Friedrich
Wilhelm Nietzsche (1844-1900) fue uno de los filósofos más polémicos del siglo
XIX. Sobre todo a partir de que el nazismo buscó, en su momento, adueñarse de
sus palabras para sustentar sus argumentos. El filósofo alemán destinó buena
parte de su existencia a focalizar su pensamiento en el hombre, no desde el
punto de vista estético o metafísico, sino desde el aspecto aquel por el cual,
en el largo transcurso de la historia, ese hombre se había transformado en un
sujeto sometido, gregario, inauténtico y resentido. Indagando sobre la causa de
esa falta de autenticidad, Nietzsche dedujo que el origen se encontraba en la
moral.
Para el autor de “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral), el hombre tenía la necesidad de sentirse protegido y amparado por un dios, por una imagen, por una institución, en fin, por una moral. Por esa razón dedicó su trabajo a la tarea de derribar, de desmitificar los iconos y los valores que la humanidad había idealizado. Según Nietzsche, el hombre -mezquino, superfluo e ingrato- había reemplazado a su Dios por el Estado. En “Also sprach Zarathustra” (Así habló Zaratustra) aseveró: “Dios ha muerto, su amor por los hombres lo ha matado”, idea que en cierto modo suscribió el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) cuando afirmó en 1969 en su ensayo “Logique du sens” (Lógica del sentido) que Dios había experimentó piedad por el hombre, y esa piedad fue la causa de su muerte.
Es decir que Nietzsche intuía ciertos peligros derivados de la acción de un Estado omnipresente, lo que lo llevó a anunciar que éste ocasionaría la muerte de los pueblos. En este contexto, resulta absurdo aceptar que su filosofía se haya circunscripto como el presupuesto ideológico del nazismo. El filósofo argentino y escritor argentino de origen rumano Tomás Abraham (1946) acotó además en 1996 en “El último oficio de Nietzsche y la polémica sobre el nacimiento de la tragedia”: “Nietzsche despreciaba a los antisemitas, ni siquiera estaba en contra de ellos. Veía el antisemitismo como una moda cultural empleada para tapar la propia pequeñez”. También, en el lejano año de 1893, la escritora y psicoanalista rusa Lou Andreas Salomé (1861-1937) consideró en su ensayo “Friedrich Nietzsche in seinen werken” (Friedrich Nietzsche en sus obras) publicado en Viena en 1894, que Nietzsche había sido el primer estilista de su tiempo, advirtiendo que el pensamiento del filósofo podría ser utilizado para desarrollar oportunistas fórmulas de difusión.
Pero no sólo algunas teorías filosóficas de Nietzsche fueron reinterpretadas por el nazismo. Adolf Hitler (1889-1945), uno de los fundadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (comúnmente conocido como Partido Nazi) y su máximo dirigente desde 1934 hasta su muerte, también hizo en su libro “Mein kampf” (Mi lucha) referencias a grandes filósofos como Immanuel Kant (1724-1804) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) e incluso al naturalista Charles Darwin (1809-1882). La primera parte de dicho libro fue escrito durante su permanencia en la cárcel de Landsberg, una penitenciaría ubicada en Baviera a la cual fue enviado tras su fallido intento de golpe de Estado organizado en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich.
Para el autor de “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral), el hombre tenía la necesidad de sentirse protegido y amparado por un dios, por una imagen, por una institución, en fin, por una moral. Por esa razón dedicó su trabajo a la tarea de derribar, de desmitificar los iconos y los valores que la humanidad había idealizado. Según Nietzsche, el hombre -mezquino, superfluo e ingrato- había reemplazado a su Dios por el Estado. En “Also sprach Zarathustra” (Así habló Zaratustra) aseveró: “Dios ha muerto, su amor por los hombres lo ha matado”, idea que en cierto modo suscribió el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) cuando afirmó en 1969 en su ensayo “Logique du sens” (Lógica del sentido) que Dios había experimentó piedad por el hombre, y esa piedad fue la causa de su muerte.
Es decir que Nietzsche intuía ciertos peligros derivados de la acción de un Estado omnipresente, lo que lo llevó a anunciar que éste ocasionaría la muerte de los pueblos. En este contexto, resulta absurdo aceptar que su filosofía se haya circunscripto como el presupuesto ideológico del nazismo. El filósofo argentino y escritor argentino de origen rumano Tomás Abraham (1946) acotó además en 1996 en “El último oficio de Nietzsche y la polémica sobre el nacimiento de la tragedia”: “Nietzsche despreciaba a los antisemitas, ni siquiera estaba en contra de ellos. Veía el antisemitismo como una moda cultural empleada para tapar la propia pequeñez”. También, en el lejano año de 1893, la escritora y psicoanalista rusa Lou Andreas Salomé (1861-1937) consideró en su ensayo “Friedrich Nietzsche in seinen werken” (Friedrich Nietzsche en sus obras) publicado en Viena en 1894, que Nietzsche había sido el primer estilista de su tiempo, advirtiendo que el pensamiento del filósofo podría ser utilizado para desarrollar oportunistas fórmulas de difusión.
