2 de julio de 2025

Entremeses literarios (CCXIX)

LA VISITANTE
Andrés Rovella
Argentina (1974)
 
El desasosiego abrió la puerta. Con aire cansino, le indicó a la visitante que pasara.
Dejó su sombrilla en el paragüero del hall e ingresó a lo que se parecía a un gran comedor. La sala era un lúgubre espacio con olor a encierro y humedad. En un rincón pudo percibir una ventana abierta por donde se podía ver la lluvia golpear en un alpendre pegada a ésta. A su lado, el temor abría y cerraba los ojos cada vez que el cielo relampagueaba con un leve temblor o un trueno retumbaba en la habitación. La lluvia se sentía fuerte afuera.
En el otro rincón de la estancia, sobre un pequeño y viejo piano, la ira golpeaba una sola tecla de manera monocorde y miraba de soslayo a la visitante que se encontraba en el centro de la sala mirándolos a todos. Pegado a ella, el rencor con las mandíbulas apretadas y los ojos fuera de sí, no decía aparentemente nada. Sobre una mesa antigua y algo ajada por el tiempo, la apatía tenía su cara apoyada en sus antebrazos mirando la nada misma.
La visitante pudo ver a su izquierda a la soberbia de espalda a todos, acomodando unos libros sobre los anaqueles de una biblioteca de principios de siglo. Nadie emitía palabra y todos esperaban saber que era lo que la visitante estaba por decir.
- Bueno, vengo a verlos para saber si de alguna manera podemos llegar a lograr algo juntos. Es mi intención que todos podamos seguir avanzando.
La ira salió de su ostracismo a los gritos:
- No nos interesa tu propuesta. Nunca particularmente me ha gustado; no sabes lo que nos estás pidiendo.
El rencor miraba a la visitante y asentía a cada una de las palabras de la ira. La apatía sólo hizo un movimiento imperceptible de hombros y siguió en igual posición sobre la mesa. El temor dijo, de una manera suave y casi imperceptible: - Yo, yo… la verdad que seguiría tu idea y tu persona, pero la verdad es que me da mucho miedo. Perdón.
La soberbia siguió acomodando los libros y desestimó darse vuelta, dar una respuesta o generar una opinión. Siguió con lo suyo y no omitió palabra. La ira, que había dejado de apretar su monótona tecla mientras la visitante hablaba, volvió roja de bronca y sin decir palabra alguna se puso a golpear su tecla monocorde.
La visitante al saber que era innecesario seguir ahí sin que nadie dijera nada, giró sobre sus pasos y se dirigió a la salida. Con un pequeño ademán le dijo al desasosiego:
- Gracias, ya conozco la salida.
Tomó su paraguas en el hall de piso ajedrezado, abrió la puerta y salió a la calle. Cuando levantó la vista, las negras nubes se estaban yendo. La lluvia había cesado. Una brisa de verano golpeó su cara. Giró a la izquierda y se quedó pensando cómo no podían entender que la felicidad les estaba dando la oportunidad de cambiar sus vidas. No los entendía. Pero se olvidó de ellos automáticamente cuando a lo lejos, entre dos edificios, un suave arco iris la hizo sonreír mientras caminaba calle abajo.

 
PELO DE PERRO
Lydia Davis
Estados Unidos (1947)
 
El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que, si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.
 
 
OCURRENCIA
Juan Amós Comenio
República Checa (1592-1670)
 
Durante un banquete, Colón era objeto de frases mortificantes por parte de los españoles, que envidiaban al italiano la gloria de su gran descubrimiento; y como, entre otras cosas, llegase a oír que el descubrimiento de otro hemisferio no era debido a la ciencia, sino a la casualidad, y que, por lo tanto, otro cualquiera podría descubrirlo, propuso este sutil problema:
De qué modo podría un huevo de gallina sostenerse en pie sobre uno de sus extremos sin ningún otro apoyo.
Todos lo intentaron en vano, y entonces él, golpeándolo ligeramente sobre un plato, quebró un poco la cáscara y lo hizo tenerse en pie. Rieron todos, exclamando que también podrían hacerlo ellos, a lo que les contestó Colón:
- Podrán ahora porque han visto que podría ser, pero ¿por qué no lo hicieron antes que yo?
 
 
DISTINGUIR AL ADVERSARIO
David Cooper
Sudáfrica (1931-1986)
 
Un monje tibetano, entregado a un largo, solitario, meditativo retiro, comenzó a ver una araña que cada día se hacía más grande; por último, su tamaño fue como el del hombre y su apariencia amenazadora. En este punto, el monje pidió consejo a su maestro espiritual y recibió esta respuesta:
- La próxima vez que se aparezca la araña, dibuja una X en su vientre y luego, tras reflexionar, coge un cuchillo y clávalo en medio de esa marca.
Al día siguiente, el monje vio la araña, dibujó la X y luego meditó. Pero en el preciso instante en que se disponía a clavar el cuchillo, miró hacia abajo y, con asombro, vio la marca dibujada sobre su propio ombligo.
 
