14 de septiembre de 2015

Michèle Petit: "La lectura no garantiza nada, no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento, pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad" (3)

Para la antropóloga Michèle Petit acercar narraciones, rimas y canciones permite organizar la experiencia humana, originalmente caótica. De allí, la perpetua necesidad de relatos y ficciones que contrarresten la fragmentación de la lengua cotidiana y construyan un todo ordenado e inspirador. En medios en los cuales leer no siempre es un placer, ­porque es difícil, porque existen obstáculos como el alejamiento geográfico, dificultades económicas y prohibiciones culturales, o porque quizás la cultura escrita no estuvo presente­, la persona que no lo experimenta puede sentirse aún más excluida. “La pobreza es algo terrible -dice Petit- porque priva de bienes materiales que hacen la vida más fácil, menos dura, incluso más divertida y, a la vez, priva también al acceso a los bienes culturales y a todo lo que eso puede representar, como los intercambios que se tejen alrededor de esos bienes. Un bien cultural no sólo es algo que puede hacer bien a cada uno de diferentes maneras, tanto en el ámbito del saber como en el de la construcción de sí, sino que es también un objeto en torno al cual permite intercambiar”. “Una biblioteca pública -continúa- puede en parte, sólo en parte, y en algunos contextos pues en otros quizá sea imposible, reparar un poco todo esto. No sólo es mi esperanza sino lo que ha mostrado la investigación que llevamos entre los jóvenes usuarios de bibliotecas de barrios desfavorecidos de algunas ciudades francesas. La biblioteca puede permitir acceder, a algunos, a un poco más de lo que yo considero como derechos culturales. Pienso que cada uno de nosotros tiene derecho a acceder a bienes culturales. No es un lujo ni una coquetería de burgueses, sino algo que confiere una dignidad, un sentido en la vida y a la que todo el mundo puede ser sensible. Las personas de medios sociales muy modestos tienen con frecuencia un inmenso deseo de saber más, de aprender más. La biblioteca puede contribuir un poco a reparar el hecho de la pobreza y a permitir, también un poco, el acceso a los derechos culturales”. Para finalizar, la tercera y última parte del compendio de entrevistas a la antropóloga francesa Michèle Petit.


Algunos afirman que la lectura es un placer, una actividad lúdica; otros plantean que decir que la lectura es un juego es engañoso, además de frustrante, porque oculta que detrás de todo placer hay una dificultad. ¿Cuál es su posición ante estos discursos?

El discurso del placer surgió siguiendo a Daniel Pennac, que había escrito su libro, "Como una novela", en reacción a un discurso que hacía de la lectura una faena austera. Por favor, si no hay un gozo, una alegría, un placer, entonces para qué leemos. Aunque él lo planteaba de una manera más compleja, quienes retomaron esta idea la redujeron solamente al “placer de leer”. A una persona que ha crecido en un medio alejado de la cultura escrita y que le cuesta leer, si se le dice que leer es un placer, pero él no lo siente, se lo está excluyendo aún más. Es un poco complicado el tema del placer. Aprendí mucho de los propios lectores que entrevisté en medios rurales, en barrios marginales o en contextos difíciles de violencia. Esa gente no habla tanto del placer de leer. Lo que más me impactó es que evocan de qué manera la lectura les había permitido construir un poco de sentido a su experiencia humana. En Colombia, estuve con chicos que han padecido la violencia y han vivido cosas atroces; han visto morir a amigos y tienen un caparazón durísimo, heridas terribles producto del terror. Muchos ni siquiera pueden hablar. Pero de pronto se encontraban en espacios de lecturas y narración oral de historias típicas de Colombia y empezaban a recordar. Y hacían un relato de la propia vida que antes no habían podido desencadenar. La lectura reactiva el pensamiento en contextos difíciles. No vamos a pecar de ingenuos, tampoco lo soluciona todo, pero demuestra la importancia que tiene la lectura en la construcción o reconstrucción de uno mismo. Esta es la dimensión que más me interesa de la lectura, de la que menos se ha hablado, y no tanto la mera visión de la lectura como placer o distracción. Para los chicos colombianos no es una mera distracción sino que la lectura les permite integrar a su memoria sus propias historias.

