En los últimos años el microrrelato ha obtenido un lugar prominente y predominante
en las letras hispanoamericanas. La construcción narrativa que surgiera en
Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX ha ido, con el
paso del tiempo, situándose dentro del campo literario hasta constituir un
verdadero “boom”, siendo hoy motivo de infinidad de antologías, concursos, talleres,
editoriales, blogs y páginas web, un hecho que no implica necesariamente que tenga éxito comercialmente hablando. El crítico literario y escritor argentino David
Lagmanovich (1927-2010), no sólo un exquisito cultor sino también un
destacado investigador que contribuyó a sentar las bases críticas del género,
afirmaba que los microrrelatos son “brevísimas construcciones narrativas,
cuentos concentrados al máximo, bellos como teoremas; relatos esenciales,
exigentes para con el lector pero también dadores de un placer análogo al que proporciona
el poema”. Sin embargo, dada la magnitud que ha alcanzado el fenómeno, se hace a
veces complicado hallar uno de estos “teoremas”. La profusión vertiginosa, la abundancia
de propuestas, ha conseguido que resulte difícil tener una visión más o menos
clara de lo que se produce. Así como existen autores meticulosos y originales, los hay
también toscos y ordinarios que con la banalidad de sus textos han contribuido
al abaratamiento del género. Probablemente esto ocurra ya que, tal con asegura
la ensayista venezolana Violeta Rojo (1959), “la minificción es un artefacto
literario experimental, lúdico, intertextual, extraviado del canon”, para
agregar luego en defensa del género: “En las buenas expresiones literarias no
hay pureza y los géneros pueden desaparecer, fundirse, entremezclarse”. Martín
Gardella (1973), escritor, abogado y profesor universitario, es justamente uno
de los autores argentinos que cultivan el género con mayor destreza. Ha publicado
los libros de microrrelatos “Instantáneas”, “Los chicos crecen” y “Caramelos masticables. Microficciones para
leer en un recreo”. También ha compilado y prologado “Brevedades.
Antología argentina de cuentos re-breves”, y muchos de sus textos han sido
incluidos en múltiples antologías y traducidos a varias lenguas. Para él, el
hecho de que los microrrelatos sean breves no implica que no sean complejos.
“Lo que distingue a la microficción es la forma en que se escribe,
particularmente a través del uso de los silencios”, afirma. “Las ideas que se
facilitan se pueden llegar a completar de formas tan variadas como lectores
puedan existir”, agrega quien desde 2010 es miembro fundador e integrante del
comité editorial de “Internacional Microcuentista”, una revista
electrónica de microrrelatos y otras brevedades. Además conduce, todos los
sábados de 9 a 11 AM por FM Noventa, el programa radial “El Living sin
Tiempo”, primer ciclo dedicado a la microficción. En la siguiente entrevista
realizada por Laura Verdile para la revista digital “Primera Piedra”
publicada el 12 abril del corriente año, Gardella habla sobre inicios como
escritor y da su visión sobre el mundo de las brevedades literarias.
¿Cómo definirías la microficción?
Mucha gente define
a la microficción como un texto breve, pero no creo que la brevedad sea el
elemento característico que la diferencie de otros géneros. Es un tema
que se viene discutiendo desde hace muchos años, sobre el que se ha tratado de
buscar un consenso, sobre todo entre los académicos. A mí me parece que lo que
distingue a la microficción es la forma en que se escribe, particularmente a
través del uso de los silencios. Es más lo que no se cuenta que lo que sí, y lo
que el lector genera en su propia cabeza que lo que el escritor puede llegar a
decir. Las ideas que se facilitan se pueden llegar a completar de formas tan
variadas como lectores puedan existir. Hay algunos juegos o métodos muy usados
o conocidos, como es el de la intertextualidad, por eso se escriben muchas
microficciones sobre personajes de literatura clásica. La brevedad exige
recurrir a la enciclopedia del lector, recurrir a los conocimientos previos y
para eso se pueden usar personajes conocidos. Una de las cosas que caracteriza
al género es el hecho de no tener que definir a los personajes exhaustivamente.
No interesan las descripciones.
¿Se podría hablar entonces de la concisión como una característica?
