16 de septiembre de 2015

Entremeses literarios (CLXXXV)

LA SANCIÓN
Jacques Sternberg
Bélgica (1923-2006)

Los delitos allí son diversos, pero la sanción es una, siempre la misma. Se introduce al condenado en un túnel interminable, se lo deja entre los rieles de una vía ferroviaria. El condenado sabe bien lo que le espera y se larga a correr. Escapa. No contempla otra alternativa. Pero huir es imposible porque el túnel no tiene fin. El condenado corre y corre, hasta perder el aliento, incluso hasta perder la vida. Puede afirmarse, sin embargo, que ningún tren ha circulado nunca por aquellas vías.


EL ANIMAL
Stella Maris Riera
Argentina (1958)

En las cuadras de mi barrio deambula un animal. Todos los días hace el mismo recorrido, solo y rutinario. A primera vista parece manso. Desconfiado, camina con la cabeza baja. Anda como quien dice “con la cola entre las patas”. Cualquiera al verlo sentiría pena por él. Pienso que es posible que alguno de sus sentidos esté disminuido, como si carente de olfato no reconociera, porque se muestra huraño y responde agresivo. Tal vez ha sido un animal maltratado: sus impulsos y reacciones hacen dificultoso acercarse a él. Lo intenté en diferentes oportunidades, pero fracasé. Frustrada, me di por vencida, y aunque finalmente decidí ignorarlo, he de reconocerlo: me resulta complicado. Es que a su lado camina un hermoso perro.


EL PRIMER BESO
Clarice Lispector
Brasil (1920-1977)

Más que conversar, aquellos dos susurraban: hacía poco que el romance había empezado y andaban tontos, era el amor. Amor con lo que trae aparejado: celos.
- Está bien, te creo que soy tu primera novia, me pone contenta. Pero dime la verdad: ¿nunca antes habías besado a una mujer?
- Sí, ya había besado a una mujer.
- ¿Quién era? -preguntó ella dolorida.
Toscamente él intentó contárselo, pero no sabía cómo. El autobús de excursión subía lentamente por la sierra. Él, uno de los muchachos en medio de la muchachada bulliciosa, dejaba que la brisa fresca le diese en la cara y se le hundiera en el pelo con dedos largos, finos y sin peso como los de una madre. Qué bueno era quedarse a veces quieto, sin pensar casi, solo sintiendo. Concentrarse en sentir era difícil en medio de la barahúnda de los compañeros. Y hasta la sed había empezado: jugar con el grupo, hablar a voz en cuello, más fuerte que el ruido del motor, reír, gritar, pensar, sentir... ¡Caray! Cómo se secaba la garganta. Y ni sombra del agua. La cuestión era juntar saliva, y eso fue lo que hizo. Después de juntarla en la boca ardiente la tragaba despacio, y luego una vez más, y otra. Era tibia, sin embargo, la saliva, y no quitaba la sed. Una sed enorme, más grande que él mismo, que ahora le invadía todo el cuerpo. La brisa fina, antes tan buena, al sol del mediodía se había tornado ahora árida y caliente, y al entrarle por la nariz le secaba todavía más la poca saliva que había juntado pacientemente. ¿Y si tapase la nariz y respirase un poco menos de aquel viento del desierto? Probó un momento, pero se ahogaba en seguida. La cuestión era esperar, esperar. Tal vez minutos apenas, tal vez horas, mientras que la sed que tenía era de años. No sabía cómo ni por qué, pero ahora se sentía más cerca del agua, la presentía más próxima y los ojos se le iban más allá de la ventana recorriendo la carretera, penetrando entre los arbustos, explorando, olfateando. El instinto animal que lo habitaba no se había equivocado: tras una inesperada curva de la carretera, entre arbustos, estaba... la fuente de donde brotaba un hilillo del agua soñada. El autobús se detuvo, todos tenían sed, pero él consiguió llegar primero a la fuente de piedra, antes que nadie. Cerrando los ojos entreabrió los labios y ferozmente los acercó al orificio de donde chorreaba el agua. El primer sorbo fresco bajó, deslizándose por el pecho hasta el estómago. Era la vida que volvía, y con ella se encharcó todo el interior arenoso hasta saciarse. Ahora podía abrir los ojos. Los abrió, y muy cerca de su cara vio dos ojos de estatua que lo miraban fijamente, y vio que era la estatua de una mujer, y que era de la boca de la mujer de donde salía el agua. Se acordó de que al primer sorbo había sentido realmente un contacto gélido en los labios, más frío que el agua. Y entonces supo que había acercado la boca a la boca de la mujer de la estatua de piedra. La vida había chorreado de aquella boca, de una boca hacia otra. Intuitivamente, confuso en su inocencia, se sintió intrigado: pero si no es de la mujer de quien sale el líquido vivificante, el líquido germinador de la vida... Miró la estatua desnuda. La había besado. Lo invadió un temblor que desde fuera no se veía y que, empezando muy adentro, se apoderó de todo el cuerpo y convirtió el rostro en brasa viva. Dio un paso hacia atrás o hacia delante, ya no sabía qué estaba haciendo. Perturbado, atónito, se dio cuenta de que una parte de su cuerpo, antes siempre serena, estaba ahora en una tensión agresiva, y eso no le había ocurrido nunca. Dulcemente agresivo, se hallaba de pie, solo en medio de los demás, con el corazón latiendo pausada, profundamente, sintiendo cómo se transformaba el mundo. La vida era totalmente nueva, era otra, descubierta en un sobresalto. Estaba perplejo, en un equilibrio frágil. Hasta que, surgiendo de lo más hondo del ser, de una fuente oculta en él chorreó la verdad, la que en seguida lo llenó de miedo y también de un orgullo que no había sentido nunca. Se había... se había hecho hombre.


