El sociólogo estadounidense Richard
Sennett (1943), uno de los grandes ensayistas sobre la sociedad
contemporánea, interpela en sus obras los nuevos métodos de gestión del
capitalismo, con sus relaciones sociales cada vez más socavadas por la pérdida
de civismo y de los lazos de cooperación y de respeto como producto de una
sociedad basada en la desigualdad. Adscripto a la corriente de la sociología
crítica, Sennett es profesor emérito en la London School of Economics, y profesor
adjunto en el Massachusetts Institute of Technology y en la New York University.
Su obra incluye ensayos como "Personal identity and city life" (Vida
urbana e identidad personal), "The corrosion of caracter. The personal consequences
of work in the new capitalism" (La corrosión del carácter. Las consecuencias
personales del trabajo en el nuevo capitalismo), "The fall of public man" (El
declive del hombre público), "Respect in a world of inequality" (El respeto. Sobre
la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad),"The culture of the new capitalism"
(La cultura del nuevo capitalismo) y "Together. The rituals, pleasures and politics
of cooperation" (Juntos. Rituales, placeres y política de cooperación). "El
capitalismo financiero ha cambiado el mundo. Y no para mejor -opina-. Al
contrario, se ha hecho hostil a la vida". En la siguiente compilación de las
entrevistas que concediera a Carolina del Olmo (revista anual "Minerva" nº 2,
2006) y a Justo Barranco (revista "Ñ" nº 531, 30 de noviembre de 2013), el
sociólogo estadounidense hace un recorrido por su obra y, fundamentalmente,
habla de su último libro, "The craftsman" (El artesano), ensayo en el que plantea
un elogio del trabajo manual con un estatuto de dignidad propia. Partiendo de una
vieja conversación con su profesora Hannah Arendt (1906-1975) quien en su
obra "The human condition" (La condición humana) separaba la producción física
de la creación mental, Sennett considera que en el proceso de producción del
artesano están integrados el pensar y el sentir. "La mano y la cabeza no están
separadas, aunque nuestra sociedad sólo valore una", dice.
En su
libro "El respeto", habla usted abundantemente de su vida: del compromiso
político de sus padres, de su infancia en un bloque de viviendas sociales en
Chicago… ¿Contribuye de algún modo esa herencia a explicar la orientación o el
enfoque de su trabajo teórico?
Mi padre y mi tío, que eran anarquistas,
lucharon en la Guerra Civil española con el POUM, y su relación con España
estuvo bastante circunscrita a Cataluña y a Barcelona en particular. Cuando
volvieron a Estados Unidos se encontraron con que allí a nadie le importaba la
diferencia entre estalinistas, anarquistas y trotskistas, y fueron catalogados simplemente como izquierdistas. En cuanto a la relación de mi
historia personal con mis libros, lo cierto es que si incluí en "El
respeto" todo este material autobiográfico no fue para intentar explicar de
dónde proceden mis teorías o, al menos, no fue exactamente por eso. Pero, ya
que estaba escribiendo sobre el respeto, esa relación tan básica para el buen
funcionamiento de la sociedad, para el estado de bienestar y los pobres, pensé
que sería más ilustrativo describirlo recurriendo a mi propia infancia que
limitarme a teorizar.
Resulta
habitual que en los estudios sociales de los últimos años se mencione un cambio
económico, político y social que habría tenido lugar entre finales de los
sesenta y comienzos de los setenta, un cambio que se ha conceptualizado de
maneras muy diferentes: capitalismo tardío, sociedad posindustrial, paso a un
sistema de producción posfordista o a un régimen de acumulación flexible…
En "La corrosión del carácter" también usted aludía a esta
transformación. ¿Cree que se trata de un cambio de gran calado o de una
modificación superficial?
En mi opinión, se trata de un cambio profundo y
estructural: el capitalismo ha entrado en una nueva era que no se puede
describir únicamente en términos de globalización. Se ha producido una
transformación profunda en las instituciones y también en las expectativas que
tiene la gente acerca de la relación entre la economía política y la cultura.
