26 de febrero de 2008
Los avatares del matrimonio
Dice la Iglesia Católica que en la vida del varón y de la mujer se da un momento en que, normalmente, brota el amor. Llevados de ese amor deciden entrar en una comunión estable de vida y formar una familia. A esta decisión y compromiso se llama matrimonio.
En lo que respecta a ésto, la Iglesia es muy clara en sus conceptos al decir, por ejemplo, que Dios -que es amor y creó al hombre por amor- lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, "de manera que ya no son dos -dice la Biblia- sino una sola carne" (Mateo 19, 6). Al bendecirlos, Dios les dijo: "Creced y multiplicaos" (Génesis 1, 28). También dice la Iglesia que la alianza matrimonial del hombre y la mujer, fundada y estructurada con las leyes propias dadas por el Creador, está ordenada por su propia naturaleza a la comunión y al bien de los cónyuges, y a la procreación y educación de los hijos. Jesús enseña que, según el designio original divino, la unión matrimonial es indisoluble: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Marcos 10, 9).
Según la Iglesia, a causa del primer pecado, que ha provocado también la ruptura de la comunión del hombre y de la mujer -donada por el Creador- la unión matrimonial está muy frecuentemente amenazada por la discordia y la infidelidad. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, da al hombre y a la mujer su gracia para realizar la unión de sus vidas según el designio divino original. Dios ayuda a su pueblo a madurar progresivamente en la conciencia de la unidad e indisolubilidad del matrimonio, sobre todo mediante la pedagogía de la Ley. Jesucristo no sólo restablece el orden original del matrimonio querido por Dios, sino que otorga la gracia para vivirlo en su nueva dignidad de sacramento, que es el signo del amor esponsal hacia la Iglesia: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo ama a la Iglesia" (Efesios 5, 25).
Para la Iglesia Católica, el matrimonio no es una obligación para todos. En particular, Dios llama a algunos hombres y mujeres a seguir a Jesús por el camino de la virginidad o del celibato por el Reino de los cielos; éstos renuncian al gran bien del Matrimonio para ocupase de las cosas del Señor tratando de agradarle, y se convierten en signo de la primacía absoluta del amor de Cristo y de la ardiente esperanza de su vuelta gloriosa. Dado que el Matrimonio constituye a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, su celebración litúrgica es pública, en presencia del sacerdote y de otros testigos.
El consentimiento matrimonial es la voluntad, expresada por un hombre y una mujer, de entregarse mutua y definitivamente, con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo. Puesto que el consentimiento hace el matrimonio, resulta indispensable e insustituible. Para que el matrimonio sea válido el consentimiento debe tener como objeto el verdadero matrimonio, y ser un acto humano, consciente y libre, no determinado por la violencia o la coacción. Para ser lícitos, los matrimonios mixtos (entre católico y bautizado no católico) necesitan la licencia de la autoridad eclesiástica. Los matrimonios con disparidad de culto (entre un católico y un no bautizado), para ser válidos necesitan una dispensa. En todo caso, es esencial que los cónyuges no excluyan la aceptación de los fines y las propiedades esenciales del Matrimonio, y que el cónyuge católico confirme el compromiso, conocido también por el otro cónyuge, de conservar la fe y asegurar el Bautismo y la educación católica de los hijos. El sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Por tanto, el matrimonio consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. Por otra parte, este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para alcanzar la santidad en la vida conyugal y acoger y educar responsablemente a los hijos.
Los pecados gravemente contrarios al sacramento del Matrimonio son los siguientes: el adulterio, la poligamia, en cuanto contradice la idéntica dignidad entre el hombre y la mujer y la unidad y exclusividad del amor conyugal; el rechazo de la fecundidad, que priva a la vida conyugal del don de los hijos; y el divorcio, que contradice la indisolubilidad. La Iglesia admite la separación física de los esposos cuando la cohabitación entre ellos se ha hecho, por diversas razones, prácticamente imposible, aunque procura su reconciliación. Pero éstos, mientras viva el otro cónyuge, no son libres para contraer una nueva unión, a menos que el matrimonio entre ellos sea nulo y, como tal, declarado por la autoridad eclesiástica.
Fiel al Señor, la Iglesia no puede reconocer como matrimonio la unión de divorciados vueltos a casar civilmente. "Quien repudie a su mujer y se case con otra -dice la Biblia- comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Marcos 10, 11-12). Hacia ellos la Iglesia muestra una atenta solicitud, invitándoles a una vida de fe, a la oración, a las obras de caridad y a la educación cristiana de los hijos; pero no pueden recibir la absolución sacramental, acercarse a la comunión eucarística ni ejercer ciertas responsabilidades eclesiales, mientras dure tal situación, que contrasta objetivamente con la ley de Dios. Todos estos conceptos enseña la Iglesia Católica, y es de suponer que, al menos 80.000.000 de norteamericanos los siguen fielmente. Pero, parece que la bonanza de la riqueza generada por una economía floreciente (para algunos), ha creado más y más millonarios y con ello mayores oportunidades para los buscadores de tesoros matrimoniales de ambos sexos.
Alguien dijo -con gran sentido del humor, por cierto- que así como el patrimonio es la suma de todos los bienes, el matrimonio es la suma de todos los males. Esto parece no importarle a los estadounidenses acaudalados, para quienes casarse por dinero se ha vuelto un deporte popular, buscando -tal vez- amalgamar ambas cosas. Hace unos meses hubo un gran revuelo en Estados Unidos cuando una veinteañera de Nueva York, que se describía a sí misma como "espectacularmente hermosa", colocó un anuncio en un sitio Web de avisos clasificados diciendo que buscaba un hombre que ganara al menos U$S 500.000 al año. La mujer, que no aclaró si era o no católica, dijo que trató de estar con hombres que ganaban U$S 250.000, pero que eso no bastaba para llevarla al Central Park West (uno de los barrios más acaudalados de Manhattan). El anuncio provocó variadas respuestas; la más original -posiblemente- sea la de un banquero de inversión que le contestó que su dinero crecería con el tiempo pero que la belleza de la joven se marchitaría con el pasar de los años, por lo que la oferta no tenía sentido económico. Ella era -dijo el banquero- un activo en depreciación.
Según un sondeo de la consultora "Prince & Associates", el precio promedio que hoy en día exigen los hombres y las mujeres de Estados Unidos para casarse por dinero es de U$S 1.500.000. La firma encuestó a 1.134 personas en todo Estados Unidos con ingresos que van desde los U$S 30.000 a los U$S 60.000 al año (que es, a grandes rasgos, el ingreso promedio de los estadounidenses). La pregunta era: ¿Cuán dispuesto está a casarse con una persona de apariencia promedio que a usted le gusta si ésta tiene mucho dinero? Un contundente 66% de las mujeres y el 50% de los hombres contestó que estarían "muy" o "extremadamente" dispuestos a casarse por dinero. Las respuestas variaron según la edad. Las mujeres de treinta años eran las más dispuestas a casarse por dinero (74%) mientras que los hombres de veinte eran los menos dispuestos (41%). La misma encuesta asegura que el dinero anima a las personas a decir que sí: "Es más probable que una pareja se case cuando tienen dinero y cuando el hombre es económicamente estable", dice.
No sólo son las mujeres las que tienen el impulso de buscar hombres con dinero para casarse. Según el estudio de "Prince & Associates", el 61% de los hombres de cuarenta años dijeron que se casarían por dinero. Se acota que, a medida que los hombres envejecen, aceptan más la idea de que las mujeres sean las proveedoras económicas. El precio matrimonial varía por edad y sexo. Al preguntarles a las mujeres de veinte que cuán grande debería ser el patrimonio del hombre para que estén dispuestas a casarse, el promedio fue de U$S 2.500.000. Esta cifra baja a U$S 1.100.000 para las mujeres de treinta y vuelve a subir a U$S 2.200.000 para las que están viviendo su cuarta década. En cuanto al patrimonio de la mujer buscada para esta modalidad de matrimonio, los hombres de veinte pidieron U$S 1.000.000 y los de cuarenta U$S 1.400.000. Según el "Wall Street Journal", -que publica los datos antes mencionados- las cifras para los hombres son más bajas porque se sentirían amenazados por mujeres que valen varios millones de dólares. "Los hombres no dicen que quieren U$S 10.000.000 porque no se sentirían cómodos con una mujer que vale tanto más que ellos", dice el diario norteamericano.
El escritor inglés Thomas Hardy (1840-1928) decía que "el matrimonio empìeza con amados fieles y termina con perplejidad". Si esto sucediese, es decir, que el matrimonio no funcione, existe -por supuesto y muy a pesar de la Iglesia Católica- la posibilidad del divorcio. Entre las mujeres de veinte años que dijeron que se casarían por dinero, el 71% afirmó que esperaban divorciarse más adelante, la tasa más alta en toda la encuesta. Sólo el 27% de los hombres de cuarenta años anticipaba un divorcio con una mujer con la cual se casarían por dinero. Lejanos parecen haber quedado los días en que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) escribía: "Es evidente que, por naturaleza, la mujer está destinada a obedecer, y prueba de ello es que la que está colocada en ese estado de independencia absoluta, contrario a su naturaleza, se enreda en seguida, no importa con qué hombre, por quien se deja dirigir y dominar, porque necesita un amo. Si es joven, toma un amante; si es vieja, un confesor. El matrimonio es una celada que nos tiende la Naturaleza". Más allá de la condición económica de los cónyuges, lo más acertado parece seguir siendo lo expresado por el ensayista francés Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592): "El mejor matrimonio sería aquel que reuniese una mujer ciega con un marido sordo".
25 de febrero de 2008
Exabruptos, confidencias y revelaciones (IX)


