Aristóteles de Estagira
(384-322 a.C.) decía en su “De interpretatione” (De la interpretación) que
“los sonidos emitidos por la voz son los símbolos de los estados del alma, y
las palabras escritas los símbolos de las palabras emitidas por la voz”. Para
el filósofo griego, la voz, productora de los primeros símbolos, tenía una
relación de proximidad esencial e inmediata con el alma. Varios siglos más
tarde, Georg W.F. Hegel (1770-1831) agregaría en su “Phänomenologie
des geistes” (Fenomenología del espíritu): “La escritura expresa sonidos que
son ya, en sí mismos, signos. Consiste, por lo tanto, en signos de signos. Se
deriva de ello que aprender a leer y a escribir debe mirarse como un medio
infinito de cultura que nunca se aprecia lo suficiente; pues de esta
manera el espíritu, al alejarse de lo concreto sensible, dirige su atención
sobre el momento más formal, la palabra sonora y sus elementos abstractos, y
contribuye de manera esencial a fundar y purificar en el sujeto el suelo de la
interioridad”.
Veinte años después de que el
filósofo alemán publicase la que sería su obra más
importante, fueron encontrados en Engis,
Bélgica, unos restos fósiles (concretamente dos cráneos) por
el paleontólogo belga Philippe Charles Schmerling (1790-1836). Luego, en
1848, otros restos de similares características serían encontrados en una
caverna en el peñón de Gibraltar. El cráneo allí descubierto era muy diferente
al del hombre actual, pero más cercano a él por su capacidad y forma que los
hallados en el curso de excavaciones anteriores. El descubrimiento conmovió
fuertemente al mundo científico pues, al parecer, dichos restos óseos pertenecieron
al antecesor más inmediato del Homo Sapiens: el hombre de Neanderthal, nombre
que tomaría recién en 1856 cuando el paleontólogo alemán Johann Carl
Fuhlrott (1803-1877) desenterrase otro cráneo similar a orillas del río
Neander, en Düsseldorf, Alemania.
El hombre de Neanderthal, un
individuo de baja estatura pero de miembros vigorosos, fue el resultado de
siglos de evolución y apareció sobre la tierra hace aproximadamente unos doscientos
cincuenta mil años. Durante doscientos milenios subsistió cazando y
recolectando frutos en las praderas, después aprendió a hacer fuego y gracias
a éste tendió los primeros puentes para el desarrollo de la cultura. En primer
término pudo establecerse en sitios fijos, pues el fuego ahuyentaba a las
fieras y le permitía protegerse del frío. Sus rudimentarios hogares le sirvieron
para dar solidez a los vínculos familiares y posteriormente crear formas
incipientes de organización social. También comenzó a transformar la
naturaleza con ayuda de herramientas y, con el afán de imitar el sonido, creó
el lenguaje y después, en su interés por copiar lo que veía, untándose los
dedos con carbón realizó sus primeros dibujos formales en las paredes de las
cavernas. En el Paleolítico Superior, hace treinta mil años, el hombre de Neanderthal
había desaparecido dejando paso al de Cro-Magnon. Con él la pintura rupestre
alcanzó una gran calidad artística manifestada en el sentido de la forma y los
colores. La figura humana estilizada apareció en grutas de Africa, Europa y
Asia realizando acciones como bailar, cazar con flechas, pelear, etc.
Resulta difícil precisar qué
motivos empujaron a nuestros antepasados a dibujar, aunque lo más probable es
que haya sido el reflejo de su capacidad intelectual para abstraer y
representar su realidad. Al entregarse a la pintura, el hombre había
concentrado una nueva categoría del pensamiento, gracias a la cual sería
posible crear la escritura y con ella la civilización. Tal como escribió en
1925 el arqueólogo e historiador norteamericano James
Breated (1865-1935), la escritura ''ha influido más en la elevación de la raza
humana que ninguna otra proeza intelectual en el progreso del hombre". Al
comprender que la roca le servía para transmitir información, el hombre probó
otros tipos de lenguajes útiles para dar indicaciones sin necesidad de hablar,
o para recordar cifras o caminos, o para comunicar, por ejemplo, la muerte de
un semejante. No sólo trazó señales sobre la tierra o mensajes en las rocas, también
anudó cordeles -como lo hicieron los incas y los chinos- para contabilizar. En
el origen de la escritura está, pues, la pintura. La propia raíz de la palabra
escribir lo indica con claridad: “scribere”, en latín, significa grabar.
