12 de septiembre de 2015

Michèle Petit: "La lectura no garantiza nada, no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento, pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad" (1)

La antropóloga francesa Michèle Petit (1946) ha realizado estudios en sociología, lenguas orientales y psicoanálisis trabajando, entre 1972 y 2010, en el prestigioso Centre National de la Recherche Scientifique, la institución de investigación más importante de su país natal, de la que actualmente es investigadora honoraria. Desde 1992 trabaja sobre la lectura y la relación con los libros privilegiando los métodos cualitativos y el análisis de la experiencia intima de los lectores. La escucha de los lectores la condujo a estudiar el papel de la lectura en la construcción del ser. Ha coordinado investigaciones sobre la lectura en el medio rural y sobre el papel de las bibliotecas públicas en la lucha contra los procesos de exclusión. Desde 2005 ha profundizado en el análisis de la contribución de la lectura en espacios que son objeto de conflictos armados, de crisis económicas intensas, de movimientos forzados de poblaciones o de gran pobreza, escudriñando a través de sus investigaciones en cómo la lectura se relaciona con las personas, cómo las ayuda a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos sociales desfavorables. Lo que sigue es la primera parte del resumen editado de las entrevistas que Petit concedió a Silvina Friera (diario “Página/12”, 11 de mayo de 2009), a Laura Casanova (diario “La Nación”, 24 de junio de 2009), a Victoria Tatti (diario “Clarín”, 28 de junio 2009), a María Luján Picabea (revista “Ñ” nº 611, 13 de junio de 2015) y a Jaime Cabrera Junco página web “Lee por Gusto”, 29 de junio de 2015). En ellas la antropóloga habla sobre las situaciones sociales que influyen en el acercamiento a la lectura, la posibilidad de que cada uno tenga la posibilidad de acceder a los libros, considerando que leer es clave para habitar el mundo porque sin relatos no es posible sobrevivir.


¿Cuán importante es para usted la lectura?

Durante un largo tiempo no pensaba en cuán importante era para mí. “Uno no habla de lo que es evidente, del aire que respira, del rostro de sus amigos”, decía en mi libro "Una infancia en el país de los libros" (donde narraba mis recuerdos de lecturas de infancia y adolescencia). A lo largo de mi vida, los libros y los periódicos fueron una evidencia, el aire que se respira, los amigos que me acompañaron día tras día. ¡Lo que no significa que me haya encerrado en ellos! Aclaro que me encanta deambular horas por las calles, escuchar música, ver pinturas o imágenes, la amistad, el amor. Pero no puedo pasar una semana sin visitar una librería en busca de algo inesperado, de una sorpresa que va a despertar en mí una curiosidad, unas asociaciones, una ensoñación. Aquí de nuevo se trata de la felicidad de los encuentros. En mi infancia, yo era hija única, mis padres tenían la cabeza en otro mundo, me encontraba a menudo sola. Y la vida en los años '50 no era muy alegre, se sentía todavía el peso de la guerra. Pero en la casa había libros por todas partes, álbumes, historietas. Fue una gran suerte. Y lo sigue siendo.

¿En qué momentos lee?

Para mis estudios, todo el día, cuando no escribo. Necesito leer diferentes tipos de escritos para relanzar las ideas, las asociaciones, nutrir mi pensamiento. De noche, leo siempre un poco de literatura antes de dormir, como mucha gente. Existe una relación entre lectura y noche, lectura y sueño, y lo comentaron muchos escritores tal como Marguerite Duras, quien decía: “La lectura es del orden de la oscuridad de la noche. Incluso cuando se lee en pleno día, al exterior, la noche se instala alrededor del libro”. O Michel de Certeau cuando escribía que leer era “crear rincones de sombra y de noche en una existencia sometida a la transparencia tecnocrática”. Leo mucho cuando estoy de vacaciones, particularmente en Grecia. Llevo en mi maleta unos libros pesados y entre ellos siempre hay uno o dos “clásicos” que no he podido leer. Pero nunca leo en una playa: y es que paso el tiempo contemplando el paisaje o los peces debajo del agua, o voy en busca de unos pedazos de ánforas (de nuevo el placer del hallazgo). Sin embargo, una parte de mis ensoñaciones en las playas tienen su fuente en mis lecturas: los grandes poetas griegos leídos en mi juventud, Seferis, Elytis, Ritsos… así como Homero, hablaron de las islas del mar Egeo de una manera tan bella que se convirtieron en unos lugares maravillosamente habitables. Sus poesías y sus mitos me presentaron al mar, al cielo, a los olivos, a las cuevas marinas con sus focos, y ahora las islas me cuentan historias. Ésta es una de las grandes funciones de la literatura: interponer palabras e imágenes entre nosotros y el mundo para que éste sea acogedor, habitable.

