Isidoro Blaisten (1933-2004) fue uno de los más sutiles cuentistas de nuestro medio, dueño de un
extraordinario sentido del humor, un manejo preciso del lenguaje coloquial y
relámpagos de fulminante poesía. Nacido en Concordia, Entre Ríos, en 1943 se radicó en Buenos Aires, en donde fue fotógrafo de plaza,
vendedor de productos químicos, viajante de comercio, periodista, redactor publicitario y corrector antes de llegar a ser considerado uno de los mejores narradores argentinos por la crítica
nacional e internacional. Deudor de una vida sencilla, capitalizó sus vivencias y lecturas para lograr el objetivo de ser apreciado tanto por el lector
ingenuo como por el académico, cultivando un realismo costumbrista, un
extraordinario sentido del humor, un manejo preciso del lenguaje coloquial y relámpagos de contundente poesía.
Su
amplia obra literaria se inició en 1965 con su libro de poemas "Sucedió en la
lluvia", al que le seguirían los cuentos de "La felicidad", "La salvación", "El mago", "Dublín al sur", "Cerrado por melancolía", "A mí nunca me dejaban hablar", "Carroza y reina", "Al acecho" y "Antología personal". Publicó también los libros de ensayos "Anticonferencias" y "Cuando éramos felices" y una única novela, "Voces en la noche", la que sería su última obra.
Blaisten, quien siempre se autodefinió como un "humilde cuentista", publicó su primer cuento, "El tío Facundo", en 1968 en la revista "Sur". Luego ejerció el periodismo literario en las revistas "Siglo XX" y "El Escarabajo de Oro", y en los diarios "Democracia", "La Nación" y "Clarín", entre otros medios periodísticos. Desde 2001 fue miembro de número de la Academia Argentina de
Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Varios de sus libros fueron traducidos al inglés, francés, alemán, griego y serbio, y sus cuentos, en los que puso de manifiesto su humor y su destreza para amalgamar la ironía, lo grotesco y las particularidades lingüísticas de la realidad urbana, han sido publicados en numerosas antologías en América Latina, Europa y Estados Unidos.
En sus últimos años dirigió talleres literarios y combinó el ejercicio de la literatura con su oficio de librero de barrio. El artículo "Postales y apuntes guardados en un viejo sobre amarillento" apareció originalmente en el diario "La Nación" y fue incluido en el libro "El diario íntimo de un país. 100 años de vida cotidiana" publicado en 2000.
Según decía Borges, "así
como habla la gente, así es la gente". Con el correr del tiempo, los cambios
que se han ido produciendo en el lenguaje coloquial marcan el cambio de
nuestras costumbres. De alguna manera, la historia del cambio de éstas es la historia
del cambio de nuestra lengua coloquial.
Hacia principios de esta
centuria, la gente mayor conservaba una acentuación de fin de siglo. La acentuación
grave de palabras agudas: máiz por maíz, páis por país. Hoy en día, la palabra
promoción queda reducida a "promo" y la paz interior, tan difícil de lograr, se
apocopa en "tranqui". Los padres son "pa" y "ma" y todo está "rebién".
Pero no solamente la forma, sino
el sentido de las palabras fueron cambiando. Para nuestros abuelos, expresiones
como "debemos consensuar", "proviene del riñón del
menemismo", "objeto bizarro", "el referente" o
"el imaginario colectivo" serían una fuente de perplejidad, porque,
para nuestros abuelos, bizarros eran los granaderos que cruzaron el Ande
colosal, y los colectivos no eran imaginarios sino un invento argentino que
surcaba las calles de la ciudad desde 1928.
Por el contrario, las frases
"es un piojo resucitado", ''eso está escrito a la que te criaste” o
"¡Hijo, qué me has traído a casa! ¿Una milonguita?" sonarían raras a
los oídos de los jóvenes rockeros. Les faltaría el referente. Habría que explicarles
que el término milonguita deriva de un tango y las milonguitas eran mujeres que
dejaban el barrio abombadas por las luces malas del Centro y terminaban como
florcitas de fango, como muñequitas de carne, como objetos sexuales que venden
su cuerpo en el cabaret y, cuando se daban cuenta de lo que hicieron, habrían dado
toda su alma por vestirse de percal. Hacia los años cuarenta, la supremacía
del tango era evidente.
