El
economista francés Gérard Duménil (1942) es un estudioso del sistema capitalista
de producción, fundamentalmente de su actual etapa neoliberal. Apoyándose tanto
en el marxismo como en el keynesianismo, centra su análisis en los aspectos más
controversiales de la teoría dominante: el sistema financiero y la tasa de
ganancia. Graduado en la “École des hautes études commerciales” de París, Duménil
sostiene que, en términos generales, el capitalismo neoliberal no es el fin de
la historia sino que continúa transformándose, y que la principal de sus
mutaciones ha sido la de su estructura de clases. “En el capitalismo
contemporáneo existe una estructura ‘tripolar’: capitalistas, directores
ejecutivos y clases populares de obreros y desempleados -afirma-. El ‘gran
golpe’ de las clases capitalistas en el neoliberalismo es el de haber
conseguido asociar a los directores ejecutivos a la tarea de restaurar
espectacularmente sus poderes y sus rentas. No sorprenderá a nadie que esos gerentes
financieros hayan ‘entrado en el baile’, pero que los técnicos y los empleados administrativos
se hayan unido al movimiento resulta más asombroso. A la violencia de las prácticas
neoliberales en materia de políticas económicas y de gestión se ha venido a
sumar una gran oleada de devastación ideológica, que logra hacer que todo
proyecto hacia otras vías parezca incongruente”. Duménil, ex Director de
Investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique de Francia, ha
publicado una vasta obra sobre el orden neoliberal y la hegemonía financiera,
su naturaleza, sus contradicciones y su porvenir. Varios de esos libros los ha
escrito en coautoría con el físico-matemático y también economista francés
Dominique Lévy, entre ellos “Crise et sortie de crise. Ordre et désordres
néolibéraux” (Crisis y salida de la crisis. Orden y desorden neoliberales), “La
grande bifurcation. En finir avec le néolibéralisme” (La gran bifurcación. Acabar
con el neoliberalismo), “Capital resurgent. Roots of the neoliberal revolution”
(El capital reemergente. Las raíces de la revolución neoliberal) y “The crisis
of neoliberalism” (La crisis del
neoliberalismo). A continuación, un resumen editado de las entrevistas que
concediese a Armando Boito para el nº 516 de la revista brasileña “Jornal da
Unicamp” y a Miguel Ángel Jiménez González para el nº 44 de la revista mexicana
“Laberinto”.
Usted viene investigando el capitalismo
neoliberal hace mucho tiempo. En su análisis, ¿cómo se debe caracterizar la
etapa actual del capitalismo?
El
neoliberalismo es la nueva etapa en la cual ingresó el capitalismo luego de la
transición de los años ‘70 y ‘80. Con Dominique Lévy hablamos de un nuevo
“orden social”. Con esa expresión nosotros designamos la nueva configuración de
poderes relativos entre las clases sociales, dominaciones y compromisos. El
neoliberalismo se caracteriza, de ese modo, por el refuerzo del poder de las
clases capitalistas en alianza con la clase de los gerentes, sobre todo las
cúpulas de las jerarquías sociales y de los sectores financieros. En el
transcurso de los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las clases
capitalistas vieron disminuir su poder e ingresos en la mayoría de los países.
Simplificando, podríamos hablar de la existencia de un orden “socialdemócrata”
durante ese período. Las circunstancias creadas por la crisis de 1929, la
Segunda Guerra Mundial y la fuerza internacional del movimiento obrero habían
conducido al establecimiento de ese orden social relativamente favorable al
desarrollo económico y a la mejoría de las condiciones de vida de las clases
populares (obreros y empleados subalternos). El término “socialdemócrata” para
caracterizar ese orden social se aplica, evidentemente, mejor a Europa que a
los Estados Unidos. Con el establecimiento del nuevo orden social neoliberal,
el funcionamiento del capitalismo fue radicalmente transformado: una nueva
disciplina fue impuesta a los trabajadores en materia de condiciones de
trabajo, poder de compra, protección social, etc., además de la desregulación
(fundamentalmente financiera), apertura de las fronteras comerciales y la libre
movilidad de capitales en el plano internacional. Estos dos últimos aspectos
colocaron a todos los trabajadores del mundo en una situación de competencia
entre sí, cualesquiera sean los niveles de salarios en los diferentes países.
