8 de mayo de 2022

Byung-Chul Han: “El teléfono celular ya no es una cosa. Es el canal en el que cada uno de nosotros recibe un bombardeo de informaciones que aletean como colibríes frente a nuestros sentidos cohibiendo la capacidad de análisis”

Byung-Chul Han (1959) es un filósofo en cuya obra predominan los estudios culturales vinculados a la desmesurada influencia de los modernos medios digitales de comunicación. Nacido en Seúl, Corea del Sur, en 1985 se radicó en Alemania donde estudió Filosofía en la Albert Ludwigs Universität (Universidad de Friburgo) y Literatura y Teología en la Ludwig Maximilians Universität (Universidad de Múnich). En 1994 se doctoró por la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger (1889-1976). Comenzó su carrea docente dando clases de Filosofía en la Universität Basel (Universidad de Basilea), luego fue profesor de Filosofía y Teoría de los Medios en la Karlsruher Institut für Gestaltung (Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe) y, desde 2012, es profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universität der Künste (Universidad de las Artes) de Berlín. Autor de más de una decena de ensayos, es sumamente crítico de la “infocracia”, la que ha inducido a sus consumidores/productores hacia una falsa percepción de la libertad. “Las personas están atrapadas en la información -asegura-. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. Hoy la señal de detentación de poder no está vinculada con la posesión de los medios de producción sino con el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el pronóstico del comportamiento individual. La prisión digital es transparente y es precisamente esa sensación de libertad la que asegura la dominación. Hoy vivimos presos en una caverna digital aunque creemos que estamos en libertad”.
Han disecciona minuciosamente las ansiedades que produce el capitalismo neoliberal en las personas. Sus reflexiones señalan al capitalismo, la sociedad de consumo, la tecnología y su uso en la vida cotidiana como temas de indagación constante. “El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo. Este sujeto -que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario”. En ambos casos el arma utilizada es el reproductor multimedia conocido como “smartphone”, herramienta a través de la cual los medios digitales pusieron fin a la era del hombre-masa. “El habitante del mundo digitalizado ya no es ese 'nadie', más bien es alguien con un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”. En tiempos de una notoria tribalización política, esa división maniquea de la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables que chocan por el poder, es la derecha la que más capitaliza este fenómeno. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado es una demostración”.
Han, entre otras obras, ha publicado “Müdigkeitsgesellschaft” (La sociedad del cansancio), “Topologie der gewalt” (Topología de la violencia), “Psychopolitik. Neoliberalismus und die neuen machttechniken” (Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder), “Transparenzgesellschaft” (La sociedad de la transparencia), “Infokratie. Digitalisierung und die krise der demokratie” (Infocracia. Digitalización y crisis de la democracia) y “Undinge. Umbrüche der lebenswelt” (No-cosas. Quiebras del mundo de hoy). Lo que sigue a continuación es una edición de fragmentos de las entrevistas realizadas por Sergio Fanjul (“El País, 09/10/2021) y Flavia Tomaello (“La Nación”, 07/04/2022).
 

¿Cómo es posible que en un mundo obsesionado por la hiperproducción y el hiperconsumo, al mismo tiempo los objetos se vayan disolviendo y vayamos hacia un mundo de no-cosas?
 
Hay, sin duda, una hiperinflación de objetos que conduce a su proliferación explosiva. Pero se trata de objetos desechables con los que no establecemos lazos afectivos. Hoy estamos obsesionados no con las cosas, sino con informaciones y datos, es decir, no-cosas. Hoy todos somos “infómanos”. Se ha llegado ya a hablar de “datasexuales”, personas que recopilan y comparten obsesivamente información sobre su vida personal.
 
En ese mundo que describe, de hiperconsumo y pérdida de lazos, ¿por qué es importante tener “cosas queridas” y establecer rituales?
 
Las cosas son los apoyos que dan tranquilidad en la vida. Hoy en día están en conjunto oscurecidas por las informaciones. El “Smartphone” no es una cosa. Yo lo caracterizo como el infómata que produce y procesa informaciones. Las informaciones son todo lo contrario a los apoyos que dan tranquilidad a la vida. Viven del estímulo de la sorpresa. Nos sumergen en un torbellino de actualidad. También los rituales, como arquitecturas temporales, dan estabilidad a la vida. La pandemia ha destruido estas estructuras temporales. Piense en el teletrabajo. Cuando el tiempo pierde su estructura nos empieza a afectar la depresión.
 
