8 de marzo de 2014

Peter Higgs: "Veo a la física teórica como un rompecabezas perpetuo del que no conocemos la solución"

Desde que en 1905 Albert Einstein (1879-1955) publicara en la revista "Annalen der Physik und Chemie" su artículo "Zur elektrodynamik bewegter körper" (Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento) en el cual postulaba su teoría de la relatividad, fue necesario esperar hasta el 6 de noviembre de 1919 cuando el astrofísico británico Arthur Eddington (1882-1944), al mando de una expedición a la isla Príncipe, frente a Guinea, en la costa occidental de Africa, observara un eclipse y verificara la predicción más resonante de su teoría: la luz de las estrellas se desvía en presencia de un cuerpo masivo. Pareció en aquel momento que aquel excéntrico físico que trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna, Suiza, había descubierto las leyes del universo y escudriñado hasta la misma creación sin más instrumento que su propio pensamiento. Por entonces, otros grandes científicos como Max Planck (1858-1947), Niels Bohr (1885-1962), Erwin Schrödinger (1887-1961), Werner Heisenberg (1901-1976) o Paul Dirac (1902-1984), lanzaban novedosas teorías sobre la estructura del átomo y la mecánica cuántica, un manojo de conceptos atractivos pero harto difíciles de aprehender para el común de las gentes. Entre ellos estaba el escritor inglés D.H. Lawrence (1885-1930), conocido principalmente por sus novelas "Women in love" (Mujeres enamoradas) o "Lady Chatterley's lover" (El amante de Lady Chatterley). Mucho menos divulgada es su faceta como poeta, sin embargo escribía poemas desde 1904, por la misma época en la que Einstein elucubraba su teoría de la relatividad. Lawrence reaccionó visceralmente ante los descubrimientos e hipótesis que la física iba formulando y escribió varios poemas en ese sentido: "The third thing" (La tercera cosa), acerca de la composición química del agua; "The sane universe" (El universo sano), sobre la cordura del espacio; y "Relativity" (Relatividad), en el que reveló con brutal honestidad: "Me gustan la teoría de la relatividad y la cuántica/ porque no las entiendo,/ porque hacen que tenga la sensación de que el espacio vaga/ como un cisne que no puede estarse quieto,/ que no quiere quedarse quieto ni que lo midan;/ porque me dan la sensación de que el átomo es una cosa impulsiva,/ que cambia siempre de idea". Lawrence es sólo un ejemplo de entre los millones de personas ajenas al submundo de la Física que no comprendieron los novedosos postulados de aquella revolución científica y filosófica que se desplegada por aquellos tiempos. Muchos años transcurrieron desde entonces y los descubrimientos se multiplicaron: los protones, los neutrones, la desintegración radiactiva, los quarks, los púlsares, los agujeros negros… Y ahora el bosón de Higgs, que ya intriga y confunde a personas curiosas como en su momento fue D.H. Lawrence. Este descubrimiento reciente, la pieza que faltaba del Modelo Estándar de la física de partículas (la tabla periódica del mundo subatómico), impactará en la sociedad como otros hallazgos científicos lo hicieron en el siglo XX. Encontrada en el LHC (Large Hadron Collider, Gran Colisionador de Hadrones), un anillo de 27 km de diámetro ubicado a 100 metros bajo tierra en la frontera franco-suiza cerca de Ginebra, esta esquiva partícula impregna todo el espacio, abarrota el vacío y tira de la materia, haciéndola pesada y dándole masa: sin masa no habría seres