5 de mayo de 2023

Las ilusiones de Italo Calvino

El escritor italiano Italo Calvino fue un maestro en el arte de meditar acerca de la angustiosa y apasionante condición humana. Un puñado de obras como “La giornata d'uno scrutatore” (La jornada de un interventor electoral, 1963), “Le cittá invisibili” (Las ciudades invisibles, 1972) o “Se una notte d'inverno un viaggiatore” (Si una noche de invierno un viajero, 1979) lo consolidaron como uno de los mayores talentos literarios europeos de la segunda mitad del siglo XX.
Calvino nació el 15 de octubre de 1923 en la localidad cubana de Santiago de las Vegas, donde sus padres -un agrónomo y una botánica- dirigían una estación experimental de agricultura. Dos años después la familia regresó a Italia, instalándose en San Remo. La influencia paterna lo empujó a matricularse en la Facultad de Agricultura de Turín, pero en 1943 fue llamado a alistarse en el servicio militar por la República Social Italiana. Calvino desertó y, con poco más de veinte años, se alistó en la Brigada Garibaldi para luchar con la Resistencia.
La decisión fue rápida y sencilla: el antifascismo formaba parte de la esencia de su propia familia: hasta su propia madre, encarcelada bajo el régimen fascista, lo animó a combatir como partisano. En 1944, el escritor ingresó en el Partido Comunista, en el que permaneció como afiliado crítico hasta 1957. La verdadera dedicación de Calvino, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, fue la literatura. Así, decidió abandonar los estudios de Agronomía para estudiar Letras, su vocación exacta, y doctorarse con una tesis sobre el novelista británico de origen polaco Joseph Conrad (1857-1924).
Dos años después, publicó su primer trabajo: “Campo di mine” (Campo minado), una colección de cuentos neorrealistas con los que ganó un concurso literario del periódico fundado en 1924 por el sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) “L'Unitá”, cuentos que prefiguraron su primera novela, “Il sentiero dei nidi di ragno” (El sendero de los nidos de araña) publicada en 1949.


Su primer empleo fue como vendedor de libros a domicilio para la editorial Einaudi. De la mano del influyente escritor Elio Vittorini (1908-1966) fue ascendiendo en el organigrama de la empresa hasta alcanzar la cúpula directiva. Gracias al tutelaje de su amigo y maestro Cesare Pavese (1908-1950), Calvino fue evolucionando hacia lo que él llamaba “la transfiguración fantástica”. De ahí surgieron los personajes inolvidables de la trilogía “I nostri antenati” (Nuestros antepasados), compuesta por “Il vizconte dimezzato” (El vizconde demediado, 1952), “Il barone rampante” (El barón rampante, 1957) e “Il cavalieri inesistente” (El caballero inexistente, 1959). Inteligencia, exactitud e ironía convirtieron a estas fábulas en grandes obras maestras.
Por entonces ya había publicado varios libros de cuentos, entre ellos “Último viene il corvo” (Por último, el cuervo, 1949), “La formica argentina” (La hormiga argentina, 1952), “Gli avanguardisti a Mentone” (Los vanguardistas en Menton, 1953), “Le'entrata in guerra” (Entramos en la guerra, 1954) y “Fiabe italiane” (Cuentos populares italianos, 1956). Luego, entre muchos otros, vendrían títulos como “La speculazione edilizia” (La especulación inmobiliaria, 1957), “La nuvola de smog” (La nube de smog, 1958), “La strada di San Giovanni” (El camino de San Giovanni, 1962), “Le cosmicomiche” (Las cosmicómicas, 1965), “Ti con zero” (Tiempo cero, 1967), “Il castelo dei destini incrociati” (El castillo de los destinos cruzados, 1969) y “Gli amori difficili” (Los amores difíciles, 1970), sinónimos todos ellos de literatura transformada en diversión, sabiduría y arte.


En 1980 publicó el ensayo “Una pietra sopra. Discorsi di letteratyra e società” (Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad) y, cuatro años más tarde apareció con el título “Collezione di sabbia” (Colección de arena) una recopilación de escritos breves aparecidos en distintos medios de la prensa italiana. En dicha obra, que fue publicada en español con la traducción de Aurora Bernárdez (1920-2014), Calvino expresó: “Escribo a mano y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta. Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo”.
Y agregó: “Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir qué voy a escribir ese libro. Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero”.


El ensayista italiano Giorgio Bertone (1949-2016) escribió en “Italo Calvino, la letteratura, la scienza, la cittá” (Italo Calvino, la literatura, la ciencia, la ciudad), ensayo publicado en 1988: “No es extraño que Borges y Calvino tuvieran tantas afinidades electivas, tanta complicidad y tanta mutua admiración: como en el argentino, cada texto de Calvino duplica o multiplica el propio espacio a través de otros libros. El amor por las formas geométricas, el arte combinatorio de la matemática y las virtualidades de la ciencia impregnan buena parte de la obra de un autor para el que la literatura debía ser el mapa para entrar y salir del laberinto de la realidad”.
Calvino falleció en la madrugada del 19 de septiembre de 1985. Tuvo una muerte rápida: preparaba una serie de conferencias para la Universidad de Harvard en el jardín de su casa de Siena, cuando le sobrevino un derrame cerebral del que no logró salir con vida. Estaba obsesionado con esos textos, que debía leer a lo largo del curso 1985/86, dentro de un ciclo en el que le habían precedido autores como Thomas Stearns Eliot (1888-1965), Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), Edward E. Cummings (1894-1962), Octavio Paz (1914-1998), Cecil Day Lewis (1904-1972) y Jorge Luis Borges (1899-1986).


