Escritora,
profesora de Literatura y poetisa argentina nacida en Santa Fe, Liliana Bodoc
(1958) vivió desde niña en Mendoza y actualmente lo hace en San Luis. Cursó la
licenciatura de Literatura Moderna en la Universidad Nacional de Cuyo y, al
igual que otras escritoras argentinas como María Elena Walsh (1930-2011), Laura
Devetach (1936) o Ema Wolf (1948), pensó en los niños y los
jóvenes y les dedicó varias de sus obras. En el año 2000 publicó su primera
novela, "Los días del venado", una auténtica sorpresa en el
mundo editorial que tuvo, además, un impresionante éxito de ventas y de crítica.
Le siguieron en 2002 "Los días de la sombra" y en 2004
"Los días del fuego", el tercer y último libro de "La saga
de los confines", obra en la que creó, con un estilo original y poético,
un universo cuyos objetos, elementos y lugares están enraizados con la América
aborigen al condensar años de historia y cultura latinoamericanas. El
éxito le llevó a seguir publicando otros libros para jóvenes ("El espejo
africano", "El mapa imposible", "Diciembre súper
álbum"), a tener alguna aventura en los campos del teatro ("Doña Cata y la gitana", "Adiós
a las puntillas", "Por tantos"), y cuentos ilustrados
para niños ("Sucedió
en colores", "Cuando San Pedro viajó en tren"). Con
una prosa impecable y un lenguaje que remite por sus imágenes deslumbrantes a
lo cinematográfico e inspirada en las leyendas aborígenes de
Latinoamérica, al mejor estilo de J.R.R. Tolkien (1892-1973) o
de Ursula K. Le Guin (1929), en la trilogía "La saga de los
confines" desarrolló un puñado de culturas que van desde sus usos y
costumbres, hasta su economía y ritos medicinales, en tanto que el bien, el mal
y la magia rivalizan por protagonizar historias maravillosamente bien
contadas. Con ella obtuvo numerosos premios y fue traducida a varios
idiomas. "Perdí a mi madre cuando era muy chica -cuenta Bodoc-, y
como cualquier niña sola tenía tendencia a ver otras cosas en los pequeños
detalles extraños de la realidad. Me faltaba ese alguien que explicara. Pero mi
relación con lo mágico también puede haber sido la respuesta a un papá
maravilloso, marxista y ateo a rajatabla. Mi papá decía: 'No es que yo no crea
en Dios. Sé que no existe'. Era duro el tipo. Entonces, yo creo en Dios. Un
poco de rebeldía. Además, no es cosa menor perder a la madre. Es una marca que
no se sacude así nomás. Una crece con la idea de que no tiene alguien que te
perdone cualquier cosa, y eso hay que procesarlo. El cariño de los demás hay
que ganárselo, el de tu vieja no. A ella le hubiera gustado 'La saga de
los confines' sin
siquiera procesarlo". Lo que sigue es una compilación editada de las
entrevistas que la autora concedió a Raquel Garzón (diario "El
País", 19 de agosto de 2006), a José María Marcos (revista "Insomnia" nº 148 de abril de 2010), a Javier Flor Rebanal (revista
"Lecturalia" nº 306 del 13 de diciembre de 2011), a Natalia
Gurruchaga (revista "Veintitrés" del 7 de febrero de 2012) y
a Gisela Mouradian (revista "Hamartia" nº 23 del 27 de
noviembre de 2013).
La verdad es que ambas cosas surgieron un poco
por separado, porque, a decir verdad, cuando me puse a escribir "La saga de los
confines" no pensé, no elegí conscientemente hacerlo para jóvenes. Pero parece
que sí lo hice. De hecho, eso fue lo que dijo el editor, el único que se avino
a "arriesgarse", la palabra que utilizó, con la saga. A mí me puso tan contenta
que empecé a pensar seriamente en la literatura infantil y juvenil, cosa que no
había hecho hasta ese momento, algo que no me enseñaron a hacer en la Academia.
Encontré ahí un mundo tan completo, tan impresionante y tan rico como el de la
literatura sin adjetivos.
La
creación de una saga es algo difícil, largo. Tardó casi ocho años en
hacerlo. ¿Podría contarnos cómo fue el proceso?
