Alejada de los territorios del canon y la
farándula literaria, Liliana Bodoc además de captar la atención de
lectores jóvenes también lo ha hecho con los adultos con cuentos como los reunidos en "Amigos por el viento" y con novelas como "Memorias impuras", "El perro del peregrino", "La entrevista", "El rastro de la canela" y "Presagio de carnaval". El escritor argentino Enrique Anderson Imbert (1910-2000) señalaba en su ensayo "La prosa. Modalidades y usos" que "hay momentos en la historia literaria
en que los espíritus más poéticos -esto es, más expresivos- son prosadores y no
versificadores". Al leer las obras de Liliana Bodoc se puede sentir que sus narraciones están contadas mediante acciones y diálogos que
privilegian los acontecimientos y la historia, pero con una marcada presencia
de giros de cosecha propia que provienen de un universo poético muy
particular, convirtiéndola sin duda en uno de los espíritus contemporáneos más
expresivos. A través de su literatura ha demostrado un gusto acendrado por abrevar en hechos del pasado, si bien lo
suyo claramente no es novela histórica. Su imaginación fecundiza
y reviste casi cualquier acontecimiento de formas y esencias que parten antes
de su creatividad constante que de sustentos históricos reales, aunque puedan
inspirarse en ellos. "Me siento mucho más segura, mucho
más tranquila, escribiendo con los pies puestos en algún referente histórico,
real, social -sostiene la escritora-. Obviamente, digo, para después reescribirlo, inventarlo,
mentirlo, Como decía Borges, tergiversarlo. Me siento parada en la tradición en el mejor de los sentidos. Me parece que
este juego permanente entre la tradición y el cambio a mí me gusta. Le tengo
mucho miedo a lo 'original', eso que
nace de un repollo. Me gusta el original que está anclado en el origen. Eso sí
me gusta. A mi manera, me siento pisando un terreno seguro". Sigue a continuación la segunda y última parte de la recopilación editada de entrevistas concedidas por la escritora a diversos medios periodísticos.
¿De dónde surge el deseo de escribir?
Los estímulos vienen de muchos lugares, pero la gestión para mí empieza claramente en lo emocional, en la boca del estómago. Después pasa al nivel racional y uno sabe que eso es una novela, que requiere de análisis, que la va a leer otro y no tiene por qué comerse la neurosis emocional de nadie. Uno tiene que hacer de esa neurosis un producto artístico que el otro pueda decodificar para poder emocionarse. Pero sí, el inicio tiene que ser por algo que me atraviesa emocionalmente, sin eso no soy capaz de escribir ni la lista del supermercado.
¿Cómo es el proceso desde ese impulso que sale del estómago hasta sentarse a escribir y de ahí al "esto está listo para mostrárselo a alguien"?
En primer lugar hay que hacerle caso a Antonio Machado. Él decía que no se puede escribir nunca con la emoción sino con el recuerdo de la emoción, dejar que pase el cimbronazo y quedarse con la índole, lo que nos dejó ese trance emocional. Ahí empiezan a jugar la técnica, el trabajo y en algún sentido el oficio. Esta es la historia, pero quiénes la van a encarnar, dónde, desde qué punto de vista, ahí se arma todo el barullo de la narración. La primer escritura es de un tránsito mucho más cercano, más pegado al texto. En la corrección hago un extrañamiento, lo miro desde más lejos, desde un lugar más crítico, más duro. Me gusta corregir, uno conoce su texto más profundamente y lo ve crecer.
¿Corrige mucho?
Disfruto mucho de la corrección. Es uno de los momentos más lindos de la escritura. Es la oportunidad de volver sobre el texto y encontrar sus falencias, los baches, los problemas, y romperse la cabeza para ver cómo lo resolvés. Es la ocasión de dormirse pensando en la historia.
¿Cree en la inspiración?
Poco y nada. Hay momentos más auspiciosos, porque ha sucedido algo y uno se siente mejor o corre un lindo viento o lo que fuere, a partir de lo cual las cosas pueden llegar a fluir. Pero en esto adhiero a Roberto Arlt: "El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo", y no hay tutía. Hay días en que todo es más fácil pero, al menos en mi caso, con eso no alcanza.
¿Qué es lo que la lleva a escribir, qué la motiva?
Escribo porque encontré en las palabras mi mejor amparo, mi herramienta más amada. La escritura literaria es el lugar donde no me importan ni el resultado, ni la vergüenza, ni el fracaso, ni el error. Patio donde jugar, entendiendo el término en su más hondo sentido.
