La
escritora argentina Griselda Gambaro (1928) tiene en su haber medio
centenar de piezas teatrales representadas en el país y en el mundo, y una
vasta obra narrativa, poética y ensayística. Nacida en Buenos Aires en el seno
de una familia humilde, comenzó desde muy pequeña a interesarse por el mundo de
las letras y, ya adolescente, solía frecuentar diversas bibliotecas públicas en
busca de materiales interesantes que le permitiesen disfrutar del placer de la
lectura. Comenzó a escribir tempranamente dedicándose en principio a la
narrativa, género que alternó después con la dramaturgia. Desempeñó distintos
trabajos hasta que la obtención de premios y la percepción de sus derechos de
autor le permitieron, a comienzos de los años ‘80, vivir de su tarea específica.
Es autora de las obras de teatro "Real envido", "La
malasangre", "Antígona furiosa", "Desafiar al destino", "La
casa sin sosiego", "Penas sin importancia", "Cada cosa en su
lugar", "La señora Macbeth" y "La
persistencia",
entre muchas otras. Como novelista ha publicado los
libros "Una felicidad con menos pena", "Nada que ver con otra historia", "Ganarse
la muerte", "Dios no nos quiere contentos", "Lo impenetrable", "El mar
que nos trajo", "Promesas y desvaríos" y "Después del día de fiesta". Entre
sus libros de cuentos figuran "El desatino", "Lo mejor que se
tiene" y "Los animales salvajes". Además ha publicado libros de ensayos e historias
infantiles. En el siguiente compendio de entrevistas, Gambaro habla, entre
otros temas, sobre sus comienzos en la narrativa y la dramaturgia. Las mismas
fueron logradas por Olga Cosentino y Lucía Turco para los nros. 248 y 529 de la
revista "Ñ" aparecidas el 28 de junio de 2008 y el 22 de noviembre de 2013
respectivamente.
¿Qué situaciones la han marcado para ir
construyendo su lugar como mujer y su pensamiento sobre la mujer?
Creo que
ha sido un largo camino, porque las mujeres de mi generación padecieron una
educación autoritaria, de mucha sujeción. Me ha ayudado mucho el trabajo de
otras mujeres, tanto en el aspecto social, político, sexual, de libertad de
género. Si bien no me he especializado en el tema, puedo decir que a través de
mi trabajo he incorporado otra mirada. Cuando se publicó mi novela "Ganarse
la muerte" en 1976, que se tradujo al francés por una editorial de mujeres,
recuerdo que viajé para la presentación del libro y esas mujeres le habían dado
a la novela una lectura muy feminista. Ahí comencé a informarme más y a prestar
más atención a los personajes femeninos de mis obras. En el teatro argentino
hay pocos personajes protagónicos mujeres y, por otra parte, la mirada de
nuestro primer teatro sobre la mujer fue bastante peyorativa. En las obras de
Laferrere, las mujeres son siempre las malvadas, las coquetas, las
inconstantes. Salvo en el teatro argentino anarquista de los '20, la mujer fue
muy subvalorada. Creo que en mis obras la mujer aparece en espacios que no son
subalternos, como en "Antígona furiosa", "La malasangre", "La
persistencia". A veces es una mirada crítica, como "La señora Macbeth".
Su entrada en la escritura teatral en 1965
con "El desatino" causó un escándalo. ¿Cree que más allá del estilo de su
pieza también influyó su condición de mujer?
Puede ser,
nadie tiene una precisión o definición exacta de lo que va viviendo, supongo
que algo tuvo que ver porque históricamente la subestimación de la mujer en el
teatro argentino ha sido grande. Pero uno va viviendo sin analizar demasiado,
es el día de hoy que tampoco analizo tanto las circunstancias. Podría decir que
ingresé con mucha inocencia al campo de la dramaturgia, pensando en reunirme
con los autores de mi generación que hacían un teatro muy distinto. Pero yo
había estrenado en el Instituto Di Tella y ellos eran autores de izquierda que
lo veían como una institución esnob. Hasta que la dictadura militar
mostró que con distintos modos, tendencias, estábamos todos en lo mismo.
¿Cómo impactó en usted la censura de su
novela "Ganarse la muerte" durante la última dictadura militar y el
posterior exilio?
Cuando
escribí esa novela ni pensaba que podía ser prohibida. El exilio siempre es un
desgajamiento doloroso, pero pasados los primeros meses, se trata de no
perderse. En ese tiempo, terminé de escribir la novela "Dios no nos quiere
contentos" que publiqué en Barcelona. También escribí "Lo impenetrable", una
novela erótica. Pero no escribí teatro porque para mí el teatro te pide un
público presente y yo no sabía bien qué decirle al público español.
Usted sabe
de los rigores de la controversia y la incomprensión. Los conoció a poco de
iniciarse en el oficio, cuando su obra "El desatino" subió a escena en el
Instituto Di Tella...
Ah, en aquel entonces, los adjetivos que me
aplicaron fueron de lo más variados y suculentos.
