10 de julio de 2020

Arthur Schopenhauer: el dolor de la existencia y el cansancio de vivir


"En previsión de mi muerte, hago esta confesión: desprecio a la nación alemana a causa de su necedad infinita y me avergüenzo de pertenecer a ella". Este lapidario testimonio fue escrito poco antes de su muerte por quien es considerado uno de los filósofos más brillantes del siglo XIX, no sólo de Alemania sino de todo el mundo occidental. Evidentemente, el pesimismo de Arthur Schopenhauer -de él se trata- no sólo se remitió a las mujeres, el matrimonio, la política y la moral; también abarcó a su pueblo de origen.
El precursor del pesimismo metafísico moderno nació en Danzig el 22 de febrero de 1788 en el seno de una familia adinerada. En 1793, cuando esa ciudad pasó a ser gobernada por Prusia, la familia se trasladó a Hamburgo. Allí recibió educación en una escuela especializada en capacitación para negocios ya que su padre no le permitió acceder a una formación clásico-humanista pues quería que se dedicara al comercio. Por ese motivo, el futuro filósofo tuvo la posibilidad de viajar entre 1800 y 1805 por Europa (Bohemia, Holanda, Inglaterra, Francia, Suiza, Austria, Silesia y Prusia), realizando operaciones comerciales para su progenitor. Durante esos años escribió un diario en el que ya se manifestaba su actitud pesimista ante la vida.
Sólo la muerte de su padre en 1805 le permitió finalmente entregarse al estudio del latín y del griego y, en 1809, la mayoría de edad le hizo acceder a la herencia paterna, de cuyas rentas pudo vivir cómodamente toda su vida. Ese mismo año se matriculó en medicina en la Universidad de Gotinga donde, impulsado por el  filósofo Gottlob Schulze (1761-1833), estudió también filosofía. Fue entonces cuando se sintió especialmente atraído por el pensamiento de Aristocles Podros -Platón- (427-347 a.C.) y de Immanuel Kant (1724-1804), los dos grandes inspiradores de su futura profesión. A ellos luego agregaría a Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.) y a Baruch Spinoza (1632-1677).
Entre 1811 y 1813 residió en Berlín, donde se sintió decepcionado por las enseñanzas de los filósofos alemanes Johann Fichte (1762-1814) y Friedrich Schleiermacher (1768-1834). Decidió entonces radicarse en Weimar, donde vivía su madre, y allí se relacionó con el escritor Johann von Goethe (1749-1832) y experimentó la seducción por la antigua filosofía hindú de la mano del historiador orientalista Friedrich Majer (1772-1818), una seducción que no iba a durar mucho tiempo lo mismo que su amistad con el autor de "Werther".
En 1814 se doctoró en la Universidad de Jena con su tesis "Über die vierfache wurzel des satzes vom zureichenden grunde" (La cuádruple raíz del principio de razón suficiente). Por entonces ya residía en Dresden , donde en 1815 publicó "Über das sehn und die farben" (Sobre la visión y los colores) -una obra en la que quedó expuesto su distanciamiento de Goethe- y comenzó la elaboración de su obra cumbre: "Die welt als wille und vorstellung" (El mundo como voluntad y representación), que se publicaría en 1819.
Cuando esto ocurrió, resultó un fracaso económico y no suscitó ningún eco en los ámbitos académicos. En ella había escrito: "Yo no soy un grafómano, ni un fabricante de manuales, ni un buscador de honorarios; no soy alguien cuya pluma esté bajo influencia de metas personales. No aspiro más que a la verdad con la sola intención de entregar mis pensamientos en custodia, de manera que puedan ser útiles a los que sepan apreciarlos y meditar sobre ellos".