¿Tiene un plan de escritura? ¿Cómo arma materialmente una novela?
Soy bastante fóbica del orden; a mí me parece que uno va cambiando las fobias de lugar, al menos en mi caso. De hecho empezar a escribir me sacó lo fóbico de ordenar mi entorno y por ahí me lo trasladó a ordenar mi texto. Yo compro un cuaderno; si voy a escribir esta novela, entonces compro un cuaderno para esta novela. En general empiezo esbozando el argumento; después los personajes, y los nombro. Y los pienso, y los describo muy a grandes rasgos. A veces hago toda una línea temporal, sobre todo cuando hay novelas como "El espejo africano" donde los tiempos se cruzan. Por ejemplo, me tocó hacerlo con "Diciembre, Súper Álbum", adonde hay un diálogo permanente entre la historia del cómic y la historia de la novela. Lo hago todo de una manera bastante obsesiva. Me gusta que esté todo en un solo lugar y prolijo. Tengo que tener el dibujo de la novela. Cuando lo tengo, la entiendo. Y la puedo empezar a escribir.
En ese libro utiliza todos los mecanismos y estrategias del cómic. ¿Cuál es su relación con la historieta? ¿Por qué esa inclusión tan bien entrelazada en una novela suya?
Esto también tiene que ver con algunas lecturas muy básicas. Mis hermanos leían las revistas "El Tony" y "D'Artagnan". Yo leía la clásica "Intervalo", que era para chicas, porque había comics amorosos. Y la verdad es que no fui demasiado más allá. Después sí, claro, leí "El Eternauta", porque es obligación de un argentino que se precie, y algunas otras cosas por ahí, pero en realidad no soy cultora del género. Para este libro me fui a investigar acerca de la técnica del cómic. Hablé con dibujantes y me metí un poco en ese mundo para pasar sus códigos a la ficción narrativa.
¿Cómo es la elección del lenguaje?
El lenguaje es gigantesco, como si uno tuviera un enorme vestidor que puede recorrer y pensar qué es lo apropiado para la ocasión. Si voy a ir a correr al parque estaría bueno no ponerme tacos altos y un abrigo de piel porque me van mirar como loca, pero además no va a ser eficiente para correr por el parque. Si quiero contar una historia grande, épica, que transcurre en un tiempo antiguo, busco esa instancia del lenguaje. Si quiero contar una historia que sucede aquí, ahora, con chicos parecidos a ustedes y señoras parecidas a mí, busco otra instancia del lenguaje. Tiene que ver con pensar cómo va a funcionar mejor la historia, cómo el lector se la va a creer más.
¿Hay algún momento que sufra o disfrute más de todo el proceso?
La famosa página en blanco, el Word en blanco habría que decir, lejos de angustiarme me propone todas las posibilidades: "acá todavía soy dueña y señora, todavía no puse María dijo", y cuando puse "María dijo" ya dijo alguna cosa y empezás, necesariamente, a ser esclava de tu propia construcción narrativa. La página en blanco es la libertad absoluta. Pero hay que decirlo, ese momento no dura casi nada. Me preocupa mucho la verosimilitud. Escribo literatura fantástica, quiero separar que no estoy hablando de realismo ni de lo verdadero, sí de lo que es verosímil, lo que dentro de un cosmos de un mundo cerrado funciona bien. Paso a veces paso malos ratos porque no me cierra el verosímil y tengo que remontar la novela, volver a armar toda una línea argumental o un desarrollo del personaje para llegar ahí y decir "ahora me lo creo". Son los momentos más difíciles.
¿Hacé investigación previa a la hora de escribir? ¿Hay algún tipo de estructura para hacerlo?
Para muchas obras me fue absolutamente necesario hacer investigación. El caso de "La saga de los confines" es el más claro. La lectura al principio tuvo que ver con decir "esto tiene que ver con el continente americano precolombino, con la América originaria", dónde empiezo: en el programa de literatura hispanoamericana que había cursado en la facultad. A partir de ahí mi propia búsqueda, sobre todo mi propia búsqueda ideológica. Y armar un plafón, un lugar por el que caminar. Me sirvió mucho no esclavizarme a la bibliografía ni a la verdad, poner este rastreo bibliográfico al servicio de la ficción y no al revés.
¿Cuáles son los temas que le interesan trabajar en su obra?
