13 de septiembre de 2015

Michèle Petit: "La lectura no garantiza nada, no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento, pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad" (2)

Michèle Petit es autora, entre otros, de “Lecteurs en campagnes. Les ruraux lisent-ils autrement?” (Lectores en los campos. ¿Los aldeanos leen de otro modo?), “De la bibliothèque au droit de cité” (De la biblioteca al derecho ciudadano), “Lire le monde. Expériences de transmission culturelle aujourd'hui” (Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural), “L'Art de lire ou comment résister à l'adversité” (El arte leer o cómo resistir a la adversidad), “Une enfance au pays des libres” (Una infancia en el país de los libros), “Un art de lire par temps de crise” (El arte de la lectura en tiempos de crisis), “Éloge de la lectura. La construction de soi” (Elogio de la lectura. La construcción del sí mismo), “Des lectures. De l'espace intime à l'espace public” (Lecturas. Del espacio íntimo al espacio público) y “De nouveaux rapprochements aux jeunes et la lectura” (Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura), además de decenas de artículos publicados en diversos medios gráficos. Sostiene la ensayista francesa que, “para que el espacio sea representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar historias, tener todo un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos -aunque más no sea una mitología familiar, algunos recuerdos-, el mundo permanecería allí, indiferenciado, no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior”. A continuación la segunda parte del resumen de entrevistas a la antropóloga que desde hace más de veinte años estudia la relación de las personas con la lectura, los libros y las artes.


¿Cómo describiría la relación de los lectores con la lectura?

En general es una relación ambivalente. Épocas en las que uno se sumerge y otras en las que cuesta mucho leer. En algunos ambientes, el hecho de aislarse está mal visto, es una grosería. Al lector a veces se le tilda de egoísta, algo muy frecuente y muy actuante. No se trata de un deber, de entrar en la lectura como en una religión. Hay momentos en que uno está más involucrado. ¡Un poco de libertad! No hay ninguna obligación de estar siempre leyendo.

Mencionó la función de la lectura en la construcción de la subjetividad. 
¿Podría ampliar este concepto?

Una de las mayores angustias humanas es la de ser caos, fragmentos, cuerpos divididos, de perder el sentimiento de continuidad, de unidades. Uno de los factores por los cuales la lectura es reparadora es que facilita el sentimiento de continuidades, el relato. Una historia tiene un principio, un desarrollo y un fin; permite dar una unión a algo, Y, a veces, escuchando una historia, el caos del mundo interior se apacigua y por el orden secreto que emana de la obra, el interior podría ponerse también en orden. El mismo objeto libro-hojas pegadas-reunidas­ da la imagen de un mundo reunido.

Usted presenció la capacidad reparadora de la lectura en comunidades alejadas de la cultura escrita.

Sólo como ejemplo, en contextos como en Colombia, donde hay programas de lectura para chicos desvinculados del conflicto armado, abandonados, la lectura permite que la gente hable entre sí, que recuperen la palabra. Claro que también hay tiempos de silencio, pero se desencadena un proceso, relanza el pensamiento, la memoria. Algo se alivia.

Los profesores de muchos países preguntan a especialistas sobre la mejor estrategia para motivar a sus estudiantes en el hábito de la lectura. ¿Qué les responde a ellos cuando le piden este tipo de consejos?

Ante todo, recuerdo que la angustia de los adultos tiene efectos perversos ya que contribuye a convertir aun más la lectura en una carga a la que hay que someterse. Se pone mucha presión en los jóvenes, en los estudiantes. Animo a los mediadores y a los padres para que cuestionen su propia relación con la cultura escrita, para que entiendan mejor sus propios miedos, sus propias ambivalencias y su voluntad de controlar. Y les cuento de profesionales que inventaron unos caminos un poco diferentes y facilitaron la apropiación de lo escrito. Por supuesto que no existen recetas, lo que sí existe es un arte de hacer, desarrollado por unos mediadores, cada uno con su genio, su estilo propio, que conciben día tras día maneras de compartir lo que les apasionan. Un arte que es ante todo el de la atención cálida y respetuosa, la disponibilidad, la hospitalidad, una vitalidad. El conocimiento de las obras y a la vez la intuición. Un arte que a menudo permite reencontrar, bajo un texto, unas sensaciones, un movimiento, un ritmo, reintroducir el cuerpo. Lo señalé en "Leer el mundo": “De la Patagonia a la India o a los barrios populares de las grandes metrópolis europeas, en lugares donde el acceso a lo escrito no está ‘dado’ por transmisión familiar, muchos mediadores descubren la necesidad de reintroducir el cuerpo sensible, jugando o bailando”. A menudo conjugan las vías complementarias con que contamos para simbolizar nuestras experiencias y transformarlas: el cuerpo (con el teatro o la danza), las imágenes (con las artes gráficas o la escritura audiovisual), y el lenguaje verbal.

En una clase, ¿cómo funciona la relación del maestro con la lectura?

Si el corazón no está, eso sentirá el niño. No se puede ocultar. Es importante que cada mediador se tome el tiempo de pensar en la propia historia con los libros. Porque se puede enviar un mensaje en pro de la lectura y debajo de eso, y sin que la persona se dé cuenta, existe otro, que revela la verdadera relación, profunda, a veces mucho más complicada.

