Para la socióloga argentina Maristella Svampa (1961) hay
muchas clases medias. Están las clases medias retrógradas, que apuntan a la
derecha, y las clases medias progresistas, que apuntan a un bien común amplio e
inclusivo. Esa tensión está presente todo el tiempo. En su ensayo
“Clases medias, cuestión social y nuevos marcos de sociabilidad” menciona cinco rasgos distintivos de
las clases medias argentinas: debilidad estructural, heterogeneidad social y
ocupacional, movilidad social ascendente, capacidad de consumo e importancia
como actor político y social. Ezequiel Adamovsky estuvo investigando durante
diez años a ese sector. Su trabajo abarca
la parábola de la clase media en términos materiales, así como su desarrollo en
tanto identidad social esbozada, primero, en la Argentina del Centenario
(cuando se identificaba a la clase media con el “ser nacional” blanco, europeo
e inmigrante), luego promovida con mayor insistencia entre 1919 y 1943 (cuando
las migraciones internas del campo pobre a las ciudades duplicaron el número de
integrantes de la clase obrera en quince años, agrandando las urbes y, con ello
también, los canales de ascenso social) y, finalmente, asumida por los
destinatarios de esa identidad, y ahora receptores de ella, es decir, por buena
parte de los estratos medios y sus alrededores que accederían a reconocerse
plenamente como de clase media (particularmente con la llegada del peronismo). Adamovsky es Doctor en Historia por el University College of London y Licenciado
en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Además de profesor de la
Facultad de Filosofía y Letras de esta última, es investigador independiente
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ha trabajado en
el Centre National de la Recherche Scientifique en Francia y publicado numerosos
artículos en revistas especializadas y varios libros, entre ellos “Más allá de
la vieja izquierda. Seis ensayos para un nuevo anticapitalismo” e “Historia de
las clases populares en Argentina. Desde 1880 hasta 2003”. Lo que sigue es
la segunda y última parte del compendio de entrevistas que Adamovsky concedió a
diversos medios para hablar sobre su último trabajo: “Historia de la clase
media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión 1919-2003”.
¿Cómo nació su interés por estudiar la clase media?
De la
inconsistencia que notaba entre los marcos interpretativos de los que disponía
y las cosas que veía en la realidad. Comencé en 1999, en un momento de
repolitización. La resistencia al neoliberalismo mostraba un fuerte
protagonismo de jóvenes de clase media que sin embargo se embarcaban en luchas
de gran radicalidad, lo que contradecía la imagen de una clase media baluarte
de moderación. Por entonces comenzó también una importante renovación de los
estudios sobre la clase media a nivel internacional que planteaba preguntas muy
diferentes a las que acá había instalado, por ejemplo, Gino Germani.
En ese sentido, ¿de qué definición partió para el análisis? ¿Cuál es
la diferencia respecto de la visión de Germani?
Germani
consideraba que ciertas categorías (empleados, comerciantes, profesionales,
pequeños productores) conformaban un grupo de existencia “objetiva”. Mostró que
a fines del siglo XIX crecieron esas categorías, de lo que concluyó que por
entonces apareció una clase media. Las perspectivas más recientes cambiaron la
pregunta. No va de suyo que un empleado inevitablemente se perciba de la misma
clase que el dueño del comercio en el que trabaja, ni que actúen políticamente
en sintonía, ni que tengan condiciones de vida comparables. La pregunta
entonces es bajo qué circunstancias sucede esa confluencia, que no se explica
por el mero crecimiento demográfico de los sectores medios. En mi trabajo
estudio a la clase media como identidad, preguntándome en qué momento comenzó
realmente a existir un grupo que se asumiera como tal.
También se refiere al mito de la visión “modernizante” de Gino Germani
y su idea de que gracias al proyecto de país impulsado por las clases altas en
el siglo XIX, la sociedad se había vuelto más “esencialmente igualitaria”.
¿Podría explicarlo?
En Germani hay una
idea implícita de que el capitalismo trae modernización y mayor igualitarismo.
El surgimiento de la clase media sería a la vez motor e indicio de ese proceso
virtuoso. Pero “modernización” es un concepto engañoso que habría que
abandonar. En la Argentina no hubo una tendencia unívoca al igualitarismo. En
varios rubros la tendencia fue la contraria, por ejemplo en la distribución del
ingreso, que empeoró dramáticamente. Más bien lo que hubo fue una
reconfiguración de las formas de desigualdad.
¿Por qué pone en cuestión la existencia de la clase media como tal?
Los diferentes
grupos sociales a los que se suele llamar “clase media” son objetivamente muy
distintos: hay gente independiente y otra con relación salarial, gente con
ingresos altos y otra con ingresos más bajos que los de un obrero manual, gente
con y sin formación superior... Es un conglomerado muy diverso y, de hecho,
históricamente, no ha actuado de manera homogénea ni a través del tiempo ni
internamente. Por eso, me pareció importante analizar el proceso por el cual un
grupo muy heterogéneo llegó a adquirir una identidad compartida.
¿Cómo caracteriza a esa identidad?
