Otro día
desolador, pensó mientras buscaba las planillas para continuar con su trabajo
cotidiano en la administración de la Asociación Civil que desde hacía años se
ocupaba del desarrollo social y la defensa de los derechos de distintas
minorías. Dado el escenario político, social y económico de la Argentina, lo
que se buscaba era conseguir fortalecer los procesos de participación en
políticas públicas y la construcción de un modelo de desarrollo con inclusión
social. Numerosas cooperativas vinculadas a la construcción, a la industria
textil, a la industria panadera, a la agricultura solidaria y a la educación
popular, todas ellas esparcidas en buena parte del país, eran los principales
logros conseguidos hasta el momento, con miles de personas involucradas en las
distintas mutuales consiguiendo un trabajo estable que les permitió paliar su
condición de marginación y miseria. Todos los cooperativistas contaban con un
salario, el aporte tributario para su futura jubilación y una obra social para
cubrir sus eventuales contingencias relacionadas con la salud.
En eso estaba cuando recibió la llamada de un compañero de trabajo que le comentó que Atilio Pressutti, un profesor universitario vinculado a una institución internacional no gubernamental a la cual adhería su Asociación, iba a dar una charla sobre Economía. Sé que es un tema que te interesa, le dijo el colega, y podés acceder vía videoconferencia. Ya te paso el enlace. Bueno, le contestó, seguro será interesante. Encendió su computadora y, mientras esperaba que comenzase, preparó su infaltable capuchino. En la pantalla distinguió a varios profesores universitarios de distintos países de Latinoamérica que había conocido personalmente cuando, en diciembre de 2019, en su calidad de Asistente Pedagógico en un Bachillerato para adultos, participó junto a ellos en una charla sobre la situación social en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras. A las 11 hs. en punto el conferencista comenzó su exposición. Tras una breve introducción, invitó a todos los participantes a opinar y citó a Francisco Valsecchi, un economista argentino que se había destacado durante la segunda mitad del siglo XX como profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y en la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina, además de haber sido miembro fundador de la Asociación Argentina de Economía Política. Mencionó algunos de sus ensayos en los cuales el economista hablaba sobre la doctrina social de la Iglesia y el desarrollo de la economía católica en la Argentina y las transformaciones sociales, económicas y políticas del periodo 1930-1970.
Fue en ese instante que nuestro hombre recordó que, buscando material para la escritura de un ensayo, había leído la encíclica “Rerum Novarum” en la cual, ciento treinta años atrás, la Iglesia decía que su único objetivo era ayudar al hombre en el camino de la salvación. Esa era su única misión y también la razón por la que tenía el derecho y el deber de desarrollar una doctrina social que formara las conciencias de los hombres y les ayudase a vivir según el Evangelio. Los cristianos coherentes debían dirigir todos los aspectos de su vida hacia Dios, incluyendo dimensiones de la vida humana y de la cultura como la economía, el trabajo, la comunicación y la política, tareas en las cuales la Iglesia los acompañaría. Pensando en todas las cosas que habían acontecido desde fines del siglo XIX hasta los años ’70, no pudo menos que fastidiarse: dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles y regionales, el ascenso de sistemas dictatoriales como el fascismo, el estalinismo, el nazismo o el falangismo, numerosas dictaduras militares y un sinfín de acontecimientos colmados de violencia, no pudo menos que preguntarse cuál había sido el rol desempeñado por la Iglesia en cada uno de ellos.
En fin, el hecho de que el reputado economista Valsecchi fuese católico lo incomodó un poco, pero fiel a la convicción de que, tal como le había enseñado su padre, era necesario mirar las dos caras de la moneda antes de expresar una opinión sobre una cuestión, se concentró en la exposición del conferencista. Así, pudo escucharlo mencionar que Valsecchi decía que el crack financiero de 1929 había suscitado una crisis de conciencia entre los economistas. La economía tradicional, basada en los principios de la escuela clásica y neoclásica, se había mostrado ineficaz para explicar la nueva realidad y orientar las adecuadas soluciones a los profundos males que afectaban la vida de los pueblos. Fue por ello que, en contraposición a la economía tradicional, se fue formando una nueva economía que no respondía a una escuela única, sino que reflejaba el conjunto de las diversas corrientes de pensamiento que de uno u otro modo trataron de renovar la ciencia económica en sus mismas bases. Esa renovación trajo aparejada una nueva ciencia económica más realista, más social y más humana, la que no ignoraba la intervención del Estado en la vida económica con fines de bien común e incluía elementos institucionales en el análisis de la formación de los precios y de la distribución de los ingresos, fijándose objetivos esencialmente comunitarios como el pleno empleo, la economía del bienestar y la justicia social.