Pero no sólo algunas teorías filosóficas de Nietzsche fueron reinterpretadas por el nazismo. Adolf Hitler (1889-1945), uno de los fundadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (comúnmente conocido como Partido Nazi) y su máximo dirigente desde 1934 hasta su muerte, también hizo en su libro “Mein kampf” (Mi lucha) referencias a grandes filósofos como Immanuel Kant (1724-1804) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) e incluso al naturalista Charles Darwin (1809-1882). La primera parte de dicho libro fue escrito durante su permanencia en la cárcel de Landsberg, una penitenciaría ubicada en Baviera a la cual fue enviado tras su fallido intento de golpe de Estado organizado en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich.
En él, además de elementos autobiográficos, expuso sus futuros proyectos gubernamentales, definió a la raza aria o germánica como biológicamente superior utilizando el término “übermensch” (superhombre), vocablo que Nietzsche que había aplicado en su citada obra “Así habló Zaratustra”, y utilizó fragmentos de “Protokoly sionskij mudretsov” (Los protocolos de los sabios de Sion), un texto antisemita publicado por primera vez en 1902 en la Rusia gobernada por el zar Nikolái Aleksándrovich Románov (1868-1918), Nicolás II -probablemente escrito por miembros de la Ojrana, la policía secreta zarista-, para exponer un supuesto complot judío para controlar el mundo. También citó la obra del famoso empresario norteamericano Henry Ford (1863-1947), antisemita él, titulada “The international jew, the world's foremost problem” (El judío internacional, el mayor problema mundial).
Aciagamente esa cosmovisión totalitaria elaborada por el nazismo influyó en filósofos de la talla de Carl Schmitt (1888-1985), autor de ensayos como “Politische theologie” (Teología política) y “Politische romantik” (Romanticismo político) en los que expresó sus teorías sobre la soberanía, el Estado, el Derecho y una enérgica crítica al liberalismo, y también en Martin Heidegger (1889-1976), autor de obras relevantes como “Aus der erfahrung des denkens” (De la experiencia de pensar), “Sein und zeit” (El ser y el tiempo) y “Kant und das problem der metaphysik” (Kant y el problema de la metafísica). El primero de ellos militó en el Partido Nacionalsocialista y ejerció diversos cargos bajo el régimen nazi entre 1933 y 1936 hasta que, debido a las amenazas recibidas por parte de las Schutzstaffel (SS), la organización paramilitar y policial del nazismo que lo consideraron un advenedizo, decidió dar un paso al costado. Mientras tanto el segundo se unió al partido nazi desde 1933 hasta su disolución en 1945 e influyó notablemente en el pensamiento filosófico del nazismo. Cuando fue elegido rector de la Universidad de Friburgo tres meses después de la llegada de Hitler a la cancillería del Reich, si bien prohibió los carteles antisemitas colocados por estudiantes nazis, permitió la quema de libros judíos y puso fin a los subsidios a estudiantes becados que no fuesen de origen ario.
Volviendo a Nietzsche, en su ensayo de 1886 “Jenseits von gut und böse” (Más allá del bien y del mal) empleó la expresión “der wille zur macht” (la voluntad de poder) como la aspiración principal de los seres humanos, como la ambición de lograr sus deseos y ubicarse en el lugar que sentían que le correspondía. Este concepto también fue apropiado por el nazismo y pasó a constituir uno de los pilares conceptuales de su relato asociado al de “superhombre”. Los nazis reformularon el concepto trocándolo en la dominación de los hombres superiores sobre los inferiores. La dominación de unos pueblos sobre otros se justificaba por una supuesta superioridad biológica; así como los seres del reino animal más “hábiles” eran los que prevalecían, las sociedades “superiores” debían imponerse, haciendo desaparecer al resto, una idea que acabó por convertirse en uno de los pilares del pensamiento filosófico nacionalsocialista.
Si bien es cierto que el nazismo tomó fragmentos de la obra de Nietzsche para sostener su ideología, resulta claro que ignoró otros en los que el autor desacralizaba al nuevo ídolo, el Estado, de la misma manera que desacreditaba a toda doctrina que intentara imponerse por la fuerza. A pesar de ciertas afirmaciones confusas y discordantes que pueden encontrarse en su extensa obra, queda claro que el autor de “Menschliches, allzumenschliches. Ein buch für freie geister” (Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres), “Die fröhliche wissenschaft” (La gaya ciencia), “Der antichrist” (El anticristo) y “Morgenröthe. Gedanken über die moralischen vorurtheile” (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales), entre muchas otras obras, era enemigo de las teorías racistas, odiaba el nacionalismo alemán, criticaba el totalitarismo y se consideraba filosemita, el fenómeno cultural caracterizado por el interés y respeto hacia la cultura judía.
