8 de marzo de 2011

Crónicas de Marilyn (6). Astillas

Desde que era apenas una quinceañera y hasta su muerte, acaecida hace ya casi medio siglo, Marilyn Monroe anotó sus pensamientos y sensaciones en cualquier papel que tuviese a mano: cuadernos, hojas sueltas, libretas, agendas, páginas membretadas y hasta en facturas. Con una prosa cargada de melancólica tristeza y una sensibilidad exquisitamente delicada abordó los temas recurrentes en el paisaje desolado que albergaba dentro suyo: la muerte, el suicidio, el abandono, el desamor, la soledad y el miedo. Aquellos apuntes -poemas, textos literarios, sentencias e inclusive cartas intercambiadas con personalidades de la época como Arthur Miller (1915-2005), Pier Paolo Pasolini (1922-1975), Norman Mailer (1923-2007) o Truman Capote (1925-1984)- más algunas esquelas a su analista y a su psiquiatra, dibujos, instrucciones a su personal de servicio, listas de supermercado y hasta recetas de cocina, fueron heredados por su profesor en el Actor's Studio, Lee Strasberg (1901-1982), y fue su viuda quien, en 2007, decidió entregar el material para que fuese publicado. El resultado fue "Fragments" (Fragmentos), un libro que pone de manifiesto la personalidad insegura, depresiva y autodestructiva de la actriz y, a pesar de ser condenada por el cine a ser la rubia hermosa pero tonta de muchas de sus películas, muestra su faceta más auténtica. Tal como apuntó Homero Alsina Thevenet (1922-2005), dentro de Marilyn había "muchas Marilyns", una idea que reforzó Laurence Olivier (1907-1989) en su autobiografía: "Había dos costados enteramente separados. No estaría uno muy lejos si la describiera como esquizoide; las dos personas en ella difícilmente podrían haber sido más distintas". En una de las cartas dirigida a su psiquiatra, el doctor Ralph Greensom (1911-1979), Marilyn intentó explicar esa duplicidad suya, que oscilaba entre la tristeza y la alegría: "Sé que nunca seré feliz, pero sé que ¡puedo ser muy alegre! ¿Es Milton quien escribió 'los hombres felices nunca nacieron'? Yo lo sé. Cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que no hay respuestas; la vida hay que vivirla". Y en uno de sus poemas insiste en esa imagen recurrente, la de los dos bordes: "Vida/ existo en tus dos direcciones/ permaneciendo de algún modo/ colgando hacia abajo casi siempre/ pero fuerte como una telaraña en el viento/ existiendo con la fría escarcha/ más que esos brillos en forma de gotas/ que he visto en los cuadros. / Ah vida/ te han engañado".

La tristeza de saber que nunca se conoce completamente a los demás se manifiesta en uno de sus poemas de manera contundente: "Sólo partes de nosotros llegarán/ a tocar partes de los demás.../ la verdad de cada uno es eso/ solamente la verdad de cada uno./ Sólo podemos compartir/ la parte que dentro del conocimiento de otro es aceptable./ Por consiguiente/ estamos más bien solos". Y la soledad desesperante en este otro: "Taaaantas luces en la oscuridad convirtiendo en esqueletos los edificios y la vida de las calles./ ¿Qué era lo que iba pensando ayer por la calle?/ Parece tan lejano, hace mucho/ y la luna./ Menos mal que me explicaron de niña lo que era la luna/ porque ahora no podría entenderlo./ Ese río silencioso que se agita y se hincha con todo lo que pasa por encima de él/ el viento, la lluvia, los grandes navíos./ Amo el río, nunca inmóvil por nada./ Está tranquilo ahora/ y silenciosamente está solo/ salvo por el ensordecedor estruendo de cosas desconocidas,/ tambores lejanos muy presentes/ excepto por los penetrantes aullidos/ y los susurros de las cosas,/ los sonidos agudos y luego de pronto acallados/ hasta convertirse en sollozos más allá de la tristeza/ en terror más allá del miedo./ El grito indeciso de las cosas/ demasiado joven para ser conocido aún./ Los sollozos de la propia vida./ Tienes que sufrir la pérdida de tu dorada oscuridad/ hasta que tu cobertura de hojas muertas te abandone./ Debes permanecer fuerte y desnuda/ viva, mientras miras adelante,/ aunque el viento te haga inclinar/ y llevar el dolor y la alegría/ de lo nuevo en tus brazos./ Soledad, permanece quieta". O en el desgarrador: "¡Sola! Estoy sola/ Siempre lo estoy/ pase lo que pase./ No hay nada que temer/ salvo el propio miedo".
 

