El ensayista
argentino Arturo Jauretche (1901-1974) decía en su obra “El medio
pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional)” que, en
principio, “decir que un individuo o un grupo es de medio
pelo implica señalar una posición equívoca en la sociedad; la situación
forzada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee”. Ese
“medio pelo de la sociedad”, la llamada clase media, parece ser resultado de un
proceso de identificación bastante conflictivo. Los diferentes gobiernos han
interpelado a ese sector en el que se cruzan intereses, orígenes, estilos de
consumo, valores y nociones morales. El historiador argentino Ezequiel
Adamovsky (1971) sostiene en “Historia de la clase media argentina. Apogeo y
decadencia de una ilusión 1919-2003” que, en Argentina,
los sectores medios de la sociedad no conforman una clase social ni un grupo
política o económicamente homogéneo, pero casi toda la sociedad está atravesada
por una identidad de clase media, caracterizada por rasgos antipopulares y
clasistas. ¿Cuándo y por qué se configuró esa identidad? ¿Cómo se manifiesta
hoy? Adamovsky analiza estos temas en la siguiente edición de las entrevistas que
concediera a Javier Lorca (diario “Página/12”, 7 de diciembre de 2009), a Inés Hayes (revista “Ñ” nº 648, 27 de
febrero de 2016) y a Patricia Fernández Mainardi (página
web “DEF on line”, 28 de febrero de 2016).
¿Qué es la clase media?
Casi todo el mundo
piensa que la clase media es un grupo social concreto de la población que
comparte determinadas pautas “objetivas” de vida, como ser un nivel de ingresos
o un tipo de ocupación, que a su vez se traducen en rasgos “subjetivos” también
compartidos, por caso una determinada mentalidad, actitudes políticas, estilos
de consumo, nociones morales, etc. Yo creo que esto es una ilusión. Mi libro
sostiene que la clase media no es una clase social propiamente dicha,
sino una identidad. Tener una identidad específica suele ser uno de los
atributos que dan cuerpo a las clases sociales. Pero eso no significa que toda
identidad necesariamente indique la presencia de una clase. “Clase media” es
una identidad que, a pesar de su nombre, no se apoya en una verdadera clase
social. En otras palabras, no se trata de un grupo concreto de la población,
distinguible de otros por criterios objetivos, sino de una identidad específica
que fue haciéndose carne de diversas maneras en diferentes grupos de personas.
Pero cuando digo “identidad” no me refiero tampoco a que sea un grupo concreto
de la población dotado de alguna característica “subjetiva” en común, una
especie de mentalidad o forma de ver el mundo que sea idéntica para todos los
que se sienten de clase media. No hay nada de eso. En mi trabajo, “clase media”
no designa a ningún grupo concreto, a ninguna entidad, como quiera
que sea definida.
Si no es un grupo concreto, entonces ¿no existe realmente una clase
media?
No, claro que
existe. Pero existe como identidad. Se trata de un conjunto de representaciones
que se fueron entrelazando a través del tiempo, que es el que se pone en juego
cuando las personas se identifican como pertenecientes a la “clase media”. Ese
conjunto incluye diversos elementos, algunos económicos y otros más culturales.
Entre los económicos, por supuesto, cuando uno dice “clase media” supone, como
mínimo, que se trata de personas que no son pobres. Para otras personas (pero
no para todas), definirse de ese modo también trae supuesto que el tipo de
trabajo que uno tiene no es un trabajo manual y además que ser de clase media
involucra saber consumir con determinado estilo. También hay pautas culturales
que suelen ponerse en juego cuando alguien dice “soy de clase media”. Para
empezar, poseer un mínimo de educación formal, modales apropiados, nociones de
“decencia” básicas. Junto con esas representaciones de lo que significa ser de
clase media, en Argentina se agregan otras, que no son comunes en otros países.
Por un lado, hay una cierta jerarquía “racial” que se combina con la de clase.