¿Cuál el espacio de la literatura en la vida cotidiana?

¿Qué entendemos por “la literatura”? Para mí, incluye, desde luego, la literatura oral, no sólo los mitos y las leyendas que se transmiten de una generación a otra, sino también las historias, las anécdotas narradas en una lengua que difiere de los intercambios comunes, una lengua más narrativa, más esmerada, más poética. Una forma de oralidad que tenía un sitio notable en muchas sociedades tradicionales. Hoy en día, esta lengua encuentra difícilmente un espacio en ciertos contextos, ciertas familias, cuando la lucha por la supervivencia acapara todo el tiempo. En estos casos, el lenguaje ya no sirve más que para la designación inmediata de las cosas y de los seres. O para dar órdenes, pedir, exigir. Sin embargo, esta otra lengua, narrativa, poética, metafórica (que la lectura puede sostener) es necesaria día tras día, de la misma manera que necesitamos dormir y soñar aunque no recordemos nada cuando amanezca.

¿Cuál es la importancia de la voz que narra, sobre todo en la infancia?

Los bebés son muy sensibles al ritmo, al canto, a las modulaciones de la voz que cambia si la madre (o la persona que le brinda los cuidados maternos) habla de la realidad cotidiana o si se abandona a la fantasía. Parece que la melodía de este lenguaje proporciona una continuidad tranquilizadora, que da unidad a las experiencias corporales del niño. Poco a poco deducirá estructuras rítmicas que contribuyen a su adquisición del lenguaje. Y, a partir del segundo año, los niños serían capaces de hacer la diferencia entre el lenguaje utilitario, que sirve para la designación inmediata, y el lenguaje del relato que ayuda a elaborar la separación. O sea que el bebé necesita de la literatura para crecer, para pensarse como un sujeto distinto de su madre y comenzar a darle forma a su propia historia. Ahora bien: a menudo leer es reencontrar el eco lejano de una voz amada en la infancia, el apoyo de su presencia carnal para atravesar la noche y enfrentar la separación.

¿Cuál es la posibilidad de que un adulto que no tuvo acceso a la literatura pueda resolver esa carencia?

Supone casi siempre un encuentro con alguien dotado de un verdadero arte de transmitir: un amigo, un bibliotecario apasionado o un promotor de lectura astuto. Alguien que permite recobrar, bajo un texto, una “tierra adentro” de sensaciones, un movimiento, un ritmo, a menudo mediante la voz, justamente. Alguien que sabe tocar una sensibilidad primera, suscitar vaivenes entre el cuerpo y el pensamiento.

Compartir lecturas, dice usted, más que formar lectores, es una forma de forjar una atención ¿esto es una forma de estar en el mundo, de asirlo?