En ese
momento, uno de los participantes de la videoconferencia le preguntó al
profesor si, dada la actual situación económica en que vive el mundo, manejado
por grandes multinacionales cuyas reglas de juego eran la corrupción, la codicia,
el egoísmo, la mezquindad, la meritocracia y el individualismo, pautas todas
ellas que no hacían más que aumentar cada vez más la desigualdad social, era
razonable hablar de una nueva economía, a lo que Pressutti le respondió que
hasta el propio Valsecchi debió haberse percatado de ello ya que, en una de sus
últimas obras había expresado que la ciencia económica no era una disciplina
completa y terminada, sino una ciencia viva en continuo desarrollo, por lo que
cada generación debía reconstruirla examinando los esquemas conceptuales
heredados de la generación precedente, criticándolos, mejorándolos,
abandonándolos o creando otros nuevos, ya que los problemas económicos del
pasado jamás serían idénticos a los contemporáneos. Nuestro hombre pensó que
efectivamente se habían creado nuevos esquemas, pero de ahí a que fueran
mejores, hummm…
El conferencista pasó mientras tanto a hablar de la economía desde el último cuarto del siglo XX hasta la actualidad. Citó al Marx de la última época de su vida en la que se planteaba la distribución del producto nacional. Aseguraba que el trabajo era la fuente de toda riqueza y que como el trabajo útil era sólo posible dentro de la sociedad y a través de ella, sus frutos debían pertenecer por igual a todos los miembros de la sociedad. Para él, una sociedad justa debía regirse por el principio “de cada quien según sus capacidades a cada cual según sus necesidades”. Mucho después, continuó Pressutti, con un mundo muy diferente al de la época de Marx, otros economistas defendieron ideas diferentes respecto a la distribución de los bienes haciendo hincapié en las capacidades particulares de cada individuo para posicionarse jerárquicamente en una sociedad. Friedrich Hayek, por ejemplo, uno de los adalides del neoliberalismo surgido en los años ’70 del siglo pasado, ganador del Premio Nobel de Economía en 1974, consideró en sus ensayos que el orden social no debía ser interferido por la intervención del Estado para beneficiar a quienes carecían de la capacidad suficiente para competir por la consecución de recursos. Cada ser humano, por naturaleza, posee cualidades diferentes dado que nacen en distintos contextos familiares y sociales, por lo que a cada individuo se lo debe remunerar según sus méritos.
Nuestro hombre pudo observar en la pantalla varios gestos de desaprobación en los rostros de los participantes de la videoconferencia. Otro economista, continuó Pressutti, en este caso Michael Walzer, también defendió la jerarquización de las personas orientada no por la necesidad sino por los méritos, aunque consideró que el Estado debía intervenir para crear las condiciones que permitiesen la igualdad de oportunidades y la equidad social mediante la competición entre iguales. Estas ideas fueron defendidas por diversos reputados juristas como Joel Feinberg, Michael Walzer y Wojciech Sadurski, para quienes la idea del mérito guardaba una estrecha relación con la justicia. ¿Justicia? se preguntó nuestro hombre. Disculpe profesor, dijo enojado, pero creo que un mundo en el que la veintena de personas más ricas acumula tanto como los 4 mil millones más pobres, me resulta muy difícil hablar de justicia. Mientras la desigualdad social sigue creciendo, existen los exégetas del sistema económico imperante justificándola mediante la meritocracia. Habría que decirles a esos sátrapas que la meritocracia no es más que un ejemplo de darwinismo social, la teoría en la cual se basan la eugenesia, el racismo, el nacionalismo, el autoritarismo, el imperialismo, etc. etc. Dicho esto, pudo observar que muchos de los participantes movían la cabeza en señal de aprobación.
