EVA
Juan José Arreola
México
(1918-2001)
Él
la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella
se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco
mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido
inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de
justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha
con frases entrecortadas y trémulos ademanes. En vano buscaba él los textos que
podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura
española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba
el concepto del honor y algunas atrocidades por el estilo. El joven citaba
infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer,
porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros
hubieran estado a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de
aquella civilización oscura, regida por la mujer cuando la tierra tenía en
todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de
ella en palafitos. Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel
período matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía
aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a
veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos.
Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de
pronto de Heinz Wölpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso
acento. "En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se
reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma
esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad
formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos
esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio
cuenta, demasiado tarde, de que le faltaba ya la mitad de sus elementos y tuvo
necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación
progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen".
La tesis de
Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo
que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con
lágrimas en los ojos. Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su
mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida
antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar
de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y
Eva no huyó. Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo,
al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio
milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.
CORRECCIÓN CINEMATOGRÁFICA
René Avilés Fabila
México
(1940)
Cuando
el aterrado público esperaba ver al inmenso King Kong tomar entre sus manazas a
la hermosa Fay Wray, el gorila con paso firme salió de la pantalla y, pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo, buscó por las calles
neoyorquinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán. Sin titubeos -y
sin comprar boleto- con toda fiereza, destrozando butacas y matando
espectadores, se introdujo en el film y una vez dentro ansiosamente buscó a su
verdadero amor: Chita.
EL JUSTICIERO
Fabián
Vique
Argentina
(1966)
Salió
de la chimenea y abrió la bolsa.
-
Jennifer, en esta caja encontrarás las orejas del abuelo, que enrojecía las
tuyas al "saludarte" en cada cumpleaños. Nicole, aquí hallarás la cabellera de
mamá, quien fingiendo peinarte tironeaba con violencia tus dorados rizos. Para
ti, Edgar, el dedo índice de papá, ese que se levantaba intimidante cuando te
sorprendía colocando veneno para ratas en sus zapatos nuevos. Y tú, pequeño
Brian, recibe el ojo izquierdo de la abuela, el que te miró furioso el día que
arrojaste su bastón barranca abajo.
-
¡Gracias! -dijimos, y nos lanzamos sobre los paquetes.
¿Y ÉL?
Beatriz Alonso Aranzábal
España
(1963)
Domingo
noche. Lluvia. Frío. Como si fuera una manida escena de cine, pero tan real
como una pesadilla. Yo, caminando despacio, bajo el paraguas. ¿Y él? ¿Qué
estaría haciendo en ese momento? Yo, mirar escaparates mortecinos, tiendas
cerradas, caras largas de domingo. ¿Y él, estaría divirtiéndose por ahí,
tomando cerveza en algún bar animado, charlando, riendo? Y así, mientras yo
seguía buscando desesperada la manera de no pensar, para lograrlo durante tres
segundos y a continuación verme inundada de ansia e incertidumbre, él… ¿qué estaría
haciendo él? ¿Se acordaría de mí por un instante? Desde la acera miraba los
utensilios de cocina de la ferretería y las tapas de los libros tan inertes como
su propio contenido, y decidí entrar en una cafetería. Un grupo de mujeres
intercambiaban sus móviles para mostrarse las fotos. Estaban tan animadas.
Sorbí mi infusión y miré el reloj. Faltaban catorce horas para entrar al
quirófano y no podía dejar de preguntarme qué estaría haciendo el hombre bajo
cuyas manos caería profundamente dormida, jugándome el futuro.
EL ESTRUCTURALISTA DUCLAUX
Enrique Anderson Imbert
Argentina
(1910-2000)
Llegué
a París y lo primero que hice fue llamar por teléfono al gran Jean Duclaux con
el fin de rogarle que me concediera una entrevista: le manifesté que era uno de
sus admiradores y que quería conocerlo personalmente. Debió de haberme creído
un colega pues, ya en su casa, se sorprendió de verme tan joven. Me vi entonces
en la necesidad de explicarle que era un mero estudiante. Al enterarse de que
no conocía la ciudad exclamó:
- ¡Ah!
Haré que mi hijo, que tiene más o menos la misma edad que usted, lo pasee por
un París que no figura en las guías de turismo.
Y
antes de que pudiera agradecerle su atención se asomó a la puerta de su estudio
y gritó, escaleras arriba:
- Pataud!
- Quoi? -respondió una voz.
- Descende!
Je voudrais te présenter un étudiant argentin. Pourrais-tu l'emmener et lui
montrer le coins peu connus de París?
