Por su
parte, el ensayista y dramaturgo argentino Marcos Rosenzvaig (1954) cuenta en “Epístolas
terrenales”, obra en la que compiló cartas escritas por diversas personalidades
de la historia, que “León Tolstoi recorrió innumerables caminos hasta entender
que la piel, de a poco, va tomando el color de la tierra. Y todavía tuvo tiempo
para pensar en sus muertos queridos, en reír hasta las lágrimas junto a los
campesinos, inquieto por atesorar sus anécdotas, el acontecer de los hombres
simples. A la hora del almuerzo comentaba en la mesa familiar acerca de las
cartas recibidas de los admiradores, hablaba sobre Chejov y sus cuentos, pero por
sobre todo relataba historias, y en ese contar hacía vivir en los oyentes el
destino de esas almas frágiles; creaba intrigas y hasta jugaba con su voz, como
un actor, recitando las historias que luego descansarían en el papel”.
En sus últimos años, Tolstoi tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista ruso, particularmente de la corriente anarcopacifista. En la undécima edición de la “Encyclopædia Britannica” (Enciclopedia Británica) aparecida en 1911, el teórico anarquista ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) lo citó en el artículo “Anarchism” (Anarquismo) como uno de sus grandes exponentes. Además, la entusiasta lectura de “Civil disobedience” (La desobediencia civil), publicada en 1849 por el filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862), lo llevó a intercambiar cartas con Mahatma Gandhi (1869-1948), el artífice de la independencia de la India del régimen colonial británico. En septiembre de 1910, dos meses antes de su muerte, le escribió diciéndole que aplicase la “resistencia no violenta” ya que “la práctica de la violencia no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida”.
Por entonces también mantuvo correspondencia con el escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), miembro de la Fabian Society (Sociedad Fabiana), una organización que adhería al socialismo utópico y la práctica de la no violencia, y gran admirador de la literatura rusa de entonces, sobre todo de las novelas “Guerra y paz” y “Ana Karenina” de Tolstoi, a quien llamaba “el maestro”. Otro tanto hizo con el poeta checo Rainer Maria Rilke (1875-1926), a quien conoció personalmente cuando el autor de “Sonette an Orpheus” (Sonetos a Orfeo) viajó a Moscú en 1899. Incluso le escribió una carta a Nikolái Románov (1868-1918), el zar Nicolás II, a quien le solicitó la abolición de la propiedad privada, un hecho que le valió ser censurado sistemáticamente en su país.
Cuando
cumplió 80 años recibió más de mil setecientos telegramas y obsequios del mundo
entero. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con los
empobrecidos campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza,
trabajando como zapatero durante varias horas al día y haciendo donaciones. Por
entonces, ya consagrado como famoso escritor, intentó renunciar a sus
propiedades para repartirlas entre los más desposeídos de Yásnaia Poliana, algo a lo que su esposa se opuso férreamente. A
los 82 años, cada vez más atormentado por la disparidad entre sus criterios
morales y su riqueza material, y por las continuas disputas con su mujer, que
se oponía a deshacerse de sus posesiones, Tolstoi tomó la dura decisión de
abandonar su hogar. Tras explicar sus razones en una carta a su esposa, partió
en la madrugada del 10 de noviembre de 1910 con un pequeño baúl en el que metió
algo de ropa y unos pocos libros.
El antes citado periodista Guillermo Piro cuenta que en octubre de 1910 “la salud de Tolstoi empeora, de modo que entre él y Sophie se establece una tregua, porque ella se da cuenta de que gran parte de las indisposiciones de su marido se deben a las continuas discusiones. Pero poco después Sofía encuentra un diario secreto de su marido (pequeñas libretas que llevaba escondidas en las botas) donde él dice cosas terribles sobre ella. Como es consciente de estar casada con un hombre famoso, y como le preocupa lo que la posteridad pueda decir de ella, se pregunta si tal vez Tolstoi no deslizó opiniones parecidas en su correspondencia, así que empieza a revisarla cuando él duerme, ayudada por algunos de sus hijos. Una noche de fines de octubre, Tolstoi se despierta y escucha ruidos. Se levanta en silencio y descubre a Sophie revisando sus papeles, pero en vez de hacer estallar una escena vuelve a la cama y mientras se hace el dormido traza un plan. A la mañana se levanta, despierta a su médico, que duerme en otro cuarto, se hace preparar (siempre en silencio) por un sirviente un pequeño equipaje y junto al médico se dirige a la estación ferroviaria más cercana. Quiere ir al sur, a Crimea y el Mar Negro”.