En mi país, manifestó uno de los concurrentes que se presentó como integrante de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, una organización fundada en México en el año 2015, casi el 75% de la población se encuentra en situación de alta vulnerabilidad. Si añadimos que algo más del 4o% de las personas con empleo no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas familiares, la dimensión de la pobreza en México adquiere aún más magnitud. Un reciente informe de la CEPAL revela que el 80% de la riqueza está acaparada por el 10% de la población, y menciona además las enormes diferencias en el acceso y la calidad de la educación y la descomunal brecha existente entre los grupos de ingresos más altos y más bajos, entre la población urbana y la rural, entre la indígena y la no indígena, y entre la masculina y la femenina. La desigualdad es extrema. Mi país cuenta con uno de los índices de inequidad más altos entre los países desarrollados. Y ni hablar de la corrupción, la inseguridad y la violencia. Vaya, pensó nuestro hombre al escuchar esta exposición, parecería que estuviese hablando de la Argentina.
En Chile sucede algo similar, dijo a continuación un profesor de la Universidad Nacional de Chilecito. También según un informe de la CEPAL, el 50% de los hogares de menores ingresos concentra apenas el 2% de la riqueza neta en el país. Según el mismo estudio, el 10% más rico concentra una riqueza de 66,5%, y a eso hay que sumarle la baja movilidad social y una alta desigualdad, la que aumentó brutalmente en los últimos años. Si en mi país se nace en el espacio del 10% más pobre, existe una alta probabilidad de que los hijos sean pobres, y viceversa, una persona que nace en el ámbito del 10% más rico tiene una alta probabilidad de que sus hijos también sean ricos. Otro tanto sucede en Perú, dijo luego un profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos ubicada en Lima. En mi país se ha retrocedido mucho en términos de lucha contra la pobreza. La misma ya supera el 30% de la población y la desigualdad social es cada vez mayor. Muchos lo atribuyen a la pandemia de Coronavirus y a la guerra en Ucrania, pero lo cierto es que las riquezas netas de los billonarios peruanos aumentaron un 50%. Hoy por hoy, el patrimonio de las seis personas más ricas del país es equivalente al ingreso promedio per cápita anual de casi dos millones de peruanos.
Bueno, dijo otro participante que se presentó como profesor de Economía de la Universidad de los Andes situada en Bogotá, en Colombia sobre un total de casi 52 millones de habitantes, más de 21 millones de personas viven en la pobreza y casi 8 millones en la pobreza extrema. El Banco Mundial dio a conocer un informe que revela que la desigualdad de ingresos en Colombia es la segunda más alta entre los países de América Latina y el Caribe detrás de Brasil. Los ingresos del 10% de la población más rica de los colombianos son once veces mayor que la del 10% más pobre. Y algo peor sucede en Venezuela. Un colega de la Universidad Simón Bolívar de Caracas me comentó hace poco que la pobreza extrema alcanza ya a tres de cada cuatro venezolanos. Esa es la razón por la cual unos 6 millones de venezolanos dejaron su país para migrar la mayoría de ellos a distintos países de América Latina y el Caribe.
Evidentemente,
dijo entonces el profesor Pressutti, la desigualdad social es un problema
socioeconómico producto de la mala distribución de la renta en las sociedades.
Es una problemática presente en mayor o menor medida en todos los continentes.
Existen lugares en que los problemas son más evidentes como, por ejemplo, los
países africanos, los que son considerados como los de mayor índice de
desigualdad social y económica del mundo. Hace cien años el sociólogo alemán
Max Weber profetizaba que el siglo XX sería manejado por los especialistas sin
alma y vividores sin corazón, y agregaba que los grupos dominantes tenderían a
justificar la legitimidad de sus privilegios al considerarlos resultado de su
propio mérito. Si bien el término meritocracia comenzó a ser utilizado por los
economistas liberales en los años ’60 del siglo pasado vinculándolo a la
libertad individual, a la competencia, al libre mercado y a la igualdad de
oportunidades, ya unos años antes surgieron pensadores críticos de tal
concepción. Tal es el caso de la filósofa alemana Hannah Arendt, quien en “La
condición humana” decía que la meritocracia contradecía el principio de la
igualdad. Y en el siglo XXI, continuó, puede citarse al economista
estadounidense Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001,
quien en su obra “El precio de la desigualdad” aseguró que el 90% de los que
nacieron pobres morirían pobres por más esfuerzo que hiciesen, mientras que el 90%
de los que nacieron ricos morirían ricos independientemente de que hicieran o
no mérito para ello.