Es algo complejo y también maravilloso. Si
hablamos de todo lo que fue el trabajo bibliográfico previo, armar los
continentes, las culturas con sus costumbres y sus modos de pensar, hasta sus
"filosofías"; sí, más o menos ocho años. Es un trabajo de rompecabezas, un trabajo
un poquito de demiurgo, de ir inventando un mundo. En mi caso particular debo
decir que siempre estoy muy aferrada a lo histórico, a lo cultural, a lo
antropológico. A veces me dicen -y lo agradezco- "¡cuánta imaginación!", y yo
digo "cuánto robo", cuánto hay tomado de lecturas previas.
¿Fue
difícil la creación de nuevos mundos?
Sí, es un trabajo meticuloso. A mí me gusta
recalcar siempre que lo fantástico, lejos de carecer de lógica -un error en el
que se suele caer- tiene que crear una lógica alternativa, para después
aferrarse desesperadamente a esa lógica creada. Si no, caemos en las ñoñerías,
en el relato pobre, mediocre, facilista. Hay que crear toda una lógica, y
después guarda con apartarse. A mí eso me dio mucho trabajo pero me gustó más
aún que la propia escritura.
Se nota
mucho el trabajo que tiene de localización geográfica. ¿Se esforzó por
hacer creíbles los lugares?
Sí, por supuesto. Creo que una de las
primeras cosas que hice fue armarme un mapa con sus ríos, montañas, valles, lo
que fuere. Me sirvió mucho atenerme a esto cual si fuera una geografía
real. Yo avanzaba en la escritura de la novela y llegaba un momento en que la
montaña me molestaba prácticamente, porque tenía que avanzar un ejército y yo
tenía una cordillera y… pensé: "saco a la cordillera, total…". Después dije: "no, esto no se hace; yo tengo que atenerme a la geografía que inventé". Y doy
mi palabra de que lo hice. Los ejércitos tuvieron que hacer grandes rodeos.
La magia
está ahí en "La saga de los confines", magia buena, magia mala. ¿Qué es para usted la magia?
La verdad es que para mí la magia es una
cuestión seria. Quiero más o menos explayarme en esto para que no se me
malinterprete. Sé que la magia cayó, en la redada del mercado, con otro montón
de cosas. Sé que el pensamiento mágico, lo que ejerce la fascinación y la
intuición, están muy degradados, muy malvendidos y muy mal comprados. Sin
embargo, creo que el pensamiento mágico le ha aportado cosas importantísimas a
la humanidad y se las sigue aportando. Pensamiento mágico en función de esto,
de lo que está aún por descubrir, de lo muchísimo que la razón no puede
explicar todavía, felizmente. Me parece que es una forma de conocimiento, que
la razón conoce de un modo y la intuición y la fascinación conocen de otro. Y,
de alguna manera, esas dos mitades van armando algo que se parece a la verdad.
La ficción
es el género que más ha cultivado. Para usted tiene un potencial extraordinario.
¿Por qué lo utiliza?
Creo que a la ficción no se le puede pedir todo.
A veces se le pide que cambie el mundo, y me parece que es mucho para sus
pobres espaldas. Pero sí creo que se le puede pedir mucho más. Se le puede
pedir mucho más en la educación, se le puede pedir mucho más en el socorro, en
el amparo de niños problemáticos, desde chicos con problemas psicológicos hasta
chicos con problemas de salud; se le puede pedir mucho más en las familias; se
le puede pedir mucho más en la historia individual de cada uno de nosotros.
Porque a mí me parece que la ficción nos foguea en la emoción. Nos pone fuerte
el ánimo. Nos pone fuerte la templanza, la imaginación; nos abre ventanas, nos
hace ver cosas que de otra manera no veríamos jamás. Nos hace entender cosas
que de otra manera no entenderíamos jamás. Y me parece que es muy poquito lo
que se le pide en contra de lo muchísimo más que nos puede ofrecer, como
individuos y como sociedades.
La
Historia está detrás de "La saga…" y de algunos otros libros suyos. ¿Le gusta
situar en otras épocas el marco de sus novelas?
