Desde que en
1905 Albert Einstein (1879-1955) publicara en la revista "Annalen der
Physik und Chemie" su artículo "Zur elektrodynamik bewegter körper" (Sobre la
electrodinámica de los cuerpos en movimiento) en el cual postulaba su teoría de
la relatividad, fue necesario esperar hasta el 6 de noviembre de 1919 cuando el
astrofísico británico Arthur Eddington (1882-1944), al mando de una
expedición a la isla Príncipe, frente a Guinea, en la costa occidental de
Africa, observara un eclipse y verificara la predicción más resonante de su
teoría: la luz de las estrellas se desvía en presencia de un cuerpo masivo. Pareció
en aquel momento que aquel excéntrico físico que trabajaba en la Oficina de
Patentes de Berna, Suiza, había descubierto las leyes del universo y escudriñado
hasta la misma creación sin más instrumento que su propio pensamiento. Por
entonces, otros grandes científicos como Max Planck (1858-1947), Niels
Bohr (1885-1962), Erwin Schrödinger (1887-1961), Werner
Heisenberg (1901-1976) o Paul Dirac (1902-1984), lanzaban novedosas
teorías sobre la estructura del átomo y la mecánica cuántica, un
manojo de conceptos atractivos pero harto difíciles de aprehender para el común
de las gentes. Entre ellos estaba el escritor inglés D.H. Lawrence (1885-1930),
conocido principalmente por sus novelas "Women in love" (Mujeres enamoradas) o "Lady Chatterley's lover" (El amante de Lady Chatterley). Mucho menos divulgada
es su faceta como poeta, sin embargo escribía poemas desde 1904, por la misma época
en la que Einstein elucubraba su teoría de la relatividad. Lawrence reaccionó
visceralmente ante los descubrimientos e hipótesis que la física iba formulando
y escribió varios poemas en ese sentido: "The third thing" (La tercera cosa),
acerca de la composición química del agua; "The sane universe" (El universo sano),
sobre la cordura del espacio; y "Relativity" (Relatividad), en el que reveló con brutal
honestidad: "Me gustan la teoría de la relatividad y la cuántica/ porque no las
entiendo,/ porque hacen que tenga la sensación de que el espacio vaga/ como un
cisne que no puede estarse quieto,/ que no quiere quedarse quieto ni que lo
midan;/ porque me dan la sensación de que el átomo es una cosa impulsiva,/ que
cambia siempre de idea". Lawrence es sólo un ejemplo de entre los millones de personas ajenas al
submundo de la Física que no comprendieron los novedosos postulados de aquella
revolución científica y filosófica que se desplegada por aquellos tiempos. Muchos
años transcurrieron desde entonces y los descubrimientos se multiplicaron: los protones,
los neutrones, la desintegración radiactiva, los quarks, los púlsares, los
agujeros negros… Y ahora el bosón de Higgs, que ya intriga y confunde a
personas curiosas como en su momento fue D.H. Lawrence. Este descubrimiento
reciente, la pieza que faltaba del Modelo Estándar de la física de partículas (la
tabla periódica del mundo subatómico), impactará en la sociedad como otros
hallazgos científicos lo hicieron en el siglo XX. Encontrada en el LHC (Large
Hadron Collider, Gran Colisionador de Hadrones), un anillo de 27 km de
diámetro ubicado a 100 metros bajo tierra en la frontera franco-suiza cerca de
Ginebra, esta esquiva partícula impregna todo el espacio, abarrota el vacío y
tira de la materia, haciéndola pesada y dándole masa: sin masa no habría seres
humanos, estrellas, planetas, átomos… En suma, no habría historia. Teorizada a
mediados de los años '60 por Peter Higgs (1929) y otros cinco físicos casi
simultáneamente -Robert Brout (1928-2011), François Englert (1932),
Thomas Kibble (1932), Gerald Guralnik (1936) y Carl R. Hagen (1937)-,
la idea de la existencia de un mecanismo que puebla el universo y que permite
explicar por qué las partículas elementales adquieren masa se le ocurrió a
Higgs mientras se ocupaba, en la Biblioteca de la Universidad de Edimburgo, de
recibir y ordenar los manuscritos que se recibían de otros institutos. El 16 de
julio de 1964 llegó a sus manos un artículo del físico y bioquímico estadounidense Walter Gilbert (1932)
cuya lectura le permitiría desarrollar una idea que no acababa de tomar forma y
que el trabajo de Gilbert refutaba. Escribió de inmediato un artículo que envió
a la revista europea "Physics Letters". La semana siguiente envió un segundo
artículo a la misma revista que fue rechazado por el editor, quien a la sazón
trabajaba en el CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire, Organización
Europea para la Investigación Nuclear). Disgustado por ello y en su afán por
hacer el artículo más claro, amplió un poco la explicación y lo publicó en "Physical Review Letters". Entre las líneas agregadas se encuentra aquella que
sugiere la existencia de una partícula elemental que acabó adoptando su nombre.
