12 de noviembre de 2024

La desgarradora situación actual de la Argentina (2/2)

En medio de la disminución sin signos de repunte del crecimiento del Producto Bruto Interno mundial, según el informe publicado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) a principios del corriente año, para la cual la economía mundial está “volando a velocidad de estancamiento” y los bancos centrales “dan prioridad a la estabilidad monetaria a corto plazo frente a la sostenibilidad financiera a largo plazo” -lo que implica una “continua desatención al aumento de la desigualdad”-, el presidente argentino con la ignominiosa complicidad de muchos senadores y diputados de la “oposición” más la sempiterna inoperancia de los jueces de la Corte Suprema de Justicia, prioriza el achicamiento del Estado y favorece la expoliación de los recursos naturales, la logística del transporte y la actividad industrial por parte de las grandes corporaciones multinacionales. Cerca de una veintena de ellas duplicaron su rentabilidad en un año mientras quebraron más de diez mil pequeñas y medianas industrias y se perdieron más de doscientos mil puestos de trabajo registrados en unidades productivas.
Hace poco más de tres siglos y medio atrás se publicaba póstumamente “Pensées” (Pensamientos), una recopilación de las numerosas notas que el filósofo y matemático francés Blaise Pascal (1623-1662) había escrito a durante su corta vida. Entre ellas podían leerse reflexiones como “no es necesario que el pueblo perciba la verdad de la usurpación. Introducida en otro tiempo sin razón, se ha vuelto razonable y conviene mostrarla como auténtica, eterna, y ocultar su comienzo si no se quiere que llegue rápidamente a su fin”. Y sobre los seres humanos pensaba que el egoísmo, el orgullo, la vanidad, la aversión a la verdad, la cobardía, el miedo eran muchas de sus condiciones. Tantos años después, estos adjetivos podrían aplicarse taxativamente a buena parte de la población argentina cuyas preferencias electorales oscilan entre el nacionalismo, el populismo o el liberalismo -todos, en mayor o menor medida, cleptócratas- mientras busca la manera de sobrevivir del modo que sea, cueste lo que cueste. Esto nos remite al personaje central de la novela “El farmer” del escritor argentino Andrés Rivera (1928-2016): “Demoré una vida en reconocer la más simple y pura de las verdades patrióticas: quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos”.
Mientras un discurso plagado de insultos, embustes e hipocresías busca ocultar que la Argentina tiene una de las inflaciones más altas del mundo, que más de la mitad de sus habitantes son pobres, que cada día un millón de niños y niñas se van a dormir sin cenar, que esa cifra se eleva a un millón y medio si se incluyen a aquellos que se saltean alguna de las comidas durante el día, que el empleo informal asciende al 50% y que el país está más que nunca esclavizado financiera y económicamente por una monstruosa deuda externa, el fenómeno de la corrupción es cada día más desmesurado, una aberración que además de enriquecer a los burócratas en lo individual tiene un efecto social profundamente perverso. Pero esto no parece ser tenido en cuenta por los argentinos, quienes lo toman como algo “natural” ya existen antecedentes desde la época de la colonización española y no son pocos los mandatarios que fueron denunciados en su momento por actos de corrupción.
Tenía razón el dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616) cuando allá por 1611 ponía en boca de Ariel, uno de los personajes de su tragicomedia “The tempest” (La tempestad): “El Infierno no existe. Todos los demonios están aquí”. Si el autor de obras inmortales como “Romeo and Juliet” (Romeo y Julieta), “The merchant of Venice” (El mercader de Venecia) o “A midsummer night's dream” (El sueño de una noche de verano) viviese hoy en Argentina, ante las frecuentes preguntas que suelen hacerse muchos analistas políticos, periodistas e incluso mucha gente común y corriente en cuanto a si el mandatario actual es un genio o un demente, un ecuánime o un mitómano, un reflexivo o un desenfrenado, un mesías o un diablo, seguramente elegiría como respuesta las segundas opciones de cada pregunta. Cuando el presidente, un vulgar predicador mesiánico, promete volver a convertir a la Argentina en una potencia mundial con sus medidas, vale la pena recordar al filósofo alemán Georg Lichtemberg (1742-1799), quien en una de sus sentencias que fueron publicadas mucho tiempo después de su fallecimiento bajo el título “Aphorismen” (Aforismos), manifestó: “Daría cualquier cosa por saber verdaderamente en provecho de quién se han realizado los actos que se proclama haber hecho por la patria”.