Una relación amorosa con el mundo. La libertad, porque como dijo el maravilloso Jorge Amado, es el mayor bien del mundo. Todo lo demás puede esperar, no hay riqueza comparable a la libertad. Y la reunión porque en casi todos mis cuentos, mis novelas, se trata no de aquel muchachito o chica que transita sus dolores en esta soledad individualista. Siempre hay gente atrás, un colectivo humano tratando de resolver o incluso de destruir, me gusta pensar en lo colectivo. A mí me interesa siempre como escritora poner a gestionar esa historia en un lugar más grande que lo individual. La verdad es que no me creo que ninguna cosa, ni siquiera una historia de amor, nos pase a nosotros solos, siempre está el mundo metiendo las narices.
¿Qué busca que generen sus escritos, sus historias, en el lector? ¿Cuál es su búsqueda personal como escritora?
Emoción. Y lo digo con la certeza de que la emoción es inteligente y es interpeladora. Muchas veces se asocia lo emocional con el sollozo bobo o la compasión transitoria por una situación o un personaje. Yo creo que lo emocional bien entendido presupone la adquisición de nuevos conocimientos y una comprensión profunda. La huella de lo emocional puede ser mucho más profunda y duradera que las impresiones del puro razonamiento.
Juan Filloy afirmó alguna vez que "hay un manicomio dentro de un escritor. Si uno tuviera una población de hombres correctos, sería un escritor insoportablemente monótono". ¿Qué piensa de esto?
Me parece que es cierto cien por cien. Mucho de lo creativo y de lo artístico en todas las áreas tiene que ver con el desorden, con el miedo, que es una materia extraordinaria para trabajar. Hay una suerte de artista posmoderno, de ejecutivo del arte, con una concepción más de mercado. El artista por antonomasia es un asustado, un triste, un loco.
¿Podría dar una definición de la literatura desde el sentimiento y no desde una simple posición académica?
Me parece que la literatura se caracteriza por ser absolutamente inútil, con la inutilidad que tiene una caricia. Eso es lo que me apasiona del arte en general, y me enojo mucho con eso que está metido en algunos docentes que repiten: "Vamos a aprovechar el texto literario para enseñar historia", como si la literatura no se bastara en sí misma. Si todo fuese utilidad, no podríamos sentarnos a leer y disfrutar un poema.
¿Cuál cree que es el rol del escritor y de la literatura en la sociedad? ¿Qué cree que debe generar la literatura en la sociedad?
El rol del arte es, según creo, apasionar, deshacer e interpelar. No me interesa el arte aséptico, las creaciones endogámicas para regodeo de aquellos que confunden el compromiso con la bajeza artística y lo popular con lo menor. Los artistas, ¡todos!, trabajamos sobre los símbolos; los símbolos son resultado del tiempo y de la cultura. El rol del artista, entonces, debería ser aromar el pan que amasó la gente, y compartirlo en la mesa común.
Una frase suya es: "Hay que reconstruir las palabras". ¿Puede explicar un poco esta idea, sobre todo para el mundo infantil?
A mí me parece que los adultos, y especialmente los docentes, tenemos que volver a pensar en las palabras como fundantes de la condición humana. Hay que volver a apasionarse con las palabras; las palabras pronunciadas, las palabras escritas, el origen de las palabras, el cambio de las palabras, la mentira de las palabras. Creo que nos estamos olvidando de que en realidad estamos hechos de eso, en gran medida. Y me parece que a veces uno habla de la literatura sin pensar que el paso previo, indispensable, es volver a enamorarnos de nuestra lengua y de nuestras palabras.
Otro pensamiento suyo: "Los niños y los jóvenes necesitan literatura".
¡Claro! Al niño hay que hacerlo tomar contacto con la palabra literaria, con la lectura literaria, que nada tiene que ver con la lectura utilitaria. A mí no me gusta que digan "bueno, que lea alguna cosa, total por lo menos lee". Me parece que no tiene nada que ver. La decodificación mecánica del código lingüístico la tenemos relativamente asegurada. Pero hay una lectura literaria que tiene que ver básicamente con desmontar barreras de sentido, con atravesar la denotación y llegar a lo profundo de la connotación, que -me parece- a los niños les hace mucha falta y que es una cosa que hay que apuntalar más en la educación.
"La literatura posee poderes curativos". Explíquenos esta idea suya, solución a muchos problemas humanos.
