Byung-Chul
Han (1959) es un filósofo
en cuya obra predominan los estudios culturales vinculados a la desmesurada
influencia de los modernos medios digitales de comunicación. Nacido en Seúl,
Corea del Sur, en 1985 se radicó en Alemania donde estudió Filosofía en la
Albert Ludwigs Universität (Universidad de Friburgo) y Literatura y Teología en
la Ludwig Maximilians Universität (Universidad de Múnich). En 1994 se doctoró
por la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger
(1889-1976). Comenzó su carrea docente dando clases de Filosofía en la
Universität Basel (Universidad de Basilea), luego fue profesor de Filosofía y
Teoría de los Medios en la Karlsruher Institut für Gestaltung (Escuela Superior
de Diseño de Karlsruhe) y, desde 2012, es profesor de Filosofía y Estudios Culturales
en la Universität der Künste (Universidad de las Artes) de Berlín. Autor de más
de una decena de ensayos, es sumamente crítico de la “infocracia”, la que ha inducido
a sus consumidores/productores hacia una falsa percepción de la libertad. “Las
personas están atrapadas en la información -asegura-. Ellas mismas se colocan
los grilletes al comunicar y producir información. Hoy la señal de detentación
de poder no está vinculada con la posesión de los medios de producción sino con
el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y
el pronóstico del comportamiento individual. La prisión digital es transparente
y es precisamente esa sensación de libertad la que asegura la dominación. Hoy
vivimos presos en una caverna digital aunque creemos que estamos en libertad”.
Han disecciona minuciosamente las ansiedades que produce el capitalismo neoliberal en las personas. Sus reflexiones señalan al capitalismo, la sociedad de consumo, la tecnología y su uso en la vida cotidiana como temas de indagación constante. “El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo. Este sujeto -que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario”. En ambos casos el arma utilizada es el reproductor multimedia conocido como “smartphone”, herramienta a través de la cual los medios digitales pusieron fin a la era del hombre-masa. “El habitante del mundo digitalizado ya no es ese 'nadie', más bien es alguien con un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”. En tiempos de una notoria tribalización política, esa división maniquea de la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables que chocan por el poder, es la derecha la que más capitaliza este fenómeno. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado es una demostración”.
Han, entre otras obras, ha publicado “Müdigkeitsgesellschaft” (La sociedad del cansancio), “Topologie der gewalt” (Topología de la violencia), “Psychopolitik. Neoliberalismus und die neuen machttechniken” (Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder), “Transparenzgesellschaft” (La sociedad de la transparencia), “Infokratie. Digitalisierung und die krise der demokratie” (Infocracia. Digitalización y crisis de la democracia) y “Undinge. Umbrüche der lebenswelt” (No-cosas. Quiebras del mundo de hoy). Lo que sigue a continuación es una edición de fragmentos de las entrevistas realizadas por Sergio Fanjul (“El País, 09/10/2021) y Flavia Tomaello (“La Nación”, 07/04/2022).
¿Cómo es posible que en un mundo obsesionado por
la hiperproducción y el hiperconsumo, al mismo tiempo los objetos se vayan
disolviendo y vayamos hacia un mundo de no-cosas?
Hay, sin
duda, una hiperinflación de objetos que conduce a su proliferación explosiva.
Pero se trata de objetos desechables con los que no establecemos lazos
afectivos. Hoy estamos obsesionados no con las cosas, sino con informaciones y
datos, es decir, no-cosas. Hoy todos somos “infómanos”. Se ha llegado ya a
hablar de “datasexuales”, personas que recopilan y comparten obsesivamente información
sobre su vida personal.
En ese mundo que describe, de hiperconsumo y
pérdida de lazos, ¿por qué es importante tener “cosas queridas” y establecer
rituales?
Las cosas
son los apoyos que dan tranquilidad en la vida. Hoy en día están en conjunto
oscurecidas por las informaciones. El “Smartphone” no es una cosa. Yo lo
caracterizo como el infómata que produce y procesa informaciones. Las
informaciones son todo lo contrario a los apoyos que dan tranquilidad a la vida.
Viven del estímulo de la sorpresa. Nos sumergen en un torbellino de actualidad.
También los rituales, como arquitecturas temporales, dan estabilidad a la vida.
La pandemia ha destruido estas estructuras temporales. Piense en el
teletrabajo. Cuando el tiempo pierde su estructura nos empieza a afectar la
depresión.
En su libro se establece que, mediante la
digitalización, nos convertiremos en “homo ludens”, enfocados al juego más que
al trabajo. Pero, con la precarización y la destrucción de empleo, ¿podremos
todos acceder a esa condición?