Sí, me gusta la Historia, pero no escribo novela
histórica; no lo he hecho hasta ahora y entiendo que difícilmente lo haré. En
cambio, me gusta aferrarme a lo histórico para tergiversarlo. Tomar de lo
histórico lo que me parece pertinente para la ficción. Sin embargo saber,
aunque lo sepa yo solita, que atrás hay una carnadura histórica, a mí me
conmueve más a la hora de escribir que la pura y sola invención de mi cabeza.
Me hace poner más ocupada y más seria en mi quehacer.
Un
premiado libro suyo, "El espejo africano" -situado en la Argentina y en
la España de hace doscientos años-, incluía al general San Martín como personaje. ¿Le
interesó esta época histórica?
Sí, me interesó; porque también me interesa
mucho la temática de la esclavitud, la esclavitud africana en este continente.
Por ese lado apareció esta historia muy alejada del mármol y de la figura del
prócer escolar. Aparece por ahí San Martín, aparece la Revolución de Mayo como
generadora de revoluciones en los personajes, más que como un acontecimiento
histórico. Hay quien me dice que desde "La saga de los confines" pasando
por "Memorias impuras" y llegando a "El espejo africano", existe una
línea histórica cronológica que se puede seguir. Y por ahí tienen razón.
"La saga de
los confines" fue su primera publicación. ¿Cuándo la escribió? ¿Cómo surgió?
Empecé a escribir cuando ya tenía cuarenta años.
Después de haber sido durante toda mi vida lectora, estudiante de la carrera de
Letras y docente, por primera vez una idea me provocó el impulso de empezar a
escribir una historia. Puedo identificarla con nombre y apellido: J.R.R.
Tolkien. Conocer su épica me generó dos cosas muy fuertes y contrapuestas. Por
un lado la alegría de tener ese texto en las manos y por el otro, una distancia
ideológica muy grande frente al planteo que Tolkien hace. Me encontré con una
homologación constante de virtudes espirituales con marcas raciales: los buenos
en el Norte, los malos en el Sur, en el Oeste. Los orcos muy parecidos a los
musulmanes, los elfos rubios y altos, etc. Tenía que ver con su visión del
mundo, que no es la mía. Entonces dije: "uy, qué bueno sería que alguien
escribiera una épica fantástica del otro lado del mundo ideológico", donde los
héroes estuvieran en el sur, fueran morenos, comieran maíz y las culturas no
fueran monárquicas sino horizontales. Una épica contada desde nuestro
continente, nuestro color, nuestro pensamiento y nuestras necesidades. Que
tuviera un modelo social no centrado en Europa sino muy nuestro, muy americano.
¿Cuál es
el rol del escritor en esa construcción?
El escritor o el narrador en una épica
fantástica no puede ser una persona neutral que se muestre al mundo diciendo: "acá está este mundo, yo no tomo partido, ustedes elijan". Todo lo contrario,
una épica fantástica en general toma partido por un modelo de mundo.
¿Encontró
en lo fantástico su género?
Me gusta trabajar el realismo y a veces hasta
meterme un poquitito en lo histórico, como un telón de fondo. Lo fantástico te
da una posibilidad importante de libertad, jugar a que uno es un ratito un
demiurgo, un Dios chiquito, que dice: "Señores este es mi mundo y acá todo va a
funcionar así". Después, hacete cargo.
¿Qué piensa sobre la figura del "héroe"?
Cuando uno escribe un relato épico tiene que pensar necesariamente en un héroe que lo va a conducir. A partir del dibujo del héroe que se hace es que uno va a hablar de un mundo o de otro. Es importante preguntarse qué es un héroe para uno. ¿Es el héroe de Hollywood, ese que llega en soledad, con sus virtudes genéticas y resuelve los problemas de un pueblo, que mira con cara de bobo y espera que ese muchacho con capa azul le resuelva la vida y se mande a mudar? La verdad que ese héroe a mí no me interesa, es el héroe del individualismo.
¿Cuál es el héroe que le interesa?
