Se entiende que un escritor es ante todo un administrador de la
información que posee sobre la historia que narra y sobre sus personajes. No
todo lo que sabe sobre una historia es indispensable para que se entienda la
narración. Cuando ese conocimiento no plasmado en la escritura es perceptible
para el lector estamos, sin dudas, ante una obra bien escrita. Es lo que ocurre
en las historias de Samanta Schweblin: el lector es también protagonista, es
quien cierra el círculo. La autora de la novela “Distancia de rescate” y los
libros de cuentos “El núcleo del disturbio”, “Pájaros en la boca” y “Siete
casas vacías” logra crear en su escritura -a partir de situaciones cotidianas- historias
siniestras, oscuras, cargadas de tensión y vértigo, que se leen “de una sola
sentada”, como pretendía Edgar Allan Poe (1809-1849) en “The philosophy of
composition” (La filosofía de la composición). Samanta Schweblin es, para
buena parte de la crítica, la escritora argentina con mayor proyección. Es la inventora
de personajes que se atreven a cambiar, a salirse de los moldes, a probarse en
situaciones que no siempre controlan; la autora que, gracias a su capacidad de
observación y su habilidad narrativa, logra traducir al lenguaje de la
ficción la verdad oculta que hay debajo de las formas. Sigue a continuación la
segunda y última parte de la edición de entrevistas que Schweblin concedió a
distintos medios periodísticos argentinos en los últimos tiempos.
Ricardo Piglia, en
una entrevista, le otorgaba algunas características particulares al género de
la “nouvelle”, que la distingue de la novela larga y del cuento, como la de mantener
un secreto, "un sentido sustraído por alguien" alrededor del cual
juega el texto y se construyen sus intrigas y sus redes, algo muy presente en
tu escritura. ¿Cuál es tu visión?
Es muy interesante
la distinción que hace Piglia entre cuento y “nouvelle”. La idea de un final
que en el cuento coincide con el propio final del cuento y, en cambio, en la “nouvelle”
está puesto en otro lado. La ambigüedad extrema de la “nouvelle”, en la que
nunca sabemos si la historia que pensamos que se ha contado es la que
verdaderamente se ha contado. Pienso en algunas de mi “nouvelles” preferidas,
como "Muy lejos de casa" de Paul Bowles, o "El nadador en el mar
secreto" de William Kotzwinkle, o "El ruletista" de Mircea Cărtărescu, y son libros que
cumplen perfectamente con estas tendencias.
Cuando empezaste a escribir, ¿pensaste que iba a gustar tanto tu literatura,
que iba a tener tanta repercusión? ¿Cómo te llevas con eso?
No, no. Por
supuesto que no. Es que la idea de dedicarme a la escritura ni siquiera se me
había pasado por la cabeza. Por eso incluso me puse a estudiar cine, cuando en
realidad ya estaba muy compenetrada con la escritura. La repercusión de los
libros da muchos lectores y eso siempre se agradece. Tiene una contracara para
mí desconocida hasta ahora, y es que el tema de las entrevistas y los
compromisos sociales empiezan a ocupar un lugar más importante en la agenda, y
son cosas que nunca me gustaron demasiado. Pero qué más puedo pedir, estoy viviendo
de lo que me gusta, y de lo que considero que mejor se hacer, es un gran
privilegio.
A pesar de vivir en Alemania seguís situando tus historias en
Argentina, en “Distancia de rescate” tocás una problemática muy propia de
Argentina como son las consecuencias del uso de agrotóxicos en el campo. ¿Qué
te llevó a cruzar tu “nouvelle” con esa cuestión? ¿Tiene que ver con hacer una
denuncia social?
Vivo en Alemania
pero sigo pensando y escribiendo en Argentina, y creo que será así por lo
menos por un tiempo más. Hoy por hoy necesitaría una excusa muy fuerte para
escribir sobre Alemania, porque mi mundo sigue estando anclado en Argentina. Lo
primero que surgió durante la escritura de “Distancia de rescate” fue la
relación entre Amanda, Carla, Nina y David, y todo el tema de las migraciones.