Luego de un viaje por Italia, Schopenhauer comenzó a dictar clases en marzo de 1820 en la Universidad de Berlín, en donde intentó competir y suplantar a quien era por entonces el filósofo oficial de la nación y gozaba de una inmensa popularidad: Georg W.F. Hegel (1770-1831), pero no consiguió su propósito. Su fugaz paso por los claustros duró sólo seis meses. En 1831, huyendo de una epidemia de cólera -que ese mismo año se cobró la vida de Hegel- Schopenhauer se radicó en Frankfurt, donde llevó una vida apacible y recluida durante los últimos veintiocho años de su vida, sumergido en las ideas del teólogo dominico, místico y filósofo ecléctico alemán Meister Eckhart (1260-1328) y del teósofo y místico alemán Jakob Boehme (1575-1624).
Tras instalarse definitivamente en esta ciudad, en 1836 publicó "Ueber den willen in der natur" (Sobre la voluntad en la naturaleza) y en 1841 "Die beiden grundprobleme der ethik" (Los dos problemas fundamentales de la ética). Allí, a orillas del rio Main, el filósofo tenía su casa y en sus aguas solía bañarse tanto en invierno como en verano. Ya por entonces, Schopenhauer era un hombre de vida taciturna y desolada, y según Bertand Russell (1872-1970) "incapaz, por temperamento, de ser feliz y, por consiguiente, declaró que la felicidad era inalcanzable".
De este modo vivió esporádicos amores libertinos y culposos con sirvientas y prostitutas, manifestando su misoginia y su condena del amor y del sexo. Estas experiencias serían recogidas en pequeñas publicaciones editadas muchos años después de su muerte con los nombres de "Über die weiber" (Sobre las mujeres) y "Die kunst, glücklich zu sein, oder Eudämonologie" (Eudemonología. El arte de ser feliz) en las que destilaba amargura y desazón.


En 1844 apareció la segunda edición -ampliada- de "El mundo como voluntad y representación", la que siguió sin despertar una amplia repercusión pero empezó a influir en un pequeño núcleo de entusiastas seguidores de sus obras, y un año más tarde comenzó a trabajar en "Parerga und paralipomena" (Parerga y paralipómena), una colección de ensayos y aforismos. Durante las jornadas revolucionarias de 1848 en Frankfurt, Schopenhauer adoptó una actitud contrarrevolucionaria militante y recién con la publicación en 1851 de esta obra se convirtió en famoso y reconocido. Varios de los capítulos de la misma aparecerían en idioma español muchos años después de su fallecimiento bajo el título "El  amor, las mujeres y la muerte".
La segunda edición, en 1854, de "Sobre la voluntad en la naturaleza" le permitió a Schopenhauer -que se sentía víctima de una campaña contra su obra-, exclamar: "Ha empezado a leérseme y ya no se dejará de hacerlo. Se les ha agotado el recurso, habiéndoseles delatado el secreto; el público me ha descubierto. Grande es, pero impotente, el resquemor de los profesores de filosofía, pues una vez agotado aquel recurso, único, eficaz y con éxito aplicado por tanto tiempo, no hay ya ladridos que puedan impedir la eficacia de mi palabra, siendo en vano que digan esto el uno y el otro aquello. Harto han hecho con lograr que se haya ido a la tumba la generación contemporánea de mi filosofía, sin enterarse de ésta. No era, sin embargo, más que una dilación; el tiempo ha cumplido, como siempre, su palabra".
Notable fue también la influencia ejercida por Schopenhauer sobre el compositor alemán Richard Wagner (1813-1883), quien leía con desagrado a Hegel, con dificultad a Kant y con pasión a Ludwig Feuerbach (1804-1872). Pero sin duda el gran cambio en el pensamiento de Wagner vino de la lectura, de la aportación intelectual que recibió de Schopenhauer en 1854, hecho que él mismo reconoció reiteradamente y sin recato llamando en adelante a Schopenhauer "nuestro filósofo" y manifestando su admiración y respeto absoluto por su pensamiento. "¡Parece un gato salvaje!" dijo Wagner para describir al filósofo, a quien invitó a su casa de Zurich y al que dedicó "Der ring des Nibelungen" (El anillo de los nibelungos). Como muchos artistas, Wagner se sintió arrebatado por la doctrina de Schopenhauer que, según su propia expresión, fue para el músico "un verdadero regalo del cielo".