humanos, estrellas, planetas, átomos… En suma, no habría historia. Teorizada a mediados de los años '60 por Peter Higgs (1929) y otros cinco físicos casi simultáneamente -Robert Brout (1928-2011), François Englert (1932), Thomas Kibble (1932), Gerald Guralnik (1936) y Carl R. Hagen (1937)-, la idea de la existencia de un mecanismo que puebla el universo y que permite explicar por qué las partículas elementales adquieren masa se le ocurrió a Higgs mientras se ocupaba, en la Biblioteca de la Universidad de Edimburgo, de recibir y ordenar los manuscritos que se recibían de otros institutos. El 16 de julio de 1964 llegó a sus manos un artículo del físico y bioquímico estadounidense Walter Gilbert (1932) cuya lectura le permitiría desarrollar una idea que no acababa de tomar forma y que el trabajo de Gilbert refutaba. Escribió de inmediato un artículo que envió a la revista europea "Physics Letters". La semana siguiente envió un segundo artículo a la misma revista que fue rechazado por el editor, quien a la sazón trabajaba en el CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire, Organización Europea para la Investigación Nuclear). Disgustado por ello y en su afán por hacer el artículo más claro, amplió un poco la explicación y lo publicó en "Physical Review Letters". Entre las líneas agregadas se encuentra aquella que sugiere la existencia de una partícula elemental que acabó adoptando su nombre. Pero tuvo que pasar casi medio siglo hasta que su huella pudo ser detectada por el LHC. Ganador del último Premio Nobel de Física, Peter Higgs, cobró una repentina fama cuando el 4 de julio de 2012 el CERN anunció el descubrimiento de la partícula que lleva su nombre. El mundo entero vio a este hombre de ojos vivaces y pelo blanco lagrimear ante un anuncio que ponía fin a casi medio siglo de espera. Hasta el mismísimo Stephen Hawking (1942) estaba seguro de que nunca se llegaría a observar esa partícula, cuyo descubrimiento se convirtió en piedra de toque para una comprensión más acabada del comportamiento de la naturaleza. No obstante, el bosón de Higgs no se puede detectar directamente ya que, una vez que se produce, se desintegra casi instantáneamente dando lugar a otras partículas elementales más habituales (fotones, electrones, etc…). Actualmente los físicos del CERN trabajan en el análisis de la enorme cantidad de datos que recopilaron durante 2012, de donde se cree que surgirán en el futuro más hallazgos de importancia para la física, tal como ocurriera cuando, en 1897, Joseph John Thomson (1856-1940) descubriera el electrón que derivaría unas décadas más tarde en la proliferación de la electricidad que cambiaría para siempre la humanidad; o cuando, en 1932, Carl David Anderson (1905-1991) descubriera los positrones que en el futuro se iban a usar en tomografías. Ya retirado, Higgs pasa la mayor parte de su tiempo recluido en su casa y no atiende el teléfono. Su debilidad son los conciertos y el teatro, que lo arrancan de esa mansedumbre que lo caracteriza, devolviéndole un aspecto más bien juvenil, y lo empujan a las calles, que sigue transitando en colectivo. En la siguiente charla que mantuvo con José Edelstein en Oviedo, España, adonde viajó para recibir el Premio Príncipe de Asturias, Higgs habla de su infancia, su formación, su relación con el mítico físico Paul Dirac, sus primeros pasos en la física de partículas hasta su reciente descubrimiento que le valió el Nobel. La misma fue publicada en el nº 533 de la revista "Ñ" del 14 de diciembre de 2013.