Vamos a ir hilvanando cosas. Esto tiene que ver con el pensamiento mágico. Todo esto empezó una vez que yo, estando mal del hígado y siendo una persona propensa a asustarme mucho cuando no estoy bien de salud, tratando de apaciguarme a mí misma, además de los medicamentos, me recitaba una de las estrofas de la "Oda al hígado" de Pablo Neruda: "De ti,/ monarca oscuro,/ distribuidor de mieles y venenos,/ regulador de sales,/ de ti espero justicia./ Amo la vida: ¡Cúmpleme! ¡Trabaja!/ No detengas mi canto". Y yo juraba y perjuraba -y sigo haciéndolo- que a mí eso me ayudó a curarme. ¿Y por qué no? Acá enlazamos con lo de la fascinación. A mí me parece que hay una curación también por fascinación. Y por belleza. Además me parece que está bastante comprobado que el arte en general -y la literatura en particular- ayuda, socorre a los enfermos, aún a los agonizantes. Yo siempre les pido a mis hijos y a mi esposo que si estoy agonizando, me lean, por favor, aunque todos les digan que no los voy a escuchar.
Con esto llegamos a un tema que está en sus libros: la muerte. Mostrar la muerte a los jóvenes es algo verdadero, pero de la forma que usted lo hace es darles la realidad. ¿Por qué está tan presente la muerte en algunos de sus relatos y sobre todo en "Los días de la Sombra"?
Se me aparece una primera respuesta, obviamente biográfica pero no por eso desdeñable: porque uno escribe también desde lo que le pasó. Tiene que ver posiblemente con la muerte de mi mamá cuando yo era muy chica. Y esto lo voy notando a medida que pasan los años. De manera que seguro que hay un momento de muerte, que fue un punto de inflexión en mi vida, como seguramente en la de cualquier niño al que le pasa eso. Pero a mí me interesa hablar de la muerte en función de apartarla de la pura individualidad. Se muere esta forma que soy, se muere esta organización molecular, pero esta organización se transforma en otras cosas. A mí me alivia mucho pensarlo de esa manera. Claro que no es un pensamiento mío, es un pensamiento milenario, que cuesta asimilar. Uno puede decirlo, pero de ahí a sentirlo… Pero me parece que hay que hacer un ejercicio en este sentido, y recordarse a uno mismo que uno es una organización transitoria, que felizmente nada nuestro, nada, se pierde. Todo va a volver de otra manera. Y me parece importante también presentar este concepto de la muerte a los chicos.
En sus novelas se nota mucho el trabajo que hay detrás, con muchos juegos de coincidencias a veces increíbles. ¿Le gusta esto de jugar con las coincidencias?
Sí, me parece que es uno de los encantos más grandes de la literatura. En general no me dejo llevar demasiado por el instinto. La inspiración a mí no me va, no me sirve demasiado, me sirve a ratos. A mí me gusta en cambio el trabajo analítico previo, me gusta pensar, me gusta armar estas supuestas coincidencias que van a ocurrir. Me gusta entrelazar las tramas, saber que esto que digo acá en la novela va a resultar en aquello que voy a decir más allá. Y después de todo ese trabajo -que disfruto mucho- me largo a la escritura propiamente dicha. Ahí me relajo un poco más.
Ahora que ya tiene más de diez años de obra escrita, ¿qué quiere legar a sus lectores? ¿Una visión optimista del mundo?
Sigo pensando que este mundo así no cierra. Que hay muchísimas posibilidades de que sea mejor, mucho más justo, mucho más humano. Y jamás dejo eso de lado a la hora de escribir. Jamás me desentiendo de este mundo, de la esperanza -utópica dirán muchos, y a mí me importa poco- de transformarlo. Jamás. Siempre pienso que escribir tiene que ver también con aportar para transformar el mundo.
¿De dónde surge el deseo de escribir?
Los estímulos vienen de muchos lugares, pero la gestión para mí empieza claramente en lo emocional, en la boca del estómago. Después pasa al nivel racional y uno sabe que eso es una novela, que requiere de análisis, que la va a leer otro y no tiene por qué comerse la neurosis emocional de nadie. Uno tiene que hacer de esa neurosis un producto artístico que el otro pueda decodificar para poder emocionarse. Pero sí, el inicio tiene que ser por algo que me atraviesa emocionalmente, sin eso no soy capaz de escribir ni la lista del supermercado.
¿Cómo es el proceso desde ese impulso que sale del estómago hasta sentarse a escribir y de ahí al "esto está listo para mostrárselo a alguien"?