 
LA PERSECUCIÓN DEL MAESTRO
Alexandra David Néel
Francia (1868-1969)
 
Entonces el discípulo atravesó el país en busca del maestro predestinado. Sabía su nombre: Tilopa; sabía que era imprescindible. Lo perseguía de ciudad en ciudad, siempre con atraso. Una noche, famélico, llama a la puerta de una casa y pide comida. Sale un borracho y con voz estrepitosa le ofrece vino. El discípulo rehúsa, indignado. La casa entera desaparece; el discípulo queda solo en mitad del campo; la voz del borracho le grita: Yo era Tilopa.
Otra vez un aldeano le pide ayuda para cuerear un caballo muerto; asqueado, el discípulo se aleja sin contestar; una burlona voz le grita: Yo era Tilopa.
En un desfiladero un hombre arrastra del pelo a una mujer. El discípulo ataca al forajido y logra que suelte a su víctima. Bruscamente se encuentra solo y la voz le repite: Yo era Tilopa.
Llega, una tarde, a un cementerio; ve a un hombre agazapado junto a una hoguera de ennegrecidos restos humanos; comprende, se prosterna, toma los pies del maestro y los pone sobre su cabeza. Esta vez Tilopa no desaparece.
 
 
CORTÍSIMO METRAJE
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)
 
Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop, tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse.
 
 
LA METAMORFOSIS
Matvey Dmitriev
Rusia (1790-1863)
 
Había una vez un hombre rico y otro pobre. El rico andaba siempre metido en banquetes y el pobre no tenía nada de nada. Un día llegó un viejo a la casa del rico y le pidió que le dejara pasar allí la noche:
- Amable señor, ¿podría pernoctar en tu casa?
El rico no le ofreció ningún auxilio y se negó a albergarlo:
- En mi casa -respondió- jamás pasan la noche ni los lisiados, ni los pobres, ni los que van de paso. De modo que no vas a pernoctar aquí. Vete a aquella casa, la que está a cielo abierto. En aquella casa te dejarán pasar la noche.
El viejo le preguntó:
- Amable señor, indíqueme cuál es la casa que está a cielo abierto.
El rico salió afuera para enseñársela:
- Allí está.
Entonces el viejo pasó la mano por la cabeza del rico y éste se metamorfoseó en un caballo.
El viejo pidió al pobre que le dejara pasar la noche en su casa y le dijo:
- Amable señor, déjame pernoctar en tu casa.
- De acuerdo, abuelo. En mi casa pasa la noche todo el mundo: los pobres, los lisiados y los que van de paso.
- Llevo un caballo conmigo.
- Pues, abuelo, no tengo sitio para un caballo. Tampoco dispongo de heno, y no sé qué es lo que le voy a dar de comer.
El viejo respondió:
- No pasa nada: le dejamos fuera y le daremos polvo de lino y cáñamo para comer.
El pobre dejó el caballo fuera y el viejo entró en la casa. Al día siguiente, antes de marchar, el viejo le dijo al pobre:
- Quiero regalarte este caballo, para que dejes de ser tan pobre.
El pobre se puso a darle las gracias y llamó a su esposa:
- Mujer, vamos a construir otra casa.
Y juntaron maderas para hacer la casa nueva.
Pasado algún tiempo, el viejo volvió a la casa del pobre para que le dejara pasar la noche. Pero el pobre ya no le dejó pasar.
- Yo soy el viejo aquel. Lo que pasa es que no me has reconocido.
Y de nuevo pasó la mano por la cabeza del caballo, y lo volvió a metamorfosear en hombre. Y el pobre, sin caballo, volvió a quedar reducido a la miseria.
 
 
UNA FAMILIA NORMAL
Paz Monserrat Revillo
España (1962)
 
En nuestra familia ha habido de todo. Suicidas, pederastas, psicópatas, cazadores, falangistas, ludópatas y adoradores del líder. Matrimonios concertados, herencias envenenadas, rebeldías con causa y algunas malas elecciones legendarias. Gente de fiar y arteros embaucadores. Sentimiento de pertenencia y profundo extrañamiento. Vehemencia y abulia. Astucia y bondad. Grandes sacrificios, desarraigos de novela y otra vez la misma piedra. Los muertos prematuros -uno de ellos contagiado de SIDA- asoman desdibujados como ramas livianas y desconocidas del árbol genealógico, junto a otros personajes muy longevos calificados como decentes o como inaguantables. O como ambas cosas a la vez.
No consigo entender por qué siempre se nos ha inculcado que somos una familia especial, impoluta y ejemplar, cuando simplemente somos una familia corriente, normal, incluso vulgar.
 
 
LOS DOS POLÍTICOS
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)
 
Dos políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público.
- La recompensa que yo más deseo -dijo el primer político- es la gratitud de mis conciudadanos.
- Eso sería muy gratificante, sin duda -dijo el segundo político-, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política.
Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el primer político murmuró:
- ¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recompensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos.
Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satisfechos.

 
MUJER CON GATO
Liliana Heker 
Argentina (1943)
 
El hombre que está asomado a la ventana envidia a la mujer que, en el jardín de la planta baja, canturrea ante la mirada atenta del gato. Qué feliz es, piensa el hombre. Ignora que la mujer no es feliz: con excepción del gato, acaba de perder todo lo que amaba, y sospecha (alguna vez lo ha leído) que los gatos se apartan de la desdicha. Moriría si el gato también la abandonara. Por eso, ante la persistencia de la mirada de él, no para de cantar y se ríe de cualquier cosa. El hombre de la ventana le envidia la alegría porque no advierte el simulacro. El gato sí lo advierte. Recela de esta actitud incongruente de la mujer, ¿por qué no se largará a llorar de una buena vez como desea? La observa un momento más, a la expectativa: ha vivido momentos muy lindos con ella. La mujer, consciente de la mirada del gato, hace una divertida pirueta de baile. Sin duda le ocurrió algo extraordinario, piensa el hombre de la ventana. No hay nada que hacer, concluye el gato, ya no es confiable. Alarga infinitamente su cuerpo gozoso, se da vuelta y, sin volver la vista atrás, salta la medianera y se va para siempre.