Claro, la
condensación de sentido, tratar de decir mucho con pocas palabras, procurando
que nada sobre, porque una palabra de más puede arruinar el efecto de un texto.
Otra técnica es también la del uso de los paratextos, que permiten jugar de
distintas formas. Está el caso típico del texto de Luisa Valenzuela, titulado
“El sabor de una medialuna a las nueve de la mañana en un viejo café de barrio
donde a los noventa y siete años Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus
amigos los miércoles a la tarde”. El único cuerpo del texto de ese microcuento
es “Qué bueno”.
Respecto de las características del género, Raúl Brasca ha mencionado,
por ejemplo, que se tiene que buscar cierta “cualidad de impacto” para
sorprender al lector.
Sí, el uso del
asombro es también otra técnica muy utilizada. El impacto es importante, porque
de lo contrario el texto estaría condenado al olvido, pero en realidad la
sorpresa no es necesariamente esencial. Hay muchas microficciones que funcionan
muy bien sin que tengan un giro. El final sorpresivo atrapa, pero también hay
cuentos con esas mismas características en el último párrafo. En el chiste
también se puede sorprender al lector con un remate, pero no es lo mismo que
una microficción, como a veces se suele confundir. Que los microrrelatos sean
breves, no significa que no sean complejos.
¿Se podría hablar de un género híbrido? Por ejemplo, la
microficción puede, en algunos casos, tener también algunos puntos de contacto
con la poesía.
La poesía y la
microficción son muchas veces países limítrofes donde las fronteras no están
muy claras y pueden llegar a solaparse. Se pueden tener microficciones que sean
poesía en prosa por su contenido lírico. María Rosa Lojo, por ejemplo, que es
reconocida por sus poesías en prosa, ha reeditado sus textos como
microficciones. No hay una regla específica a nivel local o mundial. He
entrevistado a una gran cantidad de académicos y escritores de microficción de
varios países de Latinoamérica y ninguno ha hecho delimitaciones precisas. Por
eso se dice que este es un género “desgenerado”, un género sin género.
¿Encontrás alguna relación entre la microficción y los ritmos
acelerados de la contemporaneidad?
Con el paso de los
años, fui cambiando mi pensamiento en relación a ese tema. Cuando empecé a
meterme en la microficción, creía que era el género del momento y eso en realidad
resultó ser falso, porque en una librería, lo que venden, son las novelas.
Creo, sin embargo, que es un género que se adapta bien a las nuevas
tecnologías, que se puede leer fácilmente en una pantalla y eso ayuda a que
tenga un cierto impulso. Pero no sé si se puede hablar de un auge, porque no
muchos conocen el género y además, los títulos disponibles son muy pocos,
porque las ediciones de microficción suelen ser de pocos ejemplares y de baja
distribución. Mientras eso no cambie, no habrá una explosión del género. Por
eso he relegado en cierto modo mi trabajo de autor para priorizar la difusión.
Hay varios autores nuevos que no se conocen y también mucha confusión respecto
de los textos que pueden ser considerados microficciones. No es lo mismo lo que
se habla de microrrelato en Argentina que lo que se puede decir en España o en
México, por ejemplo. Creo que las microficciones tienen mucho para ganar en
otros terrenos como pueden ser la red, la radio, diarios o revistas, porque son
espacios en donde pueden empezar a colarse, a diferencia de otros géneros como
la novela, que no puede aparecer en esos medios por una cuestión de extensión.
En una entrevista para “Primera Piedra”, Ana María Shua mencionó
que nuestra sociedad, a pesar de tener poco tiempo para leer, prefiere novelas
extensas con las se hace una sola vez el esfuerzo de entrar en un mundo
nuevo, en lugar de elegir microficciones, que exigen un mayor trabajo de
lectura porque cada relato representa un universo distinto. ¿Qué opinás al respecto?
Sí, eso es verdad.
Creo que es distinta la lectura que requiere uno u otro género. Mi primer libro
tiene ciento cincuenta y cuatro textos y hay gente que lo ha leído todo en un
día, como si fuese una unidad, sin que se pueda en realidad procesar lo que se
leyó. Ani Shua dice, al respecto, que habría que leer cuatro o cinco textos y
parar. La falta de tiempo no te lleva necesariamente a la lectura breve, eso se
ve en las novelas que son “best-seller”, como mencionaba antes. Por
otro lado, tampoco es fácil escribir microficción. De hecho, muchos novelistas
dicen que no se animan a la microficción, que les resulta sumamente difícil,
además de que para muchos escritores es poco tentador un género que no vende
libros, hay que tener mucho amor por la escritura para emprender este camino.