A mí me gusta pensar que el héroe es de alguna manera lo que un pueblo quiere que perdure de sí mismo, la memoria humana no puede retener todo, está obligada a desechar cosas, recordar otras. Este pueblo no puede recordar todo y a cada uno de los argentinos que transitaron este continente. Lo que hace es crear su propio héroe con las virtudes y condiciones que suponemos que nos representan. El héroe es eso, es la índole de un pueblo, lo mejor de un pueblo que galopa a caballo delante de los demás; San Martín en un punto. No es mucho más que aquel que reúne las mejores condiciones de su gente, de su pueblo y que a su pueblo se debe y que sin su pueblo no puede nada.
¿Cómo construye esa figura en sus relatos? Su último libro sobre "Los confines" está construido desde el antihéroe. ¿Cómo fue pararse desde ahí, bancarse eso?
Siempre es un riesgo, es un riesgo el héroe y es un riesgo el antihéroe, pero la realidad es que necesitamos tanto al uno como al otro. Son polos dialécticos absolutamente indispensables. Me preocupa siempre y mucho que el héroe sea creíble, de carne y hueso, que sea humano y complejo, pero es muy delicado el equilibrio porque si lo transformamos en una persona absolutamente igual a cualquiera deja de ser héroe. Me parece que uno de los grandes trabajos de la literatura épica fantástica actual, es que el público te pide algo más gris, más ambiguo. El gran desafío es que siga siendo héroe, que siga funcionando como este recorte cultural que nos simboliza. Y lo mismo pasa al revés: voy a justificar al antihéroe, pero ¡ojo!, porque lo humanizo. Si lo justifico tanto deja de funcionar como antihéroe y no me sirve más en la fórmula. Es interesantísimo, pero sabiendo que hay un riesgo y hay que tener cuidado de no cruzar esa línea porque ya la figura deja de funcionar en la épica.
Los pueblos originarios están muy presentes en su obra…
Vuelvo siempre a la sabiduría de nuestros pueblos originarios, creo que durante mucho tiempo y aún hoy nos quieren hacer creer que somos solamente hijos de los barcos, como decía Borges, que somos hijos de los inmigrantes. Y sí, mi abuelo era italiano, mi abuela era española, pero la verdad es que somos mestizos. Cuando decís "che" estás diciendo que tenés un abuelo originario porque "che" quiere decir gente, cuando comés zapallo hasta cuando jugás pelota, tenés abuelos originarios. A mí me parece que de esta condición mestiza aparecen un montón de posibilidades de contar y de ser de una manera. Ser mestizos nos pone en la búsqueda extraordinaria, maravillosa y necesaria del origen. Darme vuelta a ver de dónde soy y encontrar raíces desparramadas por todos lados, es una búsqueda.
En un mundo tan diverso cultural, geográfica y socialmente, ¿para qué inventar otros?
La necesidad de imaginar universos alternativos está presente en la literatura oral de las culturas más diversas. La épica fantástica se propone la construcción de un mundo paralelo en el que se narran relatos que deben reunir dos elementos esenciales. Tienen que ser colectivos -son relatos de pueblos, llenos de gentilicios- y, además, de magnitud heroica. No se trata de relatos intimistas, aunque en algunos, sobre todo en los modernos, el tema psicológico o privado aparezca. Tienen la intención de fijar un modelo a seguir y son, en ese sentido, didácticos. A esto hay que sumarle los tópicos casi necesarios del género que son los viajes, de iniciación o de transformación, el héroe y el antihéroe y la aparición de dos polos siempre en guerra: el Bien y el Mal. Además, por supuesto, lo fantástico, cierto enrarecimiento, que suele asociarse a un sistema mágico. Esto no significa que esos mundos no estén referenciados. Toman algún sector de la realidad y lo subliman desde lo fantástico para presentar una mirada singular sobre ese microcosmos.
No son, pues, sitios desasidos de lo real.
No, en absoluto. Son especulaciones sobre la realidad que, además, muchas veces, por ejemplo en Ursula K. Le Guin, tienen mucho de ensayo: la historia funciona casi como un experimento antropológico que se vale de la ficción para investigar y reflexionar, en su caso, sobre la problemática de género.
¿Cuál fue su experimento? ¿Qué quería lograr cuando se decidió a escribir "La saga de los confines"?
