2 de diciembre de 2013

Liliana Heker: "Una novela, un cuento, un poema, que es incapaz de provocarte esa sacudida rara que es la percepción de la belleza, no sé si vale la pena que haya sido escrito"

Liliana Heker (1943) es una cuentista, novelista y ensayista argentina. Precozmente comenzó a colaborar en la revista literaria "El Grillo de Papel", en la que publicaría su primer cuento en 1960, y en la que pronto pasaría a ser secretaria de redacción. Al año siguiente cofundó "El Escarabajo de Oro", donde se desempeñaría como secretaria de redacción hasta 1963 y como subdirectora hasta su último número en 1974. Dos años más tarde se convirtió en cofundadora y codirectora de "El Ornitorrinco". La revista, que apareció hasta 1985, es considerada una de las publicaciones más importantes en el campo de la resistencia cultural a la dictadura militar. Su bibliografía se compone de "Los que vieron la zarza", "Acuario", "Las peras del mal", "Los bordes de lo real" y "La crueldad de la vida" (cuentos); "Un resplandor que se apagó en el mundo", "Zona de clivaje" y "El fin de la historia" (novelas); "Diálogos sobre la vida y la muerte" (entrevistas) y "Las hermanas de Shakespeare" (ensayos). Lo que sigue es una síntesis editada de las entrevistas que la autora concedió a Verónica Dema para la edición del 27 de enero de 2012 del diario "La Nación"; y a Diego Erlan y Mauro Libertella para el nº 532 de la revista "Ñ" aparecida el 7 de diciembre de 2013. En ellas, la escritora argentina habla sobre el rol de los intelectuales y el lugar de la literatura en la sociedad a treinta años de la recuperación de la democracia formal.


¿Cuál es el rol ideal de los intelectuales en la sociedad?

Haría una diferencia entre escritores e intelectuales. Cuando hablamos de escritores, hablamos de literatura, entonces, en realidad no puedo ir más allá de la idea esta de que a mí la literatura me modificó. Convivo con ella y uno trata que alguna frase o cuento o libro pueda marcar a alguien tal vez de la manera en que ciertos libros lo han marcado a uno. Siento que la literatura actúa de una manera muy laberíntica, muy compleja y muy difícil de predecir. Lo que sí es que no concibo el mundo sin literatura. De alguna manera, los grandes libros han dejado una marca en la sociedad, en el mundo. Pueden decir del tiempo que se vive, de los conflictos humanos, de ciertas posibilidades de horror, de belleza, de absurdo que están llevadas a un límite y están registradas en la literatura. Esos sentimientos efímeros o pasiones que nos constituyen están fijados en los libros y todavía ciertos lectores se pueden identificar con ciertas pasiones a través de un libro. Pero estoy convencida de que la literatura llega a una minoría de la sociedad.

De la participación de los intelectuales de hoy, ¿qué dirías?

Hay épocas en las que los intelectuales pesan en el pensamiento y en el comportamiento. No creo que ésta sea la época. A fin de los años '50 y en los '60 los intelectuales tenían un peso real y creo que estaban a la altura de ese peso.

¿Qué creés que pasa ahora?

No quiero hacer un análisis apurado, pero creo que, como estamos en una época donde hay exceso de información, importa mucho más esa información -que está rápidamente suplantada por otra- que el análisis de una realidad vasta. Al mismo tiempo creo que son tantos los indicios que resulta muy difícil analizar una época. No digo que sea imposible, pero es cada vez más difícil y se busca menos ciertas claves de cada época, de cada realidad en los intelectuales.

Hay grupos como Carta Abierta o Plataforma 2012. ¿Qué opinás de ellos?

La verdad es que, ante ciertos hechos muy puntuales, está muy bien que muchos intelectuales den una posición, pero una concepción profunda de una realidad corresponde a cada intelectual. Me sorprende un poco esta necesidad de actuar en manada, no la entiendo demasiado pese a que en cada grupo puede haber gente que individualmente respeto. Creo que se va a cosas muy generales, la reflexión sobre una realidad es muy personal para que toque fondo y tienen que arriesgarse ciertas ideas: cuando cien personas tienen que coincidir hay que limar todas las asperezas y a mí me parece que un texto que toca fondo está lleno de asperezas, inquieta realmente. Entonces, no digo que no haya intelectuales en esos grupos, pero no lo veo como una expresión muy fascinante de ellos. Son declaraciones, está bien, pero no son movilizantes como debe ser el verdadero pensamiento intelectual.