En su libro se establece que, mediante la digitalización, nos convertiremos en “homo ludens”, enfocados al juego más que al trabajo. Pero, con la precarización y la destrucción de empleo, ¿podremos todos acceder a esa condición?
 
He hablado de un desempleo digital que no está determinado por la coyuntura. La digitalización conducirá a un desempleo masivo. Este desempleo representará un problema muy serio en el futuro. ¿Consistirá el futuro humano en la renta básica y los juegos de ordenador? Un panorama desalentador. Con “panem et circenses” (pan y circo) se refiere Juvenal a la sociedad romana en la que no era posible la acción política. Se mantiene contentas a las personas con alimentos gratuitos y juegos espectaculares. La dominación total es aquella en la que la gente solo se dedica a jugar. La reciente e hiperbólica serie coreana de “Netflix”, “El juego del calamar”, en la que todo el mundo solo se dedica al juego, apunta en esta dirección.
 
¿En qué sentido?
 
Esa gente está sobre endeudada y se entrega a ese juego mortal que promete enormes ganancias. “El juego del calamar” representa un aspecto central del capitalismo en una forma extrema. Ya dijo Walter Benjamin que el capitalismo representa el primer caso de un culto que no es expiatorio, sino que nos endeuda. En los principios de la digitalización se soñaba con que esta sustituiría el trabajo por el juego. En realidad, el capitalismo digital explota despiadadamente la pulsión humana por el juego. Piense en las redes sociales, que incorporan elementos lúdicos para provocar la adicción en los usuarios.
 
En efecto, el teléfono móvil inteligente nos prometía cierta libertad… ¿No se ha convertido en una larga cadena que nos apresa allí donde estemos?
 
El “smartphone” es hoy un lugar de trabajo digital o bien un confesionario digital. Todo dispositivo, toda técnica de dominación genera artículos de culto que son empleados para la subyugación. Así se afianza la dominación. El “smartphone” es el artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente en la mano. El “me gusta” es el amén digital. Seguimos confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino que se nos preste atención.
 
Usted ha descrito cómo el trabajo va tomando carácter de juego, las redes sociales, paradójicamente, nos hacen sentir más libres, el capitalismo nos seduce. ¿Ha conseguido el sistema meterse dentro de nosotros para dominarnos de una manera incluso placentera para nosotros mismos?
 
Sólo un régimen represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen neoliberal, que no oprime la libertad sino que la explota, no se enfrenta a ninguna resistencia. No es represor sino seductor. La dominación se hace completa en el momento en que se presenta como la libertad.
 
¿Por qué, a pesar de la precariedad y la desigualdad crecientes, de los riesgos existenciales, etcétera, el mundo cotidiano en los países occidentales parece tan bonito, hiperdiseñado y optimista?
 
La novela “1984” de George Orwell se ha convertido desde hace poco en un éxito de ventas mundial. Las personas tienen la sensación de que algo no va bien con nuestra zona de confort digital. Pero nuestra sociedad se parece más a “Un mundo feliz” de Aldous Huxley. En “1984” las personas son controladas mediante la amenaza de hacerles daño. En “Un mundo feliz” son controladas mediante la administración de placer. El Estado distribuye una droga llamada “soma” para que todo el mundo se sienta feliz. Ese es nuestro futuro.
 
¿Cómo se combina una sociedad que trata de homogeneizarnos y eliminar las diferencias con la creciente querencia de las personas por ser diferentes de los demás, en cierto modo, únicas?
 
Todo el mundo quiere hoy ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Así, estamos comparándonos todo el rato con los otros. Precisamente es esta comparación la que nos hace a todos iguales. O sea: la obligación de ser auténticos conduce al infierno de los iguales.
 
¿Necesitamos más silencio? ¿Estar más dispuestos a escuchar al otro?
 
Necesitamos que se acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro. Hoy percibimos el mundo a través de las informaciones. Así se pierde la vivencia presencial. Nos desconectamos del mundo de forma creciente. Vamos perdiendo el mundo. El mundo es algo más que información. La pantalla es una pobre representación del mundo. Giramos en círculo alrededor de nosotros mismos. El “smartphone” contribuye decisivamente a esta pobre percepción de mundo. Un síntoma fundamental de la depresión es la ausencia de mundo.
 