En 1859 apareció la tercera edición de "El mundo como voluntad y representación", a la cual le añadió algunas aclaraciones y, un año más tarde, el 21 de septiembre de 1860, a los setenta y dos años falleció en Frankfurt como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio. Desde ese momento no dejó de crecer la influencia de su filosofía, de la que dijo el escritor alemán Thomas Mann (1875-1955): "Es una filosofía eminentemente artística, más aún, la filosofía por excelencia de los artistas". Esa influencia puede rastrearse con facilidad en Sigmund Freud (1856-1939), Friedrich Nietzsche (1844-1900), Emile Cioran (1911-1995) y Jorge Luis Borges (1899-1986) entre muchos otros. Este último, precisamente, escribió en "El hacedor", su obra publicada en 1960: "Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer".
Incluso el creador de la teoría de la relatividad -uno de los avances científicos más importantes de la historia- Albert Einstein (1879-1955), dejó constancia en su "Mein weltbild" (Mi visión del mundo) su admiración por Schopenhauer. "No creo en absoluto en la libertad del hombre en un sentido filosófico -escribió-. Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas. La frase de Schopenhauer: ‘Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere’, me bastó desde la juventud.  Me ha servido de consuelo, tanto al ver como al sufrir las durezas de la vida, y ha sido para mí una fuente inagotable de tolerancia. Ha aliviado ese sentido de responsabilidad que tantas veces puede volverse demasiado en serio, ni a mí mismo ni a los demás".
Para Schopenhauer el último peldaño en el camino hacia la liberación era la contemplación ascética y la renuncia del mundo. La tragedia de la vida surgía de la naturaleza de la voluntad, que incita al individuo sin cesar hacia la consecución de metas sucesivas, ninguna de las cuales puede proporcionarle satisfacción permanente a la actividad infinita de la fuerza de la vida. Así, la voluntad lleva a la persona al dolor y al sufrimiento, a un ciclo sin fin de nacimiento, muerte y renacimiento, y la actividad de la voluntad sólo puede ser llevada a un fin a través de una actitud de renuncia, en la que la razón gobierne la voluntad hasta el punto que cese de esforzarse.


En su ensayo "Schopenhauer, philosophe de l'absurde" (Schopenhauer, filósofo del absurdo), el filósofo francés Clément Rosset (1939-2018) afirmaba que Schopenhauer fue el primer filósofo que organizó su pensamiento alrededor de la idea genealógica, tal como ésta luego habría de inspirar las filosofías nietzscheana, marxista, freudiana y, sucesivamente, en una amplia medida, a toda la filosofía moderna.
"Así -explica Rosset-, tendría fundamento hablar de una ‘filosofía genealógica’, de la cual participarían filósofos tan distantes entre sí como Nietzsche, Marx y Freud: las tres trayectorias respectivas, para limitarse sólo a estos filósofos, tendrían en común un mismo valor crítico (ruptura con los análisis de tipo idealista) y un mismo valor metodológico (búsqueda de lo oculto debajo de lo manifiesto)". Esta concepción filosófica se opone a la idea de una historia lineal y propone a cambio la convicción de que ésta se desarrolla con saltos en el tiempo y con estructuras complejas que rompen con el supuesto orden lineal.
La tesis de Schopenhauer según la cual "la inteligencia obedece a la voluntad" bien podría representar el punto de partida de la filosofía genealógica, esto es, aquella que, según Friedrich Nietzsche (18944-1900), duda y cuestiona los prejuicios y valores de la moral occidental. O también aquella que, según Karl Marx (1818-1883) muestra como las ideas, los valores o las identidades sociales no son producto solamente de una filiación cronológica sino que emergen como producto de las relaciones de fuerza a lo largo de la historia o, según Sigmund Freud (1856-1939) como de una psicología de lo inconsciente.
Para sostener su tesis, Schopenhauer multiplicó los análisis psicológicos. "Entre dichos análisis -agrega Rosset-, figura un estudio de la obstinación y de la astucia de los tontos que merece una mención especial: Schopenhauer parece haber sido el primero en plantear el problema filosófico de la tontería, investigando sus rasgos fundamentales, no como una debilidad de las funciones intelectuales, sino dentro de un determinado uso de las funciones afectivas; así, se explica la ‘ingeniosa’ tontería de algunos testimonios de incomprensión y de la falsificación de las ideas y de los sentimientos por la voluntad". Algo que, hoy en día, a la luz de los acontecimientos actuales, parece tener más validez que nunca.


"Una vida feliz es imposible -escribió alguna vez Schopenhauer-; a lo máximo que puede aspirar el hombre es a una vida heroica. Obtiene una vida así quien, de alguna manera y por un motivo cualquiera, lucha con enormes dificultades por aquello que, en cierto modo, beneficia a todos y vence; pero al que luego, o bien se le recompensa pésimamente, o bien no se le recompensa en absoluto. Así pues, al final se queda con noble pose y magnánimo gesto. Su memoria permanece y se celebra como la de un héroe; su voluntad, en cambio, queda mortificada por toda una vida de fatigas y pesares, de malos resultados y de la ingratitud del mundo".
La vida, la muerte, el amor, las mujeres, la felicidad, las costumbres, la ética, la estética, la sabiduría, son todos temas sobre los que Schopenhauer se explayó a lo largo de su vida en sus numerosísimos aforismos, los que, tras su fallecimiento y a lo largo del siglo XX, fueron publicados en distintas ediciones temáticas. "La vida se presenta como una continua mentira", dijo en alguno de ellos, una aseveración que, al parecer, también tiene plena vigencia en nuestros días.

