Liliana Heker (1943) es
una cuentista, novelista y ensayista argentina. Precozmente
comenzó a colaborar en la revista literaria "El Grillo de Papel", en
la que publicaría su primer cuento en 1960, y en la que pronto pasaría a ser
secretaria de redacción. Al año siguiente cofundó "El Escarabajo de
Oro", donde se desempeñaría como secretaria de redacción hasta 1963 y como
subdirectora hasta su último número en 1974. Dos años más tarde se convirtió en
cofundadora y codirectora de "El Ornitorrinco". La revista, que
apareció hasta 1985, es considerada una de las publicaciones más importantes en
el campo de la resistencia cultural a la dictadura militar. Su bibliografía se
compone de "Los que vieron la zarza", "Acuario", "Las
peras del mal", "Los bordes de lo real" y "La crueldad de la
vida" (cuentos); "Un resplandor que se apagó en el mundo", "Zona
de clivaje" y "El fin de la historia" (novelas); "Diálogos
sobre la vida y la muerte" (entrevistas) y "Las hermanas de
Shakespeare" (ensayos). Lo que sigue es una síntesis editada de las
entrevistas que la autora concedió a Verónica Dema para la edición del 27
de enero de 2012 del diario "La Nación"; y a Diego Erlan y Mauro Libertella
para el nº 532 de la revista "Ñ" aparecida el 7 de diciembre de 2013. En ellas, la escritora argentina habla sobre el rol de los intelectuales y el lugar de la literatura en la sociedad a treinta años de la recuperación de la democracia formal.
¿Cuál
es el rol ideal de los intelectuales en la sociedad?
Haría una diferencia entre escritores e intelectuales. Cuando hablamos de
escritores, hablamos de literatura, entonces, en realidad no puedo ir más allá
de la idea esta de que a mí la literatura me modificó. Convivo con ella y uno
trata que alguna frase o cuento o libro pueda marcar a alguien tal vez de la
manera en que ciertos libros lo han marcado a uno. Siento que la literatura
actúa de una manera muy laberíntica, muy compleja y muy difícil de predecir. Lo
que sí es que no concibo el mundo sin literatura. De alguna manera, los grandes
libros han dejado una marca en la sociedad, en el mundo. Pueden decir del
tiempo que se vive, de los conflictos humanos, de ciertas posibilidades de
horror, de belleza, de absurdo que están llevadas a un límite y están
registradas en la literatura. Esos sentimientos efímeros o pasiones que nos
constituyen están fijados en los libros y todavía ciertos lectores se pueden
identificar con ciertas pasiones a través de un libro. Pero estoy convencida de
que la literatura llega a una minoría de la sociedad.
De la
participación de los intelectuales de hoy, ¿qué dirías?
Hay épocas en las que los intelectuales pesan en el pensamiento y en el
comportamiento. No creo que ésta sea la época. A fin de los años '50 y en los
'60 los intelectuales tenían un peso real y creo que estaban a la altura de ese
peso.
¿Qué
creés que pasa ahora?
No quiero hacer un análisis apurado, pero creo que, como estamos en una época
donde hay exceso de información, importa mucho más esa información -que está
rápidamente suplantada por otra- que el análisis de una realidad vasta. Al
mismo tiempo creo que son tantos los indicios que resulta muy difícil analizar
una época. No digo que sea imposible, pero es cada vez más difícil y se busca
menos ciertas claves de cada época, de cada realidad en los intelectuales.
Hay
grupos como Carta Abierta o Plataforma 2012. ¿Qué opinás de
ellos?
La verdad es que, ante ciertos hechos muy puntuales, está muy bien que muchos
intelectuales den una posición, pero una concepción profunda de una realidad
corresponde a cada intelectual. Me sorprende un poco esta necesidad de actuar
en manada, no la entiendo demasiado pese a que en cada grupo puede haber gente
que individualmente respeto. Creo que se va a cosas muy generales, la reflexión
sobre una realidad es muy personal para que toque fondo y tienen que
arriesgarse ciertas ideas: cuando cien personas tienen que coincidir hay que
limar todas las asperezas y a mí me parece que un texto que toca fondo está
lleno de asperezas, inquieta realmente. Entonces, no digo que no haya
intelectuales en esos grupos, pero no lo veo como una expresión muy fascinante
de ellos. Son declaraciones, está bien, pero no son movilizantes como debe ser
el verdadero pensamiento intelectual.
¿Cuáles
son las deudas de la democracia?
