13 de abril de 2023

Raymond Chandler, el admirador de Erle Stanley Gardner

El escritor estadounidense de novela negra Raymond Thornton Chandler (1888-1959) fue un artista genuino, creador de un personaje que se ha vuelto parte de la mitología popular universal: el inolvidable Philip Marlowe. "El detective -decía Chandler- debe ser un hombre completo, común pero insólito, un hombre de honor". Marlowe reunía de sobra esas condiciones y fue el gran legado de Chandler a la literatura contemporánea en el género policial.
Por su parte, el abogado y escritor estadounidense Erle Stanley Gardner (1889-1970) fue el creador de otro personaje legendario: Perry Mason, un singular abogado que actuaba en defensa de los ciudadanos honestos. Con una visión sumamente maniquea, Gardner mezclaba la denuncia de personajes sin escrúpulos -que usufructuaban algún poder público en su beneficio-, con una ferviente apología del engranaje legal de la justicia norteamericana, en la que jamás pagaban justos por pecadores.


En las historias de Mason fallaban los hombres, jamás el sistema. En las de Marlowe fallaban los dos. Perry Mason reconstituía el orden a través de una investigación plagada de ardides insospechados que siempre terminaba en una brillante exposición ante la magistratura con la que demostraba la inocencia del acusado. Philip Marlowe estaba más preocupado por corregir los errores de la sociedad que por resolver los crímenes. Arriesgaba su vida para proteger a los más débiles de las injusticias sociales intentando sentar normas éticas, pero únicamente conseguía atenuar el dolor de las víctimas. Aunque el asesino fuera apresado y castigado, el orden sólo se recomponía parcial y precariamente.
Chandler escribía disgustado por la sociedad brutal y corrompida en que vivía, donde no existía prácticamente diferencia entre los policías y los delincuentes. Creía, igual que el novelista francés Honoré de Balzac (1799-1850), que "detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen". Enojado con sus editores -que le exigían un porcentaje de sus ganancias-, declaró: "No entiendo, ¿por qué un editor debe cobrar más regalías por la publicación del libro de un escritor, si el editor le paga al escritor derechos por la edición original?". Desilusionado también con el mundo del cine para el cual trabajó, escribió en una oportunidad: "Si mis libros hubieran sido peores de lo que son, no me habrían invitado a Hollywood y, si hubieran sido mejores, yo no habría venido".
Siempre reconoció que empezó a escribir imitando a Dashiell Hammett (1894-1961), el escritor estadounidense precursor de la novela negra y creador del famoso detective Sam Spade. Sobre él opinó: “Hammett extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón. Devolvió el asesinato a esa clase de personas que lo cometen por algún motivo, y no por el sólo hecho de proporcionar un cadáver. Y con los medios de que disponían, no con pistolas de duelo cinceladas a mano. Describió a esas personas tal como son y las hizo hablar y pensar en el lenguaje que habitualmente hablaban”.
Considerado uno de los maestros del género de la novela negra policíaca, Chandler publicó sus primeros relatos en 1933 en la revista “Black Mask” fundada en 1920 por el periodista y crítico cultural Henry Louis Mencken (1880-1956). Desde entonces no abandonó el género. Entre sus obras más conocidas se pueden citar “The big sleep” (El sueño eterno), “Farewell, my lovely” (Adiós, muñeca), “The high window” (La ventana siniestra), “The lady in the lake” (La dama del lago), “The little sister” (La hermana menor), “The long goodbye” (El largo adios), “The blue dahlia” (La dalia azul), “Strangers on a train” (Extraños en un tren), “Red wind” (Viento rojo), “Spanish blood” (Sangre española), “Killer in the rain” (Asesino en la lluvia), “Trouble is my business” (Los problemas son mi negocio) y “The simple art of murder” (El simple arte de matar).


Gardner, quien también publicó novelas usando los seudónimos A. A. Fair, Kyle Corning, Charles M. Green, Carleton Kendrake, Charles J. Kenny, Les Tillray y Robert Parr, escribía historias efectistas basándose en sus conocimientos de derecho para construir casos que siempre terminaban bien (Perry Mason perdió un caso una sola vez). Su extensa obra tuvo pocas variaciones en su estructura narrativa -él mismo confesó: "carecía por completo de talento literario"- y fue producida a un ritmo frenético semejante al de la producción en cadena. Para lograrlo, mantenía un plantel de secretarias que transcribían las historias que él grababa en un magnetófono, toda una novedad para los años '30.
Se destacan entre sus numerosísimas obras “The case of the velvet claws” (El caso de las garras de terciopelo), “The case of the lucky legs” (El caso de las piernas bonitas), “The case of the dangerous dowager” (El caso de la viuda peligrosa), “The case of the haunted husband” (El caso del marido obsesionado), “The case of the buried clock” (El caso del reloj enterrado), “The case of the lonely heiress” (El caso de la heredera solitaria), “The case of the moth eaten mink” (El caso del abrigo de visón), “The case of the fugitive nurse” (El caso de la enfermera fugitiva), “The case of the long legged model” (El caso de la modelo de las piernas largas), “The case of the deadly toy” (El caso del juguete mortífero) y “The case of the postponed murder” (El caso del crimen diferido).