Lo dijo muy bien Graciela Montes: “Lo primero que hay para leer es lo que está ahí, el enigma, el mundo”. Graciela lo decía en una entrevista en la que incitaba a los padres no sólo a leer libros con sus hijos sino también a leer el mundo junto con ellos. Por ejemplo, a mirar el barrio en el que viven, los cambios que han ocurrido a lo largo del año. También pienso en Richard Ford cuando dice: “El objetivo de mis novelas es dirigirme al lector y decirle: mira y presta atención”. O en David Grossman cuando comenta que la enseñanza de la literatura sería una calidad de escucha, de atención a los matices, a las singularidades. Sí, a mi modo de ver, lo que está en juego es una cierta relación con el mundo, con los otros y con uno mismo. Proveer y compartir experiencias culturales contribuye a un arte de habitar, de vivir, a una estética de la vida. También, en ciertas condiciones, a una ética, una formación de la sensibilidad, una escucha del otro.

Advierte un riesgo al insistir a los chicos con la lectura, cierto riesgo de rechazo, ¿cuál es el límite?

Advierto cierto riesgo al insistir en la lectura de manera angustiada, por ejemplo si uno piensa que leerle un libro al niño es necesario sólo para su devenir escolar y no siente ningún placer en hacerlo. O si uno lo hace de manera autoritaria e intrusiva, tratando de controlar los movimientos del niño pequeño que quiere ir y venir oyendo el cuento, o preguntándole a cada rato si ha entendido bien tal o cual palabra o en qué piensa. También se nota un riesgo con los adolescentes, por lo menos en Francia. A veces salgo deprimida de jornadas dedicadas a la promoción de la lectura: ¡tanta angustia, tanta demanda entre los docentes o los bibliotecarios en busca de recetas “para que los jóvenes lean”! Todos estos discursos tienen efectos perversos. La culpabilización de los jóvenes, la voluntad de controlar su tiempo de ocio, han contribuido, junto a otros factores, a la caída que tanto se deplora: muchos de ellos resisten la lectura también porque se quiere a toda costa hacerles tragar los libros.

Persiste la sensación del lector o la lectora de estar robando un tiempo a otras tareas, las consideradas útiles. ¿Por qué la lectura debe rendir cuentas tan a menudo?

Sí, en los medios en los que la vida es muy difícil, incluso hay mujeres y hombres que se esconden para leer para no parecer haraganes. Pero de una manera más amplia, en nuestras sociedades obsesionadas con la rentabilidad, uno debe a cada rato demostrar que la lectura “sirve” para algo, para el recorrido escolar, para la ciudadanía, para la salud… Y sin embargo es vital mantener playas de vida dedicadas a otra cosa que la utilidad, particularmente en las relaciones con los niños, pero también en las relaciones amorosas, cuando la vida viene a su invierno. Somos animales poéticos y necesitamos, a cualquier edad, la literatura y el arte para habitar el mundo que nos rodea.

Descartada la imposición de la lectura y el “deber” de sentir placer, ¿qué tipo de acercamiento sugiere?

La lectura es un arte que más que enseñarse se transmite en un cara a cara. Para que un niño se convierta en lector es importante la familiaridad física precoz con los libros, la posibilidad de manipularlos para que no lleguen a investirse de poder y provoquen temor. Lo más común es que alguien se vuelva lector porque vio a su madre o padre con la nariz metida en los libros, porque oyó leer historias, o porque las obras que había en casa eran temas de conversación. La importancia de ver a los adultos leyendo con pasión está en los relatos de los lectores.

¿Y en hogares donde no pasa?

Ahí es donde debe actuar el mediador cultural porque, para que se transmita eventualmente el deseo de apropiarse de la cultura escrita, es clave la relación que cada uno tiene con la propia historia de lecturas, los momentos felices y los dificultosos, todo eso actúa inconscientemente cuando somos mediadores de un libro frente a un docente o un niño. He trabajado en medios rurales o barrios marginales, donde la cultura escrita no es algo dado. Allí, la gente dejaba en claro que hablaba de placer, había podido tener un acercamiento a la lectura, les había ayudado a construirse a sí mismos, su subjetividad o a reconstruirse en la adversidad. Es necesario multiplicar las oportunidades de encuentro y no sólo en el ambiente del aula, ­porque funciona la idea de la obligación de aprender,­ sino en otros como las bibliotecas, escolares y públicas.