En mis libros he intentado demostrar que no estamos presenciando
simplemente un fenómeno pasajero. Y no creo que la izquierda haya comprendido
aún el calado de esta mutación, como no ha comprendido las profundas
modificaciones que la tecnología está introduciendo en el sistema capitalista
ni en qué medida esta tecnología se emplea para incrementar las desigualdades y
la dominación. Si no tenemos en cuenta esta transformación nos limitaremos a
mirar hacia atrás y a pedir que las cosas no cambien. No creo que ése sea un buen método para combatir este tipo de cambio.
Cuando emprendí esta investigación sobre el nuevo capitalismo que me ocupa
desde hace prácticamente quince años, casi todo el mundo identificaba lo que estaba
ocurriendo con una nueva fase del imperialismo norteamericano. Sin embargo, ahora
vemos que los mismos cambios están teniendo lugar en China, en la India… Sería
demasiado simplista decir que ya hemos visto antes lo que está ocurriendo allí.
Se trata de dos países extremadamente pobres que, de pronto, han alcanzado una
posición de poder muy importante y están presenciando cómo en su seno se genera
una profunda contradicción entre los nuevos tipos de clase media y la gente que
se está quedando rezagada. No cabe duda de que éste es un cambio estructural
producido, digamos, por la economía y no el resultado intencionado de las
maniobras de Estados Unidos. Son temas importantes sobre los que es preciso
reflexionar.
Dice usted que sociología y literatura no son
cosas tan distintas… Hace algún tiempo declaró que su
intención era volver a convertir la sociología en un género literario, como lo
fue en el siglo XIX. ¿Qué opinión le merecen las pretensiones científicas de
los sociólogos? Y, una vez que aceptamos la sociología como género literario,
¿a qué tipo de verdad cree que pueden aspirar sus conocimientos?
La primera parte de la respuesta es que no hay
por qué pensar que ciencia y arte son excluyentes. Las cosas se pueden hacer
como las hago yo o de otro modo. En realidad, siento un enorme respeto por los
investigadores que trabajan con estadísticas, aunque mi método sea distinto. El
trabajo que yo llevo a cabo, y que desarrollan otros muchos estudiosos con los
que comparto un enfoque similar, desemboca en un tipo de conocimiento diferente
que en alemán se denomina "verstehen"; es una labor de reconocimiento y
empatía, aunque tal vez "empatía" no sea la palabra adecuada. En cualquier
caso, es la capacidad de imaginar una vida diferente de la propia.
Naturalmente, este método basado en el "verstehen" no es algo que yo
haya inventado, procede de una tradición muy respetable en la que destacan
figuras como Dilthey o Nietzsche. Los conceptos de "verdadero" y "falso" forman
parte de un lenguaje propio de un mundo muy específico. En las investigaciones
de este tipo, en cambio, no se trata tanto de producir verdades cuanto de
conseguir un entendimiento, una comprensión que constituye también conocimiento
objetivo, aunque de un tipo muy peculiar, que permite descubrir qué es lo que
hace que otro ser humano sea diferente de uno mismo. Y para lograr que el
lector experimente esas diferencias y comprenda ciertos aspectos concretos que
están en el interior de otras personas, quien realiza el análisis debe trabajar
mucho su escritura. Si yo quiero, por ejemplo, expresar qué hay de extraño en
la vida de un señor que trabaja como programador informático, no puedo
limitarme a explicarlo, tengo que convertirlo en una experiencia concreta que
poder narrar. Si me limito a decir "estas personas son diferentes de ustedes",
el lector no captará nada. Por eso le doy tanta importancia a la forma en la
que escribo.
En los
últimos años parece como si el discurso acerca de la justicia social, tan común
en los estudios urbanos, hubiera sido remplazado por un discurso, muy típico
del Nuevo Laborismo, que habla de "sostenibilidad social" y en el que los
objetivos de competitividad y cohesión social, antaño considerados
contradictorios, aparecen como complementarios. ¿Cree que los gobiernos pueden
realmente lograr esta meta conjunta?