En primer lugar hay que hacerle caso a Antonio Machado. Él decía que no se puede escribir nunca con la emoción sino con el recuerdo de la emoción, dejar que pase el cimbronazo y quedarse con la índole, lo que nos dejó ese trance emocional. Ahí empiezan a jugar la técnica, el trabajo y en algún sentido el oficio. Esta es la historia, pero quiénes la van a encarnar, dónde, desde qué punto de vista, ahí se arma todo el barullo de la narración. La primer escritura es de un tránsito mucho más cercano, más pegado al texto. En la corrección hago un extrañamiento, lo miro desde más lejos, desde un lugar más crítico, más duro. Me gusta corregir, uno conoce su texto más profundamente y lo ve crecer.
¿Corrige mucho?
Disfruto mucho de la corrección. Es uno de los momentos más lindos de la escritura. Es la oportunidad de volver sobre el texto y encontrar sus falencias, los baches, los problemas, y romperse la cabeza para ver cómo lo resolvés. Es la ocasión de dormirse pensando en la historia.
¿Cree en la inspiración?
Poco y nada. Hay momentos más auspiciosos, porque ha sucedido algo y uno se siente mejor o corre un lindo viento o lo que fuere, a partir de lo cual las cosas pueden llegar a fluir. Pero en esto adhiero a Roberto Arlt: "El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo", y no hay tutía. Hay días en que todo es más fácil pero, al menos en mi caso, con eso no alcanza.
¿Qué es lo que la lleva a escribir, qué la motiva?
Escribo porque encontré en las palabras mi mejor amparo, mi herramienta más amada. La escritura literaria es el lugar donde no me importan ni el resultado, ni la vergüenza, ni el fracaso, ni el error. Patio donde jugar, entendiendo el término en su más hondo sentido.
¿Tiene un plan de escritura? ¿Cómo arma materialmente una novela?
Soy bastante fóbica del orden; a mí me parece que uno va cambiando las fobias de lugar, al menos en mi caso. De hecho empezar a escribir me sacó lo fóbico de ordenar mi entorno y por ahí me lo trasladó a ordenar mi texto. Yo compro un cuaderno; si voy a escribir esta novela, entonces compro un cuaderno para esta novela. En general empiezo esbozando el argumento; después los personajes, y los nombro. Y los pienso, y los describo muy a grandes rasgos. A veces hago toda una línea temporal, sobre todo cuando hay novelas como "El espejo africano" donde los tiempos se cruzan. Por ejemplo, me tocó hacerlo con "Diciembre, Súper Álbum", adonde hay un diálogo permanente entre la historia del cómic y la historia de la novela. Lo hago todo de una manera bastante obsesiva. Me gusta que esté todo en un solo lugar y prolijo. Tengo que tener el dibujo de la novela. Cuando lo tengo, la entiendo. Y la puedo empezar a escribir.
En ese libro utiliza todos los mecanismos y estrategias del cómic. ¿Cuál es su relación con la historieta? ¿Por qué esa inclusión tan bien entrelazada en una novela suya?
Esto también tiene que ver con algunas lecturas muy básicas. Mis hermanos leían las revistas "El Tony" y "D'Artagnan". Yo leía la clásica "Intervalo", que era para chicas, porque había comics amorosos. Y la verdad es que no fui demasiado más allá. Después sí, claro, leí "El Eternauta", porque es obligación de un argentino que se precie, y algunas otras cosas por ahí, pero en realidad no soy cultora del género. Para este libro me fui a investigar acerca de la técnica del cómic. Hablé con dibujantes y me metí un poco en ese mundo para pasar sus códigos a la ficción narrativa.
¿Cómo es la elección del lenguaje?
El lenguaje es gigantesco, como si uno tuviera un enorme vestidor que puede recorrer y pensar qué es lo apropiado para la ocasión. Si voy a ir a correr al parque estaría bueno no ponerme tacos altos y un abrigo de piel porque me van mirar como loca, pero además no va a ser eficiente para correr por el parque. Si quiero contar una historia grande, épica, que transcurre en un tiempo antiguo, busco esa instancia del lenguaje. Si quiero contar una historia que sucede aquí, ahora, con chicos parecidos a ustedes y señoras parecidas a mí, busco otra instancia del lenguaje. Tiene que ver con pensar cómo va a funcionar mejor la historia, cómo el lector se la va a creer más.
¿Hay algún momento que sufra o disfrute más de todo el proceso?
