20 de mayo de 2022

Las inquietudes vitales y literarias de León Tolstoi (1)

“No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás”. Quién así se expresó alguna vez fue el escritor ruso León Tolstoi (1828-1910), un autor comprometido con la problemática de su época tomando partido contra todas las formas de injusticia social, la hipocresía religiosa y la pésima condición de los campesinos bajo el imperio del régimen zarista. Nacido en la finca rural Yásnaia Poliana ubicada al suroeste de la ciudad de Tula, hijo de un rico terrateniente miembro de la antigua nobleza rusa, quedó huérfano de madre a los 2 años y de padre a los 9, por lo que fue criado por un tío en la ciudad de Kazán. Allí, tras recibir educación de parte de tutores alemanes y franceses, en 1844 ingresó en la
Qazan dəwlət universitetı (Universidad Federal de Kazán) donde estudió Lenguas Orientales y Derecho, carreras que abandonaría tres años más tarde. La lectura de las obras de los filósofos François Marie Arouet, Voltaire (1694-1778) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778) fueron fundamentales en sus estudios y pronto se interesó por la literatura.
Tras pasar gran parte de su tiempo entre Moscú y San Petersburgo viviendo la disipada vida de la alta sociedad aristocrática moscovita, en 1851 se reunió con su hermano en el Cáucaso, donde su regimiento se encontraba acampado y, tras una breve permanencia, decidió incorporarse también al ejército y combatir en la Guerra de Crimea. Tras unos años, harto de la crueldad de la guerra, luego de solicitar su retiro en 1856, volvió a su finca natal. Los recuerdos de sus primeros años de vida los volcaría en la trilogía de novelas autobiográficas “Détstvo” (Infancia), “Ótrochestvo” (Adolescencia) y “Yúnost'” (Juventud), mientras que su experiencia en la guerra le serviría de inspiración para la novela “Kazakí” (Los cosacos) y el tomo de cuentos “Sevastopolskiye rasskazy” (Relatos de Sebastopol).
Durante algún tiempo viajó a Europa recorriendo Alemania, Francia y Suiza, países en los que visitó escuelas con el propósito de estudiar los métodos de enseñanza basados en novedosas ideas pedagógicas, una experiencia que lo llevó a su regreso a crear en Yásnaia Poliana una escuela rural ubicada en una casa próxima a la finca donde vivía. Allí, convertido en maestro rural, dio clases a los campesinos y a sus hijos e incluso escribió libros pedagógicos para su uso, libros en los que promovió el respeto no sólo entre las personas sino también hacia la naturaleza. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los estudiantes podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. Como él mismo reconocería, su conciencia había sufrido una profunda conmoción al ver la miseria de los campesinos. Fue por ello que concibió la idea de consagrarse al mejoramiento de las deplorables condiciones de los pobres. La escuela de Yásnaia Poliana fue la primera de sus actividades en ese sentido. Por entonces no sólo se empezó a vestir como campesino sino que trabajó con los campesinos en su propiedad arando los campos y reparando sus casas con sus propias manos.
En 1862 se casó con Sophie Andréievna Behrs (1844-1919), una joven hija de un médico de Moscú dieciséis años menor que él con la tuvo trece hijos, de los cuales solamente ocho llegaron a la edad adulta. El matrimonio, que pasó algunos períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo. Durante los siguientes años escribió “Seméynoye schástiye” (Felicidad conyugal) y dos de sus novelas más trascendentales: “Voyná i mir” (Guerra y paz) y “Анна Каренuна” (Ana Karenina), las que primero fueron publicadas por entregas en la revista “Russki Viéstnik” (El mensajero ruso). Ambas fueron muy bien recibidas tanto por la crítica literaria como por los lectores y de algún modo promovieron la entrada triunfal de la literatura rusa en la cultura europea. Acompañado por otros grandes escritores como Aleksandr Pushkin (1799-1837), Nikolái Gógol (1809-1852), Mijaíl Lérmontov (1814-1841), Iván Turguénev (1818-1883) y Fiódor Dostoyevski (1821-1881), terminó de conformar lo que, desde el Romanticismo inicial hasta el Realismo de fines del siglo XIX, entraría en la historia como el Siglo de Oro de la literatura rusa.