LA CARICIA
Patricia Nasello
Argentina (1959)

Quizá se debió a un ansia inconsciente de elevarme hasta encontrarte, o a un efecto de la desesperación; el caso es que comencé a volar. Sostener mi cuerpo en el aire, orientarme según los vientos, descubrir en las alturas un presagio de tormenta, fue un aprendizaje arduo, un proceso peligroso que ocupó mi tiempo y dio sentido a mi vida. En las montañas la vista es maravillosa y el silencio casi perfecto. Los cóndores ya no recelan de mi presencia, sin embargo bajo a diario al llano. Visito el camposanto. Recorro con mis yemas las letras de tu nombre.


LA JAULA
Ana Vidal Pérez de la Ossa 
España (1973)

A mamá no le gusta que dejemos la jaula abierta. Por si se cuelan pájaros. Desde que se escapó el periquito de Laura y papá intentó atraparlo, chocó con la cómoda donde guardamos los manteles, con la mecedora de la abuela y cayó por la ventana. Cinco pisos. Mamá tiene miedo de que se cuele otro pájaro en la jaula. Echó las cortinas aquel día, cerró las ventanas. Y Laura, cuando mamá no la ve, abre la puerta, la cortina, la ventana. Por si entra el periquito. Por si vuelve papá.


GOLPEAN LA PUERTA
Eduardo Mancilla
Argentina (1959)

Pregunto quién es. Del otro lado me respondo yo mismo que soy yo mismo. Desde adentro pregunto cómo se si es verdad aunque por la mirilla veo que soy yo. De afuera digo que salí sin que yo mismo me diera cuenta. Desde éste lado respondo que no puede ser, que no me moví de acá, además, de ser yo mismo hubiera salido abrigado. Mi voz me contesta que salí de urgencia por la puerta de atrás para comprar cigarrillos, a lo cual respondo que es una buena excusa y así siguió la conversación sobre cuestiones domésticas, hasta que decidí dejarme hablando solo y seguí hablando solo pero desde adentro para ignorar mi propia insistencia. A veces me pongo pesado y prefiero dejarme afuera aunque haga frío o llueva. La próxima vez que salga sin avisarme voy a tener que llevar un abrigo porque un día de estos voy a pescar un resfrío.


LA QUE DISIMULA
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Por fin me decidí a pedir hora con el psiquiatra. He de reconocer que no salió del todo bien. Me ocurrió como a Marge Simpson en aquel episodio en el que gana un premio consistente en que una empresa le haga una limpieza a fondo de su casa. Entré decidida a explicarle mi mejor metáfora. Que mi alma es una lámina de cristal, dura y brillante, pero frágil y quebradiza. Que se raya o se rompe al menor contacto. Y que cuando -después de cada golpe- intento reconstruirla, cada vez faltan más piezas. La lámina original, esmaltada y tersa, se está transformando en un mosaico de fragmentos irregulares unidos entre sí por un cemento sucio y gris. Pero comencé contándole lo afortunada que me siento, la enorme capacidad que tengo para disfrutar con cualquier cosa, la desmedida pasión que pongo en todo lo que hago y lo estimulante que me parece la vida: un sorprendente e inesperado regalo diario. Justo cuando iba a empezar con el motivo de mi visita, me dijo que daba gusto escucharme. Que para él, acostumbrado a gestionar tantas miserias, era una gozada atender a una persona tan vital. Yo quería haberle dicho que últimamente -a veces y sin previo aviso- me asalta un sobrecogedor deseo de desaparecer. Que entonces me voy al garaje, me encierro en el coche, lloro, susurro que me quiero morir…, y cuando noto que he asustado un poco al monstruo, regreso con mi marido y mis tres hijos, que no parecen percatarse del rímel corrido y las ojeras. Marge se deslomó haciendo zafarrancho los días previos a que viniera la empresa de limpieza, no se fueran a creer esos señores que era una guarra. Yo no he acudido a mi segunda cita, a ver si ese médico tan agradable va a pensar que estoy loca y me va a hinchar a pastillas. 


LA MANZANA DE ADÁN
Mark Twain
Estados Unidos (1835-1910)

Cuando Adán comió la manzana del Jardín del Paraíso y aprendió a crecer y multiplicarse, los demás animales aprendieron también dicho arte, contemplando a Adán. Fue astuto y hábil de su parte: pudieron aprovechar todo lo bueno que resultó de comer la manzana sin probarla ni afligirse contrayendo el desastroso Sentido Moral, padre de todas las inmoralidades.


PUZZLE
Felix Díaz
Venezuela (1955)

Por fin termino el puzzle. Diez mil piezas, tan pequeñas que he tenido que usar una lupa para verlas. Meses de trabajo a punto de finalizar cuando coloque la última de las piezas. Ya sólo me quedan cinco. Su lugar de encaje es evidente, simple cuestión de irlas colocando una tras otra. Ya no es como cuando empecé, en que tardaba largos minutos hasta encontrar una sola pieza que encajara. Coloco la cuarta. Y la tercera pieza. La imagen es la de un niño pequeño. Muy realista. Parece mirarme a los ojos de puro realismo. Pongo la penúltima pieza. Y la última. ¡He terminado! El niño de la imagen me mira a los ojos. ¡Me saluda!
- ¡Hola, papá! -dice.