En nuestro país se presupone que alguien de clase media es “blanco” o, lo que
es lo mismo, no es “un negro”. Esto a su vez se relaciona con toda una
narrativa sobre la historia argentina, según la cual lo blanco/europeo es lo
que trae el progreso y lo nativo/mestizo/negro es lo que lo obstaculiza. En las
nociones de ser de clase media en Argentina está muy presente la idea de que
esa clase es fruto de los abuelos inmigrantes. Y a su vez todo eso se combina
con ciertas valoraciones sobre el pasado y sus diversos períodos. Se supone que
los inmigrantes y la clase media trajeron la democratización y el progreso, y
alimentaron el surgimiento de la Unión Cívica Radical, mientras que el peronismo sería
representativo de la irracionalidad propia del mundo criollo. Por eso en
nuestro país las nociones de clase se superponen hasta cierto punto con las
identidades políticas: si uno dice “clase media”, entonces se presupone que esa
persona no será peronista, y si uno dice “clase baja” es lo contrario.
Pareciera que la gente de clase media sí comparte una mentalidad…
A simple vista
parece eso, pero si uno lo analiza más a fondo es más complicado. Todos estos
elementos que acabo de comentar funcionan ciertamente como lo que los
académicos llaman una formación discursiva: tienden a aparecer todos
juntos. Cuando uno dice “clase media” enseguida se representa mentalmente
alguien no pobre, culto, blanco y no peronista. Pero no hay coincidencia entre
esa imagen mental que nos hacemos y las personas concretas que se sienten de
clase media. Porque no se trata de un discurso homogéneo o perfectamente
reglado: para un empleado de comercio, su modesto sueldo será suficiente como
carta de ingreso a la clase media, pero un mediano empresario muy probablemente
lo considerará pobre; para algunas personas el peronismo será una actualización
de la barbarie, para otras una continuidad en la historia de la modernización;
un porteño de Barrio Norte acaso sea más quisquilloso con los matices del color
de la piel, pero lo será menos otro porteño menos discriminador, o alguien que
nació en Catamarca, donde incluso personas de clase alta pueden tener la tez
más oscura. Asumirse “de clase media” no significa necesariamente incorporar en
bloque todos y cada uno de los elementos descritos. Tampoco se trata de un
conjunto de elementos totalmente sólido, coherente e inalterable. Es cierto que
algunos han sufrido profundos cambios en pocos años y que otros pueden
activarse de manera distinta según la situación. En fin, no se trata de una
identidad en un sentido fuerte del término: no es un conjunto de ideas sobre sí
que haga casi idénticas a las personas en determinado momento y a través del
tiempo. Pero sí tiene la suficiente consistencia como para incidir
decisivamente en el modo en que una buena porción de la población se percibe a
sí misma en relación con los demás.
¿Qué lleva a una persona a asumirse dentro (o fuera) de la clase
media?
Es una pregunta
interesante y difícil de responder. Lo que sí sabemos es que es una identidad
muy poderosa y atractiva. Todo el mundo prefiere considerar que está “en el
medio”. Primero, porque ser pobre es inmediatamente estigmatizante, hay una
carga de vergüenza en verse o ser visto como pobre. Sobre todo si además está
el estigma racista, según el cual si uno es pobre además es un “negro” o vive
“como los negros”. Pero también, si uno es rico, es más cómodo considerarse de
“clase media-alta”, porque en nuestra sociedad hay una visión negativa del
mundo de los ricos o sencillamente porque el rico a veces prefiere no dar
cuentas de su riqueza.
¿Qué es más importante a la hora de definirse como clase media, el
consumo o la educación?
En Argentina
históricamente la educación fue un ítem central en la formación de la identidad
de clase media. Diría que incluso más que el dinero o el consumo: tener plata o
gastarla a lo loco no fueron garantía de aceptación en el mundo de la clase
media. Para ser de clase media, antes que nada, era preciso ser una persona
“culta”, quizás no necesariamente en el sentido libresco, de manejar
conocimientos eruditos, pero al menos sí de tener modales adecuados,
“civilizados”, hablar correctamente, manejar el buen tono en el vestir. Con
tener todo eso uno ya podía reclamar ingreso a la clase media, incluso si el
sueldo que ganaba era igual que el de un obrero. En una de las primeras
encuestas sobre los estilos de vida de la clase media, en los años ‘40, el
sociólogo Gino Germani encontró que la gente de sectores medios porteños
afirmaba que leía una gran cantidad de libros por año, una cantidad tan alta
que lo llevó a pensar que estaban exagerando para “darse corte”.