Más tarde escribiría varias novelas más, docenas de cuentos, obras de teatro y numerosos ensayos filosóficos. De toda su vasta obra pueden mencionarse las novelas cortas “Smert Ivana Ilyichá” (La muerte de Iván Ilich), “Kréitzerova sonata” (La sonata a Kreutzer), “Voskresénie” (Resurrección) y “Falshivy kupón” (El cupón falso); los cuentos “Nabeg” (La redada), “Otéts Sérguiy” (El padre Sergio), “Tri voprosa” (Tres cuestiones), “Khozyain and rabotnik” (Amo y criado), “Nabeg” (La redada), “Tri smerti” (Tres muertes) y “Kavkazskii plennik” (El prisionero del Cáucaso); los dramas “Vlast' t'my” (El poder de las tinieblas), “Plody prosvesheniya” (Los frutos de la cultura) y “Zhivoi trup” (El cadáver viviente); y los ensayos “Íspovedʹ” (Confesión), “Čto takoe iskusstvo?” (¿Qué es el arte?) y “Krug chtenia” (El camino de la vida) entre muchos otros.
Según cuenta el periodista y escritor Guillermo Piro (1960) en un artículo publicado en el diario “Perfil” el 30/10/2021, “a pesar de lo que parece inducir la cantidad de hijos, la relación entre Tolstoi y su esposa nunca fue del todo buena. Pero en los últimos años la cosa empeoró. El escritor se debate entre contradicciones: Sofía ávida de dinero, él anhelando la pobreza franciscana. El mundo campesino que ya no era el de su infancia y las ciudades fabriles que él odia; su vida junto a los mujiks, salvaje, con largas caminatas en el barro, y ahora una vida sentado frente a un escritorio, con una fama que le significa miles de rublos al mes por derechos de autor”.
Sophie, además de encargarse de la intendencia de la finca y la crianza de sus trece hijos, se dedicaba a copiar sus manuscritos, traducirlos e interceder ante la censura. Fue una suerte de editora cuyo talento influyó en las obras de su marido,  para que sus personajes femeninos, según otros afamados escritores como el francés Romain Rolland (1866-1944) o el ruso Máximo Gorki (1868-1936), fueran tan profundos y conmovedores como resultaron ser. A todo esto, para Tolstoi la  pobreza era objeto de profundas reflexiones. A través de sus escritos luchó contra ella desde una perspectiva ética y humanística, buscando dar soluciones en vez de mostrar su condolencia, lástima o sentimiento de caridad hacia los pobres. Un ejemplo sustancial de esta postura fue “Rabstvo nashego vremeni” (La esclavitud de nuestro tiempo), un ensayo publicado en 1900. En él, entre otras muchas aserciones, escribió: “Una actividad directamente orientada hacia el servicio a los sufrientes y hacia la eliminación de las causas comunes del sufrimiento es el único trabajo feliz que espera al hombre y le da inalienable bienestar que es pilar de su vida”.
Aseguró más adelante: “Al aceptar los valores no materiales sino íntegros y justos de la vida, el miedo a la muerte desaparece para siempre. La práctica de adquisición de riqueza se ha acuñado por muchas generaciones y durante muchos siglos. Lo importante es que paralelamente se crearon las ideas y las virtudes de dignidad, honradez y conciencia”. “Según esta ética -agregó-, que integra todas las culturas en una u otra forma, obtener los recursos con trabajo propio es encomiable y meritorio, mientras que generar riquezas sin labor personal es indecente y vergonzoso. De igual manera, cuando la riqueza surge sin el empeño propio, la obtención de ésta es infame y conduce a la corrupción y confusión de los conceptos básicos de la vida. Probablemente esos millones de rublos que tiene un rico a su disposición los adquirió de un modo fácil, a diferencia de los campesinos que con su trabajo duro y de gran esfuerzo jamás obtendrán semejante cantidad. Es evidente que la pobreza del pueblo es la condición de riqueza de las clases altas. Es muy fácil ver que el pueblo está hambriento porque los grupos del poder están saciados. Todos los palacios, teatros, museos, todas las riquezas están hechas con las manos de esta gente pobre que construye lo que ella misma no necesita y lo hace solamente por salvarse del hambre que le amenaza siempre. Esa es la situación”.