No, cohesión y competitividad son conceptos que
no pueden ir de la mano. Ése es el problema. En el capitalismo, al menos en su
etapa actual, no puede haber conciliación entre las ganancias económicas y la
cohesión social. Todo ese discurso no es más que palabrería, es
imposible producir simultáneamente más desigualdades económicas y más
solidaridad. Esta cuestión cobra tintes dramáticos en países como China. Allí
el capitalismo está en plena eclosión de una manera que los europeos no podemos
ni imaginar. El Partido Comunista ha resultado ser un perfecto motor para
llevar a cabo esta revolución capitalista. Pero este desarrollo está separando
drásticamente las zonas urbanas de las rurales, violando uno de los principios
fundamentales del comunismo chino y provocando una terrible pérdida de cohesión
y un conflicto dramático del que sólo se está beneficiando un tercio de la
población, mientras las barreras que separan a este grupo de los dos tercios
restantes se vuelven cada día más infranqueables. Últimamente están empezando a
producirse revueltas en las zonas rurales y se está forjando todo un discurso
sobre las desigualdades que el Partido Comunista Chino no está preparado para
asumir. Este asunto constituye, por cierto, un buen ejemplo de las razones por
las que debemos evitar dirigir la mirada únicamente a Estados Unidos o hablar
sólo del capitalismo anglosajón. Yo creo firmemente
que no es realista afirmar que puede haber crecimiento económico y un incremento
de la cohesión social al mismo tiempo. Tal vez fuera posible hace un siglo,
pero ahora no.
En sus
libros, especialmente en "La corrosión del carácter", explica cómo la gente
que se siente de un modo u otro amenazada por esta fragilización de las
relaciones sociales que conllevan las nuevas condiciones flexibles del trabajo
y la economía, tiende a desplazarse a posiciones políticas de derechas. ¿Qué es
lo que motiva este giro político?
Me intriga sobremanera saber por qué el primer
impulso de la gente en momentos de cambio como el actual es desplazarse a
posiciones de derechas. Para comprenderlo, hay que tener en cuenta que
generalmente se trata de una derecha particular, muy marcada por el individualismo, que viene a decir a la
gente: "Tú también puedes alcanzar el éxito. El problema son esos pesados de la
izquierda que se interponen en tu camino". Es un discurso que apela a una
mentalidad de derechas individualista, desligada, en apariencia, de los
intereses de los grandes grupos de poder. La única razón que se me ocurre para
explicar este fenómeno es que el nuevo capitalismo pone el énfasis en la
responsabilidad de cada persona frente a su propio destino antes que en la
responsabilidad colectiva, y este tipo de movimientos de derechas también
refuerzan esa responsabilidad personal: le dicen a la gente que también ellos
son importantes como individuos, que no son simplemente parte de la gran masa,
aunque las circunstancias les hayan impedido demostrar de lo que son capaces.
En la India, por ejemplo, resulta muy interesante observar cómo las personas
que más sufren los efectos de este nuevo capitalismo están siendo atraídas en
gran medida por este tipo de ideología derechista que les dice: "Sí, ustedes
también merecen tener su oportunidad". De modo que no es un fenómeno
únicamente occidental. Y la cuestión es saber por qué los movimientos de
izquierdas no conectan con estos sentimientos. Esta es la gran pregunta que la
izquierda debe abordar porque, en estos momentos, lo único que parece
transmitir a la gente es desesperanza. Tal vez simplemente
tengamos que esperar unos años para que la situación evolucione; al fin y al
cabo, estas tendencias actuales sólo tienen diez o quince años de vida. Puede
que lo único que haga falta sea un cambio generacional para conectar mejor con
la gente, que la solución radique simplemente en librarse de los líderes de mi
generación que hay en los sindicatos y los partidos de izquierdas. Por
ejemplo, me parece imprescindible reinventar los sindicatos de forma que apoyen
a la gente que vive inmersa en esta economía flexible y va cambiando de un
trabajo a otro; deberían reconvertirse en una especie de combinación de
agrupación comunitaria y servicio de empleo, así podrían aportar a las personas
algo de continuidad y estabilidad a pesar de las interrupciones y las rupturas que
implica el nuevo capitalismo.
En "El artesano" habla de la relación entre la mano y la cabeza. ¿Por qué es básica esa relación?
Nuestra potencia mental se desarrolló a través de las manos, de la manipulación
de cosas. Hoy pensamos en las actividades materiales como cosas estúpidas,
percibimos nuestros cerebros como una maquinaria autosuficiente. Es erróneo.
Hay un proceso abierto entre mejorar las capacidades físicas y el pensamiento,
una relación estrecha entre la mano, la cabeza y el corazón. Pensamos un diseño
y creemos que esa imagen mental puede proyectarse al mundo. Una política
malísima: no aprendemos de la práctica.
