8 de octubre de 2021

Edgardo Lander: “Hemos llegado a una situación límite como resultado de la lógica productiva y tecnológica del crecimiento sin fin de la sociedad capitalista”

Edgardo Lander (1942) es un sociólogo venezolano, profesor emérito de Ciencias Sociales en la Universidad Central de Venezuela e investigador asociado del Transnational Institute, una organización sin fines de lucro -fundada en 1974 en Ámsterdam- que funciona como una red para académicos y activistas de todo el mundo que participan en un amplio espectro de actividades de investigación, promoción de políticas y generación de redes de la sociedad civil. Lander opina que la expresión más potente de la eficacia del pensamiento científico moderno es lo que puede ser descrito literalmente como la naturalización de las relaciones sociales, la noción de acuerdo a la cual las características de la sociedad llamada moderna son la expresión de las tendencias espontáneas, naturales del desarrollo histórico de la sociedad. La sociedad liberal industrial se constituye -desde esta perspectiva- no sólo en el orden social deseable, sino en el único posible. Esta es la concepción según la cual los seres humanos se encuentran hoy en un punto de llegada, en una sociedad sin ideologías, en un modelo civilizatorio único, globalizado, universal, que hace innecesaria la política, en la medida en que ya no hay alternativas posibles a ese modo de vida. Estas ideas están presentes en su obra, compuesta, entre otros ensayos, por “Neoliberalismo, sociedad civil y democracia”, “La democracia en las ciencias sociales latinoamericanas contemporáneas” y “La colonialidad del saber. Eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas”. Lo que sigue son fragmentos de la entrevista que le hiciera Raphael Hoetmer en el marco de un simposio internacional sobre la crisis global realizado en la Universidad Ricardo Palma de Lima, Perú, y publicada el 8 de julio de 2021 en la página web de Servicio Informativo Ecuménico y Popular (SIEP) de la república de El Salvador.


¿En qué se distingue este escenario de crisis de las crisis anteriores? ¿Cuál es su particularidad?

Hay un aspecto medular que es a su vez punto de partida para ver la diferencia entre esta crisis y las anteriores, que permite constatar que no se trata de una crisis cíclica más del capitalismo. Este patrón civilizatorio de acumulación, esta lógica capitalista de crecimiento sin fin en un planeta restringido, está llevando a sus límites la posibilidad de la vida en la Tierra. Estamos en una nueva situación histórica en la que, o se detiene este patrón depredador -que está sistemáticamente socavando las condiciones que hacen posible la vida-, o nos enfrentamos a un colapso de estas condiciones y la imposibilidad de continuar la vida tal como la conocemos. En términos inmediatos los conflictos por el acceso a los bienes comunes van a incrementar los procesos que ya están ocurriendo: guerra por el acceso a los bienes energéticos y las pugnas por la apropiación de tierras, migraciones ecológicas masivas, murallas y represión hacia los migrantes y tendencias hacia un “apartheid” global. Todos estos procesos apuntan en una dirección de violencia y conflicto cada vez más generalizado. Además, estamos utilizando las condiciones que hacen posible vivir en el planeta con una extraordinaria y creciente desigualdad. Mientras unos se apropian de proporciones crecientes de los bienes comunes de la Tierra, una elevada proporción de la humanidad no sólo carece de acceso a condiciones básicas de vida como la alimentación o el agua potable, sino que es la que está siendo más afectada por el cambio climático. Estas dos cuestiones juntas constituyen una combinación explosiva. Esto no puede continuar por mucho tiempo sin resultados catastróficos y probablemente irreversibles. Por lo expuesto, creo que ésta es la crisis terminal del patrón civilizatorio industrialista de crecimiento sin fin cuya máxima expresión histórica ha sido el capitalismo. Yo no podría calcular por cuántos años o décadas más durará esta situación. Estos procesos de devastación de las condiciones de la vida se están acelerando en la actualidad sustentados en una fe ciega -y absolutamente infundada- en que con el mismo patrón tecnológico que nos ha conducido a esta crisis será posible encontrar las soluciones para salir de ésta. Se supone que si no se encuentran en este momento estas soluciones, las conseguiremos en el futuro y que para ello necesitamos crear condiciones para que el “mercado” reciba las señales requeridas y estas innovaciones sean rentables para las corporaciones. Hemos llegado a esta situación límite precisamente como resultado de esta lógica productiva y tecnológica del crecimiento sin fin de la sociedad capitalista. Es profundamente irresponsable argumentar que esa misma tecnología y ese mismo mercado, guiados por la búsqueda de la maximización de la ganancia, van a tener capacidad de responder a la presente crisis.