Presidente de U.S.A. (1983)

Presidente del Estado Mayor Conjunto de U.S.A. (1991)


General de Brigada del Ejército de U.S.A. (1999)

Analista de la CIA (1999)



Secretario de Defensa de U.S.A. ( 2004):
"Lo de la cárcel de Abu Ghraib no es tortura, es abuso".
24 de febrero de 2008
Los escalones de John Buchan

Estudió en la Universidad de Glasgow, pasando luego a Oxford, donde ganó altas distinciones académicas. Comparativamente a su éxito como escritor, fue como abogado que ganó gran renombre. Luego de un corto periodo pasado en Sudáfrica, se inició en el negocio de editor literario como socio de la firma de su amigo, el diplomático y escritor norteamericano Thomas Nelson (1853-1922). En 1911, fue electo miembro del Parlamento Británico y sirvió en diferentes cargos de responsabilidad durante la Primera Guerra Mundial, para retornar a la Cámara de los Comunes en 1927, hasta que, en 1935, fue designado Gobernador General del Canadá.
Escribió novelas de aventura, cuentos cortos y biografías. En 1914, al estallar la guerra, creó a su personaje más popular -Richard Hannay- cuando, postrado en su lecho de enfermo a causa de un accidente, trató de distraer su mente para alejarse del deprimente pensamiento de estar incapacitado.