La famosa página en blanco, el Word en blanco habría que decir, lejos de angustiarme me propone todas las posibilidades: "acá todavía soy dueña y señora, todavía no puse María dijo", y cuando puse "María dijo" ya dijo alguna cosa y empezás, necesariamente, a ser esclava de tu propia construcción narrativa. La página en blanco es la libertad absoluta. Pero hay que decirlo, ese momento no dura casi nada. Me preocupa mucho la verosimilitud. Escribo literatura fantástica, quiero separar que no estoy hablando de realismo ni de lo verdadero, sí de lo que es verosímil, lo que dentro de un cosmos de un mundo cerrado funciona bien. Paso a veces paso malos ratos porque no me cierra el verosímil y tengo que remontar la novela, volver a armar toda una línea argumental o un desarrollo del personaje para llegar ahí y decir "ahora me lo creo". Son los momentos más difíciles.
¿Hacé investigación previa a la hora de escribir? ¿Hay algún tipo de estructura para hacerlo?
Para muchas obras me fue absolutamente necesario hacer investigación. El caso de "La saga de los confines" es el más claro. La lectura al principio tuvo que ver con decir "esto tiene que ver con el continente americano precolombino, con la América originaria", dónde empiezo: en el programa de literatura hispanoamericana que había cursado en la facultad. A partir de ahí mi propia búsqueda, sobre todo mi propia búsqueda ideológica. Y armar un plafón, un lugar por el que caminar. Me sirvió mucho no esclavizarme a la bibliografía ni a la verdad, poner este rastreo bibliográfico al servicio de la ficción y no al revés.
¿Cuáles son los temas que le interesan trabajar en su obra?
Una relación amorosa con el mundo. La libertad, porque como dijo el maravilloso Jorge Amado, es el mayor bien del mundo. Todo lo demás puede esperar, no hay riqueza comparable a la libertad. Y la reunión porque en casi todos mis cuentos, mis novelas, se trata no de aquel muchachito o chica que transita sus dolores en esta soledad individualista. Siempre hay gente atrás, un colectivo humano tratando de resolver o incluso de destruir, me gusta pensar en lo colectivo. A mí me interesa siempre como escritora poner a gestionar esa historia en un lugar más grande que lo individual. La verdad es que no me creo que ninguna cosa, ni siquiera una historia de amor, nos pase a nosotros solos, siempre está el mundo metiendo las narices.
¿Qué busca que generen sus escritos, sus historias, en el lector? ¿Cuál es su búsqueda personal como escritora?
Emoción. Y lo digo con la certeza de que la emoción es inteligente y es interpeladora. Muchas veces se asocia lo emocional con el sollozo bobo o la compasión transitoria por una situación o un personaje. Yo creo que lo emocional bien entendido presupone la adquisición de nuevos conocimientos y una comprensión profunda. La huella de lo emocional puede ser mucho más profunda y duradera que las impresiones del puro razonamiento.
Juan Filloy afirmó alguna vez que "hay un manicomio dentro de un escritor. Si uno tuviera una población de hombres correctos, sería un escritor insoportablemente monótono". ¿Qué piensa de esto?
Me parece que es cierto cien por cien. Mucho de lo creativo y de lo artístico en todas las áreas tiene que ver con el desorden, con el miedo, que es una materia extraordinaria para trabajar. Hay una suerte de artista posmoderno, de ejecutivo del arte, con una concepción más de mercado. El artista por antonomasia es un asustado, un triste, un loco.
¿Podría dar una definición de la literatura desde el sentimiento y no desde una simple posición académica?
Me parece que la literatura se caracteriza por ser absolutamente inútil, con la inutilidad que tiene una caricia. Eso es lo que me apasiona del arte en general, y me enojo mucho con eso que está metido en algunos docentes que repiten: "Vamos a aprovechar el texto literario para enseñar historia", como si la literatura no se bastara en sí misma. Si todo fuese utilidad, no podríamos sentarnos a leer y disfrutar un poema.
¿Cuál cree que es el rol del escritor y de la literatura en la sociedad? ¿Qué cree que debe generar la literatura en la sociedad?
El rol del arte es, según creo, apasionar, deshacer e interpelar. No me interesa el arte aséptico, las creaciones endogámicas para regodeo de aquellos que confunden el compromiso con la bajeza artística y lo popular con lo menor. Los artistas, ¡todos!, trabajamos sobre los símbolos; los símbolos son resultado del tiempo y de la cultura. El rol del artista, entonces, debería ser aromar el pan que amasó la gente, y compartirlo en la mesa común.
Una frase suya es: "Hay que reconstruir las palabras". ¿Puede explicar un poco esta idea, sobre todo para el mundo infantil?
