26 de noviembre de 2024

Gabriela Grünberg: “Siempre voy destapando las historias de los personajes como quien pela una cebolla, hasta llegar al alma de cada uno de ellos”.

Licenciada en Letras y Traductora Pública de Inglés, la escritora argentina Gabriela Grünberg (1957) nació en Buenos Aires, pasó parte de su infancia en Puerto Rico y en 1970 regresó a Buenos Aires donde, años después, asistió al taller de lectura y escritura creativa del dramaturgo, director teatral y guionista de cine Ricardo Monti (1944-2019). Luego, en 1996, se radicó en la ciudad de Neuquén, capital de la provincia del mismo nombre, donde trabajó en la Universidad Nacional del Comahue a la vez que escribía copiosos textos que contribuyeron a acrecentar la literatura de la ciudad más poblada de la Patagonia. Nieta del famoso poeta Carlos Grünberg (1903-1968) -quien junto a Alberto Gerchunoff (1883-1950) y César Tiempo
(1906-1980) conformó el primer grupo de escritores de vanguardia de origen judío en la década de 1920- la escritora suele afirmar que su escritura es “sencilla y uno es lo que escribe y también aquello que calla”. Remarca que lo más importante para ella es que sus libros “sacuden, conmueven, conducen a la reflexión, movilizan -o bien nada de esto sucede- a diferentes niveles intelectuales o sociales. Creo en la mirada del otro con respecto a la escritura porque es el otro quien nos enriquece y nos constituye”.
Hasta el momento ha publicado los libros de cuentos “El titiritero y otros cuentos” (1996), “Los nudos de la memoria (2005), “La morada de las pasiones” (2008) y “Cuando callan los olivos” (2016), y la que es hasta ahora su única novela: “La memoria en la sangre (2013). También publicó “En la orilla del narrar” (2018), una antología que incluye varios de sus relatos y que constituyó uno de los grandes eventos en la inauguración de la sexta edición de la Feria Internacional del Libro de Neuquén, la que se realizó en la sede neuquina del Museo Nacional de Bellas Artes.
En el prólogo de “El titiritero y otros cuentos”, el citado Ricardo Monti escribió: “Un primer libro es el camino a todos los interrogantes. El horizonte abierto es su meta. Pero ya son perceptibles los rastros y señales preliminares del sendero que se inicia. A poco andar, el paso se afirma. Así ocurre con los ocho cuentos inaugurales de Gabriela Grünberg que integran este volumen”. Y en la contratapa”, la directora, maestra de actores y crítica teatral Nina Cortese (1930-2003) sostuvo que la escritora -quien asistió a muchas de sus clases- “posee un don muy especial: el de la observación selectiva. Esto hace que a partir de los detalles surjan imágenes vívidas que se corporizan con precisión. Sus cuentos tienen una cualidad dramática. Maneja una prosa llena de suspenso que revela el peligro oculto tras apariencias inofensivas. Hay algo más: en sus cuentos se aparta de ella misma y construye un mundo en el que lo cotidiano se jerarquiza. Desde una óptica propia, lo recrea y nos lo devuelve nimbado de misterio. Y de ternura. Sabe, como ‘El titiritero’, manejar los hilos que mueven la emoción”.
En el año 2002 Gabriela Grünberg recibió el Primer Premio de la Antología de Cuento Breve y Poesía de Neuquén por varios de los cuentos incluidos en “Los nudos de la memoria”, libro en el que en cada uno de sus relatos se reflejan y configuran las pasiones humanas como la violencia, la ausencia, la ira, el silencio, el dolor, la tristeza, la soledad y el amor. Tiempo después, en 2008, presentó su tercer libro de relatos -“La morada de las pasiones”- en el auditorio del citado Museo Nacional de Bellas Artes neuquino. Con él obtuvo el III Premio Narrativa “Premio Especial Eduardo Mallea” otorgado por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En su contratapa, la licenciada en Psicología y actriz argentina
Ingrid Pelicori (1957) escribió: “Allí donde las pasiones moran, reina lo imprevisible, lo contradictorio, lo inconfesable. Estos cuentos de Gabriela merodean delicadamente esa morada. Son cuentos que respiran, jadean, susurran. Cuentos que están a punto de revelar un secreto. Y que husmean en los sentimientos ocultos, en esa tensión entre lo más reconocible y lo más extraño. Son cuentos atrapantes. En su mirada hay un conmovedor anhelo de compresión, un deseo de honrar el enigma de lo humano hasta en sus márgenes más sombríos. Y de revelar la belleza de ese enigma”. El libro fue traducido al braille e incorporado como material de estudio en la Universidad Nacional del Comahue y en diferentes escuelas secundarias públicas tanto de Neuquén como de Río Negro.
“La memoria de la sangre”, su cuarto libro, es una novela protagonizada por judíos que llegaron de Rusia y bajaron de los barcos llenos de tradiciones, de ilusiones, de esperanzas, y tuvieron que sobrellevar la orfandad y el desarraigo. A lo largo de un siglo de la historia argentina, la autora narra la vida de cuatro generaciones, desde una inmigrante rusa que llega al país con su marido escapando del hambre, y sigue con su hija, su nieta y su bisnieta. Según comentó en su presentación en una tradicional librería de la calle Corrientes de Buenos Aires, “los personajes protagónicos femeninos son judíos, por eso es una novela que habla de un saldo de identidades en muchos sentidos. A su vez, el último personaje va a recuperar su identidad como hija de desaparecidos, pero también como hija de judíos”. Y agregó: “Yo creo que se puede transmitir más violencia o más ternura en un gesto que en una descripción detallada, perversa o amorosa”. Durante la presentación se escucharon obras del compositor, director de orquesta y pianista ruso Dmitri Shostakóvich (1906-1975) dado que, según contó “siempre me gustó combinar música y literatura en mis presentaciones”.
En cuanto a “Cuando callan los olivos”, afirmó que las temáticas de los cuentos “son variadas: exploro la vejez, la muerte, los vínculos amorosos entre hermanos, el hambre, la venta o la trata, la guerra, los sueños. Y siempre, porque ya es una característica mía, un estilo, voy destapando las historias de los personajes como quien pela una cebolla, hasta llegar al alma de cada uno de ellos”. Respecto del proceso creativo para este último trabajo, la autora reconoció que “fue largo. Algunos relatos comenzaron en los ‘recreos’ que me tomaba mientras escribía la novela, que llevó casi cuatro años, hasta su publicación a fines del 2013”.
El mismo año de su edición -2016-, Gabriela Grümberg participó junto a la escritora canadiense Mary Louise Pratt (1948) y la argentina Márgara Avervach (1957), además de otros escritores radicados en Neuquén como el argentino Rafael Urretabizkaya (1963) y el paraguayo Humberto Bas (1965), en el programa de desarrollo profesional “Dar de leer” impulsado por el Ministerio de Educación y la Subsecretaría de Cultura de la provincia. Con el objetivo central de promover la práctica lectora en las aulas y la circulación de obras literarias neuquinas, el programa se desarrolló en las ciudades de Neuquén, Chos Malal y San Martín de los Andes.
Al tiempo que, entre otros proyectos, está trabajando en su segunda novela -sobre la cual dio algunos indicios sobre su temática- con respecto a su técnica de escritura, la escritora neuquina “por adopción” -según se autodefine-, comentó que “escribo en un tiempo suspendido, en una realidad que es la de mis personajes, que me habitan hasta que llega el tiempo de soltarlos y ya no me pertenecen, sino que les pertenecen a los lectores. Mi obra es muy visual, teatral o cinematográfica. Tanto en mi novela como en mis relatos los sucesos que acontecen están puestos en los diálogos de los personajes y en sus acciones. No en la descripción. Intento que los personajes se narren a sí mismos, son ellos los que cuentan”.