¿Es lo que prevalece?

Claro, de inconsciente a inconsciente. Si el deseo no esta allí, el niño lo entenderá. O si el padre lee porque 'tú también debes hacerlo', si pasa por ser una faena austera, un deber a cumplir, lo siente.

¿Por qué conviven de un modo un tanto esquizofrénico ese discurso imperativo, “hay que leer”, con la visión de que la lectura sigue siendo una actividad peligrosa o prohibida?

Las generaciones anteriores, en muchas circunstancias, leían bajo las sábanas, con la lámpara iluminando apenas el libro, contra el mundo entero. Pero ahora la lectura aparece como una faena austera a la que uno debe someterse para satisfacer a los adultos. El peligro de que las autoridades políticas, educativas, maestros y padres coincidan en este “hay que leer” es que muchos chicos no quieran leer y salgan corriendo a jugar a los videojuegos. Poder transmitir el hábito de la lectura es una tarea muy sutil. A veces los discursos que hay en torno de la lectura tienen algo que va en contra de lo que pretenden defender. El tema de las prohibiciones no ha caducado. Cuando empecé a trabajar sobre la lectura hace unos quince años, en Francia, en medios rurales y en barrios marginales, me impactó rápidamente el hecho de que la gente que se había convertido en lectora evocaba espontáneamente los miedos que había tenido que traspasar, las prohibiciones que existían en su medio social contra la lectura. Por ejemplo, el miedo a pasar por perezoso, pero “¿para qué sirve la lectura?”, “eso es inútil”; otro miedo era ser visto como un egoísta. En los medios sociales donde se privilegian mucho las experiencias compartidas, la lectura en la habitación propia entre comillas aún hoy en día está mal vista.

Leer aísla, disgrega a la persona de su grupo, pero también es una actividad rodeada de un halo de misterio, ¿no?

Claro. Me acuerdo que una vez un señor que viajaba conmigo en un avión, cuando se enteró de que yo trabajaba sobre la lectura me dijo que las mujeres que leen son egoístas. Ese secreto, ese misterio de la persona que lee, también hace que uno se vuelva lector. La mayoría de la gente que es lectora siempre evoca escenas iniciáticas: la madre, la abuela o el padre que le cuenta historias al niño o que le lee en voz alta. Pero también hay otra escena, donde los padres o los abuelos no le leen al niño, pero ellos leen, y el niño los observa y está fascinado. ¿Dónde están? ¿Qué es lo que hay en ese libro? A veces uno se convierte en lector porque quiere encontrar el secreto o misterio que tiene el libro. Y cuando no es en la familia, puede ser a través de un mediador, si se trata de un docente o un bibliotecario que tiene una incidencia fuerte en el niño.

Usted se opone a la expresión “construcción del lector”, en la que se explicita la idea de que el lector se puede “fabricar”. ¿A qué atribuye la generalización de esta idea?

La verdad que la expresión “construcción del lector” la descubrí en América Latina, en México, Colombia y la Argentina. Me parece una idea de lo más ingenua; cada vez que la escucho pienso en la imagen de Frankestein, “vamos a construir un lector”. Es curioso porque se trata de una posición omnipotente: “Nosotros tenemos el poder de construir lectores”. Cuando empecé a trabajar con la lectura, mi primera referencia teórica fue Michel de Certeau, un investigador atípico que amaba mucho a América latina. A él le interesaba lo que pasaba del lado del lector, lo que el lector creaba. Lo que me interesó siempre fue situarme del lado del lector, estando atenta a sus maneras propias de construir sentido con lo que encontraba en los libros, de construirse a sí mismo con palabras o historias robadas de acá o de allá. Y digo robadas porque De Certeau decía que la lectura era una “caza furtiva”. La cultura se hurta, se roba; es la única manera de que funcione. Lo difícil, pero lo interesante para el mediador, es que pueda contagiar las ganas de apropiarse, de robar. Lo que podemos hacer es multiplicar las oportunidades del encuentro con personas que no repitan el imperativo “hay que leer” sino que tengan una actitud mucho más sutil frente a la lectura.

¿Qué opina de los discursos catastrofistas que advierten que cada vez se lee menos cuando cada vez se publican más libros en el mundo?

Los escritores parece que temen quedarse sin clientela. A la Feria del Libro argentina van un millón de personas, siete veces más que en la Feria del Libro de Francia, a la que van unas ciento sesenta mil personas. Acá viene gente de sectores populares, no como en Francia que es sólo para las clases medias escolarizadas. Yo no comparto ese discurso catastrofista porque tiene un efecto contraproducente y la realidad es mucho más compleja.

¿Cuál es el papel de las bibliotecas en esta era de Internet?

En estos tiempos en que tanta gente se siente rechazada, cuando se les dice: no hay lugar para ustedes, ya no tienes empleo, ya no tienes casa, la biblioteca es un lugar que nos facilita el sentimiento de pertenencia. En muchos países, gente sin techo, exiliada, emigrante va a las bibliotecas, no sólo porque hay calefacción, sino porque hay algo que va más allá. Se trata del lugar de los libros, y los libros tienen que ver con el hogar.