Pero tuvo que pasar casi medio siglo hasta que su huella pudo ser detectada por
el LHC. Ganador
del último Premio Nobel de Física, Peter Higgs, cobró una repentina fama cuando
el 4 de julio de 2012 el CERN anunció el descubrimiento de la partícula que
lleva su nombre. El mundo entero vio a este hombre de ojos vivaces y pelo
blanco lagrimear ante un anuncio que ponía fin a casi medio
siglo de espera. Hasta el mismísimo Stephen Hawking (1942) estaba seguro de que
nunca se llegaría a observar esa partícula, cuyo descubrimiento se convirtió en
piedra de toque para una comprensión más acabada del comportamiento de la
naturaleza. No obstante, el bosón de Higgs no se puede detectar
directamente ya que, una vez que se produce, se desintegra casi
instantáneamente dando lugar a otras partículas elementales más habituales
(fotones, electrones, etc…). Actualmente los físicos del CERN trabajan en el
análisis de la enorme cantidad de datos que recopilaron durante 2012, de donde
se cree que surgirán en el futuro más hallazgos de importancia para la física,
tal como ocurriera cuando, en 1897, Joseph John Thomson (1856-1940)
descubriera el electrón que derivaría unas décadas más tarde en la
proliferación de la electricidad que cambiaría para siempre la humanidad; o
cuando, en 1932, Carl David Anderson (1905-1991) descubriera los
positrones que en el futuro se iban a usar en tomografías. Ya retirado, Higgs pasa
la mayor parte de su tiempo recluido en su casa y no atiende el teléfono. Su
debilidad son los conciertos y el teatro, que lo arrancan de esa mansedumbre
que lo caracteriza, devolviéndole un aspecto más bien juvenil, y lo empujan a
las calles, que sigue transitando en colectivo. En la siguiente charla que
mantuvo con José Edelstein en Oviedo, España, adonde viajó para recibir el Premio
Príncipe de Asturias, Higgs habla de su infancia, su formación, su relación con
el mítico físico Paul Dirac, sus primeros pasos en la física de partículas
hasta su reciente descubrimiento que le valió el Nobel. La misma fue publicada
en el nº 533 de la revista "Ñ" del 14 de diciembre de 2013.
Comencemos por el principio. Cuénteme un poco de
su infancia. Suele decirse que usted es escocés, pero no es así…
Nací en Newcastle upon Tyne, al noreste de Inglaterra, donde mi padre había
llegado unos años antes, apenas graduado, para trabajar en el centro regional
de la recién fundada BBC. Al cabo de un año nos mudamos a Birmingham, donde pasé
los siguientes once años. Y cuando llegó la guerra nos mudamos a Bristol. La
BBC creía que Londres iba a ser bombardeada y debían trasladar la mayor parte
de sus operaciones a un lugar más seguro. Aparentemente creían que Bristol
estaba suficientemente lejos de Alemania. Mi padre fue
trasladado en la primavera de 1941 y llegamos justo después de que la parte
antigua de la ciudad fuera hecha trizas por las bombas alemanas. Recuerdo que
dormíamos debajo de las escaleras, ya que ofrecían mayor seguridad que las
habitaciones en caso de derrumbe.
Stephen Hawking comentó que su familia se mudó
en aquellos tiempos a Oxford porque existía un tratado entre alemanes e
ingleses para no bombardear Cambridge y Oxford, ni Heidelberg y Goettingen.