A mediados del año 2014 viajó a Buenos Aires para presentar “La memoria de la sangre”. En esa ocasión fue entrevistada por Máximo Soto y dicha entrevista -que sigue a continuación- apareció en la edición del 4 de junio de ese año en el diario “Ámbito Financiero”.
 
¿Cuándo empezó a escribir esa saga de una familia judía, a través de cuatro generaciones, a partir de los que emigran de Rusia a la Argentina?
 
El primer esbozo de la idea, que no sabía que se iba a convertir en una larga novela, surgió hace muchos años estudiando en el taller de literatura creativa del dramaturgo Ricardo Monti, después de haber publicado “El titiritero y otros cuentos”, que fue mi primer libro. Cuando empecé a escribir no tenía la menor de idea de que se iba a tratar de una saga. Monti me daba ejercicios inspirados en personajes de Tennessee Williams. Yo no tengo el don del teatro, pero me gustó partir de un personaje femenino, reconstruir la historia de una mujer, que imaginé lejana. Así surgió Sara. Cuando tendría unas treinta páginas, a mi marido que trabajaba en YPF, lo trasladan a Neuquén, y allá nos fuimos toda la familia. Dejando de lado lo escrito sobre Sara, me dedico a dos libros de relatos “Los nudos de la memoria” y “La morada de las pasiones”. Y en 2008, doce años después, retomo la historia de Sara, y empiezo a trabajar intensamente en ella durante más de tres años. La historia creció y se convirtió en forma inesperada para mí en los jalones de la vida de una familia. Creo que los personajes en un momento pasan a habitar al narrador, por lo menos eso es lo que me pasó a mí. Un personaje me fue llevando a otro. Y yo quería contar la historia desde las voces de los personajes. Buscaba que lo que decían permitiera comprender dónde estaban y qué les pasaba. Quería que el lector pudiera comprender lo que no estaba escrito.
 
Quizá el haber salido de un taller de dramaturgia la llevó a esa forma de escritura.
 
Construí “La memoria de la sangre” por escenas. Escribo de esa manera. No es que parto de una idea, me surge una escena y sobre esa escena voy trabajando. Así los personajes van apareciendo. Trabajo como en un tiempo suspendido.
 
Pareciera que busca concentrar la imagen del personaje de forma muy concentrada, sin detenerse en demasiados detalles.
 
