El
hombre visitó el Museo Arqueológico Nacional y la Universidad Politécnica, el
puerto de Marina Alimos-Kalamaki y el centro de conferencias y exposiciones
Zappeion. Concurrió a los recitales de su hijo, multinstrumentista en una banda
de música latina, asistió a la presentación del nuevo libro de un poeta amigo
de él, presenció un impresionante concierto de jazz en la acogedora Art Music
School Fakanas y recorrió extasiado el Centro Cultural Stavros Niarchos, con su
colosal edificio de mármol, acero y cristal, su parque inabarcable y su
grandiosa biblioteca. También volvió a vagar por la Plaza Syntagma, por el
Jardín Nacional y por la Acrópolis y sus alrededores, para contemplar una vez
más el Partenón, el Erecteion, el Areópago, el Ágora, el Teatro de Dioniso, el
Liceo de Aristóteles, la Prisión de Sócrates, el Arco de Adriano, la Cisterna Bizantina, la
Torre de los Vientos y los templos de Roma y Augusto, de Zeus Olímpico, de
Asclepio y de Atenea Niké. Dos mil quinientos años de historia al alcance de la
mano. Un recorrido luminoso que le hizo aflorar la huella de alguna
incertidumbre, alguna vacilación, y que lo llevó a pensar que su caminata
condensaba capas de significación inagotable.
Conducido
por su hijo, también tomó una carretera que lo llevó a Ellopia, a Oinoe y a Xironomi,
en la región de Beocia, y otra que los condujo a Loutraki y a Corinto sobre la
costa del mar Mediterráneo. Una fascinación tras otra. Pero aún le faltaba otra
experiencia trascendental como lo fue embarcarse una mañana en el puerto de El
Pireo y, navegando por el mar Egeo, llegar a la isla de Egina ubicada en el
centro del Golfo Sarónico. Caminar desde su puerto hasta el Templo de Apolo y
visitar el Museo Arqueológico fue el primer paso. Luego un autobús lo llevó
hacia el este de la isla, hasta un par de kilómetros más allá de Mesargos,
donde conoció el Templo de Afaya, completando así el triángulo sagrado de la
mitología griega junto con el Templo de Atenea en la Acrópolis de Atenas y el Templo
de Poseidón en el cabo Sounión en la región del Ática, que había visitado en su
viaje anterior. A la caída de la tarde, sentado en la cubierta superior del ferry
que lo llevaba de regreso a Atenas y mientras observaba en el horizonte los
contornos de las islas Lagousaki, Gaidaros y Lagousa bañadas por una vaporosa
luz crepuscular, se sintió un privilegiado. Dichoso por los momentos que estaba
transitando, el hombre pensó en su vida, desde su infancia en la pampa húmeda
argentina hasta el presente. ¿Cuál era el balance? No supo encontrar una
respuesta adecuada, objetiva, indudable.
Otro
día, al regreso de su hijo de una gira por Bristol, Varsovia y Budapest, éste
le propuso viajar a Roma. Ni siquiera lo dudó. Es más, inmediatamente comenzó a
preparar los bártulos indispensables para el viaje. Cuando a la tarde siguiente
llegaron al aeropuerto de Atenas para abordar el avión que los dejaría en el
municipio de Ciampino, en Italia, al hombre lo invadió la ansiedad. Ese viaje
era un viejo sueño y ahora estaba a punto de convertirse en realidad. Cuando
llegaron, las calles de la pequeña ciudad estaban cubiertas de nieve. Apenas
tuvieron tiempo de caminar un poco por ellas antes de hospedarse en un pequeño
hostel sobre la Vía San Francesco D’Assisi para, más tarde, sentarse en un
acogedor “ristorante” y saborear un sabroso plato típico acompañado por un
delicioso vino tinto.
A la mañana siguiente atravesaron la Piazza Luigi Rizzo y llegaron hasta la estación del ferrocarril con el que recorrieron los quince kilómetros que los separaban de la capital italiana. El Hipódromo Cappanelle, el Acueducto Aqua Appia, el Parque de la Torre del Fiscale, el Arco de Sisto V, la Piazza del Pigneto, la Porta Maggiore, la Torre Dell'Acqua fueron avistados fugazmente desde la ventanilla del tren que los dejó en Roma Termini, la estación de ferrocarril más importante de la ciudad. Y allí, el hombre comenzó una travesía sucinta que lo haría reflexionar largamente los siguientes días, semanas, meses, ¿años?