Es evidente que existía un hartazgo creciente con la política en una gran cantidad de argentinos que, sumidos en una sensación de fracaso colectivo, optaron por ensayar un salto al vacío en las últimas elecciones. Ante la continuidad de los privilegios de las elites gobernantes, algo que generó cada vez más irritación, buena parte de la sociedad votó por un personaje autoritario que, acompañado por funcionarios con funestos antecedentes, ni bien tomó el poder llevó adelante un recorte de los servicios públicos, una reducción de los subsidios a la energía y el transporte, la minimización de los planes sociales, la suspensión de las obras públicas, la cancelación del envío de alimentos a los comedores y merenderos comunitarios, un recorte a las políticas de género y derechos humanos, el desfinanciamiento y cierre de instituciones culturales, una política de manos libres para las fuerzas de seguridad, etc. etc. Y mientras prometía en sus discursos “sacar a patadas en el culo” a la “casta política”, a esos “ladrones que nos están arruinando la vida”, contrató a decenas de tuiteros y familiares de funcionarios, muchos de ellos sin experiencia ni estudios que respaldasen sus contrataciones, y a algunos miembros asociados al portal “La Derecha Diario”, a los que el Estado les paga suculentos salarios.
Y a todo esto, ¿qué hacen los partidos políticos de izquierda? ¿Están promoviendo una lucha vanguardista contra el sistema? No, de ninguna manera, ahí están, integrado al corrupto sistema político jugando con soltura el juego parlamentario. ¿Y los sindicatos?, ahí están también, siempre en manos de burócratas que, ocultándose tras discursos altisonantes, solapadamente promueven una política conciliatoria con el régimen con el fin de proteger sus privilegios. ¿No están ni los unos ni los otros buscando conformar una fuerza social con capacidad de establecer los gérmenes de un nuevo poder político en la sociedad, un poder alternativo al poder prevaleciente? Pues no, es más que evidente que las fuerzas de la izquierda tradicional y los sindicatos son claramente incapaces de organizar una oposición sólida contra el poder de las elites dominantes.
Habría que preguntarles a todos estos dirigentes si es muy utópico pretender una sociedad más justa en la que el diálogo y no el soliloquio actúe como fuente de comprensión, en la que los ciudadanos encuentren la felicidad en la humildad y la modestia, en la que se deje de despreciar los pobres o a quienes tienen otro color de piel, en la que se abandone la idea de la meritocracia como fundamento para la distribución de bienes y beneficios basada en el talento y el esfuerzo individual, en la que las personas dejen de estar regidas por el condicionamiento psicológico que imponen las redes sociales, en la que la solidaridad, la equidad y la justicia sustenten las relaciones sociales, tanto en el ámbito privado como en el público, en fin… ¿O todo esto no es más que una quimera dentro de lo efímero y fugaz de la vida? El escritor e historiador argentino Osvaldo Bayer (1927-2018) escribió en 1997 “Nuestra responsabilidad ante la utopía”, uno de los artículos que forman parte de “En camino al paraíso”. En él afirmó: “Así de sencillo es la utopía: sentarnos a discutir todo aquello que se nos impuso en nombre de la autoridad y la propiedad, que nos ha llevado a guerras, torturas, regímenes de esclavitud y a la absoluta obscenidad de las fortunas multimillonarias y su correlato de millones de hambrientos que mueren todos los años. Terminar con aquello pérfido de que ‘la política es el arte de lo posible’, sino que el único futuro está en la lucha por lo que se cree imposible. Eso es la utopía. Si logramos dar diez pasos de aproximación a ella, ya justificaremos nuestro viaje por la vida”.
Pero, dejando de lado estas divagaciones y volviendo a la realidad, resulta más que evidente que la política predominante en la Argentina está actuando a favor del sector financiero y vulnera la esfera productiva y la generación de empleo. Los resultados están a la vista de todos: se desplomó la venta y el consumo de alimentos y medicamentos, aumentó enormemente la cantidad de personas que viven a la intemperie en situación de calle, los contenedores con desperdicios de hortalizas y frutas del Mercado Central se convirtieron en una fuente de comida para muchas familias, se incrementó considerablemente el número de robos y hurtos, se intensificó de manera palpable a simple vista el mal humor social, se agravó el panorama para las economías regionales, se produjo una destrucción impactante del sector de la construcción, los salarios registrados cayeron en términos reales, la recesión es mucho más abrupta de lo que esperaba el dichoso mercado, la principal fuerza de la oposición sigue a la deriva sin aparecer, en fin, la crisis es profunda. Más si se tiene en cuenta que el presidente, según sus propias palabras, está librando una “batalla cultural” con el fin de presentar su visión de la política y la economía como algo natural, inevitable y beneficiosa para todos.