LA LLAVE
Jules Renard
Francia (1864-1910)

La vieja es vieja y avara; el viejo es aún más viejo y más avaro. Pero ambos temen por igual a los ladrones. A cada instante del día se preguntan:
- ¿Tienes tú la llave del armario?
- Sí.
Eso los tranquiliza un poco. Guardan la llave alternativamente y llegan a desconfiar el uno de la otra. La vieja la esconde principalmente en el pecho, entre la camisa y la piel. ¡Cuántas cosas no desata para poder introducirla en las fundas de sus senos inútiles! El viejo la esconde unas veces en los bolsillos abotonados del pantalón y otras en los del chaleco, medio cosidos, que palpa con frecuencia. Pero al final, esos escondites que son siempre los mismos les han parecido cada vez menos seguros, y él acaba de encontrar un nuevo escondite del que se siente satisfecho.
La vieja le pregunta como de costumbre:
- ¿Tienes tú la llave del armario?
El viejo no responde.
- ¿Estás sordo?
El viejo hace gesto de que no está sordo.
- ¿Se te ha perdido la lengua? -dice la vieja.
Lo mira inquieta. Tiene los labios cerrados y las mejillas hinchadas. Sin embargo, su expresión no es la de un hombre que se hubiera quedado mudo de repente, y sus ojos expresan más picardía que espanto.
- ¿Dónde está la llave? -dice la vieja-; ahora me toca guardarla a mí.
El viejo sigue moviendo la cabeza con aire satisfecho, con las mejillas a punto de reventar. La vieja comprende. Se lanza con agilidad, agarra por la nariz al viejo, le abre por la fuerza -con riesgo de que la muerda- la boca de par en par, introduce en ella los cinco dedos de su mano derecha y saca la llave del armario.

14 de septiembre de 2015

Michèle Petit: "La lectura no garantiza nada, no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento, pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad" (3)

Para la antropóloga Michèle Petit acercar narraciones, rimas y canciones permite organizar la experiencia humana, originalmente caótica. De allí, la perpetua necesidad de relatos y ficciones que contrarresten la fragmentación de la lengua cotidiana y construyan un todo ordenado e inspirador. En medios en los cuales leer no siempre es un placer, ­porque es difícil, porque existen obstáculos como el alejamiento geográfico, dificultades económicas y prohibiciones culturales, o porque quizás la cultura escrita no estuvo presente­, la persona que no lo experimenta puede sentirse aún más excluida. “La pobreza es algo terrible -dice Petit- porque priva de bienes materiales que hacen la vida más fácil, menos dura, incluso más divertida y, a la vez, priva también al acceso a los bienes culturales y a todo lo que eso puede representar, como los intercambios que se tejen alrededor de esos bienes. Un bien cultural no sólo es algo que puede hacer bien a cada uno de diferentes maneras, tanto en el ámbito del saber como en el de la construcción de sí, sino que es también un objeto en torno al cual permite intercambiar”. “Una biblioteca pública -continúa- puede en parte, sólo en parte, y en algunos contextos pues en otros quizá sea imposible, reparar un poco todo esto. No sólo es mi esperanza sino lo que ha mostrado la investigación que llevamos entre los jóvenes usuarios de bibliotecas de barrios desfavorecidos de algunas ciudades francesas. La biblioteca puede permitir acceder, a algunos, a un poco más de lo que yo considero como derechos culturales. Pienso que cada uno de nosotros tiene derecho a acceder a bienes culturales. No es un lujo ni una coquetería de burgueses, sino algo que confiere una dignidad, un sentido en la vida y a la que todo el mundo puede ser sensible. Las personas de medios sociales muy modestos tienen con frecuencia un inmenso deseo de saber más, de aprender más. La biblioteca puede contribuir un poco a reparar el hecho de la pobreza y a permitir, también un poco, el acceso a los derechos culturales”. Para finalizar, la tercera y última parte del compendio de entrevistas a la antropóloga francesa Michèle Petit.


Algunos afirman que la lectura es un placer, una actividad lúdica; otros plantean que decir que la lectura es un juego es engañoso, además de frustrante, porque oculta que detrás de todo placer hay una dificultad. ¿Cuál es su posición ante estos discursos?

El discurso del placer surgió siguiendo a Daniel Pennac, que había escrito su libro, "Como una novela", en reacción a un discurso que hacía de la lectura una faena austera. Por favor, si no hay un gozo, una alegría, un placer, entonces para qué leemos. Aunque él lo planteaba de una manera más compleja, quienes retomaron esta idea la redujeron solamente al “placer de leer”. A una persona que ha crecido en un medio alejado de la cultura escrita y que le cuesta leer, si se le dice que leer es un placer, pero él no lo siente, se lo está excluyendo aún más. Es un poco complicado el tema del placer. Aprendí mucho de los propios lectores que entrevisté en medios rurales, en barrios marginales o en contextos difíciles de violencia. Esa gente no habla tanto del placer de leer. Lo que más me impactó es que evocan de qué manera la lectura les había permitido construir un poco de sentido a su experiencia humana. En Colombia, estuve con chicos que han padecido la violencia y han vivido cosas atroces; han visto morir a amigos y tienen un caparazón durísimo, heridas terribles producto del terror. Muchos ni siquiera pueden hablar. Pero de pronto se encontraban en espacios de lecturas y narración oral de historias típicas de Colombia y empezaban a recordar. Y hacían un relato de la propia vida que antes no habían podido desencadenar. La lectura reactiva el pensamiento en contextos difíciles. No vamos a pecar de ingenuos, tampoco lo soluciona todo, pero demuestra la importancia que tiene la lectura en la construcción o reconstrucción de uno mismo. Esta es la dimensión que más me interesa de la lectura, de la que menos se ha hablado, y no tanto la mera visión de la lectura como placer o distracción. Para los chicos colombianos no es una mera distracción sino que la lectura les permite integrar a su memoria sus propias historias.

¿La palabra placer estaría asociada a un léxico típico de las clases medias?

No. La experiencia de la lectura no es diferente de un medio social a otro. Los seres humanos estamos siempre en busca de ecos exteriores, de decir la experiencia, un duelo o estar enamorado, que no son experiencias fáciles de poner en palabras. No es por casualidad que todas las sociedades han tenido escritores, poetas, psicoanalistas, que observan la experiencia humana y que tratan de escribirla de manera condensada y estética. Todos estamos en busca de un eco de lo que pasa en nosotros.