¿Cómo evalúa hoy aquel rechazo que,
curiosamente, tuvo lugar en una época de oro para las vanguardias estéticas,
como fueron los años '60?
Bueno, cuando se estrenó "El desatino" yo recién empezaba. Era, como quien dice,
una "caída del catre". En teatro, sólo había escrito "Las paredes",
y estaba convencida de que mi obra iba a tener buena recepción. Para mí era de
lectura accesible, con bastante humor negro. Pero no tenía experiencia con eso
que llamamos el público; yo venía de la literatura, no del teatro. Me
sorprendió el escándalo que produjo. En general, el público siempre es reacio a
aceptar nuevos esquemas de percepción. A eso se sumó que era una época muy
politizada y "El desatino" no parecía, a primera vista, una obra política. Se
hizo una lectura prejuiciosa desde el realismo, al que hay que reconocerle, no
obstante, un bien ganado prestigio. Y claro, la obra desconcertó con un
lenguaje diferente, que desarrollaba escenas de forma algo inesperada. Por otra
parte, tal vez haya molestado que fuese una mujer quien irrumpía con una voz
distinta. Lo cierto es que la obra produjo un "shock" de rechazo.
También hubo un sector que valoró en su
obra el advenimiento de un nuevo discurso poético y dramático.
Es cierto. Por eso será que ahora desconfío de tanta aprobación. Pero sí, para
mí fue muy importante que el director del Di Tella, Roberto Villanueva,
encontrara en la obra razones para llevarla a escena o que les gustara a
críticos como Ernesto Schoo o Kive Staiff. Y viví como una novedad el hecho de
que esas figuras que yo había imaginado sobre el papel se sostuvieran como
personajes en el cuerpo de los actores.
¿Cómo se inició en los aspectos técnicos
de la escritura teatral?
Nada, ni siquiera había visto mucho teatro. Pero siempre leí mucho y con una
mirada observadora de los mecanismos. Es cuestión de leer no sólo la historia,
por ejemplo, de "Casa de muñecas" o de las obras de Pirandello, sino la
estructura que hay allí. Así, uno aprende.
A varias de sus obras se le ha
adjudicado un sentido anticipatorio, como es el caso de "El campo" respecto
de los campos de concentración de la dictadura militar. ¿Qué es lo que la lleva
a percibir en el presente esos vaticinios?
No hay tal vaticinio. Sólo es cuestión de sintonizar las señales de lo que
pasa. Es pura observación de la realidad.
¿Qué elementos de la realidad la afectan
actualmente como para funcionar como disparadores de su inspiración?
Me afectan las cosas del mundo de manera permanente. Pero no quiero ser
autorreferencial. Creo que son cuestiones que afectan a cualquier ser humano
que no sea una bestia salvaje. Como hay tantos, por otra parte.
El tema de la infancia aparece en su libro
"Conversaciones con chicos", en sus novelas "El mar que nos
trajo" y "Dios no nos quiere contentos" o en su obra "La
persistencia". ¿Por qué en casi todos esos casos su mirada rompe con el
imaginario social sobre la niñez?
No todos se sensibilizan de la misma manera frente a los mismos hechos. Yo me
alegro de poder romper esas convenciones. Si mi trabajo tiene una finalidad es la de remover lo estructurado, lo acomodaticio, la costumbre. La gente ve la foto de
un desnutrido del Chaco y la indignación dura segundos. Creo que todo el arte
tiene que sacudirnos de la anestesia en que vivimos. "Conversaciones con chicos" está hecho a partir de diálogos con mis hijos y con otros chicos que conozco, a
medida que fueron creciendo. Yo tengo una relación muy fuerte con los chicos,
como también con los animales y con las plantas. En el caso de "La
persistencia", el disparador fue la masacre de más de trescientos rehenes, en su
mayoría niños, que se produjo en 2004 con el ataque a una escuela rusa por un
comando checheno. Somos un receptáculo de lo que está pasando y emitimos
nuestra respuesta. Yo la expreso con mis herramientas.
La multiplicidad temática y de géneros
que abarca su escritura incluye la novela erótica "Lo impenetrable".
¿Cómo entró en ese peculiar universo de una cortesana del siglo XVIII?
Eso lo escribí durante mi exilio en España. El tema principal es patético: la
historia de alguien que nunca puede consumar el deseo. En cuanto a la
ambientación de época, en general me inspiro en mis lecturas previas. Pero no
suelo hacer una investigación histórica porque no es ese mi objetivo; las
descripciones están hechas con entera libertad. Del mismo modo trabajé en "El
mar que nos trajo".
Pero esa novela tiene un fuerte
componente autobiográfico vinculado a sus antepasados inmigrantes, de modo que
las fuentes habrán sido los relatos familiares.
Sólo en alguna medida, pero tampoco me puse a buscar datos sobre la
inmigración. Yo trabajo con lo que sé, con lo que me dejó lo que leí a lo largo
de mi vida. En ese caso tuve muy presentes algunos textos de Edmundo de Amicis.