Y hablando de la lucha por la prevalencia de ciertos valores y normas en una sociedad, la llamada “batalla cultural”, no fue casual que el funesto jerarca que pretende desmantelar el Estado aceptase gustoso la invitación que le hiciera el líder del partido político español de ultraderecha Vox, Santiago Abascal (1976), a concurrir al acto “Europa Viva 24” que se realizó en el Palacio de Vistalegre de Madrid en mayo de este año con el propósito de lanzar la campaña a las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarían el mes siguiente. Ante la asistencia, tanto presencial como digital, de dirigentes de la ultraderecha europea e internacional como el primer ministro de Hungría Viktor Orbán (1963), el presidente de la American Conservative Union de Estadios Unidos Matt Schlapp (1967), la líder del partido francés Rassemblement National Marine Le Pen (1968), la dirigente del partido italiano Fratelli d'Italia Giorgia Meloni (1977) y el presidente de Chega!, el partido político portugués de extrema derecha, André Ventura (1983), entre otros, muy suelto de cuerpo el adalid libertario expresó: “En algún momento de la primera mitad del siglo XIX, la dirigencia política se enamoró del Estado, abandonó las ideas de la libertad y las reemplazó por la doctrina de la justicia social, que atenta directamente contra la libertad y la propiedad del individuo. Ahí comenzó el siglo de humillación argentina, cien años de decadencia en los que se rompieron, una y otra vez, todas las reglas básicas de la economía para sostener el afán de los políticos de gastar lo que no tenemos. Bajo el delirante pretexto de donde hay una necesidad nace un derecho, Argentina vivió permanentemente con déficit fiscal, con permanente crecimiento del gasto público”.
Y con total desvergüenza y oscurantismo concluyó su exposición: “Mientras el socialismo destruía la Argentina, el capitalismo del libre mercado, literalmente, salvaba al mundo. ¿Qué quiere decir esto? Que cuanto más avanzó el capitalismo, la riqueza se incrementó cada vez a mayor velocidad. Parece que no entienden que la justicia social siempre es injusta, porque implica un robo, porque implica un trato desigual frente a la ley. En todo caso, ahora que soy presidente, mi responsabilidad por librar la batalla cultural es, aún, mucho mayor, porque lo que hago y digo tiene un efecto más grande. Y dar la batalla cultural no es sólo moralmente correcto, sino que, además, es necesario para el éxito de cualquier programa de gobierno liberal o libertario, para que las políticas que implementen sean duraderas y para que en el futuro sean los propios ciudadanos lo que defiendan su libertad y no se dejen pisotear nuevamente por los socialistas”.
Más allá de que la Argentina a lo largo de sus más de doscientos años de historia nunca fue conducida por un gobierno socialista (los “zurdos de mierda”, como los califica el presidente libertario), semejantes conceptos se relacionan con el sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), quien afirmaba en sus “Quaderni del carcere” (Cuadernos de la cárcel) que la hegemonía cultural no debía percibirse como inevitable sino como una construcción artificial e instrumento de dominación de clase; o con el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002), quien en “La reproduction. Éléments pour une théorie du système d’enseignement” (La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza) llamó “violencia simbólica” al método utilizado por la clase dominante para que la dominación social fuese aceptada como válida y universal. Y claramente, ni Gramsci ni Bourdieu eran liberales o anarcocapitalistas, ni tampoco proponían conseguir esa preponderancia con violencia, tal como hace el presidente mandando a reprimir manifestaciones pacíficas con palazos, gas pimienta y balas de goma.
Ante estas circunstancias vale la pena recordar al escritor y filósofo francés Albert Camus (1913-1960) quien en su ensayo “Le mythe de Sisyphe” (El mito de Sísifo) hablaba sobre el carácter absurdo de la existencia en el mar de incongruencias en el que habitaban las personas, y consideraba que no había castigo más terrible que vivir en un mundo inútil y sin esperanza; o al psicólogo austríaco Sigmund Freud (1856-1939) cuando en su ensayo “Totem und tabu. Einige überinstimmungen im seelenleben der wilden und der neurotiker” (Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos) hablaba sobre la fragilidad humana para admitir la realidad, algo que en muchos argentinos parece ser una condición innata. Por algo hace casi un siglo atrás el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) en su novela “Los lanzallamas” enfatizaba: “En realidad, uno no sabe que pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches. Es evidente que en ambos casos ya es hora de cambiar: que los honestos reaccionen para que los corruptos dejen de gobernar”.

11 de noviembre de 2024

La desgarradora situación actual de la Argentina (1/2)

Allá por el último cuarto del siglo XVIII surgía en Alemania un movimiento literario llamado “Sturm und drang” (Tormenta e impulso) -nombre tomado de un drama escrito en 1776 por el escritor alemán Friedrich Maximilian Klinger (1752-1831)- que se oponía al Neoclasicismo francés y se constituyó en el precursor del Romanticismo. El principal miembro de ese movimiento fue Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), un dramaturgo, novelista y poeta alemán que se destacó principalmente por su novela “Die leiden des jungen Werther” (Las penas del joven Werther), su poema “Die braut von Korinth” (La novia de Corinto) y sobre todo por su drama “Faust” (Fausto). En él, su personaje principal afirmaba que el pueblo nunca percibía al Diablo aunque éste lo tuviese tomado por el cuello.
Valga esta sucinta introducción para conceptuar lo que ocurre con buena parte del pueblo argentino en la actualidad, cuando siendo gobernado por un presidente psicológicamente desequilibrado y sociópata que proclama ser anarcocapitalista -esto es una corriente del liberalismo que plantea el ideal de llegar a una sociedad capitalista sin Estado-, no hace más que sobrellevar como le sea posible su espantosa situación socio-económica. Inauditamente todavía hay quienes, a pesar de estar siendo “ahorcados” por un mandatario diabólico, creen que hay que tener paciencia, que ser tolerantes, que un cambio categórico era necesario, etc. etc. Por supuesto los representantes de las grandes corporaciones económico-financieras no dicen una sola palabra; al contrario, desde su privilegiada posición hacen grandiosos negocios y ven como sus patrimonios se engrosan cada día un poco más.
Con falacias, tergiversaciones, agravios, improperios, incoherencias y contradicciones, el funesto presidente libertario lleva adelante su campaña para eliminar al Estado de sus responsabilidades en cuanto a promover el bienestar, la prosperidad y la seguridad de los ciudadanos, y a garantizar el derecho a la salud, la educación y el trabajo. Para él, basándose en los conceptos vertidos por el fundador y principal teórico del anarcocapitalismo, el economista estadounidense Murray Rothbard (1926-1995) en su ensayo “The ethics of liberty” (La ética de la libertad), la provisión de esos servicios básicos deben ser proporcionados por empresas privadas ya que el Estado no es más que una organización sistemática de latrocinio.
También suele mencionar, en sus engorrosas conferencias dadas en términos poco entendibles para el común de la gente, a los economistas Carl Menger (1840-1921), Friedrich von Wieser (1851-1926), Ludwig von Mises (1881-1973) o Friedrich von Hayek (1899-1992), integrantes todos ellos de la llamada Escuela Austríaca, una corriente de pensamiento económico heterodoxo basada en las presuntas bondades del individualismo metodológico y del libre mercado. Según esta escuela, todos los individuos escogen libremente las alternativas que le proporcionan un mayor beneficio y la desregulación estatal de los mercados garantiza la creatividad, la innovación y los emprendimientos. Claro, en sus peroratas nada dice sobre la tajante influencia ejercida por los medios de comunicación -especialmente por las modernas redes sociales- sobre las opiniones y determinaciones de los individuos, ni tampoco sobre la falacia de que el libre comercio beneficia al conjunto de la sociedad ya que mejora la calidad de los bienes y servicios cuando en realidad lo que hace es concentrar la riqueza en pocas manos y acrecentar la desigualdad social.
No son pocas las evidencias que demuestran que el responsable del desarrollo industrial y económico de una nación es el Estado. Su fomento y protección de la industria nacional como política de Estado han sido los motores del desarrollo económico de países como Estados Unidos, China, Alemania, Japón y Francia, por citar sólo algunos ejemplos. Empíricamente se ha constatado que con el embuste del libre comercio siempre se benefician las grandes corporaciones tanto importadoras como exportadoras de materias primas y mercancías, y por supuesto la banca usurera cuyos mayores ejemplos son, a nivel global, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En la práctica, el libre mercado no garantiza el orden moral y equitativo de los recursos en una sociedad. Y en ello mucho tiene que ver la corrupción política, algo que en la Argentina es más que evidente dado que muchos de los dueños de los medios de producción y de las entidades financieras ocupan cargos públicos.
Hoy en día, de la mano del gobierno autoproclamado ultralibertario, parecen tener una gran vigencia aquellos conceptos que el clérigo anglicano y economista británico Thomas Malthus (1766-1834) desarrolló en “An essay on the principle of population” (Ensayo sobre el principio de la población), donde expresó que un hombre que nacía en un mundo ya ocupado, si sus padres no podían alimentarlo y si la sociedad no necesitaba su trabajo, no tenía ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento y estaba demás en el mundo. O sea, ese hombre era innecesario, sobraba. Si bien la población sobrante y la exclusión es un fenómeno global, esta suerte de malthusianismo práctico parece ocurrir en la Argentina con los jubilados y pensionados, con los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas, con los docentes y estudiantes de las universidades públicas, con los periodistas que critican la gestión del gobierno, con los profesionales de la salud pública, con las empleadas domésticas, con los pobres e indigentes…