Lo mío es bastante paradigmático porque se asocia a una característica del género épico: existe el deseo de construir en la ficción un mundo deseado y deseable, utópico. "La saga de los confines" narra el enfrentamiento bélico, pero también filosófico, social y económico, entre dos proyectos de mundo: uno que tiene que ver con la diversidad, la libertad y el respeto por la naturaleza y otro que potencia la uniformidad, la esclavitud y la relación parásita. En ese contexto se desarrollan amores, traiciones, guerras y toda la temática mágica característica del género, basada aquí en la concepción de los mapuches, aztecas y mayas y en libros como el "Popol Vuh". Hay, también, seres fantásticos como las mujeres pez o los lulus, criaturas de cola luminosa.
Gran parte de esta literatura siente cierta fascinación por lo medieval: castillos, caballeros, espadas... ¿Por qué?
Sí, en muchos relatos del género hay un medievalismo subyacente, una especie de melancolía, incluso, que se trasluce al imaginar ropas, alimentos, armas, fortalezas. Si bien en mi saga no se da, porque el universo de los objetos y elementos se enraíza en la América aborigen, es cierto que los ropajes de lo medieval, los largos viajes, las Cruzadas... exaltan la imaginación. Con visión crítica o vocación melancólica, la Edad Media es siempre una reserva de climas y temáticas para la literatura. Parte de esa nostalgia se explica porque se la asocia con cierta buena lentitud, con una vivencia más humana y menos ruidosa del tiempo.
¿Qué autores le abrieron a usted las puertas de la imaginación?
Trazar una historia del género nos lleva a épicas anónimas como la de Gilgamesh, el rey sumerio de la ciudad de Uruk unos cuatro mil seiscientos años atrás, o al mismo Homero en Grecia, porque en ellos están los embriones de lo épico y lo fantástico. Pero nombraría a autores clave porque me propusieron universos con reglas propias, novelas-mundo, clásicos infantiles como "Los viajes de Gulliver", de Jonathan Swift, de 1726, que es una gran alegoría de la situación sociopolítica de la época. O Julio Verne, buena escuela a la hora de soñar desde la literatura cosas que después son posibles. "Alicia en el país de las maravillas", de Lewis Carroll, me parece también un texto fundamental con un apunte lleno de ternura: siempre he creído que el final era innecesario.
¿...?
Es que... es lo olvidable del libro, porque la construcción fantástica de Carroll resulta tan verosímil, que intentar revertirla diciendo que las peripecias de Alicia se explican por un sueño sólo se entiende como una obligación del matemático que él era, tratando de permanecer fiel a su época y su formación.
¿Y su encuentro con la épica fantástica propiamente dicha?
En forma consciente y apasionada llegué al género con Tolkien. Yo tenía unos veinte años y leí "El Señor de los Anillos". Me encontré habitando un mundo poblado por balrogs o demonios de apariencia semihumana, grandes arañas, águilas, elfos, dragones y demás monstruos con ecos de las mitologías celta, germana y nórdica. Un universo del que peligrosamente no me quería ir. Fue casi adictivo para mí, que por impronta familiar venía leyendo mucho realismo del "boom" y el "posboom" latinoamericano. Seguí con "El Hobbitt" y finalmente con "El Silmarillion", su mejor texto, por la belleza de la prosa.
Tolkien y Le Guin son influencias que reconoce. ¿Qué recogió de cada uno de ellos?
De Tolkien, la idea de concebir otro mundo y las características del género épico modernizado; de Le Guin, la presencia fuerte de las mujeres y el trabajo lírico con la palabra. Libros como "Los magos de Terramar", "El nombre del mundo es Bosque", "La mano izquierda de la oscuridad" fueron puertas muy generosas a la obra de una escritora fundamental.
Casi estoy tentada a preguntarle si todos escribieron sobre lo mismo...
En cierto sentido sí, pero como decía Tolkien, aunque se comparta el argumento lo que define una obra es el colorido, la atmósfera, los detalles individuales e inclasificables del relato. Otro autor imprescindible es Robert E. Howard con su serie "Conan de Cimmeria". Lo leí mucho después que a Tolkien, aunque Howard escribe antes, durante la Gran Depresión de Estados Unidos.
¿Cómo vive el hecho de que sus historias hayan tenido tanta aceptación y que estén incluso siendo traducidas a otros idiomas?