El glifosato fue una búsqueda posterior, cuando entendí el tipo de accidente
que estaba necesitando para contar esta historia. Pero llegué a él por mis
propias preocupaciones como ciudadana argentina. Hacía tiempo que venía
siguiendo con espanto las políticas sojeras y las consecuencias nefastas de las
fumigaciones con glifosato en la gran mayoría de los productos que consumimos.
Así que fue un gran alivio poder volcar algo de todo ese horror en el libro.
Estuve tentada de poner nombres y marcas muchas veces, pero la literatura no
puede ser informativa con estas cosas. Si logro transmitir algo del horror que
me provocó como argentina entender lo que esta pasando en este momento en el
campo argentino, me doy por satisfecha.
¿Qué es lo importante para vos a la hora de escribir? ¿Cómo lográs
construir esa tensión que atraviesa toda tu literatura y que nos hace leerte al
borde de la silla de principio a fin?
Me gusta la
tensión, quizás porque soy muy distraída y necesito que un texto me sostenga
fuerte, me demande, me envuelva. Es algo que siempre exigí como lectora. Y con
tensión no me refiero a la intriga del “thriller” o del terror. Hay algo más, a
veces incluso puede ser muy sutil. Esa sospecha de que se descubrirá algo nuevo
o de que en la travesía podríamos pensar en algo en lo que nunca antes habíamos
pensado. La gratificante sensación de que, a cambio de nuestra lectura, el
texto nos devuelve algo. Así que cuando escribo busco también esto, es que creo
que la literatura siempre gira alrededor de estas energías de la tensión y la
atención.
Sobre la llamada "nueva narrativa argentina", ¿te sentís parte
de ella? ¿Existen para vos cosas en común en esa nueva generación de
escritores?
Me siento parte de
una generación a la que le ha tocado vivir cambios y experiencias comunes. Los
primeros y no muy productivos entreveros entre literatura e internet, la fluida
comunicación con otros escritores de Latinoamérica, el disparo de nuevas y muy
buenas editoriales independientes que le devolvieron a los libros la
espontaneidad, la diversidad y la calidad que los grandes monstruos editoriales
habían ido lavando. En ese sentido han pasado muchas cosas que nos marcan y
nos forman corno generación. Pero creo que en el sentido estricto de la
escritura somos heterogéneos, escribimos desde mundos, géneros y poéticas muy
distintas. También, en general, somos una generación que se lee mucho entre
sí, y se lee bien. Quiero decir, se lee con apertura, nutriéndose y pensándose
a sí misma con generosidad y curiosidad, más allá de los géneros, las
políticas y las estéticas.
En esa generación,
¿hay algo que los distancie de la tradición y los distinga de algún modo?
No puedo identificar nada en particular, pero quizá sea porque
justamente pertenezco a esa generación, quizá se necesite un poco más de
distancia para contestar esto. Sí creo que nos leemos mucho más entre nosotros.
No porque las generaciones anteriores no se leyeran entre sí, sino porque los
tiempos entre los que un uruguayo terminaba un libro y en los que ese libro
llegaba finalmente a manos de un colombiano eran mucho más largos. Hoy nos
leemos prácticamente en vivo, nos influenciamos más, discutimos o nos
entendemos a través de los libros de una forma más inmediata, y seguramente eso
tendrá su impacto sobre lo que escribimos.
Dentro de esos
nuevos escritores destacados hay varias mujeres, aunque en el género de la
literatura fantástica o del absurdo, que trabaja, como lo haces vos, en ese
límite entre lo real y lo extraño, predominan los hombres. ¿Cómo es para una
escritora entrar en este universo? ¿Te tocó lidiar con estas etiquetas sobre lo
que debería escribir una mujer?
Por supuesto. Bajo la etiqueta de cuentista, a veces te preguntan si
escribís "cuentitos para chicos". O hay que bancarse que, como
halago, a una le digan que escribe como hombre. Pero es parte del juego, todos
lidiamos con las etiquetas, los hombres también. Y a veces -en algunos ámbitos-
luchar contra ellas también es subrayarlas. Creo que en literatura lo mejor que
podemos hacer las mujeres para ganarnos nuestro espacio es escribir lo más
genuina y furiosamente posible.
