Michèle
Petit es autora, entre otros, de “Lecteurs en campagnes. Les ruraux
lisent-ils autrement?” (Lectores en los campos. ¿Los aldeanos leen de otro
modo?), “De la bibliothèque au droit de cité” (De la biblioteca al derecho
ciudadano), “Lire le monde. Expériences de transmission culturelle aujourd'hui”
(Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural), “L'Art
de lire ou comment résister à l'adversité” (El arte leer o cómo resistir a la
adversidad), “Une enfance au pays des libres” (Una infancia en el país de los
libros), “Un art de lire par temps de crise” (El arte de la lectura en tiempos de
crisis), “Éloge de la lectura. La construction de soi” (Elogio de la lectura.
La construcción del sí mismo), “Des lectures. De l'espace intime à l'espace
public” (Lecturas. Del espacio íntimo al espacio público) y “De nouveaux
rapprochements aux jeunes et la lectura” (Nuevos acercamientos a los jóvenes y
la lectura), además de decenas de artículos publicados en diversos medios
gráficos. Sostiene la ensayista francesa que, “para que el espacio sea
representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar
historias, tener todo un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos
-aunque más no sea una mitología familiar, algunos recuerdos-, el mundo
permanecería allí, indiferenciado, no nos sería de ninguna ayuda para habitar
los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior”. A
continuación la segunda parte del resumen de entrevistas a la antropóloga que
desde hace más de veinte años estudia la relación de las personas con la
lectura, los libros y las artes.
¿Cómo describiría la relación de los
lectores con la lectura?
En general es una relación ambivalente. Épocas en las que uno se sumerge y
otras en las que cuesta mucho leer. En algunos ambientes, el hecho de aislarse
está mal visto, es una grosería. Al lector a veces se le tilda de egoísta, algo
muy frecuente y muy actuante. No se trata de un deber, de entrar en la
lectura como en una religión. Hay momentos en que uno está más
involucrado. ¡Un poco de libertad! No hay ninguna obligación de estar siempre
leyendo.
Mencionó la función de la lectura en la
construcción de la subjetividad.
¿Podría ampliar este concepto?
Una de las mayores angustias humanas es la de ser caos, fragmentos, cuerpos
divididos, de perder el sentimiento de continuidad, de unidades. Uno de los
factores por los cuales la lectura es reparadora es que facilita el sentimiento
de continuidades, el relato. Una historia tiene un principio, un desarrollo y
un fin; permite dar una unión a algo, Y, a veces, escuchando una historia, el
caos del mundo interior se apacigua y por el orden secreto que emana de la
obra, el interior podría ponerse también en orden. El mismo objeto libro-hojas
pegadas-reunidas da la imagen de un mundo reunido.
Usted presenció la capacidad reparadora
de la lectura en comunidades alejadas de la cultura escrita.
Sólo como ejemplo, en contextos como en Colombia, donde hay programas de
lectura para chicos desvinculados del conflicto armado, abandonados, la lectura
permite que la gente hable entre sí, que recuperen la palabra. Claro que
también hay tiempos de silencio, pero se desencadena un proceso, relanza el
pensamiento, la memoria. Algo se alivia.
Los profesores de muchos países
preguntan a especialistas sobre la mejor estrategia para motivar a sus
estudiantes en el hábito de la lectura. ¿Qué les responde a ellos cuando le
piden este tipo de consejos?
Ante
todo, recuerdo que la angustia de los adultos tiene efectos perversos ya que
contribuye a convertir aun más la lectura en una carga a la que hay que
someterse. Se pone mucha presión en los jóvenes, en los estudiantes. Animo a
los mediadores y a los padres para que cuestionen su propia relación con la
cultura escrita, para que entiendan mejor sus propios miedos, sus propias
ambivalencias y su voluntad de controlar. Y les cuento de profesionales que
inventaron unos caminos un poco diferentes y facilitaron la apropiación de lo
escrito. Por supuesto que no existen recetas, lo que sí existe es un arte de
hacer, desarrollado por unos mediadores, cada uno con su genio, su estilo
propio, que conciben día tras día maneras de compartir lo que les apasionan. Un
arte que es ante todo el de la atención cálida y respetuosa, la disponibilidad,
la hospitalidad, una vitalidad. El conocimiento de las obras y a la vez la
intuición. Un arte que a menudo permite reencontrar, bajo un texto, unas
sensaciones, un movimiento, un ritmo, reintroducir el cuerpo. Lo señalé
en "Leer el mundo": “De la Patagonia a la India o a los barrios
populares de las grandes metrópolis europeas, en lugares donde el acceso a lo
escrito no está ‘dado’ por transmisión familiar, muchos mediadores descubren la
necesidad de reintroducir el cuerpo sensible, jugando o bailando”. A
menudo conjugan las vías complementarias con que contamos para simbolizar
nuestras experiencias y transformarlas: el cuerpo (con el teatro o la danza),
las imágenes (con las artes gráficas o la escritura audiovisual), y el lenguaje
verbal.
En una clase, ¿cómo funciona la relación
del maestro con la lectura?
Si
el corazón no está, eso sentirá el niño. No se puede ocultar. Es
importante que cada mediador se tome el tiempo de pensar en la propia historia
con los libros. Porque se puede enviar un mensaje en pro de la lectura y debajo de eso, y sin
que la persona se dé cuenta, existe otro, que revela la verdadera relación,
profunda, a veces mucho más complicada.