Llama la atención que en el debate público no exista una conciencia de la gravedad -incluso en el debate del cambio climático- sobre este asunto. Menos en Europa, donde se cree que “igual vamos a encontrar una solución”. ¿Cómo ve esta respuesta? ¿Y de qué forma cree que las instituciones multilaterales, los gobiernos más poderosos del mundo y las grandes empresas están anticipando este nuevo escenario?

Me parece que predomina la política del avestruz, es decir, la política que en lo fundamental ignora el problema a pesar de los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, entre muchos otros. Los diagnósticos sobre lo que está ocurriendo y lo que va seguir ocurriendo no sólo aparecen en algunos artículos científicos de alguna revista especializada; son crecientemente palpables día a día para proporciones crecientes de los habitantes del planeta. Los diagnósticos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático tienen un sesgo de cautela conservadora. Luego de que los equipos científicos multinacionales y multidisciplinarios sistematizan un estado del arte recogiendo los estudios publicados por todas las principales revistas y todos los principales institutos científicos que trabajan sobre temas relacionados en todo el mundo, estos diagnósticos pasan por el filtro político de negociaciones intergubernamentales.

Y por lo tanto muchos hablan de crisis civilizatoria, que nos hace pensar que esto tiene mucho que ver con el conocimiento y las teorías que se vienen produciendo en el planeta. ¿Cuál es esta relación entre el conocimiento y la situación a la cual hemos llegado?