¿La palabra placer estaría asociada a un léxico típico de las clases medias?

No. La experiencia de la lectura no es diferente de un medio social a otro. Los seres humanos estamos siempre en busca de ecos exteriores, de decir la experiencia, un duelo o estar enamorado, que no son experiencias fáciles de poner en palabras. No es por casualidad que todas las sociedades han tenido escritores, poetas, psicoanalistas, que observan la experiencia humana y que tratan de escribirla de manera condensada y estética. Todos estamos en busca de un eco de lo que pasa en nosotros.

¿Cuál es el lazo entre crisis y lectura?

Cuando hay crisis, mucha gente busca literatura. En el siglo XX, hubo personas que en los campos de concentración pudieron aguantar lo inaguantable con los recuerdos de unos relatos o de poesías. Con las crisis actuales, se observa en países como Francia, España, Inglaterra, Estados Unidos un aumento del consumo de libros y de la frecuentación de las bibliotecas. También la gente asiste más a las ferias de libros.

¿Qué efectos producen las narraciones en tiempos difíciles?

En contextos de crisis, la literatura nos da otro lugar, otro tiempo, otra lengua, una respiración. Se trata de la apertura de un espacio que permite la ensoñación, el pensamiento, y que da ilación a las experiencias. Una crisis es como una ruptura, un tiempo que reactiva todas las angustias de separación, de abandono, y produce la pérdida de ese sentimiento de la continuidad que es tan importante para el ser humano. Las narraciones, entre otras cosas, nos reactivan ese sentimiento, no sólo porque tienen un comienzo, un principio y un fin, sino también por el orden secreto que emana de la buena literatura. Es como si el caos interno se apaciguara, tomara forma.

¿Por qué es tan importante la lectura como juego?

Las experiencias que he comparado se realizan con gente que vivió situaciones muy difíciles. En esas experiencias, no hay ningún objetivo escolar, sino que se trata de compartir un momento con textos. En Colombia, en las experiencias con los desvinculados del conflicto armado no se trataba de espacios de educación. Para la gente que armó los talleres de literatura, el objetivo era, más allá de las preocupaciones terapéuticas o educativas, abrir un momento de juego para gente que no había tenido esa posibilidad en su infancia. Sabemos por los psicoanalistas que si uno no jugó mucho con el lenguaje, el aprendizaje es más difícil. Tenemos la necesidad de momentos libres, poéticos, gratuitos, de intercambio lúdico.

¿Las diferencias sociales determinan la experiencia de leer?

Las diferencias sociales son muy importantes. Quienes han vivido lejos de los libros pueden sentir que esos objetos les dan miedos de diferentes tipos, y pueden preguntarse sobre lo útil que pueden ser o no. La noción de utilidad es muy fuerte en la cultura popular. Incluso, uno puede pasar como egoísta si lee porque el grupo es muy importante para la supervivencia. Por eso las prácticas literarias compartidas apaciguan el miedo, porque se está en grupo y no hay que aislarse para leer.

¿Por qué se deposita en el libro una suerte de “utopía de la salvación”, como si leer inmunizara de todos los males, aun cuando no impidió el nazismo en Alemania ni la dictadura militar en la Argentina?

La lectura no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento. Pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad. La lectura no te garantiza nada, pero si no tienes ese derecho estás más excluido porque vivimos en una sociedad donde se cambia rápidamente de trabajo y hay que estar permanentemente capacitándose. La lectura tampoco garantiza una ciudadanía activa, pero si no leés tenés mucho menos voz y voto en los espacios públicos. La lectura te permite transitar pasarelas, generar caminitos con sutileza, inventar mediaciones que facilitan la apropiación de la cultura escrita.