¿En serio? No lo sabía. Bueno… Cambridge y
Oxford tenían muy poca importancia militar. En cambio, Bristol tenía algo de
industria. Detrás de su bombardeo estaba la destrucción de tanques de
almacenamiento de combustible en el cercano puerto de Avonmouth.
¿Qué clase de niño fue Peter Higgs?
Fui hijo único. En mi infancia sufría mucho de
asma y episodios de bronquitis, por lo que pasé mucho tiempo sin ir al colegio.
Además, no podía practicar deportes y eso me alejaba de lo que hacían mis
compañeros. Pasaba muchos períodos sin ir a clases. Mi madre me enseñaba en
casa. Allí pasaba mi tiempo con los clásicos juegos de química, de electricidad
y magnetismo. Me gustaba jugar con el Mecano, construir cosas que no fueran
sólo decorativas, que de algún modo funcionaran. Siempre fui un entusiasta de
los rompecabezas. Me acompañaban, en especial en los períodos de convalecencia
en casa. De hecho, veo a la física teórica como un rompecabezas perpetuo del
que no conocemos la solución. No tenemos el modelo final para poder comparar.
Uno debe averiguarlo a medida que avanza a tientas.
La música es su pasión. ¿Tocaba algún
instrumento?
A los trece años empecé a tomar lecciones de
piano, pero ya era tarde: era demasiado autocrítico. No estaba satisfecho con
mis progresos y abandoné muy pronto.
¿Era un buen estudiante?
Gracias a las clases de mi madre estaba
bastante adelantado respecto a mis compañeros. Y esta ventaja se prolongó
varios años. Era un chico muy estudioso. Utilizaba en casa los libros de mi
padre. Gracias a ello, siempre tuve facilidad para las matemáticas.
Su paso por Bristol le hizo saber de la
existencia de un tal Paul Dirac…
Estudié en la misma secundaria que él. Todas las mañanas comenzaban con una
asamblea en el hall principal. En la pared del fondo se listaba a los alumnos
más destacados de la larga historia de la escuela. Desde que llegué al colegio
me llamó la atención la repetida aparición de su nombre y quise saber más sobre
él. Supe que era físico teórico, que había ganado el Premio Nobel y que su
campo eran las partículas elementales. De inmediato supe lo que quería hacer.
Comparte con Dirac el haber predicho una nueva
partícula y, al igual que él, esta predicción fue una consecuencia inesperada
del desarrollo de otras ideas.
Sí, es cierto, supongo... De hecho,
recientemente he dado charlas con el título "Inventando una partícula
elemental", en las que enfatizo que, si bien la gente cree que una partícula es
descubierta, si vemos lo ocurrido con Dirac o Pauli, ambos físicos teóricos, lo
que hicieron simplemente fue decir: "Estas partículas (el positrón y el
neutrino, respectivamente) deben estar allí para que las teorías tengan
sentido".
¿Llegó a conocerlo?
Sí, lo vi en tres ocasiones. La primera en 1959
o 1960, cuando él estaba trabajando en la formulación hamiltoniana de la
gravitación. Yo asistía de manera regular a los seminarios que organizaba
Hermann Bondi en Londres, y con un grupo de los asistentes fuimos a Cambridge a
escuchar a Dirac hablar de su trabajo. No le hice preguntas sino que sugerí que
mi formulación del problema era superior a la suya. Después de su charla fuimos a tomar el té en el Common Room del
Laboratorio Cavendish (del que salieron veintinueve Premios Nobel en ciencia, entre
ellos Watson y Crick). Para los estándares de Dirac, estaba muy conversador.
Era un hombre extremadamente reservado…
En sus clases, ¡leía su libro! Asistí a un curso que dio en Cambridge. Tenía
la reputación de ser reacio a decir nada que no fuera estrictamente
indispensable. Pocos años después, en 1962, me lo volví a encontrar en un andén
de la estación central de Viena, de camino a una conferencia en Varsovia. Más
bien tendría que decir que me encontré con su esposa porque toda la
conversación fue con ella. El no dijo una sola palabra.
¿Llegaron a verse después de su invención del
bosón?