Lo vivo con alegría y con agradecimiento. También, claro, me sirve para observar el comportamiento de los lectores. Un niño o un joven latinoamericano entienden "La saga de los confines" sin dificultad ninguna. Me cuentan que en Alemania, Francia, Holanda y otros países, la cosa no es tan así. "Les resulta difícil la identificación", me dijo un editor. Y yo, debo admitir, me sentí orgullosa de nosotros porque somos capaces de comprender y disfrutar con los imaginarios más variados, los nuestros y los ajenos. Esa me parece una extraordinaria virtud intelectual.
¿Por qué será que se da esta cierta dificultad para la comprensión o identificación con "La saga..." en otros países?
Los que nacieron y crecieron líderes, brillantes y exitosos, en la cima del mundo, suelen conformarse con sus propios ombligos. No digo, por supuesto, que esto sea absoluto, pero sin dudas hay una autocontemplación propia de "los que marcan tendencia". Dicho de otro modo: si no se habla de ellos y como ellos, no importa tanto. Como contracara, los que vivimos en el mundo de los márgenes estamos obligados a ejercitar la imaginación, la aventura; estamos obligados a tomar de todas partes para construir algo propio.
Los adolescentes parecen los lectores más agradecidos del género, ¿o sólo es un prejuicio?
¿Qué piensa sobre la figura del "héroe"?
Cuando uno escribe un relato épico tiene que pensar necesariamente en un héroe que lo va a conducir. A partir del dibujo del héroe que se hace es que uno va a hablar de un mundo o de otro. Es importante preguntarse qué es un héroe para uno. ¿Es el héroe de Hollywood, ese que llega en soledad, con sus virtudes genéticas y resuelve los problemas de un pueblo, que mira con cara de bobo y espera que ese muchacho con capa azul le resuelva la vida y se mande a mudar? La verdad que ese héroe a mí no me interesa, es el héroe del individualismo.
¿Cuál es el héroe que le interesa?
A mí me gusta pensar que el héroe es de alguna manera lo que un pueblo quiere que perdure de sí mismo, la memoria humana no puede retener todo, está obligada a desechar cosas, recordar otras. Este pueblo no puede recordar todo y a cada uno de los argentinos que transitaron este continente. Lo que hace es crear su propio héroe con las virtudes y condiciones que suponemos que nos representan. El héroe es eso, es la índole de un pueblo, lo mejor de un pueblo que galopa a caballo delante de los demás; San Martín en un punto. No es mucho más que aquel que reúne las mejores condiciones de su gente, de su pueblo y que a su pueblo se debe y que sin su pueblo no puede nada.
¿Cómo construye esa figura en sus relatos? Su último libro sobre "Los confines" está construido desde el antihéroe. ¿Cómo fue pararse desde ahí, bancarse eso?
Siempre es un riesgo, es un riesgo el héroe y es un riesgo el antihéroe, pero la realidad es que necesitamos tanto al uno como al otro. Son polos dialécticos absolutamente indispensables. Me preocupa siempre y mucho que el héroe sea creíble, de carne y hueso, que sea humano y complejo, pero es muy delicado el equilibrio porque si lo transformamos en una persona absolutamente igual a cualquiera deja de ser héroe. Me parece que uno de los grandes trabajos de la literatura épica fantástica actual, es que el público te pide algo más gris, más ambiguo. El gran desafío es que siga siendo héroe, que siga funcionando como este recorte cultural que nos simboliza. Y lo mismo pasa al revés: voy a justificar al antihéroe, pero ¡ojo!, porque lo humanizo. Si lo justifico tanto deja de funcionar como antihéroe y no me sirve más en la fórmula. Es interesantísimo, pero sabiendo que hay un riesgo y hay que tener cuidado de no cruzar esa línea porque ya la figura deja de funcionar en la épica.
