28 de enero de 2023

Entremeses literarios (CCXI)

EL FUTURO DEL PASADO
Paz Monserrat Revillo
España (1962)
 
La señora Capuleto y la señora Montesco se encontraron en el mercado de la Piazza delle Erbe -al fin y al cabo Verona no era más que un pueblo- quince días después de la desgraciada confusión que llevo al suicidio sucesivo de sus impulsivos hijos.
Ahora que el destino les había vetado ser las consuegras más enemistadas de la historia de la literatura universal, se miraron fijamente a los ojos buscando una salida. En lugar del odio y la tristeza previstos, no pudieron evitar imaginarse la felicidad de hacerse apacibles visitas para tomar pandoro con café y, aún más adelante en ese imposible futuro, cuidar juntas de sus bellísimos y apasionados nietecitos. 
 
 
DES/IGUALDADES
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
 
En cuanto el matrimonio igualitario fue aprobado por ley en el país, mi amigo el magnate maduro se casó con su nuevo novio, estibador del puerto. Joven y fornido el novio, razón por la cual los más graciosos del grupo opinaron que nuestro magnate debía de tener el sueño muy pesado para verse en la necesidad de dormir con un estibador. No les presté atención, en absoluto, no hay duda de que los encantos del novio son bastante menos alusivos y más contundentes. Además parece recatado, buen tipo, y eso me tranquiliza. Porque cuando mate a mi amigo lo hará de la manera más discreta e indolora posible. Porque de la muerte me temo que mi amigo no se salva: está muy bien que sea igualitario el matrimonio, el problema acá es el patrimonio.
 
 
EMPIRISMO
Ángel Olgoso
España (1961)
 
Cuando cierro los ojos, el mundo desaparece. Cuando los abro, el mundo corre a recomponerse casi instantáneamente. A veces, durante el período infinitesimal de esa transición -no es más que una fugaz percepción-, creo sorprenderlo ultimando su tarea, los contornos de las cosas difuminados, ciertos crujidos, algún chispazo a destiempo, un acomodarse de las distancias, la luz del día que aún no posee su sabor pleno, mis hijos demorándose apenas una milésima en desplegar sus formas habituales, el pelaje del gato parece desdibujado y sus bigotes no existen todavía, descuidos, hilachas de un tapiz evasivo, disgregador, hasta que todo irrumpe de nuevo y se reintegra velozmente al orden, hasta que todo recobra su textura, su volumen y su nombre y este mundo plegadizo vuelve, una vez más, a ser perpetuamente engendrado e inhumado.
 
 
ESPLENDOR Y DECADENCIA
Federico G. Rudolph
Argentina (1970)
 
La construcción de la ciudad tardó tanto como lo que duró la vida misma de la cultura que allí se albergaba -desde la llegada de los primitivos desde más allá de las montañas, hasta su total decadencia y extinción, concluida su época de máximo esplendor-, hoy sólo quedan ampulosas ruinas desparramadas por doquier. Otrora se alzaron potentes y excelsos en cada arte, conocimiento y labor, incluida la guerra, la caza, la pesca, la agricultura, la pintura y la literatura (entre muchos otros). Sin embargo, sus libros se escribían en la arena, sus pinturas en los árboles, sus descubrimientos no eran transmitidos de uno a otro, sus logros no fueron grabados en la piedra, sus batallas jamás fueron contadas, no enterraban a sus muertos. Por ello, el misterio de quienes eran, quienes fueron, quienes habrían sido, nunca nos será develado. Nunca, civilización alguna, quiso menos que ésta ser parte de la historia de los pueblos. Siquiera supiéramos su nombre, o su lenguaje, para poder dar testimonio de ella.
 
 
EL ZORRO Y EL TIGRE, UNA HISTORIA CORTA SOBRE LA ASTUCIA
Francisco Tario
México (1911-1977)
 
Había una vez un enorme tigre que cazaba en los bosques de China. El poderoso animal se topó y empezó a atacar a un pequeño zorro, el cual ante el peligro únicamente tuvo como opción recurrir a la astucia. Así, el zorro le increpó y le indicó que no sabía hacerle daño puesto que él era el rey de los animales por designio del emperador del cielo. Asimismo le indicó que si no le creía le acompañara: así vería como todos los animales huían atemorizados al verle llegar. El tigre así lo hizo, observando en efecto cómo a su paso los animales escapaban. Lo que no sabía era que esto no era debido a que estuvieran confirmando las palabras del zorro (algo que el tigre acabó por creer), sino que de hecho huían de la presencia del felino.
 