Después de todo el horror de la dictadura militar y de algunos gobiernos que
realmente siguieron perfectamente el plan de destrucción de la dictadura,
estamos saliendo de esa noche en muchos sentidos. Sin dudas, falta mucho. Pero
la situación actual es mucho mejor, incluso de lo que podíamos concebir diez años
atrás. Es importante que seamos lúcidos para luchar, para salir, para que haya
una real, verdadera democracia, que es aquella en la que todo individuo en la
sociedad tenga posibilidad de elegir, no sólo a quien lo gobierna, sino
también, de elegir lo que va a hacer de su vida: para eso tiene que estar bien
educado, bien alimentado, tener una vivienda y un trabajo. Eso es lo mínimo.
Contanos
un poco cómo era el contexto literario e intelectual en el que te movías en los
momentos previos al golpe de estado.
Nosotros habíamos sacado "El Escarabajo de Oro" durante los '60 y hasta
el '74, una época en que había fuertes debates dentro de las distintas
corrientes de izquierda. Pertenecíamos a una generación de escritores jóvenes;
en Latinoamérica había ocurrido y seguía ocurriendo una revolución, la cubana,
que nos hacía ver como posible un cambio social y claro, había distintas
posiciones ideológicas sobre cómo hacerlo. Este ámbito creaba un caldo de
cultivo propicio; los escritores jóvenes estábamos convencidos de que nuestras
palabras y nuestros libros tenían peso. Y de hecho lo tenían: se leía mucha
literatura argentina. Había numerosas editoriales chicas que nos publicaban a
los escritores jóvenes. Jorge Alvarez por ejemplo, que constituyó un verdadero
fenómeno, consiguió convocar a escritores notables y darnos cabida a los más
jóvenes. Publica a David Viñas, publica por primera vez a Puig, a Rodolfo
Walsh, a Abelardo Castillo. Otra carácterística de la época, las polémicas en
los cafés; en el caso de "El Escarabajo de Oro", nos reunimos los
viernes, durante muchos años, en el Café Tortoni y venían cantidad de
escritores jóvenes, que leían sus cuentos y discutían los acontecimientos
políticos y culturales. Por eso no tenían sentido los talleres, las discusiones
sobre literatura ocurrían en los cafés, y eran discusiones a fondo. Este, por
supuesto, es un panorama brevísimo. Lo cierto es que todo ese movimiento, esa
visibilidad de la literatura, del arte y del trabajo intelectual, desaparece
con el golpe del '76. No hablemos ahora de la muerte, de los desaparecidos, del
horror de la dictadura: también ese campo propicio para la literatura y para la
expresión de los escritores desaparece violentamente. Además de la censura, la
autocensura, el exilio, y la muerte de escritores, hubo un feroz plan económico
(en el que no sólo participaron los militares) que, además de la industria
nacional y la cultura del trabajo, borró del mapa a las editoriales chicas.
Varias de las editoriales grandes pasaron a ser empresas multinacionales a las
que sólo les interesaba el negocio. Empezó una época de "best-séllers" abominables, que se vendían en los quioscos donde antes comprábamos los libros
del Centro Editor. Y el interés por la literatura argentina languideció.
Y
cuando vuelve la democracia, ¿algo se destraba en la literatura? ¿Podemos
hablar de una "primavera literaria"?
Bueno, el 10 de diciembre de 1983 fue un día inolvidable para todos aquellos
que lo hemos vivido. El sólo hecho de salir a la calle y no pensar que la
muerte era un destino posible, fue un acontecimiento. Ese 10 de diciembre fue
de verdad un día histórico. Ingenuamente se podría esperar que, a partir de
ahí, emergiera la literatura como parte de esa fiesta. Y la verdad es que no
fue así; más bien lo que se notó fue una especie de caos y bastantes
resquemores. Era bastante entendible: había habido una gran desconexión entre
los que se habían ido y los que nos habíamos quedado. En el exterior no habían
tenido posibilidad de leer lo que se escribía acá, que tenía una difusión
escasa. Y acá no nos llegaban los autores que habían publicado en el exterior.
Por otra parte, había habido una generación que no había podido publicar
durante la dictadura, y que buscaba su lugar junto con los escritores más
nuevos.
Vos tuviste una discusión muy resonante con Cortázar. ¿Podrías reponerla
brevemente?
