Ha titulado su libro "España 1939-1950. Muerte y resurrección de la novela española". ¿Por qué cree que la novela "ha muerto y resucitado" en los años que evoca el libro?
A partir de los años '30 y hasta doblados los '40 se produce en España un gran silencio narrativo. O no hay interés por la novela o no se demuestra. Podría decirse que en tres lustros todo muere en España menos el odio. Es tiempo para matar o para morir, en cualquier caso para orquestar el episodio más triste y lamentable de nuestra historia.
Con la sabiduría y la distancia que dan los años, ¿no ha tenido la tentación de cambiar algo de lo escrito?
Hubiera confirmado varios nombres. Hubiera borrado otros. Yo creo que basta echar una ojeada al librito que he escrito para darse cuenta de lo que fue, de lo que pudo ser y de lo que ha sido.
¿Sigue pensando que la novela española fue una víctima de la Guerra Civil?
Todo murió entonces. Baroja y Azorín daban sus últimos vagidos y la gente nueva no salía, no estaba en la literatura; la política, la rivalidad política lo llenaba todo. Había dos o tres hombres maduros que escribían una nueva novela cada tres o cuatro años pero la novela no era su oficio, no eran novelistas. Por ejemplo, González Ruano. Compitió con Carmen Laforet en el primer Premio Nadal y la gente de Destino tuvo el valor de premiar a Carmen, cuya novela era mejor. Era quizá la primera vez que se hacía justicia en el mundo de las letras y esto hizo que a partir de entonces la novela se nutriera durante los primeros lustros del Nadal de jóvenes esperanzados y con frecuencia satisfechos. El hecho de ganarlo yo en 1947, con "La sombra del ciprés es alargada", cayó en el mundo literario de aquella España devastada como un meteorito. Había muchos nombres importantes pero en realidad pocos novelistas.
¿Ha visto caer a muchos meteoritos desde entonces y qué España cree que han encontrado?
Eso no lo sé. Lo sabrá en todo caso el meteorito si es que lo hay hoy. Yo creo, en todo caso, que el panorama que encontraría hoy un meteorito no se parecería nada al que encontré yo. El meteorito actual encontraría narradores debajo de las piedras. Y quinientos aspirantes a cada premio de novela. Yo deseo con toda mi alma que el caso que viví yo no vuelva a repetirse.
Una buena prosa, muy trabajada. Lo que él pensaba sobre sí mismo no lo sé. Sólo sé lo que decía: que era el mejor y que le había costado poco esfuerzo conseguirlo.
Lo compara usted con Salvador Dalí. Aún más, escribe que Cela vino a ser un competidor de Dalí. ¿Lo vio usted venir desde el principio?
Desde el primer momento, nada más tocar tierra. Dalí era el maestro porque tenía más años que Cela pero siempre anduvieron a la greña sobre quién de los dos haría la bufonada mayor. Lo curioso es que ambos eran grandes tímidos que trataban de encubrir su timidez con una chirigota. En un pueblo de Castilla la Nueva, Cela se tiró vestido a un estanque ante el acoso entusiasta de un grupo de amigos. Dalí, en la Quinta Avenida, rompió un gran escaparate con una bañera para que los neoyorquinos se dieran cuenta de su importancia como pintor. Son casos paralelos.
"En España -escribió usted hace casi cincuenta años- lo que regatea la curiosidad literaria lo da la tontería". ¿Hemos mejorado o también en esto vamos a menos?
No recuerdo con ocasión de qué dije eso. Lo que para mí es evidente es que hay artistas que terminan de maquillar su persona con actitudes y frases que nada tienen que ver con el arte. Componen un personaje.
Por primera vez, tal vez por esa libertad que dan los años, usted hace pública su opinión acerca de la novela y de sus compañeros de viaje. Con dureza, a veces. Señala, por ejemplo, que en Ana María Matute "vale más la música que la letra", que a Tomás Salvador "escribir tanto le impidió disponer de un mundo novelesco propio", resalta la tendencia al disfraz del joven Juan Goytisolo y que "Gironella seguía escribiendo con su prosa vulgar aprovechando cualquier ocasión para mejorarla". A Rafael Sánchez Ferlosio le conoció en el autobús camino los dos de las Lagunas de Ruidera y aparece como el escritor más admirado. No hay peros para Ferlosio.
Nada en él era vulgar. Su mezcla de imaginación, observación y sentido del humor no se podía encontrar en ninguno de sus contemporáneos.
¿No ha habido en los últimos cincuenta años una novela a su juicio de la altura de "El Jarama", no?
No es una pregunta fácil. Decir quién es el mejor o el peor en medio siglo de vida no es sencillo. Desde luego, Ferlosio no tuvo rival en veinte años. Lo que ocurre es que cambian las técnicas, los estilos, la novela en una palabra, y no es procedente comparar unas con otras. Son cosas distintas. Lo que digo que las condiciones de narrador que demostró Ferlosio en sus dos primeras novelas no las ha demostrado nadie. Al menos hasta el día.