La depresión es uno de los más alarmantes problemas de salud contemporáneos. ¿Cómo opera esa ausencia de mundo?
 
En la depresión perdemos la relación con el mundo, con el otro. Nos hundimos en un ego difuso. Pienso que la digitalización, y con ella el “smartphone”, nos convierten en depresivos. Hay historias de odontólogos que cuentan que sus pacientes se aferran a su teléfono cuando el tratamiento es doloroso. ¿Por qué lo hacen? Gracias al móvil soy consciente de mí mismo. El móvil me ayuda a tener la certeza de que vivo, de que existo. De esa forma nos aferramos al móvil en situaciones críticas como el tratamiento dental. Yo recuerdo que cuando era niño me aferraba a la mano de mi madre en el dentista. Hoy la madre no le dará la mano al niño sino que le dará el móvil para que se agarre a él. El sostén no viene de los otros sino de uno mismo. Eso nos enferma. Tenemos que recuperar al otro.
 
Ha dicho que “la supervivencia se convertirá en un absoluto, como si viviéramos en un estado de guerra permanente”, una definición que parece haberse perfeccionado en la pandemia. ¿Cree que el cansancio de la sociedad se profundizó en este tiempo?
 
La sociedad de supervivencia ha gastado todo el buen sentido para apreciar lo bueno de la vida. El positivismo hiperexacerbado ha hecho insostenible la incertidumbre. El exceso de información signó la desesperanza de cuarentenas eternas y reconversión de un status quo que se retroalimentó (y aún lo hace) con la aparición de nuevas cepas. Pareciera que nos aferramos a este presente flojo de sentido. No dejamos partir al Covid. Nos aferramos al virus como si nos hubiera aportado un propósito.
 
En este sentido, ¿supone que hay un juego alternado de ilusiones y desilusiones?
 
El Covid nos llenó de vacíos nuevos, aunque con preocupaciones alarmantes a las que este hombre contemporáneo se sube sin análisis, en parte arrastrado por la abulia creada por el hiperconsumismo y la hipertransparencia. Nos han impuesto monitoreos vigilantes, cuarentenas más acordes al juicio de la política que a argumentos de salud. Hitos que implicaron compromiso a las libertades como no vemos desde la Segunda Guerra Mundial. Se ha dinamitado cualquier esbozo de disfrute en pos de la salud, aunque en esa paradoja, todo lo anterior presupone una artillería debilitante a su constructor. El telón de fondo deja entrever una destrucción del tejido humano en pos del surgimiento de un miedo masivo que polariza el concepto de supervivencia, sometiéndolo a las realidades del mercado.
 
¿A eso se refiere cuando sostiene que la muerte no es democrática?
 
El Covid se convirtió en una luz negra que desnuda lo que a simple vista no se ve, pero alguien puso allí. La vulnerabilidad humana no es igualitaria o inclusiva. La mortandad depende del estatus social. La muerte nunca ha sido equitativa. La pandemia no ha cambiado las cosas, solo ha puesto sobre la mesa las inequidades sociales que revelan por qué unos enferman más que otros, algunos se mueren sin atención adecuada u otros aún no han recibido sus vacunas. Cientos de estudios científicos se han encargado de destacar cómo los afroamericanos casi que duplican los guarismos de mortalidad, gravedad o enfermedad frente a las poblaciones blancas de los Estados Unidos. Esto parece ser una novedad para las masas, pero es una realidad que conocemos. No nos sorprende, solo nos lo reconfirma. Los que tuvieron que trabajar a pesar de todo fueron, precisamente, aquellos habitantes de barrios suburbanos que no podían dejar sus puestos porque pertenecen a un grupo indocumentado o desplazado en la legalidad laboral.
 
¿Lo que creemos real pierde fronteras bajo la intangible virtualidad?
 