¿Cuál es el lazo entre crisis y lectura?

Cuando hay crisis, mucha gente busca literatura. En el siglo XX, hubo personas que en los campos de concentración pudieron aguantar lo inaguantable con los recuerdos de unos relatos o de poesías. Con las crisis actuales, se observa en países como Francia, España, Inglaterra, Estados Unidos un aumento del consumo de libros y de la frecuentación de las bibliotecas. También la gente asiste más a las ferias de libros.

¿Qué efectos producen las narraciones en tiempos difíciles?

En contextos de crisis, la literatura nos da otro lugar, otro tiempo, otra lengua, una respiración. Se trata de la apertura de un espacio que permite la ensoñación, el pensamiento, y que da ilación a las experiencias. Una crisis es como una ruptura, un tiempo que reactiva todas las angustias de separación, de abandono, y produce la pérdida de ese sentimiento de la continuidad que es tan importante para el ser humano. Las narraciones, entre otras cosas, nos reactivan ese sentimiento, no sólo porque tienen un comienzo, un principio y un fin, sino también por el orden secreto que emana de la buena literatura. Es como si el caos interno se apaciguara, tomara forma.

¿Por qué es tan importante la lectura como juego?

Las experiencias que he comparado se realizan con gente que vivió situaciones muy difíciles. En esas experiencias, no hay ningún objetivo escolar, sino que se trata de compartir un momento con textos. En Colombia, en las experiencias con los desvinculados del conflicto armado no se trataba de espacios de educación. Para la gente que armó los talleres de literatura, el objetivo era, más allá de las preocupaciones terapéuticas o educativas, abrir un momento de juego para gente que no había tenido esa posibilidad en su infancia. Sabemos por los psicoanalistas que si uno no jugó mucho con el lenguaje, el aprendizaje es más difícil. Tenemos la necesidad de momentos libres, poéticos, gratuitos, de intercambio lúdico.

¿Las diferencias sociales determinan la experiencia de leer?

Las diferencias sociales son muy importantes. Quienes han vivido lejos de los libros pueden sentir que esos objetos les dan miedos de diferentes tipos, y pueden preguntarse sobre lo útil que pueden ser o no. La noción de utilidad es muy fuerte en la cultura popular. Incluso, uno puede pasar como egoísta si lee porque el grupo es muy importante para la supervivencia. Por eso las prácticas literarias compartidas apaciguan el miedo, porque se está en grupo y no hay que aislarse para leer.

¿Por qué se deposita en el libro una suerte de “utopía de la salvación”, como si leer inmunizara de todos los males, aun cuando no impidió el nazismo en Alemania ni la dictadura militar en la Argentina?

La lectura no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento. Pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad. La lectura no te garantiza nada, pero si no tienes ese derecho estás más excluido porque vivimos en una sociedad donde se cambia rápidamente de trabajo y hay que estar permanentemente capacitándose. La lectura tampoco garantiza una ciudadanía activa, pero si no leés tenés mucho menos voz y voto en los espacios públicos. La lectura te permite transitar pasarelas, generar caminitos con sutileza, inventar mediaciones que facilitan la apropiación de la cultura escrita.

En el prólogo de "Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural" usted señala que este libro es una respuesta a esta exigencia económica que se le hace a prácticamente a todas las actividades humanas. ¿Cree que la lectura es percibida en estos tiempos como una actividad “improductiva”?

De una cierta manera, no se trata de algo nuevo. Por ejemplo, cuando empecé a trabajar sobre la lectura, realicé entrevistas en el medio rural, en Francia. En los pueblos que visité, había gente que solía esconderse para leer porque la utilidad de esta actividad no estaba bien definida. Se condenaba el ocio, se le daba valor más alto al trabajo, el cual fue durante siglos garantía de supervivencia. Se fomentaba siempre “lo útil”. Una mujer hacía notar, por ejemplo, que cuando se bailaba era para algo muy útil: aplanar la tierra. Sin embargo, notemos de paso que uno hubiera podido aplanar la tierra sin bailar, sin este placer del cuerpo, sin esta alegría compartida. O sea que incluso en una sociedad en la que lo útil era tan apremiante, se necesitaba una otra dimensión, lúdica, estética, artística. Y narrativa: leer era difícil pero se contaban historias. En nuestra época en que la “razón” económica -o mejor dicho la locura financiera- y la rentabilidad a corto plazo prevalecen sobre todo lo demás, estoy cansada de demostrar sin cesar que la lectura es útil para todo tipo de cosas: para el rendimiento escolar, para el devenir profesional, para el ejercicio de la ciudadanía, para el desarrollo cognitivo, etcétera. Sí, la verdad, lo es en una buena medida. Pero lo que está en juego no es sólo esto. No somos tan sólo variables económicas más o menos ajustadas a un universo productivista. Somos seres que necesitamos sintonizar con lo que nos rodea de manera poética. Explorar su experiencia, simbolizarla, compartirla. Necesitamos el juego, el arte, la poesía, la narración, una estética de lo cotidiano. Desde hace milenios, se adornan los recipientes en los que se conserva la comida, se decoran las paredes de la casa, se pinta o se escarifica el rostro o el cuerpo, y se cuentan historias. Lo utilitario no nos basta.

En todo este tiempo de estudio, ¿qué ha sido lo que le ha dado más satisfacción?

Lo que me ha dado mucha satisfacción, durante estos veinticuatro años, ha sido precisamente el encuentro. El encuentro con los lectores, pero aún más con gente comprometida en inventar formas de compartir libros y, de una manera más amplia, bienes culturales. Trabajar sobre la lectura me ha brindado la oportunidad de encontrar a muchos hombres y mujeres con los cuales siento una profunda complicidad, una alegría en los intercambios; gente fina, poética, con quien nos volvimos amigos. Ahora bien, muchos de ellos son latinoamericanos. Aquí llegamos a lo esencial: lo que me ha dado más satisfacción, de manera completamente imprevista, fue que mis estudios me permitieran reencontrar la América Latina en la que había vivido en mi adolescencia y a la que nunca pensaba volver. Es una bella historia de amor.