Con el tiempo los dibujos utilizados
para comunicar hechos o situaciones se fueron concretando en líneas
esenciales, de manera que llegó un momento en que los seres humanos tuvieron
símbolos para cada objeto del mundo exterior. A éstos se los llamó pictogramas
y fueron empleados incluso en la narración de anécdotas, pero nunca para expresar
ideas. Durante más de quince mil años el ser humano empleó la llamada escritura
pictórica, que hoy puede juzgarse como un precedente poco elaborado de la
escritura sistematizada. El desarrollo cultural fue dándose con lentitud
extrema si se compara con los avances registrados en los últimos dos mil años.
Así y todo, durante los periodos Mesolítico (10.000-6.000 a.C.) y Neolítico (6.000-2.500
a.C.) el hombre comenzó a vivir en chozas y diversificó utensilios.
Se han
hallado numerosos yacimientos de pinturas grabadas correspondientes a la
cultura aziliense, que prosperó en los Pirineos franceses en la fase inicial
del Mesolítico, y ellas indican que ésta no fue una
época de grandes logros. En cambio, durante el Neolítico el hombre se
convirtió en agricultor, aprendió a domesticar animales como perros, cerdos,
bueyes y corderos, y también a traficar en base al trueque. Pero quizá lo más
significativo de esa etapa haya sido el nacimiento de las aldeas o poblados.
"Tierra entre los ríos"
denominaron los griegos a la patria de los sumerios, cuna de la civilización
en más de un sentido. Sus habitantes no sólo inventaron un sistema de escritura
que revolucionaría la comunicación humana, sino que fundaron entre los ríos
Tigris y Eufrates, en lo que hoy es Iraq, los primeros centros urbanos surgidos
hace cinco mil años. Al parecer, los pueblos mesopotámicos se instalaron en la
región durante el año 8.000 a.C. y desarrollaron la agricultura a tal punto que
cada aldea pudo alimentar dos mil o más habitantes. Esta prosperidad trajo
consigo la necesidad de llevar registros de los bienes producidos, la que se
satisfizo atando a los objetos etiquetas de arcilla o yeso, donde con un sello
se indicaba el nombre del propietario.
Entre los años 5.000 y 2.500 a.C.
tuvo lugar la diversificación de las razas, que se distribuyeron por áreas de
Europa, Africa y Asia. Para entonces ya existían varios pueblos organizados en
grandes comunidades y los más avanzados -entre los que cabe mencionar a
egipcios, cretenses y sumerios- habían conseguido expresar, utilizando signos,
verbos como llorar, pensar, ir. Los primeros en lograrlo fueron los escribas sumerios,
los que optaron, para dar un ejemplo, por dibujar una boca cuyo signo sería
leído como "hablar'' si así lo exigía el contexto de la lectura. De esta
forma había nacido el tipo de escritura ideográfica, aquélla que con un sólo
símbolo puede manifestar ideas o palabras completas.
Tiempo después, los mismos
sumerios intentaron representar también los sonidos y utilizaron el símbolo
de la flecha para escribir vida, pues las dos palabras -flecha y vida- se pronunciaban
“ti” en su lengua. Sin imaginar los alcances de su hallazgo, este pueblo había
inventado el signo fonético, que denota sonidos y es el primer paso de importancia
fundamental en la evolución de la escritura. Otras civilizaciones de la antigüedad
adoptaron los fonogramas, pero siguieron utilizando pictogramas e ideogramas
como los egipcios y los chinos.