Para responder a la pregunta podemos hacer una especie de arqueología de saberes sobre cómo se fueron dando pasos en la dirección y constitución de la ciencia moderna. Yo creo que este patrón, hoy hegemónico, de la cultura occidental, científica, tecnológica, tecnocrática, capitalista, colonial y moderna -con todas las caracterizaciones que se le pueda dar- es el resultado de un proceso histórico que viene de muy atrás, y que no forma parte en modo alguno de un desarrollo inexorable de las leyes de la historia, o de un guión inevitable del devenir humano. No es simplemente una cultura “superior” o más “avanzada”. Este patrón hegemónico es el resultado de decisiones humanas que se fueron tomando en contextos donde imperaban determinadas correlaciones de fuerzas, unos intereses económicos específicos, al interior de determinados imaginarios y patrones culturales. En diferentes coyunturas se fueron marginando, invisibilizando o cerrando otras opciones y direcciones históricas. El resultado de estas sucesivas exclusiones, de estas sucesivas amputaciones y empobrecimientos de la rica experiencia humana lo tenemos ante nuestros ojos. Un imaginario fundante de la llamada cultura occidental aparece en el mito de creación del judeo-cristianismo. En el texto del “Génesis”, y las interpretaciones que han sido hegemónicas durante ya más de dos mil años, hay una clara división entre lo divino, la “naturaleza”, y los seres humanos. Este mito fundacional, en relación a la ubicación del ser humano en el conjunto de las redes de la vida, es muy diferente a los de la mayoría de las otras culturas y pueblos del planeta. Es muy importante profundizar en este aspecto porque es parte de los sentidos comunes que esta tradición judeo-cristiana, gracias a la larga historia colonial-imperial de los últimos siglos, se ha prácticamente universalizado. La ciencia moderna se ha montado sobre este mito que separa a lo divino, la “naturaleza” y los seres humanos. Esta razón “universal” se ha transformado en razón instrumental que impone la prioridad absoluta del control, el dominio y el progreso sobre todo otro valor humano. Esa pretensión postula un sujeto de conocimiento que convierte a todo lo demás en objeto, en exterioridad, y al hacerlo, lo convierte en cosa. No sólo construye como cosa a la llamada “naturaleza” sino al cuerpo mismo. Es éste el fundamento político/epistemológico de la construcción de la inferioridad de los otros, de los excluidos, sean mujeres, pobres, negros, no europeos, sean los que hablan esas lenguas “raras” que no son las de la modernidad europea occidental. Esta razón -con sus construcciones de objetividad y universalidad- define a esos múltiples otros y otras como objetos. Las negociaciones internacionales de cambio climático, en su agenda y en sus mecanismos de toma de decisiones, están controladas por agentes (gobiernos del Norte, transnacionales y comunidad científica) que comparten los supuestos básicos del patrón civilizatorio que ha conducido a la crisis más severa que jamás ha conocido la humanidad. Están dispuestos a discutir todo menos esos supuestos. Las otras voces, las otras visiones de mundo son sistemáticamente excluidas. Es por ello que hay pocos motivos para ser optimistas en relación a estas negociaciones. Son las únicas existentes, las únicas en las cuales se podrían tomar decisiones capaces de alterar esta dinámica destructiva. Cuando ponemos en cuestión las nociones hegemónicas de riqueza, cuando se cuestionan las ideas del desarrollo y el progreso, cuando hablamos de esto se está cuestionando los fundamentos del actual patrón civilizatorio dominante. No sólo los intereses económicos corporativos y la geopolítica global, sino igualmente los imaginarios y subjetividades instalados en una elevada proporción de la humanidad como consecuencia de cinco siglos de modernidad colonial capitalista. Dadas las relaciones de poder extraordinariamente desiguales hoy existentes, los sectores privilegiados del planeta no están dispuestos a alterar sus patrones de vida. Se trata de un esfuerzo inútil: por más que acumulen bienes materiales, sus hijos y nietos no los podrán disfrutar porque es poco probable que sobrevivan al colapso ecológico. Este sigue siendo el sentido común de la ciencia moderna, la epistemología implícita de la práctica de la “ciencia normal”, a pesar de las extraordinarias revoluciones epistemológicas que ya hace más de un siglo provocaron la teoría de la relatividad y el principio de incertidumbre de la mecánica cuántica. La práctica cotidiana de la ciencia no parece haberse enterado. Desde el poder creciente que da la conquista y la colonización se busca el dominio, el control global. Desde este particular lugar de enunciación se pretende hablar por (y sobre) el resto del planeta. Esto no es sólo un asunto epistemológico, es fundante, constitutivo, de las relaciones de poder del sistema mundo colonial moderno. Entonces, creo que el reto del pensamiento crítico y del trabajo por venir no es la elaboración autocontenida y de diálogo entre intelectuales, sino precisamente el reconocer y participar de esta pluralidad de ámbitos de resistencia que opera en tantos lugares. Es posible contribuir a ello con aportes teóricos, con conceptos y categorías, pero fundamentalmente por la vía del reconocimiento del otro, y la potenciación del diálogo de esta pluralidad de saberes y creaciones políticas que están dándose más allá de que lo digan o no los intelectuales. Sólo asumiendo la crisis terminal de las pretensiones del monopolio epistemológico de la academia, de la ciencia, de la universidad, será posible contribuir a estos procesos.

¿En esa situación, cómo ve el papel de la teoría crítica de los investigadores y de los proyectos de conocimiento crítico? ¿Cuáles son los caminos y las tareas que tienen en este escenario?

Una primera tarea fundamental es la desnaturalización de todo lo que las ideologías hegemónicas han convertido en “natural”. Es indispensable cuestionar todo lo que contribuya a legitimar/sustentar los relatos dominantes de la historia universal, de la modernidad, del progreso, del desarrollo. Estos patrones forman parte potente y eficazmente de una construcción de hegemonía cultural y de sentidos comunes en sectores amplios de las sociedades contemporáneas. Otra dimensión absolutamente fundamental, y que tiene ver con lo anteriormente explicado, es que ante el reconocimiento actual de los límites de la lógica de la acumulación capitalista, han resurgido opciones/alternativas que habían sido negadas, aplastadas y silenciadas por el patrón hegemónico capitalista. Estas opciones están resistiendo/confrontando los patrones de conocimiento y los patrones productivos dominantes -en forma simultánea- desde muchos lugares. Son cruciales en este sentido los aportes desde la economía ecológica y la crítica a la economía, ese dogmático patrón de conocimiento que ignora la materialidad de todo proceso de creación de riqueza, y suma como creación de riqueza la devastación de esa base material. Pero, más importante aún es que hay en el planeta -a pesar de 500 años del dominio creciente del sistema mundo colonial moderno- otras memorias, historias, comunidades, pueblos, sujetos, experiencias que miran la vida desde otros lugares. Estas otras opciones culturales o civilizatorias, presentes en todo el mundo, tienen particular vigor hoy en América Latina. Esto lo podemos reconocer con mucha nitidez en las luchas de los pueblos y comunidades indígenas y campesinas, en las diferentes formas organizativas, modalidades de enunciación, en las diversas formas de entender el buen vivir. Sus resistencias frente al extractivismo, a la contaminación de las aguas o al desplazamiento de la gente de sus tierras por grandes represas, etc., son con frecuencia cuestionamientos y resistencias que el pensamiento moderno es incapaz de entender porque simplemente la ve como expresión de atraso y obstáculo al progreso. Estos “obstáculos” constituyen hoy las potencialidades mayores con las cuales cuenta la humanidad para resistir y detener esta máquina de destrucción llamada capitalismo.

