¿Por dónde llegó a los predios del microrrelato?
Por el camino del experimento. El microrrelato abre nuevas posibilidades expresivas. Posee una relación inversamente proporcional entre extensión e intensidad. Yo, que escribo novela y cuento, sé que este género lleva esa regla a sus últimos términos. Mucha intensidad en poquísima extensión. Los primeros microrrelatos que hice fueron de encargo. Hubo un libro estupendo de Alfonso Fernández Ferrer, "La mano de la hormiga", de hace unos quince años, y me invitó a que le escribiera tres. Y descubrí ese mundo.
¿Les dio muchas vueltas?
Pues sí. Aquello no es el esquema cortito de un cuento más largo. Tiene que ser en sí mismo el cuento exacto. Luego colaboré en la radio con cuentos de dos minutos sobre una noticia. Es un género que ofrece oportunidades de expresión que no están en otro sitio. Es una tradición antigua y de todas las culturas.
Pero es en el siglo XX cuando empieza a salir del anonimato.
Es a partir del simbolismo y el modernismo. En lengua española el papel de Rubén Darío y Julio Torri es fundamental; son los primeros experimentadores, por herencia del simbolismo francés. Con sus pequeños poemas en prosa descubrieron que en breve espacio se podía hacer algo inhabitual.
¿Cómo descubrir el néctar de la narración?
Si aciertas. Hay gente que piensa que en el microrrelato vale cualquier cosa. Pero el hecho de que un texto de ficción sea breve no quiere decir que sea un microrrelato. Tiene que tener sustancia, movimiento, por poquito que sea. Por supuesto que está muy cercano al aforismo, a la poesía, pero con movimiento. Es una quintaesencia narrativa, capaz de moverse y cambiar desde el principio hasta el fin. Ofrece una mudanza.
¿Dónde estaría la frontera con la greguería, el aforismo o las frases lapidarias?
El movimiento es lo que lo distingue, y una cierta voluntad metaliteraria. Hay un libro de Marco Denevi de relatos eróticos -"El jardín de las delicias"- que son juegos y juegos, y vueltas y revueltas sobre temas clásicos. Lo que significa que necesita a veces un lector refinado, enterado.
Fuera del ámbito hispánico, ¿de dónde proviene este renacer?
Tiene mucha relación con Kafka porque, dentro de la cultura del siglo XX, él descubre unos textos breves, intensos y misteriosos. Microcuentos antiguos que tienen que ver con la anécdota tradicional. Luego da una pequeña vuelta para ser más sintético. Otra característica es que el microrrelato deja al lector una parte importantísima del trabajo.
Lo involucra para que termine la historia.
¡Claro! Eso también es un tema del cuento. Quizá tal vez tenga menos lectores que la novela porque obliga a colaborar mucho. Eso es lo gozoso de un buen cuento, lo que tú pones de tu parte. Pero eso al lector común no le hace mucha gracia. El pide que le expliquen todo.
Aunque corre el riesgo de ser demasiado especializado.
Está llegando a ser muy intraliterario. Me hace gracia cuando a veces escucho en algún congreso -que está habiendo muchos- que hay relatos sobre relatos sobre relatos. Es para gente lectora. Por eso muchas veces se hacen concursos de microrrelatos y aparecen textos que indican que ese autor nunca ha escrito un microrrelato en su vida. No sabe lo que es. Muchos piensan que la brevedad lleva implícito este género. Y que el valor está en lo breve.
Son como primos del haiku o la greguería.
Hay haikus y greguerías que son microrrelatos, pero no todos. El año pasado en el congreso de Neuchátel, Suiza, hubo severas discusiones para identificarlo y describirlo. Pero es el lector quien lo identifica. Tú lo lees y dices: "¡Qué bonito! Aquí hay narración e historia en poquísimo espacio. Tiene gracia, es original". Pero la originalidad no quiere decir que sea un microrrelato. Uno de los problemas de la denominación viene en la dificultad ontológica, del propio ser. La verdad es que no sabemos. Podemos decir que son pequeñas piezas escurridizas.