En el plano de las relaciones internacionales, los primeros decenios de
posguerra, todavía en el antiguo orden “socialdemócrata”, fueron marcados por
prácticas imperialistas de los países centrales: en el plano económico, presión
sobre los precios de las materias primas y exportación de capitales; en el
plano político, corrupción, subversión y guerra. Con la llegada del
neoliberalismo, las formas imperialistas fueron renovadas. Es difícil juzgar en
términos de intensidad y hacer comparaciones. En términos económicos, la
explosión de las inversiones directas en el extranjero en la década de 1990
ciertamente multiplicó el flujo de ganancias extraído de los países periféricos
por las clases capitalistas del centro. El hecho de que los países de la
periferia desearan recibir esas inversiones no cambia en nada la naturaleza
imperialista de esas prácticas, se sabe que todos los trabajadores “desean” ser
explotados antes que estar desempleados. Muchos analistas marxistas continúan
rechazando que el control de los medios de producción en el capitalismo moderno
es asegurado conjuntamente por las clases capitalistas y por la clase de los
gerentes, lo que hace de ésta última un segundo componente de las clases
superiores. Esa negativa es aún más desconcertante cuando se tiene en mente que
los ingresos de las categorías superiores de los gerentes en el neoliberalismo
aumentaron aún más que los ingresos de los capitalistas.
Para algunos autores, el neoliberalismo fue un
ajuste inevitable provocado por la crisis fiscal del Estado; para otros fue el
resultado, también inevitable, de la globalización.
La
explicación del neoliberalismo por la crisis fiscal y, frecuentemente también,
por la inflación, es la explicación de la derecha; es una defensa de los
intereses capitalistas. Ella especula con las inconsistencias de los bloques
políticos que dirigían el orden social de posguerra. Estos bloques habrían sido
incapaces de gestionar la crisis de los años ‘70 y entonces desembocamos en el
neoliberalismo. Pasa lo mismo con la explicación que presenta al neoliberalismo
como consecuencia de la globalización. Ese argumento invierte las causalidades.
Lo que el neoliberalismo hace es orientar la globalización, una tendencia
antigua, para nuevas direcciones y acelerar su curso, abriendo la vía para la
globalización neoliberal.
Algunos analistas afirman que su análisis
corresponde a un marxismo-keynesiano ¿Qué responde a esto? ¿De Keynes qué parte
sí y qué no compagina con Marx?
Sí, es una
discusión actual. Primero, quiero dejar en claro que no es ninguna vergüenza
ser keynesiano. Sí pensamos que, en cierta medida, la teoría macroeconómica
debe considerar aspectos de la teoría de Keynes que se deben articular con la
teoría del ciclo económico de Marx. Hay quienes dicen que somos keynesianos
porque hacemos hincapié en los mecanismos financieros. Para estos analistas hablar
de mecanismos financieros significa ser un keynesiano, aunque deberían decir un
“postkeynesiano” o algo así. Nunca decimos que la crisis actual sea una crisis
financiera, pero creemos que la crisis actual, eso sí, tiene componentes
financieros importantes.
¿Podría explicarnos qué es lo que exactamente
entró en crisis? ¿El neoliberalismo o algo de él, o tan sólo es que el
capitalismo está evolucionando?
Lo que
entró en crisis con el neoliberalismo fue un “orden social”, una etapa del capitalismo.
Un orden social se define por una configuración particular de relaciones entre
varias clases y varios grupos. Así al neoliberalismo, lo define la existencia
de una hegemonía, o sea un liderazgo, muy fuerte de las clases capitalistas en
alianza con la clase de los ejecutivos. Se trata de una alianza de derecha en
la cima de la jerarquía social. Es un marco social a partir del cual
transformaron todo el funcionamiento de la economía, a escala de un país con
una nueva disciplina hacia los trabajadores, como en el mundo con la globalización
y la financiarización, etc. La única meta de este orden social es acrecentar el
poder y el ingreso de estas clases. En este sentido, el neoliberalismo fue
exitoso, porque se enriquecieron mucho. Pero un día esa locura no pudo
sostenerse más, y llegó la crisis actual. Cuando mencionamos que el neoliberalismo
entró en crisis, estamos diciendo que entró en crisis el capitalismo en su
forma actual. Es un argumento que no les gusta a algunos marxistas que rechazan
la posibilidad de que exista otra forma de capitalismo. Para ellos es imposible
salir del neoliberalismo sin salir del capitalismo. Piensan que, con la crisis
actual, llegó el fin del capitalismo. Los problemas con este tipo de
perspectivas son enormes. ¿Qué tipo de sociedad podría venir después del
capitalismo? ¿Qué va a suceder de aquí a diez años? Las clases capitalistas
siguen muy fuertes y al mismo tiempo con un gran problema en la actual crisis.
Usted acaba de publicar, en conjunto con su colega
Dominique Lévy, un libro sobre la crisis económica actual. Según su análisis,
¿cuál es la naturaleza de esta crisis?