En “Leer el mundo” narra su encuentro con un joven en el tranvía que le señala un arco iris. Dice que a él dedica el libro aunque afirma: “Jamás leerá estas páginas”. ¿Por qué tiene esa certeza?

Señalándome el arco iris casi completo que yo no había visto, en un día en que todo era gris, este joven tuvo ganas de compartir algo bello, a pesar de que no nos conocíamos y no teníamos nada en común. Dedicarle el libro era una manera de celebrar lo inesperado, la poesía de lo cotidiano que a menudo no vemos. A su edad, los varones lectores no son muy numerosos y son escasas las posibilidades de que él dé con un libro sobre transmisión cultural, pero ¡poco importa! El simboliza a los jóvenes a los que me gustaría transmitir lo que dio sentido a mi vida, pero ellos también tienen algo que transmitirme, algo que enseñarme, puesto que fue él quien iluminó mi día.

13 de septiembre de 2015

Michèle Petit: "La lectura no garantiza nada, no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento, pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad" (2)

Michèle Petit es autora, entre otros, de “Lecteurs en campagnes. Les ruraux lisent-ils autrement?” (Lectores en los campos. ¿Los aldeanos leen de otro modo?), “De la bibliothèque au droit de cité” (De la biblioteca al derecho ciudadano), “Lire le monde. Expériences de transmission culturelle aujourd'hui” (Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural), “L'Art de lire ou comment résister à l'adversité” (El arte leer o cómo resistir a la adversidad), “Une enfance au pays des libres” (Una infancia en el país de los libros), “Un art de lire par temps de crise” (El arte de la lectura en tiempos de crisis), “Éloge de la lectura. La construction de soi” (Elogio de la lectura. La construcción del sí mismo), “Des lectures. De l'espace intime à l'espace public” (Lecturas. Del espacio íntimo al espacio público) y “De nouveaux rapprochements aux jeunes et la lectura” (Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura), además de decenas de artículos publicados en diversos medios gráficos. Sostiene la ensayista francesa que, “para que el espacio sea representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar historias, tener todo un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos -aunque más no sea una mitología familiar, algunos recuerdos-, el mundo permanecería allí, indiferenciado, no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior”. A continuación la segunda parte del resumen de entrevistas a la antropóloga que desde hace más de veinte años estudia la relación de las personas con la lectura, los libros y las artes.


¿Cómo describiría la relación de los lectores con la lectura?

En general es una relación ambivalente. Épocas en las que uno se sumerge y otras en las que cuesta mucho leer. En algunos ambientes, el hecho de aislarse está mal visto, es una grosería. Al lector a veces se le tilda de egoísta, algo muy frecuente y muy actuante. No se trata de un deber, de entrar en la lectura como en una religión. Hay momentos en que uno está más involucrado. ¡Un poco de libertad! No hay ninguna obligación de estar siempre leyendo.

Mencionó la función de la lectura en la construcción de la subjetividad. 
¿Podría ampliar este concepto?

Una de las mayores angustias humanas es la de ser caos, fragmentos, cuerpos divididos, de perder el sentimiento de continuidad, de unidades. Uno de los factores por los cuales la lectura es reparadora es que facilita el sentimiento de continuidades, el relato. Una historia tiene un principio, un desarrollo y un fin; permite dar una unión a algo, Y, a veces, escuchando una historia, el caos del mundo interior se apacigua y por el orden secreto que emana de la obra, el interior podría ponerse también en orden. El mismo objeto libro-hojas pegadas-reunidas­ da la imagen de un mundo reunido.

Usted presenció la capacidad reparadora de la lectura en comunidades alejadas de la cultura escrita.

Sólo como ejemplo, en contextos como en Colombia, donde hay programas de lectura para chicos desvinculados del conflicto armado, abandonados, la lectura permite que la gente hable entre sí, que recuperen la palabra. Claro que también hay tiempos de silencio, pero se desencadena un proceso, relanza el pensamiento, la memoria. Algo se alivia.

Los profesores de muchos países preguntan a especialistas sobre la mejor estrategia para motivar a sus estudiantes en el hábito de la lectura. ¿Qué les responde a ellos cuando le piden este tipo de consejos?

Ante todo, recuerdo que la angustia de los adultos tiene efectos perversos ya que contribuye a convertir aun más la lectura en una carga a la que hay que someterse. Se pone mucha presión en los jóvenes, en los estudiantes. Animo a los mediadores y a los padres para que cuestionen su propia relación con la cultura escrita, para que entiendan mejor sus propios miedos, sus propias ambivalencias y su voluntad de controlar. Y les cuento de profesionales que inventaron unos caminos un poco diferentes y facilitaron la apropiación de lo escrito. Por supuesto que no existen recetas, lo que sí existe es un arte de hacer, desarrollado por unos mediadores, cada uno con su genio, su estilo propio, que conciben día tras día maneras de compartir lo que les apasionan. Un arte que es ante todo el de la atención cálida y respetuosa, la disponibilidad, la hospitalidad, una vitalidad. El conocimiento de las obras y a la vez la intuición. Un arte que a menudo permite reencontrar, bajo un texto, unas sensaciones, un movimiento, un ritmo, reintroducir el cuerpo. Lo señalé en "Leer el mundo": “De la Patagonia a la India o a los barrios populares de las grandes metrópolis europeas, en lugares donde el acceso a lo escrito no está ‘dado’ por transmisión familiar, muchos mediadores descubren la necesidad de reintroducir el cuerpo sensible, jugando o bailando”. A menudo conjugan las vías complementarias con que contamos para simbolizar nuestras experiencias y transformarlas: el cuerpo (con el teatro o la danza), las imágenes (con las artes gráficas o la escritura audiovisual), y el lenguaje verbal.

