EL MUCHACHO INDEFENSO
Bertolt Brecht
Alemania (1898-1956)
Un
transeúnte preguntó a un muchacho que lloraba amargamente cuál era la causa de
su congoja.
- Había reunido dos monedas para ir al cine -dijo el interrogado-, pero se me ha acercado un chico y me quitó una -y señaló a un chiquillo que estaba a cierta distancia.
- ¿Y no pediste ayuda? -preguntó el hombre.
- Claro que sí -replicó el muchacho, sollozando con más fuerza.
- ¿Y nadie te oyó? -siguió preguntando el hombre, al tiempo que lo acariciaba tiernamente.
- No -gimió el niño.
- ¿Y no puedes gritar más fuerte? -preguntó el hombre.
- No -replicó el chico, mirándolo con ojos esperanzados, pues el hombre sonrió.
- Entonces, dame la que te queda -dijo el hombre, y quitándole la última moneda de la mano, prosiguió despreocupadamente su camino.
Bertolt Brecht
Alemania (1898-1956)
- Había reunido dos monedas para ir al cine -dijo el interrogado-, pero se me ha acercado un chico y me quitó una -y señaló a un chiquillo que estaba a cierta distancia.
- ¿Y no pediste ayuda? -preguntó el hombre.
- Claro que sí -replicó el muchacho, sollozando con más fuerza.
- ¿Y nadie te oyó? -siguió preguntando el hombre, al tiempo que lo acariciaba tiernamente.
- No -gimió el niño.
- ¿Y no puedes gritar más fuerte? -preguntó el hombre.
- No -replicó el chico, mirándolo con ojos esperanzados, pues el hombre sonrió.
- Entonces, dame la que te queda -dijo el hombre, y quitándole la última moneda de la mano, prosiguió despreocupadamente su camino.
REY DE PIEDRA
Federico G. Rudolph
Argentina (1970)
- Desde hace al menos cuatro siglos que me miraba con incesante y soberano desprecio. No era menester el seguir soportando semejante maltrato.
CIENCIA SATÁNICA
Sir Helder Amos
Venezuela (1990)
- ¡Felicitaciones, querida, lo hiciste excelente! -anunció la bruja suprema, ayudándola a bajar del podio y dándole una humeante copa para celebrar-. Ya eres una de nosotras, ¿cómo te sientes?
- Bien, emocionada, aunque un poco asustada -respondió la joven, ruborizándose.
- No, no, no, no tienes por qué sentirte asustada, querida, si gracias a la ciencia estamos en la mejor época para ser brujas.
- Estoy de acuerdo, -dijo una brujita que estaba parada cerca de ellas-. A diferencia de hace quinientos años, ser bruja ahora es muy fácil, no te imaginas cuantas veces estuve a punto de ser quemada en la hoguera durante la inquisición, fueron tiempos difíciles, perdí muchas amigas.
- Así es, querida -añadió una anciana que se había acercado a felicitar a la nueva bruja-. Desde que la ciencia tomó las riendas del mundo, la humanidad se volvió tan escéptica que solo cree en lo que puede ver, tocar y probar; dejándonos el camino libre para hacer lo que queramos sin ser juzgadas ni cuestionadas.
- Es cierto, la ciencia ha sido el mejor regalo que nos ha dado Satanás -dijo la suprema-. Es más, propongo un brindis por la ciencia.
- ¡Por la ciencia! -gritaron todas, alzando y sonando sus copas en el aire.
LA PIEZA AUSENTE
Pablo de Santis
Argentina (1963)
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su nombre en voz baja -Lainez- como si pronunciara una mala palabra. Le pregunté por la causa de la muerte: “Veneno” dijo entre dientes. Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté que faltaba una pieza.
Lainez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas, un dado, y al final apareció la pieza.
- Aquí la tiene. Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos una señal.
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se leía, en letras diminutas, Pasaje La Piedad.
- Sabemos que Fabbri tenía enemigos -dijo Lainez-. Coleccionistas resentidos, como Santandrea, varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una vez.
- Troyes -dije-. Lo recuerdo bien.
- También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa. ¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza? -Dije que no.
- ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada. También combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas. Fue inútil. Por eso pensé en usted.
Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Sólo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin interesarme) la solución.
- Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco.
Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M.
Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.
Beto Monte Ros
República Dominicana (1958)
Cristina nunca se casó; no es que fuera fea, complicada o anduviera perdida en consideraciones morales en que el alma está metida, más bien fue por culpa de un conductor que no se detuvo a tiempo o por la deforestación, que acabó hasta con los hombres.