Por su parte, la socióloga británica Jo Littler, en su ensayo “Contra la meritocracia. Cultura, poder y mitos de la movilidad”, argumentó que la meritocracia era el medio cultural clave de legitimación de la cultura neoliberal contemporánea y que, si bien prometía oportunidades, de hecho creaba nuevas formas de división social. Para ella la meritocracia estaba basada en una estructura individualista y excluyente que mantenía a las personas en un estado de competencia perpetua con los demás. Otro tanto hizo el filósofo estadounidense Michael Sandel en “La tiranía del mérito”, obra en la que definió a la meritocracia como inmoral, añadiendo que ha sido esgrimida, por parte de las derechas latinoamericanas durante los últimos años, como el antídoto contra la corrupción y la intervención estatal desmesurada cuando en realidad lo que hace es generar odio y no acaba con la desigualdad. Una sociedad verdaderamente justa debía ofrecer igualdad de oportunidades y procurar retribuir a las personas en función de su aportación real al bien común.
Me parece, dijo entonces nuestro hombre, que está bien ver las dos caras de la moneda. La opinión de los que están a favor y los que están en contra de la meritocracia. Si una idea, cualquiera que ella sea, es la única realidad, cada uno de nuestros juicios sólo abarcará un aspecto limitado y parcial de esa realidad. Esto me recuerda al Hegel que razonaba que una planta era, primero semilla, luego árbol, más tarde flor y por último fruto. Cada juicio abarcaba un aspecto parcial de la planta, por lo que era necesario tener una visión de todo el proceso para alcanzar una comprensión más acertada de la realidad, una circunstancia que está en estado de permanente fluidez. Creo que la dialéctica hegeliana sería aplicable en este caso. Quiero decir que el método de análisis dialéctico, aquel que presupone que en toda situación existe una oposición entre una tesis y una antítesis, y que de esa tensión surge una síntesis, es adecuado para evaluar todos los aspectos y variables de la economía.
En eso estaba cuando recibió la llamada de un compañero de trabajo que le comentó que Atilio Pressutti, un profesor universitario vinculado a una institución internacional no gubernamental a la cual adhería su Asociación, iba a dar una charla sobre Economía. Sé que es un tema que te interesa, le dijo el colega, y podés acceder vía videoconferencia. Ya te paso el enlace. Bueno, le contestó, seguro será interesante. Encendió su computadora y, mientras esperaba que comenzase, preparó su infaltable capuchino. En la pantalla distinguió a varios profesores universitarios de distintos países de Latinoamérica que había conocido personalmente cuando, en diciembre de 2019, en su calidad de Asistente Pedagógico en un Bachillerato para adultos, participó junto a ellos en una charla sobre la situación social en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras. A las 11 hs. en punto el conferencista comenzó su exposición. Tras una breve introducción, invitó a todos los participantes a opinar y citó a Francisco Valsecchi, un economista argentino que se había destacado durante la segunda mitad del siglo XX como profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y en la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina, además de haber sido miembro fundador de la Asociación Argentina de Economía Política. Mencionó algunos de sus ensayos en los cuales el economista hablaba sobre la doctrina social de la Iglesia y el desarrollo de la economía católica en la Argentina y las transformaciones sociales, económicas y políticas del periodo 1930-1970.
Fue en ese instante que nuestro hombre recordó que, buscando material para la escritura de un ensayo, había leído la encíclica “Rerum Novarum” en la cual, ciento treinta años atrás, la Iglesia decía que su único objetivo era ayudar al hombre en el camino de la salvación. Esa era su única misión y también la razón por la que tenía el derecho y el deber de desarrollar una doctrina social que formara las conciencias de los hombres y les ayudase a vivir según el Evangelio. Los cristianos coherentes debían dirigir todos los aspectos de su vida hacia Dios, incluyendo dimensiones de la vida humana y de la cultura como la economía, el trabajo, la comunicación y la política, tareas en las cuales la Iglesia los acompañaría. Pensando en todas las cosas que habían acontecido desde fines del siglo XIX hasta los años ’70, no pudo menos que fastidiarse: dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles y regionales, el ascenso de sistemas dictatoriales como el fascismo, el estalinismo, el nazismo o el falangismo, numerosas dictaduras militares y un sinfín de acontecimientos colmados de violencia, no pudo menos que preguntarse cuál había sido el rol desempeñado por la Iglesia en cada uno de ellos.