Comencemos por el principio. Cuénteme un poco de su infancia. Suele decirse que usted es escocés, pero no es así…

Nací en Newcastle upon Tyne, al noreste de Inglaterra, donde mi padre había llegado unos años antes, apenas graduado, para trabajar en el centro regional de la recién fundada BBC. Al cabo de un año nos mudamos a Birmingham, donde pasé los siguientes once años. Y cuando llegó la guerra nos mudamos a Bristol. La BBC creía que Londres iba a ser bombardeada y debían trasladar la mayor parte de sus operaciones a un lugar más seguro. Aparentemente creían que Bristol estaba suficientemente lejos de Alemania. Mi padre fue trasladado en la primavera de 1941 y llegamos justo después de que la parte antigua de la ciudad fuera hecha trizas por las bombas alemanas. Recuerdo que dormíamos debajo de las escaleras, ya que ofrecían mayor seguridad que las habitaciones en caso de derrumbe.

Stephen Hawking comentó que su familia se mudó en aquellos tiempos a Oxford porque existía un tratado entre alemanes e ingleses para no bombardear Cambridge y Oxford, ni Heidelberg y Goettingen.

¿En serio? No lo sabía. Bueno… Cambridge y Oxford tenían muy poca importancia militar. En cambio, Bristol tenía algo de industria. Detrás de su bombardeo estaba la destrucción de tanques de almacenamiento de combustible en el cercano puerto de Avonmouth.

¿Qué clase de niño fue Peter Higgs?

Fui hijo único. En mi infancia sufría mucho de asma y episodios de bronquitis, por lo que pasé mucho tiempo sin ir al colegio. Además, no podía practicar deportes y eso me alejaba de lo que hacían mis compañeros. Pasaba muchos períodos sin ir a clases. Mi madre me enseñaba en casa. Allí pasaba mi tiempo con los clásicos juegos de química, de electricidad y magnetismo. Me gustaba jugar con el Mecano, construir cosas que no fueran sólo decorativas, que de algún modo funcionaran. Siempre fui un entusiasta de los rompecabezas. Me acompañaban, en especial en los períodos de convalecencia en casa. De hecho, veo a la física teórica como un rompecabezas perpetuo del que no conocemos la solución. No tenemos el modelo final para poder comparar. Uno debe averiguarlo a medida que avanza a tientas.

La música es su pasión. ¿Tocaba algún instrumento?

A los trece años empecé a tomar lecciones de piano, pero ya era tarde: era demasiado autocrítico. No estaba satisfecho con mis progresos y abandoné muy pronto.

¿Era un buen estudiante?

Gracias a las clases de mi madre estaba bastante adelantado respecto a mis compañeros. Y esta ventaja se prolongó varios años. Era un chico muy estudioso. Utilizaba en casa los libros de mi padre. Gracias a ello, siempre tuve facilidad para las matemáticas.

Su paso por Bristol le hizo saber de la existencia de un tal Paul Dirac…

Estudié en la misma secundaria que él. Todas las mañanas comenzaban con una asamblea en el hall principal. En la pared del fondo se listaba a los alumnos más destacados de la larga historia de la escuela. Desde que llegué al colegio me llamó la atención la repetida aparición de su nombre y quise saber más sobre él. Supe que era físico teórico, que había ganado el Premio Nobel y que su campo eran las partículas elementales. De inmediato supe lo que quería hacer.

Comparte con Dirac el haber predicho una nueva partícula y, al igual que él, esta predicción fue una consecuencia inesperada del desarrollo de otras ideas.

Sí, es cierto, supongo... De hecho, recientemente he dado charlas con el título "Inventando una partícula elemental", en las que enfatizo que, si bien la gente cree que una partícula es descubierta, si vemos lo ocurrido con Dirac o Pauli, ambos físicos teóricos, lo que hicieron simplemente fue decir: "Estas partículas (el positrón y el neutrino, respectivamente) deben estar allí para que las teorías tengan sentido".

¿Llegó a conocerlo?

Sí, lo vi en tres ocasiones. La primera en 1959 o 1960, cuando él estaba trabajando en la formulación hamiltoniana de la gravitación. Yo asistía de manera regular a los seminarios que organizaba Hermann Bondi en Londres, y con un grupo de los asistentes fuimos a Cambridge a escuchar a Dirac hablar de su trabajo. No le hice preguntas sino que sugerí que mi formulación del problema era superior a la suya. Después de su charla fuimos a tomar el té en el Common Room del Laboratorio Cavendish (del que salieron veintinueve Premios Nobel en ciencia, entre ellos Watson y Crick). Para los estándares de Dirac, estaba muy conversador.

Era un hombre extremadamente reservado…

En sus clases, ¡leía su libro! Asistí a un curso que dio en Cambridge. Tenía la reputación de ser reacio a decir nada que no fuera estrictamente indispensable. Pocos años después, en 1962, me lo volví a encontrar en un andén de la estación central de Viena, de camino a una conferencia en Varsovia. Más bien tendría que decir que me encontré con su esposa porque toda la conversación fue con ella. El no dijo una sola palabra.

¿Llegaron a verse después de su invención del bosón?