En referencia a la educación pública el presidente ha manifestado con desvergüenza que le ha hecho muchísimo daño a la gente lavándole el cerebro al abordar “autores verdaderamente nefastos para la historia de la humanidad y en especial para Argentina”. Para él, el Estado no debe invertir en la formación trabajadores o profesionales ya que no se sabe si encontrarán puestos laborales para ejercer su carrera, por lo que esa inversión debe ser asumida por particulares. Evidentemente el piloso mandamás no leyó al filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), quien en su obra “Überlegungen zur bildung” (Reflexiones sobre la educación) aseveró que la educación era el instrumento para que las personas pudieran perfeccionar su naturaleza llevándola a su máximo desarrollo posible. Y el papel de las instituciones educativas era sacar a la luz las potencialidades que cada una tenía en su interior; no era solamente instruirla sino también moralizarla. O sea, para Kant la educación no solamente tenía como función la producción de cultura sino también la mejora de la humanidad. Tampoco habrá leído a Émile Durkheim (1858-1917), quien en “Éducation et sociologie” (Educación y sociología) sostuvo que la educación debía ser entendida como un proceso social que se desarrollaba en el tiempo y que estaba sujeto a cambios y transformaciones. No era un hecho aislado, sino que estaba en constante interacción con otros elementos de la sociedad como la economía, la política y la cultura. Por lo tanto, la educación no solo reflejaba la sociedad, sino que también contribuía a su formación y desarrollo.
Para el sociólogo, pedagogo y filósofo francés, la educación jugaba un papel fundamental en la construcción de la sociedad y en la formación de los individuos. La educación era un instrumento de socialización que permitía la transmisión de la cultura y de los valores de una generación a otra, a la vez que era un elemento clave para la cohesión social y para el mantenimiento del orden social. Para lograrlo, el Estado jugaba un importante rol como supervisor de la educación tanto de gestión pública como de gestión privada (esta última bajo la vigilancia neutral del Estado) ya que, dado que la educación tenía una función esencialmente social, el Estado no debía desinteresarse de ella. Esto no implicaba que el Estado monopolizase la enseñanza, ya que la iniciativa privada también podía aportar conocimientos; pero el hecho de que el Estado dejara abierta las puertas a la educación privada no significaba que ésta escapara a su control. Esa intervención del Estado en materia educativa no implicaba que las instituciones educativas se pusieran al servicio de un partido político ni de una ideología política determinada, pero era indispensable que la educación asegurase a los ciudadanos el respeto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los sentimientos democráticos. Y para que se pudiesen alcanzar esos objetivos era menester que la educación no quedase “a merced de la arbitrariedad de los particulares” si se quería conseguir una sociedad más igualitaria.
En cuanto a los ataques a los reporteros de los medios de prensa, muy en lo cierto estuvo el periodista argentino Jorge Fontevecchia (1955) cuando hace poco, siendo víctima de la hostilidad presidencial, se preguntó en su programa radial: “¿Por qué la derecha conservadora ha necesitado siempre atacar a la producción de conocimiento, a los intelectuales y hasta ha quemado libros? ¿Por qué los golpes militares en nuestro país siempre fueron contra las universidades, docentes y estudiantes?”. Y agregó: “La hegemonía de la extrema derecha en el poder no puede convivir con otros conocimientos que pongan en cuestión las afirmaciones de los gobernantes de esta ideología. Los ataques a científicos, estudiantes, docentes y periodistas exponen la característica recurrente de la agresión en este tipo de gestiones. El periodismo también es una fuente de conocimiento crítico y hoy puede cumplir una función fundamental en la promoción del debate y la defensa de la libertad de pensamiento y libre cruce de ideas. Tal vez sea esa la razón de porque el presidente ataca al periodismo tanto como a la universidad pública”.
Mientras tanto, el presidente argentino afirmaba con desparpajo en la última asamblea del Foro Económico Mundial -también llamado Foro de Davos- que “gracias al capitalismo de libre empresa, hoy el mundo se encuentra en su mejor momento. El mundo de hoy es más libre, más rico, más pacífico y más próspero que en ningún otro momento de nuestra historia. Esto es cierto para todo, pero mucho más para aquellos países libres donde respetan la libertad económica y los derechos de propiedad de los individuos”. Casi en simultáneo, la propia exdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional y actual presidenta del Banco Central Europeo Christine Lagarde (1956) advertía que el panorama económico “se está oscureciendo” y que las perspectivas de crecimiento económico “se orientan a la baja”. Y se preguntó: “¿Cómo podemos recuperar y mantener la confianza? Ante todo, asegurándonos de que el crecimiento sea más inclusivo y que las reglas del juego sean las mismas para todos, favoreciendo a la mayoría, y no solo a unos pocos; premiando una participación amplia frente al clientelismo limitado. Cuando logremos un capitalismo más inclusivo, lograremos un capitalismo más eficaz, y posiblemente más sostenible”. Si la señora Lagarde lo dice…