¿Cuáles son las deudas de la democracia?

Después de todo el horror de la dictadura militar y de algunos gobiernos que realmente siguieron perfectamente el plan de destrucción de la dictadura, estamos saliendo de esa noche en muchos sentidos. Sin dudas, falta mucho. Pero la situación actual es mucho mejor, incluso de lo que podíamos concebir diez años atrás. Es importante que seamos lúcidos para luchar, para salir, para que haya una real, verdadera democracia, que es aquella en la que todo individuo en la sociedad tenga posibilidad de elegir, no sólo a quien lo gobierna, sino también, de elegir lo que va a hacer de su vida: para eso tiene que estar bien educado, bien alimentado, tener una vivienda y un trabajo. Eso es lo mínimo.

Contanos un poco cómo era el contexto literario e intelectual en el que te movías en los momentos previos al golpe de estado.

Nosotros habíamos sacado "El Escarabajo de Oro" durante los '60 y hasta el '74, una época en que había fuertes debates dentro de las distintas corrientes de izquierda. Pertenecíamos a una generación de escritores jóvenes; en Latinoamérica había ocurrido y seguía ocurriendo una revolución, la cubana, que nos hacía ver como posible un cambio social y claro, había distintas posiciones ideológicas sobre cómo hacerlo. Este ámbito creaba un caldo de cultivo propicio; los escritores jóvenes estábamos convencidos de que nuestras palabras y nuestros libros tenían peso. Y de hecho lo tenían: se leía mucha literatura argentina. Había numerosas editoriales chicas que nos publicaban a los escritores jóvenes. Jorge Alvarez por ejemplo, que constituyó un verdadero fenómeno, consiguió convocar a escritores notables y darnos cabida a los más jóvenes. Publica a David Viñas, publica por primera vez a Puig, a Rodolfo Walsh, a Abelardo Castillo. Otra carácterística de la época, las polémicas en los cafés; en el caso de "El Escarabajo de Oro", nos reunimos los viernes, durante muchos años, en el Café Tortoni y venían cantidad de escritores jóvenes, que leían sus cuentos y discutían los acontecimientos políticos y culturales. Por eso no tenían sentido los talleres, las discusiones sobre literatura ocurrían en los cafés, y eran discusiones a fondo. Este, por supuesto, es un panorama brevísimo. Lo cierto es que todo ese movimiento, esa visibilidad de la literatura, del arte y del trabajo intelectual, desaparece con el golpe del '76. No hablemos ahora de la muerte, de los desaparecidos, del horror de la dictadura: también ese campo propicio para la literatura y para la expresión de los escritores desaparece violentamente. Además de la censura, la autocensura, el exilio, y la muerte de escritores, hubo un feroz plan económico (en el que no sólo participaron los militares) que, además de la industria nacional y la cultura del trabajo, borró del mapa a las editoriales chicas. Varias de las editoriales grandes pasaron a ser empresas multinacionales a las que sólo les interesaba el negocio. Empezó una época de "best-séllers" abominables, que se vendían en los quioscos donde antes comprábamos los libros del Centro Editor. Y el interés por la literatura argentina languideció.

Y cuando vuelve la democracia, ¿algo se destraba en la literatura? ¿Podemos hablar de una "primavera literaria"?

Bueno, el 10 de diciembre de 1983 fue un día inolvidable para todos aquellos que lo hemos vivido. El sólo hecho de salir a la calle y no pensar que la muerte era un destino posible, fue un acontecimiento. Ese 10 de diciembre fue de verdad un día histórico. Ingenuamente se podría esperar que, a partir de ahí, emergiera la literatura como parte de esa fiesta. Y la verdad es que no fue así; más bien lo que se notó fue una especie de caos y bastantes resquemores. Era bastante entendible: había habido una gran desconexión entre los que se habían ido y los que nos habíamos quedado. En el exterior no habían tenido posibilidad de leer lo que se escribía acá, que tenía una difusión escasa. Y acá no nos llegaban los autores que habían publicado en el exterior. Por otra parte, había habido una generación que no había podido publicar durante la dictadura, y que buscaba su lugar junto con los escritores más nuevos.

Vos tuviste una discusión muy resonante con Cortázar. ¿Podrías reponerla brevemente?

