30 de junio de 2022

José Saramago: “Mi creación literaria tiene por finalidad desasosegar al lector, lo que no significa que no escriba con otra finalidad que es la de distraer”

Desde Luis de Camões (1524-1580), quien​​ es apreciado como el mayor poeta nacional de Portugal, no fueron pocos los escritores oriundos de ese país que trascendieron a nivel internacional. Por citar sólo algunos de ellos pueden mencionarse a José Maria de Eça de Queirós (1845-1900), a Sarah Beirão (1880-1974), a Fernando Pessoa (1888-1935) y a Elina Guimarães (1904-1991). Pero sin dudas, debido a la calidad de sus obras, quien más sobresalió desde la segunda mitad del siglo XX fue José Saramago (1922-2010), cuya obra es considerada por los críticos de todo el mundo como una de las más importantes de la literatura contemporánea y fue traducida a cuarenta y ocho lenguas. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, siendo el primer escritor portugués en conseguirlo, su labor literaria incluyó novelas, cuentos, poemarios, ensayos, obras teatrales, narrativa infantil/juvenil, diarios, crónicas y memorias. Sumamente prolífico y dueño de una indiscutible originalidad, mantuvo una postura ética y estética de compromiso con el género humano a la vez que una controvertida visión de la historia y de la cultura. Con un estilo muy particular, utilizó muchas veces frases muy largas separadas por comas en lugar de puntos, lo que, según él mismo explicó, estaba emparentado con la composición musical, donde la combinación de tonos y pausas marcan el ritmo de la lectura. A comienzos del año 2000 recorrió más de veinte ciudades para promocionar la, por entonces, su última novela: “A caverna” (La caverna), la que, con sus dos novelas anteriores -“Ensaio sobre a cegueira” (Ensayo sobre la ceguera) y “Todos os nomes” (Todos los nombres)- constituyó un tríptico en el que dejó escrita su crítica visión del mundo y de la humanidad. En su paso por Buenos Aires aseguró: “Cada vez me interesa menos hablar sólo de literatura. A mí me importa algo mucho más que eso: el encuentro con el lector, comunicarnos y darnos cuenta de que eso es la vida”.
Lo que sigue a continuación es una sinopsis de las entrevistas publicadas en la Revista “Lea” nº 10 de febrero de 2000 (a cargo de Ana Da Costa) mientras estuvo en Argentina, y en “Babelia”, el suplemento cultural de “El País” el 23 de abril de 2004 (sin mención del autor) en España luego de la publicación de “Ensaio sobre a lucidez (Ensayo sobre la lucidez).
 

Usted señaló que sus novelas “nacen por el título, de algo casual o raro, y luego, poquito a poco, va germinando la idea hasta que nace”. ¿Cómo se originó “La caverna”?

La idea nació en septiembre de 1997. Cuando iba a Lisboa vi un cártel enorme que anunciaba la apertura de un centro comercial. Tuve la intuición de algo al imaginar una excavación enorme donde se estaría construyendo un centro comercial. Al día siguiente, al reflexionar sobre esto, me di cuenta de que tenía que ver con el mito de la caverna de Platón. En primer lugar, un centro comercial o “shopping center” no tiene ventanas, no sólo no las tiene como no las necesita; y algo que no tiene ventanas se puede comparar a una caverna. Curiosamente hoy, el único espacio público donde la gente se siente segura es en un “shopping center”, al igual que nuestros antepasados, para abrigarse de la intemperie, las fieras, los osos, los robos y todo eso, se refugiaban en las cavernas. La gente ya no se reúne en la plaza, en el jardín, en el parque o en la calle porque se han vuelto espacios donde la inseguridad está todos los días, ahí puede ocurrir todo.

¿El centro comercial es el símbolo de un poder económico que determina el ocaso de algunas profesiones que se descartan de una forma inhumana?

Evidentemente, al igual que ocurrió con la Revolución Industrial, todos los cambios tecnológicos tienen sus costos sociales. Estamos asistiendo a algo tan espeluznante que no entiendo cómo es que existiendo los medios para que ese costo social se reduzca al mínimo y para que el hombre no se convierta definitivamente en la más descartable de todas las cosas, se llega a un proceso de exclusión social que va dejando atrás a un número cada vez mayor de personas. En el otro lado de todo esto, existe una alfarería antigua que ya no tiene posibilidades de sobrevivir. A partir de ahí empieza la tragedia de lo que ya no sirve, y lo que no sirve es una profesión, aunque eso pueda haber sido la actividad y el sentido de la vida de una o muchísimas personas. En un momento determinado la sociedad dice: “Ya eso no me interesa, se acabó”; y no hay más que un paso entre decirle a alguien: “Lo que usted hace no me interesa” y decir: “Usted no me interesa”. Por eso yo hablo de la facilidad de lo descartable.