La crisis
actual es una de las cuatro grandes crisis -crisis estructurales- que el
capitalismo atravesó desde el final del siglo XIX. Esas crisis son episodios de
perturbación de una duración de cerca de una decena de años (al menos las tres
primeras). La primera y la tercera de estas crisis, las de las décadas de 1890
y 1970, siguen a períodos de caída en la tasa de ganancia y pueden ser
designadas como crisis de rentabilidad. Las otras dos crisis, la de 1929 y la
actual, nosotros las designamos como “crisis de hegemonía financiera”. Son
grandes explosiones que ocurren a partir de prácticas de las clases superiores
que buscan el aumento de sus ingresos y sus poderes. Los dispositivos centrales
del neoliberalismo están aquí en acción: desregulación financiera y
globalización. El primer aspecto es evidente, pero la globalización fue
también, como voy a indicar, un factor clave de la crisis actual. Caída de la
tasa de ganancia y explosión descontrolada de las prácticas de las clases
capitalistas son dos grandes tipos de explicación de las grandes crisis en la
obra de Marx. El primer tipo es bien conocido. En el Libro III del “El
Capital”, Marx defiende la tesis de la necesidad del cambio tecnológico en el
capitalismo, la dificultad de aumentar la productividad del trabajo sin
realizar inversiones muy costosas, lo que Marx describe como “aumento de la
composición orgánica del capital”. Nótese que Marx refuta explícitamente que la
caída de la tasa de ganancia se deba al aumento de la competencia (la segunda
gran explicación para las crisis ya aparece esbozada en los escritos de Marx de
la década de 1840.) En el “Manifiesto del Partido Comunista”, Marx describe a
las clases capitalistas como aprendices de brujo, las cuales desarrollan
mecanismos capitalistas sobre formas y en grados peligrosos y pierden,
finalmente, el control sobre las consecuencias de sus actos. Los aspectos
financieros de la crisis actual remiten directamente a los análisis del
“capital ficticio”, que Marx desarrolla
largamente en el Libro II de “El Capital” y que ya estaban presentes de cierta
forma en el propio “Manifiesto”. La crisis actual no es una simple crisis
financiera. Es la crisis de un orden social insostenible, el neoliberalismo.
Esta crisis, en el centro del sistema, debería acontecer de cualquier modo un
día u otro, pero ella llegó de una manera bien particular en 2007/2008, en los
Estados Unidos. Dos tipos de mecanismos convergieron. Encontramos, por un lado,
la fragilidad inducida en todos los países neoliberales a raíz de las prácticas
de financiarización y de globalización (marcadamente financiera), motivada por
la búsqueda desenfrenada de rendimientos crecientes por parte de las clases
superiores, y reforzada por la negativa a la regulación. El Banco Central de
Estados Unidos, en particular, perdió el control de las tasas de interés y la
capacidad de conducir políticas macroeconómicas como resultado de la
globalización financiera. Por otra parte, la crisis fue el efecto de la
trayectoria económica estadounidense, una trayectoria de desequilibrios
acumulativos, que Estados Unidos puede mantener debido a su hegemonía
internacional, contrariamente a Europa, que considerada en su conjunto, no
conoce tales desequilibrios. Desde 1980, el ritmo de acumulación de capital en
Estados Unidos se desaceleró en su propio territorio a la vez que crecían las
inversiones directas en el exterior. A esto es necesario sumarle: un déficit
creciente de comercio exterior, un gran aumento del consumo (de parte de los
sectores más favorecidos) y un endeudamiento igualmente creciente de las
familias. El déficit de comercio exterior (el exceso de importaciones frente a
las exportaciones) alimentaba un flujo de dólares para el resto del mundo que
tenía como única utilización la compra de títulos estadounidenses, llevando al
financiamiento de la economía norteamericana por parte de agentes extranjeros.
Por razones económicas que no explicaré aquí, el crecimiento de esa deuda
externa debía ser compensado por aquella deuda interna, la de las familias y la
del Estado, a fin de sostener la actividad en el territorio del país. Eso fue
hecho alentando el endeudamiento de las familias por medio de la política
crediticia y la desregulación. El endeudamiento del gobierno podría haber
substituido al endeudamiento de las familias, pero eso iba contra las prácticas
neoliberales anteriores a la crisis. Los acreedores de las familias (bancos y
otros) no conservaron los créditos creados, los revendieron bajo la forma de
títulos (obligaciones), de los cuales, aproximadamente la mitad, fue comprada
por el resto del mundo. De tanto prestar a las familias por encima de la
capacidad de éstas de saldar sus deudas, los incumplimientos se multiplicaron
desde inicios de 2006. La desvalorización de esos créditos desestabilizó el
frágil edificio financiero, en Estados Unidos y en el mundo, sin que el Banco
Central de los Estados Unidos estuviese en condiciones de restablecer los
equilibrios en un contexto de desregulación y de globalización que el mismo
había favorecido. Ese fue el factor desencadenante pero no el fundamental de la
crisis: combinación de factores financieros (la locura neoliberal en esa
esfera) y reales (la globalización, el sobre-consumo estadounidense y su
déficit de comercio exterior).