Y en la actualidad, ¿cómo se identifica?
Diría que todavía
hoy la cultura es fundamental en la definición de la clase media, aunque
posiblemente tenga una importancia relativa cada vez menor. En algunas
encuestas recientes se ve un corte por edad del entrevistado que es
interesante. Cuando preguntan cómo tiene que ser una persona de clase media,
los más viejos mencionan sobre todo la educación, la familia ordenada, en
general pautas culturales. Los más jóvenes, en cambio, tienden a responder con
mayor énfasis que se trata de una cuestión puramente de dinero que uno posea o
de estilo de vida (entendido como modos de consumo). De cualquier manera, lo
que hay que destacar es que en la actualidad algunos estudios marcan que más
del 70% de la población argentina cree de sí misma que es de clase media. Eso
quiere decir que hay una porción muy grande de personas que son trabajadores,
que un sociólogo ubicaría en la clase baja sin dudarlo, que sin embargo
prefieren imaginar que son de clase media. Hoy alcanza con no vivir en una
villa, con tener un sueldo un poco por encima del mínimo, para autodefinirse
como clase media. Y eso significa que esa identidad ya no tiene la consistencia
que supo tener en tiempos pasados. Creo que nunca la identidad de clase media
coincidió con un grupo concreto de la población, por eso que decía antes que no
es una clase. Pero hoy, menos que nunca.
Hablemos del pasado entonces. La oligarquía marcó un rumbo histórico
en el país, ¿lo hizo la clase media? ¿Cómo caracteriza el recorrido de la
“clase media” en los diferentes períodos históricos del país?
Se suele pensar
que la clase media trajo el fin del dominio oligárquico de la mano de Yrigoyen,
abriendo el camino de la democratización. Mis trabajos y los de otros
historiadores muestran que eso es un mito. Para empezar, porque no existía una
clase media (ni como sector social ni como identidad) en tiempos del
surgimiento de la UCR. Pero además porque el radicalismo no fue representante
de los sectores medios en ningún sentido. El partido fue fundado por grupos
desplazados de la oligarquía. Su base votante fue policlasista, con un fuerte
apoyo de los obreros (que la UCR sólo perdió cuando surgió el peronismo).
Además ni Yrigoyen ni los principales líderes del partido se dirigieron
públicamente a la clase media, ni impulsaron medidas que beneficiaran a los
sectores medios especialmente, en desmedro de otros sectores. En verdad el
radicalismo fue un movimiento popular, no específicamente de clase media. Por
supuesto incluía a sectores medios pero también a otros. La democratización del
país no la debemos entonces a esa clase, sino al movimiento popular que
acompañó a los radicales. En mi trabajo muestro que los sectores medios (empleados, docentes, profesionales, comerciantes, etc.) no actuaron como un
sujeto político unificado hasta que hubo un hecho que sí los agrupó, que fue la
irrupción del peronismo. Recién luego de 1945 se ven síntomas de que los
diversos sectores que los componen comenzaban a aglutinarse y a adoptar una
identidad, ahora sí, de “clase media”, en oposición al fenómeno peronista. Fue
un poco como reacción ante el protagonismo plebeyo que tuvo desde el comienzo
el peronismo, pero también al hecho de que Perón afirmaba que sólo la
“oligarquía antipatria” estaba en su contra, mientras que el verdadero pueblo
argentino estaba con él. En ese contexto, adoptar la identidad de clase media
(que en realidad lentamente ya venía formándose desde los años '20), era
como decir “aquí estamos, no somos la oligarquía, somos una parte legítima del
pueblo, pero no estamos con usted ni con ese populacho que lo apoya”. En ese
sentido, es cierto que la identidad de clase media nació con una fuerte marca
antiplebeya y antiperonista. Creo que el único contexto en el que la identidad
de clase media cuajó en la formación de un sujeto político propiamente hablando
fue en el marco del derrocamiento de Perón en 1955, cuando casi en bloque la
mayor parte de las personas de sectores medios apoyó el golpe.