Hacia el año 515 a.C. Darío el
Grande (549-486 a.C.), rey del Imperio persa, mandó tallar en la Roca
de Beshitun (en lo que hoy es la provincia de Kermanshah, al oeste
de Irán), la inscripción más extraordinaria del mundo
antiguo. Todavía hoy puede observársela: la figura del monarca persa aparece
grabada en tamaño natural junto a diez prisioneros; después viene el mensaje
ubicado a 110 metros del suelo, con 20 metros de ancho y 6,6 de altura. En
total, mil trescientas seis líneas escritas en persa antiguo, acadio y elamita,
ejemplos notables de la escritura cuneiforme (en forma de cuña) que inventaron
los sumerios en el tercer milenio a.C., después imitada por los pueblos semitas
que fueron sus conquistadores. Dichas escrituras encerraron el codiciado secreto
de numerosas culturas anteriores a nuestra era hasta 1857, año en que el orientalista británico Henry Rawlinson (1810-1895) logró descifrar la proclamación imperial del
reinado persa contenida en sus líneas. La gran extensión del texto permitió
encontrar la clave de signos que, para el hombre moderno, fueron mudos durante
largo tiempo. Posteriormente, pudo demostrarse que los semitas no habían
inventado la escritura cuneiforme, ni tampoco habían sido los primeros pobladores
urbanos de Mesopotamia meridional como se pensó durante más de cinco siglos.
En 1877 fueron encontradas mil
tabletas con signos sumerios, y en 1889 se hallaron otras treinta mil en
Nippur, centro cultural de ese pueblo. Gracias a esos descubrimientos fue
posible rellenar importantes espacios en blanco de la historia y conocer con
todo detalle nada menos que el surgimiento y desarrollo de la escritura. Fueron
halladas también tabletas con símbolos pictográficos dibujados en 3.100 a.C.,
que en su mayoría representaban vacas, ovejas, cereales y números. Los
primeros intentos formales de escritura (luego que los sumerios habían
convertido los pictogramas en ideogramas cuneiformes, en una búsqueda
simultánea de comodidad para trazar sobre la arcilla y de mayor precisión de
la lengua escrita), fueron visibles en piedras sagradas, jarrones, estatuas y
otros objetos que llevaban nombres y relaciones de sucesos. Más tarde aparecieron
contratos de tierras y, por último, enormes tablas con listas de palabras que
utilizaron los estudiantes en las escuelas posteriores al 2.300 a.C., cuyos
programas eran amplios y severos. Para esas fechas cada signo tenía un valor
específico que nadie podía modificar, lo cual indica ya una organización de la
escritura como sistema de comunicación.
Una vez que los eruditos
estuvieron en condiciones de precisar el desarrollo del sistema sumerio,
resultó sencillo rastrear los orígenes de otros tipos de escritura. El egipcio,
por ejemplo, fue una invención original totalmente acorde con la lengua y
pensamiento nacionales. Como el sumerio, había nacido de la escritura pictórica:
dibujos de animales y plantas que después evolucionaron para representar vocablos
y más tarde sonidos. Cuando el sistema estuvo desarrollado contó con setenta y
ocho signos fonéticos.
Gracias a una pequeña inscripción hecha en 1.700 a.C.
por los habitantes de la península de Sinaí, quienes trabajaban en las minas de
los faraones, se sabe que dieciocho signos egipcios fueron incorporados a los
sistemas semíticos -fenicio, árabe, arameo, etíope- y formaron un silabario
de veintidós símbolos. Esta escritura se propagó con rapidez entre los pueblos
semitas y fue utilizada ampliamente durante más de dos siglos con los
caracteres cuneiformes de Siria y Fenicia. Ocho o nueve siglos más tarde
surgiría de ellos el primer alfabeto moderno, el griego, y merced a su influencia
el hebreo, romano, brahmí, siríaco y arábigo.