En fin, el hecho de que el reputado economista Valsecchi fuese católico lo incomodó un poco, pero fiel a la convicción de que, tal como le había enseñado su padre, era necesario mirar las dos caras de la moneda antes de expresar una opinión sobre una cuestión, se concentró en la exposición del conferencista. Así, pudo escucharlo mencionar que Valsecchi decía que el crack financiero de 1929 había suscitado una crisis de conciencia entre los economistas. La economía tradicional, basada en los principios de la escuela clásica y neoclásica, se había mostrado ineficaz para explicar la nueva realidad y orientar las adecuadas soluciones a los profundos males que afectaban la vida de los pueblos. Fue por ello que, en contraposición a la economía tradicional, se fue formando una nueva economía que no respondía a una escuela única, sino que reflejaba el conjunto de las diversas corrientes de pensamiento que de uno u otro modo trataron de renovar la ciencia económica en sus mismas bases. Esa renovación trajo aparejada una nueva ciencia económica más realista, más social y más humana, la que no ignoraba la intervención del Estado en la vida económica con fines de bien común e incluía elementos institucionales en el análisis de la formación de los precios y de la distribución de los ingresos, fijándose objetivos esencialmente comunitarios como el pleno empleo, la economía del bienestar y la justicia social.
El conferencista pasó mientras tanto a hablar de la economía desde el último cuarto del siglo XX hasta la actualidad. Citó al Marx de la última época de su vida en la que se planteaba la distribución del producto nacional. Aseguraba que el trabajo era la fuente de toda riqueza y que como el trabajo útil era sólo posible dentro de la sociedad y a través de ella, sus frutos debían pertenecer por igual a todos los miembros de la sociedad. Para él, una sociedad justa debía regirse por el principio “de cada quien según sus capacidades a cada cual según sus necesidades”. Mucho después, continuó Pressutti, con un mundo muy diferente al de la época de Marx, otros economistas defendieron ideas diferentes respecto a la distribución de los bienes haciendo hincapié en las capacidades particulares de cada individuo para posicionarse jerárquicamente en una sociedad. Friedrich Hayek, por ejemplo, uno de los adalides del neoliberalismo surgido en los años ’70 del siglo pasado, ganador del Premio Nobel de Economía en 1974, consideró en sus ensayos que el orden social no debía ser interferido por la intervención del Estado para beneficiar a quienes carecían de la capacidad suficiente para competir por la consecución de recursos. Cada ser humano, por naturaleza, posee cualidades diferentes dado que nacen en distintos contextos familiares y sociales, por lo que a cada individuo se lo debe remunerar según sus méritos.
Nuestro hombre pudo observar en la pantalla varios gestos de desaprobación en los rostros de los participantes de la videoconferencia. Otro economista, continuó Pressutti, en este caso Michael Walzer, también defendió la jerarquización de las personas orientada no por la necesidad sino por los méritos, aunque consideró que el Estado debía intervenir para crear las condiciones que permitiesen la igualdad de oportunidades y la equidad social mediante la competición entre iguales. Estas ideas fueron defendidas por diversos reputados juristas como Joel Feinberg, Michael Walzer y Wojciech Sadurski, para quienes la idea del mérito guardaba una estrecha relación con la justicia. ¿Justicia? se preguntó nuestro hombre. Disculpe profesor, dijo enojado, pero creo que un mundo en el que la veintena de personas más ricas acumula tanto como los 4 mil millones más pobres, me resulta muy difícil hablar de justicia. Mientras la desigualdad social sigue creciendo, existen los exégetas del sistema económico imperante justificándola mediante la meritocracia. Habría que decirles a esos sátrapas que la meritocracia no es más que un ejemplo de darwinismo social, la teoría en la cual se basan la eugenesia, el racismo, el nacionalismo, el autoritarismo, el imperialismo, etc. etc. Dicho esto, pudo observar que muchos de los participantes movían la cabeza en señal de aprobación.
En mi país, manifestó uno de los concurrentes que se presentó como integrante de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, una organización fundada en México en el año 2015, casi el 75% de la población se encuentra en situación de alta vulnerabilidad. Si añadimos que algo más del 4o% de las personas con empleo no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas familiares, la dimensión de la pobreza en México adquiere aún más magnitud. Un reciente informe de la CEPAL revela que el 80% de la riqueza está acaparada por el 10% de la población, y menciona además las enormes diferencias en el acceso y la calidad de la educación y la descomunal brecha existente entre los grupos de ingresos más altos y más bajos, entre la población urbana y la rural, entre la indígena y la no indígena, y entre la masculina y la femenina. La desigualdad es extrema. Mi país cuenta con uno de los índices de inequidad más altos entre los países desarrollados. Y ni hablar de la corrupción, la inseguridad y la violencia. Vaya, pensó nuestro hombre al escuchar esta exposición, parecería que estuviese hablando de la Argentina.