Sin embargo los protagonistas, aquella familia de alfareros de un pueblo pequeño, son capaces de reaccionar ante esa adversidad...

Desde mi punto de vista la novela tiene que desasosegar al lector. Cuando citas desesperanza, si el lector la tiene, la encontrará en el final de la novela: si no la tiene, pues no será la novela que lo va a engañar poniendo una lucecita en medio de las tinieblas. ¿Dónde está la solución? Reaccionar, pensar, exigir. Si a mí me preguntan: ¿Qué es lo que usted quiere lograr?, yo diría que lo único que quiero es desasosegar a la gente. Si yo entro en diálogo con alguien hay un desasosiego interior, tengo que entender al otro y darme a entender al otro, y eso es lo que yo llamo el desasosiego. Fernando Pessoa escribió “El libro del desasosiego”, y si hay algo que yo le envidio a él es ese concepto del desasosiego, porque vivimos en un mundo que tiene todos los motivos para no sentirse acomodado. Estamos aplastados por la idea de uniformidad del pensar, que es todo lo contrario de la riquísima diversidad que ha sido siempre la manifestación cultural. De lo que se trata es de no aceptar. ¿Por qué digo yo que toda verdad instalada es sospechosa? Por una razón muy sencilla: la verdad no existe. Podemos decir: “En este momento esto es verdad, es una verdad aceptada por la sociedad y por lo tanto es algo con lo cual podemos vivir”, pero eso no significa que mañana esa sea otra vez la verdad.

¿Su creación literaria tiene por finalidad desasosegar al lector?

Pues sí, eso es lo que yo entiendo ser mi obligación; lo que no significa que no se escriba con otra finalidad, que es la de distraer. No estoy pensando ahora en una literatura tan molesta que todos los días no hace más que desasosegar, tampoco vamos por ello. Lo que pasa es que hay autores que quizá se sientan más a gusto desasosegando y otros que no, al contrario. Kafka decía: “Si un libro no te da un martillazo en la cabeza, no vale la pena escribir”.

En los últimos tiempos ha recorrido países de América Latina, se ha hecho eco de varias causas por la justicia y por la paz. No obstante, usted tiene la impresión de que el Tercer Mundo se está acomodando y que la gente no se desasosiega demasiado. ¿Cuál es su visión actual sobre América Latina?

Si tengo que dar una respuesta muy escueta diría, asumiendo el riesgo de ser malinterpretado, que América Latina está necesitando una nueva liberación. No estoy hablando de armas ni de revolución, sino de un movimiento ciudadano que venga a liberar a América Latina del dominio aplastante de su tutor o mentor: Estados Unidos. La penetración de todo lo que tenga que ver con el “american way of life” es absolutamente devastadora. En Brasil, por ejemplo, los anuncios en las carreteras son mitad en inglés y mitad en portugués, el portugués ya casi no lo es. Muchas veces, todo esto ocurre con la complicidad de los propios, y cuando hay cómplices hay víctimas. Me parece que son las víctimas las que tendrían que decir: “Basta ya”.

A lo largo de su obra se advierte una crítica frecuente a la Iglesia, sobre todo en “In nomine Dei”. Al mismo tiempo, usted es el escritor agnóstico contemporáneo que más habla de Dios. ¿Cuál es su pensamiento acerca de la existencia de Dios y la idea de una trascendencia?

En primer lugar se necesita decir: “Hay Dios”, y a partir del momento en que se ha dicho que hay Dios hay que justificarlo. La justificación no viene de antes, se inventa después. Yo he escrito hace años una frase: “Dios es el silencio del universo y el hombre es el grito que da sentido a ese silencio”. ¿Qué es lo que yo quiero decir con esto? Llegó un momento en que alguien ha dicho: “Existe Dios”, por eso de que tenemos que morir, por esa esperanza de que algo que llamamos espíritu o alma puede sobrevivir; y, a partir de ahí, se armó toda la construcción teológica. Si Jesús no es hijo de Dios, y si Jesús no resurgió entre los muertos, entonces la religión cristiana está construida sobre la nada. Y lo que es absolutamente fascinante, porque lo es, es la capacidad del cerebro humano de crear monumentales construcciones metafísicas y filosóficas sobre la nada. ¡Es fascinante! Usted ahora me pregunta: “¿Pero si usted es agnóstico...?”. Y yo no diría que soy agnóstico, yo diría sencillamente que soy ateo, para mí Dios no existe. No quiero ofender a nadie, pero tampoco puedo aceptar que me ofendan a mí considerando que, por el hecho de que yo no crea en Dios, sea un excluido. No, no creo en Dios, no lo necesito para ser una buena persona. Ahora bien, que está ahí, está ahí.