A la mañana siguiente atravesaron la Piazza Luigi Rizzo y llegaron hasta la estación del ferrocarril con el que recorrieron los quince kilómetros que los separaban de la capital italiana. El Hipódromo Cappanelle, el Acueducto Aqua Appia, el Parque de la Torre del Fiscale, el Arco de Sisto V, la Piazza del Pigneto, la Porta Maggiore, la Torre Dell'Acqua fueron avistados fugazmente desde la ventanilla del tren que los dejó en Roma Termini, la estación de ferrocarril más importante de la ciudad. Y allí, el hombre comenzó una travesía sucinta que lo haría reflexionar largamente los siguientes días, semanas, meses, ¿años?
Tomaron
la Vía Cavour y comenzaron la extensa caminata que su hijo había programado con
antelación. La Basílica de Santa Maria della Neve, el Coliseo, el Arco de
Constantino, el Parque del Celio, la Casa delle Vestali, el Foro Romano, la Basílica
de Santi Giovanni e Paolo, la Plaza del Campidoglio y la Estatua de Marco
Aurelio, la Plaza y el Palacio Venezia, el Monumento a Vittorio Emanuele II, el
Foro, la Columna y el Mercado de Trajano, el Panteón de Agripa, el Templo de
Adriano, el Palacio de Montecitorio, la Fontana di Trevi, la Plaza
Navona y la Fontana del Nettuno, el Campo de’ Fiori y el Monumento a Giordano
Bruno, el Palacio del Quirinal, el Palacio Farnese, la Isla Tiberina, el Foro
de Nerva, la Fontana delle Tartarughe… La excursión fue interminable, apenas
interrumpida por un sustancioso desayuno en una cafetería en la Vía del
Solferino a la mañana, una pizza acompañada por un vino tinto en un cordial
mesón sobre la Vía del Biscione al mediodía, y un sabroso capuccino en un
pequeño café pub en la Vía Gioberti al atardecer. Luego, un autobús los llevó por
una Vía Appia Nuova rodeada de pinos piñoneros de regreso al aeropuerto de
Ciampino, donde a la medianoche abordaron el avión que los llevó de regreso a
Atenas. Durante el vuelo, al hombre nuevamente lo asaltaron pensamientos
rayanos a una nube gris apenas legible. La euforia y la satisfacción por la
experiencia vivida lo condujeron a nuevas preguntas. ¿Qué significa esta
experiencia en mi vida? ¿Quedará para siempre en mi memoria? ¿Qué es la
memoria? ¿Soy plenamente consciente de la imposibilidad de la objetividad?
Unos
días después, su hijo partió hacia Núremberg para una nueva actuación. Era la
despedida. Además de haberlo hospedado y llevado a pasear por un sinnúmero de
lugares, antes de partir le regaló “Héroes de papel. Vivir del aire”, una
maravillosa antología de textos de autores como Cervantes, Dickens, Pérez
Galdós, Poe, Kafka, Hemingway, Onetti, Cortázar y muchos otros. Otra joya para
su biblioteca. Todavía le quedaban al hombre unos días más en Atenas antes de
emprender el regreso, los que aprovechó para seguir caminando por aquí y por
allá en su obstinado rastreo de la Historia. Sabía que ésta nace y renace, que
es una búsqueda constante, y él quería participar de ella. Finalmente, una
madrugada muy temprano, unos amigos lo alcanzaron hasta el aeropuerto Eleftherios
Venizelos en donde se embarcó hacia Madrid. Tras una breve escala en el aeropuerto
de Fiumicino, el avión arribó a Barajas a media mañana. De allí trasbordó a
otro que lo dejó en el aeropuerto de Orly, en el sur de la Ciudad Luz. Era
apenas el mediodía y su vuelo hacia Buenos Aires partía desde el aeropuerto Charles
de Gaulle, a casi cincuenta kilómetros de allí, recién a la medianoche. Recordó
entonces sus pensamientos cuando sobrevoló París en el viaje de ida y le fue
inevitable relacionarlos con las enseñanzas de su padre. No podía precisar el
momento en que sus charlas habían comenzado a vislumbrarse en su vida para
convertirla en una búsqueda constante de acontecimientos de los que se aprende
algo, pero, evidentemente -pensó- así había ocurrido y así ha sido siempre: un
obstinado buscador. Ahora tenía bastante tiempo por delante y había que
aprovecharlo.