¿Y si pensamos en un escenario medianamente más optimista? Hemos visto las dificultades, profundidades y la multiplicidad de las crisis, así como las dificultades de los gobiernos progresistas de romper con este modelo. Pero también hay un nuevo movimiento de los movimientos, un momento que exige otros tipos de estrategia, ¿dónde ve pistas que puedan llevarnos a una transformación más profunda?

Las pistas las veo, fundamentalmente, en los lugares donde se combina la prefiguración, recuperación, revitalización, simultáneamente con actividades de militancia, de movilización y organización de freno a la lógica del productivismo y el extractivismo, fenómeno global, pero que opera en ámbitos locales y territoriales. Hoy en América Latina, sin duda alguna, los conflictos territoriales contra el extractivismo y la expansión de la agroindustria, se han constituido en los principales lugares de la conflictividad político-social. Esto lo podemos ver, por ejemplo, en torno a la producción de soja. La expansión de la frontera de la soja transgénica -que ya ocupa millones de hectáreas, incluida más de la mitad de las tierra agrícolas argentinas- tiene efectos severos en las condiciones de vida de las poblaciones afectadas: contaminación con glifosato, expropiación de tierras, desplazamiento de campesinos, sustitución de la producción de alimentos de autoconsumo por materia prima para la exportación, etc., etc. La resistencia no es desde un solo lugar. Por el contrario, a esta gran maquinaria de destrucción se le están metiendo múltiples trancas, una miríada de obstáculos. Una cuña por aquí, una por allá, una más allá. Estas múltiples resistencias locales, y de creciente articulación -en alianza con otros sectores de la sociedad- podrían efectivamente detener esta maquinaria. Lamentablemente -regresando al pesimismo- es poco probable que todas estas reacciones de resistencia sean suficientemente eficaces en el tiempo limitado del cual disponemos. Aun cuando uno ve en la televisión lo que está ocurriendo, la mayor parte de la población del planeta no ve esta situación como una amenaza vital a corto plazo. Yo sospecho que va a llegar algún momento en que estos desastres ambientales llegarán a un punto en que ya no podrán seguir siendo ignorados. Ya no será posible que los gobiernos digan: “Vamos a reunirnos nuevamente dentro de uno dos años y veremos qué pasa”. No veo qué vaya a ocurrir sin que antes se den devastaciones y sufrimientos en mayores escalas que las actuales. Es extraordinario el control y la potencia de los medios de comunicación y la industria cultural en la producción de sentido común y de cultura, de la subjetividad, así como su capacidad de desviar la atención de los asuntos más críticos, más urgentes. ¿Cómo responder simultáneamente a las exigencias de la descolonización, de la igualdad, y a la vez ponerle freno a esta lógica suicida? ¿Cómo detener a muy corto plazo una maquinaria de destrucción y a la vez construir/recuperar tejidos sociales, sensibilidades e intersubjetividades de otras formas de vivir? ¿Cómo contribuir a prefigurar y fortalecer -en forma democrática- esas otras subjetividades, esas otras formas de producir, de vivir, de estar en la “naturaleza” en condiciones en que se nos agota el tiempo? Si tuviésemos todo el tiempo del mundo podríamos optar por ir prefigurando un nuevo tejido social democrático compatible con la vida en los intersticios del orden capitalista, tal como ocurrió el largo proceso de transición de la sociedad feudal a la sociedad capitalista en Europa. El problema es que no contamos con el tiempo para ello. Si esa maquinaria desbocada no se detiene a corto plazo, simplemente no hay futuro.