Entre sus obras de ficción se destacan: "The path of the King" (La ruta del Rey, 1921), "The three hostages" (Los tres rehenes, 1924), "The courts of the morning" (Los tribunales del amanecer, 1929), "House of the four winds" (La casa de los cuatro vientos, 1937), "Pilgrim's way" (El camino de los peregrinos, 1940) y "Lake of gold" (Lago de oro, 1941) entre muchísimas otras. En cuanto a sus biografías, las más célebres son: "Sir Walter Raleigh" (1897), "Sir Walter Scott" (1911), "Julius Caesar" (1932), "Oliver Cromwell" (1934) y "Augustus" (1937).
También se destacó como historiador en "The Battle of Jutland" (La batalla de Jutland, 1916), "Episodes of the Great War" (Episodios de la Gran Guerra, 1936) y "The history of the First World War" (La historia de la Primera Guerra Mundial, 1922).
Pero, sin ninguna duda, la obra por la cual más se lo conoce es "The thirty nine steps" (Los 39 escalones) de 1915, en la que su personaje Richard Hannay, al llegar a su departamento en Londres, se encuentra con un hombrecillo que le pide ayuda. Al acceder, se verá envuelto en un asesinato y más adelante en una intriga de carácter internacional relacionada con el desarrollo de la Guerra Mundial.

Lo que hizo que esta novela alcanzara gran notoriedad fue que Alfred Hitchcock la llevara al cine en 1935 con Robert Donat y Madeleine Carroll como protagoniostas principales. En la historia filmada por el genial director inglés, la trama varía un poco del original, pero de todos modos, Hitchcock logró una notable puesta en escena con un excelente uso de la cámara, haciendo planos sutiles y descriptivos en ocasiones, y en otras, planos-secuencia majestuosos, dotando al film del ritmo frenético tan habitual en sus películas.
El 6 de febrero de 1940, mientras se afeitaba, Buchan sufrió un infarto cerebral que lo llevó a la muerte cinco días después en Montreal (Canadá). Por entonces, el film de Hitchcock ya iba en camino a convertirse en una de sus obras más aclamadas, hasta llegar al 4º lugar del ranking de las mejores películas inglesas según el Instituto Británico de Cine (BFI) y a ser considerada por la crítica especializada internacional como una de los veinte films más grandiosos de todos los tiempos.
Homero Manzi, poeta y militante político

Homero Nicolás Manzione Prestera nació el 1° de noviembre de 1907 en Añatuya, Santiago del Estero, provincia en la que vivió su infancia. Luego viajó a Buenos Aires con su familia y comenzó a estudiar en una escuela del barrio de Nueva Pompeya.

Los Manzione eran radicales; inclusive tíos suyos ejercieron cargos provinciales de importancia en Santiago del Estero. Por eso no extraña que a los 17 años comenzara a interesarse por la política, abriendo un ateneo de la Unión Cívica Radical. Dos años más tarde ingresó a la Facultad de Derecho, en la que los estudiantes que adherían a la Reforma Universitaria nacida en las aulas cordobesas unos años antes (y cuyos ecos sacudieron a toda Latinoamérica, en especial Perú y México) postulaban la autonomía, el cogobierno, concursos para designar a los mejores profesores, la gratuidad de los cursos y la investigación como misión universitaria.
"Fueron días difíciles en los claustros -dice su biógrafo, el poeta y ensayista Horacio Salas, en "Conspirador y militante" (Revista Nómada, 2007)-.

Manzi integraba el Centro de Izquierda Reformista junto al futuro ensayista y escritor Arturo Jauretche (1901-1974). Esta agrupación combatía la contrarreforma que era alentada por los profesores conservadores. En 1930, lideró a punta de pistola la ocupación de la Facultad de Derecho en repudio al golpe militar del 6 de septiembre que derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen (1852-1933), actitud que le valió la expulsión de dicha facultad.
Por esos días, Manzi publicó su poema "42 versos a la Facultad de Derecho" en el que sintetizó el espíritu estudiantil:

Poeta por naturaleza, comenzó a escribir tangos, valses y milongas, y de a poco empezó a ser conocido dentro de los círculos relacionados con esa industria naciente. También comenzó su prolífica labor como guionista de cine y su actividad en radio.


23 de febrero de 2008
El eterno Max Ernst

Sus lecturas de adolescente, y luego de estudiante en la universidad de Bonn -donde estudió filosofía y psiquiatría-, lo llenaron de romanticismo y metafísica. Pasó sin transición de las novelas de aventuras de Karl May (1842-1912) y las policiales de Peter Cheyney (1896-1951) a los ensayos del filósofo solipsista Max Stirner (1806-1856): "Todo el surrealismo estaba allí", afirmó muchas veces.
La Primera Guerra Mundial frenó ese buen comienzo, ya que se alistó en el ejército alemán: "El 1º de agosto de 1914 murió Max Ernst. Resucitó el 11 de noviembre de 1918 como un muchacho joven que aspiraba a convertirse en el mito de su propio tiempo", dijo mucho después.

"La empresa era amplia -explica su biógrafo Patrick Waldberg (1913-1985)- pero estaba a la altura del aprendiz de brujo que, apenas devuelto a la vida civil, volvió a hacer de las suyas. Después del armisticio, el teniente de artillería Ernst abandonó a los Húsares de la Muerte, sus compañeros de armas, para convertirse en el líder del dadaísmo en Colonia".
Junto con Hans Arp (1886-1966) y Johannes Baargeld (1891-1927) organizó en 1920, un escándalo sin precedentes en los anales de la vida renana: una exposición dadá en la cervecería Winter. Fue una exposición de objetos y relieves dadaístas en un café; la entrada se hacía por el baño y el discurso de la inauguración fue reemplazado por un recital de poemas obscenos dichos por una modelo disfrazada de monja. Esto fue demasiado para su padre, el venerable maestro de escuela Philippe Ernst: "Te echo y te maldigo" fueron las últimas palabras que oyó de aquél el joven artista.
Las autoridades de Colonia tampoco fueron sensibles a esa "broma de poetas" y cerraron la exposición. En esa época ya había surgido en Suiza el movimiento dadá que vivía su corto apogeo como expresión revolucionaria contra el arte convencional. En 1921 se trasladó a vivir a París, donde comenzó a pintar obras surrealistas en las que figuras humanas de gran solemnidad y criaturas fantásticas habitaban espacios renacentistas realizados con detallada precisión.