Sabido es que la fecundidad en los países más desarrollados no ha dejado de descender desde los años ’70 del siglo pasado. No por nada la ensayista francesa Viviane Forrester (1925-2013), versada analista del desempleo, la marginación, las desigualdades sociales y culturales en el sistema capitalista actual, afirmaba en 1996 en su ensayo “L'horreur économique” (El horror económico): “Vivimos en medio de una falacia descomunal, un mundo desaparecido que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales. Un mundo en el que nuestros conceptos del trabajo y por ende del desempleo carecen de contenido y en el cual millones de vidas son destruidas y sus destinos aniquilados. Se sigue manteniendo la idea de una sociedad caduca, a fin de que pase inadvertida una nueva forma de civilización en la que sólo un sector ínfimo, unos pocos, tendrá alguna función. Se dice que la extinción del trabajo es apenas coyuntural, cuando en realidad, por primera vez en la historia, el conjunto de los seres humanos es cada vez menos necesario”.
Por su parte, el historiador y doctor en Ciencias Políticas belga Éric Toussaint (1954), como portavoz de la red internacional del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas (CADTM), la cual contribuyó a fundar, aseguró hace poco más de un año que todos los indicadores de la economía global estaban “en rojo”, y se fundamentó en las siguientes señales: desaceleración económica muy fuerte sin que esto reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero y otros daños al medio ambiente; efectos dramáticos de la crisis ecológica y en particular en su dimensión climática; aumento muy fuerte de la deuda pública y privada; alta inflación y pérdida de poder de compra de las clases populares; trabajo precario en ascenso y caída del índice de desarrollo humano en numerosos países; explosión de las desigualdades con aumento colosal del patrimonio y de las rentas del 1% más rico; grave crisis alimentaria mundial y guerras en Europa, en Medio Oriente y en África; aumento de las formas autoritarias de ejercicio del gobierno con una represión cada vez más dura de las protestas y la marginación del poder legislativo; ataques a derechos humanos fundamentales como el derecho al aborto y políticas migratorias cada vez más restrictivas y mortíferas; éxitos electorales de la extrema derecha…
“El final del túnel no está a la vista -afirmó en una entrevista-. Lo peor está por venir: las burbujas especulativas pueden estallar en cualquier momento produciendo un empeoramiento brutal de la situación económica; pueden ocurrir incidentes bélicos aún más graves que hoy; los desastres climáticos y ambientales probablemente se agravarán; las crisis sanitarias no se superan, ni mucho menos; los gobiernos y los bancos centrales no toman ninguna medida pertinente a favor de una salida de la crisis favorable a la humanidad sino todo lo contrario; la concentración de las herramientas estratégicas de la producción y de las finanzas en manos de un número cada vez más restringido de grandes accionistas privados prosigue en los sectores de la energía, las industrias extractivas, el comercio de alimentos y otras materias primas, el sector farmacéutico, el sector bancario, etc.”.
Cuando se conoció el resultado de las elecciones presidenciales de Argentina, más de un centenar de economistas extranjeros publicaron una carta abierta en el diario británico “The Guardian” en la que advirtieron, tras asegurar que comprendían “el profundo deseo de estabilidad económica” de los argentinos que, si bien “las soluciones aparentemente simples pueden resultar atractivas, es probable que causen más devastación en el mundo real a corto plazo, al tiempo que reducen gravemente el espacio político a largo plazo. La visión económica de las propuestas libertarias aboga supuestamente por una mínima intervención en el mercado, pero en realidad se basa en gran medida en las políticas estatales para proteger a los que ya son económicamente poderosos”, enfatizaron los renombrados economistas.
El pronunciamiento fue firmado, entre otros, por el británico Ben Fine (1948), profesor de Economía en la School of Oriental and African Studies (Escuela de Estudios Orientales y Africanos) de la University of London; el economista serbio-estadounidense Branko Milanović (1953), autor del ensayo “Global inequality. A new approach for the age of globalization” (Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización); la economista india Jayati Ghosh (1955), exprofesora en la Javāharalāla Neharū Viśvavidyālaya (Universidad Jawaharlal Nehru), una universidad pública de investigación ubicada en Nueva Delhi, y actual profesora de Economía en la University of Massachusetts Amherst; la profesora de la New School for Social Research (Nueva Escuela de Investigación Social) de Nueva York, Teresa Ghilarducci (1957); y el economista francés Thomas Piketty (1971), director de la École d'Économie de Paris.
En conjunto, todos ellos premonitoriamente sentenciaron: “Como economistas de todo el mundo, partidarios de un desarrollo económico amplio en Argentina, estamos especialmente preocupados por el programa económico. Una reducción importante del gasto público aumentará los ya altos niveles de pobreza y desigualdad, y podría resultar en un aumento significativo de las tensiones sociales y los conflictos. Las políticas que puede impulsar el nuevo presidente pueden ser profundamente perjudiciales para Argentina y muy desafortunadas para todo el continente. No se trata sólo del caos social que podrían generar las posiciones de extrema derecha, sino también del caos económico que se derivaría de una disminución tanto de los ingresos públicos como del gasto público”.