En una entrevista dijiste
que estás muy alejada de la academia, que no te sentís para nada una
intelectual, ¿podes contarnos más sobre eso?
Es que tengo un gran respeto por la academia, por los teóricos. De
verdad, hay que salir de Argentina para entender -y esto siempre hablando en
líneas generales- lo analíticos, profundos y complejos que somos a veces los
argentinos cuando nos sentamos a pensar. Admiro eso, y quizá lo admiro tanto
porque justamente me siento bicho de otro rebaño. Mi formación "artística"
-si es que existe algo así- empezó a mis seis años, de manos de mi abuelo
materno, que era artista plástico, grabador. Mi formación viene de un taller
en el que se trabajaba con tintas, chapas, ácidos, buriles. Vengo de una
familia de artistas plásticos y se me entrenó desde chica para ese mundo de lo
visual, de lo tangible.
También
mencionaste la biblioteca de tus padres. ¿Tu primer acercamiento a la
literatura son esos libros familiares?
Era una biblioteca que me permitió leer desde muy, muy chiquita porque
mis papás tenían un jardín de infantes y mi mamá era maestra jardinera, y había
una cantidad de bibliografía para chicos enorme. Nadaba en libros para chicos
que además no eran míos, entonces tenía una fascinación porque quizás eran libros
que venían uno o dos días y después volvían a la biblioteca del Jardín de
Infantes. A los once o doce empezó la incursión a la biblioteca de los adultos,
que tenía muchos autores del “boom”, muchos clásicos como Dostoievski o Kafka.
Vivía en Hurlingham y era muy lindo viajar al centro para comprar libros en las
mesas de saldos de Corrientes con mis primeros dineritos. Además los libros que
eran baratos, los que me podía comprar, eran los bodoques, los ladrillos de las
colecciones de clásicos. Después, el descubrimiento de algunos autores que me
alucinaron, como Cortázar o Boris Vian, que descubrí en la biblioteca de una
amiga.
¿Y mucha lectura
en el tren?
Leía muchísimo en el tren. Típico de la gente que vive en provincia y
va a estudiar a Capital y que tiene una hora y media o dos de ida y lo mismo de
vuelta. Tenía todo un sistema que me permitía bajar del colectivo leyendo y
sacar el boleto del tren sin bajar la mirada, porque todo ese tramo del
colectivo al tren, que eran como quince minutos, me parecía una pérdida de
tiempo enorme. Había sacado la cuenta y, a lo largo del mes, eran como ocho
libros que podía leerme si no bajaba la vista en ningún momento.
“Distancia de rescate” fue
primero un cuento de “Siete casas vacías”, ¿qué fue lo que te llevó a
transformarlo en una “nouvelle”?
Simplemente, no funcionaba. Fue un cuento que reescribí muchísimo, ya
no recuerdo cuántas veces, y no me conformaba. Fue en uno de esos tantos
borradores que apareció la voz de David. Cuando David habló, lo ordenó todo.
Cuando David le pregunta a Amanda, constantemente, ¿qué es lo importante?,
también me lo estaba preguntando a mí. Obligándome a no bifurcarme, a avanzar
lo más rápido posible pero también atenta a cada detalle. Descubrí que era una
historia que necesitaba introspección, la revisión y la búsqueda que solo un
diálogo intenso entre dos personas me podía dar, y sobre todo, necesitaba ciento
treinta páginas más de las que yo estaba acostumbrada a manejar.
¿Tenés alguna
opinión particular de este género? En varias entrevistas dijiste que elegís,
con “Siete casas vacías”, volver al cuento. ¿De dónde parte esta elección para
vos?
No lo siento como una elección. Es algo que trae la propia idea, creo
que en el germen de una idea ya hay una pista del género, la extensión, la
voz, el ritmo. De todas formas estoy muy curiosa con lo que está pasando con
las “nouvelles”. Creo que lo mejor de mis últimas lecturas tuvieron que ver
con este género. Hay una intensidad, que viene del cuento, y a la vez una
profundidad, que da la extensión de la novela, que me resultan muy atractivas.