Y otra vez la tristeza: "Tengo una lágrima colgando/ sobre mi cerveza/ que no termina de caer./ Esta mal que me sienta morir/ cuando contemplo lo que he vivido./ Un mínimo alivio a tamaño dolor/ sería suficiente/ como clavo ardiente al que agarrarme./ Es estupendo estar viva./ Me dicen, sí,/ que soy afortunada por estar viva./ ¡Pero es tan difícil sentirlo/ cuando todo me hace daño!". Y la desilusión concluyente: "Ahora que lo pienso/ siempre he estado aterrada de llegar a ser realmente/ la esposa de alguien/ pues la vida me ha enseñado que nadie puede amar a otro/ nunca/ realmente". Como una revelación de su frágil autoestima ante una decepción sentimental escribió: "Donde sus ojos reposan con placer/ quiero seguir allí/ pero el tiempo ha modificado/ el poder de esa mirada./ Ay, cómo voy a manejarme cuando sea menos joven./ Busco la alegría/ pero está vestida de dolor./ El dolor de su añoranza cuando mira/ a otra/ como una frustración desde el día/ en que nació./ Tenemos que sobrellevarlo./ Me muevo tristemente porque no siento alegría alguna". E incursionando en el carácter existencial de la condición humana le dedicó unos versos a su tercer marido, Arthur Miller, en el que se plantea un despiadado dilema: "Mi amor duerme junto a mí/ En la débil luz veo su viril mentón/ aflojarse y la boca/ de su adolescencia regresa/ con una blandura más blanda/ Su sensibilidad temblando/ en la quietud / Sus ojos tienen que haber escrutado el exterior / maravillosamente desde la gruta de su/ adolescencia cuando las cosas que no entendía/ las olvidaba/ Pero ¿tendrá este mismo aspecto cuando esté muerto? / ¡Oh! hecho insoportable e inevitable/ Pero ¿preferiría que llegase la muerte/ de su amor antes que la suya propia?".


En los tempranos años '50, durante una sesesión fotográfica en Long Island, Marilyn le confesó al fotógrafo André de Dienes (1913-1985) que en su próxima vida quería ser una mariposa. Esta anécdota fue tomada por el escritor italiano Antonio Tabucchi (1943) para titular su "La polvere della farfalla" (El polvo en las alas de la mariposa), el texto que sirve de prólogo a "Fragmentos". Tabucchi, seducido por el perfil insólito y fascinante de Marilyn que surge del revelador libro, declara: "El destino de su vida la quiso sobre todo imagen, un ícono como el rostro de La Gioconda, tras el cual no se sabe lo que hay. La imagen que Marilyn Monroe ha dejado de sí misma en el mundo de las imágenes esconde un alma que pocos sospechaban… Si fuera una película sería un 'flashback', se vería una niña de rostro dulce y de grandes ojos llamada Norma Jeane". "Este libro -escribe Tabucchi-, con todos sus documentos inéditos, nos revela la complejidad del alma que se encontraba detrás de la imagen. Poemas, cartas, diarios íntimos, notas tomadas al azar emergen de este libro que reúne no lo que Marilyn parecía, sino lo que pensaba; textos, todos ellos, que cargan la imagen de este rostro bellísimo y radiante de un sentido para muchos insospechado y que pertenece a lo fuera de serie, al contrario de como la imaginó Andy Warhol, que la hizo serial".
 

Cautivado menos por la sugestiva blonda que dormía con perfume en lugar de pijama que por "el cuerpo que ocultaba el alma de una intelectual, de una insospechada poetisa", Tabucchi opina que Marilyn no es sólo un mito o un icono. Para el escritor italiano, estos textos revelan una personalidad "intelectual y artística" que ni los innumerables biógrafos pudieron sospechar. "No solo los poemas, sino también las notas breves y las páginas de sus diarios incluidas en este libro (siempre en una prosa marcadamente elíptica, hipersignificante y, por eso mismo, rayana en el lenguaje sibilino propio de la poesía) constituyen de una manera flagrante una búsqueda. La búsqueda racional de una intelectual que trata de comprender la realidad que la circunda (qué es este mundo, qué significa) y la búsqueda de una persona que se busca a sí misma en este mundo (quién soy yo, qué sentido tengo). De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado". "Si las personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes tienden a hacerse daño a sí mismas", razona Tabucchi. "Estos textos son los rastros de lo oscuro de la mariposa que nunca abrió sus alas, como ella hubiera querido". Y concluye: "La mariposa sabe que si dos dedos le aprisionan las alas, les harán perder el polvillo mágico que les permite volar".