En su diario íntimo, el 1 de octubre de 1910 había escrito: “Me resulta terriblemente doloroso este mal sentimiento que tengo por ella y que no puedo vencer cuando comienza su interminable parloteo sin sentido ni objetivo. Hablar con ella es imposible porque, en primer lugar, para ella no son indispensables ni la lógica, ni la verdad, ni la transmisión verídica de las palabras que se le dicen o que dice. Cada vez estoy más cerca de la huida. Mi salud se ha desmejorado mucho”. Fue así que concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde. Acompañado por su asistente médico el doctor Dushan Makovitsky (1866-1921), abandonó su hogar subrepticiamente, dejando una carta para su esposa que decía: “Sé que mi partida te angustiará. Me arrepiento de ello; pero, por favor, comprende que no puedo actuar de otro modo. Mi situación en la casa se ha vuelto insoportable. Aparte de todo lo demás, ya no puedo vivir en estas condiciones de lujo en las que he estado viviendo, y estoy haciendo lo que suelen hacer los viejos de mi edad: dejar la vida mundana para pasar los últimos días de mi vida en paz y tranquilidad. Por favor, comprende esto y no me sigas si te enteras de dónde estoy. Tu llegada solo dañaría tu posición y la mía y no alteraría mi decisión”.
Ante semejante coyuntura su esposa intentó suicidarse arrojándose a un lago, pero la rescató una de sus hijas, Alexandra. Ella conocía los planes de su padre y se dirigió hacia el monasterio de Optina Pustin cerca de Kaluga, ciudad en la que está ubicado el Convento de Shaordino en el que vivía la hermana de Tolstoi, porque sabía que su padre pensaba visitarla. Allí lo alcanzó Sacha, como cariñosamente la llamaba Tolstoi, pero en vez de regresar decidieron seguir viaje en un tren en un vagón de tercera clase, tal como lo establecían sus convicciones. Se cuenta que en ese último viaje, Tolstói predicó el amor y la no violencia entre los pasajeros.
El 14 de noviembre, en determinado momento el doctor Makovitsky advierte que Tolstoi tiene fiebre y lo convence de bajar en la primera estación, Astapovo. Allí, el jefe de estación lo reconoció y le cedió una sala para que oficie de hospital improvisado, lugar en el que recibió los cuidados solícitos de la familia de éste. Pronto su médico descubrió que Tolstoi había sufrido un grave ataque pulmonar.
Tolstoi alcanzó a escribir en una carta: “Yo estaba huyendo del mundo, de mi mujer y de los seres que me acompañaron a lo largo de la vida. Estaba huyendo feliz de mi huida, quería conocer otros mundos pero no desde el famoso León Nikolaievich Tolstoi, sino desde el anónimo que se aproxima a la vida con la sorpresa del primer amor. Estaba viajando en tren con mi hija Sacha y mi médico Makovitsky cuando me atacó la pulmonía. La fiebre aumentaba, no hubo otra solución que bajar en el primer pueblo llamado Astapovo. Mi muerte rebautizará esta comarca ignota y para siempre reposaré aquí, el lugar hasta donde llegó mi huida. Esta es mi frontera, aquí se terminó la vida. Ya he escrito mi testamento: Lego la plena posesión de los derechos de autor de todas mis obras escritas hasta el presente y las que escriba hasta mi muerte, editadas e inéditas, artísticas, dramáticas o de otro género, terminadas o sin terminar, traducciones, adaptaciones y diarios, cartas privadas, borradores, pensamientos dispersos, notas y, en suma, todo lo escrito por mí hasta el día de mi muerte, a mi hija Alexandra Lvovna Tolstoi. En el caso de que mi hija Alexandra viniera a morir antes que yo, lego todo lo que precede, en plena posesión, a mi hija Tatiana Lvovna Sukhotina”.