Mucho antes de que eso sucediera,
sin embargo, la escritura y los pocos que tenían acceso a ella habían alcanzado
un rango social muy alto. En Sumeria, al igual que en Creta y Egipto, los
únicos privilegiados eran los sacerdotes, los primeros letrados. Ellos se encargaron
de organizar el pensamiento en base a la tradición oral y las creencias
primitivas. De esa forma, la escritura no sólo fue concebida como "madre
de la elocuencia y padre de artistas" (proverbio babilonio), sino también
como un "don de los dioses". Tal conocimiento, al que se confería un
carácter sagrado, estuvo vinculado durante muchos siglos sólo a las clases
dirigentes. De todas maneras, gracias a la escritura se unificaron las
culturas urbanas y se sentaron las bases del pensamiento reflexivo sobre al
acopio seguro de datos. Empero, las primeras creaciones de la escritura fueron
tradiciones literarias. Estas llegaron hasta hoy inscritas en múltiples
materiales. Los documentos cuneiformes de Mesopotamia, que abarcan del año 2.000
al 800 a.C., se grabaron sobre arcilla blanda que luego sería cocida.
Las
colecciones egipcias de matemáticas, astronomía, medicina, religión e historia
quedaron estampadas en los muros de las pirámides, en grandes tabletas de
arcilla y posteriormente -hacia el siglo XIII a.C.- sobre papiro, especie de
papel tosco fabricado con la planta del mismo nombre. Por su parte, los chinos
empezaron con el tallado en hueso y bronces, siguieron con la escritura sobre
seda, bambú y madera, para finalmente trabajar sobre el papel por ellos
inventado.
Con los siglos fueron
estableciéndose numerosos "centros del saber" en todo el Oriente
Cercano. Asiria, ubicada en el valle superior del Tigris, fue el corazón de la
cultura de 900 a 600 a.C., con su gran biblioteca de Nínive; al tiempo que
Siria, Fenicia y Palestina, ciudades surgidas frente a Mesopotamia, Creta y
Egipto ensancharon sus confines bajo la tutela de los faraones y la influencia
babilónica. El crecimiento de las ciudades
propició la expansión de la escritura a otros grupos sociales. Cortesanos,
comerciantes e incluso jefes militares tuvieron cargos de escribas y fueron,
asimismo, responsables de la transformación de muchos sistemas, como el
simplificar los caracteres cuneiformes. Comenzaron a aparecer diccionarios en
sumerio, acadio y heteo, así como listas de sinónimos en varias lenguas. En
China, sin embargo, la escritura -que se desarrolló con total independencia-
fue utilizada únicamente con fines políticos hasta el siglo VII a.C. Tan
importante era ese aspecto que un antiguo texto reza: '' Los hombres santos de
remotísimos tiempos anudaron cuerdecitas con el fin de gobernar”.
Mientras todo ello sucedía en
Oriente, la gran cultura griega se gestaba en el suroeste de Europa, frente al
Mar Egeo. Simultáneamente a la proliferación de centros del saber, los griegos
ya estaban organizados en tantos Estados como islas había en sus dominios.
Hacia el siglo VII a.C. mantenían estrecho contacto con Mesopotamia, Egipto y
Siria a través de los comerciantes y marinos de esos pueblos. Fue alrededor
del siglo VIII a.C. cuando apareció el alfabeto griego, padre del que hoy se utiliza
en Occidente. El hombre había registrado una nueva victoria con ese abecedario
que conquistaría a la civilización. Por aquel tiempo ese progreso permitió a
sus creadores sistematizar conocimientos, tarea que no habían podido realizar
con la escritura micénica anterior. Según comprueban diversas inscripciones,
los griegos imitaron algunos aspectos de la escritura fenicia que los condujeron
a la invención de las vocales. Los pueblos semitas señalaban estos sonidos con
signos diacríticos (que cumplían la misma función que la diéresis actual), y al
eliminarlos la cultura helénica dio con el primer sistema fonográfico del
mundo. A partir de entonces proliferaron
los alfabetos locales en Grecia (aunque los más importantes fueron el
occidental y el oriental), y la escritura se hizo indispensable. En el siglo V
a.C. ya se habían introducido los rollos de pergamino que contenían códigos
legales, guías para viajeros, obras literarias, filosóficas o incluso médicas.