Sí. El último encuentro tuvo lugar en 1981,
cuando vino a Edimburgo a dar una charla, por dos o tres días. No me recordaba.
Me preguntó: "¿Es usted el Higgs del bosón?". Le dije que sí. ¡No dijo nada
más! La única conversación real tuvo lugar cuando lo llevé a su hotel y
hablamos de la escuela secundaria.
De modo que no intentó hacer su doctorado en
Cambridge con él sino que se quedó haciendo el doctorado en el King's College
de Londres. Y al terminarlo obtuvo una beca de nombre curioso: Beca de la
Comisión Real para la Exhibición de 1851.
Sí. Como había estado en Edimburgo en 1949,
cuando era estudiante, explorando las montañas del norte de Escocia ya que me
gustaba el senderismo, me instalé allí cuando me dieron la beca.
Se dice que su momento "eureka" tuvo lugar
mientras caminaba por esas montañas.
Eso no es cierto. Es uno de los errores de
Wikipedia. La última vez que salí a caminar por las Cairngorms fue en 1957,
siete años antes de que sucedieran los hechos.
Una niña me pidió que le transmitiera que
viendo un documental tuvo la certeza de que las partículas elementales danzan
al ritmo de Vivaldi.
¡Es una idea muy bonita! Recuerdo haber
oído "Las cuatro estaciones" de Vivaldi como música de una película de
principios de los '50 cuando era estudiante.
¿Cuáles son sus preferencias musicales ahora?
Escucho los clásicos. Mi padre no escuchaba
otra cosa que jazz. De modo que nunca escuché en casa música clásica hasta los
doce años. Pero ahora, cada vez que puedo, voy a conciertos en invierno y,
ciertamente, al Festival de Edimburgo. Bach es uno de mis favoritos. Mucho más
tarde me encontré con la música de Haendel y fue una revelación para mí cuando
pude tener grabaciones suyas y empezó a ser accesible acudir a las actuaciones
de orquestas en vivo. Hay también varios compositores contemporáneos que me
gustan mucho. Mi hijo más joven es músico de jazz pero no vive de eso. Trabaja
en un negocio de música.
¿Le gusta la literatura?
Entre los novelistas contemporáneos que
escriben en inglés me entusiasma el trabajo de Ian McEwan. Sus libros tienen
muchas veces contenido científico y está claro que hace el esfuerzo de
consultar a la gente adecuada para no quedar como un tonto. A mí nunca me
consultó pero en una novela reciente, "Solar", tiene una larga lista de
agradecimientos que incluye a varios amigos míos que trabajan en el Imperial
College.
Tiene dos nietos…
Mi nieto tiene catorce años y está empezando el tercer año de secundaria y mi nieta
tiene doce. Mi nieto está adquiriendo interés en ciencia. Probablemente algo haya
influido el hecho de que, el primer día de la secundaria, al fondo del aula,
vio un póster con una foto mía en el CERN, entonces me
preguntó de qué va eso de la relatividad. Es un buen comienzo…
¿Le gusta
el deporte?
Lo único que exploré fue andar en bicicleta por
la campiña, a los catorce, cuando el asma remitió. Nunca he tenido mayor interés en
ver deportes. Creo que soy un motivo de vergüenza para mis nietos.
¿Cómo lleva la fama?
Bueno… es halagador, claro, pero algunas veces
el nivel de atención es agotador. No puedo lidiar con la cantidad de correos
electrónicos y pedidos.
¿Le dice algo la palabra Argentina?
¡Ciertamente! Recuerdo el período en el que
tuvieron un gobierno militar francamente desagradable. Recuerdo también los tiempos de
la guerra de las Islas Malvinas. Creo que había gente en el Reino Unido que
tenía la esperanza de que la guerra resultara el final del gobierno de Margaret
Thatcher. Así como en Argentina estarían esperando que lo mismo ocurriera con
el gobierno militar. Tomó un tiempo, pero eso finalmente ocurrió. Algo similar
tuvo lugar en la guerra entre Irak e Irán. En Edimburgo teníamos estudiantes de
ambos países que esperaban perder la guerra para que cayeran sus gobiernos.
¿Ha tenido alguna relación con Argentina?