Su intención de vivir sus últimos días en “paz y tranquilidad”, tal como le había escrito a Sophie no se cumplió. Debido a su enorme fama la noticia de su partida se esparció por el mundo. Hasta el diario estadounidense “New York Times” publicó una nota en la que la calificó como una “huida patética”. Cuando la andanza trascendió, su esposa y algunos de sus hijos llegaron a Astapovo. Tolstoi recibió a todos menos a ella. Incluso ordenó cubrir las ventanas para que su esposa no pueda espiarlo. Todavía tuvo tiempo de escribir otra carta, en la cual decía: Hijos queridos, Seryozha y Tanya, les doy las gracias por vuestros buenos sentimientos hacia mí. No sé si me estoy despidiendo o no, pero de pronto sentí la necesidad de decir lo que acabo de decir. Quería añadir un consejo para ti, Seryozha, que pienses en tu vida, en quién eres, qué eres, en cuál es el sentido de la vida humana y cómo debe vivirla todo ser razonable. Esas ideas que has asimilado sobre el darwinismo, la evolución y la lucha por la existencia no te explicarán el sentido de tu vida ni te darán una guía para tus actos, y una vida sin explicación de su significado y su sentido, es una existencia lamentable. Adiós, intenten tranquilizar a mamá, a quien compadezco y amo sinceramente”.
Pronto
Tolstói perdió el conocimiento por la neumonía que lo aquejaba. A punto de
entrar en estado de coma se le escuchó murmurar: “Habiendo sobre la tierra
tantos millones de hombres que sufren, me parece injusto que estén todos
ustedes a mi cuidado”, y se desvaneció para siempre. Tenía 82 años. Recién
cuando dejó de respirar su esposa fue autorizada a entrar. Había fallecido uno
de los escritores con más fuerza moral del siglo XIX, aquel que en su diario
había escrito: “El cuerpo son los muros que delimitan al espíritu y le impiden
ser libre. El espíritu intenta incesantemente apartar esos muros, y toda la
vida de un hombre sensato consiste en ensanchar el espacio delimitado por estos
muros, en liberar al espíritu del cautiverio del cuerpo. La muerte lo libera
completamente. Y por eso la muerte no sólo no es terrible, sino que es una
alegría para el hombre que vive una vida verdadera”.
Tolstoi fue enterrado dos días después en el lugar que él mismo había elegido, entre unos abedules en su tierra natal Yásnaia Poliana, sin que se llevara a cabo ningún tipo de ceremonia. Había fallecido un gran escritor que hablaba con fluidez ruso, alemán, francés e inglés; que leía en búlgaro, checo, español, griego, italiano, latín y polaco. En su biblioteca había más de 23 mil libros en 39 idiomas. El mismo que al enterarse de que la Rossískaya Akadémiya Naúk (Academia Rusa de Ciencias) lo había nominado como candidato al Premio Nobel de Literatura en 1906, pidió que el premio no le fuera concedido. “Si esto ocurriera, sería muy desagradable para mí tener que rechazarlo”, escribió en una carta. En su opinión, aceptar el premio en rublos que se entregaba junto al galardón habría sido inaceptable ya que el dinero, según su opinión, sólo traía problemas.
Fue aquel escritor que se había declarado en contra del régimen zarista y fuera un gran defensor de la liberación del campesinado. El mismo que había escrito “Mnogo li čeloveku zemli nužno” (Cuánta tierra necesita un hombre), el mejor cuento jamás escrito según opinó el escritor irlandés James Joyce (1882-1941), autor de obras trascendentales como la novela vanguardista “Ulysses” (Ulises) o la colección de relatos cortos “Dubliners” (Dublineses). O el mismo que provocó que el citado Dostoievski, autor de novelas relevantes como “Prestupléniye i nakazániye” (Crimen y castigo) o “Brát'ya Karamázovy” (Los hermanos Karamázov), cuando terminó la lectura de “Ana Karenina” saliera a la calle proclamando a los gritos que Tolstoi era Dios. En definitiva, había fallecido uno de los grandes maestros de la literatura, aquel que la definiera como “una suerte de contagio mágico y esencial que permite que los hombres nos comuniquemos, nos comprendamos y nos conmovamos”.
En sus últimos años, Tolstoi tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista ruso, particularmente de la corriente anarcopacifista. En la undécima edición de la “Encyclopædia Britannica” (Enciclopedia Británica) aparecida en 1911, el teórico anarquista ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) lo citó en el artículo “Anarchism” (Anarquismo) como uno de sus grandes exponentes. Además, la entusiasta lectura de “Civil disobedience” (La desobediencia civil), publicada en 1849 por el filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862), lo llevó a intercambiar cartas con Mahatma Gandhi (1869-1948), el artífice de la independencia de la India del régimen colonial británico. En septiembre de 1910, dos meses antes de su muerte, le escribió diciéndole que aplicase la “resistencia no violenta” ya que “la práctica de la violencia no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida”.