Ambos autores comenzaron a escribir para ganarse la vida ante la insatisfacción que le producían sus respectivos empleos (en una compañía petrolera Chandler, en un estudio de abogados Gardner) y, luego de un comienzo dubitativo, ambos fueron puliendo su estilo con empeño y dedicación. Se conocieron en la época de "Black Mask" y mantuvieron una amistad que duró hasta la muerte de Chandler, quien sentía una verdadera admiración por Gardner. Como muestra de esa admiración, quedan algunas cartas que el creador de Philip Marlowe envió al creador de Perry Mason. Ellas, entre muchas otras, aparecieron publicadas en “The notebooks of Raymond Chandler” (Los cuadernos de Raymond Chandler), libro editado en 1976.
 
Enero 5, 1939
Mientras nos hallábamos hablando de la vieja revista "Action Detective", me olvidé de decirle que aprendí a escribir una novela corta, siguiendo una de las suyas sobre un hombre llamado Rex Kane, alter ego de Ed Jenkins, que se vio enredado en una casa en lo alto de una colina en Hollywood, con una florida dama que presidía una organización contra el chantaje. Usted no se va a acordar. Probablemente esté en su archivo. Hice una sinopsis sumamente detallada de su novela y a partir de allí la volví a escribir y comparé luego lo que yo había hecho con lo suyo, empecé de nuevo y escribí un poco más, y así siguiendo. Al final me dio un poco de pena porque no podría intentar venderla. Y parecía muy buena. Descubrí incidentalmente que lo más difícil de su técnica era la habilidad de hacer pasar situaciones lindantes con lo inverosímil, pero que al leerlas parecen absolutamente reales. Espero que entienda que esto que digo es un cumplido. Yo ni de cerca lo pude lograr. Dumas tenía esta facultad en muy alto grado. También Dickens. Es probablemente lo fundamental en todo trabajo rápido, porque el trabajo rápido posee naturalmente una alta dosis de improvisación, y hacer que una escena improvisada parezca inevitable requiere no poco arte. Por lo menos, ésa es mi opinión. Y aquí estoy, a las 2.30 de la mañana, escribiendo sobre técnica, a pesar de mi absoluto convencimiento de que, en el preciso instante en que un hombre empieza a hablar de técnica, demuestra que se le han agotado las ideas.
 
Noviembre 9, 1945
Hace unas semanas me fui a Big Lake a reponerme de un estado de completo agotamiento que usted, como incansable que es, jamás conocerá. Lo único que pude leer son los cuentos de Perry Mason. Había varios de ellos que no había leído, no sé por qué. Quizás mis gustos hayan cambiado, quizás mis constantes batallas legales por cuestiones de contratos me hayan convertido en un enamorado de la ley. Sea como fuere, leía uno por noche y me encantaban. Fue interesante también observar que a medida que pasaba el tiempo se volvían mucho más pulidos y más expertos.
 
Enero 29, 1946
Me dirijo ahora a la Corte, con permiso, con referencia a un pretendido autor de obras policiales, un tal Gardner. Intelectualmente el público lector es, en el mejor de los casos, adolescente, y resulta obvio que lo que se llama "literatura significativa" podrá ser vendida a este público con exactamente los mismos métodos empleados para venderle pasta dentífrica, laxantes o automóviles. Es igualmente obvio que este público, puesto que se le ha enseñado a leer por la fuerza bruta, en los intervalos de su lucha con el último best seller "significativo", desea leer libros que sean entretenidos y estimulantes. Así, al igual que todos los públicos de todas las edades que han recibido una educación a medias, se vuelve con alivio al hombre que les cuenta una historia y nada más. Decir que lo que este hombre escribe no es literatura, es como decir que un libro no puede tener nada de bueno si hace que uno quiera leerlo. Cuando un libro, cualquier clase de libro, alcanza una intensidad determinada de ejecución artística se vuelve literatura. Esa intensidad puede ser una cuestión de estilo, situación, personajes, tono emocional, idea o una media docena de cosas más. Puede ser también el perfecto control sobre la evolución de una historia, similar al control que un gran "pitcher" tiene sobre la pelota. Eso es lo que para mí usted tiene más que nada y más que nadie. Cada página me arroja el anzuelo para la siguiente. Eso es lo que yo llamo una suerte de genio. Perry Mason es el detective perfecto porque emplea el método intelectual de una mente jurídica y posee al mismo tiempo, la inquieta cualidad del aventurero que nunca permanecerá en un sitio. Por lo tanto, acabémosla con ese barullo acerca de que "como literatura mis cosas aún hieden". ¿Quién dijo eso? ¿William Dean Howells?
 
Mayo 15, 1947
Si el editor fuera realmente el amigo del escritor o del agente y lo representara como es debido, sería excelente, pero no creo que en general lo sea. Mi opinión es que el editor debería ser capaz de identificar alguna propiedad vendible y meritoria en los libros con tiempo suficiente en el partido como para ayudar a convencer al público y para colaborar en la promoción de los libros, en vez de quedarse esperando que un conjunto de individuos desconocidos y desconectados entre sí, desparramados a todo lo ancho y largo del país, descubran por sí mismos que fulano y mengano son buenos escritores, y que lo digan con suficiente frecuencia y volumen de voz, y en número suficiente como para crearles algo así como una moda. Pienso que el editor tendría que contribuir a poner a esta moda en movimiento.

Chandler murió el 26 de marzo de 1959, alcohólico y amargado. Gardner le sobrevivió once años y falleció el 11 de marzo de 1970, inmensamente rico y popular.