Más o menos por esos años, había
una confitería o bar danzante que se llamaba Marzotto. ¿Qué pensaría la
juventud de hoy al ver y oír la siguiente propaganda?: "¿A dónde va, don Otto?. A Marzotto". Había también mutilados por el
vicio. La propaganda de los cigarrillos 43 decía: "Hasta quemarme los dedos,
siendo un 43". Los cigarrillos no tenían filtro
y no existía la computación. Para la gente de antes, los
verbos escanear, faxear o resetear son incomprensibles. En cambio, el tranvía,
mejor dicho, la desaparición del tranvía, implica también la desaparición de
un hábito de lenguaje.
Hubo una época en que la vida de
un porteño estaba signada por el tranvía. Cuando era niño, papá y mamá le
cantaban: "Talán, talán, pasa el tranvía por Tucumán". De
adolescente, le gritaban: "Dejá la puerta abierta, nomás, ¿naciste en un
tranvía vos?". Y de adulto, siempre había alguien que, melancólica y poéticamente,
lo animaba: "A los veinte años, cualquier tranvía te deja en la
puerta".
Una particularidad incierta
fueron los cambios que experimentó la moneda: patacones, pesos fuertes, pesos
moneda nacional, pesos ley, australes. Estas denominaciones se correspondían
con imágenes dibujadas en los billetes. El papel moneda fue pasando de la Libertad
con gorro frigio a la Justicia con la balanza en la mano, pero sin venda en los
ojos. Y fueron los distintos nombres
del dinero los que señalaron en la Argentina cambios fiduciarios, variables
económicas, inflaciones y estados del corazón. "Vento", "viyuya", "tela", "guita" son
sustantivos abstractos, es lo que se tiene o lo que falta, es incontable y por
tanto carece de medida y de mesura. En cambio, "canario", "fragata", "luca", indican
por orden de aparición el máximo valor del dinero. "Canario" es el más antiguo,
equivalía a 100 pesos y el color del billete era amarillo, amarillo canario.
Hay un tango que habla de los "canarios" y predice un final poco feliz: "A tu viejo el millonario lo voy
a ver al final con la bandera a media asta cuidando coches a nafta en alguna
diagonal".
He aquí un castigo, una
premonición y un cambio de trabajo que reflejan la crisis del '30. El ingenio
popular había creado un dicho: "De cada pueblo un paisano", que
aludía al rejunte, una heterogénea vajilla o una vestimenta compuesta de un
saco de un traje, un pantalón de otro traje, un chaleco de un tercero, y así
sucesivamente.
Como signo de pobreza se había
consolidado la alpargata y, pese al famoso eslogan "Alpargatas sí, libros
no", la alpargata estaba en los libros. En la célebre obra de Samuel Eichelbaum, "Un guapo del '900", hay un diálogo en el cual Ecuménico López, que está
protegiendo el honor y la honra de su patrón sin que éste lo sepa, contesta con
desesperada insolencia: Don Alejo: "Conmigo no te hagas
el pícaro. ¿Me has entendido? Ya sabes que soy la horma de tu zapato". Ecuménico: "De mi alpargata, en
todo caso".
De mi infancia en el campo
recuerdo un verbo que empleaba mi hermana Paulina, una palabra curiosa: "alpargatear". Creo que Sarmiento ya lo anticipó en Facundo: "Estaba otra vez un gaucho respondiendo
a los cargos que se le hacían por un robo. Facundo le interrumpe diciendo: 'Ya este pícaro está mintiendo; a ver... cien azotes...'. Cuando el reo hubo
salido, Quiroga dijo a alguno que se hallaba presente: 'Vea, patrón: cuando un
gaucho al hablar esté haciendo marcas con el pie, es señal que está
mintiendo'". El gaucho no sabe mentir, carece
de cinismo y la mentira lo avergüenza. Ese gesto de mirar al suelo, de hacer
dibujitos con la puntera cuando no dice la verdad, se llama "alpargatear".
De esa época, de esa niñez,
recuerdo dichos extraños. En Entre Ríos hay uno que dice "Agarra grande y
ándate lejos". La cosa viene de los asados en las estancias. El gaucho
entrerriano es de una profunda delicadeza; no le gusta que lo vean comer. Sobre
todo si está en la estancia del patrón. El hombre del interior también dice:
"Más roñoso que violín de ciego" o "Más flaco que piojo e'
peluca".