En una clase, ¿cómo funciona la relación del maestro con la lectura?

Si el corazón no está, eso sentirá el niño. No se puede ocultar. Es importante que cada mediador se tome el tiempo de pensar en la propia historia con los libros. Porque se puede enviar un mensaje en pro de la lectura y debajo de eso, y sin que la persona se dé cuenta, existe otro, que revela la verdadera relación, profunda, a veces mucho más complicada.

¿Es lo que prevalece?

Claro, de inconsciente a inconsciente. Si el deseo no esta allí, el niño lo entenderá. O si el padre lee porque 'tú también debes hacerlo', si pasa por ser una faena austera, un deber a cumplir, lo siente.

¿Por qué conviven de un modo un tanto esquizofrénico ese discurso imperativo, “hay que leer”, con la visión de que la lectura sigue siendo una actividad peligrosa o prohibida?

Las generaciones anteriores, en muchas circunstancias, leían bajo las sábanas, con la lámpara iluminando apenas el libro, contra el mundo entero. Pero ahora la lectura aparece como una faena austera a la que uno debe someterse para satisfacer a los adultos. El peligro de que las autoridades políticas, educativas, maestros y padres coincidan en este “hay que leer” es que muchos chicos no quieran leer y salgan corriendo a jugar a los videojuegos. Poder transmitir el hábito de la lectura es una tarea muy sutil. A veces los discursos que hay en torno de la lectura tienen algo que va en contra de lo que pretenden defender. El tema de las prohibiciones no ha caducado. Cuando empecé a trabajar sobre la lectura hace unos quince años, en Francia, en medios rurales y en barrios marginales, me impactó rápidamente el hecho de que la gente que se había convertido en lectora evocaba espontáneamente los miedos que había tenido que traspasar, las prohibiciones que existían en su medio social contra la lectura. Por ejemplo, el miedo a pasar por perezoso, pero “¿para qué sirve la lectura?”, “eso es inútil”; otro miedo era ser visto como un egoísta. En los medios sociales donde se privilegian mucho las experiencias compartidas, la lectura en la habitación propia entre comillas aún hoy en día está mal vista.

Leer aísla, disgrega a la persona de su grupo, pero también es una actividad rodeada de un halo de misterio, ¿no?

Claro. Me acuerdo que una vez un señor que viajaba conmigo en un avión, cuando se enteró de que yo trabajaba sobre la lectura me dijo que las mujeres que leen son egoístas. Ese secreto, ese misterio de la persona que lee, también hace que uno se vuelva lector. La mayoría de la gente que es lectora siempre evoca escenas iniciáticas: la madre, la abuela o el padre que le cuenta historias al niño o que le lee en voz alta. Pero también hay otra escena, donde los padres o los abuelos no le leen al niño, pero ellos leen, y el niño los observa y está fascinado. ¿Dónde están? ¿Qué es lo que hay en ese libro? A veces uno se convierte en lector porque quiere encontrar el secreto o misterio que tiene el libro. Y cuando no es en la familia, puede ser a través de un mediador, si se trata de un docente o un bibliotecario que tiene una incidencia fuerte en el niño.

Usted se opone a la expresión “construcción del lector”, en la que se explicita la idea de que el lector se puede “fabricar”. ¿A qué atribuye la generalización de esta idea?

La verdad que la expresión “construcción del lector” la descubrí en América Latina, en México, Colombia y la Argentina. Me parece una idea de lo más ingenua; cada vez que la escucho pienso en la imagen de Frankestein, “vamos a construir un lector”. Es curioso porque se trata de una posición omnipotente: “Nosotros tenemos el poder de construir lectores”. Cuando empecé a trabajar con la lectura, mi primera referencia teórica fue Michel de Certeau, un investigador atípico que amaba mucho a América latina. A él le interesaba lo que pasaba del lado del lector, lo que el lector creaba. Lo que me interesó siempre fue situarme del lado del lector, estando atenta a sus maneras propias de construir sentido con lo que encontraba en los libros, de construirse a sí mismo con palabras o historias robadas de acá o de allá. Y digo robadas porque De Certeau decía que la lectura era una “caza furtiva”. La cultura se hurta, se roba; es la única manera de que funcione. Lo difícil, pero lo interesante para el mediador, es que pueda contagiar las ganas de apropiarse, de robar. Lo que podemos hacer es multiplicar las oportunidades del encuentro con personas que no repitan el imperativo “hay que leer” sino que tengan una actitud mucho más sutil frente a la lectura.

¿Qué opina de los discursos catastrofistas que advierten que cada vez se lee menos cuando cada vez se publican más libros en el mundo?

Los escritores parece que temen quedarse sin clientela. A la Feria del Libro argentina van un millón de personas, siete veces más que en la Feria del Libro de Francia, a la que van unas ciento sesenta mil personas. Acá viene gente de sectores populares, no como en Francia que es sólo para las clases medias escolarizadas. Yo no comparto ese discurso catastrofista porque tiene un efecto contraproducente y la realidad es mucho más compleja.

¿Cuál es el papel de las bibliotecas en esta era de Internet?

En estos tiempos en que tanta gente se siente rechazada, cuando se les dice: no hay lugar para ustedes, ya no tienes empleo, ya no tienes casa, la biblioteca es un lugar que nos facilita el sentimiento de pertenencia. En muchos países, gente sin techo, exiliada, emigrante va a las bibliotecas, no sólo porque hay calefacción, sino porque hay algo que va más allá. Se trata del lugar de los libros, y los libros tienen que ver con el hogar.