En Chile sucede algo similar, dijo a continuación un profesor de la Universidad Nacional de Chilecito. También según un informe de la CEPAL, el 50% de los hogares de menores ingresos concentra apenas el 2% de la riqueza neta en el país. Según el mismo estudio, el 10% más rico concentra una riqueza de 66,5%, y a eso hay que sumarle la baja movilidad social y una alta desigualdad, la que aumentó brutalmente en los últimos años. Si en mi país se nace en el espacio del 10% más pobre, existe una alta probabilidad de que los hijos sean pobres, y viceversa, una persona que nace en el ámbito del 10% más rico tiene una alta probabilidad de que sus hijos también sean ricos. Otro tanto sucede en Perú, dijo luego un profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos ubicada en Lima. En mi país se ha retrocedido mucho en términos de lucha contra la pobreza. La misma ya supera el 30% de la población y la desigualdad social es cada vez mayor. Muchos lo atribuyen a la pandemia de Coronavirus y a la guerra en Ucrania, pero lo cierto es que las riquezas netas de los billonarios peruanos aumentaron un 50%. Hoy por hoy, el patrimonio de las seis personas más ricas del país es equivalente al ingreso promedio per cápita anual de casi dos millones de peruanos.
Bueno, dijo otro participante que se presentó como profesor de Economía de la Universidad de los Andes situada en Bogotá, en Colombia sobre un total de casi 52 millones de habitantes, más de 21 millones de personas viven en la pobreza y casi 8 millones en la pobreza extrema. El Banco Mundial dio a conocer un informe que revela que la desigualdad de ingresos en Colombia es la segunda más alta entre los países de América Latina y el Caribe detrás de Brasil. Los ingresos del 10% de la población más rica de los colombianos son once veces mayor que la del 10% más pobre. Y algo peor sucede en Venezuela. Un colega de la Universidad Simón Bolívar de Caracas me comentó hace poco que la pobreza extrema alcanza ya a tres de cada cuatro venezolanos. Esa es la razón por la cual unos 6 millones de venezolanos dejaron su país para migrar la mayoría de ellos a distintos países de América Latina y el Caribe.
Por su parte, la socióloga británica Jo Littler, en su ensayo “Contra la meritocracia. Cultura, poder y mitos de la movilidad”, argumentó que la meritocracia era el medio cultural clave de legitimación de la cultura neoliberal contemporánea y que, si bien prometía oportunidades, de hecho creaba nuevas formas de división social. Para ella la meritocracia estaba basada en una estructura individualista y excluyente que mantenía a las personas en un estado de competencia perpetua con los demás. Otro tanto hizo el filósofo estadounidense Michael Sandel en “La tiranía del mérito”, obra en la que definió a la meritocracia como inmoral, añadiendo que ha sido esgrimida, por parte de las derechas latinoamericanas durante los últimos años, como el antídoto contra la corrupción y la intervención estatal desmesurada cuando en realidad lo que hace es generar odio y no acaba con la desigualdad. Una sociedad verdaderamente justa debía ofrecer igualdad de oportunidades y procurar retribuir a las personas en función de su aportación real al bien común.
Me parece, dijo entonces nuestro hombre, que está bien ver las dos caras de la moneda. La opinión de los que están a favor y los que están en contra de la meritocracia. Si una idea, cualquiera que ella sea, es la única realidad, cada uno de nuestros juicios sólo abarcará un aspecto limitado y parcial de esa realidad. Esto me recuerda al Hegel que razonaba que una planta era, primero semilla, luego árbol, más tarde flor y por último fruto. Cada juicio abarcaba un aspecto parcial de la planta, por lo que era necesario tener una visión de todo el proceso para alcanzar una comprensión más acertada de la realidad, una circunstancia que está en estado de permanente fluidez. Creo que la dialéctica hegeliana sería aplicable en este caso. Quiero decir que el método de análisis dialéctico, aquel que presupone que en toda situación existe una oposición entre una tesis y una antítesis, y que de esa tensión surge una síntesis, es adecuado para evaluar todos los aspectos y variables de la economía.