Vivía a orilla de la carretera que se perdía en el bosque y sentada en el Balcón observaba a los camiones que bajaban de la montaña cargados de madera. Algunas veces uno paraba y se llevaba a una de sus nueve hermanas, pero cuando no hubo más árboles para talar y solo quedaba ella en la casa, cerraron el aserradero.
PEQUEÑO MÍO
Triunfo Arciniegas
Colombia (1957)
Al afeitarse esa mañana descubrió que tenía cara de gato: se erizó. La espantosa imagen lo persiguió durante el día, en cada pausa del trabajo: los ojos claros de dilatadas pupilas, los bigotes enhiestos, las orejas puntiagudas y su grito, su propio grito, que le descubrió un par de pequeños y finos colmillos. En la noche, sobre el cuerpo jadeante de la mujer, maulló: tuvo sueños horribles con ratas y perros y otras bestias. Al despertar se deslizó entre las sábanas, lamió los tobillos blancos y dulces y luego, perezoso, mientras los dedos de sangrientas uñas le recorrían el lomo, bebió la leche que la mujer le trajo en el platito.
ÚLTIMA ESCENA
Fernando Iwasaki
Perú (1961)
Al fin los de la aldea decidieron matar al monstruo. No quisieron creerme cuando las ovejas de la viuda del molinero amanecieron degolladas. Recuerdo sus cuerpos esponjosos, abiertos como granadas y barnizados de luna. Luego vino la matanza de los establos comunales, garañones abiertos en canal y una repugnante sensación de sangre y moscas en la boca. El alcalde insistía en organizar batidas contra los lobos, más yo sabía que ellos no habían sido. Pensaron que estaba ebrio, perturbado, enloquecido. Tampoco me hicieron caso cuando la bestia despedazó a los mendigos y pedigüeños de la villa, ni cuando hallaron en el arroyo los despojos del sacristán, un hombre innecesario. Con los niños fue distinto: cada muerte socavó la confianza en las autoridades y la necesidad de venganza les conminó a creerme. Por eso han venido trayendo antorchas y lazos, garrotes y hoces, para emboscar la aparición del monstruo. Les pido que aguarden la luna llena y escucho las maldiciones apagadas. Tal vez sigan dudando. Los veo tan asustados restregando sus armas, que no los imagino destrozando a la criatura. Cuando la luna esté en lo alto, me pregunto cuál de ellos me atacará primero.
AYYYY
Angélica Gorodischer
Argentina (1928)
Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era su marido.
- ¡Ayyyy! -gritó ella- ¡pero si vos estás muerto!
Él sonrió, entró y cerró la puerta. Se la llevó al dormitorio mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, le sacó la ropa e hicieron el amor. Una vez. Dos veces. Tres. Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina, maravillosa, estupendamente.
Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era la vecina.
- ¡Ayyyy! -gritó la vecina-, ¡pero si vos estás muerta! -y se desmayó.
Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama para nada, ni para comer ni para ir al baño. Se dio vuelta y ahí estaba su marido, en la puerta del dormitorio:
- ¿Vamos yendo, querida? -dijo y sonreía.
REVELACIÓN
Rubén Abella
España (1967)
Por casualidad ella entra en la cafetería Riofrío y ve a su amante en una mesa del fondo, charlando con unos amigos. Lo conoce desde hace dos meses y está muy ilusionada, pues intuye que por fin ha encontrado al hombre de su vida, alguien que la entiende y la respeta, que colma sus anhelos más íntimos, dentro y fuera del lecho. Pide un cortado en la barra. Saca del bolso el teléfono móvil y, con la piel sublevada, viéndolo sin que él la vea, lo llama para darle una sorpresa y, por qué no, proponer una cita rápida en el cercano hotel NH. En la cafetería empieza a sonar una insulsa melodía electrónica. Él mira la pantalla del teléfono, pero en vez de contestar se la muestra a sus amigos y, con un gesto burlón, corta la llamada. Ella, desconcertada, llama de nuevo. Vuelve a llenar el aire el soniquete machacón y sin matices. Él corta otra vez la llamada. A continuación teclea un mensaje y, antes de enviarlo, lo hace circular por la mesa para que todos lo lean. Ella lo recibe unos segundos más tarde: “Estoy reunido, amor. Luego te llamo”. En la mesa no paran de reírse. Llega el cortado. Presa de un temblor repentino, ella deja unas monedas sobre la barra y se va sin probarlo.
LA FELICIDAD
Andrés Neuman
Argentina (1977)
Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal. No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo: iba a decir el mejor, pero diré que el único. Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal. Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo y domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto. Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los gruesos brazos de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda desde hace años con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo tanta paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas, y algún día, muy pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.