He hablado
de un desempleo digital que no está determinado por la coyuntura. La
digitalización conducirá a un desempleo masivo. Este desempleo representará un
problema muy serio en el futuro. ¿Consistirá el futuro humano en la renta
básica y los juegos de ordenador? Un panorama desalentador. Con “panem et
circenses” (pan y circo) se refiere Juvenal a la sociedad romana en la que no era
posible la acción política. Se mantiene contentas a las personas con alimentos
gratuitos y juegos espectaculares. La dominación total es aquella en la que la
gente solo se dedica a jugar. La reciente e hiperbólica serie coreana de “Netflix”,
“El juego del calamar”, en la que todo el mundo solo se dedica al juego, apunta
en esta dirección.
¿En qué sentido?
Esa gente
está sobre endeudada y se entrega a ese juego mortal que promete enormes
ganancias. “El juego del calamar” representa un aspecto central del capitalismo
en una forma extrema. Ya dijo Walter Benjamin que el capitalismo representa el
primer caso de un culto que no es expiatorio, sino que nos endeuda. En los
principios de la digitalización se soñaba con que esta sustituiría el trabajo
por el juego. En realidad, el capitalismo digital explota despiadadamente la
pulsión humana por el juego. Piense en las redes sociales, que incorporan
elementos lúdicos para provocar la adicción en los usuarios.
En efecto, el teléfono móvil inteligente nos
prometía cierta libertad… ¿No se ha convertido en una larga cadena que nos
apresa allí donde estemos?
El “smartphone”
es hoy un lugar de trabajo digital o bien un confesionario digital. Todo
dispositivo, toda técnica de dominación genera artículos de culto que son
empleados para la subyugación. Así se afianza la dominación. El “smartphone” es
el artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación
actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil
constantemente en la mano. El “me gusta” es el amén digital. Seguimos
confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino
que se nos preste atención.
Usted ha descrito cómo el trabajo va tomando
carácter de juego, las redes sociales, paradójicamente, nos hacen sentir más
libres, el capitalismo nos seduce. ¿Ha conseguido el sistema meterse dentro de
nosotros para dominarnos de una manera incluso placentera para nosotros mismos?
Sólo un
régimen represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen neoliberal,
que no oprime la libertad sino que la explota, no se enfrenta a ninguna
resistencia. No es represor sino seductor. La dominación se hace completa en el
momento en que se presenta como la libertad.
¿Por qué, a pesar de la precariedad y la
desigualdad crecientes, de los riesgos existenciales, etcétera, el mundo
cotidiano en los países occidentales parece tan bonito, hiperdiseñado y
optimista?
La novela “1984”
de George Orwell se ha convertido desde hace poco en un éxito de ventas
mundial. Las personas tienen la sensación de que algo no va bien con nuestra
zona de confort digital. Pero nuestra sociedad se parece más a “Un mundo feliz”
de Aldous Huxley. En “1984” las personas son controladas mediante la amenaza de
hacerles daño. En “Un mundo feliz” son controladas mediante la administración
de placer. El Estado distribuye una droga llamada “soma” para que todo el mundo
se sienta feliz. Ese es nuestro futuro.
¿Cómo se combina una sociedad que trata de
homogeneizarnos y eliminar las diferencias con la creciente querencia de las
personas por ser diferentes de los demás, en cierto modo, únicas?
Todo el
mundo quiere hoy ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Así, estamos
comparándonos todo el rato con los otros. Precisamente es esta comparación la
que nos hace a todos iguales. O sea: la obligación de ser auténticos conduce al
infierno de los iguales.
¿Necesitamos más silencio? ¿Estar más dispuestos
a escuchar al otro?
Necesitamos
que se acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro. Hoy
percibimos el mundo a través de las informaciones. Así se pierde la vivencia
presencial. Nos desconectamos del mundo de forma creciente. Vamos perdiendo el
mundo. El mundo es algo más que información. La pantalla es una pobre
representación del mundo. Giramos en círculo alrededor de nosotros mismos. El “smartphone”
contribuye decisivamente a esta pobre percepción de mundo. Un síntoma
fundamental de la depresión es la ausencia de mundo.
La depresión es uno de los más alarmantes
problemas de salud contemporáneos. ¿Cómo opera esa ausencia de mundo?
En la
depresión perdemos la relación con el mundo, con el otro. Nos hundimos en un
ego difuso. Pienso que la digitalización, y con ella el “smartphone”, nos
convierten en depresivos. Hay historias de odontólogos que cuentan que sus
pacientes se aferran a su teléfono cuando el tratamiento es doloroso. ¿Por qué
lo hacen? Gracias al móvil soy consciente de mí mismo. El móvil me ayuda a
tener la certeza de que vivo, de que existo. De esa forma nos aferramos al
móvil en situaciones críticas como el tratamiento dental. Yo recuerdo que cuando
era niño me aferraba a la mano de mi madre en el dentista. Hoy la madre no le
dará la mano al niño sino que le dará el móvil para que se agarre a él. El
sostén no viene de los otros sino de uno mismo. Eso nos enferma. Tenemos que
recuperar al otro.