Para la escritora y crítica literaria española Maria do Cebreiro (1976), los poemas de la actriz muestran que "Marilyn participa por derecho propio de una veta de la literatura estadounidense traspasada por la idea del infortunio", y la emparenta con la novelista Carson McCullers (1917-1967) -de quien fue amiga-, y con la poetisa Sylvia Plath (1932-1963), "a quien tanto se parece". No concuerda con esto último el editor del suplemento cultural de "Página/12", el periodista argentino Juan Ignacio Boido (1975), quien sostiene que "la idea y la intención de encontrar en estos fragmentos los rastros de una intelectual en formación, de una poeta viviendo debajo de la atmósfera resplandeciente de su celebridad, de ver en Marilyn Monroe una Sylvia Plath en potencia, es una idea tan arriesgada como creer que si Sylvia Plath hubiese sido más linda, habría sido Marilyn Monroe... El tema con los papeles recogidos en 'Fragmentos' no es que sean buenos o malos: es que no se leen para saber lo que Marilyn dice sino lo que ellos dicen de Marilyn". Por su parte, la poetisa argentina Dolores Gil (1981) cree que los poemas de Marilyn "enuncian un sujeto fragilísimo, intuitivo y oscuro" y "sorprenden por la honestidad de una voz que parece escribirlos como quien da un manotazo de ahogado".
El dramaturgo y novelista norteamericano Norman Rosten (1913-1995), el amigo de Arthur Miller que la alentó a escribir, dijo en una ocasión que Marilyn escribía "con instinto y reflejos de poeta, aunque sin la maestría". Marilyn le contestó así: "Esperaré la vejez para que, con los años,/ puedan desnudarse inteligencia y sensibilidad;/ para que se vea la belleza del alma,/ cuando se vayan la del rostro y la del cuerpo".

6 de marzo de 2011

Entremeses literarios (CXXVI)

LA CONCIENCIA
João Ventura
Portugal (1960)

Fue durante el momento previo al orden del día que el diputado se dio cuenta de que le faltaba su conciencia. Buscó en los bolsillos, en el portafolio, pero no la encontró. Quedó preocupado. A la primera oportunidad salió del hemiciclo y fue a la sección de perdidos y encontrados. Le preguntó al funcionario si alguien había encontrado una conciencia. Lo hicieron entrar por la puerta, al lado de la ventanilla, y lo llevaron a un cuarto donde había sombrillas, celulares, muchos expedientes, muchos sobres tamaño oficio de papel marrón y, en un estante al fondo, algunas conciencias.
- Esas están ahí porque los dueños nunca vinieron a reclamarlas.
El diputado observó, pero ninguna era la suya. Vio en el suelo una caja cerrada. Ante su mirada interrogativa, el funcionario le dijo:
- Ahí adentro están las vergüenzas. Hay personas que pierden la vergüenza. Y nunca vienen por acá a buscarla. Vergüenzas y conciencias que no se reclaman se incineran a fin de año.
El diputado se tocó los bolsillos y suspiró aliviado. Aún tenía su vergüenza. El problema era la conciencia. Agradeció al funcionario y salió a buscar, pensando en dónde diablos podría haber dejado la conciencia.


EL QUE GUARDA TIENE
Ana María Shua
Argentina (1951)

Necesito que me ayuden a buscarlo. En mi habitación, entrando a la izquierda, hay un mueble pesado con varias puertas. Al abrir la de abajo, la que está cerca de la ventana, se descubre una serie de cajones con manijas y cerraduras de metal. Uno de ellos está abierto, aunque no me acuerdo cuál. En el fondo, envuelta en pañolenci, detrás de una confusión de fichas de poker, está la llave del primero. En ese primer cajón, forrado en hule verde, hay una caramelera y una caja de naipes de plástico marca Kem. Si al abrir la caramelera se detiene por completo el movimiento del universo, entonces es que estaba en la caja de naipes.


