16 de marzo de 2024

Scholem Aleijem: mientras un ojo llora, el otro ríe

Scholem Aleijem, cuyo verdadero nombre era Sholem Yakov Nojúmovich Rabinóvich (1859-1916) es el más difundido de los escritores israelitas. Nació en el seno de una familia judía de Pereyáslav, una ciudad ucraniana ubicada en el distrito de Boryspil de la provincia de Poltava, que por entonces formaba parte del Imperio Ruso. Con tan sólo quince años de edad, ya ávido lector, se sintió fascinado por “Robinson Crusoe”, la famosa novela que el escritor inglés Daniel Defoe había
publicado en 1719, lo que lo llevó a escribir su propia versión judía de dicha obra. Tras concluir en 1876 su educación en el bachillerato de su ciudad natal, comenzó estudios religiosos y en 1880 ejerció brevemente como rabino designado por el gobierno en la ciudad de Lublín -en la Polonia bajo dominio ruso- en donde trabajó para apoyar a los más pobres. Luego se dedicó al comercio, donde pudo observar numerosas figuras que le sirvieron más tarde para sus obras. Tras abandonar ese oficio, envió sus primeros artículos en hebreo a los diarios “Ha-Tsefirah” de Varsovia y “Ha-Melits” de Odesa, y en idish a “Voskhod” de San Petersburgo, la publicación rusa judía más importante de la época, en los cuales aparecieron sus artículos centrados en temas de la educación judía.
Allí mantuvo una estrecha amistad con el escritor Alekséi Maksímovich Peshkov, mundialmente conocido por su seudónimo Máximo Gorki (1868-1936), el autor, entre muchas otras obras, del drama “Na dnié” (Los bajos fondos) con la que creció como una voz literaria única de los estratos más bajos de la sociedad y como un ferviente defensor de la transformación social, política y cultural de la Rusia zarista. Mientras tanto, en 1883 se casó con Olga Loev (1865-1942), hija de un adinerado comerciante con la que tuvo seis hijos, entre ellos la escritora en yiddish Lyalya Kaufman (1887-1964) y el pintor Norman Raeben (1901-1978). Años más tarde, siguiendo la tradición familiar, su nieta Bel Kaufman (1911-2014) también se dedicó a la literatura, haciéndose conocida en Estados Unidos gracias a su novela “Up the down staircase” (Contra corriente), la cual tuvo un gran éxito de ventas en 1964.
La intención original de Aleijem era convertirse en un escritor en hebreo o ruso, y su recurso al yiddish fue, como él diría, “accidental”. Descubrió un número del semanario “Yudishes folks-blat” de San Petersburgo (el único periódico en yiddish de Rusia en ese momento) y se dio cuenta de que el idioma yiddish y su literatura atraían a la mayoría de las personas debido a su accesibilidad. Según contó en su obra “Las fuentes de Scholem Aleijem” el escritor judío radicado en la Argentina desde su juventud Samuel Rollansky (1902-1995), Aleijem comenzó a escribir en hebreo y escribió también en ruso. Por entonces la mayor parte de los escritores judíos rusos escribían en hebreo, el idioma de la liturgia, pero pasó definitivamente al yiddish en 1883, una lengua oral considerada como jerga por los judíos cultos. Con ese idioma -que carecía de estatus cultural y respetabilidad artística en la literatura- escribió más de cincuenta obras entre novelas, cuentos y obras teatrales hasta convertirse en la principal figura de la literatura yiddish en 1890. Y en “Scholem Aleijem, la sonrisa de la vida judía”, el mismo autor afirmó que entre los clásicos de la literatura que posee esa lengua, era sin duda el más nacional entre la clase media judía.
Tras vivir un tiempo en Odesa desde 1891, la familia se trasladó a Kiev, donde en 1905 todos sufrieron los horrores de tener que soportar la represión generalizada por un pogromo contra los judíos de esa ciudad, y él fue censurado por querer ayudar a las víctimas de estas persecuciones. Por esa razón, en 1906 junto a su familia se trasladó primero a Ginebra, Suiza y después a Nueva York, Estados Unidos. Luego vivió un tiempo en Capri, Italia y, poco antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, mientras estaba en una gira de lectura en Rusia se desmayó en el tren camino a Baranavichy, Bielorrusia. En el hospital de esa ciudad tuvo que internarse durante dos meses tras haberse enfermado de tuberculosis hemorrágica aguda, una enfermedad que lo condenó a vivir semi-inválido el resto de su vida. Años después escribiría que ese incidente fue como encontrarse cara a cara con su majestad, el ángel de la muerte. Luego fue enviado a Copenhague, Dinamarca, desde donde emigró a los Estados Unidos y se radicó definitivamente en Nueva York.