 
MIRANDO ENFERMEDADES
Ana María Shua
Argentina (1951)
 
En el Diccionario de Agronomía y Veterinaria había ilustraciones y muchas fotos. Una extraña tumoración nudosa deformaba la articulación de una rama. ¿Esto qué es? preguntaba yo, la niña. Es una enfermedad de los árboles me decía papá.
¿Esto qué es? preguntaba yo, señalando, en la foto, el sexo de un toro. Es una enfermedad de las vacas me decía papá. Era lindo mirar enfermedades con mi papá. Como sabía que me estaba mintiendo, observaba con asombro y regocijo los desmesurados genitales que crecían deformes en los árboles machos.
 
 
LA ÚLTIMA FLOR
James Thurber
Estados Unidos (1894-1961)
 
La duodécima guerra mundial, como todo el mundo sabe, trajo el hundimiento de la civilización. Pueblos, ciudades y capitales desaparecieron de la faz de la tierra. Hombres, mujeres y niños quedaron situados debajo de las especies más ínfimas. Libros, pinturas y música desaparecieron, y las personas sólo sabían sentarse, inactivos, en círculos.
Pasaron años y más años. Los chicos y las chicas crecieron mirándose estúpidamente extrañados: el amor había huido de la tierra. Un día, una chica que no había visto nunca una flor, se encontró con la última flor que nacía en este mundo. Y corrió a decir a las gentes que se moría la última flor. Sólo un chico le hizo caso, un chico al que encontró por casualidad. El chico y la chica se encargaron, los dos, de cuidar la flor. Y la flor comenzó a revivir. Un día una abeja vino a visitar a la flor. Después vino un colibrí. Pronto fueron dos flores; después cuatro… y después muchas, muchas. Los bosques y selvas reverdecieron. Y la chica comenzó a preocuparse de su figura y el chico descubrió que le gustaba acariciarla. El amor había vuelto al mundo.
Sus hijos fueron creciendo sanos y fuertes y aprendieron a reír y a correr. Poniendo piedra sobre piedra, el chico descubrió que podrían hacer un refugio. Muy deprisa toda la gente se puso a hacer casas. Pueblos, ciudades y capitales surgieron en la tierra. De nuevo los cantos volvieron a extenderse por todo el mundo. Se volvieron a ver trovadores y juglares, sastres y zapateros, pintores y poetas, soldados, lugartenientes y capitanes, generales, mariscales y libertadores. La gente escogía vivir aquí o allí. Pero entonces, los que vivían en los valles se lamentaban por no haber elegido las montañas. Y a los que habían escogido las montañas, les apenaba no vivir en los valles… Invocando a Dios, los libertadores enardecían ese descontento. Y enseguida el mundo estuvo nuevamente en guerra. Esta vez la destrucción fue tan completa que nada sobrevivió en el mundo. Sólo quedó un hombre… una mujer… y una flor.
 
 
HABÍA MARIPOSAS…
Bachi Salas
Argentina (1951)
 
La hembra tenía alas multicolores. El macho la olió a una distancia de cien árboles. En la cúspide de una flor el polen iniciaba su viaje de fecundación. La tierra estaba húmeda y el aire dulce, agrio, viscoso.
Las mariposas iniciaron su cortejo. Una subterránea fertilidad multiplicaba seres que todavía no habían sido nombrados. Berreaba un ciervo rojo. El celo de lobos y aves salvajes anticipaba ciclos y repeticiones.
Las mariposas comenzaron su vuelo nupcial. Lluvia tenue horadando verdes y ocres. Podredumbre de hojarascas estremeciendo raíces entrelazadas. Una mujer ingresó a la escena. Su humanidad no desconcertó a la naturaleza porque estaba tan desnuda como la tierra, tan desasosegada como los pájaros, los peces y los felinos.
El macho emprendió un vuelo con la hembra prendida a su abdomen, mientras seguían copulando. Una manzana madura pendía de un árbol. La mujer sintió el deseo de la fruta como un mandato genético. Después, buscó al único que podría completar su paraíso.
 
 
A ENREDAR LOS CUENTOS
Gianni Rodari
Italia (1920-1980)
 
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No, Roja!
- ¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”.
- ¡Que no, Roja!
- ¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata”.
- No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”.
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”.
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.
- ¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.
- Exacto. Y el caballo dijo…
- ¿Qué caballo? Era un lobo.
- Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.
- Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno, toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.
 