Por entonces también mantuvo correspondencia con el escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), miembro de la Fabian Society (Sociedad Fabiana), una organización que adhería al socialismo utópico y la práctica de la no violencia, y gran admirador de la literatura rusa de entonces, sobre todo de las novelas “Guerra y paz” y “Ana Karenina” de Tolstoi, a quien llamaba “el maestro”. Otro tanto hizo con el poeta checo Rainer Maria Rilke (1875-1926), a quien conoció personalmente cuando el autor de “Sonette an Orpheus” (Sonetos a Orfeo) viajó a Moscú en 1899. Incluso le escribió una carta a Nikolái Románov (1868-1918), el zar Nicolás II, a quien le solicitó la abolición de la propiedad privada, un hecho que le valió ser censurado sistemáticamente en su país.
El antes citado periodista Guillermo Piro cuenta que en octubre de 1910 “la salud de Tolstoi empeora, de modo que entre él y Sophie se establece una tregua, porque ella se da cuenta de que gran parte de las indisposiciones de su marido se deben a las continuas discusiones. Pero poco después Sofía encuentra un diario secreto de su marido (pequeñas libretas que llevaba escondidas en las botas) donde él dice cosas terribles sobre ella. Como es consciente de estar casada con un hombre famoso, y como le preocupa lo que la posteridad pueda decir de ella, se pregunta si tal vez Tolstoi no deslizó opiniones parecidas en su correspondencia, así que empieza a revisarla cuando él duerme, ayudada por algunos de sus hijos. Una noche de fines de octubre, Tolstoi se despierta y escucha ruidos. Se levanta en silencio y descubre a Sophie revisando sus papeles, pero en vez de hacer estallar una escena vuelve a la cama y mientras se hace el dormido traza un plan. A la mañana se levanta, despierta a su médico, que duerme en otro cuarto, se hace preparar (siempre en silencio) por un sirviente un pequeño equipaje y junto al médico se dirige a la estación ferroviaria más cercana. Quiere ir al sur, a Crimea y el Mar Negro”.
En su diario íntimo, el 1 de octubre de 1910 había escrito: “Me resulta terriblemente doloroso este mal sentimiento que tengo por ella y que no puedo vencer cuando comienza su interminable parloteo sin sentido ni objetivo. Hablar con ella es imposible porque, en primer lugar, para ella no son indispensables ni la lógica, ni la verdad, ni la transmisión verídica de las palabras que se le dicen o que dice. Cada vez estoy más cerca de la huida. Mi salud se ha desmejorado mucho”. Fue así que concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde. Acompañado por su asistente médico el doctor Dushan Makovitsky (1866-1921), abandonó su hogar subrepticiamente, dejando una carta para su esposa que decía: “Sé que mi partida te angustiará. Me arrepiento de ello; pero, por favor, comprende que no puedo actuar de otro modo. Mi situación en la casa se ha vuelto insoportable. Aparte de todo lo demás, ya no puedo vivir en estas condiciones de lujo en las que he estado viviendo, y estoy haciendo lo que suelen hacer los viejos de mi edad: dejar la vida mundana para pasar los últimos días de mi vida en paz y tranquilidad. Por favor, comprende esto y no me sigas si te enteras de dónde estoy. Tu llegada solo dañaría tu posición y la mía y no alteraría mi decisión”.
Ante semejante coyuntura su esposa intentó suicidarse arrojándose a un lago, pero la rescató una de sus hijas, Alexandra. Ella conocía los planes de su padre y se dirigió hacia el monasterio de Optina Pustin cerca de Kaluga, ciudad en la que está ubicado el Convento de Shaordino en el que vivía la hermana de Tolstoi, porque sabía que su padre pensaba visitarla. Allí lo alcanzó Sacha, como cariñosamente la llamaba Tolstoi, pero en vez de regresar decidieron seguir viaje en un tren en un vagón de tercera clase, tal como lo establecían sus convicciones. Se cuenta que en ese último viaje, Tolstói predicó el amor y la no violencia entre los pasajeros.
El 14 de noviembre, en determinado momento el doctor Makovitsky advierte que Tolstoi tiene fiebre y lo convence de bajar en la primera estación, Astapovo. Allí, el jefe de estación lo reconoció y le cedió una sala para que oficie de hospital improvisado, lugar en el que recibió los cuidados solícitos de la familia de éste. Pronto su médico descubrió que Tolstoi había sufrido un grave ataque pulmonar.