En una oportunidad usted dijo que había empezado a escribir para que lo apreciaran sus amigos, después que había escrito para no estar muerto, y luego para comprender. ¿Cuál de estos conceptos se aproxima a lo que usted piensa hoy? ¿Por qué escribe?

No tengo más remedio que inventar una respuesta, que uno hace todo lo que puede para parecer divertido o inteligente; porque si contestamos con toda la sinceridad del mundo, que no sabemos por qué escribimos, el periodista dirá: “¡Pero éste es tonto, escribe y no sabe por qué escribe!”. Entonces tenemos que inventar una excusa, una respuesta. La frase: “Yo escribo porque quiero que la gente me quiera” la inventó Gabriel García Márquez y yo la adopté para mí. Si la dice García Márquez por qué yo no. Otra frase es: “Yo escribo porque no quiero morir”. Pienso que es con esa idea un poco absurda de creer que será que uno se muere pero la obra se queda y, por lo tanto, tiene una vida más larga. Y hoy confieso que escribo para comprender, pero tengo que añadir algo más: ahora escribo para intentar comprender. No estoy nada seguro de haber llegado a comprender todo, comprender algo, comprender lo suficiente. De todos modos, creo que no sólo es el esfuerzo del escritor, todos debemos vivir para intentar comprender.

¿Cuál es su reflexión respecto a estar comunicados a través de Internet? ¿Le encuentra futuro?

Creo que en el fondo es como haber inventado la rueda. ¿El invento de la rueda tiene futuro? Pues sí, lo ha tenido. No se puede decir: “Internet es una experiencia que no resultó, vamos a acabar con ella”. Yo creo que es sólo un cambio tecnológico, todo lo que está ahí ya lo teníamos antes en las enciclopedias; lo único que se añadió es la posibilidad de consultarlo rápidamente. Se pregona que “nos estamos comunicando todos maravillosamente unos con los otros por Internet”. La comunicación por Internet no es comunicación, no nos comunicamos si no estamos juntos. Es decir, estamos viviendo en una esquizofrenia total, comunicando todo y comunicando nada. Llevamos millones de años para crear lo que tenemos dentro de esta caja cósmica y parece que estamos renunciando al uso del cerebro. Por eso, yo creo que hay tres preguntas con que deberíamos despertarnos por la mañana y pasar todo el día preguntándolas unos a los otros, hasta encontrar alguna respuesta: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién? Aunque la respuesta de hoy no sirva para mañana, no debemos perder el espíritu crítico; si lo perdemos, lo estamos perdiendo todo. Si alguien me preguntara hoy: “¿Cómo es que usted se definiría?”, yo contestaría en una frase: “Cuanto más mayor más libre, y cuanto más libre más radical”. Radical en el sentido etimológico, de ir a la raíz del asunto. Entonces cada vez que veo a un joven que dice “todo se perdió”, yo le digo: ¿cómo se perdió todo? Se está perdiendo mucho, pero no se ha perdido todo.

“¿Quién ha firmado este pacto por mí?”, se pregunta el personaje central de “Ensayo sobre la lucidez”. ¿Esta frase que implica la toma de conciencia del protagonista es clave en el camino hacia la lucidez?

Sí, claro. Esa frase es la clave de la novela. La frase aparece cuando la novela ya está muy avanzada y no es que yo la tuviera en la cabeza al empezar a escribir. Estaba latente dentro de mí y actuaba como un motor que hacía avanzar la novela internamente. De repente, todo afloró a la superficie.

Durante la lectura de “Ensayo sobre la lucidez” subyace su célebre “Ensayo sobre la ceguera”, no sólo por el tono y la forma de la narración sino porque resucita algún personaje. ¿Podríamos decir que la diferencia entre ambos libros radica en la deliberada intención política de este último?