Ha dicho que “la supervivencia se convertirá en
un absoluto, como si viviéramos en un estado de guerra permanente”, una
definición que parece haberse perfeccionado en la pandemia. ¿Cree que el
cansancio de la sociedad se profundizó en este tiempo?
La sociedad
de supervivencia ha gastado todo el buen sentido para apreciar lo bueno de la
vida. El positivismo hiperexacerbado ha hecho insostenible la incertidumbre. El
exceso de información signó la desesperanza de cuarentenas eternas y
reconversión de un status quo que se retroalimentó (y aún lo hace) con la
aparición de nuevas cepas. Pareciera que nos aferramos a este presente flojo de
sentido. No dejamos partir al Covid. Nos aferramos al virus como si nos hubiera
aportado un propósito.
En este sentido, ¿supone que hay un juego
alternado de ilusiones y desilusiones?
El Covid
nos llenó de vacíos nuevos, aunque con preocupaciones alarmantes a las que este
hombre contemporáneo se sube sin análisis, en parte arrastrado por la abulia
creada por el hiperconsumismo y la hipertransparencia. Nos han impuesto monitoreos
vigilantes, cuarentenas más acordes al juicio de la política que a argumentos
de salud. Hitos que implicaron compromiso a las libertades como no vemos desde
la Segunda Guerra Mundial. Se ha dinamitado cualquier esbozo de disfrute en pos
de la salud, aunque en esa paradoja, todo lo anterior presupone una artillería
debilitante a su constructor. El telón de fondo deja entrever una destrucción
del tejido humano en pos del surgimiento de un miedo masivo que polariza el
concepto de supervivencia, sometiéndolo a las realidades del mercado.
¿A eso se refiere cuando sostiene que la muerte
no es democrática?
El Covid
se convirtió en una luz negra que desnuda lo que a simple vista no se ve, pero
alguien puso allí. La vulnerabilidad humana no es igualitaria o inclusiva. La
mortandad depende del estatus social. La muerte nunca ha sido equitativa. La
pandemia no ha cambiado las cosas, solo ha puesto sobre la mesa las inequidades
sociales que revelan por qué unos enferman más que otros, algunos se mueren sin
atención adecuada u otros aún no han recibido sus vacunas. Cientos de estudios
científicos se han encargado de destacar cómo los afroamericanos casi que
duplican los guarismos de mortalidad, gravedad o enfermedad frente a las
poblaciones blancas de los Estados Unidos. Esto parece ser una novedad para las
masas, pero es una realidad que conocemos. No nos sorprende, solo nos lo
reconfirma. Los que tuvieron que trabajar a pesar de todo fueron, precisamente,
aquellos habitantes de barrios suburbanos que no podían dejar sus puestos porque
pertenecen a un grupo indocumentado o desplazado en la legalidad laboral.
¿Lo que creemos real pierde fronteras bajo la
intangible virtualidad?
Aún somos
acumuladores, pero ahora de bits. Los objetos son pilares que nos brindan
seguridad. Pero estos tiempos están enturbiados por la información y todos sus
matices. Ya no se trata de aquello que sugiere el presentador de noticias o el
titular del periódico. El lado oscuro de la información se introduce, incluso a
través de las cosas, pero para convertirlas en no objetos. Por ejemplo, el teléfono
celular ya no es una cosa. Es el canal propio en el que cada uno de nosotros
recibe su propio bombardeo de informaciones que aletean como colibríes frente a
nuestros sentidos, cohibiendo la capacidad de análisis. Este caudal de
información es lo opuesto a cualquier objeto que puede sostener la tranquilidad
humana. Nos invade de excitación constante. Nos convierte en adictos a recibir
más, cada vez más nuevo, más inmediato. Los sucesos pasan al pasado más rápido
que el tiempo. La hiperinconexión dinamitó nuestras dinámicas. El teletrabajo
es muestra de ello. La arquitectura del día fue arrasada. Nuestros rituales
perdieron estructuras. La pandemia ha acelerado este nuevo esquema donde la
pérdida de forma zambulle a las personas en un mar líquido en el que los
náufragos se debaten con la depresión.
¿Cómo ha cambiado la cultura en la era global?
Diferentes
tiempos y continuidades coexisten en la hipercultura en un universo de mosaico.