 
LA HIJA DEL GUARDAGUJAS
Vicente Huidobro
Chile (1893-1948)
 
La casita del guardagujas está junto a la línea férrea, al pie de una montaña tan empinada que sólo algunos árboles especiales pueden escalonar a gatas, aferrándose con sus raíces afiladas, agarrándose a los terrones hasta llegar a la cumbre. La casita de madera desvencijada a causa del estremecimiento constante y los fragores. La casita pequeña en un terraplén de veinte metros junto a tres líneas. Allí vive el guardagujas con su mujer, contemplando pasar los trenes cargados de fantasmas que van de ciudad en ciudad. Cientos de trenes, trenes del norte al sur y trenes del sur al norte. Todos los días, todos los meses, todo el año. Miles de trenes con millones de fantasmas, haciendo crujir los huecos de la montaña.
La mujer, como buena mujer, le ayuda a enhebrar los trenes por el justo camino. La responsabilidad de tantas vidas satisfechas les ha puesto un gesto trágico en el rostro. Apenas si pueden sonreír cuando se quedan como suspendidos mirando a su pequeña, una criatura de tres años, graciosa, delicada, con gestos de flor y de paloma. Pasan los trenes con el fragor de hierros y largos metales arrastrados de toda una ciudad que soltara sus amarras, de tantos fantasmas desencadenados y ebrios de libertad.
La hija del guardagujas juega entre los trenes de su montaña con una confianza aterradora. Ignora que los niños ricos de la ciudad se entretienen con unos trenes pequeñitos como ratones sobre rieles de lata. Ella posee los trenes más grandes del mundo… y ya empieza a mirarlos con desprecio. Es un encanto de niñita. Vive despreocupada, suelta como si no quisiera apegarse a nadie. Se diría que un tren la arrojó allí al pasar como por casualidad. En cambio sus padres viven pendientes de ella, la contemplan, mientras todavía es tiempo, la miman, la adoran. Ellos saben que un día la va a matar un tren.

12 de enero de 2023

Cien años pasaron desde 1923, el año en que Chaplin se puso serio

Nueve años -de 1914 a 1922- le bastaron al joven actor inglés Charles Chaplin (1889-1977) para triunfar en el naciente mundo del cine norteamericano. En ese lapso rodó setenta y dos films (cuyo metraje no llegó a superar, cada uno, los cuatro rollos) que lo catapultaron al pináculo de una fama innegable. Más allá de las fronteras de Hollywood, su figura inconfundible era reconocida en las capitales, ciudades y pueblos de todos los países que no escatimaban risas y aplausos para el hombrecito de la galera, el bastón y un estrafalario caminar.
Charlot -o Carlitos, según la región- integró, junto con los otros monstruos sagrados del cine mudo, Douglas Fairbanks (1883-1939), Mary Pickford (1892-1979) y David Wark Griffith (1875-1948), una entidad independiente: la United Artists. Para esta compañía, en 1923 decidió llevar adelante un proyecto que daba vueltas por su cabeza desde tiempo atrás. Según su costumbre, entre agosto y noviembre de 1922 preparó el argumento, dio los toques necesarios a la producción, tomando también a su cargo la dirección, pero se mantuvo fuera del foco lumínico, salvo en una fugaz escena de escasa duración en la que interpreta a un cartero del que no se ve el rostro. La película, para la que Chaplin descontaba una masiva aceptación del público de sus otros films, se tituló definitivamente, “A woman of Paris” (Una mujer de París), e incluía en los roles centrales a la “partenaire” favorita del gran bufo, Edna Purviance (1895-1958), junto al simpático villano Adolphe Menjou (1890-1963) y el galán Carl Miller (1893-1979).
En principio, Chaplin la tituló “The public opinión” (La opinión pública), con cierto sabor ácrata, pero los integrantes de la United Artists y los productores lo disuadieron, no fuera cosa que se ofendieran las buenas conciencias de los Estados Unidos, la nación ejemplo de todas las democracias (¿?), y se adoptó finalmente el título conocido. “Una mujer de París” alcanzó ocho rollos de extensión, exactamente el doble de “The pilgrim” (El peregrino), su film anterior, que había barrido con los cálculos de taquilla, la noche del 25 de febrero de 1923. Hombre obstinado, Chaplin mantuvo su opinión contra la de colegas y amigos que dudaban de esa nueva película dramática dirigida por él, pero con la notable ausencia de Carlitos, su otro yo, su alma.
El argumento de “Una mujer de París” narraba un melodrama de amor frustrado. Ante la incomprensión de sus respectivas familias, una pareja de jóvenes enamorados -habitantes de una pequeña aldea francesa- decide fugarse a París para casarse. La súbita enfermedad del padre del novio impide que él acuda a la estación de tren el día de la partida. Ella, que desconoce los motivos de su ausencia, parte a París sin su prometido. Un año después, se ha convertido en la amante de un hombre rico, un galán apuesto y con todos los recursos de los villanos del cine.