Sí. El último encuentro tuvo lugar en 1981, cuando vino a Edimburgo a dar una charla, por dos o tres días. No me recordaba. Me preguntó: "¿Es usted el Higgs del bosón?". Le dije que sí. ¡No dijo nada más! La única conversación real tuvo lugar cuando lo llevé a su hotel y hablamos de la escuela secundaria.

De modo que no intentó hacer su doctorado en Cambridge con él sino que se quedó haciendo el doctorado en el King's College de Londres. Y al terminarlo obtuvo una beca de nombre curioso: Beca de la Comisión Real para la Exhibición de 1851.

Sí. Como había estado en Edimburgo en 1949, cuando era estudiante, explorando las montañas del norte de Escocia ya que me gustaba el senderismo, me instalé allí cuando me dieron la beca.

Se dice que su momento "eureka" tuvo lugar mientras caminaba por esas montañas.

Eso no es cierto. Es uno de los errores de Wikipedia. La última vez que salí a caminar por las Cairngorms fue en 1957, siete años antes de que sucedieran los hechos.

Una niña me pidió que le transmitiera que viendo un documental tuvo la certeza de que las partículas elementales danzan al ritmo de Vivaldi.

¡Es una idea muy bonita! Recuerdo haber oído "Las cuatro estaciones" de Vivaldi como música de una película de principios de los '50 cuando era estudiante.

¿Cuáles son sus preferencias musicales ahora?

Escucho los clásicos. Mi padre no escuchaba otra cosa que jazz. De modo que nunca escuché en casa música clásica hasta los doce años. Pero ahora, cada vez que puedo, voy a conciertos en invierno y, ciertamente, al Festival de Edimburgo. Bach es uno de mis favoritos. Mucho más tarde me encontré con la música de Haendel y fue una revelación para mí cuando pude tener grabaciones suyas y empezó a ser accesible acudir a las actuaciones de orquestas en vivo. Hay también varios compositores contemporáneos que me gustan mucho. Mi hijo más joven es músico de jazz pero no vive de eso. Trabaja en un negocio de música.

¿Le gusta la literatura?

Entre los novelistas contemporáneos que escriben en inglés me entusiasma el trabajo de Ian McEwan. Sus libros tienen muchas veces contenido científico y está claro que hace el esfuerzo de consultar a la gente adecuada para no quedar como un tonto. A mí nunca me consultó pero en una novela reciente, "Solar", tiene una larga lista de agradecimientos que incluye a varios amigos míos que trabajan en el Imperial College.

Tiene dos nietos…

Mi nieto tiene catorce años y está empezando el tercer año de secundaria y mi nieta tiene doce. Mi nieto está adquiriendo interés en ciencia. Probablemente algo haya influido el hecho de que, el primer día de la secundaria, al fondo del aula, vio un póster con una foto mía en el CERN, entonces me preguntó de qué va eso de la relatividad. Es un buen comienzo…

¿Le gusta el deporte?

Lo único que exploré fue andar en bicicleta por la campiña, a los catorce, cuando el asma remitió. Nunca he tenido mayor interés en ver deportes. Creo que soy un motivo de vergüenza para mis nietos.

¿Cómo lleva la fama?

Bueno… es halagador, claro, pero algunas veces el nivel de atención es agotador. No puedo lidiar con la cantidad de correos electrónicos y pedidos.

¿Le dice algo la palabra Argentina?

¡Ciertamente! Recuerdo el período en el que tuvieron un gobierno militar francamente desagradable. Recuerdo también los tiempos de la guerra de las Islas Malvinas. Creo que había gente en el Reino Unido que tenía la esperanza de que la guerra resultara el final del gobierno de Margaret Thatcher. Así como en Argentina estarían esperando que lo mismo ocurriera con el gobierno militar. Tomó un tiempo, pero eso finalmente ocurrió. Algo similar tuvo lugar en la guerra entre Irak e Irán. En Edimburgo teníamos estudiantes de ambos países que esperaban perder la guerra para que cayeran sus gobiernos.

¿Ha tenido alguna relación con Argentina?