5 de julio de 2020

El supremo Augusto Roa Bastos


Augusto Roa Bastos, uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX, cuya narrativa ha recreado momentos y personajes de la vida de su país, y revelado los estragos producidos por el poder y las dictaduras militares en la región, nació en Asunción, Paraguay, el 13 de junio de 1917.
Pasó su niñez en el pueblo de Iturbe, en el Departamento de Guairá, al sureste del país, lugar que le sirvió de inspiración para muchas de sus creaciones. Cuando tenía unos trece años escribió su primer cuento, "Lucha hasta el alba", perdido y olvidado durante muchos años y recién aparecería publicado en la revista "Texto Crítico" del Centro de Investigaciones Lingüísticas Literarias de la Universidad Veracruzana en 1979. En 1932 se escapó de su casa para alistarse en el ejército, en donde trabajó como voluntario en el servicio de enfermería durante la etapa final de la guerra del Chaco (1932/1935) contra Bolivia. Esos años, durante los que permaneció en la retaguardia, le proporcionaron anécdotas y vivencias que luego alimentaron su literatura.
En 1936 trabajó en Asunción como periodista para el diario "El País", del que luego fue director. Por entonces, junto a Josefina Pla (1909-1999) y Hérib Campos Cervera (1905-1953), inició la que sería la renovación poética paraguaya de la década del ‘40. Por entonces leía vorazmente a Rainer M. Rilke (1875-1926), Paul Valéry (1871-1945), Jean Cocteau (1889-1963), André Bretón (1896-1966) y, también, a algunos escritores estadounidenses. "Especialmente Faulkner, -recordó Roa Bastos- diría que ejerció una profunda influencia sobre todos los escritores latinoamericanos de mi generación, como Onetti y García Márquez. También hubo otros, como Hemingway, Hawthorne y Melville, que nos ayudaron a liberarnos de la pesadez del estilo español".
Hacia 1944 integró el grupo literario "Vy’a raity" (Nido de la alegría) junto a los escritores Josefina Pla (1903-1999), Hérib Campos Cervera (1905-1953), Hugo Rodríguez Alcalá (1917-2007), Óscar Ferreiro (1921-2004) y Elvio Romero (1926-2004), núcleo que jugará un rol fundamental en la renovación del lenguaje poético en el país. Por esa época lee mucho a los poetas Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Federico García Lorca (1898-1936) y Pablo Neruda (1904-1973), pero además se interesa por las obras de Karl Marx​​ (1818-1883) y de Sigmund Freud (1856-1939). También asume como Secretario de Redacción en el diario "El País", de corte opositor.


A fines de ese mismo año viajó a Inglaterra, invitado por el Consejo Británico, y trabajó allí como corresponsal para su periódico y también en la BBC de Londres, donde fue el primer locutor paraguayo. De regreso en Paraguay, sin afiliarse a partido político alguno, fue poniéndose del lado de las clases oprimidas de su país. Por entonces, ya había estrenado cuatro obras teatrales: "La carcajada" (1930), "La residenta" (1942), "El niño del rocío" (1942) y "Mientras llegue el día" (1946), y había publicado dos libros de poesía: "El ruiseñor de la aurora y otros poemas" (1942) y "El naranjal ardiente. Nocturno paraguayo" (1949). También reunió parte de sus artículos periodísticos en "La Inglaterra que yo vi " (1946), fruto de su primer viaje a Europa al tiempo que trabajaba en un banco de Asunción como empleado administrativo.
Cuando se produjo la revolución de 1947 el diario fue atacado y, cuando se ordenó su arresto, se ve obligado a refugiarse en la Embajada de Brasil donde permanece en calidad de asilado cerca de tres meses. Amenazado por la represión que el gobierno desató contra los derrotados en el intento de golpe de Estado, pudo abandonar Asunción cuando obtuvo un salvoconducto que le permitió viajar a la Argentina. Fue entonces que, establecido en Buenos Aires, sobrevivió con trabajos muy diversos y dio a conocer buena parte de su obra.
"El exilio fue una escuela permanente que me enseñó a ver las cosas con más seriedad. También significó dolor, como una muerte, un estado de duelo -explicó el autor años más tarde-. Me tomó de cuatro a cinco años salir de la depresión, recobrar mi dignidad como ser humano, que se había refugiado en las sombras. Me dediqué a escribir como un vehículo para recuperar mi condición humana, mi dignidad como persona".