La enseñanza de los antiguos
griegos tuvo tal trascendencia que en la actualidad, y con excepción de las
escrituras primitivas de América y Africa más el pequeño grupo asiático derivado
del chino (como el japonés), todos los sistemas en uso provienen del alfabeto
semítico-griego, que dio origen a tres tipos básicos divididos en cientos de
alfabetos. Cada uno nació conforme a las necesidades de la lengua que se
deseaba transcribir. El hebreo y el árabe, por ejemplo, tomaron los signos
vocálicos griegos pero, en lugar de escribirlos junto a las consonantes,
colocaron puntos, líneas y círculos equivalentes arriba o abajo de ellas.
Después de Mahoma (570-632), los musulmanes desarrollaron la caligrafía con la
idea de que era la forma artística más elevada, pues Alá había creado la
escritura para transmitir su mensaje divino. Otro tipo de alfabeto es el que
sirve para el indio y el etíope. La escritura (que en la actualidad sólo añade
pequeños trazos vocálicos a las consonantes) llegó a la India desde Occidente a
través de los alfabetos arameo y fenicio; primero, durante el siglo III a.C.,
sirvió para fines mercantiles y sólo después fue adoptada por los intelectuales.
Sin embargo, los libros, que antes se habían escrito en hojas de palmera, se
generalizaron hacía el siglo I a.C. y únicamente entre la clase sacerdotal. En
realidad la India es uno de los pocos países donde el uso de la escritura no ha
menoscabado la fuerza de la tradición oral.
Con todo, el sistema más sencillo
y quizá por eso el más extendido en Occidente, es el que derivó del griego. Si
se compara el alfabeto ruso con el latino o con el armenio será difícil concluir
que descienden directamente del que inventaran los jónicos. Pero así es: los
romanos tomaron su alfabeto, que después se extendería por toda Europa, del que
los etruscos habían aprendido de los griegos de Cumas, la primera colonia
de ese origen establecida en Italia. Los rusos, en cambio, adoptaron el
suyo, con treinta y tres letras actualmente, del que compusiera Costantino (826-869)
en Bizancio con elementos griegos y hebreos. De tales alfabetos, el más común
fue el romano, de cuya lengua latina nació el idioma español. Primero con la
expansión del Imperio y después con la difusión del cristianismo, la caligrafía
del alfabeto latino fue diversificándose en Francia, Italia, España, Inglaterra
y Alemania. Las cursivas del habla hispana son herencia de los primitivos tipos
romanos, y en general las grafías que se impusieron en Occidente fueron un
invento de los monjes irlandeses, quienes en el silencio de sus celdas se
dedicaron a trazar signos que buscaban la lectura fácil y no halagar la vista.
La escritura se consolidó
definitivamente con la aparición del libro. Como en tantas otras cosas,
fueron los chinos los primeros en elaborar algo aproximado a él. En Europa los primeros
libros fueron pergaminos escritos a mano, los mismos que los religiosos
adornaban con preciosos caracteres. Después de 1440 el libro se convirtió en un
auténtico difusor de ideas gracias a la imprenta de tipos móviles inventada por
el orfebre alemán Johannes Gutenberg (1398-1468), lo que
transformaría la civilización occidental al posibilitar al aprendizaje organizado
colectivamente. Cuatrocientos años después, el
médico ruso Ludwik Lejzer Zamenhof (1859-1917) dio forma al más ambicioso
proyecto de escritura universal: el esperanto, un alfabeto compuesto de veintiocho
letras, de las cuales cinco son vocales, una semivocal y veintidós consonantes.
Como señaló el semiólogo francés Roland
Barthes (1915-1980) en “Le degré zéro de l'écriture” (El grado cero de la
escritura), ésta ha significado una revolución en el lenguaje y en el psiquismo
y, con ello, en la misma evolución humana, ya que es una "segunda
memoria" para el ser humano además de la biológica ubicada en el cerebro. Antes
de la escritura sólo existía la tradición oral. La lengua oral,
constituida por una "sustancia fónica", tiene en tal sustancia un
soporte efímero y requiere que el emisor y el receptor coincidan en el tiempo
(y antes de la invención de las telecomunicaciones, también era necesaria la
coincidencia en el lugar). En cambio con la lengua escrita siempre es posible
establecer una comunicación con mensajes diferidos, la praxis escritural
hace que el mensaje pueda ser realizado en ausencia del receptor y conservado a
través del tiempo.