En el prólogo de "Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural" usted señala que este libro es una respuesta a esta exigencia económica que se le hace a prácticamente a todas las actividades humanas. ¿Cree que la lectura es percibida en estos tiempos como una actividad “improductiva”?

De una cierta manera, no se trata de algo nuevo. Por ejemplo, cuando empecé a trabajar sobre la lectura, realicé entrevistas en el medio rural, en Francia. En los pueblos que visité, había gente que solía esconderse para leer porque la utilidad de esta actividad no estaba bien definida. Se condenaba el ocio, se le daba valor más alto al trabajo, el cual fue durante siglos garantía de supervivencia. Se fomentaba siempre “lo útil”. Una mujer hacía notar, por ejemplo, que cuando se bailaba era para algo muy útil: aplanar la tierra. Sin embargo, notemos de paso que uno hubiera podido aplanar la tierra sin bailar, sin este placer del cuerpo, sin esta alegría compartida. O sea que incluso en una sociedad en la que lo útil era tan apremiante, se necesitaba una otra dimensión, lúdica, estética, artística. Y narrativa: leer era difícil pero se contaban historias. En nuestra época en que la “razón” económica -o mejor dicho la locura financiera- y la rentabilidad a corto plazo prevalecen sobre todo lo demás, estoy cansada de demostrar sin cesar que la lectura es útil para todo tipo de cosas: para el rendimiento escolar, para el devenir profesional, para el ejercicio de la ciudadanía, para el desarrollo cognitivo, etcétera. Sí, la verdad, lo es en una buena medida. Pero lo que está en juego no es sólo esto. No somos tan sólo variables económicas más o menos ajustadas a un universo productivista. Somos seres que necesitamos sintonizar con lo que nos rodea de manera poética. Explorar su experiencia, simbolizarla, compartirla. Necesitamos el juego, el arte, la poesía, la narración, una estética de lo cotidiano. Desde hace milenios, se adornan los recipientes en los que se conserva la comida, se decoran las paredes de la casa, se pinta o se escarifica el rostro o el cuerpo, y se cuentan historias. Lo utilitario no nos basta.

En todo este tiempo de estudio, ¿qué ha sido lo que le ha dado más satisfacción?

Lo que me ha dado mucha satisfacción, durante estos veinticuatro años, ha sido precisamente el encuentro. El encuentro con los lectores, pero aún más con gente comprometida en inventar formas de compartir libros y, de una manera más amplia, bienes culturales. Trabajar sobre la lectura me ha brindado la oportunidad de encontrar a muchos hombres y mujeres con los cuales siento una profunda complicidad, una alegría en los intercambios; gente fina, poética, con quien nos volvimos amigos. Ahora bien, muchos de ellos son latinoamericanos. Aquí llegamos a lo esencial: lo que me ha dado más satisfacción, de manera completamente imprevista, fue que mis estudios me permitieran reencontrar la América Latina en la que había vivido en mi adolescencia y a la que nunca pensaba volver. Es una bella historia de amor.

En “Leer el mundo” narra su encuentro con un joven en el tranvía que le señala un arco iris. Dice que a él dedica el libro aunque afirma: “Jamás leerá estas páginas”. ¿Por qué tiene esa certeza?

Señalándome el arco iris casi completo que yo no había visto, en un día en que todo era gris, este joven tuvo ganas de compartir algo bello, a pesar de que no nos conocíamos y no teníamos nada en común. Dedicarle el libro era una manera de celebrar lo inesperado, la poesía de lo cotidiano que a menudo no vemos. A su edad, los varones lectores no son muy numerosos y son escasas las posibilidades de que él dé con un libro sobre transmisión cultural, pero ¡poco importa! El simboliza a los jóvenes a los que me gustaría transmitir lo que dio sentido a mi vida, pero ellos también tienen algo que transmitirme, algo que enseñarme, puesto que fue él quien iluminó mi día.