Colaboró en las revistas literarias "El Escarabajo de Oro" y "El Grillo de Papel", que dirigían Abelardo Castillo (1935-2017) y Liliana Heker (1943), y en la más voluminosa aunque fugaz "Literatura y Sociedad" dirigida por Ricardo Piglia (1941-2017). Participó en debates, presentaciones de libros y escribió los guiones cinematográficos de las películas argentinas "Shunko", "Alias Gardelito" y "La sed" en 1960 y "Don Segundo Sombra" en 1970. Mientras tanto, consolidó su condición de narrador con las colecciones de relatos "El trueno entre las hojas" (1953), "El baldío" (1966), "Los pies sobre el agua" (1967), "Madera quemada" (1967), "Moriencia" (1969), "Cuerpo presente y otros cuentos" (1971), "El pollito de fuego" (1974), "Los congresos" (1974) y "El sonámbulo" (1976).
También abordó los problemas sociales y políticos de su país con sus novelas "Hijo de hombre" (1960) y "Yo el Supremo" (1974), en las que analizó episodios decisivos de la historia paraguaya. Esta última, una obra densa y multifacética, puede resultar abrumadora si no se tiene un sentido preliminar de su estructura. Esencialmente, Roa Bastos recopiló documentos a través de los cuales habla El Supremo: anotaciones privadas, partes de una circular perpetua que narra la historia de su país, un registro de sus orígenes familiares, transcripciones de textos dictados a su secretario privado, y un pasquín -en el que se exige que el dictador sea decapitado y sus seguidores ahorcados- que, supuestamente, está escrito por el propio Supremo, acto subversivo que persigue al dictador a lo largo de todo el libro.
Algunos comentaristas desconocidos también interrumpen la narración. En algunas notas se describe la condición de los documentos (incompletos, rotos, quemados) y se transcriben narraciones contemporáneas de la época, reales y apócrifas, que con frecuencia contradicen la versión de los hechos que narra El Supremo. El texto, de puntuación no convencional, no es fácil de leer, ya que con frecuencia los relatos combinan varias voces en una, desafiando la subjetividad en todo momento: Roa Bastos presenta varios narradores, mientras que el dictador juega con los tiempos de los verbos, hablando a veces en presente, en pasado e incluso en futuro cuando ocasionalmente habla desde la tumba.


"Esta novela es una reflexión de las tradiciones culturales del Paraguay, una expresión de la oralidad del guaraní. Porque en el guaraní la palabra es fundamental -contó Roa Bastos en 1996-. Toda creación en el cosmos guaraní se relaciona con la palabra. Mi necesidad, mi rebeldía como escritor, era levantarme contra los relatos establecidos. El escritor registra la palabra, pero no necesita entregarla como si ésta fuera la que tiene el mando. Lucho contra la palabra misma. Así, procuré inventar una forma trascendental de escritura, una metaescritura".
Otra dictadura, esta vez la del Proceso de Reorganización Nacional -que censuró y prohibió la difusión de la novela-, lo obligó en 1976 a abandonar la Argentina para trasladarse a Francia. Allí se integró al plantel de profesores de la Université de Toulouse donde enseñó literatura y guaraní hasta 1984. En esa ciudad tuvo oportunidad de participar del evento "Semana Latinoamericana" que organizó la universidad junto al escritor paraguayo Rubén Bareiro Saguier (1930-2014) y los argentinos Julio Cortázar (1914-1984) y Juan José Saer (1937-2005).
De sus años en Argentina diría más tarde: "Realmente nunca me sentí exiliado en Argentina, país en que me habría gustado nacer si el Paraguay no hubiera existido. Y Buenos Aires siempre fue para mí y lo seguirá siendo hasta el fin de mis días la ciudad más hermosa del mundo, intemporal, cosmopolita y mágica. Un puro espejismo sobre el vértigo horizontal de la llanura pampeana. No comprenderé nunca por qué Borges se alejó de ella para morir".
En 1982, tras un breve viaje a su país, se le confiscó el pasaporte, fue privado de la ciudadanía paraguaya y expulsado del país acusado por el régimen dictatorial del general Alfredo Stroessner (1912-2006) de adoctrinar a la gente joven con la ideología marxista: como única prueba se presentaron documentos que demostraban que había estado en Cuba. Un año después obtendría la ciudadanía española y publicaba los libros de cuentos "Lucha hasta el alba ", "Antología personal" y "Contar un cuento y otros relatos".