Los vínculos han emergido múltiples y lábiles. La superficialidad de la amistad
es la base de la hiperculturalidad. Su misma carencia de reglas permite un
impacto generalizado. Crea un máximo de solidaridad con un mínimo de
interrelación. Tanto positivismo agota. No hay polarización de amigo versus
enemigo, de adentro versus afuera, o de lo personal versus lo extraño, de lo
real versus lo virtual. Las redes sociales parecen ser el escenario de la
cultura contemporánea. En ese hiperespacio intentan evitar mensajes negativos
de cualquier tipo al proporcionar solo ventanas estrechas para la interacción.
Cuando habla del hiperespacio, ¿se refiere sólo
al mundo digital o la hipercultura también es evidente en otros lugares?
El
hiperespacio es un híbrido donde todo se entrecruza. Allí se han eliminado los
parámetros culturales y geográficos. Es un ámbito con ausencia de distancia, lo
que quita posibilidad de perspectiva. La hiperculturalidad es diferente de la
multiculturalidad. Es superadora. Como diría el filósofo francés Jean
Baudrillard, emerge un escenario más real que el real, la hiperrealidad. Las
redes sociales no son un espacio de libertad; es uno que permite un control
total. Ofrece a los usuarios una sensación de libertad más ligada al voyeurista
que al actor. Contrariamente a lo que estábamos acostumbrados, el control se
logra mediante la interconexión. Los reclusos confinados dejan paso a los
usuarios que se creen libres.
Ha dicho que la amistad es una nueva manera de
emprendedurismo, ¿a qué se refiere?
Una
reciente campaña de Burger King presentó el programa Whopper Sacrifice. Se
invitó a las personas a eliminar diez amigos de Facebook para hacerse de una
hamburguesa gratis. Fue un éxito porque lo que llamamos amistad en las redes es
tan poco valioso como un atado de carne de comida rápida. Los individuos son
microemprendedores que evalúan sus acciones a partir del rédito que pueden
obtener. Incluso la amistad debe ser rentable. Las redes sociales no son un
espacio amistoso, desde una visión económica son ámbitos de explotación.
¿Qué tipo de intercambio producen estas
amistades?
Los amigos
son los clientes de esta era, por lo que ganar nuevos es ampliar la cartera. El
incremento de seguidores fortalece la sensación narcisista del yo. Internet es
un espacio autorreferencial donde se trata de circular el ser uno mismo. Más de
lo que ya busqué, más de lo que quiero leer, más gente que piensa como yo. No
existe el desafío del otro. El espacio virtual es un infierno de monotonía.
Usted se doctoró con una tesis sobre Heidegger,
que exploró las formas más abstractas de pensamiento y cuyos textos son muy
oscuros para el profano. Sin embargo, usted consigue aplicar ese pensamiento
abstracto a asuntos que cualquiera puede experimentar. ¿Debe la filosofía
ocuparse más del mundo en el que vive la mayor parte de la población?
Michel
Foucault define la filosofía como una especie de periodismo radical y se
consideraba a sí mismo periodista. Los filósofos deberían ocuparse sin rodeos
del hoy, de la actualidad. En eso sigo a Foucault. Yo intento interpretar el
hoy en pensamientos. Estos pensamientos son precisamente los que nos hacen
libres.
Han disecciona minuciosamente las ansiedades que produce el capitalismo neoliberal en las personas. Sus reflexiones señalan al capitalismo, la sociedad de consumo, la tecnología y su uso en la vida cotidiana como temas de indagación constante. “El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo. Este sujeto -que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario”. En ambos casos el arma utilizada es el reproductor multimedia conocido como “smartphone”, herramienta a través de la cual los medios digitales pusieron fin a la era del hombre-masa. “El habitante del mundo digitalizado ya no es ese 'nadie', más bien es alguien con un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”. En tiempos de una notoria tribalización política, esa división maniquea de la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables que chocan por el poder, es la derecha la que más capitaliza este fenómeno. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado es una demostración”.
Han, entre otras obras, ha publicado “Müdigkeitsgesellschaft” (La sociedad del cansancio), “Topologie der gewalt” (Topología de la violencia), “Psychopolitik. Neoliberalismus und die neuen machttechniken” (Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder), “Transparenzgesellschaft” (La sociedad de la transparencia), “Infokratie. Digitalisierung und die krise der demokratie” (Infocracia. Digitalización y crisis de la democracia) y “Undinge. Umbrüche der lebenswelt” (No-cosas. Quiebras del mundo de hoy). Lo que sigue a continuación es una edición de fragmentos de las entrevistas realizadas por Sergio Fanjul (“El País, 09/10/2021) y Flavia Tomaello (“La Nación”, 07/04/2022).