"¿Encontraría
a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de
Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que
flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se
inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces
detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural
cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y
acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un
encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se
da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que
aprieta desde abajo el tubo de dentífrico". Así comienza "Rayuela", la novela de
Julio Cortázar (1914-1984) cuya aparición supuso una verdadera revolución
dentro de la novelística en lengua española: por primera vez un escritor
hispanoamericano llevaba hasta las últimas consecuencias la voluntad de
transgredir el orden tradicional de una historia y el lenguaje para contarla.
Editada
por primera vez el 28 de junio de 1963, esta novela singular, abierta
a múltiples lecturas, llena de humor, de riesgo y de una originalidad sin
precedentes, narra las vicisitudes de un grupo de intelectuales sudamericanos
en el París de los años '60: Pola, Talita, La Maga, Manolo Traveler y el
protagonista principal: Horacio Oliveira. "Rayuela" fue escrita en París y rápidamente
se convirtió en un hito de la renovación creadora y emblema de las letras
latinoamericanas en el mundo. El escritor argentino y profesor de Teoría
Literaria en la Universidad de Buenos Aires Martín Kohan (1967) afirmó al
cumplirse el 50º aniversario de su publicación: "Recuerdo claramente la
dimensión de 'Rayuela' como influencia en las costumbres; recogí ese
impacto y creo que lo recojo hasta hoy. Es una literatura capaz de fundar
estéticas e imaginarios". Para el autor de "Ciencias morales" corresponde "reconocerle
el poder de convertirse en moda, para bien y para mal. Esa capacidad de generar
imaginarios, no solo de plasmar imaginarios que ya preexisten, siempre ha sido
una utopía legítima para la literatura y es muy difícil de lograr. En buena
medida nos referimos a su capacidad de poetizar la totalidad de la vida; en
este sentido, Cortázar retoma los viejos proyectos del surrealismo, cuya utopía
era fusionar arte y vida. Pero ya en los '60 no se trataba de vanguardia
histórica en el sentido de los años '20, sino de vanguardismo".
Al
cumplirse en 2014 el centésimo aniversario del nacimiento de Cortázar múltiples
y variados fueron los homenajes que se le realizaron. Así, se le dedicaron
jornadas en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), en
el Centro Cultural Gabriel García Márquez de Bogotá (Colombia), en la Casa
de las Américas de La Habana (Cuba), en la Feria Internacional del Libro de
Miami (Estados Unidos), en el Salón del Libro de París (Francia), en
la Biblioteca Nacional en Madrid (España) y, naturalmente, en numerosos lugares
de la Argentina. En muchos de ellos participó la escritora argentina Ana María
Shua (1951), una autora reconocida últimamente por sus libros de
microficciones aunque posee una prolífica carrera anterior dedicada a la literatura
infantil y juvenil, y a la cultura y las tradiciones judías. Además de sus
libros de microficciones "La sueñera", "Casa de geishas", "Botánica del caos", "Temporada
de fantasmas" y "Fenómenos de circo", Shua ha publicado también las novelas "Soy
paciente", "Los amores de Laurita", "El libro de los recuerdos", "La muerte como
efecto secundario" y "El peso de la tentación". También los libros de cuentos "Los días
de pesca", "Viajando se conoce gente" y "Como una buena madre". Recientemente han
aparecido "Que tengas una vida interesante" (que reúne todos sus cuentos) y "Cazadores de letras" (que reúne todos sus microrrelatos).
Al hablar
del cuento en general, Cortázar lo emparentaba con la poesía. En "Algunos
aspectos del cuento" opinaba que el cuento es un género de muy difícil
definición, "tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última
instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano
misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario". En ese sentido, el escritor
y docente universitario argentino Mario Goloboff (1939), uno de los
mayores biógrafos de Cortázar, al analizar la obra cuentística de Ana María
Shua, rescata el contacto de sus textos de cuento breve con la poesía: "la
economía a que obligan, la exacta elección del signo, la polisemia de las
palabras elegidas, los dobles juegos del lenguaje, la ironía, y tantas otras
operaciones que los textos de Ana María Shua ejercen sobre la lengua,
emparentan en un alto grado sus ‘sueños’ con la poesía, y lo hacen en el mejor
de los niveles a que podía aspirarse".