En París conoció a los artistas del equipo de la revista "Littérature": Louis Aragón (1897-1982), Paul Eluard (1895-1952), Benjamin Péret (1899-1959) y André Bretón (1896-1966), todos ellos impulsores del naciente surrealismo. Sin embargo, el idilio duró poco: Ernst no se sentía cómodo haciendo de militante incondicional, de miembro de partido, por poética, cercana a su temperamento y profunda que fuese la causa. A pesar de todo, Bretón nunca subestimó -ni siquiera en los peores momentos de sus relaciones-su aporte heterodoxo e indisciplinado a la pintura surrealista.
En 1925 inventó el "frottage" (que transfiere al papel o al lienzo la superficie de un objeto con la ayuda de un sombreado a lápiz) y más tarde experimentó con el "grattage" (técnica por la que se raspan o graban los pigmentos ya secos sobre un lienzo o tabla de madera) y el"dripping" (técnica de goteo mediante el balanceo de una lata de pintura agujereada).
En 1930 debutó como actor cinematográfico en la película "L' age d' or" (La eded de oro), segundo filme surrealista del director español Luis Buñuel (1900-1983) que causó un verdadero escándalo en Francia y fue prohibido por más de 50 años.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 trastornó el destino y la carrera del pintor: lo tomaron prisionero por extranjero enemigo en Francia. En la prisión trabajó en la "decalcomanía", una técnica para transferir al cristal o al metal pinturas realizadas sobre un papel especialmente preparado.

A pesar de su pasado y de su fama, la posguerra no fue fácil para Max Ernst. El primer regreso a París en 1949, estuvo sellado por un fracaso, pero la segunda tentativa en 1952, resultó buena. La Bienal de Venecia le otorgó el Gran Premio de Pintura en 1954, y desde entonces su consagración se afirmó de manera definitiva, en todos los planos.


Esbozando una enorme sonrisa, dijo un tiempo antes de su muerte: "siempre fui feliz por desafío".
21 de febrero de 2008
Nicolás Copérnico, el hombre que detuvo al Sol y movió la Tierra

Tres años después de que el explorador portugués Bartolomeu Dias (1450-1500) pasara el Cabo de Buena Esperanza camino de la India, Copérnico iniciaba sus estudios superiores en la Academia Cracoviana, famosa en la Europa medieval por cultivar la retórica, la poesía, la filosofía y la física, pero sobre todo, por el gran florecimiento que había alcanzado en sus aulas la astronomía. La educación universitaria en Cracovia fue, según escribió el propio Copérnico, un factor vital en todo lo que consiguió más tarde. Allí estudió latín, matemáticas, astronomía, geografía y filosofía.
Adquirió sus conocimientos de astronomía del "Tractatus de Sphaera" (Tratado de las esferas) del astrónomo inglés Johannes de Sacrobosco (1195-1256) escrito en 1220; poco tiempo después se trasladó a Italia para estudiar derecho y medicina. En enero de 1497, Copérnico empezó a estudiar derecho canónico en la Universidad de Bolonia, alojándose en casa de un profesor de matemáticas llamado Domenico Maria de Novara (1454-1504), que influiría en sus inquietudes. Este profesor, uno de los primeros críticos sobre la exactitud de la teoría del astrónomo del siglo II Claudio Ptolomeo (85-165), contribuyó al interés de Copérnico por la geografía y la astronomía. Juntos observaron el 9 de marzo de 1497 el eclipse a causa de la Luna de la estrella Aldebarán.

En 1500 se doctoró en astronomía en Roma. Al año siguiente obtuvo permiso para estudiar medicina en Padua (la universidad donde dio clases Galileo, casi un siglo después). Sin haber acabado sus estudios de medicina, se licenció en derecho canónico en la Universidad de Ferrara en 1503 y regresó a Polonia.
Copérnico había mostrado desde muchacho altas dotes de aplicación e inteligencia, y en ellas confió la parentela -donde abundaban obispos y funcionarios- para que también él transitara por los cargos, estatales y eclesiásticos; pero a su regreso a su ciudad natal, llevaba consigo los amplios conocimientos, la vasta formación intelectual y la clara y nueva concepción del mundo adquiridos al contacto con las grandes ideas renovadoras del Renacimiento.
Si bien durante algún tiempo cumplió con acierto importantes funciones públicas acompañando a su tío -el obispo de Warmia- como secretario, médico y hábil diplomático, y más tarde desempeñando una importante labor administrativa al frente del cabildo de Frombork, nada de ello pudo desarraigar su decidida vocación por la ciencia astronómica que abrazara a su paso por las aulas cracovianas y que habría de convertirlo en un gran buceador de la verdad en medio de la crisis abierta en el sistema escolástico del Medioevo.
Hasta entonces, el mundo se había manejado por concepciones dogmáticas inapropiadas a esa altura para extender sus posibilidades de conocimientos. El Renacimiento había puesto en tela de juicio estos valores, y al descubrir las posibilidades del hombre en sus propias fuerzas creadoras, abrió las compuertas para poder apreciar con ojos propios tanto el mundo natural como el histórico. La vinculación creadora de la obra artesanal con la intelectual fue un factor determinante para grandes trasformaciones, ya que enriqueció las técnicas antiguas con nuevas invenciones, aportó métodos de cálculo de reciente elaboración y echó las bases de una revolución en el ámbito de la ciencia y la tecnología que, crítica y descriptiva en sus comienzos, se hizo progresivamente constructiva. También las razones económicas, entre otras, hicieron que fuera en el campo de la astronomía, cercano al de la geografía, donde se produjera el mayor rompimiento -el de más vastas proyeccciones- con el antiguo orden del pensamiento.
En medio de este contexto, solo factible en un ámbito propicio al humanismo, Nicolás Copérnico, al trazar una valiente, clara y detallada exposición acerca de la rotación de la tierra sobre su eje y de ella alrededor de un sol fijo, no solo precipitó la ruptura con el sistema geocéntrico de Ptolomeo, sino que abrió una nueva época en la historia de la astronomía, dio origen al nacimiento de la ciencia moderna y revolucionó los conceptos sobre nuestro planeta y sobre la posición del hombre ante el Universo.

