Desde sus
primeros poemas, reunidos en “El sol y yo”, la escritora argentina Ana María
Shua (1951) ha publicado más de cuarenta obras, entre las que se cuentan una
veintena de libros infantiles; los tomos de ensayos “Libros prohibidos” y “Cómo
escribir un microrrelato”; las novelas “Soy paciente”, “Los amores de Laurita”,
“El libro de los recuerdos”, “La muerte como efecto secundario”, “El peso de la
tentación” e “Hija”; los libros de cuentos “Los días de pesca”, “Viajando se
conoce gente” y “Como una buena madre”; y los de microrrelatos “La sueñera”, “Casa
de geishas”, “Botánica del caos”, “Temporada de fantasmas” y “Fenómenos de
circo”. Profesora en Letras egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires,
Shua es hoy la principal referente nacional de las microficciones, una
construcción narrativa que cultiva la brevedad y la profundidad semántica y que,
en la Argentina, tuvo sus mayores exponentes en Jorge Luis Borges (1899-1986),
Silvina Ocampo (1909-1993), Julio Cortázar (1914-1984), Adolfo Bioy Casares
(1914-1999), Marco Denevi (1922-1998) e Isidoro Blaisten (1933-2004). Lectora
de cuentos breves desde joven, la convocatoria en 1975 de la revista mexicana “Cuento”
a su concurso de cuentos brevísimos la llevó a escribir sus primeros microrrelatos.
“Yo siempre tuve una natural tendencia a la brevedad -dice la escritora-. Cuando
empecé a salir de la poesía, en el pasaje que hice de la poesía a la narración,
tuve una época en la que escribía muchos textos muy cortitos, con una onda
poética. Como lectora, siempre me apasionó leer los cuentos brevísimos de
nuestra tradición literaria”. A los veinticinco años, Shua trabajaba en
publicidad. “Entonces estaba tratando de aprender a escribir cuentos, que
todavía era algo que no me salía -recuerda-, y cayó en mis manos una colección
de la revista ‘El cuento’, una revista mexicana dirigida por Edmundo Valadés
con un consejo editorial en el que estaba Juan José Arreola. Ellos publicaban
muchos cuentos y también tenían un concurso permanente de cuentos brevísimos.
Leí muchos de esos cuentos y descubrí a los autores latinoamericanos que
estaban publicando en ese momento, que no conocía, y leí a un autor que fue muy
importante para mí, Henri Michaux, un belga al que en ese momento se lo
consideraba poeta. Sin embargo, tenía historias que eran cuentos brevísimos”. Escribió
entonces sus primeros cuentos brevísimos y los mandó al concurso de la revista
mexicana en una época en que sólo existía el correo postal. En 1976, con la entronización
de la dictadura cívico-militar-clerical, la revista dejó de entrar al país. “Nunca
supe lo que había pasado con esos cuentitos, hasta que hace tres o cuatro años,
para mi enorme sorpresa -reconoce Shua-, me enteré de que habían sido
publicados. Llegué a tener una carta de Edmundo Valadés en la que me agradecía
y me decía que mis cuentos eran muy lindos y muy ingeniosos; una notita que
publicó en uno de los números de la revista. Alfonso Pedraza, que fue un
colaborador de ‘El cuento’, decidió organizar todo el archivo y publicarlo en
Internet. También publicó un libro con los microrrelatos de la revista y ahí
estaban los míos. Fue una sorpresa lindísima”. Esa carta fue un gran aliciente
para seguir escribiendo microrrelatos y poder publicar un libro. “Me propuse
escribir un microrrelato por día -repasa la autora- . Eso es muchísimo, es una locura
esa pretensión. Escribí cien relatos en cien días y de golpe se secó el pozo y
ya no pude escribir ni uno sólo más. Eso no llegaba a ser un libro. Varios años
después retomé y empecé a trabajar otra vez. Y lentamente, ya con un plan de
diez microrrelatos por mes, un plan mucho más realizable, pude avanzar y
terminar con ‘La sueñera’”. En octubre de 2017 apareció “Todos los universos
posibles”, libro en el que reunió cerca de mil microrrelatos que escribió a lo
largo de su extensa trayectoria. “Me parece una especie de diccionario del
microrrelato -dice Shua-. Me emociona ver el trabajo de más de cuarenta años,
es toda una vida. Fue muy importante para mí que la editorial publicara uno por
página. Al principio, no estaban del todo de acuerdo y querían poner dos por
página. En el microrrelato hay un efecto de golpe de sentido, unos segundos de
reflexión que necesita cada texto para ser comprendido. Ese espacio físico,
cuando se pone uno por página, equivale a ese pequeño tiempo que el lector
necesita para pensar y entender lo que leyó”. De este tema, precisamente, habla
la escritora en el siguiente resumen editado de las entrevistas que concediera
a Mariana Perel (suplemento “Cultura” del diario “Clarín”, 25/09/2017), a Silvina
Friera (suplemento “Cultura y espectáculos” del diario “Página/12”,
30/10/2017), a Claudia Lorenzón (diario digital “Infobae”, 13/11/2017) y a Mauro
Libertella (revista “Ñ” nº 744, 30/12/17).