12 de septiembre de 2015

Michèle Petit: "La lectura no garantiza nada, no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento, pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad" (1)

La antropóloga francesa Michèle Petit (1946) ha realizado estudios en sociología, lenguas orientales y psicoanálisis trabajando, entre 1972 y 2010, en el prestigioso Centre National de la Recherche Scientifique, la institución de investigación más importante de su país natal, de la que actualmente es investigadora honoraria. Desde 1992 trabaja sobre la lectura y la relación con los libros privilegiando los métodos cualitativos y el análisis de la experiencia intima de los lectores. La escucha de los lectores la condujo a estudiar el papel de la lectura en la construcción del ser. Ha coordinado investigaciones sobre la lectura en el medio rural y sobre el papel de las bibliotecas públicas en la lucha contra los procesos de exclusión. Desde 2005 ha profundizado en el análisis de la contribución de la lectura en espacios que son objeto de conflictos armados, de crisis económicas intensas, de movimientos forzados de poblaciones o de gran pobreza, escudriñando a través de sus investigaciones en cómo la lectura se relaciona con las personas, cómo las ayuda a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos sociales desfavorables. Lo que sigue es la primera parte del resumen editado de las entrevistas que Petit concedió a Silvina Friera (diario “Página/12”, 11 de mayo de 2009), a Laura Casanova (diario “La Nación”, 24 de junio de 2009), a Victoria Tatti (diario “Clarín”, 28 de junio 2009), a María Luján Picabea (revista “Ñ” nº 611, 13 de junio de 2015) y a Jaime Cabrera Junco página web “Lee por Gusto”, 29 de junio de 2015). En ellas la antropóloga habla sobre las situaciones sociales que influyen en el acercamiento a la lectura, la posibilidad de que cada uno tenga la posibilidad de acceder a los libros, considerando que leer es clave para habitar el mundo porque sin relatos no es posible sobrevivir.


¿Cuán importante es para usted la lectura?

Durante un largo tiempo no pensaba en cuán importante era para mí. “Uno no habla de lo que es evidente, del aire que respira, del rostro de sus amigos”, decía en mi libro "Una infancia en el país de los libros" (donde narraba mis recuerdos de lecturas de infancia y adolescencia). A lo largo de mi vida, los libros y los periódicos fueron una evidencia, el aire que se respira, los amigos que me acompañaron día tras día. ¡Lo que no significa que me haya encerrado en ellos! Aclaro que me encanta deambular horas por las calles, escuchar música, ver pinturas o imágenes, la amistad, el amor. Pero no puedo pasar una semana sin visitar una librería en busca de algo inesperado, de una sorpresa que va a despertar en mí una curiosidad, unas asociaciones, una ensoñación. Aquí de nuevo se trata de la felicidad de los encuentros. En mi infancia, yo era hija única, mis padres tenían la cabeza en otro mundo, me encontraba a menudo sola. Y la vida en los años '50 no era muy alegre, se sentía todavía el peso de la guerra. Pero en la casa había libros por todas partes, álbumes, historietas. Fue una gran suerte. Y lo sigue siendo.

¿En qué momentos lee?

Para mis estudios, todo el día, cuando no escribo. Necesito leer diferentes tipos de escritos para relanzar las ideas, las asociaciones, nutrir mi pensamiento. De noche, leo siempre un poco de literatura antes de dormir, como mucha gente. Existe una relación entre lectura y noche, lectura y sueño, y lo comentaron muchos escritores tal como Marguerite Duras, quien decía: “La lectura es del orden de la oscuridad de la noche. Incluso cuando se lee en pleno día, al exterior, la noche se instala alrededor del libro”. O Michel de Certeau cuando escribía que leer era “crear rincones de sombra y de noche en una existencia sometida a la transparencia tecnocrática”. Leo mucho cuando estoy de vacaciones, particularmente en Grecia. Llevo en mi maleta unos libros pesados y entre ellos siempre hay uno o dos “clásicos” que no he podido leer. Pero nunca leo en una playa: y es que paso el tiempo contemplando el paisaje o los peces debajo del agua, o voy en busca de unos pedazos de ánforas (de nuevo el placer del hallazgo). Sin embargo, una parte de mis ensoñaciones en las playas tienen su fuente en mis lecturas: los grandes poetas griegos leídos en mi juventud, Seferis, Elytis, Ritsos… así como Homero, hablaron de las islas del mar Egeo de una manera tan bella que se convirtieron en unos lugares maravillosamente habitables. Sus poesías y sus mitos me presentaron al mar, al cielo, a los olivos, a las cuevas marinas con sus focos, y ahora las islas me cuentan historias. Ésta es una de las grandes funciones de la literatura: interponer palabras e imágenes entre nosotros y el mundo para que éste sea acogedor, habitable.

¿Cuál el espacio de la literatura en la vida cotidiana?

¿Qué entendemos por “la literatura”? Para mí, incluye, desde luego, la literatura oral, no sólo los mitos y las leyendas que se transmiten de una generación a otra, sino también las historias, las anécdotas narradas en una lengua que difiere de los intercambios comunes, una lengua más narrativa, más esmerada, más poética. Una forma de oralidad que tenía un sitio notable en muchas sociedades tradicionales. Hoy en día, esta lengua encuentra difícilmente un espacio en ciertos contextos, ciertas familias, cuando la lucha por la supervivencia acapara todo el tiempo. En estos casos, el lenguaje ya no sirve más que para la designación inmediata de las cosas y de los seres. O para dar órdenes, pedir, exigir. Sin embargo, esta otra lengua, narrativa, poética, metafórica (que la lectura puede sostener) es necesaria día tras día, de la misma manera que necesitamos dormir y soñar aunque no recordemos nada cuando amanezca.

¿Cuál es la importancia de la voz que narra, sobre todo en la infancia?