Desde 1985 en adelante fue un opositor activo al gobierno de Stroessner y actuó como embajador no oficial del Acuerdo Nacional en Europa. En febrero de 1986 dio a conocer su "Carta abierta al pueblo paraguayo" donde preconizaba el fin de la dictadura y exigía el inicio de una transición a la vida democrática. Su labor de difusión de la realidad paraguaya fue intensa, recorriendo varios países y generando reacciones de apoyo a esa causa. En Buenos Aires participó del Primer Congreso Latinoamericano de Escritores junto a Juan Rulfo (1917-1986), Mario Benedetti (1920-2009) y Héctor Tizón (1929-2012) entre otros, y estableció junto a un equipo de colaboradores una agencia de noticias paraguayas para difundir a nivel internacional la labor de los sectores democráticos opuestos al régimen tiránico de su país.
En 1987 coordinó en Madrid las "Jornadas por la democracia en el Paraguay" junto a la periodista y escritora María Gloria Giménez Guanes (1948), un evento que contó con el apoyo del gobierno español, al que concurrieron más de cuarenta referentes del exilio interior y exterior paraguayos, así como personalidades políticas y culturales de Europa. Al año siguiente obtuvo el Premio de Letras del "Memorial de América Latina", otorgado en San Pablo, Brasil y, poco después de la caída de Stroessner, el 3 de febrero de 1989, regresó al Paraguay.
Ese mismo año obtuvo el Premio Cervantes, cuando ya despuntaba otro rico período en su literatura. En 1992 publicó la novela "Vigilia del Almirante" sobre Cristóbal Colón, seguida de "El fiscal" (1993), "Contravida" (1994) y "Madama Sui" (1996), uno de sus libros con mayor cantidad de paisaje paraguayo, que le valió la máxima distinción de su país: el Premio Nacional de Literatura. Evidentemente fue un escritor que nunca dejó de definirse como un campesino -"utilizo la palabra campesino con cierto orgullo, porque en mi obra he procurado recuperar la dignidad de ese término"-, que capturó el choque entre las culturas indígenas y extranjeras en su país y la rebelión y tenacidad del pueblo guaraní a través de sus obras.


Ya en su ocaso, publicaría "Los conjurados del quilombo del Gran Chaco" (2001) y "Un país detrás de la lluvia" (2002). Tras sufrir enfermedades coronarias durante largo tiempo, Augusto Roa Bastos murió en Asunción a los 87 años, el 26 de abril de 2005. "El tema del poder, en sus diferentes manifestaciones, aparece en toda mi obra, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar. El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros", dijo en una oportunidad el escritor, sintetizando el mayor de los ejes de su literatura. "Como escritor que no puede trabajar la materia de lo imaginario sino a partir de la realidad, siempre creí que para escribir es necesario leer antes un texto no escrito, escuchar y oír antes los sonidos de un discurso oral informulado aún pero presente ya en los armónicos de la memoria".
En "La narrativa paraguaya en el contexto de la narrativa hispanoamericana actual", ensayo publicado en 1984, resumió su concepción de la literatura: "La literatura se me representó siempre como una forma de vivir, una forma de realizar el conocimiento de lo incierto a través de las mutaciones y transformaciones de los múltiples aspectos de la realidad. Si la obra es válida, sus logros se realizan en el interior de la práctica misma del arte de narrar. Es aquí donde la subjetividad individual amalgamada con la conciencia histórica y social, la imaginación con la pasión moral, pueden dar a la literatura sus plenos poderes de mediación, de cuestionamiento y de iluminación de la realidad en sus ángulos más diversos y desconocidos".
En el mes de junio de 2017, con motivo de cumplirse el centenario de su nacimiento, Paraguay se volcó en la figura del escritor con una serie de conferencias, exposiciones y la reedición de "Yo el supremo". En esa oportunidad la poeta, novelista, dramaturga y Doctora en Historia por la Universidad de Asunción Renée Ferrer (1944), presidenta de la Academia Paraguaya de la Lengua Española, destacó la "excelente prosa" de Roa Bastos, su permanente "compromiso con la condición humana" y su "defensa de la libertad" que le permitió tener una "clara conciencia de las injusticias infringidas por los poderosos".