¿Es lo que prevalece?
Claro,
de inconsciente a inconsciente. Si el deseo no esta allí, el niño lo entenderá.
O si el padre lee porque 'tú también debes hacerlo', si pasa por ser una faena
austera, un deber a cumplir, lo siente.
¿Por qué conviven de un modo un tanto
esquizofrénico ese discurso imperativo, “hay que leer”, con la visión de que la
lectura sigue siendo una actividad peligrosa o prohibida?
Las
generaciones anteriores, en muchas circunstancias, leían bajo las sábanas, con
la lámpara iluminando apenas el libro, contra el mundo entero. Pero ahora la
lectura aparece como una faena austera a la que uno debe someterse para
satisfacer a los adultos. El peligro de que las autoridades políticas,
educativas, maestros y padres coincidan en este “hay que leer” es que muchos
chicos no quieran leer y salgan corriendo a jugar a los videojuegos. Poder
transmitir el hábito de la lectura es una tarea muy sutil. A veces los
discursos que hay en torno de la lectura tienen algo que va en contra de lo que
pretenden defender. El tema de las prohibiciones no ha caducado. Cuando empecé
a trabajar sobre la lectura hace unos quince años, en Francia, en medios
rurales y en barrios marginales, me impactó rápidamente el hecho de que la
gente que se había convertido en lectora evocaba espontáneamente los miedos que
había tenido que traspasar, las prohibiciones que existían en su medio social
contra la lectura. Por ejemplo, el miedo a pasar por perezoso, pero “¿para qué
sirve la lectura?”, “eso es inútil”; otro miedo era ser visto como un egoísta.
En los medios sociales donde se privilegian mucho las experiencias compartidas,
la lectura en la habitación propia entre comillas aún hoy en día está mal
vista.
Leer aísla, disgrega a la persona de su
grupo, pero también es una actividad rodeada de un halo de misterio, ¿no?
Claro.
Me acuerdo que una vez un señor que viajaba conmigo en un avión, cuando se
enteró de que yo trabajaba sobre la lectura me dijo que las mujeres que leen
son egoístas. Ese secreto, ese misterio de la persona que lee, también hace que
uno se vuelva lector. La mayoría de la gente que es lectora siempre evoca
escenas iniciáticas: la madre, la abuela o el padre que le cuenta historias al
niño o que le lee en voz alta. Pero también hay otra escena, donde los padres o
los abuelos no le leen al niño, pero ellos leen, y el niño los observa y está
fascinado. ¿Dónde están? ¿Qué es lo que hay en ese libro? A veces uno se
convierte en lector porque quiere encontrar el secreto o misterio que tiene el
libro. Y cuando no es en la familia, puede ser a través de un mediador, si se
trata de un docente o un bibliotecario que tiene una incidencia fuerte en el
niño.
Usted se opone a la expresión
“construcción del lector”, en la que se explicita la idea de que el lector se
puede “fabricar”. ¿A qué atribuye la generalización de esta idea?
La
verdad que la expresión “construcción del lector” la descubrí en América
Latina, en México, Colombia y la Argentina. Me parece una idea de lo más
ingenua; cada vez que la escucho pienso en la imagen de Frankestein, “vamos a
construir un lector”. Es curioso porque se trata de una posición omnipotente:
“Nosotros tenemos el poder de construir lectores”. Cuando empecé a trabajar con
la lectura, mi primera referencia teórica fue Michel de Certeau, un
investigador atípico que amaba mucho a América latina. A él le interesaba lo
que pasaba del lado del lector, lo que el lector creaba. Lo que me interesó
siempre fue situarme del lado del lector, estando atenta a sus maneras propias
de construir sentido con lo que encontraba en los libros, de construirse a sí
mismo con palabras o historias robadas de acá o de allá. Y digo robadas porque
De Certeau decía que la lectura era una “caza furtiva”. La cultura se hurta, se
roba; es la única manera de que funcione. Lo difícil, pero lo interesante para
el mediador, es que pueda contagiar las ganas de apropiarse, de robar. Lo que
podemos hacer es multiplicar las oportunidades del encuentro con personas que
no repitan el imperativo “hay que leer” sino que tengan una actitud mucho más
sutil frente a la lectura.
¿Qué opina de los discursos
catastrofistas que advierten que cada vez se lee menos cuando cada vez se
publican más libros en el mundo?
Los
escritores parece que temen quedarse sin clientela. A la Feria del Libro
argentina van un millón de personas, siete veces más que en la Feria del
Libro de Francia, a la que van unas ciento sesenta mil personas. Acá viene
gente de sectores populares, no como en Francia que es sólo para las clases
medias escolarizadas. Yo no comparto ese discurso catastrofista porque tiene un
efecto contraproducente y la realidad es mucho más compleja.
¿Cuál es el papel de las bibliotecas en
esta era de Internet?
En
estos tiempos en que tanta gente se siente rechazada, cuando se les dice: no
hay lugar para ustedes, ya no tienes empleo, ya no tienes casa, la biblioteca
es un lugar que nos facilita el sentimiento de pertenencia. En muchos países,
gente sin techo, exiliada, emigrante va a las bibliotecas, no sólo porque hay
calefacción, sino porque hay algo que va más allá. Se trata del lugar de los
libros, y los libros tienen que ver con el hogar.