Nacida en
Buenos Aires, Shua estudió Artes y Literatura en la UBA y trabajó varios años en
publicidad, periodismo y como guionista de películas. Con el paso de los años
fue ganándose un lugar destacado en la ficción argentina contemporánea con la
publicación de sus libros en los que practicó diferentes géneros. "No es que
tenga predilección por un género sobre otro -ha comentado una vez-. Este género
en particular, la minificción, tiene mucha tradición en mi país. Todos nuestros
grandes cuentistas han escrito también minicuentos: Borges, Bioy Casares,
Cortázar, Denevi". Para la escritora argentina "hay una especie de moda
literaria en relación con las minificciones. En realidad la minificción, los
minicuentos han sido parte de la literatura popular a lo largo de toda la
historia. En América Latina hubo dos grandes polos de difusión de la
minificción: Buenos Aires y México con el trabajo conjunto de Borges y Bioy
Casares, y Arreola y Monterroso respectivamente". Cuando se le preguntó sobre
qué valor tenía para ella la obra cuentística de Cortázar, respondió: "Existen tantos
juegos narrativos que hoy suenan convencionales y trillados que no existían
hasta que Cortázar los inventó para poder saltar de casillero en casillero.
Como todo Gran Maestro, Cortázar tuvo pocos discípulos y muchos imitadores. Su
enunciado ético-estético impregna toda la literatura argentina. Cuesta recordar
que Cortázar no fue cortazariano. Sus cuentos siguen siendo jóvenes y valiosos".
Para esta
gran escritora, con "Rayuela" Cortázar creó "un mundo del que muchos querían
formar parte, donde la literatura era sagrada y profana al mismo tiempo". Algunos
sostienen que dicha novela ha envejecido mal; otros opinan que sigue siendo
innovadora porque permite a cada lector sintonizar con el espacio creativo que
le pertenece de modo que cada generación lee la novela de un modo diferente. Según
la narradora y traductora argentina Cristina Feijóo (1954), "si las formidables
reflexiones de 'Rayuela' expresaban la encrucijada del pensamiento en los años
sesenta, ahora esas reflexiones parecen anticipatorias de nuevas búsquedas
filosóficas que indagan tanto en la metafísica como en el ser social". Sea lo que fuere, el placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia
literaria, se muestra variado y múltiple. Como asegura el escritor, traductor y
editor argentino-canadiense Alberto Manguel (1948) en "Elogio de la lectura",
"quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de
manera individual y distinta. No hay una unánime historia de lectura sino
tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres
y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la
misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma
manera. Como lectores, nuestro poder es aterrador e inapelable. No nos
enternecen ni las súplicas de los críticos ni las lágrimas de los lectores que
nos han precedido. Implacables, a través de los siglos, juzgamos y volvemos a
juzgar a los libros que ya se creían a salvo".
En el nº
588 de la revista "Ñ", aparecido el 3 de enero del corriente año, Ana María
Shua publicó el artículo "Sagradas escrituras de un tal Cortázar". Allí afirma
que en "Rayuela" había "signos de un código que sólo un cortazariano podría ser
capaz de descifrar". Y se pregunta: "¿Es posible leerlo hoy así?".
En el año 1988 le di a leer a mi hija mayor (a
los nueve años Gabi ya era muy buena lectora), los cuentos de "Bestiario".
Ella leyó atentamente y me dijo: "mamá, si no estuviera tan bien escrito, esto
sería una estupidez". Una nueva sensibilidad generacional se estaba gestando. Sus palabras me causaron horror y me hicieron reflexionar sobre ese horror.
Aunque ya no me poseía la loca pasión cortazariana en la que mi generación
había vivido veinte años antes, el comentario de mi hija me sonó como un
escupitajo sobre un texto sagrado. ¿Por qué sagrado?
Cuando se habla de la literatura de Cortázar,
las palabras Biblia, textos sagrados, catecúmenos reaparecen una y otra vez,
por más que los escritores argentinos (apóstatas) tratemos de negar la
influencia religiosa que JC tuvo en nuestras vidas. Como "quijotesco", como "borgiano",
la palabra "cortazariano" se convirtió en un adjetivo que excede la
literatura y se interna en la vida. Hay una forma cortazariana de conocer una
ciudad, de apretar el tubo del dentífrico, de encontrarse deliberadamente por
azar. Es parte de las creencias cronópicas dar por sentado que las casualidades
no existen, que son en realidad de signos de un código que sólo un cortazariano
es capaz de descifrar, que hay una realidad misteriosa, paralela, un Otro Mundo
que asoma parcialmente en el nuestro y que sólo los iniciados son capaces de
reconocer y, en el mejor de los casos, acceder a él a través de efímeros
pasadizos.
Para los adolescentes de los '60, como para
muchos otros adolescentes de ahí en adelante, "Rayuela" fue una especie de
Biblia. La relación es innegable. La novela incluye una historia-relato que
los iniciados deben conocer y establece una serie de reglas de conducta cuya
omisión o quebrantamiento implican la inmediata expulsión del iniciado. "Rayuela" incluye su Levítico y su Deuteronomio, y si las acciones de sus personajes se
proponen como modélicas, Cortázar establece además las "morellianas",
donde no sólo marca su preceptiva, cómo hay que escribir para ser un Verdadero
Escritor Actual, sino también cómo hay que sentir, percibir, comportarse.