En un principio no me planteé una relación directa entre los dos ensayos. Tenga en cuenta que después del “Ensayo sobre la ceguera” he escrito tres libros más: “Todos los nombres”, “La caverna” y “El hombre duplicado”. Aunque entre ellos hay una corriente subterránea, está claro que esto no es la continuación de aquello. Y sí, esta novela es nítida, clara, rotunda y deliberadamente política. El “Ensayo sobre la ceguera” también lo era, pero de una manera muy solapada; siempre daba al lector las llaves para que él pudiera sacar conclusiones políticas de lo que estaba leyendo.

En su novela plantea el problema de la libertad subrayada como rasgo individual frente a las consignas de la comunidad. ¿Cómo es esa libertad que reclama usted, que siempre ha estado preocupado por la justicia y el bienestar del colectivo?

Lo que aquí se plantea es una cuestión sobre los fines económicos. Efectivamente hay globalización económica, pero parece que no nos damos cuenta de que a la vez es una globalización política y esto se ha hecho evidente a partir del 11 de septiembre. Cada vez nos damos cuenta con más exactitud de que incluso en un sistema como éste, que parece que te promete todo, empezando por los derechos humanos, la libertad puede ser sencillamente un espejismo. La novela es una crítica frontal al sistema, a los gobiernos. En ella se denuncia incluso el terrorismo de Estado, con la manipulación y todo lo que conlleva, que además es el escenario con el que hemos de convivir cotidianamente. Pero todo esto que en la novela se desarrolla es cierto, no es sólo ficción, y es lo que yo pienso. Quizá sea un poco escandaloso desde el punto de vista de la izquierda el que la manifestación más clara de asunción de la libertad, el descubrimiento de lo que significa esa frase de la que hablábamos al principio -“¿quién ha firmado este pacto por mí?”-, sea un policía el que la protagonice, un comisario de policía que está ahí recuperado.

Que además es el héroe de la novela.

Que es el héroe de la novela y un hombre de derechas. La izquierda me preguntará dónde están nuestros héroes positivos y yo no tengo ninguna respuesta para dar. No estoy escribiendo la novela para demostrar esto o aquello, sino para decir lo que me interesa y me preocupa y no para pensar que a la izquierda le convendría mucho o le gustaría que el personaje más positivo fuera de izquierdas.

¿Está pensando en algún país al plantear ese 83% de votos en blanco como resultado electoral o es una crítica al sistema global de gobierno occidental?

Yo se lo desearía a todos los países, a todos, por una razón muy sencilla y es que parece que no va a pasar nunca por la cabeza de ningún político el pensar que el sistema democrático tiene dentro una bomba, que es el voto en blanco. Y la intención no es destruirlo sino reformarlo, renovarlo y reinventarlo. El día en que una mayoría de electores, en cualquier país del mundo, votara en blanco, la pregunta sería: ¿qué hacen ahora los políticos?, ¿qué hacen ahora los partidos? Hasta ahora todo esto ha funcionado de una manera consensuada, es decir, la abstención existe; el voto nulo existe y el voto en blanco existe, pero si la abstención es alta, entonces se dirá que estaba lloviendo, o que el tiempo era estupendo para ir al campo o a la playa. ¿Los votos nulos? Ahí siempre lo ocultan, pero ¿y el voto en blanco? Siempre se sabe que habrá unos cuantos votos en blanco, pero que no son ni testimoniales porque como son blancos parece que no están testimoniando nada. Como ahora es muy complicado hacer una revolución, porque no se sabe muy bien cómo hacerla ni con qué medios, y las manifestaciones se pueden montar, hay cantidad de ellas todos los días motivadas por las causas más honestas, pero revoluciones nada. Ahora imaginemos un resultado electoral de un 83% de votos en blanco, si esto ocurriera yo creo que sería una revolución porque plantearía, sin dispararse un sólo tiro en la calle, el ¿qué es lo que hacemos ahora?

Pero en su novela esa pregunta se plantea y la respuesta es una tragedia.

Acaba mal, claro. Es cierto, con nuestro carácter demencial siempre acabaría mal si esto ocurriera en la realidad. Yo no quiero decir que todos los gobiernos se comportarán como el Gobierno de ese país en mi novela, que acaba en una tragedia, pero algo cambiaría. Aunque no soy tan ingenuo para pensar que esto pueda ocurrir un día, aunque sospecho que después de la publicación de la novela el voto en blanco subirá, por lo menos en mi país.

Usted, que no teme las declaraciones polémicas, ¿por qué se sitúa en el terreno de lo simbólico para hacer su denuncia política en esta novela? ¿Cree que es más eficaz?