Antes mencionaste que los libros de microficción son de baja
distribución. ¿Qué posibilidades creés que tenga el género dentro del mercado
editorial en un futuro?
Me parece que el
futuro o la apuesta está en otros mercados. Si bien durante mucho tiempo dije
que la microficción no era para chicos porque requiere de un lector calificado
que además pueda entender las referencias a las técnicas de intertextualidad,
comencé a ver que muchos textos pueden funcionar para un nivel Primario, por
ejemplo. Así surgió “Caramelos Masticables. Microficciones para saborear en un
recreo”, una apuesta que hizo la editorial Hola Chicos con mi libro, que
funciona muy bien para un 5° o 6° grado. Quizás ahí esté la clave para que la
microficción logre una mayor difusión, que sea incluido como un género más
dentro de la currícula escolar. He dialogado con muchos educadores que están de
acuerdo. En un futuro, podría funcionar.
¿Cómo comenzaste a escribir microficciones?
Empecé a escribir
cosas cortas sin saber qué eran. Con un compañero de trabajo hicimos una
revista dentro de la empresa y empezamos a publicar producciones propias.
Después, mi compañero tuvo la idea de organizar un concurso de cuentos de 50
palabras. No lo llegamos a hacer, pero empecé a practicar la escritura de
textos cortos que después fui subiendo a un blog con el que luego
publiqué Instantáneas, mi primer libro. En 2010, creamos con un grupo de
escritores con los que nos conocíamos virtualmente la Internacional
Microcuentista. Originalmente, fuimos cinco miembros que solíamos leer y
criticar mutuamente nuestras producciones. A diferencia de lo que muchos creen,
no éramos expertos en el género, sino jóvenes ávidos de aprender que además
buscábamos difundir la microficción de nuestros países. Creamos así un sitio en
donde reunimos en un solo lugar autores consagrados, autores nuevos, reseñas,
críticas literarias y entrevistas.
¿Con la Internacional organizaron el Primer Coloquio de Microficción
del país?
Sí. En Argentina
ya se venían organizando las Jornadas Nacionales de Microficción cada dos años,
que siempre fueron encuentros académicos, organizados por universidades. La
diferencia es que el coloquio fue llevado adelante por escritores. Con Raúl
Brasca, buscamos temas de interés que generaron mesas de debate en las que
participaron referentes muy importantes además del propio Brasca, como Ana
María Shua, Luisa Valenzuela y Eugenio Mandrini. Se habló de procesos
creativos, de la relación de la microficción con el ámbito social, la
educación, entre muchas otras cosas que podían hacer crecer al género. Vinieron
escritores de todo el país y también de Perú y de Chile.
Este año tendrá lugar también el IX Congreso Internacional de
Microficción tendrá en Neuquén.
Sí, se realizará
del 26 al 28 de julio en la Universidad del Comahue y es la continuación del
congreso que hizo en Kentucky, Estados Unidos, hace dos años. Lo novedoso de
este espacio es que, después del que se realizó en Bogotá, Colombia, en 2010,
cuando se convirtieron en espacios casi exclusivamente académicos, hay
nuevamente una apertura a los escritores y estará la posibilidad de que
presenten sus textos para calificar en mesas de lectura. Me parece importante
que haya un "feedback", que los académicos puedan aprender de los escritores
y viceversa, y que se den lugar a las nuevas voces.
¿Qué libros de microficción recomendarías para el que quiere conocer
más sobre el género?
Es difícil elegir
sólo algunos. Hay muchos autores reconocidos que escribían microficción sin que
en realidad hubiera una consciencia del género. Por ejemplo, es el caso de
Kafka,
Cortázar, Denevi o Borges. De los contemporáneos están Raúl Brasca,
Ana María Shua, Luisa Valenzuela y Eugenio Mandrini. También hay muy buenas
antologías como las de Clara Obligado, “Por favor sea breve” I y II,
y las de Brasca, particularmente “Antología del cuento breve y oculto”.