Hoy no estoy en ese medio imaginario. Tal vez, cuando lo dije, fue una simplificación. Lo que ocurrió en ese momento es que se conceptualizaba como literatura a aquella que tenía un reconocimiento académico, y esto no debe ser así.
De todas formas, a tu obra es difícil ubicarla en alguna de las dos corrientes.
Eso es bueno.
Nosotros imaginamos un concepto de narración en novelas como "Ultimos días de la víctima", "Ni el tiro del final", "El cadáver imposible" y "Los crímenes de Van Gogh", que abrevan del policial, y otro distinto en "El ejército de ceniza", muy especialmente en "La astucia de la razón" y en tu última novela "El mandato", donde prevalece una experimentación formal sobre el texto. ¿Por qué incursionás en distintos conceptos de narración?
Como decía el chiste, ¡per jodere! ¡Já, já, já!. En realidad esa separación me parece absurda: la buena literatura es una sola. Creo que novelas como "Ultimos días de la víctima y "Ni el tiro del final" tampoco son novelas estrictamente policiales; fueron inspiradas en tiempos de la dictadura, y tienen mucho de testimonio político y admiten otras lecturas. Mendizábal, el personaje central de "Ultimos días de la víctima", es claramente un parapolicial. Lo policial sería la excusa; tal vez sea todavía más claro en la película de Aristarain, las imágenes son poderosas. "El cadáver imposible" no creo que sea una novela policial, me parece una parodia desaforada de los folletines de los asesinatos en serie. Sí puede ser un policial "Los crímenes de Van Gogh", pero también es una crítica social a la década del menemismo y al periodismo amarillista. Pero volviendo a esa separación de la literatura argentina, a esos encasillamientos, yo no me siento cómodo en ninguno. Existe una tendencia a hablar de, digamos, un sistema Soriano y de un sistema Piglia, Saer y Aira. Pero el mismo Piglia quebró ese sistema con "Plata quemada", que es todo un proyecto de enfrentamiento al mercado. Es una novela con una historia y una narración transparentes, y luego un proyecto cinematográfico del director que garantiza los éxitos en el cine argentino. De modo que también en la obra de Piglia existiría esa separación, no estoy tan loco...
¿El escritor debe buscar la aceptación del público?
Los escritores experimentan distintas maneras de relacionarse con el público y con el mercado. A veces, uno les da la espalda. Yo sé que "La astucia de la razón" es una novela muy difícil de leer, y que ha sido leída por un determinado público, pero no creo que su publicación obedezca a ningún requerimiento del mercado. En 1990, cuando la cultura "light" estaba muy afianzada, lo que menos se requería era una literatura filosófica. No es fácil establecer esquemas, constantemente se rompen. Los escritores desbordan los esquemas, y eso es bueno. Soriano tampoco es un populista desaforado, como algunos lo pintan. Su primera novela es un ejercicio "pop", muy delirante y delicioso. "Una sombra ya pronto serás" es una muy buena reflexión sobre el pesimismo en la Argentina, y su última novela, "La línea de sombra", tiene una excelente prosa. Digamos que esas cosas de endiosar a ciertos escritores y demonizar a otros me parecen caprichosas y responden a tendencias internas de las pequeñas tribus literarias argentinas, que prefiero ignorar. Es mejor escribir de espaldas a esas internas. Y eso es lo que yo me propongo hacer.
¿Qué literatura resultó de ese escribir de espaldas a las tendencias?
Trato de hacer una literatura de contenidos, que tenga hondura filosófica, que esté bien narrada y bien escrita. La cuestión del estilo, de la musicalidad de la palabra, me importa muchísimo. Todo lo demás son pequeñas guerritas entre los suplementos literarios, que tienen sus líneas de autores, hojarasca en el viento. Sólo las obras van a quedar.
A propósito de tu última novela, pensábamos que tu aclaración de que "Los crímenes de Van Gogh" está basado en una miniserie para la televisión te creó la necesidad de escribir una novela más compleja y literaria, como pidiendo disculpas por el pecado. ¿Por eso escribiste "El mandato"?
