que más disgusta a las mentes conservadoras: el de la distribución de la riqueza. Mientras desde los sectores más progresistas se propone la ejecución de una transferencia financiera y tecnológica hacia los países más pobres con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas por medio de una transición gestionada hacia otro paradigma económico, la derecha más acérrima niega rotundamente la realidad y habla de “ecocomunismo”, de “conspiración socialista”, y califica las exigencias sobre la financiación climática como un intento de “castigar” a los países más ricos por el “éxito” del capitalismo. “La atmósfera no es lo único que hemos explotado hasta sobrepasar su capacidad de recuperación. Estamos haciendo lo mismo con los océanos, el agua dulce, la capa superior del suelo y la biodiversidad. Lo que la crisis climática cuestiona es la mentalidad extractora y expansionista que durante tanto tiempo ha gobernado nuestra relación con la naturaleza” precisa Klein, quien lucha por una reestructuración rápida y justa que ponga fin al uso de combustibles fósiles y por terminar con el fundamentalismo del tan mentado “mercado”, con el objetivo de estructurar la economía pensando en las prioridades colectivas y no en la rentabilidad corporativa.
“Una crisis ecológica cuyas raíces se encuentran en el consumo excesivo de los recursos naturales no se puede abordar sólo desde la optimización de la eficiencia de las economías, sino que también depende de la reducción del volumen de objetos materiales que consumen el 20% de las personas más ricas del planeta -subraya Klein-. Pero esta idea es un anatema para las grandes corporaciones que dominan la economía global, que a su vez están controladas por inversores poco comprometidos que exigen unos beneficios más elevados años tras año. Así las cosas, nos encontramos atascados en un insostenible aprieto en el que o bien destruimos el sistema o destrozamos el planeta”. Y agrega: “Hay que imponer impuestos al carbón y a la especulación financiera; hay que subir los impuestos a las corporaciones y a los ricos; recortar los inflados presupuestos de los ejércitos y eliminar los absurdos subsidios para la industria de los combustibles fósiles (veinte mil millones de dólares al año sólo en Estados Unidos)”, y añade que de igual forma que se ha obligado a las tabacaleras a asumir los costos derivados de ayudar a la gente a dejar de fumar “ya es hora de que el principio ‘contaminador-pagador’ se aplique al cambio climático”.
Los científicos afirman que el mundo tiene que lograr el objetivo de reducir las emisiones netas a 0 para el año 2050. Por una cuestión de justicia, Klein afirma que en los países ricos -que han llegado a serlo contaminando de forma ilimitada- la descarbonización debe producirse con mayor rapidez a fin de que en los países más pobres, donde la mayoría de la población todavía carece de elementos tan básicos como el agua potable y la electricidad, la transición pueda ser más gradual. Para ella el cambio climático interpela a la humanidad. Con la misma certeza con la que se sabe que los glaciares se derriten y las capas de hielo se desintegran, postula que “la ideología de libre mercado se está desvaneciendo” y que en su lugar está surgiendo “una nueva visión de lo que la humanidad puede llegar a ser”.
Es por esa razón que en su última obra habla del “Green New Deal”, un gran acuerdo ecológico que posibilite una política climática transgresora que pueda abrir el camino a una sociedad más justa y más próspera. Lo que sigue es un resumen editado de las entrevistas que concediera a Justo Barranco y a Martina Putruele, publicadas el 18 de febrero y el 30 de abril del corriente año en los diarios “La Vanguardia” e “Infobae” respectivamente.
¿Cómo podría el “Green New Deal” ayudar a recuperarnos de la crisis del Covid y prevenir otros sucesos similares en el futuro?
En primer lugar, debe ser internacional, no puede haber una respuesta al cambio climático que enfrente a los países entre sí. Una de las grandes lecciones de la pandemia es que no puede haber una solución nacional a los problemas transnacionales. Si uno falla, todos fallan, y lo estamos viendo ahora mismo. Donde estoy, Columbia Británica (Canadá), es un epicentro de la variante brasileña. Nada de esta pandemia se puede contener, así que el nacionalismo de las vacunas, por ejemplo, no funciona. Además de monstruoso, no funciona. Y creo que pasa lo mismo con la respuesta a la crisis climática. Entonces, cuando hablo del “Green New Deal”, hablo de una respuesta internacional en la que los países ricos como los Estados Unidos -que han estado trabajando a escala industrial durante cientos de años- tienen que moverse más rápido que los países que son relativamente nuevos para contribuir de manera importante a la crisis climática. Y creo que si hay justicia, y los países ricos responden a la crisis, veremos movimientos más rápidos en todo el mundo, porque la injusticia nos frena, porque es una excusa para la inacción. Pero el “Green New Deal” es una inversión importante en la economía del cuidado: cuidado universal, educación, y en esa red de seguridad social que no ha estado presente durante esta crisis. El “Green New Deal” es el marco para crear puestos de trabajo, que necesitamos desesperadamente para salir de esta crisis. Hay que satisfacer las necesidades de la gente pero no volver a la normalidad. Necesitamos cambiar en respuesta a lo que está sucediendo. Lo normal es una crisis. Lo normal es lo que está produciendo esta crisis en serie, ya sea esta pandemia o incendios forestales. Tenemos que cambiar la normalidad.