Los pueblos originarios están muy presentes en su obra…
Vuelvo siempre a la sabiduría de nuestros pueblos originarios, creo que durante mucho tiempo y aún hoy nos quieren hacer creer que somos solamente hijos de los barcos, como decía Borges, que somos hijos de los inmigrantes. Y sí, mi abuelo era italiano, mi abuela era española, pero la verdad es que somos mestizos. Cuando decís "che" estás diciendo que tenés un abuelo originario porque "che" quiere decir gente, cuando comés zapallo hasta cuando jugás pelota, tenés abuelos originarios. A mí me parece que de esta condición mestiza aparecen un montón de posibilidades de contar y de ser de una manera. Ser mestizos nos pone en la búsqueda extraordinaria, maravillosa y necesaria del origen. Darme vuelta a ver de dónde soy y encontrar raíces desparramadas por todos lados, es una búsqueda.
En un mundo tan diverso cultural, geográfica y socialmente, ¿para qué inventar otros?
La necesidad de imaginar universos alternativos está presente en la literatura oral de las culturas más diversas. La épica fantástica se propone la construcción de un mundo paralelo en el que se narran relatos que deben reunir dos elementos esenciales. Tienen que ser colectivos -son relatos de pueblos, llenos de gentilicios- y, además, de magnitud heroica. No se trata de relatos intimistas, aunque en algunos, sobre todo en los modernos, el tema psicológico o privado aparezca. Tienen la intención de fijar un modelo a seguir y son, en ese sentido, didácticos. A esto hay que sumarle los tópicos casi necesarios del género que son los viajes, de iniciación o de transformación, el héroe y el antihéroe y la aparición de dos polos siempre en guerra: el Bien y el Mal. Además, por supuesto, lo fantástico, cierto enrarecimiento, que suele asociarse a un sistema mágico. Esto no significa que esos mundos no estén referenciados. Toman algún sector de la realidad y lo subliman desde lo fantástico para presentar una mirada singular sobre ese microcosmos.
No son, pues, sitios desasidos de lo real.
No, en absoluto. Son especulaciones sobre la realidad que, además, muchas veces, por ejemplo en Ursula K. Le Guin, tienen mucho de ensayo: la historia funciona casi como un experimento antropológico que se vale de la ficción para investigar y reflexionar, en su caso, sobre la problemática de género.
¿Cuál fue su experimento? ¿Qué quería lograr cuando se decidió a escribir "La saga de los confines"?
Lo mío es bastante paradigmático porque se asocia a una característica del género épico: existe el deseo de construir en la ficción un mundo deseado y deseable, utópico. "La saga de los confines" narra el enfrentamiento bélico, pero también filosófico, social y económico, entre dos proyectos de mundo: uno que tiene que ver con la diversidad, la libertad y el respeto por la naturaleza y otro que potencia la uniformidad, la esclavitud y la relación parásita. En ese contexto se desarrollan amores, traiciones, guerras y toda la temática mágica característica del género, basada aquí en la concepción de los mapuches, aztecas y mayas y en libros como el "Popol Vuh". Hay, también, seres fantásticos como las mujeres pez o los lulus, criaturas de cola luminosa.
Gran parte de esta literatura siente cierta fascinación por lo medieval: castillos, caballeros, espadas... ¿Por qué?
Sí, en muchos relatos del género hay un medievalismo subyacente, una especie de melancolía, incluso, que se trasluce al imaginar ropas, alimentos, armas, fortalezas. Si bien en mi saga no se da, porque el universo de los objetos y elementos se enraíza en la América aborigen, es cierto que los ropajes de lo medieval, los largos viajes, las Cruzadas... exaltan la imaginación. Con visión crítica o vocación melancólica, la Edad Media es siempre una reserva de climas y temáticas para la literatura. Parte de esa nostalgia se explica porque se la asocia con cierta buena lentitud, con una vivencia más humana y menos ruidosa del tiempo.
¿Qué autores le abrieron a usted las puertas de la imaginación?
Trazar una historia del género nos lleva a épicas anónimas como la de Gilgamesh, el rey sumerio de la ciudad de Uruk unos cuatro mil seiscientos años atrás, o al mismo Homero en Grecia, porque en ellos están los embriones de lo épico y lo fantástico. Pero nombraría a autores clave porque me propusieron universos con reglas propias, novelas-mundo, clásicos infantiles como "Los viajes de Gulliver", de Jonathan Swift, de 1726, que es una gran alegoría de la situación sociopolítica de la época. O Julio Verne, buena escuela a la hora de soñar desde la literatura cosas que después son posibles. "Alicia en el país de las maravillas", de Lewis Carroll, me parece también un texto fundamental con un apunte lleno de ternura: siempre he creído que el final era innecesario.