No he estado nunca allí, pero recuerdo de mis
tiempos de estudiante a un buen amigo, Simón Altmann, un químico teórico de la
Universidad de Buenos Aires que fue al King's College de Londres, en 1949, con
una beca del British Council a hacer su doctorado con el profesor Coulson. Sé
que luego estuvo en Oxford y ya está retirado.
Me escribí con él. Me contó que recuerda su llegada, en 1950, porque le
impresionaron las palabras de Coulson sobre usted.
¿Sí? ¿Qué dijo?
Que en su examen de física había escrito un
ensayo de mecánica estadística que él no habría podido escribir mejor. Me contó
también que trabajaron juntos y que recibieron con pesar su decisión de pasarse a la
física de partículas. En sus palabras: "No recuerdo nada más de Peter excepto
que era un muchacho estupendo, extremadamente modesto y preciso".
En los '50 tuvimos un visitante, creo que de
Buenos Aires, en los tiempos de Perón, llamado Santamaría, que estaba
interesado en la física de partículas. Recuerdo también el trabajo de Bollini y
Giambiagi.
¿Ha leído literatura argentina?
He leído a Borges. El es, ciertamente, un
escritor que disfruto. También leí, más recientemente, sobre su posición
política… lo que es… un problema diferente.
Borges era un gran provocador. En una famosa
entrevista en España, cuando le preguntaron por su opinión sobre el Quijote,
dijo que le había gustado pero que le parecía aún mejor la versión en inglés…
Y recibió una medalla de manos de Pinochet y dijo alegrarse "de que tuviéramos
aquí al lado un país de orden y paz".
¿Dices que era sólo provocación? Recuerdo
perfectamente el 11 de septiembre de 1973, porque estaba en la conferencia de
la Sociedad Europea de Física en Aix-en-Provence y cuando llegó el turno de
Daniele Amati, italiano emigrado a Buenos Aires, miembro del Partido Comunista,
puso como primera transparencia una bandera chilena cubierta de sangre. Comentó
lo que estaba ocurriendo en Chile y se produjo un momento de gran tensión.
Algunos colegas consideraron inapropiado que se tratara un tema político en una
conferencia de física. Recuerdo, en especial, a un contingente de alemanes
sentados a mi lado que estaban indignados. Seguramente es injusta la
generalización. Unos cuantos, en cambio, simpatizábamos con la denuncia.
Antes del golpe de Pinochet, ¿seguía la
realidad chilena?
Sí, con gran interés. Estaba al tanto del
proyecto político de Allende. Resultaba cada día más claro que alguien
intentaría sacárselo de encima, con una valiosa ayuda de los Estados Unidos,
sobre todo por lo que estaba haciendo con la industria del cobre, que afectaba
sus intereses. Participé en actividades de solidaridad, particularmente
ayudando a refugiados chilenos en Escocia, gente que había sido lo
suficientemente afortunada para abandonar el país.
Cuando visitó Barcelona, el año pasado, me
comentó que una de las razones por las que había aceptado la invitación tenía
que ver con la Guerra Civil.
Estaba deseoso de ver Barcelona, en parte, por
una cuestión sentimental. Soy lo suficientemente viejo para recordar la Guerra
Civil Española. Un gran amigo mío, quien fue profesor de ciencias políticas en
Edimburgo, era hijo del poeta John Cornford, miembro de las Brigadas
Internacionales, abatido al cumplir tan sólo veintiún años.
¿Qué pasó el día del anuncio del premio Nobel?
No pudieron localizarlo...
El año pasado, ante la posibilidad de que me lo
dieran, se apostaron periodistas en la puerta de mi casa. No quería pasar por
lo mismo. Salí a almorzar a la zona del puerto de Leith. Quería ir aún más
lejos, a las West Highlands, no muy lejos del lago Ness, pero ese plan no
funcionó.
¿Es cierto que se enteró por una vecina?
Cuando volvía a mi casa, por la tarde, una
mujer de unos sesenta y cinco años que se identificó como una antigua vecina, detuvo su
coche y cruzó la calle para decirme: "Felicitaciones por las noticias", a lo que
respondí: "¿Qué noticias?". Me dijo que su hija la había llamado desde Londres
para comentarle que yo había ganado ese premio.