La teoría heliocéntrica -la justamente llamada revolución copernicana- abrió nuevos horizontes no sólo en la astronomía sino también en la física y la filosofía, aportando verdades objetivas que significaron el triunfo del pensamiento racional liberado de antiguas supersticiones y dogmas.
El considerable papel de Copérnico en la historia del conocimiento, que lo condujo a destruir toda la estructura del sistema universal heredada de sus predecesoies árabes y europeos, fue la culminación de un proceso dialéctico que amalgamó su saber de la cultura antigua -entre ellas las formulaciones astronómicas del griego Aristarco de Samos (310 a.C.-230 a.C.)- con la vital savia renancentista que dio nuevos fundamentos al desarrollo de las artes y las ciencias.
En su obra "The hypothesibus motuum coelestium a se constitutis commentariolus" (Pequeño comentario sobre la hipótesis de los movimientos siderales) -un manuscrito distribuido en 1514 a unos pocos de sus amigos sin mención del autor en la portada- y luego en su formidable "De revolutionibus orbium coelestium" (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), donde describió sus concepciones sobre los movimientos de la tierra, proporcionó las claves para profundizar los conocimientos sobre el sistema solar e inició un nuevo período en las investigaciones de la naturaleza.
Por su propia audacia, la teoría heliocéntrica de Copérnico fue objetada y controvertida y debió abrirse camino con dificultad contra las opiniones dogmáticas reinantes, y aunque costó la hoguera inquisitorial a varios de sus seguidores, concluyó por imponer la capacidad creadora del hombre para desentrañar la verdad del mundo cotidiano.
Para la publicación de su obra maestra, Copérnico acudió al sacerdote luterano Andreas Osiander (1498-1552), quien le sugirió que sería prudente decir que las hipótesis que contenía no eran artículos de fe sino meramente artificios para calcular. Al hacer esta rectificación, pensó Osiander, Copérnico esquivaría las críticas de "los aristotélicos y los teólogos a cuyas contradicciones teméis". Teniendo esta idea presente, el sacerdote agregó un prefacio equívoco, famoso en la historia de la astronomía, que rebajaba la importancia del libro: "Estas hipótesis no necesitan ser ciertas, ni siquiera probables; si aportan un cálculo coherente con las observaciones, con eso basta -escribió Osiander-. Por lo que se refiere a las hipótesis, que nadie espere nada cierto de la astronomía, que no puede proporcionarlo, a no ser que se acepten por verdades ideas concebidas con otros propósitos y se aleje uno de estos estudios estando más loco que cuando los inició".

El prefacio sin firmar, que todo el mundo atribuyó a Copérnico, arrojaba dudas sobre las ideas del libro al dar a entender que ni siquiera el autor las creía. Se tardó un año en acabar la impresión del volúmen, tiempo durante el que Copérnico tuvo un ataque de apoplejía y quedó parcialmente paralizado. El primer ejemplar impreso del libro -unas 200 páginas escritas en latín- que estaba dedicado al papa Pablo III, llegó al castillo de Frauenburg, lugar donde vivía el astrónomo, el 24 de mayo de 1543. Aquel mismo día, más tarde, Copérnico murió.
El papa Clemente VII supo acoger benévolamente la teoría de Copérnico, contradictoria del pensamiento teológico en curso, pero -medio siglo después- el papa Urbano VII consideró que esa teoría había sido un mal peor "que las enseñanzas de Calvino y de Lutero". La parábola abierta por el Renacimiento se hundía, para la Iglesia, en los fragores de la lucha contra la Reforma. En 1616, la Santa Congregación del Index vaticana promulgó este decreto:
"Habiendo llegado a conocimiento de esta Congregación que la falsa doctrina de los pitagóricos, completamente contraria a las Sagradas Escrituras, sobre el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol que proclama Nicolás Copérnico en 'De revolutionibus orbium coelestium', logró extenderse y ser aceptada por muchos, como lo prueba la carta de cierto padre carmelita titulada 'Carta del reverendísimo Padre Pablo Antonio Foscarini carmelita acerca de la doctrina de los pitagóricos y de Copérnico sobre el movimiento de la Tierra, la inmovilidad del Sol y el nuevo sistema pitagórico del mundo', escrita en Nápoles y dirigida a Lázaro Scorriggio en 1615, en la que el mencionado Padre intenta demostrar que la consabida doctrina sobre la inmovilidad del Sol en el centro del mundo y el movimiento de la Tierra responde a la verdad, y es contraria a las Sagradas Escrituras".
"Considerando por esta razón que una doctrina de esta índole no debe desarrollarse en perjuicio de la verdad católica, se acuerda como imprescindible suspender las obras que se citan a continuación: 'De revolutionibus orbium coelestium' de Nicolás Copérnico y los comentarios de Jacobus Lopis Stúnica, hasta que no se corrijan; se acuerda asimismo prohibir y condenar en absoluto los escritos del carmelita Padre Pablo Antonio Foscarini, junto con todas las demás obras que enseñan lo mismo, lo que también por el presente decreto queda prohibido, condenado y proscripto. Su Ilustrísima. Cardenal de Santa Cecilia y Obispo de Albano".
La Iglesia Católica siguió haciendo de las suyas también con Galileo y sus seguidores. Este escribió en su momento una extensa carta abierta sobre la irrelevancia de los pasajes bíblicos en los razonamientos científicos, sosteniendo que la interpretación de la Biblia debería ir adaptándose a los nuevos conocimientos y que ninguna posición científica debería convertirse en artículo de fe de la Iglesia católica.
En 1620, la Congregación del Index emitió un segundo decreto en el que indicaba los párrafos de la obra de Copérnico que debían ser suprimidos y aquellos que debían ser corregidos. Esto nunca se hizo. La obra permaneció en el Index hasta 1822, año en que, por decisión del papa Pío VII, fue retirada de allí tras dos siglos de proscripción. Es verdad que la teoría copernicana no alcanzó la perfección y que requirió la posterior complementación de Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler (1571-1630) y el genio de Isaac Newton (1643-1727) para que la mecánica celeste adquieriese absoluta cohesión, pero lo que resalta de ella es su carácter absolutamente innovador. Aún con sus imperfecciones, tiene el perfeccionamiento de las verdaderas revoluciones.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) supo decir: ''Entre todos los descubrimientos y criterios publicados, no hay nada que haya impresionado tanto a la mente humana como la teoría de Copérnico. Apenas fue reconocido nuestro mundo como redondo y encerrado en si mismo, cuando ya tuvo que renunciar al enorme privilegio de ser centro del universo. Quizá jamás se haya retado a la Humanidad con más osadía, pues cuántas convicciones se desvanecieron con tal motivo como el humo o la niebla: el segundo paraíso, el mundo de la inocencia, poesía y devoción, el testimonio de los sentidos, las verdades de una fe poético-religiosa. No es extraño pues, que la Humanidad se resistiera a renunciar a todo ello y que tratara por todos los medios a su alcance de rechazar una ciencia que autorizaba a sus seguidores a tener una libertad de visión y audacia de opiniones, desconocidas e insospechadas hasta entonces".
18 de febrero de 2008
Emil Cioran: cuanto más se es, menos se quiere