"Rayuela" incluye largas enumeraciones de
los libros que hay que leer, los pintores que hay que conocer, la música que
hay que escuchar. Se trata de establecer un credo moderno, un camino hacia la
perfección. Dice "Rayuela", por ejemplo: "...la colección de afónicos
78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad reaccionaria del
Dixieland, la especialización académica en Bix Bedierbecke o el salto a la gran
aventura de Thelonious Monk, Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de
Erroll Gardner o Art Tatum...".
En los '60 se fingía, se fingía mucho. Muy pocos
entre nosotros habíamos escuchado algo más que los Beatles y algún Vivaldi
(himno de nuestra generación). Pero todos jugábamos a que conocíamos
perfectamente todos esos nombres y su música. El problema era que el
pensamiento de Oliveira, nuestro profeta, resultaba muy difícil de
imitar: "Lo malo de todo esto", pensó, "es que desemboca inevitablemente
en el animula vagula blandula. ¿Qué hacer? Con esa pregunta empecé a no dormir.
Oblomov, ¿cosa facciamo? Las grandes voces de la Historia instan a la acción:
Hamlet, revenge! ¿Nos vengamos, Hamlet, o tranquilamente Chippendale y
zapatillas y un buen fuego? El sirio, después de todo elogió escandalosamente a
Marta, es sabido. ¿Das la batalla, Arjuna? No podés negar los valores, rey
indeciso. La lucha por la lucha misma, vivir peligrosamente, pensá en Mario el
Epicúreo, en Richard Hillary, en Kyo, en T.E. Lawrence...".
De todos esos nombres, ¿cuántos conocíamos? De
ese encadenamiento de citas, ¿cuántas entendíamos en realidad? "Morelli (…) dejó varios nombres: Jelly Roll
Morton, Robert Musil, Dasetz Teitaro, Suzuki, Raymond Roussel, Kurt Schwitters,
Vieira da Silva, Akutagawa, Anton Webern, Greta Garbo, José Lezama Lima,
Buñuel, Louis Armstrong, Borges, Michaux, Dino Buzzati, Max Ernst, Pevsner,
Gilgamesh (?), Garcilaso, Arcimboldo, René Clair, Piero di Cosimo, Wallace
Stevens, Izak Dinesen. Los nombres de Rimbaud, Picasso, Chaplin, Alban Berg y
otros habían sido tachados con un trazo muy fino, como si fueran demasiado
obvios para citarlos".
A la marosca, como diría el Maestro. Y yo que,
interrogada a fondo, ni siquiera podía con los demasiado obvios… La novela nos
tendía una maravillosa trampa. Tal vez no conociéramos a los escritores,
filósofos, pintores, músicos que mencionaba J.C.... pero en cambio
conocíamos "Rayuela". Leyéndola una y otra vez, en todas las combinaciones
posibles esos nombres terminaban por resultarnos familiares.
Y cuando llegábamos a ese punto, ya
podíamos "formar parte". Nuestra Meca era París y los miembros de la
secta eran cultos, sensibles, intelectuales, artistas. Con "Rayuela",
Cortázar nos entregaba una solicitud de ingreso firmada por uno de los socios
fundadores. Para entrar, no había más que leerla. Leyéndola en el '68 (no antes
ni después), podíamos apoyar a la Revolución Cubana mientras escuchábamos jazz
en París, capital espiritual de América Latina. ¡Todos queríamos vivir, pobres
pero cultos, entregados al amor libre, en una buhardilla de París!
Cortázar nos enseñó que el fútbol también es
cultura y el tango, el jazz, los juegos infantiles... Nos enseñó que se podía
hablar de la cultura con el idioma de la calle, que no era necesario usar
términos rebuscados y supuestamente elevados. Nadie más podría haber logrado la
curiosa paradoja de desacralizar la cultura y endiosarla al mismo tiempo.
Los que no entendían esa sensibilidad, los que
no pertenecían a nuestra religión, quedaban afuera: en "Rayuela" ni
siquiera tenían nombre, o tenían nombres ridículos. Los que no eran cultos,
inteligentes, o por lo menos sensibles, artistas o como mínimo voraces
consumidores de arte, no merecían ser ni siquiera personajes. Hablaban con
lugares comunes, eran todos iguales, chatos, intercambiable: la buena y tonta
Gekrepten, el obvio Remorino, la Cuca Ferraguto, con sus bostezos menopáusicos
(ninguna de nosotras sería menopáusica jamás: eso nos prometía la nueva
religión: ¿acaso a Cortázar no se lo veía siempre tan joven?).
Este comentario más sociológico que literario no
atenúa mi admiración. Tantos juegos narrativos que hoy suenan convencionales y
trillados no existían hasta que él los inventó. Como todo Gran Maestro, JC tuvo
pocos discípulos y muchos imitadores. ¡Cuesta recordar que Cortázar no
fue "cortazariano"!