Yo debía aclarar en "Los crímenes de Van Gogh" su origen, que no es otro que un guión televisivo. Le debía un reconocimiento a Oscar Barney Finn, que fue el director de esa excelente miniserie, con actores como Federico Luppi, Elena Tasisto, China Zorrilla, Virginia Innocenti y Oscar Martínez. Yo me quedé caliente, con ganas de escribir la novela. Y sabía que esa aclaración me perjudicaría en el ámbito literario argentino, que iban a decir que la novela era una basura. Yo no vengo con "El mandato" a hacerme perdonar "Los crímenes de Van Gogh", vengo a responder a mis obsesiones en el campo del pensamiento de la Argentina como nación, como destino, como frustración, como esterilidad y como fracaso del machismo. El mandato responde a obsesiones muy viejas; es una historia que me acompaña desde hace dieciocho años, y se basa en un cuento que publiqué en 1982. Juan Sasturain me dijo que era muy malo, de lo cual le estoy eternamente agradecido. Después, Jorge Lafforgue me dijo por qué el cuento era malo: había demasiados personajes y era material para una novela. Entonces me dije: "Si hay material para una novela, hagamos la novela". Fue creciendo la historia hasta convertirse en "El mandato". Y aquí me acuerdo de algo que decía Soriano; fíjense ustedes el riesgo que voy a correr en este momento al citarlo..., me arriesgo a que digan: "Este está irremediablemente en el sistema Soriano", ¡já, já, já!. Bueno, él decía: "Tengo tan pocas ideas que no puedo escribir cuentos. Cuando se me ocurre una, aprovecho y escribo una novela". Lo mismo me pasa a mí, no escribo muchos cuentos, pero tengo algunos guardados que cuando los releo pienso: "Este sería un buen material para una novela, podría escribir una novela corta como las de Andrés Rivera".
Eso nos parece demasiado. Algunas novelas cortas como "El farmer", de Rivera, parecen ya no cuentos, sino poemas largos.
"El farmer" es claramente un poema, pero Rivera ha escrito novelas muy buenas como "El amigo de Baudelaire" y "La revolución es un sueño eterno". Veo que, convenientemente, hemos pasado de Soriano a Rivera, ¡já, já, já!, un poco para lavar la afrenta de la cita anterior de Osvaldo, ¡já, já, já!
Volviendo a "El mandato", ¿por qué fue que lo escribiste?
"El mandato" surgió desde un tema que me obsesionaba hace mucho tiempo: la esterilidad. El hombre que entrega su mujer a otro hombre. La patria estéril. Esa época del '28 al '33. El padre, patriarca y patrón, esa tríada: la patria que ordena, el padre que ordena y el patrón que ordena, el triple mandato. La figura trágica del hijo que obedece a los tres mandatos, que son los que lo llevan a la frustración definitiva, porque la muerte impide que el cumplimiento del mandato sea verificado por aquel que lo pidió. De dos maneras el joven Leandro quiere mostrar su potencia, y esto remite a la idea de la Argentina potencia. Pero las personas que deben constatar el cumplimiento del deseo mueren. La muerte funciona como castración absoluta.
Los enunciados de "Filosofía y Nación" son narrados en "El mandato".
Para mí es fascinante eso que dicen, que "El mandato" es la versión narrativa de "Filosofía y Nación". ¡Por primera vez alguien tiene una visión totalizadora sobre mi obra! A mí me compartimentan, por un lado el filósofo y por otro el narrador. Yo soy un escritor, y en esta sociedad se perdió el concepto del escritor totalizador que escribe ficción y ensayos.
Unamuno, Sartre, Camus...
Exacto. Yo pienso que "El mandato" es un poco lo que marca la unidad de mi obra, aunque me da vergüenza hablar en términos de "mi obra"; pero ya son quince libros...
En "El mandato" hay una visión trágica del destino de la Argentina.
Es que es un balance del siglo. Es cierto que este balance lo hago desde una novela, no desde un ensayo, en donde, tal vez, no me habría animado a ir tan lejos, a decir: este país es estéril, este país no ha engendrado nada desde sí. La metáfora de la novela está en boca del teniente Müller, cuando dice que este país ha sido fornicado desde afuera y es estéril. La novela llega a extremos a los cuales no sé si en el ensayo hubiese llegado. Pero la novela también se permite pensar en el futuro a través del personaje de la mujer, encarnado por Laura, que embarazada toma un tren y parte a Buenos Aires. Es que el escritor tiene la esperanza de narrar la desesperanza. Las novelas no tienen por qué ser optimistas.
¿Cuál va a ser tu próximo libro?
"La crítica de las armas", que es un poco una relectura de "La astucia de la razón", con Pablo Epstein nuevamente como protagonista. Me propongo un estilo más transparente, no una temática menos filosófica. Pero, para decirlo todo, anhelaría poder escribir la novela sobre la dictadura militar. Cosa que ningún escritor argentino se atreve a declarar. La novela contaría la vida cotidiana, no la militancia clandestina ni la represión clandestina, sino la cotidianeidad de la Argentina entre el '76 y el '80, esa experiencia única del terror diario.
Por último, ¿cuáles son tus referentes literarios?
Yo tengo más referentes filosóficos que literarios. Hegel estructuró mi modo de pensar. Marx y Camus también son muy importantes. Sartre es mi referente constante. Debemos traer de nuevo a Sartre aquí, al presente con nosotros, es el modelo de escritor comprometido que se ensucia con el barro de la historia. Hay que recuperar su imagen, hay que vencer la ola posmoderna de escritores encerrados en su casilla de escritores, y volver al escritor sartreano, al escritor obsesionado por comprender al hombre en su totalidad. De la literatura argentina, Cortázar, Marechal, Abelardo Castillo, aunque debo reconocer que lo que más leo es filosofía, no lo puedo evitar; por eso escribo novelas filosóficas.