"Histoire et utopié" (Historia y utopía, 1960), "La chute dans le temps" (La caída en el tiempo, 1964), "Le mauvais demiurge" (El aciago demiurgo, 1969) y "De l'inconvenient d'étre né" (Del inconveniente de haber nacido, 1973), una serie de ensayos teñidos de acusaciones virulentas y metódicas contra las ideologías, las religiones y las filosofías inventadas por el hombre para justificar su existencia y sus actos.

16 de febrero de 2008
Lo que sucedió el 2 de octubre de 1924 (Historia del gol olímpico)
Ese mismo día, un poco más al sur, el Secretario de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores de la República de Guatemala y el Ministro de Residente de la República de Nicaragua firmaban un acuerdo por el cual "los Gobiernos de las Repúblicas de Guatemala y Nicaragua animados del deseo de facilitar el libre cambio de productos entre los dos países, han convenido en celebrar una Convención Comercial que establezca cláusulas adecuadas y amplias para favorecer las transacciones con mutuo beneficio".
No muy lejos de allí, en la República Dominicana, se produjo la primera transmisión radial en el territorio nacional de un partido de béisbol, la que no incluyó equipos ni jugadores dominicanos: el periodista Frank Hatton (1897-1985) hizo una emisión de prueba con la emisora HIN, transmitiendo un juego entre los Yanquis de Nueva York y los Cardenales de San Luis.
Mientras tanto, en España se refrendaba la decisión de otorgar el voto a la mujer. Completado el censo -y a pesar de las exclusiones- éste arrojaba un total de 6.783.629 votantes de los que 1.729.793 eran mujeres, según consta en el Legajo 69 del Archivo del Congreso de los Diputados, Sección de Varios, Serie de la Junta Central del Censo o Junta Electoral Central.
En Saint Etienne, Francia, nacía Gilbert Simondon (1924-1989), un filósofo por largo tiempo ignorado que con el correr de los años fue adquiriendo una importancia mayor. Fue profesor de Letras, Ciencias Humanas y Psicología y autor de "Deux leçons sur l'animal et l'homme" (Dos lecciones sobre el animal y el hombre), "L'individuation à la lumière des notions de forme et d'information" (El individuo a la luz de la información) y "Cours sur la perception"
(Curso sobre la percepción) entre otros.
A miles de kilómetros de allí, en Evanston, Illinois, Estados Unidos, nacía Charlton Heston (1924-2008), el actor de "Ben Hur", "The ten commandments" (Los diez mandamientos), "55 days at Peking" (55 días en Pekín) y "Planet of the apes" (El planeta de los simios) entre muchas otras. También fue presidente del Sindicato de Actores (1966/1971), asesor cultural de Ronald Reagan (1981/1988) y presidente de la Asociación Nacional del Rifle (1998/2003) desde la que defendió ardientemente el derecho a la libre posesión de armas de fuego.
Y en la Argentina, ese día sucedió un hecho que se transformó en un hito del fútbol argentino y mundial: la conversión del primer gol olímpico, una rareza que tiene lugar en muy pocas ocasiones dadas las dificultades que ofrece. En efecto, el hecho de que la línea de los postes corra rectamente hasta el extremo desde el cual se ejecuta el córner, obliga a imprimirle a la pelota un giro parabólico -un "efecto"- semejante al de la bola de billar en ciertos tiros.
Hasta setiembre de 1924, la reglamentación internacional vigente en la Argentina no reconocía validez al gol efectivizado desde el ángulo formado por las líneas de meta y de banda. En la práctica, el córner era un lanzamiento indirecto que se traducía en un tiro al área, esperando la entrada del atacante o el yerro del defensor. Pero en ese mes y año, la reglamentación fue modificada en el sentido de reconocer como válido el tiro directo. Esa modificación, como otras de aquel entonces, no tuvo en su momento la trascendencia que le darían los hechos sucedidos con posterioridad. Eran tiempos de comunicación lenta, realizada por vía de cartas que tenían que ser traducidas y a su vez transmitidas a las ligas, para que éstas las dieran a conocer a los clubes y éstos a los jugadores. O sea que en la rueda burocrática bien podía darse que tal o cual cambio en el reglamento pasara inadvertido. Esto fue lo que sucedió aquél día de octubre de 1924 en la cancha de Sportivo Barracas en el Parque Pereyra sobre la actual avenida Vélez Sársfield: casi todos los presentes ignoraban la nueva reglamentación, salvo el árbitro uruguayo Ricardo Vallarino (1893-1967), quien otorgó el tanto en medio de la sorpresa general.
En la tarde de aquel jueves, la Selección de Argentina se midió con la de Uruguay, reciente campeón olímpico en un partido amistoso. Cesáreo Onzari, puntero izquierdo argentino que jugaba en Huracán, ejecutó un córner y la pelota entró en el arco. Fue un triunfo memorable de los argentinos por 2-1 sobre los campeones olímpicos. Más de 30.000 personas fueron testigos de aquel hecho memorable. La novedosa conquista dejó huella y, desde entonces, cada gol convertido como "Onzari a los olímpicos" pasó a denominarse en toda América y en algunos países de Europa gol olímpico.
El periodista Oscar Barnade cuenta en su artículo "El gol olímpico cumple 80" publicado en el diario "Clarín" en 2004: "El clásico rioplatense acrecentó su fama luego de la consagración de Uruguay en los Juegos Olímpicos de París. Apenas llegaron los olímpicos a Montevideo, se organizaron dos amistosos con Argentina. El primero se jugó el 21 de setiembre en Montevideo y finalizó 1-1. Una semana después se disputó la revancha en Buenos Aires".