DESENLACE
Esteban Dublín
Colombia (1983)

El autor escribía con tal pasión su novela que, sin notarlo, se había sumergido en ella. Miró a su alrededor y se percató de que caminaba por entre sus capítulos. Escarbaba entre sus letras tratando de hallar una salida. Años después, todavía se abre paso en medio de las frases, buscando -sin éxito- un final para esa historia.


DURMIENDO EN LLUVIA
Gordon Henry
Estados Unidos (1955)

La anciana sueña que está arriba, en el norte, en la reservación. Es otoño. El humo de pinos que cuelga sobre los techos de las casas, hojas que caminan dormidas en el viento gris, árboles esqueléticos que arañan el cielo plomizo y fantasmal. Está en la vieja choza negra. En casa. Revuelve el guiso en la cocina. El hogar cruje en la otra habitación. Del otro lado de la ventana, él levanta el hacha. Es joven. Ella mira cómo el hacha parte un leño sobre el tocón de un árbol. El se da vuelta y camina hacia la casa. Es viejo. Toma su pipa y aprieta el tabaco. Ella sale a la puerta a encontrarlo. Abre la puerta. Trata de tocarlo. El pasa a través de ella como un escalofrío y entra en una fotografía en la pared.


LOS DELICADOS PIES DE LEONOR
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Las versiones que había oído de mis parientes sobre las botas que siempre llevó mi bisabuela Leonor nunca me dejaron del todo satisfecha. Mi tío Joaquín decía que las llevaba porque tenía una deformación -con un curioso nombre en latín que no consigo recordar- que producía el crecimiento curvado de sus uñas. Estas acababan clavándose sobre su propia piel, impidiéndole caminar bien. Requería, pues, la sujeción de una bota especial. Mi padre, en cambio, siempre defendió como verdadera la explicación de que -debido a la vida regalada que había llevado en su infancia cubana rodeada de criadas y de caprichos- apenas había tenido necesidad de caminar y por esa razón se le habían atrofiado los músculos de los pies. Necesitaba botas y casi siempre estaba sentada. Lo cierto es que esas botas me tuvieron fascinada en la época en la que me dediqué a la arqueología familiar. En las fotos que se conservan de Leonor se la ve coqueta y con un gesto de dignidad en el rostro. Siempre sentada en su mecedora, luciendo esas botas tan especiales, que de lejos parecen zapatos con calcetines pues tienen la caña de color blanco y el pie de color negro simulando el contorno de un zapato. Otra de las mitologías familiares sostiene que ninguno de sus hijos vio jamás sus pies, y que había dado órdenes estrictas de que la enterrasen con las botas. En esto había una cosa extraña: el tono en el que se supone que había exigido que no le quitaran las botas al morir, pues se supone -¿otro mito familiar?- que era extremadamente dulce y discreta. ¿Tan coqueta era, pues, como para desobedecer a su plácido carácter cubano en este tema? Aparte de las botas, se llevó el secreto de sus pies a la tumba. No me atrevo a hacer ninguna conjetura que pueda desacreditar a los ancianos de mi familia que aún viven, pero el otro día me enteré de que varios de mis primos segundos -descendientes de la rama de mi bisabuela Leonor- han tenido un dedo supernumerario en los pies. Pedro Cavaller, algo más joven que yo, me lo confirma. A él le operaron de pequeño y nunca ha tenido que llevar botas ortopédicas. Se ha ahorrado tener una anomalía que ocultar, pero por otro lado se ha perdido el poder que otorga tener un secreto. La versión de la atrofia por languidez luce mucho más romántica que la de un dedo de más, pero -por si acaso- cuando me nazca el primer nieto lo primero que pienso hacer es tratar de contar hasta cinco.


SOBRE LAS ESQUINAS PELIGROSAS
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Tú caminas confiadamente por la calle. Pero aun la calle que más conoces, esa que recorres todos los días y que crees que no guarda secretos para ti, tiene una esquina peligrosa. La doblas, y de pronto te encuentras en otra ciudad. Gente extranjera, que viste de un modo estrafalario, te mira con recelo. Allí se habla un idioma enrevesado que no sabrás descifrar, que no aprenderás nunca. Hay extrañas costumbres, secretas prohibiciones que infringirás con candida torpeza y atraerás sobre ti la cólera y la reprobación. Y será inútil que quieras volver sobre tus pasos: cuando se dobla una esquina peligrosa ya no se vuelve. Bruscos policías se apoderarán de ti y te conducirán a la cárcel. Dirás tu nombre, quién eres, proclamarás tu inocencia, pero no te entenderán. Morirás de nostalgia, de mudez, de abandono.