Ya en la ciudad, tuve un maestro
en sexto grado que nos había enseñado que el francés era el idioma de la
diplomacia y que por eso primaba. Nos quedó lo de primaba. Era cierto. Las
madres solían decir: "¡Qué tanto rendez-vous!" o "Se hizo solo, sin
réclame" (esto quería decir bajo perfil). Todos los zapatos eran "beige", las
faldas tenían "plissé-soleil" y el tango estaba lleno de "cocottes", de "mishés", de "macrós" y de "quartiers". Los cabarets se llamaban Sans Souci, Chanteclaire,
Pigalle y Petit Pigalle. Ese mismo maestro nos había
enseñado que no debíamos decir fútbol sino balompié. Esta expresión nos causaba
gracia y por eso nosotros seguíamos diciendo fútbol, o "fulbo", y si nos
queríamos hacer los cultos, "fóbal". Decir "fulbo" era de ordinarios, pero decir "fóbal" era de finos.
En esa época no existían ni
mediocampistas ni zagueros ni laterales. Salvo el arquero, que después pasó a
ser guardavallas -y hasta hubo uno que cantaba tangos que se llamaba Musimesi, "el guardavallas cantor"-, salvo el guardavallas, digo, todo en el
fútbol venía del inglés. Nadie lo discutía y todos lo deformaban. El "fullback", el zaguero, era para
nosotros el "fulbá"; como había dos, eran los dos "fulbás". El "center-half" era el "centrejá", que podía ser izquierdo o derecho, como los "güines", con ge, que venía
de "wing", denominados ahora ala derecha y ala izquierda.
Lo único más o menos parecido al
inglés era el "centroforward", porque la palabra "jans", que sonaba como un nombre
propio alemán, no era sino la palabra inglesa "hands". Y lo que hoy se llama posición
adelantada era el famoso "orsái", que no era otro que el "off-side". Y digo famoso
porque Homero Manzi lo haría inmortal en las estrofas del tango: "Si el
alma está en orsái, che bandoneón". Esta palabra "orsái" quedó y quedará en
el habla natural de Buenos Aires. Quiere decir que algo está descolocado, fuera
de lugar. Tiene, además, un dejo de tristeza, evoca las ilusiones perdidas. Pero como todo adelantado es un
transgresor, también evoca a aquel que es castigado por adelantarse, por
correr a destiempo detrás de la esperanza.
Hubo palabras que cambiaron de
sentido. Hoy en día, la noticia nos informa que el queso sufrió una ponderación
del 5 por ciento. Antes, los economistas no se metían con esta palabra. Antes
ponderar era hablar bien de alguien. Yo recuerdo a mi madre y a mis cinco
hermanas (cuando eran solteras), y mi madre las ponderaba delante de los
candidatos: "Sírvase joven, esta torta la
hizo la nena". En realidad, la torta había sido
comprada por mí en la panadería y confitería El Cañón Porteño. Había también
una propaganda: "Toda ponderación es poca. Tome
sidra Carioca".
Pero quizá la palabra, el
neologismo, que mejor simboliza el devenir de los tiempos en nuestro país es "trucho". Trucho es voz de nuestro tiempo. Corresponde a la manifestación de una
desconfianza básica, resume a "meter la mula", "berreta" y "curro". Todas estas
consideraciones caben en la palabra "trucho". Todo lo trucho es falso y en
época de falsedades, todo es trucho: el fiscal es trucho, el abogado es
trucho, el médico es trucho, el diputado es trucho. "Trucho" suena a truco, a algo que
se ha trucado. Es un juego de espejismos y posee un valor imaginario; a veces,
además de provocar indignación, despierta simpatía. Algo de la picaresca se
oculta debajo de su disfraz.
Como todo lo que está vivo, el
lenguaje coloquial crece, se desarrolla y después muere. Ya nadie dice "tiquismiquis", "botarate", "biógrafo" o "pajarón", quedan algunos "otarios" y hay quien pronuncia "grip" en lugar de gripe, pero la esencia y la vivacidad del habla, su colorido
y su ingenio permanecen en la lejanía de la memoria de lo que alguna vez
fuimos.