"La cancha de Sportivo Barracas -continúa Barnade- tenía capacidad para 40.000 espectadores. Pero la expectativa del encuentro superó todos los cálculos: se vendieron 42.000 entradas (35.000 populares a $ 1.- y 7.000 plateas a $ 3.-)". Sumando los invitados, los socios y los "colados", ese día hubo 52.000 personas para el diario "La Nación" y casi 60.000 para "La Razón". El partido se inició con mucho público al borde de la línea lateral y, cuando apenas iban cuatro minutos de juego, el árbitro Vallarino decidió suspender el partido. Hubo varios incidentes y algunos heridos.
Se organizó entonces la continuación del encuentro para el jueves 2 de octubre y se tomaron varias medidas, entre ellas la de cercar el campo de juego con un alambrado de un metro y medio de alto. Si bien ya existían varias canchas alambradas en Buenos Aires y en Montevideo, desde entonces pasó a llamarse alambrado olímpico. También se restringió la cantidad de entradas a la venta y se aumentó su precio: se vendieron 15.000 populares a $ 2.- y 5.000 plateas a $ 5.-. De ese modo, con el agragado de invitados, los espectadores llegaron sólo a 30.000.
Para la ocasión, los equipos formaron de la siguiente manera: Uruguay con Mazzali; Nasazzi y Uriarte; Andrade, Zibecchi y Zingone; Urdinarán, Scarone, Petrone, Cea y Romano. Por su parte, la Argentina lo hizo con Tesorieri; Adolfo Celli y Bearzotti; Médice, Fortunato y Solari; Tarascone, Ernesto Celli, Sosa, Seoane y Onzari.
A los 15 minutos del primer tiempo, en un córner desde la izquierda, Onzari cacheteó la pelota que describió una curva y se metió junto al primer palo, superando el esfuerzo del arquero Mazzali para sacudir la red. Los uruguayos pensaron, en un primer momento, que correspondía una nueva ejecución puesto que ese gol no estaba en los libros, pero allí surgió el árbitro -que tenía conocimiento de la modificación reglamentaria- marcando el centro de la cancha y dictaminando la incuestionable existencia del tanto. Cea conquistó el empate para Uruguay a los 29 minutos y Tarasconi aumentó a los ocho del segundo tiempo para Argentina, que terminó ganando 2-1 a pesar de que el partido no finalizó porque el equipo uruguayo se retiró faltando cuatro minutos. Los argentinos acusaron a los uruguayos por el juego brusco, del que fue víctima Adolfo Celli, quien sufrió fractura de tibia y peroné y debió ser reemplazado por Ludovico Bidoglio. Los uruguayos también se quejaron de la incultura del público argentino, que agredió a los jugadores con piedras y botellas. Héctor Scarone le pegó una patada a un policía y terminó en la comisaría. Más allá de los incidentes, todos destacaron el gol de Onzari.
"Tengo la seguridad de haber actuado a conciencia -dijo el árbitro uruguayo al diario 'La Nación' del día siguiente-, en ningún momento dejé de cumplir mi misión en la forma en que entendía debía hacerlo. Prueba de ello, los goles que sancioné, el primero de los cuales directamente de un córner, aún cuando esa nueva disposición del reglamento oficial no nos ha sido comunicada a los referees de la Asociación Uruguaya de Football". Por su parte, el diario "La Razón" le dedicó un párrafo especial asegurando que hacía quince días se sabía de la nueva reglamentación y que "esta sanción se ha producido en una oportunidad propicia y que será recordada siempre".
El historiador del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF) Jorge Gallego aclara que "la regla fue modificada por la International Board el 14 de junio de 1924 y el primer gol directo de córner se produjo el 21 de agosto en un partido de la Segunda División de Escocia. Su autor fue Billy Alston". Por alguna razón, el gol del escocés jamás logró la trascendencia del de Cesáreo Onzari, quien nació el 22 de febrero de 1903 y sus primeros pasos en el fútbol los realizó en el Club Almagro de su barrio natal. Luego siguió en el Club Mitre, una institución de efímera existencia en los albores del fútbol argentino, para pasar luego a Huracán en 1921, en donde se quedó para siempre. Allí consiguió cuatro títulos (1921, 1922, 1925 y 1928) y jugó hasta 1933. En la Selección Argentina disputó quince partidos e hizo cuatro goles. Un sector de plates del estadio Tomás Adolfo Ducó del Club Huracán lleva su nombre. Abandonó la práctica deportiva con apenas veintiocho años de edad y falleció en Buenos Aires el 6 de enero de 1964.
Como si no fuera suficiente, aquél día también se realizó la primera transmisión de fútbol en el Río de la Plata, inaugurando una costumbre argentina: la de escuchar fútbol por la radio. Horacio Martínez Seeber, un inquieto radioaficionado interesado en el periodismo y Atilio Casime, jefe de Deportes del diario "Crítica", transmitieron el primer partido de la historia por LOR Radio Argentina.
Esta radio -la emisora pionera del país que había iniciado sus emisiones en 1920- narró los tumultos e incidentes del comienzo del encuentro el domingo 28 de septiembre con las voces de Martínez Seeber y Casime, y retornó a la cancha el jueves 2 de octubre para contar los 86 minutos restantes. No se trató de un relato clásico, del tipo de los que en hoy en día se escuchan, sino de una simple descripción de las incidencias del juego. Martínez Seeber, un profundo conocedor de los aspectos técnicos de la radiotelefonía, tenía la licencia oficial de radioaficionado número 1, otorgada por el Ministerio de Marina y esa tarde hizo a la vez de relator, comentarista y técnico. Instaló tres micrófonos en el puesto al borde del campo de juego: uno para él, otro para Casime y el tercero de ambiente, para registrar el enorme bullicio del partido internacional.
14 de febrero de 2008
El tango guarango de Angel Villoldo