España empezó a vivir a finales del siglo pasado un auge del cuento y en este siglo del microrrelato. ¿A qué atribuye este renacer?
Aquí existe el cuento porque hay unos cuantos que nos empeñamos. Al fin y al cabo llevamos ochocientos años escribiendo. Esa tradición está ahí. Los editores apuestan por el cuento pero no con la misma franqueza que con la novela, al tiempo que los lectores la prefieren. Tal vez a partir de mi generación, porque la gran generación del cuento español fue la de los cincuenta, la de Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Medardo Fraile o Carmen Martín Gaite; y luego hubo más pero no tan acendradamente dedicados al cuento. Lo de mi generación es sorprendente porque Luis Mateo Díez o Juan José Millás y yo, le dedicamos al cuento mucho interés. Es a partir de la transición que parece haber una vuelta al cuento.
¿Y del microrrelato?
Se puso de moda por "El dinosaurio" de Augusto Monterroso. La gente empezó a mirar esto de la brevedad de otra manera. Produjo una cantidad de textos absurdos, como en todo, pero bienvenido. En España ha habido gente explorando en ese territorio de tiempo atrás como Gonzalo Suárez, Javier Tomeo o Millás. Donde hay un gran interés es en Latinoamérica. Hay un renacer en todas partes, hasta en Nueva Zelanda.
¿Es verdad que el cuento es apropiado para estos tiempos de prisas? ¿Y el minicuento?
Es un tópico. Para disfrutar de la literatura hay que tener una formación. Y el lector común no es formado en el cuento, porque por las cosas que no enseña, que no descubre, requiere un lector con gusto que descubra y aprecie en pocas páginas algo que le encanta. Un buen microrrelato es imborrable.
Como la pintura o la escultura, el placer de mirar y volver para observar y contemplar.
Algo así. Porque aunque se requiera poco tiempo para leer, lo que sí necesita detrás es un lector formado. Es como el poema, porque si fuera por tiempo todo el mundo tendría que leer poesía, pero no es así. Yo defiendo que en el sistema educativo la formación literaria debería jugar con el cuento. Ese es un gran camino para formar el gusto literario.
Además la minificción suele tocar temas atractivos como ese espacio fronterizo del sueño.
El juego fantástico es propicio para este género. Y el sueño es un universo que me interesa especialmente. Esa adscripción a lo onírico, esa sospecha de lo lírico, es otro de sus elementos, como el ingenio, la gracia y la precisión de las palabras. Y el humor, claro. Recuerdo una historia de "Historias de cronopios y de famas" de Cortázar, que está lleno de microrrelatos, donde se juega con lo burlesco. La perspectiva irónica es otra arma, la que permite al lector completar eso que el autor no hace explícito.
El microrrelato tenía algo de bonsai. Como un pequeño espécimen de jardinería literaria que hay que hacerlo crecer en su dimensión en un espacio pequeñito. Siempre utilizo el cuento "La esfinge" de Poe, para explicar la escritura. En él, un hombre cree ver en una mariposa nocturna un dragón horrible subiendo por una montaña. Pues la mirada del escritor consiste en ver lo que no es ordinario. Eso es lo que hay que ver.
Uno dedicado a Mateo Díez es como una premonición, al narrar una invasión de minicuentos.
¡Ja, ja! Al final, es peligroso. En el Hay Festival de Cartagena de Indias, en enero pasado, leímos minicuentos y a la gente le gustó. El microrrelato, si comunicas, gusta. Establece cierta complicidad.
Sus microrrelatos conectan con la realidad desde la ficción con crítica y humor.
En mi estética, aunque generalmente son cuentos fantásticos, siempre parto de problemas de la realidad, cotidianos. No puedo remediarlo. Sobre el cambio climático o las guerras en Palestina... Me encanta esa posibilidad del microrrelato de que en muy poco espacio puedas decir mucho. Aunque es difícil, esa intensidad es lo que me gusta. La brevedad en sí no es un valor. Lo es el dar expresividad narrativa a un texto breve que ensancha la literatura.