Los bebés son muy sensibles al ritmo, al canto, a las modulaciones de la voz que cambia si la madre (o la persona que le brinda los cuidados maternos) habla de la realidad cotidiana o si se abandona a la fantasía. Parece que la melodía de este lenguaje proporciona una continuidad tranquilizadora, que da unidad a las experiencias corporales del niño. Poco a poco deducirá estructuras rítmicas que contribuyen a su adquisición del lenguaje. Y, a partir del segundo año, los niños serían capaces de hacer la diferencia entre el lenguaje utilitario, que sirve para la designación inmediata, y el lenguaje del relato que ayuda a elaborar la separación. O sea que el bebé necesita de la literatura para crecer, para pensarse como un sujeto distinto de su madre y comenzar a darle forma a su propia historia. Ahora bien: a menudo leer es reencontrar el eco lejano de una voz amada en la infancia, el apoyo de su presencia carnal para atravesar la noche y enfrentar la separación.

¿Cuál es la posibilidad de que un adulto que no tuvo acceso a la literatura pueda resolver esa carencia?

Supone casi siempre un encuentro con alguien dotado de un verdadero arte de transmitir: un amigo, un bibliotecario apasionado o un promotor de lectura astuto. Alguien que permite recobrar, bajo un texto, una “tierra adentro” de sensaciones, un movimiento, un ritmo, a menudo mediante la voz, justamente. Alguien que sabe tocar una sensibilidad primera, suscitar vaivenes entre el cuerpo y el pensamiento.

Compartir lecturas, dice usted, más que formar lectores, es una forma de forjar una atención ¿esto es una forma de estar en el mundo, de asirlo?

Lo dijo muy bien Graciela Montes: “Lo primero que hay para leer es lo que está ahí, el enigma, el mundo”. Graciela lo decía en una entrevista en la que incitaba a los padres no sólo a leer libros con sus hijos sino también a leer el mundo junto con ellos. Por ejemplo, a mirar el barrio en el que viven, los cambios que han ocurrido a lo largo del año. También pienso en Richard Ford cuando dice: “El objetivo de mis novelas es dirigirme al lector y decirle: mira y presta atención”. O en David Grossman cuando comenta que la enseñanza de la literatura sería una calidad de escucha, de atención a los matices, a las singularidades. Sí, a mi modo de ver, lo que está en juego es una cierta relación con el mundo, con los otros y con uno mismo. Proveer y compartir experiencias culturales contribuye a un arte de habitar, de vivir, a una estética de la vida. También, en ciertas condiciones, a una ética, una formación de la sensibilidad, una escucha del otro.

Advierte un riesgo al insistir a los chicos con la lectura, cierto riesgo de rechazo, ¿cuál es el límite?

Advierto cierto riesgo al insistir en la lectura de manera angustiada, por ejemplo si uno piensa que leerle un libro al niño es necesario sólo para su devenir escolar y no siente ningún placer en hacerlo. O si uno lo hace de manera autoritaria e intrusiva, tratando de controlar los movimientos del niño pequeño que quiere ir y venir oyendo el cuento, o preguntándole a cada rato si ha entendido bien tal o cual palabra o en qué piensa. También se nota un riesgo con los adolescentes, por lo menos en Francia. A veces salgo deprimida de jornadas dedicadas a la promoción de la lectura: ¡tanta angustia, tanta demanda entre los docentes o los bibliotecarios en busca de recetas “para que los jóvenes lean”! Todos estos discursos tienen efectos perversos. La culpabilización de los jóvenes, la voluntad de controlar su tiempo de ocio, han contribuido, junto a otros factores, a la caída que tanto se deplora: muchos de ellos resisten la lectura también porque se quiere a toda costa hacerles tragar los libros.

Persiste la sensación del lector o la lectora de estar robando un tiempo a otras tareas, las consideradas útiles. ¿Por qué la lectura debe rendir cuentas tan a menudo?

Sí, en los medios en los que la vida es muy difícil, incluso hay mujeres y hombres que se esconden para leer para no parecer haraganes. Pero de una manera más amplia, en nuestras sociedades obsesionadas con la rentabilidad, uno debe a cada rato demostrar que la lectura “sirve” para algo, para el recorrido escolar, para la ciudadanía, para la salud… Y sin embargo es vital mantener playas de vida dedicadas a otra cosa que la utilidad, particularmente en las relaciones con los niños, pero también en las relaciones amorosas, cuando la vida viene a su invierno. Somos animales poéticos y necesitamos, a cualquier edad, la literatura y el arte para habitar el mundo que nos rodea.

Descartada la imposición de la lectura y el “deber” de sentir placer, ¿qué tipo de acercamiento sugiere?

La lectura es un arte que más que enseñarse se transmite en un cara a cara. Para que un niño se convierta en lector es importante la familiaridad física precoz con los libros, la posibilidad de manipularlos para que no lleguen a investirse de poder y provoquen temor. Lo más común es que alguien se vuelva lector porque vio a su madre o padre con la nariz metida en los libros, porque oyó leer historias, o porque las obras que había en casa eran temas de conversación. La importancia de ver a los adultos leyendo con pasión está en los relatos de los lectores.

¿Y en hogares donde no pasa?

Ahí es donde debe actuar el mediador cultural porque, para que se transmita eventualmente el deseo de apropiarse de la cultura escrita, es clave la relación que cada uno tiene con la propia historia de lecturas, los momentos felices y los dificultosos, todo eso actúa inconscientemente cuando somos mediadores de un libro frente a un docente o un niño. He trabajado en medios rurales o barrios marginales, donde la cultura escrita no es algo dado. Allí, la gente dejaba en claro que hablaba de placer, había podido tener un acercamiento a la lectura, les había ayudado a construirse a sí mismos, su subjetividad o a reconstruirse en la adversidad. Es necesario multiplicar las oportunidades de encuentro y no sólo en el ambiente del aula, ­porque funciona la idea de la obligación de aprender,­ sino en otros como las bibliotecas, escolares y públicas.