Sí, pienso que el recurso a la alegoría es más eficaz. Si yo contara esta historia de otra forma, como una especie de novela realista, o como si fuera un reportaje, no sé si tendría alguna eficacia. Por otra parte, desde el “Ensayo sobre la ceguera” he utilizado la alegoría y la fábula como acercamiento a los temas y creo que ha funcionado. El “Ensayo sobre la ceguera” es una novela muy leída sobre todo por los jóvenes. Es increíble la cantidad de chicos y chicas que se acercan a mí para decirme que ese libro ha cambiado sus vidas y, si ellos lo dicen, por algo será. A veces pienso que esta novela además de una fábula es también una sátira.

Es un ataque frontal a los sistemas democráticos y, hablando de declaraciones polémicas, ha llegado a declarar que “la democracia es una tomadura de pelo”. ¿Cómo se atreve a hacer una declaración tan contundente?

¿Cómo voy a calificar un sistema que me permite únicamente quitar un gobierno y poner otro pero no me permite absolutamente nada más? Digo, y lo repito, hoy los gobiernos no mandan. Los gobiernos son los comisarios políticos de los bancos. No soy el único que critico esto, hay mucha gente que lo está diciendo, lo que pasa es que quizá mi forma de decirlo sea más explícita.

Siguiendo con la democracia, ¿cómo resolver problemas como el de la justicia social o el de la distribución de los bienes sin unas pautas democráticas?

Usted sabe que eso no se consigue con la democracia. ¿Cree que son los gobiernos los que han inventado la precariedad del empleo? ¿A algún gobierno democrático se le pasaría por la cabeza decir ahora vamos a elaborar aquí unas leyes para que esto funcione de una forma distinta? ¿Cree que han sido los gobiernos? Claro que no, claro que no. Cuando yo digo que es una tomadura de pelo lo digo en el sentido de que parece que el esquema democrático lo promete todo y creo que lo que te da con la mano derecha te lo quita con la mano izquierda. Yo no quiero repetir cosas que son obvias, cosas que son terribles, el hecho de que cada cuatro segundos se muere una persona de hambre en el mundo y cosas así, yo las digo e inmediatamente me llaman demagogo.

Citaba hace poco una serie de libros suyos y me doy cuenta de que la reflexión sobre la identidad es un tema nuclear en su obra.

Sí lo es, pero de una manera no muy comprometida. Mire el problema de la identidad, es decir, ¿cuándo somos quiénes somos? ¿En qué momento de nuestra vida nos hemos reconocido como lo que éramos? Se habla del pueblo español pero hay muchos, por ejemplo en Galicia, Euskadi, Cataluña, que dicen que no son españoles. Yo de eso no quiero hablar. Pero puedo hablar del pueblo portugués y desde hace casi mil años se está hablando del pueblo. Bueno, pues yo no creo, y en el libro está escrito de una forma rotunda, yo no creo en el pueblo. Me doy cuenta que lo que tiene importancia en la vida de un pueblo son las generaciones. Y le doy un ejemplo: durante cincuenta años se ha luchado en España, y nosotros en Portugal, contra una dictadura. Hace treinta años se ha hecho una revolución que derrumbó el sistema autoritario, dictatorial, y nos encontramos en lo que se llamó “la democracia”. No sabíamos, y me parece que incluso ahora la gente no se da cuenta, que la democracia no es un punto de llegada, la democracia es un punto de partida. Y después de una revolución como la nuestra, la del 25 de abril de 1974, donde se acabó con el sistema y la maquinaria represiva, sólo estábamos en el primer paso para llegar a algo que podría empezar a llamarse democracia. ¿Qué pasa ahora después de esa generación activa, con ideas, con equivocaciones, errores y todo eso? Pues la apatía y la indiferencia. Hablemos de generaciones y no del pueblo porque algunas merecen todo el respeto. Yo estoy harto de que me hablen del pueblo.

Sin embargo usted parece un hombre feliz. ¿Dónde encuentra las razones para esa felicidad?

Cuando tenía dieciocho años recuerdo haber dicho algo absolutamente impensable en un chico con esa edad, y fue: “Lo que tenga que servir a mis manos llegará”. Y creo que ésa ha sido, de una manera inconsciente, la regla de oro de mi vida. No he sido nunca una persona ambiciosa que se pusiera metas, he vivido mi vida haciendo simplemente lo que quería. Soy una persona feliz que no ha buscado la felicidad, pero que a lo mejor mi sabiduría o mi ciencia infusa ha hecho que estuviera en el momento y en el lugar donde algo podría ocurrir.