¿Qué te convoca en particular del género?
Me gusta
la posibilidad de concentrar el significado en unas pocas líneas y obtener de
esa brevedad la mayor profundidad posible, en textos de no más de trescientas
palabras. Algunos dicen que el microrrelato no permite desarrollar la
psicología de los personajes, pero el autor norteamericano Robert Hass escribió
“Una historia sobre el cuerpo” en veinte líneas, y es una historia
absolutamente conmovedora que tiene un gran desarrollo de los personajes.
¿Cómo aparece una idea que luego será un
microrrelato?
Son ideas
que nacen ya con la forma puesta. Son breves y no sirven para ninguna otra cosa
que no sea un microrrelato. Pero tampoco es que me persiguen, que me desbordan:
tengo que sentarme y ponerme a escribir microrrelatos, enfocar la mente en esa
dirección. Me hace bien leer otros microrrelatos cuando estoy trabajando en un
libro. Entre un libro y otro pueden pasar muchos años en los que no escribo
ninguno. Desde el 2010 que no escribía ningún microrrelato y ahora empecé otro
libro del género. Pero las ideas no vienen solas: tengo que salir a buscarlas,
salir a cazarlas.
¿Y no podés estar escribiendo estos textos
breves en simultáneo con un libro más largo?
Me ha
pasado alguna vez y eso me produjo un gran alivio en relación con la novela,
porque en la novela uno trabaja necesariamente con borradores, con borradores
feos, desagradables, que uno no puede corregir hasta no terminar todo el
material y empezar a darle el armado final. Eso es doloroso. Y entonces,
escribir microrrelatos paralelamente me da la satisfacción de poder empezar y
terminar algo, pulirlo y darle brillo y que esté listo. Sentir que algo hice.
Porque en el camino de la novela, uno no sabe si la va a terminar alguna vez.
La corrección de este tipo de textos brevísimos
debe ser una instancia decisiva, mucho más reconcentrada que el pulido de una
novela.
Si, tienen
que quedar perfectos, no puede haber ningún tropiezo, ninguna incomodidad,
porque esa brevedad requiere de una cierta perfección. Cada palabra tiene que
calzar exactamente en el lugar que le corresponde. Más de una vez pensé que el
escultor va con su martillo y el escoplo al encuentro con la piedra. El
escritor, más allá de las investigaciones y lecturas estimulantes, no tiene
otro material que sí mismo, es angustioso. El escritor es vanidoso. Si bien es
cierto que escribe lo que le gusta leer, o sea, para sí mismo, siempre está
buscando lectores. La literatura podría ser mental, si se escribe y publica es
para ser leída. La realidad es que todo el tiempo se trabaja con el lector: le
hacés trampa, generás suspenso. La escritura misma presupone una lectura. Los
escritores buscamos lo inesperado en el estilo, los hechos que pasan, los
personajes. Sólo cuando sorprende es buena literatura.
¿Fue difícil publicar en los años ‘80 un libro
de microrrelatos como “La sueñera”?