SACO DE BULAS
Carlos Iturra
Chile (1956)

El Sumo Pontífice condenó hoy tajantemente el uso de cinturones de castidad en niños para protegerlos de curas pedófilos, por las mismas razones por las que condena el uso del condón: no son cien por ciento seguros.


LOS ULTIMOS FIBARITAS
Iván Salinas
México (1977)

El tiempo no apremiaba, pero se daban prisa. Pala en mano, carretillas en ringlera, el hombro firmemente apoyado contra el muro, los fibaritas sobrevivientes demolían a consciencia el planeta tierra. Agotadas sus reservas no renovables de combustible por el desmedido viaje que les imponía la distancia, los fibaritas habían tenido que vender sus armas y rentar sus trajes en plasma de lisilio. Pero lo peor llegó cuanto tuvieron que disfrazarse de humanos, confesaría uno torturado por las Fuerzas Solas contra lo Sorprendente. La causa no era otra, añadió con cierto embarazo, que padecer un cuerpo demasiado propenso a la vagancia y al reposo en las playas de Cipolite (después rectificarían al darse cuenta que era un puro delirio surrealista de un extranjero avecindado en el lugar y no había arena en la región). Para continuar con su propósito de derruir el Mundo tuvieron que amoldarse a la ergonomía de la clase obrera y adoptar cada uno de sus gestos. A pesar de grandes esfuerzos, no lograron conseguirlo. Agotados, fueron también perseguidos y confundidos muchas veces con personas extraviadas. No fueron pocos los encuentros en que los tomaron por gente muerta o un familiar recién dejado en el extranjero (que es otra forma de muerte, no dejaban de decirlo). Con gran vergüenza, sudor y trabajo (que para ellos eran sinónimos), se humillaron. Sirvieron durante largas y agotadoras jornadas a la raza entrañable de los hombres, y el esfuerzo fue inmisericorde con ellos, diezmándolos (al respecto oyeron una historia antigua que recordaba su mala suerte, pero la desecharon pues no creían en coincidencias: su pueblo siempre fue único). Aún así, férreos en su determinación, los tres últimos fibaritas hicieron lo impensable. Con el dinero ahorrado pudieron comprar un cuarto cerca de la última pasarela hacia el espacio exterior. Ahí dibujaron los mapas de las capas geológicas, la conjunción de los demás astros, el viento solar que alejaría el cascajo terrestre como si se tratara de los residuos de cualquier explosión estelar. Con el plan afinado, sólo quedaba comenzar la última obra. Sabían que esta les llevaría años, y para combatir el único enemigo que podía vencerlos, el aburrimiento, habían decidido convertir su deber en una competencia. Jugarían a vaciar el mar en un agujero profundo. Qué más daba creer en eso, o en algo más. Lo esencial era excavar la Tierra desde adentro, vaciarla hasta el infinito, construir con lentitud el dominio del universo.


ACCIDENTE
Carlo Macchiavello
Italia (1973)

De regreso a casa un hombre vio un accidente. "Qué suerte, si hubiera vuelto antes estaría entre los escombros…". Mientras intentaba abrir se dio cuenta de que la llave no entraba, su mano atravesaba la…


LOS BUENOS DESEOS
Juan Armando Epple
Chile (1946)

Al terminar la cena, la familia y los invitados se reunieron en el salón para esperar el año nuevo. Apúrate mamá, le gritaron. Ella se unió al grupo secándose el delantal. Comprobó que en una mesita de centro había un plato de lentejas y una fuente de uvas. Y cerca de la puerta, una maleta. Cuando el ídolo televisivo empezó a contar hasta doce, algunos eligieron el ritual de las doce uvas y otros una cucharada de lentejas. Ella se acercó a la puerta y cogió la maleta. ¡La mamá desea un viaje -exclamó el hijo mayor-; va a dar una vuelta por la manzana! Con la algazara de los abrazos no se dieron cuenta que ella se alejaba por la calle, con pasos decididos, sin mirar hacia atrás. De esto hace ya varios años.