1 de noviembre de 2024

Nicolás Guillén: "Yo no soy un hombre puro"

Nicolás Cristóbal Guillén Batista nació el 10 de julio de 1902 en Camagüey, capital de la provincia cubana del mismo nombre. Cuando terminó sus estudios de Bachillerato comenzó a publicar sus versos, colaborando en revistas como “Camagüey Gráfico”, de su ciudad natal, y “Orto”, de Manzanillo, publicación esta última en la que también colaboraron prestigiosos poetas como Amado Nervo (1870-1919), Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Gabriela Mistral (1889-1957), César Vallejo (1892-1938), Federico García Lorca
(1898-1936), Rafael Alberti (1902-1999) y Raúl Roa (1907-1982).
En 1922 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, carrera que, desencantado, pronto abandonó. De regreso a Camagüey, organizó y dirigió la revista “Lys” -que tuvo muy poca duración- y se desempeñó como corrector de pruebas y redactor en el diario “El Camagüeyano”. También fue empleado del Ayuntamiento de Camagüey hasta 1925, año en que regresó a La Habana y consiguió un empleo en la Secretaría de Gobernación. En la ciudad capital participó activamente en la vida cultural y política de protesta contra el gobierno autoritario del admirador confeso de Benito Mussolini (1883-1945), el militar, empresario y líder del Partido Liberal Gerardo Machado (1869-1939), lo cual implicó que sufriera varios arrestos.
Por entonces, mientras escribía numerosos poemas, fue tomando posiciones comprometidas y críticas sobre el desequilibrio social y económico de su país, aspectos éstos sumamente convulsionados que afectaban gravemente a los ciudadanos. En septiembre de 1933 se produjo un golpe militar liderado por el coronel Fulgencio Batista (1901-1973) con el amparo del Secretario de Estado de los Estados Unidos Cordell Hull (1871-1955) y el Embajador de los Estados Unidos en Cuba Benjamin Sumner Welles (1892-1961), y asumió la presidencia Ramón Grau San Martín (1881-1969) quien, en los años siguientes, intensificó la represión contra los movimientos socialistas. Guillén se incorporó al grupo de redacción de la revista “Mediodía” -la cual llegó a dirigir en 1937-, un medio que se ocupó no solo de lo literario y artístico sino también de la difícil situación del país, la crisis económica, las luchas obreras y estudiantiles, etc.
También en 1937 viajó a México para participar en un congreso organizado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios de México donde se relacionó con los artistas Diego Rivera (1886-1957) y David Alfaro Siqueiros (1896-1974); y luego, en plena Guerra Civil, viajó a España para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Barcelona, Madrid y Valencia. Allí se vinculó con escritores de la talla de Antonio Machado (1875-1939), Ilya Ehrenburg (1891-1967), Tristán Tzara (1896-1963), Ernest Hemingway (1899-1961), Rafael Alberti (1902-1999), Pablo Neruda (1904-1973), Miguel Hernández (1910-1942) y Octavio Paz (1914-1998).
Cuando regresó a Cuba ingresó en el Partido Comunista -en el que militó hasta su muerte-, dirigió la revista “Mediodía” y participó de los movimientos de vanguardia de los periódicos “Gaceta del Caribe” y “Revista Avance”. Por entonces su situación no era fácil, entre otras razones porque el Partido Comunista se hallaba en plena ilegalidad y por la enorme inestabilidad económica y política del país. En noviembre de 1945 inició una gira por América del Sur visitando Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Uruguay y Venezuela, durante la cual mantuvo conversaciones con artistas e intelectuales de la región y dictó varias conferencias. Luego, en 1951, participó en el World Peace Council (Consejo Mundial por la Paz), en Praga y en Viena, y al año siguiente viajó a la Unión Soviética, a la República Popular China y a Mongolia. De regreso a Cuba colaboró en el semanario “La última Hora” mientras el antes citado Fulgencio Batista daba un nuevo Golpe de Estado y asumía como “presidente provisional”, cargo desde el que suspendió el Congreso, suprimió las libertades políticas y el derecho de huelga y restableció la pena de muerte. Ante esas circunstancias, Guillén optó por el exilio ya que la situación se había vuelto insostenible para él.
Viajó entonces a Bruselas, Bucarest, Budapest, Praga, Sofía, Varsovia, Zurich y finalmente se estableció en París. En 1958 su pasaporte caducó y el consulado cubano en París se negó a renovárselo, por lo cual fue detenido e interrogado por la Office National d’Immigration (Oficina Nacional de Inmigración). Fue llevado a juicio y absuelto, pero a pesar de ello se le exigió abandonar el país. Fue el mencionado poeta español Rafael Alberti quien acudió en su auxilio y consiguió que el gobierno argentino le otorgase el visado del país. Viajó a la Argentina y ofreció conferencias en Buenos Aires, Corrientes, Rosario y Santa Fe mientras se publicaba uno de sus libros. Estando en el país austral se enteró del triunfo de la Revolución Cubana liderada por Fidel Castro (1926-2016) y Ernesto “Che” Guevara (1928-1967), por lo que regresó de inmediato a Cuba donde desempeñaría en los años siguientes distintos cargos, entre ellos la presidencia de la Unión de Escritores, un cargo que mantuvo hasta su fallecimiento.