El escritor casi había terminado de dar forma a “Sei proposte per il prossimo millennio” (Seis propuestas para el próximo milenio), una serie de pequeños ensayos que él mismo había titulado de esa manera a lápiz en su cuaderno de trabajo, en inglés, porque en inglés pensaba leer las conferencias que escribió en italiano. Sólo faltaba la última propuesta, que trataría sobre “Bartleby, the scrivener” (Bartleby, el escribiente) de Herman Melville (1819-1891). La muerte quiso que las “Seis propuestas” se quedaran en cinco: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Calvino era, en efecto, un entusiasta de la exactitud: en la Universidad de Harvard pensaba referirse a su admirado Giacomo Leopardi (1798-1837) para ejemplificar esta propuesta.
Al día siguiente de su fallecimiento, Jorge Aulicino (1949), poeta y periodista argentino, escribió en el diario “Clarín”: “El hombre menudo de mirada piadosa que murió ayer a los 61 años en Siena era una de las figuras más importantes del renacimiento cultural italiano de posguerra. Fue uno de aquellos escritores que se pueden considerar francamente un resultado del proceso de autoconocimiento y ubicación en el mundo moderno iniciado pro Italia sobre las ruinas de la dramática equivocación del fascismo. Italo Calvino, quien pesa más por sus ficciones que por el aporte reflexivo en ese momento de grandes replanteos, era sin dudas un hombre de la sensatez y la racionalidad. Su obra debe considerarse parte del viento de aire puro que recibió la península en aquellos años, cuando decidió reconocerse y ganar un espacio en el universo de la posguerra”.


El periodista y escritor argentino Martín Caparrós (1957) grabó en diciembre de 2022 en “La oreja que lee”, la serie episódica de archivos multimedia digitales (podcast) del diario argentino “Infobae”, textos de la mencionada novela “Las ciudades invisibles”, una colección de descripciones de ciudades fantásticas que Calvino había publicado cincuenta años antes, obra a la cual definió como un libro delicioso, con un aire a Jorge Luis Borges. “Esto de los viajes perfectamente falsos, dice Caparrós, es una manera de demostrar taxativamente que la verdad no es importante para contar la verdad. Es decir: probablemente haya mucha más verdad en estos viajes falsos que en tantas crónicas de viaje que no hacen más que contar lo que supuestamente sucedió”.
Calvino organizó “Las ciudades invisibles” en varias series: “Le città e la memoria” (Las ciudades y la memoria), “Le città e il desiderio” (Las ciudades y el deseo), “Le città e i segni” (Las ciudades y los signos), “Le città sottili” (Las ciudades sutiles), “Le città e gli scambi” (Las ciudades y los intercambios), “Le città e gli occhi” (Las ciudades y los ojos), “Le città e il nome” (Las ciudades y el nombre), “Le città e i morti” (Las ciudades y los muertos), “Le città e il cielo” (Las ciudades y el cielo), “Le città continue” (Las ciudades continuas) y “Le città nascoste” (Las ciudades escondidas). A esta obra la consideró “un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades”. Al respecto, Caparrós añadió: “Me parece el libro más borgiano que Borges no escribió, pero es borgiano con un grado de lírica que Borges no se permitía”.


Por su parte, el filólogo y profesor de secundaria español Carlos Gumpert (1962), traductor de varios de sus libros, describió en el medio de comunicación digital español “elDiario.es” su meticulosidad estilística: “Con pocos escritores se tiene tanta conciencia de que cada palabra está colocada en su sitio por una razón específica, casi por necesidad. Tengo la convicción de que Calvino ha sido el mejor de los discípulos de Borges, una especie de versión corregida y aumentada del espíritu del gran autor argentino, al que supo añadir si acaso el rumor de fondo de su tiempo, que Borges prefería esquivar. Como todo buen discípulo, supo ser infiel a su maestro para ser él mismo”.
En la citada novela “La jornada de un interventor electoral”, Calvino supo decir: “En todas las cosas de la vida, para quien no es un necio, cuentan dos principios: no hacerse nunca demasiadas ilusiones y no dejar de creer que cualquier cosa que se haga puede ser útil”. Audaz en sus propuestas, Calvino también defendía la lectura de los clásicos. Así lo hizo en “Perché leggere i classici” (Por qué leer los clásicos), ensayo publicado póstumamente en 1991 en el que, entre muchos otros, analizó obras de autores como Balzac, Cervantes, Conrad, Dickens, Diderot, Flaubert, Hemingway, Homero, Kafka, Shakespeare, Stendhal, Tolstoi, Twain y, por supuesto, Borges. “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Cuánto más cree uno conocerlo, tanto más nuevos, inesperados e inéditos nos resultan”, sentenció. Tal vez nunca imaginó que él mismo se iba a convertir en uno de ellos.