En “Distancia
de rescate” y “Siete casas vacías” hay un cambio en tu modo de
escribir, una mayor homogeneidad en el estilo, los temas y los escenarios. Como
si la búsqueda de tus libros anteriores comenzase a definirse de un modo más
claro hacia cierta dirección.
Sí, claro. Son evoluciones, si reescribiera “Pájaros en la boca” sería
muy distinto de como fue, ni mejor ni peor. En mi caso el cambio tiene que ver
con acercarme al realismo, un género que no me llamaba la atención antes.
También como lector te vas haciendo un canon más amplio y te das cuenta de las
tradiciones en las que te interesa enmarcarte. Está bueno tomar esa decisión de
manera intuitiva, cuando uno todavía no conoce del todo el árbol genealógico,
pero después es útil saber con quiénes dialogás. Es cierto que “Siete casas
vacías” es más homogéneo en el tono, el color, los climas y hasta la
geografía de los cuentos que “Pájaros en la boca”, y ni hablar de “El
núcleo del disturbio”, que era directamente un “collage” de géneros y
voces. Como un pintor que hace bocetos antes de empezar un cuadro.
¿Que tienen en común,
en tu visión, los cuentos de "Siete casas vacías"?
Casas, cajas, listas, cuerpos desnudos, vecinos, jardines, ropa y
angustia. Lo que más me impresionó fue encontrarme, casi con sorpresa, con un
libro tanto más realista que los anteriores, tanto más cercano y hasta por
momentos autobiográfico. Y aún así descubrir también que esta sensación
constante de que algo terrible y fuera del registro de lo real podría suceder
de un momento a otro -que es algo aparentemente muy presente en lo que
escribo-, podía mantenerse intacto en un registro tanto más cercano al
realismo. Quizá sea esa grieta, esa zona oscura, lo que siempre estoy buscando,
escriba el género que escriba.
Todos los textos cabalgan sobre la pregunta “¿qué es lo importante?”, y
uno piensa en qué es lo que juzga importante la autora.
Hay dos búsquedas:
una es la del texto, que si bien es un texto con mucha acción y en el que
suceden muchas cosas, es un texto muy reflexivo. Como si fuese una sesión de
psicoanálisis en donde uno se pregunta y se re pregunta muchas veces lo mismo y
no se contenta con cualquier respuesta. Pero también fue una especie de
leitmotiv para escribir, es una pregunta que me hago todo el tiempo cuando
escribo, pero sobre todo con este texto. Es una pregunta que tiene que ver con
como construyo mis mundos literarios, es una pregunta tonal en mi cabeza.
¿Un llamador?
Un llamador, un
concentrador y un limpiador.
¿En el sentido de la corrección?
Exactamente. Es
como respetar al lector. Soy una lectora muy exigente y muy abandónica.
Abandono muchos libros en cuanto siento que el narrador no está controlando
todo y no sabe perfectamente lo que está haciendo, siento que ya no puedo
confiar en él y ya no me interesa. Es algo que practico mucho y siento que es
una responsabilidad como narradora cuidar ese tiempo.
Debe ser muy difícil sentarse a escribir porque debés tener miedo
a que alguien haga lo que vos hacés.
Sí, es terrible,
es un gran abortivo. Pero son momentos distintos. En los momentos creativos uno
funciona como una esponja, cuando uno absorbe e intenta generar ideas nuevas, y
hay momentos que son de corrección, limpieza e higiene de un texto.
Imagino un nivel de autoexigencia muy alto.
Sí, y en verdad es
un problema porque pareciera que cualquier texto que puede fallar o que no vaya
a ser grandioso no vale la pena que sea escrito. Por suerte cuando uno escribe
realmente cree que lo que uno hace es maravilloso, grandioso y que jamás
alguien escribió algo parecido pero después cuando al día siguiente uno lo lee
se da cuenta que es una porquería. Por suerte el momento creativo tiene una
sobredosis de endorfinas que ayuda a avanzar sin criticar tanto.