En 1962, al cumplirse el 60º aniversario de su nacimiento, las instituciones culturales cubanas celebraron actos en su honor, incluyendo una exposición sobre su vida y su obra en la Biblioteca Nacional José Martí. Cinco años más tarde participó en el Encuentro de Escritores organizado por la Casa de las Américas con motivo del centenario del poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) y ese mismo año fue invitado a participar en el Congreso Internacional del Pen Club realizado en Costa de Marfil, África. Al año siguiente participó en los actos conmemorativos del centenario del escritor ruso Máximo Gorki (1868-1936) celebrados en Moscú, la capital de la Unión Soviética, donde también recibió un homenaje en la Dom Druzhby s Narodami Zarubezhnykh Stran (Casa de la Amistad con los Pueblos de Países Extranjeros).
En 1970 organizó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) distintas actividades para celebrar el centenario del natalicio del líder de la Revolución de Octubre Vladímir Lenin (1870-1924), y luego asistió en Santiago de Chile a la toma de posesión de la presidencia de Salvador Allende (1908-1973). En 1975 viajó a Gran Bretaña invitado por el Arts Council (Consejo de las Artes) y participó en el Festival de Poesía Internacional leyendo algunos de sus poemas en la University of London (Universidad de Londres) y en la University of Bristol (Universidad de Bristol). Luego, en 1977, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Université de Bordeaux (Universidad de Burdeos) de Francia. En 1983 recibió el Premio Nacional de Literatura, y desde entonces se sucedieron las ediciones y nuevas recopilaciones de sus obras.
Guillén había iniciado su producción literaria en el ámbito del posmodernismo para afianzarla en el de las experiencias vanguardistas de los años ‘20, en cuyo contexto se convirtió pronto en el representante más destacado de la tendencia surgida en torno a 1930 en las Antillas, conocida como poesía negra o afroantillana (“mulata”, como prefería llamarla él). De su vasta obra poética, distinguida siempre por su implicación en el contexto social y político de su país, pueden mencionarse “Poemas de transición (1927)”, “Cerebro y corazón” (1928), “Motivos de son” (1930), “Sóngoro cosongo” (1931), “Poemas mulatos” (1931), “España. Poema en cuatro angustias y una esperanza” (1937), “Cantos para soldados y sones para turistas” (1937), “El son entero” (1947), “Elegías” (1948), “Las coplas de Juan Descalzo” (1951), “La paloma de vuelo popular” (1958), “¿Puedes?” (1960), “Tengo” (1964), “Poemas de amor” (1964), “En algún sitio de la primavera” (1966), “El gran zoo” (1967), “Cuatro canciones para el Che” (1969), “La rueda dentada” (1972), “El diario que a diario” (1972), “Por el mar de las Antillas anda un barco de papel. Poemas para niños mayores de edad” (1978) y “Sol de domingo” (1982). En “Prosa de prisa” (1975) se recogieron sus trabajos periodísticos.
En 1982, la (UNEAC), declaró que Nicolás Guillén “significa el más alto ejemplo actual de vida y obra creadoras, que por su fidelidad inquebrantable a la tradición patriótica y revolucionaria de la cultura cubana, ha sido capaz de expresar con vigoroso genio artístico, la sensibilidad, el carácter, el proceso histórico y el espíritu combativo de un pueblo, de un ámbito geográfico y de una época”. En 1983 recibió el Premio Mundial de Poesía Asan, otorgado por Asan Memorial Association de Kerala, India, y dos años después el Ayuntamiento de Fuentevaqueros, pueblo natal del citado García Lorca, ubicado en la parte occidental de la comarca de la Vega de Granada, en la provincia de Granada, comunidad autónoma de Andalucía, le puso el nombre de Nicolás Guillén a una de sus calles.
Tras una larga enfermedad, Nicolás Guillén falleció en La Habana el 16 de julio de 1989. Sus últimos años fueron muy complicados en materia de salud: arteriosclerosis, mal de Parkinson, varios infartos e incluso unos días antes de fallecer le fue amputada la pierna izquierda. En reconocimiento a su obra literaria y su actividad política, el Consejo de Estado cubano decretó dos días de duelo nacional. Las exequias se realizaron al pie del monumento a José Martí ubicado en la Plaza de la Revolución, un espacio público emplazado en la intersección de las avenidas Paseo y Rancho Boyeros, cerca del Palacio Presidencial. En 2019 se inauguró una estatua de tamaño natural en la Plaza de los Trabajadores de Camagüey, su ciudad natal, y otro tanto se hizo en 2022 en la Alameda de Paula, un paseo marítimo ubicado en la bahía de La Habana.
Cinco años después de su deceso se fundó en La Habana la Fundación Nicolás Guillén. Con filiales en las provincias de Camagüey, Ciego de Ávila, Las Tunas, Matanzas y Santiago, y también en la provincia de San Cristóbal de República Dominicana, su intención fue y es la de preservar y difundir su trabajo promoviendo eventos, publicaciones y actividades para mantener viva su memoria y su contribución a la cultura y la literatura. En ese sentido, el pasado mes de julio se realizó las provincias de La Habana, Ciego de Ávila y Camagüey la Jornada Guilleneana con el propósito de mantener vivo el legado literario y social del escritor, evento que incluyó presentaciones de poemarios y libros, así como el Festival de la Poesía Sóngoro Cosongo, además de conversatorios, visitas a hogares de ancianos y presentaciones artísticas.