Aún somos acumuladores, pero ahora de bits. Los objetos son pilares que nos brindan seguridad. Pero estos tiempos están enturbiados por la información y todos sus matices. Ya no se trata de aquello que sugiere el presentador de noticias o el titular del periódico. El lado oscuro de la información se introduce, incluso a través de las cosas, pero para convertirlas en no objetos. Por ejemplo, el teléfono celular ya no es una cosa. Es el canal propio en el que cada uno de nosotros recibe su propio bombardeo de informaciones que aletean como colibríes frente a nuestros sentidos, cohibiendo la capacidad de análisis. Este caudal de información es lo opuesto a cualquier objeto que puede sostener la tranquilidad humana. Nos invade de excitación constante. Nos convierte en adictos a recibir más, cada vez más nuevo, más inmediato. Los sucesos pasan al pasado más rápido que el tiempo. La hiperinconexión dinamitó nuestras dinámicas. El teletrabajo es muestra de ello. La arquitectura del día fue arrasada. Nuestros rituales perdieron estructuras. La pandemia ha acelerado este nuevo esquema donde la pérdida de forma zambulle a las personas en un mar líquido en el que los náufragos se debaten con la depresión.
 
¿Cómo ha cambiado la cultura en la era global?
 
Diferentes tiempos y continuidades coexisten en la hipercultura en un universo de mosaico. Los vínculos han emergido múltiples y lábiles. La superficialidad de la amistad es la base de la hiperculturalidad. Su misma carencia de reglas permite un impacto generalizado. Crea un máximo de solidaridad con un mínimo de interrelación. Tanto positivismo agota. No hay polarización de amigo versus enemigo, de adentro versus afuera, o de lo personal versus lo extraño, de lo real versus lo virtual. Las redes sociales parecen ser el escenario de la cultura contemporánea. En ese hiperespacio intentan evitar mensajes negativos de cualquier tipo al proporcionar solo ventanas estrechas para la interacción.
 
Cuando habla del hiperespacio, ¿se refiere sólo al mundo digital o la hipercultura también es evidente en otros lugares?
 
El hiperespacio es un híbrido donde todo se entrecruza. Allí se han eliminado los parámetros culturales y geográficos. Es un ámbito con ausencia de distancia, lo que quita posibilidad de perspectiva. La hiperculturalidad es diferente de la multiculturalidad. Es superadora. Como diría el filósofo francés Jean Baudrillard, emerge un escenario más real que el real, la hiperrealidad. Las redes sociales no son un espacio de libertad; es uno que permite un control total. Ofrece a los usuarios una sensación de libertad más ligada al voyeurista que al actor. Contrariamente a lo que estábamos acostumbrados, el control se logra mediante la interconexión. Los reclusos confinados dejan paso a los usuarios que se creen libres.
 
Ha dicho que la amistad es una nueva manera de emprendedurismo, ¿a qué se refiere?
 
Una reciente campaña de Burger King presentó el programa Whopper Sacrifice. Se invitó a las personas a eliminar diez amigos de Facebook para hacerse de una hamburguesa gratis. Fue un éxito porque lo que llamamos amistad en las redes es tan poco valioso como un atado de carne de comida rápida. Los individuos son microemprendedores que evalúan sus acciones a partir del rédito que pueden obtener. Incluso la amistad debe ser rentable. Las redes sociales no son un espacio amistoso, desde una visión económica son ámbitos de explotación.
 
¿Qué tipo de intercambio producen estas amistades?
 
Los amigos son los clientes de esta era, por lo que ganar nuevos es ampliar la cartera. El incremento de seguidores fortalece la sensación narcisista del yo. Internet es un espacio autorreferencial donde se trata de circular el ser uno mismo. Más de lo que ya busqué, más de lo que quiero leer, más gente que piensa como yo. No existe el desafío del otro. El espacio virtual es un infierno de monotonía.
 
Usted se doctoró con una tesis sobre Heidegger, que exploró las formas más abstractas de pensamiento y cuyos textos son muy oscuros para el profano. Sin embargo, usted consigue aplicar ese pensamiento abstracto a asuntos que cualquiera puede experimentar. ¿Debe la filosofía ocuparse más del mundo en el que vive la mayor parte de la población?
 
Michel Foucault define la filosofía como una especie de periodismo radical y se consideraba a sí mismo periodista. Los filósofos deberían ocuparse sin rodeos del hoy, de la actualidad. En eso sigo a Foucault. Yo intento interpretar el hoy en pensamientos. Estos pensamientos son precisamente los que nos hacen libres.