En las últimas décadas del siglo pasado, el filósofo y profesor universitario alemán Günter Wohlfart (1943) fue publicando varios tomos titulados “Posthume fragmentes” (Fragmentos póstumos) en los cuales recogió sentencias y apuntes manuscritos que Nietzsche escribió a lo largo de su vida, recorriendo así toda su obra filosófica abarcando todas las épocas y todos los grandes temas de su pensamiento. En ellos puede advertirse su pensamiento en cuanto a lo que en su época se escondía detrás del odio a los judíos y el peligro de caer en el discurso antisemita, algo que para él no era más que una manifestación de decadencia cultural y una estrategia sociopolítica para apropiarse del poder económico de la comunidad judía.
En esta obra pueden leerse numerosos textos que contradecían los preceptos del nazismo, como por ejemplo: “No frecuento a nadie que participe de la impostura mentirosa de las razas”, “La admiración narcisista de la conciencia de raza germana es casi criminal”, “Yo tengo una sencilla norma: no tener trato alguno con los falsos monederos del racismo” o “Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea”. Tal como afirmó el filósofo israelí Jacob Golomb (1947-2023) en un artículo titulado “Friedrich Nietzsche y su actitud hacia el pueblo judío” aparecido en 1999 en el “Semanario Hebreo”, un órgano de prensa de la colectividad judía del Uruguay, “un entendimiento equilibrado de sus opiniones sobre cuestiones judías o sionistas (o de cualquier otro tópico de su pensamiento) sólo puede lograrse dentro del marco filosófico general de Nietzsche. Esto se aplica no sólo a quienes de manera maligna (y equivocada) consideran a Nietzsche como un proto-nazi sino también a algunos de sus apologistas que, en su lucha contra la nazificación de Nietzsche, tratan este tema desde la estrecha perspectiva de su teoría de las razas y de sus actitudes sociales. Esos comentaristas, a pesar de sus buenas intenciones, dejan de lado el punto esencial: las actitudes sociales y culturales de Nietzsche derivan de las intuiciones básicas de su filosofía general”.
Podría afirmarse que no son muchos los filósofos del siglo XIX cuyas ideas perduraron en el tiempo. Seguramente pueden citarse al gran filósofo idealista y dialéctico Georg W. F. Hegel (1770-1831), quien publicó obras esenciales como “Phänomenologie des geistes” (Fenomenología del espíritu), “Enzyklopädie der philosophischen wissenschaften” (Enciclopedia de las ciencias filosóficas) y “Wissenschaft der logik” (Ciencia de la lógica) en las primeras dos décadas de ese siglo; a Auguste Comte (1798-1857), cuyas ideas fueron fundamentales para el desarrollo de la sociología; a John Stuart Mill (1806-1873), uno de los pensadores más influyentes en la historia del liberalismo clásico; a Søren Kierkegaard (1813-1855), progenitor del existencialismo; a Karl Marx (1818-1883), padre del materialismo histórico y el socialismo científico, etc.
Pero probablemente los razonamientos de Friedrich Nietzsche pueden considerarse contemporáneos ante las vicisitudes y desavenencias que perturban a las sociedades actuales. Cuando afirmaba que los pensamientos y las ideas, las situaciones pasadas, los acontecimientos del mundo, una vez cumplido un ciclo volverían a ocurrir con algunas diferencias circunstanciales pero básicamente semejantes, o que los seres humanos eran un campo de batalla de pulsiones inconscientes que lo llevaban a una existencia alienada, basta con ver el presente para comprobar lo poco que ha envejecido su obra y como pervive su lucidez en las múltiples polémicas que generó.
Por cierto no son pocos los que lo vituperan y lo desacreditan dado que su filosofía conlleva el riesgo del malentendido y la incomprensión, y genera una multiplicidad de interpretaciones. Los nazis tomaron su idea del superhombre para sustentar su ideología, cuando lo que planteaba Nietzsche era la idea de un hombre capaz de superarse a sí mismo y a su naturaleza. También los libertarios tergiversaron su concepción del Estado y aseguran que es una organización criminal a la que hay que destruir, mientras que para Nietzsche el Estado debía ser un medio para la creación de un ser humano y una cultura superiores. Tenía razón el autor de “Ecce homo. Wie man wird, was man ist” (Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es) cuando escribió en “Así habló Zaratustra”: “No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino también aquel que habla en contra de lo que no sabe”.