Lejos de la melancolía y la tristeza, el tango nació en los arrabales prostibularios de la mano de la fiesta del baile, la algarabía sexual y el desenfado de sus compositores. Un fortuito pero fatal cruce de culturas acaecido en la Buenos Aires de fines del siglo XIX, forjó un género infame, lascivo y bastardo que con los años fue modificando su esencia hasta perder prácticamente toda huella de sus primeros pasos.
"Los primeros títulos son dobles -dice el antropólogo alemán Robert Lehmann Nitsche (1872-1938) en "Textos eróticos del Río de la Plata" (1923)-, humor y sexo, risa y cierto pudor público. Nada de traición ni de reproche: 'Afeitate el siete que el ocho es fiesta', 'Dos sin sacarla', 'Va Celina en punta', 'Aura que ronca la vieja'; un escándalo para la sociedad victoriana que insiste, que no tolera el fermento del tango y lo prohibe, lo oculta, lo ve como una música infame".
En aquella época era "el reptil de lupanar" como lo llamó el poeta y ensayista argentino Leopoldo Lugones (1874-1938); o una música lasciva con sensualidad de suburbio.

"¿Suburbio? -se pregunta Lehmann Nitsche- En todo caso, arrabal prostibulario, habitado por las patotas de niños bien y por músicos inmigrantes que improvisan para que ellos bailen, ellos y las mujeres extranjeras que bailan y desafían en cuartetas a la moral imperante: De cantores como vos tengo un aposento lleno, / con el culo para arriba me sirven de candelero, / con el culo para abajo me sirven para un carajo". Y concluye Lehmann Nitsche: "Son versos de prostíbulo, dichos por ella a él , como en una payada, improvisados, provocativos. No hay lamento ni un alma que sufre".
"Todavía hoy -sostiene Varela- a pesar de la llanura moralizante que tiene el baile, tan diferente al del origen, a pesar de ser liso y sin cortes, la danza exuda sexo.

El músico y poeta Angel Gregorio Villoldo, nacido en el barrio de Barracas -en el sur de Buenos Aires- el 16 de febrero de 1861, ostenta el título de "Padre del tango", un honor un poco exagerado tal vez, porque fueron muchas las circunstancias que originaron esta música. Pero su gravitación fue tan importante en sus inicios y desarrollo que lo hizo merecedor del apelativo. Fue un gran transformador de tanguillos españoles, cuplés y habaneras, músicas éstas que convirtió en el sonido característico del Río de la Plata.
De pluma fácil, Villoldo escribió versos para comparsas carnavalescas y numerosos poemas y prosas para famosas revistas de la época como "Caras y caretas", "Fray Mocho" y "P.B.T.".

En toda su obra estaba presente la picardía, y sus diálogos estaban pensados en boca del hombre común y siempre referidos a situaciones reales del inquilinato, del barrio y muchas veces a cuestiones amorosas que retrataban la forma de hablar y comportarse del estrato social más bajo de la sociedad porteña. Su chispa, su fácil verba, le sirvió para entreverarse con payadores y para brindar actuaciones poco académicas y algunas veces decididamente procaces.
En esa línea, grabó en 1907 un milonga que ya había cantado infinidad de veces en las casas de tolerancia de la calle Junín, según él mismo cuenta en su libro "La historia de Baldomero" publicada en 1906:
13 de febrero de 2008
Bierce: la amargura absoluta

La valiente tripulación de un bote de salvamento estaba a punto de hacerse a la mar para inspeccionar las costas, cuando vio a lo lejos una nave que acababa de naufragar con doce hombres aferrados a la quilla.
Un león rondaba por el bosque cuando se le clavó una espina en la pata. Se encontró poco después con un pastor y le pidió que se la quitase. El pastor le arrancó la espina y el león, que acababa de devorarse a otro pastor, se fue sin hacerle daño.
Pasó el tiempo, y el pastor fue acusado por un crimen que no había cometido y condenado a ser arrojado a los leones. Cuando las fieras estaban a punto de devorarlo, una de ellas dijo:
"Ese es el hombre que me sacó una espina de la pata".
Los otros leones se alejaron entonces de la víctima y el que acababa de hablar se la devoró él solo.