Tiene, por un
lado, una serie de características que hacen a la propia idea de clase media y
que aparecen en otros países: la idea de que la clase media es algo que está
entre ricos y pobres, que encarna la moderación, la racionalidad y la movilidad
social. Pero además hay características propias del caso argentino. Una es que
la identidad de clase media nació con una marca política muy fuerte, surgió
como reacción al peronismo, como una separación respecto de esa plebe
insubordinada que había aparecido. La identidad de clase media nació con la
marca antiperonista. En Argentina se presupone que alguien de clase media no es
peronista, así como se presupone que alguien del bajo pueblo es peronista.
Ninguna de las dos cosas es necesariamente cierta. La identidad surgió con
otras dos marcas asociadas. Una es étnico-racial: la forma en que se
despreciaba al bajo pueblo por sus rasgos, por “cabecita negra”. En contraste,
la clase media apareció entonces asociada a lo blanco y europeo, como
descendiente de la inmigración y baluarte del progreso: los que vinieron a
trabajar por oposición a los que estaban acá y eran un obstáculo. Otra marca es
regional: cuando se habla de clase media se presupone no sólo alguien no
peronista y blanco, sino también alguien de la región pampeana, sobre todo de
la ciudad de Buenos Aires.
¿Cómo se configura la idea de que la Argentina es un país de clase
media?
La identidad de
clase media entronca con mensajes previos que venían desde el siglo XIX. Desde
Sarmiento y Mitre en adelante, en los grupos de élite había un fuerte discurso
que asociaba al país con lo europeo, a lo criollo con un rasgo de inferioridad,
y vinculaba a la Argentina con el relato de la modernización. Ya desde entonces
la modernidad aparecía asociada con el espacio urbano, sobre todo Buenos Aires,
mientras lo rural y lo criollo eran los obstáculos al progreso que la
inmigración venía a superar. La identidad de clase media hace propia toda esta
narrativa y aparece como encarnación de la argentinidad, como la clase que trae
la modernidad para superar el atraso previo, un atraso que -para ese relato-
reaparece con el peronismo. Toda la historia nacional está marcada por esa
tensión entre el proyecto que asocia al país con lo blanco, europeo, racional y
moderno, y su contracara, los sectores plebeyos.
Todo eso tiene también un correlato a nivel latinoamericano: Argentina
se postula diferente de los demás países.
Es una idea que
también viene desde el siglo XIX, Argentina como una excepción en América Latina
porque su población está más relacionada con Europa, porque en teoría tuvo una
burguesía pujante que trajo progreso y, sobre todo, por el peso relativamente
menor del componente indígena.
Las apelaciones a la clase media surgieron desde sectores de la élite
y antes de que se constituyera la identidad, según describe en el libro.
Sí, es algo muy
parecido a lo que pasó en otros países pero bastante antes. La expresión “clase
media” fue introducida por políticos e intelectuales ubicados a la derecha del
arco ideológico, que intentaron incentivar un orgullo de clase media para
contrarrestar los lazos de solidaridad entre los sectores más bajos del pueblo
y el escalón superior. Esto empezó después de la Semana Trágica, en 1919. Ahí
un grupo de liberales, nacionalistas, católicos, radicales, empezaron por
primera vez a convocar a una clase media –que no existía como tal– para tratar
de convencerla de que no debía mezclarse con esos obreros revoltosos. Estos
llamamientos fueron muy intensos a mediados de los ’30, por la preocupación que
generaba el comunismo. Pero el momento cuando todo esto se convierte en una
identidad y es adoptado por un amplio sector de la población es 1946. Después
de la derrota de la Unión Democrática ante Perón, se hace carne la identidad de
clase media, con sus marcas políticas, culturales y étnicas.
Enfatizar el carácter “contrainsurgente” con que se configura la clase
media, ¿no supone un poder puramente negativo que deja a los sujetos encerrados
en una situación pasiva, como si no tuvieran nada que hacer ante la ideología
de las élites?
Por eso insisto en
analizar la clase media como identidad y no como clase. De hecho, esa identidad
tiene características tan antiplebeyas precisamente porque las personas
concretas de sectores medios no actúan como la identidad espera. En Argentina
hubo varios momentos históricos en que parte de los sectores medios actuaron
políticamente junto con las clases bajas y con proyectos populares, incluso
revolucionarios. En el ’19, cuando surgió este discurso, había un gran activismo
obrero acompañado por empleados de comercio, bancarios, maestras, chacareros,
estudiantes. Además, había una ideología revolucionaria con fuerte predicamento
en sectores medios. Es en ese contexto que se estimula una identidad para
contrarrestar esos vínculos. Pero la tensión entre una identidad antiplebeya y
el hecho de que las personas concretas de sectores medios muchas veces actúan
junto a las clases populares es una constante de la historia nacional, y sigue
presente hoy. La clase media como tal no es un sujeto político.
¿Cómo atraviesa esta identidad los ideales revolucionarios de los ’60
y ’70, luego la represión y el neoliberalismo? ¿Qué cambia y qué perdura?