¿...?
Es que... es lo olvidable del libro, porque la construcción fantástica de Carroll resulta tan verosímil, que intentar revertirla diciendo que las peripecias de Alicia se explican por un sueño sólo se entiende como una obligación del matemático que él era, tratando de permanecer fiel a su época y su formación.
¿Y su encuentro con la épica fantástica propiamente dicha?
En forma consciente y apasionada llegué al género con Tolkien. Yo tenía unos veinte años y leí "El Señor de los Anillos". Me encontré habitando un mundo poblado por balrogs o demonios de apariencia semihumana, grandes arañas, águilas, elfos, dragones y demás monstruos con ecos de las mitologías celta, germana y nórdica. Un universo del que peligrosamente no me quería ir. Fue casi adictivo para mí, que por impronta familiar venía leyendo mucho realismo del "boom" y el "posboom" latinoamericano. Seguí con "El Hobbitt" y finalmente con "El Silmarillion", su mejor texto, por la belleza de la prosa.
Tolkien y Le Guin son influencias que reconoce. ¿Qué recogió de cada uno de ellos?
De Tolkien, la idea de concebir otro mundo y las características del género épico modernizado; de Le Guin, la presencia fuerte de las mujeres y el trabajo lírico con la palabra. Libros como "Los magos de Terramar", "El nombre del mundo es Bosque", "La mano izquierda de la oscuridad" fueron puertas muy generosas a la obra de una escritora fundamental.
Casi estoy tentada a preguntarle si todos escribieron sobre lo mismo...
En cierto sentido sí, pero como decía Tolkien, aunque se comparta el argumento lo que define una obra es el colorido, la atmósfera, los detalles individuales e inclasificables del relato. Otro autor imprescindible es Robert E. Howard con su serie "Conan de Cimmeria". Lo leí mucho después que a Tolkien, aunque Howard escribe antes, durante la Gran Depresión de Estados Unidos.
¿Cómo vive el hecho de que sus historias hayan tenido tanta aceptación y que estén incluso siendo traducidas a otros idiomas?
Lo vivo con alegría y con agradecimiento. También, claro, me sirve para observar el comportamiento de los lectores. Un niño o un joven latinoamericano entienden "La saga de los confines" sin dificultad ninguna. Me cuentan que en Alemania, Francia, Holanda y otros países, la cosa no es tan así. "Les resulta difícil la identificación", me dijo un editor. Y yo, debo admitir, me sentí orgullosa de nosotros porque somos capaces de comprender y disfrutar con los imaginarios más variados, los nuestros y los ajenos. Esa me parece una extraordinaria virtud intelectual.
¿Por qué será que se da esta cierta dificultad para la comprensión o identificación con "La saga..." en otros países?
Los que nacieron y crecieron líderes, brillantes y exitosos, en la cima del mundo, suelen conformarse con sus propios ombligos. No digo, por supuesto, que esto sea absoluto, pero sin dudas hay una autocontemplación propia de "los que marcan tendencia". Dicho de otro modo: si no se habla de ellos y como ellos, no importa tanto. Como contracara, los que vivimos en el mundo de los márgenes estamos obligados a ejercitar la imaginación, la aventura; estamos obligados a tomar de todas partes para construir algo propio.
Los adolescentes parecen los lectores más agradecidos del género, ¿o sólo es un prejuicio?
Los jóvenes reciben mejor estas historias porque son más generosos, más claros y más libres a la hora de no exigirle a la literatura un plus. La literatura vale, para ellos, por sí misma. Yo he escuchado a muchos adultos decir: "Leo literatura histórica porque además aprovecho para aprender sobre tal o cual cosa". Le exigen referencialidad, información o una utilidad que la literatura no tiene por qué tener como no tienen por qué aportarlas un cuadro o una sinfonía. Cuesta mucho que a los escritores de este tipo se nos tome en serio.
¿Por qué?
Porque perdura una infravaloración de la imaginación que heredamos de prejuicios decimonónicos. Sigue habiendo la idea de que no es literatura seria...