A mí me parece que los adultos, y especialmente los docentes, tenemos que volver a pensar en las palabras como fundantes de la condición humana. Hay que volver a apasionarse con las palabras; las palabras pronunciadas, las palabras escritas, el origen de las palabras, el cambio de las palabras, la mentira de las palabras. Creo que nos estamos olvidando de que en realidad estamos hechos de eso, en gran medida. Y me parece que a veces uno habla de la literatura sin pensar que el paso previo, indispensable, es volver a enamorarnos de nuestra lengua y de nuestras palabras.
Otro pensamiento suyo: "Los niños y los jóvenes necesitan literatura".
¡Claro! Al niño hay que hacerlo tomar contacto con la palabra literaria, con la lectura literaria, que nada tiene que ver con la lectura utilitaria. A mí no me gusta que digan "bueno, que lea alguna cosa, total por lo menos lee". Me parece que no tiene nada que ver. La decodificación mecánica del código lingüístico la tenemos relativamente asegurada. Pero hay una lectura literaria que tiene que ver básicamente con desmontar barreras de sentido, con atravesar la denotación y llegar a lo profundo de la connotación, que -me parece- a los niños les hace mucha falta y que es una cosa que hay que apuntalar más en la educación.
"La literatura posee poderes curativos". Explíquenos esta idea suya, solución a muchos problemas humanos.
Vamos a ir hilvanando cosas. Esto tiene que ver con el pensamiento mágico. Todo esto empezó una vez que yo, estando mal del hígado y siendo una persona propensa a asustarme mucho cuando no estoy bien de salud, tratando de apaciguarme a mí misma, además de los medicamentos, me recitaba una de las estrofas de la "Oda al hígado" de Pablo Neruda: "De ti,/ monarca oscuro,/ distribuidor de mieles y venenos,/ regulador de sales,/ de ti espero justicia./ Amo la vida: ¡Cúmpleme! ¡Trabaja!/ No detengas mi canto". Y yo juraba y perjuraba -y sigo haciéndolo- que a mí eso me ayudó a curarme. ¿Y por qué no? Acá enlazamos con lo de la fascinación. A mí me parece que hay una curación también por fascinación. Y por belleza. Además me parece que está bastante comprobado que el arte en general -y la literatura en particular- ayuda, socorre a los enfermos, aún a los agonizantes. Yo siempre les pido a mis hijos y a mi esposo que si estoy agonizando, me lean, por favor, aunque todos les digan que no los voy a escuchar.
Con esto llegamos a un tema que está en sus libros: la muerte. Mostrar la muerte a los jóvenes es algo verdadero, pero de la forma que usted lo hace es darles la realidad. ¿Por qué está tan presente la muerte en algunos de sus relatos y sobre todo en "Los días de la Sombra"?
Se me aparece una primera respuesta, obviamente biográfica pero no por eso desdeñable: porque uno escribe también desde lo que le pasó. Tiene que ver posiblemente con la muerte de mi mamá cuando yo era muy chica. Y esto lo voy notando a medida que pasan los años. De manera que seguro que hay un momento de muerte, que fue un punto de inflexión en mi vida, como seguramente en la de cualquier niño al que le pasa eso. Pero a mí me interesa hablar de la muerte en función de apartarla de la pura individualidad. Se muere esta forma que soy, se muere esta organización molecular, pero esta organización se transforma en otras cosas. A mí me alivia mucho pensarlo de esa manera. Claro que no es un pensamiento mío, es un pensamiento milenario, que cuesta asimilar. Uno puede decirlo, pero de ahí a sentirlo… Pero me parece que hay que hacer un ejercicio en este sentido, y recordarse a uno mismo que uno es una organización transitoria, que felizmente nada nuestro, nada, se pierde. Todo va a volver de otra manera. Y me parece importante también presentar este concepto de la muerte a los chicos.
En sus novelas se nota mucho el trabajo que hay detrás, con muchos juegos de coincidencias a veces increíbles. ¿Le gusta esto de jugar con las coincidencias?
Sí, me parece que es uno de los encantos más grandes de la literatura. En general no me dejo llevar demasiado por el instinto. La inspiración a mí no me va, no me sirve demasiado, me sirve a ratos. A mí me gusta en cambio el trabajo analítico previo, me gusta pensar, me gusta armar estas supuestas coincidencias que van a ocurrir. Me gusta entrelazar las tramas, saber que esto que digo acá en la novela va a resultar en aquello que voy a decir más allá. Y después de todo ese trabajo -que disfruto mucho- me largo a la escritura propiamente dicha. Ahí me relajo un poco más.