Sí, fue un
drama publicarlo porque es un género poco comercial. En esa época yo no era tan
conocida. Aunque había ganado el concurso de Losada con “Soy paciente”, cuando
empecé a tratar de publicar “La sueñera”, lo rechazaban en todos lados. Beatriz
Guido, que era la editora de Losada, me dijo que no publicara eso, que era una
cosa demasiado femenina, y que después de “Soy paciente”, que estaba contado en
primera persona por un hombre, no tenía que publicar eso, que era débil y que
no tenía interés. Luis Tedesco, de la editorial de la Universidad de Belgrano,
me dijo que eso era poesía y que ellos no publicaban poesía. Finalmente
apareció en una colección de ciencia ficción en “Minotauro”; lo publicó Marcial
Souto en el ‘84, después de que había publicado “Soy paciente”, mi primer libro
de cuentos, y “Los amores de Laurita”, que vendió muy bien.
¿“La sueñera” se roza mucho más con la poesía,
aunque también tenga minicuentos?
Sí,
absolutamente. Tengo muchos textos que se tocan con la poesía, pero otros son
cuentos cortitos y otros se acercan más a la reflexión. La microficción o el
microrrelato es un género fronterizo que limita con el aforismo, con la poesía,
con el cuento largo, y anda siempre por ahí. Hay algunos que están en el medio,
que son los minicuentos inconfundibles, pero hay muchos que están jugando en la
frontera y son difíciles de clasificar. Desde mi punto de vista como lectora,
yo digo qué importa; son divisiones políticas. En el fondo, qué le importa a
uno si está en Venezuela, en Ecuador o en Brasil; finalmente es la selva del
Amazonas. Desde el punto de vista del lector, da igual. Lo que importa es que
esos textos gusten y no el nombre que uno le va a poner. Yo creo que algún
elemento narrativo tienen que tener para ser considerados microrrelatos.
¿Qué hace que el microrrelato esté más en el
borde de la narrativo? ¿Que tenga una tensión, un conflicto?
Tiene que
contar algo. Es muy interesante lo que pasa con el microrrelato en el ámbito
hispanoamericano y el microrrelato en inglés. En el ámbito hispanoamericano se
trata con frecuencia de cuestiones más universales, los personajes no están
identificados, no son personajes sino como vectores de la acción. En cambio en
el microrrelato en inglés, verdaderamente son cuentos brevísimos, los
personajes muchas veces aparecen con nombre y apellido, es gente a la que le
pasan cosas, muchas veces se los toma en una situación reveladora y yo veo
también cuando leo los consejos que se le dan a la gente que quiere escribir
microrrelatos en inglés que repiten una y otra vez que se elija un tema breve.
En el microrrelato hispanoamericano no tiene sentido decir eso: el tema puede
ser la vida, la muerte o la historia del universo. Uno puede decir algo así
como que la tierra nació como un proyecto fracasado y desapareció. Y está
contando toda la historia del planeta tierra en una línea. Pero en inglés no
funciona de esa manera. Yo tengo la sensación de que cuando se produzca una
mutua influencia -algo que ya está sucediendo- eso va a hacer crecer el
microrrelato, porque en el ámbito hispanoamericano está un poco encerrado en
los temas tradicionales de la literatura fantástica: el tema del doble, el
bestiario y lo raro. Cuando pueda saltar un poco esa barrera y volver a la
realidad, creo que va a ganar el microrrelato hispanoamericano. También en
inglés se va a modificar y van a encontrar otras posibilidades.
Al leer los microrrelatos en continuado de
“Todos los universos posibles”, una cuestión que llama la atención, comparando
libro por libro, es que no se repite. ¿Cómo trabajás contra la repetición?
Aunque hay
algunos procedimientos repetidos, no sé cómo hago: trato de que sean
diferentes. Cuando noto que los microrrelatos tienden a repetirse, el libro se
terminó. Cuando termino un libro, tengo más o menos unos trescientos textos y
descarto la tercera parte. En ese descarte, también elimino muchos de los que
resultaron repetidos. Ahora cómo es el proceso que me lleva a escribir cada uno
de los microrrelatos diferente al otro no lo sé. Es un poco misterioso; te
puedo decir de dónde salió cada uno de los textos, pero no cómo lo hago de esta
o aquella manera. Hay un texto que se llama “Fémur” que es autobiográfico, con
la historia de la cabeza de fémur de mi abuelito. Mi abuelito se rompió la
cadera y le sacaron la cabeza de fémur y se la reemplazaron por un clavo de
platino y mi papá andaba con la cabeza de fémur en el auto, en su oficina,
pensando en convertirla en cenicero. Tuvimos la cabeza de fémur dando vueltas
por la casa durante mucho tiempo, hasta que desapareció. La mayoría de los
textos salen de la realidad. Aunque parezcan producto de la imaginación, salen
de cosas que sucedieron y que me llamaron la atención: una imagen, un sonido, un
juego de palabras, un refrán.