Cuando cae Perón
ya hay una identidad de clase media instalada, por primera vez hay gente que se
considera de clase media y no parte del pueblo. Después se abre un largo
período de disputa entre dos proyectos que proponen a diferentes figuras como
centro de la nación: la clase media o los trabajadores. En esa época surge un
elemento que no está en otros países: el desprecio enorme que personas de la
clase media tienen contra la propia clase media. Esto aparece con Jauretche,
Ramos, Sebreli y otros ensayistas que acusan a la clase media de racismo, de no
entender los problemas nacionales y aliarse con la élite. No es una cuestión
sólo de intelectuales o militantes, sino que se difunde en toda la sociedad
como parte de esa disputa entre dos imágenes contrapuestas de nación. La
disputa se salda, provisoriamente, con el Proceso. Ahí hay una derrota del
proyecto que trataba de situar al trabajador como eje de la nación. La imagen
de la Argentina como país de clase media queda entonces indisputada. De algún
modo, eso encarna en el alfonsinismo, que aparece como superación del peronismo
y vuelta a la “normalidad”, con fuerte protagonismo de la clase media. La
identidad penetra muy hacia abajo, generando ese fenómeno que vemos todavía
hoy: gente incluso muy pobre que cree ser de clase media. Durante los ’80 y ’90
esta identidad continúa sin disputa, hasta que el país colapsa.
Otro aspecto interesante del libro es cómo se fue componiendo la
identidad de la clase media. ¿En qué ideas, valores y concepciones se basó?
¿Cómo cambió durante el peronismo?
Luego de 1920
lentamente se fue expandiendo la idea de que había una “clase media” y algunas
personas comenzaron a hacerla propia. Pero esa identidad terminó de asentarse
luego de 1945. Fue la experiencia del peronismo lo que, por oposición, produjo
la unificación de sectores que hasta entonces no creían pertenecer a una misma
clase. La identidad de clase media adquirió por eso algunos rasgos específicos.
Como en todas partes, suponía un sentido de superioridad que pasaba por poseer
determinado nivel económico, cultura y “moralidad”. Pero a eso se agregaron
elementos más locales. La identidad de clase media se entrelazó con relatos
acerca de la historia nacional que venían de antes. Por caso, la idea de que
nuestra historia se contaba como una lucha de la civilización contra la
barbarie, y que en esa lucha la clase baja criolla y el interior representaban
el atraso, mientras que la región pampeana y los inmigrantes representaban el
progreso. La visión de Germani actualizó ese relato, incorporando a la clase media
como un agente central. Esta noción agonística se imbricó así con la identidad
de clase media, que la imaginó como heredera de los abuelos inmigrantes y por
ello portadora de la modernidad en lucha contra sus rezagos. Y ese relato
encarnó como una noción de superioridad sobre los pobres con visos raciales, de
lo blanco contra los “cabecitas negras” que apoyaban la barbarie peronista.
¿Qué papel cumplió la clase media en la imposición del neoliberalismo
de los ‘70 y ‘90?
Sin dudas la
identidad de clase media colaboró con la erosión de los lazos de solidaridad
entre los sectores medios y los trabajadores, algo que facilitó el avance de
las políticas neoliberales. Pero dicho esto, es un estereotipo prejuicioso que
las personas de sectores medios apoyaran a los militares o luego al menemismo.
Muchas de ellas participaron en la resistencia a la dictadura y debe decirse
que a Menem lo apoyaron todas las clases pero del que primero perdió el apoyo
fue del votante de clase media.
Se ha afirmado que la clase media siempre ha sido “furgón de cola” de
los intereses de otras clases, ¿cuál es su visión al respecto?
Me parece un
prejuicio. Si algo caracteriza a la historia argentina es la presencia de
poderosos movimientos políticos en los que buena parte de los sectores medios
marcharon junto con los más humildes. El yrigoyenismo, el peronismo, las
organizaciones revolucionarias en los años ‘70, la resistencia a Menem en los ‘90,
el estallido de 2001: nada de eso se entiende pensando a los sectores medios
desde ese prejuicio.
¿Qué relación se puede establecer entre capitalismo y clase media?
El capitalismo
multiplica los escalones de la escalera social, crea muchas categorías nuevas.
Pero eso no crea en sí mismo una clase media. Su nacimiento hay que buscarlo en
el plano de lo ideológico, antes que en el de la estructura social.
Señala que la división entre clase alta, media y baja nació con la
Revolución Francesa y que luego fue retomada en Argentina. ¿Qué características
tuvo esa definición entonces?
Fue similar a lo de
Francia. Allí hablaron por primera vez de “clase media” ciertos políticos que
intentaban dividir el frente revolucionario, despegando de los más revoltosos a
una parte del pueblo, para tratar de que ella apoyara un programa
moderado. En la Argentina comienza a hablarse de la clase media en 1919. Y
lo hacen liberales como Joaquín V. González, preocupados por la confluencia que
había en el movimiento huelguístico entre obreros y empleados. Buscaban quebrar
esos lazos de solidaridad e impedir la difusión de ideas radicalizadas. En
décadas siguientes, intelectuales y políticos de derecha machacaron esa
distinción.