He hablado demasiado sobre esa polémica y no querría volver
demasiado sobre ella; surgió a partir de una ponencia de Cortázar sobre el
exilio, que se publicó en la revista "Eco", de Colombia. Allí señalaba que el
escritor que tenía algo que decir se tenía que ir de Argentina. Planteaba el
exilio como una militancia y no como una fatalidad. Además, se llamaba a sí
mismo exiliado político, cuando Cortázar se fue de Argentina en 1951. Y en
tercer lugar, decía que la literatura argentina, en Argentina, estaba
aniquilada. Un argumento realmente ingenuo que usaba era que a él ya no le
llegaban, como en otros tiempos, los textos de jóvenes escritores. Y ocurría
que, además de lo difícil de la comunicación, a los nuevos escritores ni se les
ocurría mandarle sus textos porque no lo consideraban, como nosotros antes,
una especie de par, sólo que más grande; los jóvenes ya lo veían como a un
clásico. En cuanto a nuestro "aniquilamiento" yo le decía que acá había una
resistencia cultural cuyo puntal más fuerte eran las Madres de Plaza de Mayo.
No voy a dar más detalles porque ya hablé mucho sobre esa polémica y está muy
publicada. Sí voy a señalar que, según creo, tuvo su razón de ser en su
circunstancia. No se trataba de dictaminar si había que irse o quedarse sino
de ver qué hacía un escritor con su estar acá y su estar allá, que un escritor
podía jugarse afuera -como era el caso del propio Cortázar- y ser muy efectivo
en la lucha contra el horror, o simplemente acomodarse lo mejor que podía. Que
podía ser un traidor dentro de la Argentina, o alguien que resistía y se abría
paso a pesar y en contra de la censura, o alguien que, silenciosamente, seguía
escribiendo. Es decir, había distintas posibilidades y eso de estigmatizar al
boleo no tenía mucho asidero. Nunca creí que Cortázar haya dicho de mala fe lo
que dijo. Sí creí que podía ser muy dañino que un escritor tan querido y
admirado como él decretara desde París el aniquilamiento de la literatura
argentina en Argentina. Además, me pareció importante restituir la polémica. La
necesidad de coincidir a ultranza frente al terror, la muerte, las
desapariciones y la catástrofe económica, había apagado en nosotros la
voluntad de discutir, de luchar contra la muerte en tanto intelectuales.
¿Y cuál
sería, si se pudiera pensar así, la característica del debate de esta década?
Bueno, sin dudas estamos en una instancia mucho más
interesante que la de los años '90, donde se discutía si mercado o no mercado;
me parecía lamentable esa discusión. Creo que esta es una época propicia para
los debates intelectuales; debates, digo, desde una posición, desde una
ideología. La literatura, pienso, sería una de las cuestiones a discutir,
dentro de un debate más amplio.
¿Cuál
es la idea de la literatura que tenés hoy?
Creo que una novela, un cuento, un poema, que de alguna manera no te modifica
-a través de su horror, de su capacidad de revelación, de su poder de abrir
fisuras en un mundo ordenado-, que es incapaz de provocarte esa sacudida rara
que es la percepción de la belleza, si no puede nada de eso, no sé si vale la
pena que haya sido escrito. A grandes trazos, es la misma idea que yo tenía
cuando empecé. Creo que se siguen escribiéndose textos que cumplen con esa
condición, Cambian los temas, cambian los lenguajes; cada nuevo autor, se lo
proponga o no, está inmerso en la realidad en que está escribiendo. Pero me
consta que, entre los muchos nuevos escritores, hay varios capaces de movernos
el piso, de dejarnos un poco distintos después de haberlos leído.
Para
terminar, ¿qué críticas se le pueden hacer hoy a la democracia, a treinta años?
Pese a que no creo que, en un sentido profundo, esta sea ya
una verdadera democracia -sólo cuando todo hombre y toda mujer esté en
condiciones de elegir plenamente su destino lo será- creo que, en nuestro país,
cualquier cuestionamiento a la democracia como sistema, cualquier propuesta
destitutoria, venga de un medio o de un político, es un acto delictivo, porque
todos sabemos, acá en la Argentina, a qué nos han llevado los golpes de estado.
Yo soy de izquierda y cualquier crítica que yo hiciera apuntaría a que cada vez
haya más inclusión social, a que todos los chicos y los adolescentes puedan
acceder a una educación pública de excelencia, a que la salud pública sea un
derecho y un bien para todos, a que cada argentino tenga un trabajo y una
vivienda dignos. Eso es, a grandes trazos, lo que yo quiero para mi país. Y,
del mismo modo que cuestiono lo que todavía falta, apoyo todas las medidas que se
acercan a esa idea de lo que, para mí, es justo.