Ahora que ya tiene más de diez años de obra escrita, ¿qué quiere legar a sus lectores? ¿Una visión optimista del mundo?
Sigo pensando que este mundo así no cierra. Que hay muchísimas posibilidades de que sea mejor, mucho más justo, mucho más humano. Y jamás dejo eso de lado a la hora de escribir. Jamás me desentiendo de este mundo, de la esperanza -utópica dirán muchos, y a mí me importa poco- de transformarlo. Jamás. Siempre pienso que escribir tiene que ver también con aportar para transformar el mundo.
En sus
libros y escritos hay un marcado interés por la cultura y la historia
latinoamericanas. ¿Cuál es su análisis de la realidad latinoamericana actual?
Bueno, a esta pregunta sólo me atrevo a responder desde lo casi íntimo, más
como una emoción que como un análisis. Veo nuestro continente lleno de
históricas posibilidades; lo veo transitando por caminos genuinos, lo veo
incluyendo y no expulsando. Sin embargo, estoy lejos de cantar victoria. Hay
todavía mucho por hacer y por afianzar. Posiblemente, el gran desafío sea
construir bienestar sin repetir esa trágica historia de crecer a expensas de la
tierra y del agua. Si me dejan soñar, sueño con un continente donde, sobre la
base de la plena dignidad, la felicidad humana no esté asociada al consumo.
¿Cómo ve al bien y al mal en la actualidad, en sus historias y en el mundo?
Puedo entender -y de hecho hago un trabajo por
entender- que vivimos inmersos en los grises. Sé que es así, todo el tiempo es
así, en mi vida, en la vida de mi vecino, en la política… Sin embargo, hay un
lugar en el que a mí me gusta plantarme. Hay un tango que dice: "El bien es bien
y el mal es mal" y a mí me parece que es bueno que un hombre tenga un límite
que no trasponga. Me preocupa mucho que el gris nos haga creer que todo es
posible.
Jaime
Rest, crítico argentino muerto en 1979, afirmaba que el género policíaco, la
ciencia ficción y el terror eran diferentes respuestas a la dificultad del
siglo XIX para conciliar el racionalismo científico con los elementos
sobrenaturales u oscuros del Romanticismo.
Coincido y pienso que lo fantástico, tomado en
forma amplia, asume la complejidad de aquello para lo cual no tenemos
respuestas racionales. Puede tener, también, una fuerza transformadora
increíble y plantarnos en un territorio de batalla social comprometida. Así,
"Kalpa imperial", de Angelica Gorodischer, narra en once relatos fragmentos de la historia del Imperio Más Vasto que Nunca Existió con un
derroche magistral de imaginación. El libro habla básicamente de la dictadura
argentina y de la represión, desde un universo de ficción muy complejo.
¿Cómo
explica el auge que vive este tipo de literatura desde hace una década al
menos?
Creo que hay una necesidad social de comprensión
de diferentes aspectos de lo real. La razón pura no agota las respuestas
posibles y la literatura de fantasía propone una mayor apertura. Es un auge que
el cine amplifica: "Harry Potter", "El Señor de los Anillos", ahora
las "Crónicas de Narnia" basadas en los libros de C.S. Lewis... Seguramente este boom pasará y quedará
sólo lo que valga la pena, pero resta un largo camino hasta juzgar a los
escritores del género por la calidad de los textos que presentan.
¿Qué tipo
de relación existe entre su literatura y el realismo mágico?
Lo fantástico es una luz con la que me gusta
iluminar la razón; por mi historia personal -mi padre fue siempre racional
hasta el autoritarismo- ha sido mi espacio de rebelión. García Márquez
estableció un puente, que yo agradezco, entre el mundo de la literatura
latinoamericana comprometida, combativa, preocupada por las injusticias y lo
fantástico. En "Cien años de soledad", Remedios, la bella, puede
levitar, pero Macondo no deja de ser un pueblo latinoamericano con toda su
problemática. Hasta el realismo mágico, conciliar esos mundos fue imposible
para quienes sentían que literatura era compromiso social y pelea
revolucionaria y que el resto era de tilingos.
Le
propongo el movimiento inverso: ¿cree que hay temas que sólo pueden abordarse
desde la épica fantástica?
No me gustaría cometer contra el realismo lo que
el realismo cometió contra la fantasía. Que hablen de
duendes nomás, que hablen de lo que quieran. A la literatura no hay
que ponerle cáscaras ni cerrojos. La ficción debe ser pura libertad.