He hablado demasiado sobre esa polémica y no querría volver demasiado sobre ella; surgió a partir de una ponencia de Cortázar sobre el exilio, que se publicó en la revista "Eco", de Colombia. Allí señalaba que el escritor que tenía algo que decir se tenía que ir de Argentina. Planteaba el exilio como una militancia y no como una fatalidad. Además, se llamaba a sí mismo exiliado político, cuando Cortázar se fue de Argentina en 1951. Y en tercer lugar, decía que la literatura argentina, en Argentina, estaba aniquilada. Un argumento realmente ingenuo que usaba era que a él ya no le llegaban, como en otros tiempos, los textos de jóvenes escritores. Y ocurría que, además de lo difícil de la comunicación, a los nuevos escritores ni se les ocurría mandarle sus textos porque no lo consideraban, como nosotros antes, una especie de par, sólo que más grande; los jóvenes ya lo veían como a un clásico. En cuanto a nuestro "aniquilamiento" yo le decía que acá había una resistencia cultural cuyo puntal más fuerte eran las Madres de Plaza de Mayo. No voy a dar más detalles porque ya hablé mucho sobre esa polémica y está muy publicada. Sí voy a señalar que, según creo, tuvo su razón de ser en su circunstancia. No se trataba de dictaminar si había que irse o quedarse sino de ver qué hacía un escritor con su estar acá y su estar allá, que un escritor podía jugarse afuera -como era el caso del propio Cortázar- y ser muy efectivo en la lucha contra el horror, o simplemente acomodarse lo mejor que podía. Que podía ser un traidor dentro de la Argentina, o alguien que resistía y se abría paso a pesar y en contra de la censura, o alguien que, silenciosamente, seguía escribiendo. Es decir, había distintas posibilidades y eso de estigmatizar al boleo no tenía mucho asidero. Nunca creí que Cortázar haya dicho de mala fe lo que dijo. Sí creí que podía ser muy dañino que un escritor tan querido y admirado como él decretara desde París el aniquilamiento de la literatura argentina en Argentina. Además, me pareció importante restituir la polémica. La necesidad de coincidir a ultranza frente al terror, la muerte, las desapariciones y la catástrofe económica, había apagado en nosotros la voluntad de discutir, de luchar contra la muerte en tanto intelectuales.

¿Y cuál sería, si se pudiera pensar así, la característica del debate de esta década?

Bueno, sin dudas estamos en una instancia mucho más interesante que la de los años '90, donde se discutía si mercado o no mercado; me parecía lamentable esa discusión. Creo que esta es una época propicia para los debates intelectuales; debates, digo, desde una posición, desde una ideología. La literatura, pienso, sería una de las cuestiones a discutir, dentro de un debate más amplio.

¿Cuál es la idea de la literatura que tenés hoy?

Creo que una novela, un cuento, un poema, que de alguna manera no te modifica -a través de su horror, de su capacidad de revelación, de su poder de abrir fisuras en un mundo ordenado-, que es incapaz de provocarte esa sacudida rara que es la percepción de la belleza, si no puede nada de eso, no sé si vale la pena que haya sido escrito. A grandes trazos, es la misma idea que yo tenía cuando empecé. Creo que se siguen escribiéndose textos que cumplen con esa condición, Cambian los temas, cambian los lenguajes; cada nuevo autor, se lo proponga o no, está inmerso en la realidad en que está escribiendo. Pero me consta que, entre los muchos nuevos escritores, hay varios capaces de movernos el piso, de dejarnos un poco distintos después de haberlos leído.

Para terminar, ¿qué críticas se le pueden hacer hoy a la democracia, a treinta años?

Pese a que no creo que, en un sentido profundo, esta sea ya una verdadera democracia -sólo cuando todo hombre y toda mujer esté en condiciones de elegir plenamente su destino lo será- creo que, en nuestro país, cualquier cuestionamiento a la democracia como sistema, cualquier propuesta destitutoria, venga de un medio o de un político, es un acto delictivo, porque todos sabemos, acá en la Argentina, a qué nos han llevado los golpes de estado. Yo soy de izquierda y cualquier crítica que yo hiciera apuntaría a que cada vez haya más inclusión social, a que todos los chicos y los adolescentes puedan acceder a una educación pública de excelencia, a que la salud pública sea un derecho y un bien para todos, a que cada argentino tenga un trabajo y una vivienda dignos. Eso es, a grandes trazos, lo que yo quiero para mi país. Y, del mismo modo que cuestiono lo que todavía falta, apoyo todas las medidas que se acercan a esa idea de lo que, para mí, es justo.