Dicho
lo cual Monsieur Duclaux se volvió hacia mí:
- En
seguida viene. Mi hijo es extraordinario. Ya lo verá usted. A él le debo, en
realidad, aquel libro sobre el Símbolo que publiqué hace unos quince años. Lo
escribí aprovechando las notas que había tomado cuando Pataud era un niño y
empezaba a hablar. En su modo de aprender la lengua se cifraba toda la
evolución lingüística desde los orígenes del lenguaje. Vivíamos entonces en
una granja, en las afueras de Chitry-les-Mines. Un día Pataud aplicó al pato la
palabra "cua". De allí, por una asociación especial, llamó
"cua" a otros animales -pájaros, insectos- y a toda sustancia
líquida, incluyendo la leche que bebía. Las semejanzas se hicieron cada vez más
sutiles. Como viera la efigie de un águila en una moneda, llamó "cua"
a la moneda. "Cua" fue esto, aquello y lo de más allá. A medida que
se ensanchaba su conocimiento del mundo, Pataud establecía un orden y
"cua" señalaba su común denominador, como si dijéramos: el secreto de
la Gran Estructura... Mi hijo es de veras extraordinario. Espérelo aquí. No
tardará en bajar. Yo, desgraciadamente, tengo que retirarme.
Y
se fue, dejándome solo. Mientras esperaba examiné los libros de su biblioteca.
Allí estaban, bien encuadernadas, las importantes contribuciones del gran
Duclaux al Estructuralismo contemporáneo. Al rato se oyeron pasos en la
escalera y apareció un muchacho de mi edad: tenía la boca abierta y los ojos
perdidos en el aire. Asombrado por el parecido entre el genio y el idiota, le
pregunté tímidamente:
- ¿Pato?
- Cua -me contestó.
Salimos.
Por las calles el Pato me iba explicando París:
- Cua,
cua, cua...
DESPEDIDA
Luis
Benjamín Román Abram
Perú
(1970)
-
¿No te parece que esta lluviosa noche es hermosa?
-
Para serte sincera tengo verdadero frío. Debe ser porque estoy delgada y tú, en
cambio, fornido.
-
Será mejor que charlemos de otra cosa, no te pongas pesimista. ¿Cuál de los
modelos de autos que vienen prefieres?
-
Me has hecho sonreír. Quisiera un Ferrari, pero acepto lo que aparezca.
La
pareja, sin abandonar sus paraguas, dio unos pasos y se detuvo en plena intersección de la vía rápida. El doble
impacto se escuchó incluso en un café que estaba a media cuadra.
EDUCACIÓN SEXUAL
Alonso Ibarrola
España
(1934)
Jamás
en la vida había sostenido con su hija (única, por cierto) una conversación en
torno al tema sexual. Se consideraba muy liberal y progresista a tal respecto,
pero no había tenido ocasión de demostrarlo, porque daba la casualidad de que
la muchacha nunca había preguntado nada, con gran decepción por su parte y
descanso y tranquilidad para su mujer, que en este aspecto era timorata y llena
de prejuicios. Pasaron los años, y un día la muchacha anunció que se iba a
casar. "Tendrás que decirle algo", arguyó su mujer. Y una noche,
padre e hija hablaron. ¿Qué le dijo el padre? ¿Qué cosas preguntó la hija? A
ciencia cierta, no se sabe. El hecho es que la madre tuvo que esperar dos
horas, y cuando salieron de la salita de estar la hija exclamó: "¡Me dais
asco!". Y se retiró a su dormitorio. La madre pensó que había ocurrido lo
que temía. Su marido lo había contado todo, absolutamente todo.
HUMO
Claude
Farías
Argentina
(1965)
Todo
es silencio... Fumo con la mirada perdida. En cada bocanada de humo expulso tu
nombre. El humo parece ser la razón de todo. Bocanada/extraño. Bocanada/ausencia.
Bocanada/repudiarte. Bocanada/vomitarte. El humo parece revelar mis secretos. El
humo traduce esas palabras calladas. Soy una sensible lucidez impregnada en
olor a tabaco. Y un cenicero lleno de razones.
RECOMENDACIONES PARA SER
ALCANZADO POR UN RAYO
Francesc
Barberá Pascual
España (1979)
Si la tormenta le sorprende bañándose en una piscina, río o playa, permanezca
en el agua: el cuerpo mojado es buen conductor de la electricidad. Si se
encuentra en la montaña, diríjase a la cima más alta. Refúgiese debajo de los
árboles, sobre todo si están aislados. Acérquese a alambradas, verjas y
cualquier tipo de objetos metálicos. Utilice su teléfono móvil. Si además
realiza una llamada, la probabilidad de ser alcanzado por un rayo se
multiplica. Con suerte, ella responda y pueda decirle, un instante antes de
recibir el impacto, que aún la ama.
ORDEN
Diego Muñoz Valenzuela
Chile
(1956)
Es
de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le
quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina.
Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas.
Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de auxilio. Detiene un coche
policial. Lo golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan
delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es
violado. Grita. Los guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a
enfermería. El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es
trasladado a la sección de presos políticos. Después de algunos días
lo interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o recuerda
a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos.
El hombre cuenta su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece
en la celda solitaria por varios meses. Cuando se acuerdan de él, está
flaquísimo y loco. Lo envían al Manicomio. Grita que lo dejen en paz.
Muere.