Parece aquella vieja división filosófica
entre alma y cuerpo.
No es sólo la filosofía, la política también. El capitalismo ha alentado esta
división. En las últimas décadas los bancos han negociado con abstracciones,
teorizan sobre los valores y pierden el contacto con lo que es una fábrica, una
tienda. Muchos compran y venden empresas que no entienden. Ni lo necesitan,
porque compran su valor monetizado. Y no hay posibilidad, artesanía, de hacer
que la empresa sea buena o mala, no hay conocimiento. Compran una empresa de
colchones y la venden a otra pero con más deuda, esta hace lo mismo. La empresa
cada vez tiene menos capital y tiende a la quiebra. Le pregunté a uno de los
compradores: ¿Has visto cómo se fabrica un colchón? Me dijo que para qué, si
sólo iba a ser propietario tres meses. Así se desarrolla ahora la economía capitalista,
se desprecia la praxis, las manos en la masa, no saben qué hacer porque de
hecho nunca han gestionado nada.
¿Es la explotación actual?
Sí, la dominación de las finanzas sobre la economía real. Las finanzas son una
operativa abstracta. Siempre pensamos que el capitalismo es hostil a la
artesanía porque discapacita al artista, pero es más sofisticado: no está
implicado en la práctica. Teoriza. Por ejemplo, con la deuda. Es una de las
razones de la crisis actual.
¿Y las otras?
Otra es la forma del tiempo en el capitalismo hoy: todo es a corto plazo. La
economía global se reorienta al comercio del precio de las acciones más que a
sus beneficios finales. La noción de gestionar una empresa para tener
beneficios a largo plazo ha desaparecido. Puedes ganar dinero con empresas que
están perdiendo. De manera que cuando llegas a una economía como esta no tienes
ningún interés en lograr que la economía real funcione.
¿Qué piensa el autor de "La
corrosión del carácter" de la alarma por la alta tasa de suicidios en
empresas como Renault o France Télécom?
En mi equipo estamos estudiando el desempleo a largo plazo en Wall Street y
encontrando cosas muy similares. Alcohólicos y suicidios no sólo entre los que
pierden el trabajo sino entre los que se quedan, que están tan estresados
porque para conservar el puesto de trabajo tienen que hacer cada vez más. El
capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la
construcción de la vida. En el antiguo capitalismo corporativo de mediados del siglo
XX podías sufrir injusticias pero construirte la vida. En los últimos veinte años
se ha convertido en algo inhumano y la izquierda tan contenta de ser hombres
prácticos que pueden hablar con los banqueros. De hecho, el primer movimiento
en la crisis ha sido ayudar a los bancos. En Inglaterra se compraron cuatro y
aun así se decidió no interferir en lo que hicieran.
¿Cuál es su alternativa?
No podemos volver al antiguo capitalismo. La izquierda debe reflexionar sobre
cómo hacer crecer empresas que realmente permanezcan. Empresas de tamaño
pequeño como las del norte de Italia y sur de Alemania, con trabajos muy
especializados. No fabrican en masa y trabajan más a largo plazo, desde la
formación de los trabajadores a sus relaciones de exportación. Un trabajo
artesanal, que puede ser muy avanzado, como pantallas de enorme definición para
operaciones quirúrgicas.
"El artesano" es el inicio de una
trilogía de despedida.
Quería unir las preocupaciones básicas de mi obra, la relación entre lo
material y lo social, lo concreto y lo abstracto. Luego me dedicaré al
violoncelo, he recuperado la posibilidad de tocarlo, pero sólo me quedan diez
años en la mano. Por cierto: todos los músicos son artesanos, saben que no
existe una idea musical sin base física. El segundo libro estará dedicado a la
relación entre lo material y lo social: la confianza, el respeto, la
cooperación, la autoridad, la artesanía de las relaciones sociales. Y el
tercero, a nuestra relación con el medio ambiente.
Usted rechaza lo que implica la idea de
sostenibilidad.
Porque no somos propietarios de la naturaleza. Sostenibilidad significa
mantener las cosas como están. Es una metáfora errónea. Podemos funcionar con
mucho menos. Menos tráfico, menos carbono. Distintos tipos de edificio. Debemos
cambiar la noción de la modernidad de que el ser humano siempre dominaría la
naturaleza. Produce autodestrucción. Aterrador.