¿Y en las décadas siguientes?
Luego de ese
contexto, es difícil hablar del papel político de la clase media, como si
hubiera tenido un papel único. Es cierto que buena parte de los sectores
medios, acaso mayoritaria, se mantuvo antiperonista en los años ’60 y ’70. Pero
también es cierto que otra parte de ellos, especialmente los jóvenes, se
reencontraron entonces con el peronismo o incluso con el marxismo
revolucionario. Es verdad que parte de los sectores medios apoyó al Proceso
(aunque siempre se deja de lado que también apoyó el golpe una parte de los
sectores bajos). Pero también es cierto que otra porción participó de la
resistencia a la dictadura. Y lo mismo vale para el menemismo: suele acusarse a
la clase media de haberlo apoyado, pero la verdad es que lo apoyaron todos los
sectores sociales y los sectores medios fueron los que más temprano le retiraron
el voto y los que alimentaron buena parte de la resistencia al neoliberalismo
en los años ’90. En los últimos años el gobierno kirchnerista atacó a la clase
media, parte de la cual sin dudas es antikirchnerista, pero no es menos cierto
que uno de cada tres votos que recibió Cristina Kirchner en las elecciones
presidenciales fue de sectores medios. En síntesis, en general, salvo en
momentos puntuales, no ha habido un sujeto político “clase media” del que
podamos decir que actuó o dejó de actuar de tal o cual manera a lo largo de la
historia.
¿Por qué interpreta que las posibilidades abiertas por los sucesos de 2001
son clausuradas por el conflicto con “el campo” en 2008?
En 2001 hubo un encuentro muy poderoso de sectores bajos y medios,
incluso en la calle, con voluntad de confundirse en un mismo sujeto social. Es
muy interesante que, en 2002, los sectores dirigentes que intentaron “encauzar”
el país advirtieron que el peligro más grande que enfrentaban era esa combinación
de reclamos. El proyecto de Duhalde pasaba por ahí, por evitar que la clase
media se juntara con la baja. Y el proyecto del primer Kirchner pasaba no por
volver a una clase media antiplebeya, pero sí por mantener claro el límite
entre una clase y otra. Casi no hubo político argentino que insistiera más en
el orgullo de clase media que Kirchner. Con la normalización económica y
política que trajo su gobierno, se volvió a una separación más clara entre
quiénes eran clase baja y quiénes no. Y el conflicto de 2008 con las entidades
del campo fue una especie de cierre de época. Hubo una puesta en escena en la
que los sectores que apoyaban al campo se apropiaron del lenguaje de 2001 con
un sentido opuesto. Salieron a cortar rutas y a cacerolear, pero con un
proyecto excluyente. En lugar de una vocación de confundirse en un mismo
pueblo, había una actitud racista y clasista. Fue una farsa que marcó el cierre
de 2001. Volvió a aparecer en boca de gente de izquierda o identificada con el
Gobierno el escarnio a la clase media. También había en eso algo de farsesco:
se volvió a hablar con las palabras de Jauretche, cuando claramente no
estábamos ya en aquel país. Hay una sociología muy rápida entre sectores
progresistas que considera a la clase media como un grupo social homogéneo. Y
esto es un obstáculo para pensar políticamente, porque hay cantidad de personas
que no actúan a favor de la derecha ni con prejuicios clasistas. Es necesario
volver a pensar el modo de construir vínculos políticos entre las clases bajas
y al menos una porción de los sectores medios. El prejuicio que descalifica a
la clase media es cómodo pero inmoviliza, confirma lo que ya sabemos: si la
clase media es así y todo el país es clase media, entonces no hay nada que
hacer.