Salió
de la Terminal Ouest y, haciendo uso de su precario inglés, comenzó a averiguar
las opciones para hacer un recorrido por París. Después de escuchar, en un
inglés casi tan rudimentario como el suyo, varios ofrecimientos sobre diversos
medios de transporte a precios dispares, se sentó sobre su maleta y se dispuso
a fumar mientras decidía qué hacer. Fue entonces cuando escuchó una voz que, en
español, le pedía un cigarrillo. Alzó la vista sorprendido y se encontró con un
viejito de piel morena que le sonreía amistosamente mientras le hacía el típico
gesto con los dedos en V. El marroquí, tal era su nacionalidad -se enteraría un
rato después-, luego de agradecerle el pitillo -así lo llamó- le comentó que
había escuchado sus preguntas y le recomendó una lanzadera -un minibús le
explicó- que iba hasta la gare -estación ferroviaria le tradujo- de Bercy para pasar
luego por un hotel en Vincennes y terminar su recorrido en un hotel en Villiers-sur-Marne.
Allí, le dijo, encontraría otra lanzadera que lo llevaría hasta el aeropuerto Charles
de Gaulle. Si bien no pasaría por la Torre Eiffel ni por el Arco del Triunfo,
lugares emblemáticos de la ciudad, observando el mapa que había conseguido en
un café del Hall 2, le pareció interesante la sugerencia de recorrer los
suburbios del área metropolitana parisina. Le agradeció al ocasional guía
turístico y se encaminó hacia la parada.
Compartió
la primera parte del trayecto con otros cinco pasajeros (dos parejas y una
señora muy emperifollada) que no le dirigieron la palabra, enfrascados en sus
propias conversaciones y pensamientos. Sentado en el asiento del fondo, con
ambas ventanillas a su disposición, se dedicó a disfrutar del paisaje. Gran
parte del itinerario se hizo por una amplia y transitadísima autopista -la
Autoroute du Soleil- que atravesó las comunas de Rungis, Arcueil y Gentilly. Desde
allí, de a ratos, pudo ver a lo lejos a la insigne Torre Eiffel.
Luego siguió por el Boulevard Périphérique -por el que cruzó el río Sena- para, después de tomar varias calles más, llegar a la estación del ferrocarril en dónde descendió una de las parejas. Más que la yuxtaposición de distintos estilos arquitectónicos que pudo apreciar en el trecho recorrido, lo que más le llamó la atención fue la profusión de barrios desangelados, colmados de bloques de viviendas populares, y la cantidad de basura desparramada en las calles. Tras una media hora de espera hasta que llegó un nuevo pasajero, el minibús se dirigió hacia su siguiente parada en el hotel de la Porte Dorée en Val de Marne. Allí descendieron la dama copetuda y el señor que había subido en la estación de Bercy, quedando sólo de acompañantes la otra pareja. Tomaron una nueva autopista, esta vez la Autoroute de l'Est, atravesando Saint Maurice hasta llegar al hotel Holiday Inn en Nogent sur Marne. En el trayecto pudo apreciar un enorme parque, el río Marne y edificaciones con alternancia de arquitectura victoriana, modernista y posmoderna. Antes de descender le preguntó al “chauffeur” si hablaba en inglés y, ante su respuesta afirmativa, le pidió que le indicase qué podía tomar para llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle. “More slowly, please”, le rogó después de escucharlo la primera vez. Le costó entenderlo, pero finalmente -más por intuición que por comprensión- llegó hasta una pequeña caseta en dónde le indicaron -más con gestos que con palabras- lo que tenía que hacer.
Luego siguió por el Boulevard Périphérique -por el que cruzó el río Sena- para, después de tomar varias calles más, llegar a la estación del ferrocarril en dónde descendió una de las parejas. Más que la yuxtaposición de distintos estilos arquitectónicos que pudo apreciar en el trecho recorrido, lo que más le llamó la atención fue la profusión de barrios desangelados, colmados de bloques de viviendas populares, y la cantidad de basura desparramada en las calles. Tras una media hora de espera hasta que llegó un nuevo pasajero, el minibús se dirigió hacia su siguiente parada en el hotel de la Porte Dorée en Val de Marne. Allí descendieron la dama copetuda y el señor que había subido en la estación de Bercy, quedando sólo de acompañantes la otra pareja. Tomaron una nueva autopista, esta vez la Autoroute de l'Est, atravesando Saint Maurice hasta llegar al hotel Holiday Inn en Nogent sur Marne. En el trayecto pudo apreciar un enorme parque, el río Marne y edificaciones con alternancia de arquitectura victoriana, modernista y posmoderna. Antes de descender le preguntó al “chauffeur” si hablaba en inglés y, ante su respuesta afirmativa, le pidió que le indicase qué podía tomar para llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle. “More slowly, please”, le rogó después de escucharlo la primera vez. Le costó entenderlo, pero finalmente -más por intuición que por comprensión- llegó hasta una pequeña caseta en dónde le indicaron -más con gestos que con palabras- lo que tenía que hacer.