Ahora que estás presentando todos los volúmenes
de microrrelatos reunidos en un sólo tomo, ¿seguís escribiendo estos textos?
Empecé de
nuevo, y estoy escribiendo microrrelatos sobre la guerra, desde la guerra de
Troya hasta la Segunda Guerra Mundial. Un poco como hice con “Fenómenos de
circo”, estoy investigando y entonces aparecen muchas cosas interesantísimas
que a su vez me disparan ideas. Descubrí cosas extraordinarias, ideas
delirantes, como un portaaviones de hielo que construyeron los ingleses en un
lago de Canadá. Un prototipo de 18 metros de largo y 9 de ancho, con la idea de
que iba a ser más barato que si lo hacían de metal. El prototipo se mantuvo en
frío con un sistema de cañerías, pero al fin era tan caro que la idea terminó
fracasando y lo dejaron hundirse. Otro dato curioso sobre la guerra es que los
norteamericanos tuvieron la idea de atacar las ciudades japonesas con
murciélagos que llevaban atadas bombas incendiarias, para tirarlos desde los
bombarderos y hacerlos estallar al mismo tiempo por control remoto. Pero para
poder manejarlos tenían que hacerlos entrar en período de hibernación, y los
metían en heladeras. La primera vez que los arrojaron desde un avión no se
despertaron a tiempo y la mayoría se estrelló. La segunda vez los despertaron
antes, pero se escaparon y prendieron fuego las instalaciones del ejército
norteamericano en un desierto donde hacían las prácticas. Perdieron 2 millones
de dólares de aquella época, dedicados al proyecto de los murciélagos.
¿Cómo surgió “Fenómenos de circo”?
Ese libro
surgió cuando me pidieron un microrrelato inédito de un diario español y
escribí uno, y entonces empezaron a salir de la galera otras cosas, como los
enanos y domadores, y me di cuenta de que tenía un mundo y que iba a lograr
algo que me había propuesto con otros libros y no lo había logrado, que era
dedicar todo el libro a un solo tema. Recién con ese libro empecé a trabajar
con información concreta, a investigar el tema de lo que quería escribir.
En varios microrrelatos abordás el rol del
escritor y la literatura…
En
“Fenómenos de circo” juego con la idea de que el circo es un símbolo del arte,
una representación de la necesidad del arte y, por otro lado, hablo del
problema de los artistas frente al público. En “Temporada de fantasmas” tengo
algunos textos que tienen que ver directamente con la escritura, donde hablo de
los textos como fantasmas, como medusas del sentido.
Y “Casa de geishas” aborda el tema del deseo,
¿no?
Sí, es
como un burdel de la imaginación, juega con los avatares del deseo en su
sentido más amplio, no solo el sexual. Hay un texto que lo marca muy bien, que
es “La que no está”, esa idea de que la mujer más deseada en esa casa de
geishas es la que no está porque tantos años de práctica la han perfeccionado
en el arte de la ausencia. Todos tratan de obtenerla pero se conforman con otra
mujer, imaginando siempre que tienen en sus brazos a la que no está.
¿Qué procedimientos preferís para la escritura
de los microrrelatos?
En otro
momento, necesitaba leer microrrelatos de alta calidad literaria y eso hacía
que se me dispararan ideas propias. Después me di cuenta de que también me
servía leer malos microrrelatos porque también en los malos microrrelatos
muchas veces hay algo interesante que el autor desechó y no desarrolló o no le
prestó atención, pero que yo lo veo y me sirve para trabajarlo y hacer otra
cosa con eso. A partir de “Fenómenos de circo” y también con lo que estoy
escribiendo ahora, lo que hago es investigar el tema y los elementos que van
surgiendo de la realidad son los que me sirven para que surja la idea. No sé
cómo se produce, pero lo que sé es que ser original cada vez me cuesta más a
través de los años y de todo lo que llevo escrito. Yo paso muchos años sin
escribir microrrelatos para que algo cambie en mí y poder escribir algo
diferente. Así y todo cada vez me cuesta más usar procedimientos nuevos que no
había trabajado hasta ahora. Me gusta que la literatura diga algo, que no es un
mensaje porque no es algo concreto y definido. Pero sí es algo que produce una
cierta perturbación en el lector, que lo deja pensando, que lo deja haciéndose
preguntas.