De manera categórica afirmó: “El pueblo se mantiene hambriento perpetuamente. Es la forma de dominarlo, de hacerlo trabajar para las clases altas. Está de moda profesar amor al pueblo, sin embargo, ¿para qué nos engañamos si entre la gente rica y la gente pobre se encuentra un abismo infranqueable? Aun cuando miles de hombres mueren de hambre, ¿los mercaderes, los pudientes o los acomodados dejaron de mandar al pueblo al trabajo difícil y pernicioso, dejaron de comer la comida cara, dejaron de vivir lujosamente? ¿Acaso los burócratas y funcionarios dejaron de recibir su sueldo y los intelectuales (en este caso, los que no trabajan con las manos) viviendo en las ciudades, dejaron de ‘engullir’ los recursos por los cuales mueren los campesinos? ¿Para qué nos engañamos a nosotros mismos? Al pueblo lo necesitamos únicamente como instrumento, como caballo de fuerza. Si alguien de nuestro círculo verdaderamente quiere servir al pueblo, lo primero que tiene que hacer es comprender y definir de manera muy clara y concreta su relación con este pueblo: si verdaderamente se compadece al caballo, uno debe bajarse y caminar con sus propios pies. Además, se requiere devolver a los campesinos lo que se les quitó y destruir la frontera que separa a un grupo de otro dentro de la sociedad”.
Por otro lado, en el citado ensayo “El camino de la vida”, Tolstoi afirmó que las doctrinas que aseguraban que la vida transcurre entre el nacimiento y la muerte eran erróneas. Para él, la vida no era ese periodo de tiempo ubicado entre dos puntos: inicial y final, sino que la verdadera vida era otra cosa. “La vida auténtica comienza cuando la conciencia del hombre se despierta -escribió-. Antes de ese momento, el ser humano resguarda la supervivencia salvaje y el comportamiento de las bestias. La conciencia despierta del hombre conduce a una percepción muy distinta, aunque el falso juicio inculcado de que la vida es un lapso entre su nacimiento y su muerte, le impide pensar de este modo. El alma animada no sólo revela la vida personal en su pasado, presente y futuro, también le abre al individuo la vida de otros seres humanos y todo el acontecer relacionado con ellos. En la condición de la conciencia despierta, el hombre no se percibe a sí mismo sometido a las relaciones de tiempo-espacio sino que se piensa unido con otros seres inteligentes y asociado recíprocamente con ellos. La vida verdadera se encuentra en la confluencia y fusión con las conciencias razonables de otros”.
En un artículo publicado en la revista “Veredas” nº 19 del año 2009, la profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana de México Tatiana Sorókina (1954) puntualiza: “Tolstoi, que siempre mostró su postura activa en la vida, propone una salida de la miseria. Dice que se debe dejar de despreciar e insultar al pueblo. Hay que abrirle el acceso a la educación, darle la libertad de traslado, de religión, etcétera. Se debe hacerlo sujeto de leyes comunes y no de leyes especiales. Se eliminará la pobreza, asegura Tolstoi, porque el verdadero conocimiento, la inteligencia, la razón y el talento que necesita el hombre, se encuentran más fácil entre los campesinos que entre los burócratas. La experiencia muestra que los campesinos que están bajo el control burocrático de los centros, se empobrecen: cuanto menos se someten a su influencia -cuanto más alejados de los centros administrativos viven-, están en mejores y más favorables condiciones. Dice Tolstoi: si el pueblo no se fortalece de ánimo, si no eleva su energía interna, si no se alienta, nada le podrá ayudar, ninguno de los remedios”.
Y agrega más adelante: “En la década de 1890 en Rusia, varias veces se presentó un grave problema, la hambruna, que empeoró más por la pérdida de cosechas, consecuencia de las severas condiciones climáticas. Tolstoi, quien conocía muy bien y de cerca la vida de los campesinos, quien vivía su vida, se indignó y empezó a crear fondos provenientes de donativos. Otra forma de su lucha contra esta trágica situación, ahora personal, fueron los escritos sobre, en sus propias palabras, ‘algo, que llegara al alma de los ricos’. En esos textos, igual que en múltiples cartas y en sus diarios, el escritor manifestó su pensamiento incisivo y su opinión acusadora sobre las miserables condiciones del campesinado, que constituía la mayoría de la población rusa en aquella época. Tolstoi criticó la actitud de la administración, que demostró su total y absoluta indiferencia a la vida del pueblo. También acusó al zemstvo (administración local y provincial dirigida por la nobleza y burguesía) por su ineptitud, revelando -escribe- su arrogancia y estupidez en la solución de los problemas de la miseria, el hambre y de las necesidades vitales de la población”.