Hemos aprendido a reconocer e identificar una
crisis estructural a partir del número de países que afecta, la cantidad de
sectores que toca y el tiempo de su duración. Al respecto usted habla de cuatro
grandes crisis estructurales ¿Podría decirnos algo de esas crisis en contraste
con lo que hubiese dicho Marx al respecto?
Nosotros
decimos que ha habido cuatro grandes crisis estructurales: 1) la crisis de finales
del siglo XIX que fue una crisis de rentabilidad del capital con caída de la tasa
de ganancia; 2) la crisis del ‘29 en donde el capitalismo explotó, que fue una
crisis de hegemonía financiera y marcó el fin de un periodo de liderazgo
absoluto de las clases capitalistas; 3) la crisis de la década de los ‘70 que,
de igual manera, fue una crisis de rentabilidad del capital; y 4) la crisis actual
que empezó a manifestarse en 2007 y salió a la luz en 2008, nuevamente una
crisis de hegemonía financiera, en donde el capitalismo explota por las
ambiciones de las clases superiores, las clases capitalistas y la gerencia
superior. No podemos revivir a Marx para saber qué opinaría hoy. ¿Cómo habría visto
Marx todo esto? Tenía una teoría del ciclo económico pero se trata de mucho más.
Con respecto a lo que se conoce como crisis estructurales, Marx pensaba, primero,
que la tasa de ganancia es una variable central en el funcionamiento del
capitalismo. Según Marx, dicha tasa ingresa en fases largas de descenso que provocan
perturbaciones en la economía, una acumulación de varios elementos como la
recesión, problemas financieros, etc. Pero Marx también percibió otros mecanismos,
por ejemplo, en el volumen III de “El Capital” se refiere a una teoría de los
mecanismos financieros y del capital ficticio; explica cómo se constituye la
masa de capitales en títulos y demás instrumentos que un día hacen explotar al
sistema. En “El manifiesto del Partido Comunista”, Marx tiene una idea muy importante
donde visualiza a los capitalistas como brujos, aunque yo diría más bien como
“aprendices de brujo”. Practican su magia y de repente todo se sale de control.
Precisamente esa es la idea de Marx, cuando menciona que el capitalismo se
acabará porque los capitalistas pierden el control de lo que están haciendo.
Eso corresponde exactamente a nuestra visión de las dos grandes crisis de
hegemonía financiera, donde los capitalistas en su afán de ganar más, más y
más, y así tener más poder, transforman completamente el sistema de forma
insostenible.
Algunos autores dicen que hay que reconocerle al
neoliberalismo que a finales de los ‘70 superó la estanflación y que a su vez fue
una forma de dar respuesta a la crisis de déficit presupuestario. En cambio,
para usted, el neoliberalismo sólo liberó a los demonios que echaron a andar
los mecanismos de la crisis, y no hicieron nada por promover el crecimiento
¿Qué opina de esto?
Volvamos a
nuestro libro “Crisis y salida de la crisis, orden y desorden neoliberal” cuyo
tema es la crisis de los ‘70 y el neoliberalismo. Allí vemos que después de la
Segunda Guerra Mundial existía otro tipo de orden social que tenía aspectos socialdemócratas
y desarrollistas. Es un fenómeno complejo porque, evidentemente, las
situaciones en América Latina, Europa y Estados Unidos no eran las mismas. El problema
fue que, en la década de los ‘70, el capitalismo entró en una crisis de rentabilidad
del capital, con una caída de la tasa de ganancia, teoría estructural que podemos
encontrar en Marx. El problema fue que el orden social de la época, los poderes
y las fuerzas sociales, no fueron capaces de organizarse para remediar esa crisis,
provocando una ola de inflación en Europa, Estados Unidos, Japón y América Latina.
Por razones políticas, estas fuerzas sociales no lograron organizarse. Eso permitió
que las clases capitalistas se apropiaran de todo y, con una violencia enorme -como
lo describe Naomi Klein en su libro “La estrategia del Shock”- cambiaran todo.