Sólo hay un caso muy puntual, mi novela "Después del día de fiesta", en que me
documenté exhaustivamente sobre Leopardi. Lo que pasa es que, cuando escribo,
quiero contar una historia y no siempre es lo que termina leyendo el
lector.
¿Cómo se ha sentido leída, tanto por
lectores anónimos como por los directores que montan sus obras, los actores que
las interpretan o los traductores que las vierten a otros idiomas?
En cuanto a las actuaciones y las puestas en escena, es una experiencia que, ya
se sabe, a veces termina en satisfacción y a veces en desencanto. Cuando se
trata de una traducción, si es muy mala no la autorizo y si conozco el
idioma la controlo. Pero debo decir que muchas puestas de mis obras me han
dejado muy satisfecha.
¿Qué opinión tiene del arte como entretenimiento
o deleite al servicio de quienes pueden disfrutarlo?
También es bueno escuchar una sinfonía de Mozart y obtener consuelo. Eso no
enceguece, no borra lo que uno sabe; tal vez pone la nota de luz necesaria para
no caer en la oscuridad total. Pero llevaría más que esta charla profundizar en
las implicancias del arte en su relación con la sociedad. En la plástica, por
ejemplo, hay una pseudovanguardia que considera que filmar la muerte de la
madre puede convertirse en obra de arte. Por otra parte, sabemos que el arte
tiene un costado forzosamente elitista. Uno desearía que cualquiera pudiera
acceder, pero sabemos que no sucede. Son infinitos los cuestionamientos que se
le pueden hacer a lo que llamamos cultura.
Usted tiene experiencia en
cuestionamientos y hasta en prohibiciones: su novela "Ganarse la muerte",
le valió la censura en 1977 y el exilio en Barcelona. Y hace un tiempo volvió
a verse en medio de una polémica con nuevas generaciones de dramaturgos. ¿Cómo
vive esas situaciones a esta altura de su carrera, ya que no parece tener
especialmente un ánimo confrontativo?
Como he alcanzado una edad considerable, me concedo el beneficio de no
interesarme en ese tipo de conflictos. Por otra parte, no todos los autores
jóvenes son iguales. A veces influyen las características personales, cierto
narcisismo que impide escuchar y considerar el discurso del otro. Pero son
otros los problemas que me interesan, no esas cuestiones tan pedestres. El arte
no tiene sentido si no considera que se dirige a una sociedad de la que su
discurso se alimenta. Escribir para divertirme y para divertir a unos pocos de
mi entorno no me interesa. Se ve mucho en artes plásticas, como decía, y sobre
todo en Europa. Personalmente, creo que en América Latina no podemos darnos el
lujo de un arte de transitoriedad vacía, complaciente. Son otros los valores.
Yo tengo otros, al menos.
Usted reflexionó sobre el narcisismo y
la fragilidad del artista en su novela "Dios no nos quiere
contentos" a través del personaje de la Ecuyère...
Sí, podría ser una síntesis. Pero es en el final, cuando la Ecuyère se lleva a
todos en su trapecio, que se convierte por fin en artista. Lo otro son las
distorsiones de esta sociedad de consumo, con sus concursos patéticos por
televisión, que hacen de la vida una cosa miserable. Es una banalización que
termina por adulterar el dolor más genuino. La pérdida de un hijo llega a
exhibirse como una mercancía para los medios. Hasta el duelo se hace público de
manera soez.
En una charla reciente dijo que
actualmente está escribiendo un texto sobre la vejez...
Son apenas unas pocas hojitas. Es que los viejos -hablo de ellos como si yo no
lo fuera- me sorprenden, me fastidian y me conmueven. Por eso empecé a escribir
unos textos breves, donde digo que soy vieja y soy nueva. Se llama "Contradicciones". Es que justo había leído el "Elogio de la vejez" de Cicerón y
encontré que el autor hace ahí como la zorra que no puede acercarse a las uvas:
acentúa los beneficios de la vejez. Eso me causó gracia. Y escribí esas líneas.
Pero no sé si seguiré o no con el tema.
Independientemente de lo que escribió
Cicerón, ¿qué piensa usted de la vejez?
Creo que es una etapa de la vida muy activa y hay ejemplos de sobra. Una etapa
en la que las pasiones persisten con fuerza, incluso a veces la pasión erótica.
Los sentimientos siguen también vigentes con la intensidad de los veinte años.
¿Qué los viejos son apáticos, pasivos? No; hay viejos sabios, impetuosos,
arbitrarios. Y algunos muy obsesionados consigo mismos, que se aferran de mala
manera a sus enfermedades, a la decadencia inevitable. En mi libro "Escritos
inocentes", un ensayo de 1999, yo escribí algo así como que la fatiga, la
pérdida de los dientes y las canas son tres signos de la vejez que podemos
superar; no así el cuarto, que es cuando los seres y las cosas nos miran y
nosotros no devolvemos la mirada. Eso es lo que me parece terrible de la vejez:
la pérdida de la curiosidad, el ensimismamiento.