Monti me planteaba que contara de una mujer. Yo llegaba con diez hojas y él me decía: quiero ver el personaje en un renglón. Me fui despojando hasta que el personaje no aparecía en un renglón pero sí en dos. Esa impronta se ve en todos mis libros. Sobre eso he trabajado. Busco ver la acción, ver al personaje moverse, siento que si yo veo la acción, el personaje, la circunstancia, la escena y puedo lograr transmitirlo, también eso le sucederá al lector. En ese sentido algunos lectores me han dicho que ese modo de contar se parece al cine. Eso me dice, por ejemplo, Ingrid Pelicori, que escribe las contratapas de mis libros desde que ya no puede hacerlo Nina Cortese, que fue como mi madre.
 
¿Cómo hizo para establecer el desarrollo histórico de sus cuatro grandes protagonistas: Sara, Clara, Elisheva y Yael?
 
Trabajé en dos planos. Hay personajes que, al ser evocados en una escena actual, de algún modo sigan presentes. O que nos lleve a una situación donde fueron protagonistas. Siempre, de ese modo, están reapareciendo Sara, o Clara, o Abraham. Desde el hoy se regresa al pasado, porque en el pasado está la clave de muchas cosas del presente. Cada tramo de la saga está precedido del relato del encuentro de David con una sobrina recuperada, que hasta ese momento creyó llamarse María José, y comienza a conocer su identidad biológica, su familia de sangre, a saber definitivamente que es la hija de Elisheva, que estaba embarazada de seis meses cuando la secuestraron, como le explica el juez que la entrega a sus tíos. A partir de esa última generación se viaja a las anteriores. Creo que “La memoria de la sangre” es una novela sobre la identidad, en la que cada personaje recuperará la propia.
 
Esa sangre tiene que ver con etapas sangrientas, con los enormes conflictos y dramas que han vivido, holocausto, pogroms, dictadura...
 
En el último tramo de la saga, los once capítulos dedicados a Yael, se van mezclando todos los planos. Los personajes la rodean para que así ella reconstruya su múltiple identidad, como judía, como argentina, como hija de una desaparecida, como bisnieta de Sara. Del mismo modo David podrá reconocer que no es hijo de quien cree que es.
 
Los momentos de fuerte emotividad están a cada paso en su novela, ¿cuáles son los que usted sintió más profundamente al escribir?
 
Cuando se termina un libro se produce en uno como un vaciamiento. Cuesta mucho despegarse de los personajes. Me siento que fui una intermediaria de ellos, que me habitaron durante un tiempo. Una etapa que me costó emocionalmente fue cuando Clara se encuentra con el acomodador de cine y le da el pañuelo de Elisheva, cuando la escribí sentí que temblaba. Ese pañuelito, guardado en la caja de las cosas perdidas, le devuelve a Clara un recuerdo de su hija, desde lo perdido. Esa escena resume memoria y olvido. Las escenas más fuertes son las de síntesis. Otra escena es la muerte de Clara. Esa escena donde Sara pasa la mano por el cristal ventanal y del otro lado el patrón hace lo mismo, y ella era su alma gemela, y traté de hacer llegar al lector lo que podría haber sentido el patrón apoyando la mano sobre el vidrio y dándose cuentas que fugazmente pasaba el amor de su vida, al que él renuncia. Es el momento en que, mientras Sara muere, don Carlos, el Patrón, sentado en un sillón lee un poema de Heinrich Heine de el “Libro de los Cantares” donde “dice soñé que me dejabas, vida mía, y lloro todavía”. Mientras Moshe recita al lado de la muerta el “Cantar de los Cantares” de Salomón. Muchas veces pienso que se trata de encontrar escenas que puedan resumir vidas, que puedan hablar de los tormentos pero también de los momentos felices, y dejar saber que la vida pasa por esos otros momentos en que se instala la rutina, los hábitos cotidianos, los encuentros sin sorpresa. Y no se trata de lo conmovedor de los grandes momentos, del instante de las confesiones dramáticas, de las escenas violentas, pero yo creo que se puede transmitir más violencia o más ternura en un gesto que en una descripción detallada, perversa o amorosa. No se imagina lo difícil que es decirle adiós a un personaje ficcional como Manuel, que reúne en sí mismo la historia de nuestro país.
 
¿Cómo hizo para trabajar esos aspectos históricos y rituales de lo judío y lo argentino en casos como ese?
 
En un aspecto estudié mucho, en otro dejé que me viniera por la memoria de la sangre. Provengo de una familia liberal. Mi abuelo en su poema “Testamento” decía que ni sus cenizas entrarán en Sion porque él se consideraba argentino, un poeta judío argentino. Es lo que yo siento. A la vez mantengo las tradiciones porque están dentro mío. Mi viejo estaba casado con Nina Cortese y en mi casa había un rosario junto a un Moisés.
 
¿Ahora qué está escribiendo?
 
Tengo terminado el libro de relatos, “Cuando callan los olivos”. Y estoy trabajando en otra novela. Trata de una mujer que sobrevivió a Auschwitz. El libro va a ser la historia de un espacio, con personajes que van a ese lugar, a ese territorio.