La resistencia popular resultó fuerte, con huelgas en Inglaterra, Estados
Unidos o Francia. Desafortunadamente, el movimiento fracasó, y Margaret
Thatcher y Ronald Reagan fueron electos. Se trataba de un mismo grupo. De esa
forma, las clases populares, la clase obrera y otras capas, perdieron. Fue el
saldo de una lucha de clase donde las clases capitalistas ganaron y
transformaron el mundo. No es que hayan ganado para resolver los problemas en general,
sino para resolver sus problemas. Sus ingresos habían disminuido enormemente en
la posguerra, y al tomar el poder lograron revertir esas tendencias, importándoles
poco los problemas de la economía. Sí, consiguieron aumentar un poco la tasa de
ganancia con mecanismos totalmente reaccionarios, como el estancamiento del
poder de compra de los trabajadores. Acabaron con la inflación pero no con
la pobreza, aumentaron la desigualdad y el desempleo, etc. Así, para las clases
populares fue un retroceso y para los capitalistas un éxito.
Usted planteó que la crisis económica habría
entrado en una segunda fase. ¿Cómo se viene desarrollando la crisis?
El mundo
ya ingresó en la segunda fase de la crisis. Es fácil comprender las razones. La
primera fase alcanzó su pico en otoño de 2008, cuando cayeron las grandes
instituciones financieras estadounidenses, comenzó la recesión y la crisis se
propagó para el resto del mundo. Las lecciones de la crisis de 1929 fueron bien
aprendidas. Los bancos centrales intervinieron masivamente para sostener las
instituciones financieras (por miedo a una reiteración de la crisis bancaria de
1932) y los déficits presupuestarios de los Estados alcanzaron niveles
excepcionales. Pero esas medidas keynesianas, estimulando la demanda, sólo
podían lograr la sostenibilidad económica temporaria de la actividad. Los
gobiernos de los países del centro todavía no tomaron conciencia del carácter
estructural de la crisis. Ellos actúan como si la crisis fuese únicamente
financiera y ya estuviese superada; mientras tanto, las medidas keynesianas
sólo permitieron ganar tiempo. Ninguna medida anti neoliberal seria fue tomada
en los países del centro. Son apenas políticas que buscan reforzar la
explotación de las clases populares. En todas partes la derecha retomó la ofensiva.
Ella se aferra a la cuestión de los déficits presupuestarios y la magnitud
elevada de las deudas públicas. Finge no ver que la austeridad presupuestaria,
además de representar una transferencia del peso de la deuda para las clases
populares, no puede sino provocar la recaída en una nueva contracción de la
actividad. Esta es la segunda fase de la crisis pero no la última.
Muchos analistas han destacado que los partidos,
sean de derecha o de izquierda, no se diferencian demasiado en sus propuestas
para enfrentar la crisis. Además, en varios países europeos la derecha fue
electoralmente favorecida por la crisis económica. ¿Los movimientos sociales
podrían construir una alternativa de poder? ¿Cuál podría ser un programa
popular para enfrentar la crisis actual?
Aún no
hemos hablado de los aspectos políticos del neoliberalismo. La alianza de la
cúpula de las jerarquías sociales entre la clase capitalista y la de los
gerentes financieros logró, por diversos mecanismos, apartar a las clases
populares de la política. Quiero decir: las apartó del juego de los partidos y
los grupos de presión. Para las clases populares sólo quedó la lucha en la
calle. La vida política, hoy, se reduce a la alternancia entre dos partidos no
equivalentes; pero el partido que se dice de izquierda es incapaz de proponer
una alternativa, por no hablar de su capacidad para implementarla. El voto se
reduce a aquello que nosotros en Francia llamamos “voto castigo”. La derecha
sucede a la izquierda en España, por ejemplo, porque la izquierda estaba en el
poder durante la crisis; la derecha no tiene, evidentemente, ninguna capacidad
superior para gestionar la crisis.
¿Qué opinión tiene de los actuales movimientos
populares? ¿Podrán constituir una verdadera utopía que permita deshacerse de las
clases capitalistas y de las clases en general?
La obra de
Marx representa un marco de análisis indispensable, mismo que debe confrontarse
con la historia del capitalismo y la realidad política y económica del momento.
Creo que necesitamos crear un nuevo marco. No basta repetir “el capitalismo
entró en su crisis final y por tanto tenemos que hacer el socialismo”. Es
necesario hacer un alto, estudiar la historia y ver por qué fracasaron las
experiencias socialistas. Los movimientos populares son la única esperanza
pero, por causas históricas, falta una nueva utopía de emancipación. Ahora
tenemos que detenernos y hablar de la historia, de la vida, de las luchas, y
ver por qué fracasó el proyecto socialista y cómo deben definirse los nuevos
marcos.