Entre sus obras merecen mencionarse las novelas “Natashe” (Natasha), “Sender Blank un zayn gezindl” (Sender Blank y su familia), “Yosele solovey” (Yosele el ruiseñor), “Ven ikh bin Roytshild” (Si yo fuera Rothschild), “Tevye der milkhiker” (Tevye el lechero), “Der mabl” (El diluvio), “Blonzhende shtern” (Estrellas errantes), “Der blutiker shpas” (El sangriento engaño), “Yoysef” (Joseph), “Dray almones” (Tres viudas), “Menahem Mendl” (Las aventuras de Menahem Mendl), “Motl peysi dem khazns” (Mottel, el hijo del cantor), “Der khontid shneyder” (El sastre embrujado), “Der misteyk” (El error) y “Tsvey shteyner” (Dos lápidas). También incursionó en la literatura destina a niños y adolescentes con obras como las novelas “Dos tepl” (La olla), “Funem priziv” (Del borrador), “Gimenazye” (Escuela secundaria), “Finf un zibetsik toyzent” (Setenta y cinco mil), “A nisref” (Se quema) y “An eytse” (Consejos); y los cuentos “Der zeyger” (El reloj), “Di fon” (La pancarta), “Afn fidl” (El violín) y “Der esreg” (El limón).
Además escribió obras teatrales como “Der daktar” (El doctor), “Der get” (El divorcio), “Die asifa (La asamblea), “Tsezeht un tseshpreht” (Dispersos y muy lejos), “Agenten” (Agentes), “Yiedishe tekhter” (Las hijas judías), “Die goldgreber” (El cazafortunas), “Shver tsu zein a yied” (Es difícil ser judío), “Dos groisse gevins” (La gran lotería) y “Tevye der milkhiger” (Tevye el lechero); y ensayos como “Oyf vos badarfn yidn a land” (Por qué los judíos necesitan una tierra para ellos), “Idishe kínder” (Niños judíos) y “Farsheydene” (Misceláneas). Obras todas ellas ampliamente traducidas a numerosos idiomas.
Su humorismo cristalino, natural y sano, su estilo lleno de gracia, su lenguaje salpicado de modismos, los personajes tan característicos que desfilan por su vasta obra, y sobre todo su humor tan original y comunicativo, han hecho de él un ídolo del pueblo judío. Junto con Shalom Abramovitch -con el seudónimo de Méndele Móijer Sfórim- (1836-1917) e Itzjak Leibush Péretz (1852-1915) contribuyó a la formación de una nueva literatura creando lo que denominó “la novela judía”, con textos que se desarrollaron en el ámbito de la sociedad judía contemporánea. Abramovitch escribió su primera novela llamada “Fishke der krumer” (Fishke el aburrido) en hebreo, pero en sus siguientes obras utilizó el yiddish. En tanto Péretz, a pesar de haber recibido una educación judía tradicional en hebreo basada en textos rabínicos, escribió su primera obra, el poemario “Di balade fun ​​Monish” (La balada de Monish), en yiddish.
Admirador de Ivan Turgenev (1818-1883), el narrador y dramaturgo considerado el más occidental de los maestros del realismo ruso y autor de, entre otras obras, la novela “Ottsý i deti” (Padres e hijos) y de los relatos breves recopilados en “Zapiski ohotnika” (Memorias de un cazador), Aleijem creía fuertemente en el realismo literario como recurso esencial para alcanzar la madurez artística empleando un lenguaje preciso, objetivo y descriptivo para construir un retrato fiel de la sociedad de la época. También creía que el género novelístico era el más propicio para la evolución de esa corriente estética surgida como una reacción a la decadencia del romanticismo, el movimiento literario surgido entre finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX en Alemania e Inglaterra que se distinguía por el abordaje de temas del imaginario nacional y popular como fábulas, mitos y leyendas.
Para la crítica literaria en general, Scholem Aleijem  supo pintar con colores conmovedores las particularidades del mundo judío que lo rodeaba. Describió con un singular matiz risueño la vida en los villorrios judíos de Rusia, con su ambiente y sus modalidades peculiares, sobre los que flotaban una sonrisa burlesca y una alegría dolorosa. Mantuvo siempre un enérgico compromiso con sus congéneres necesitados de apoyo y ayuda.
Nunca renegó de su origen humilde y logró transmitir las situaciones más dolorosas con humorismo, una manera inusitada de describir la miseria, el malestar, la tristeza, la desolación, la pesadumbre a través de situaciones jocosas, burlescas o absurdas. Desde adentro, con un afectuoso humor y una tierna complicidad, describió la dramática existencia del pobrerío judío de la Europa Oriental de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ante los sinsabores vividos por sus paisanos optó siempre por la chacota como la mejor medicina para enmendarlos. Se dice que enseñó al pueblo judío a reírse de sus propios infortunios, que lo embrujaba con su lengua y lo ponía por un momento fuera de sí mismo para reírse de sus propias desgracias como si fuesen ajenas. De allí el adagio “mientras un ojo llora, el otro ríe”. Al respecto pueden mencionarse los cuentos “Der autsr” (El tesoro), “Shand” (Vergüenza) y “Nerv” (Descaro).