“Huyamos”, es tu microrrelato más breve. ¿Cuesta
mucho llegar a ese nivel de condensación?
Cuesta si
lo que uno se propone es la condensación. Pero nunca me propuse tratar de
hacerlo lo más corto posible. Este es otro consejo que le doy a la gente que
quiere empezar a escribir microrrelato: un microrrelato no es mejor cuanto más
corto. Un texto tiene el largo que debe tener. Si a uno le salió un cuento de
dos páginas, dos páginas es lo que le corresponde. No tiene sentido tratar de
achicarlo, como los pies de las hermanas de Cenicienta para que quepan en las trescientas
palabras. Si tiene una página, tiene una página. Y si tiene tres palabras,
tiene tres palabras.
Algunos microrrelatos son más breves y otros más
extensos, y en estos últimos las reflexiones son similares a las
consideraciones de los filósofos…
Es
interesante que en los textos haya reflexión, que no sean solo para provocar
una sonrisa. Yo de la literatura quiero emoción y reflexión, sin descartar el
humor.
¿Has ido aprendiendo con el tiempo a leer mejor
tus propios originales?
Eso es
algo que siempre tuve, la autocrítica, la buena lectura de mis propios textos.
Creo que desde chiquita, desde las primeras composiciones para la escuela,
sabía que quedaba mejor si hacía antes un borrador. Cuidaba mucho los versitos
que escribía en la escuela, los reescribía todas las veces que hacía falta. Yo
creo que esa es la gran diferencia entre alguien que es escritor y alguien que
quiere ser escritor: la posibilidad de la autocrítica y de darse cuenta cuándo
algo salió bien y cuándo salió mal. A mí me pasa ahora exactamente igual que
hace cincuenta años. No todo me sale bien. Todo lo que escribo está “bien
escrito”, porque tengo esa facilidad, pero no todo lo que está bien escrito es
buena literatura. Esa posibilidad de darse cuenta de la diferencia entre lo que
salió bien y lo que salió mal es la diferencia entre alguien que es escritor y
alguien que nunca lo va a ser. También hay que saber que uno no va a llegar a
la perfección, simplemente porque no puede, pero tiene que ser capaz de llegar
a lo más perfecto que uno pueda hacer. Siempre hay una negociación entre el
deseo y la realidad. La idea que vos tenés de lo que va a ser ese texto y lo
que te imponen las palabras.
Has cultivado todos los géneros, de la novela al
cuento y hasta la literatura infantil. ¿Cómo son los lectores de microrrelatos?
Son buenos
lectores. Es gente que lee mucho, que le interesa la literatura. A veces me
preguntan si no es el género de hoy, cuando la gente no tiene tiempo para leer
cosas más largas. Y yo siempre les digo que miren la lista de “best-sellers” a
ver cuál es el género de hoy. Nunca hay microrrelatos. Siempre son novelas muy
largas, porque en una novela uno puede entrar en un universo, en un cierto
código, y luego entrar y salir con facilidad. En los microrrelatos, cada uno
propone algo diferente y a cada uno hay que darle un espacio de reflexión para
comprenderlo. Hay que leerlos despacito, de modo reposado. Es breve pero es
intenso y requiere mucha atención. En una novela, en cambio, te salteas un
párrafo y no pasa nada.
Te definís como escritora profesional. No es tan
frecuente escuchar esa definición de parte de un escritor.
Es cierto,
a buena parte de los escritores no les gusta la palabra profesional, como si
chocara con la idea del arte. Yo creo que se puede ser las dos cosas al mismo
tiempo. Ser escritora profesional significa básicamente que vivo de lo que
escribo, que me dedico solo a escribir. Escribo lo que tengo ganas de escribir
pero también escribo por encargo. A mí me parece un lujo.