No he estado nunca allí, pero recuerdo de mis tiempos de estudiante a un buen amigo, Simón Altmann, un químico teórico de la Universidad de Buenos Aires que fue al King's College de Londres, en 1949, con una beca del British Council a hacer su doctorado con el profesor Coulson. Sé que luego estuvo en Oxford y ya está retirado.

Me escribí con él. Me contó que recuerda su llegada, en 1950, porque le impresionaron las palabras de Coulson sobre usted.

¿Sí? ¿Qué dijo?

Que en su examen de física había escrito un ensayo de mecánica estadística que él no habría podido escribir mejor. Me contó también que trabajaron juntos y que recibieron con pesar su decisión de pasarse a la física de partículas. En sus palabras: "No recuerdo nada más de Peter excepto que era un muchacho estupendo, extremadamente modesto y preciso".

En los '50 tuvimos un visitante, creo que de Buenos Aires, en los tiempos de Perón, llamado Santamaría, que estaba interesado en la física de partículas. Recuerdo también el trabajo de Bollini y Giambiagi.

¿Ha leído literatura argentina?

He leído a Borges. El es, ciertamente, un escritor que disfruto. También leí, más recientemente, sobre su posición política… lo que es… un problema diferente.

Borges era un gran provocador. En una famosa entrevista en España, cuando le preguntaron por su opinión sobre el Quijote, dijo que le había gustado pero que le parecía aún mejor la versión en inglés… Y recibió una medalla de manos de Pinochet y dijo alegrarse "de que tuviéramos aquí al lado un país de orden y paz".

¿Dices que era sólo provocación? Recuerdo perfectamente el 11 de septiembre de 1973, porque estaba en la conferencia de la Sociedad Europea de Física en Aix-en-Provence y cuando llegó el turno de Daniele Amati, italiano emigrado a Buenos Aires, miembro del Partido Comunista, puso como primera transparencia una bandera chilena cubierta de sangre. Comentó lo que estaba ocurriendo en Chile y se produjo un momento de gran tensión. Algunos colegas consideraron inapropiado que se tratara un tema político en una conferencia de física. Recuerdo, en especial, a un contingente de alemanes sentados a mi lado que estaban indignados. Seguramente es injusta la generalización. Unos cuantos, en cambio, simpatizábamos con la denuncia.

Antes del golpe de Pinochet, ¿seguía la realidad chilena?

Sí, con gran interés. Estaba al tanto del proyecto político de Allende. Resultaba cada día más claro que alguien intentaría sacárselo de encima, con una valiosa ayuda de los Estados Unidos, sobre todo por lo que estaba haciendo con la industria del cobre, que afectaba sus intereses. Participé en actividades de solidaridad, particularmente ayudando a refugiados chilenos en Escocia, gente que había sido lo suficientemente afortunada para abandonar el país.

Cuando visitó Barcelona, el año pasado, me comentó que una de las razones por las que había aceptado la invitación tenía que ver con la Guerra Civil.

Estaba deseoso de ver Barcelona, en parte, por una cuestión sentimental. Soy lo suficientemente viejo para recordar la Guerra Civil Española. Un gran amigo mío, quien fue profesor de ciencias políticas en Edimburgo, era hijo del poeta John Cornford, miembro de las Brigadas Internacionales, abatido al cumplir tan sólo veintiún años.

¿Qué pasó el día del anuncio del premio Nobel? No pudieron localizarlo...

El año pasado, ante la posibilidad de que me lo dieran, se apostaron periodistas en la puerta de mi casa. No quería pasar por lo mismo. Salí a almorzar a la zona del puerto de Leith. Quería ir aún más lejos, a las West Highlands, no muy lejos del lago Ness, pero ese plan no funcionó.

¿Es cierto que se enteró por una vecina?

Cuando volvía a mi casa, por la tarde, una mujer de unos sesenta y cinco años que se identificó como una antigua vecina, detuvo su coche y cruzó la calle para decirme: "Felicitaciones por las noticias", a lo que respondí: "¿Qué noticias?". Me dijo que su hija la había llamado desde Londres para comentarle que yo había ganado ese premio.