Tolstoi alcanzó a escribir en una carta: “Yo estaba huyendo del mundo, de mi mujer y de los seres que me acompañaron a lo largo de la vida. Estaba huyendo feliz de mi huida, quería conocer otros mundos pero no desde el famoso León Nikolaievich Tolstoi, sino desde el anónimo que se aproxima a la vida con la sorpresa del primer amor. Estaba viajando en tren con mi hija Sacha y mi médico Makovitsky cuando me atacó la pulmonía. La fiebre aumentaba, no hubo otra solución que bajar en el primer pueblo llamado Astapovo. Mi muerte rebautizará esta comarca ignota y para siempre reposaré aquí, el lugar hasta donde llegó mi huida. Esta es mi frontera, aquí se terminó la vida. Ya he escrito mi testamento: Lego la plena posesión de los derechos de autor de todas mis obras escritas hasta el presente y las que escriba hasta mi muerte, editadas e inéditas, artísticas, dramáticas o de otro género, terminadas o sin terminar, traducciones, adaptaciones y diarios, cartas privadas, borradores, pensamientos dispersos, notas y, en suma, todo lo escrito por mí hasta el día de mi muerte, a mi hija Alexandra Lvovna Tolstoi. En el caso de que mi hija Alexandra viniera a morir antes que yo, lego todo lo que precede, en plena posesión, a mi hija Tatiana Lvovna Sukhotina”.
Su intención de vivir sus últimos días en “paz y tranquilidad”, tal como le había escrito a Sophie no se cumplió. Debido a su enorme fama la noticia de su partida se esparció por el mundo. Hasta el diario estadounidense “New York Times” publicó una nota en la que la calificó como una “huida patética”. Cuando la andanza trascendió, su esposa y algunos de sus hijos llegaron a Astapovo. Tolstoi recibió a todos menos a ella. Incluso ordenó cubrir las ventanas para que su esposa no pueda espiarlo. Todavía tuvo tiempo de escribir otra carta, en la cual decía: Hijos queridos, Seryozha y Tanya, les doy las gracias por vuestros buenos sentimientos hacia mí. No sé si me estoy despidiendo o no, pero de pronto sentí la necesidad de decir lo que acabo de decir. Quería añadir un consejo para ti, Seryozha, que pienses en tu vida, en quién eres, qué eres, en cuál es el sentido de la vida humana y cómo debe vivirla todo ser razonable. Esas ideas que has asimilado sobre el darwinismo, la evolución y la lucha por la existencia no te explicarán el sentido de tu vida ni te darán una guía para tus actos, y una vida sin explicación de su significado y su sentido, es una existencia lamentable. Adiós, intenten tranquilizar a mamá, a quien compadezco y amo sinceramente”.
Tolstoi fue enterrado dos días después en el lugar que él mismo había elegido, entre unos abedules en su tierra natal Yásnaia Poliana, sin que se llevara a cabo ningún tipo de ceremonia. Había fallecido un gran escritor que hablaba con fluidez ruso, alemán, francés e inglés; que leía en búlgaro, checo, español, griego, italiano, latín y polaco. En su biblioteca había más de 23 mil libros en 39 idiomas. El mismo que al enterarse de que la Rossískaya Akadémiya Naúk (Academia Rusa de Ciencias) lo había nominado como candidato al Premio Nobel de Literatura en 1906, pidió que el premio no le fuera concedido. “Si esto ocurriera, sería muy desagradable para mí tener que rechazarlo”, escribió en una carta. En su opinión, aceptar el premio en rublos que se entregaba junto al galardón habría sido inaceptable ya que el dinero, según su opinión, sólo traía problemas.
Fue aquel escritor que se había declarado en contra del régimen zarista y fuera un gran defensor de la liberación del campesinado. El mismo que había escrito “Mnogo li čeloveku zemli nužno” (Cuánta tierra necesita un hombre), el mejor cuento jamás escrito según opinó el escritor irlandés James Joyce (1882-1941), autor de obras trascendentales como la novela vanguardista “Ulysses” (Ulises) o la colección de relatos cortos “Dubliners” (Dublineses). O el mismo que provocó que el citado Dostoievski, autor de novelas relevantes como “Prestupléniye i nakazániye” (Crimen y castigo) o “Brát'ya Karamázovy” (Los hermanos Karamázov), cuando terminó la lectura de “Ana Karenina” saliera a la calle proclamando a los gritos que Tolstoi era Dios. En definitiva, había fallecido uno de los grandes maestros de la literatura, aquel que la definiera como “una suerte de contagio mágico y esencial que permite que los hombres nos comuniquemos, nos comprendamos y nos conmovamos”.