¿Y cómo se libró usted del "hastío de la literatura" que padecía Sánchez Ferlosio?
Yo no padecí ese hastío. Pero lo de Ferlosio no fue un pronto, un escopetazo. Yo hablaba con Vergés de su caso y los dos pensábamos que volvería. Nos equivocamos los dos. Lo de Ferlosio era una decisión reflexiva. La novela se le hacía demasiado simple, se aburría escribiéndola. Lo dijo con "El Jarama" todavía caliente y lo repitió muchas veces. Ahora, a medio siglo de su decisión, no cabe duda de que a Ferlosio no le satisfacía la novela y no mentía ni faroleaba cuando censuraba "El Jarama" y hablaba de abandonar la narrativa. Su cerebro parecía exigirle empresas más intelectuales.
Algunos de los escritores de los que habla, apenas los conocen las generaciones de hoy. Cuando escribió lo que escribió sobre Gironella, por ejemplo, éste era el autor más vendido y más conocido de España, pero murió el año pasado casi en el olvido... como Suárez Carreño, Tomás Salvador, Luis Romero o Angel María de Lera, que son otros de los escritores en los que también se detiene en su libro. ¿Qué ha ocurrido, el tiempo los ha puesto en su lugar o han sido víctimas de las modas?
No suele ser el tiempo el que pone en su sitio a los autores, sino las circunstancias: el azar, la salud, las crisis vocacionales. Los autores que usted cita, en más o en menos, habían demostrado su talento, alguno sobradamente, pero fueron alejándose de la literatura -y no todos los que usted dice- por circunstancias especiales. Por de pronto no se puede generalizar. Cada caso es una historia que únicamente conoce a fondo el protagonista.
¿Qué autocrítica haría Delibes a Delibes, como narrador?
A Dios gracias hoy hay más de tres críticos solventes para hablar de nosotros. Yo hago mis comentarios de amigo sin ninguna trascendencia. En modo alguno pretendí someterme a una autocrítica. Lo que opino de mí mismo, bueno o malo, está recogido en el último capítulo del libro, "Confidencia".
En él escribe que le resulta ingrato analizarse por tres motivos: porque es hombre retraído, porque "considero que mi obra ha sido, es poco significativa" y porque no dispone del rigor mental suficiente. Usted lo cree así, pero la crítica le corrige con frecuencia.
En general he tenido una crítica generosa. No me puedo quejar. Tanto es así que soy incapaz de recordar "la peor".
¿Hubo peor?
Las críticas no muy favorables no me agradaban pero tampoco me dejaban huella. A veces el mismo crítico elogió un libro mío y censuró el siguiente. Como creo que debe ser.
¿Cómo calificaría a la crítica de esos años?
Le insisto que la narrativa en aquellos años estaba prácticamente muerta, como ejercicio y como tema. Los críticos escaseaban tanto como los autores. Nora, con Alborg y algún otro, se lanzaron muy temprano a la palestra. No lo pensaron dos veces ni aguardaron a ver qué pensaban los demás para no alejarse. Salieron a cuerpo limpio y gracias a ellos tenemos una idea de lo primero que se hizo en la novela durante la posguerra española.
¿El don de la observación sigue siendo, a su juicio, la mayor virtud de los novelistas de la posguerra?
No tanto como en tiempos del tremendismo, el behaviorismo o el realismo objetivista. Esto duró años pero pasó, dejó de ser exclusivo. La novela actual no tiene su mayor virtud en el sentido de la observación. Se vuelven a escribir historias pero de otra manera. Hoy la novela tiene cien direcciones diferentes.
Sus juicios de acaban prácticamente en los años cincuenta...
Por eso, cuando yo buceo desde el meteorito, Umbral es todavía un niño. Torrente no ha nacido como novelista y el bueno de Marsé ni siquiera sabemos quién es. Mi pretensión al escribir esas notas no pasaba del año '50. Habrá tal vez alguna excepción, nombres de libros o autores que salvan esa barrera pero eso es casual, puedo añadirlo meses o años más tarde y ahí me los he encontrado después al releerlo. ¿Cómo saber que fue un añadido? Mi experimento, no crea, tiene sus dificultades.
Dice al final del libro que la censura, con todo lo malo que trajo, fue un desafío, una provocación para el escritor. ¿Por dónde encontraríamos ahora el desafío?
Ahora no lo encontraríamos. Cada uno da lo que tiene sin tabúes ni limitaciones. Lo que quiero decir cuando hablo de un aspecto positivo de la censura, es que con frecuencia el escritor tuvo que ingeniarse para decir lo que quería decir sin decirlo o diciendo lo contrario como yo hice con "Cinco horas con Mario" sin que la censura se enterara.