“El tesoro”: “Al otro lado de la montaña, detrás de la sinagoga, hay un tesoro oculto. Así se decía en nuestra aldea. Más no es tan fácil llegar hasta él. Sólo cuando todos los habitantes del pueblecillo vivan en paz y se pongan todos a buscarlo, darán con el tesoro. Así se decía en nuestra aldea. Y cuando todos vivan satisfechos, cuando no haya entre ellos envidia, ni odio, guerra, maledicencia ni calumnia y todos se empeñen, hallarán el tesoro. De lo contrario, se va a hundir profundamente en la tierra. Así se decía en nuestra aldea.
Y comenzaron a discutir y a porfiar, a disputar y a debatir, a insultarse y a altercarse cada vez con mayor brío, y todo por el tesoro. Uno decía: ‘Debe de estar aquí’. Otro: ‘Allí’. Y no cesaban de discutir y de porfiar, de disputar y de debatir, de insultarse y altercarse cada vez con mayor brío, y todo por el tesoro; y mientras tanto, el tesoro se hundía más y más en la tierra”.


“Vergüenza”: “Yo tenía un compañero. Estudiábamos en una misma escuela. Juntos vivíamos. Cometíamos juntos bribonadas y entre ambos habíamos compartido el placer y el dolor. La ciega, que llaman Fortuna, le sonrió a mi compañero, tuvo suerte, le fue cada vez mejor y se elevó a considerable altura. Y yo me quedé atrás...
Durante mucho tiempo no nos vimos, no nos encontramos, íbamos por caminos diferentes, vivíamos en ciudades distintas. Un día, llegué a la ciudad donde mi amigo residía, pasé delante de la magnífica casa de mi compañero y me detuve. ¿Entrar o no? Y entré. Y figúrense ustedes: ¡él me reconoció!
- ¿Qué tal, hermano? ¿Cómo te va?
Largo rato permanecimos en el vestíbulo sin que me invitara a pasar. Comprendiendo que esto me sorprendía, me dijo, mirando mi indumentaria:
- Perdóname, hermano, no me guardes rencor, yo te pido que me disculpes; no puedo, ¡me da vergüenza!
- ¿Tienes vergüenza? ¿Sientes vergüenza de verme?
- ¡Oh, no, de ninguna manera, no me refiero a eso, no quise decir eso! He dicho que me avergüenzo con... mi magnífica casa... ante ti, mi antiguo compañero, ante... ante... Dime, ¿dónde vives? ¿dónde paras? ¡Yo vendré, iré a verte, iré a verte!
Arrojó una mirada a mis botas retorcidas y rotas, y se puso encarnado de vergüenza... Yo lo comprendí y le perdoné de todo corazón, ¡de todo corazón!”.


“Descaro”: “Estaba sentado en el suelo, frente a la puerta de la sinagoga, contando los céntimos, las monedas que hiciera, que recolectara durante el día. Dos veces por semana, los lunes y los jueves, va mendigando por las casas. Monedas recoge el pordiosero pobre entre los pordioseros más ricos. Esos dos días le corresponden.
¡Cómo brilla el sol, cuan tiernos son sus rayos! El mendigo tiene una mano metida en el seno, y en la otra guarda las monedas. Las arroja y suena con ellas: las cuenta y recuenta.
De pronto... ¿Quién es el que va en ese coche tirado por seis caballos? ¡Es el conde, el señor de la aldea! Los caballos vuelan con el coche, y el polvo, cual dos columnas, le sigue a los lados. Al mendigo, el polvo le llenó los ojos y la boca, y cubrió ante él, por dos minutos, la luz del sol esplendente.
- ¡Vaya un descaro, el descaro de un conde! -rezongó el pordiosero, y volvió a su tarea: sacar la cuenta de los céntimos, a contar las monedas...”.


En 1915 Aleijem escribió en Nueva York “Funem yarid” (Regreso de la feria), una novela autobiográfica. Un año después falleció a los cincuenta y siete años de edad y fue enterrado en el cementerio de Brooklyn. Tanta fue la trascendencia que había alcanzado que, además de haber tenido uno de los funerales más grandes de la historia de esa ciudad (se calcula que a la ceremonia acudieron cerca de cien mil personas), en 1997 fue homenajeado con un monumento en Kiev, y años más tarde con otros edificados en Moscú, en Buenos Aires, en Netanya y en Tokio. Pese a ser un escritor que falleció hace más de cien años, no ha perdido su vigencia y siempre vuelve a seducir a sus lectores con su maestría y humor.