El escritor, crítico literario y profesor argentino David Viñas (1927-2011) consideró alguna vez que la escritura era una extensión del propio cuerpo y, por lo tanto, escribir era también poner el cuerpo, dar la cara. Evidentemente en Guillén la escritura le sirvió para comprometerse política y socialmente, alzando su voz contra la discriminación y las injusticias, y planteando sus criterios y opiniones en una clara relación entre la ética y la estética mediante la ironía y la memoria histórica. Los poemas siguientes son una muestra en concordancia con esos criterios:
 
BURGUESES
No me dan pena los burgueses vencidos.
Y cuando pienso que van a darme pena,
aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos.
Pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas.
Pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes.
Pienso en mis largos días sin camisa ni sueños.
Pienso en mis largos días con mi piel prohibida.
Pienso en mis largos días.
—No pase, por favor. Esto es un club.
—La nómina está llena.
—No hay pieza en el hotel.
—El señor ha salido.
—Se busca una muchacha.
—Fraude en las elecciones.
—Gran baile para ciegos.
—Cayó el Premio Mayor en Santa Clara.
—Tómbola para huérfanos.
—El caballero está en París.
—La señora marquesa no recibe.
En fin, que todo lo recuerdo.
Y como todo lo recuerdo,
¿qué carajo me pide usted que haga?
Pero además, pregúnteles.
Estoy seguro
de que también recuerdan ellos.
 
DIGO QUE YO NO SOY UN HOMBRE PURO
Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas
falta saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario.
O posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro,
yo no te digo eso, sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres, naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas,
y garbanzos y chorizos, y
huevos, pollos, carneros, pavos,
pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo,
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado,
donde abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho,
y dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza de quien
no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.
Punto, fecha y firma. Así lo dejo escrito.
 

La poetisa, dramaturga, ensayista y traductora cubana Nancy Morejón (1944), autora de los ensayos “Nicolás Guillén: su poesía negra”, “Nicolás Guillen: su poesía social” y “Nación y mestizaje en Nicolás Guillén”, publicó en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes un artículo titulado “Introducción a la obra de Nicolás de Guillén”. En él puede leerse: “La obra de Nicolás Guillén ha generado una copiosa bibliografía crítica, en la mayoría de los casos exaltada y elogiosa, no exenta de mejores intenciones así como de equívocos. En reiteradas ocasiones, nos hallaremos ante una crítica impresionista, aunque objetiva por momentos. Las discrepancias que han resultado de ella, se refieren a la ubicación del poeta en las diversas nomenclaturas que la moderna historia literaria ha empleado para definir movimientos como el llamado ‘negrismo’ (‘afrocubanismo’, ‘mulatismo’, etc.), o la negritud; o para censurar la presencia de conceptos políticos en su poesía. Es obvio que este tipo de consideraciones prevalece en la crítica literaria de franca o extrema derecha, y con algún que otro atenuante, hasta en ‘librepensadores’. Lo que se detracta es una de las líneas más ricas y sagaces de Guillén: su antiimperialismo y sus ideas políticas puestas al servicio de las clases oprimidas y en favor de la revolución proletaria mundial; o bien para destacar las claras relaciones contextuales de la poesía de Guillén con las distintas civilizaciones africanas”.
Por su parte el ensayista, poeta, profesor, editor y coordinador de encuentros literarios Juan Nicolás Padrón Barquín (1950) publicó en la revista digital “Lectámbulos” el artículo “Guillén: humor diverso y memoria histórica”, en el cual destacó que Guillén “logró lo que ningún poeta cubano había conseguido en la modernidad del siglo XX: integrar elementos esenciales de la cultura cubana en poemas que la representaran como nación. Se enfatizaron en la promoción los matices políticos e ideológicos de su obra, pero él tuvo siempre presentes otros factores de cubanía y cubanidad, en el humor -no solo mediante la sátira política, sino a través de la ironía socarrona del costumbrismo- y la memoria histórica, infiltrada tanto de manera indirecta, hábil e insinuada, como en rasgos del melodrama, sin temor a convertirla en superficial”.