Eventualmente, el antiguo novio -que finalmente pudo viajar a París- se encuentra con ella en una fiesta, en donde le cuenta que su padre murió impidiéndole emprender el viaje y le confiesa la persistencia de su amor por ella. Sin embargo ella lo rechaza. Más tarde, al escuchar una conversación de su amante y la madre de éste, descubre que ella no es más que un pasatiempo ocasional, y, arrepentida regresa al campo. Allí se entera que su novio se ha suicidado. La desesperada heroína vivirá entonces con la madre de él, cuidando huérfanos para intentar pagar de alguna forma su culpa.
En sus 82 minutos de duración, la película de Chaplin denunciaba la hipocresía y los prejuicios morales de la época, algo intolerable para quienes, escandalizados, vieron derrumbarse los valores tradicionales en la supuesta inmoralidad del argumento. A pesar de aquella escena memorable en la estación del ferrocarril en la que las luces de los vagones proyectadas sobre el rostro de ella sustituyeron al auténtico tren (un efecto que desde entonces se convirtió en un uso común en el cine), para el director fue su película maldita.


La famosa escena fue filmada por el camarógrafo preferido de Chaplin, uno de los mayores maestros de fotografía cinematográfica, Rollie Totheroh (1890-1967), quien diría tiempo después que “para ahorrar los gastos de filmación de un tren francés recorté las aperturas y representé las ventanillas del tren en un marco que luego expuse debajo de un potente foco. La luz en el rostro de Marie parece el reflejo de las luces del tren que llega. Hice el efecto en tan solo ocho tomas”.
Dejando de lado sus viejos “gags”, sin persecuciones, ni tortas de crema a la cara, contra viento y marea, Chaplin, tras nueve meses de rodaje y un costo de u$s 800.000, la estrenó el 26 de septiembre de 1923 en el Lyric Theatre de Londres y cinco días más tarde en el Criterion Theatre de Hollywood. Mientras los espectadores hacían cola en el cine, se les repartieron unos panfletos firmados por el propio Chaplin en los que decía: “Mientras esperan, seguramente podré hacerles una confidencia. He pensado que la gente quería más realismo en el cine, con una historia que tenga un final lógico. Me gustaría saber su opinión, pues los que hacemos películas no la conocemos, solo intentamos adivinarla. Si fracaso en mi intento de divertirles, sólo será mi culpa. Sin embargo, me gustó hacerla y espero que les guste verla. Atentamente, Charles Chaplin”.
La película fue un considerable fracaso comercial y desató un aluvión tanto de elogios como de críticas, principalmente de estas últimas. Sólo unos pocos directores de cine, compañeros de profesión, entendieron lo que Chaplin quiso decir con “Una mujer de París”. El alemán Ernst Lubitsch (1892-1947) confesó sin ambages que la visión de esa película había “cambiado su vida como cineasta”. Y el destacado director francés René Clair (1898-1981), escribió en 1931: “Chaplin demostró con esta película que es un verdadero creador. Su mano se siente en todas partes, cada personaje está formado por él”.


Quince estados de Estados Unidos prohibieron la película por inmoral. A pesar de que Chaplin ambientó la película en París para que los moralistas norteamericanos no vieran que su película era un ataque directo hacia su puritana y mojigata sociedad, el plan no funcionó. Pero la historia del séptimo arte no olvidó el traspié del creador de tantos éxitos en la década precedente, como tampoco él pudo hacerlo. Para Chaplin significó una severa decepción económica. Edna Purviance no volvió a sus papeles previos y sólo actuó en roles de extra en dos films de Chaplin que nunca dejó de pagarle lo estipulado por sus primeros contratos hasta que falleció en 1958. Distinta fue la suerte de Adolphe Menjou, que se vio catapultado a sucesivos papeles de villano no sólo durante el período del cine mudo sino también del sonoro y finalmente, en algunas series para televisión.
Decepcionado y deprimido por el fracaso comercial de la película, Chaplin hizo quitarla de cartel y recién la reestrenaría en los cines en 1976, un año antes de su muerte. A pesar de todo, “Una mujer de París” fue la primera cinta muda en utilizar la ironía y la psicología. El propio Chaplin afirmaría en “My autobiography” (Mi autobiografía) publicada en 1964: “Algunos críticos afirman que la psicología no podía expresarse en la pantalla muda; que una acción clara como, por ejemplo, el héroe apretujando bellas damas contra troncos de árboles y aspirándoles hasta las amígdalas, o bien el tirarse sillas a la cabeza en las escenas de riñas, eran sus únicos medios de expresión. ‘Una mujer de París’ fue, por lo tanto, un reto”.

8 de enero de 2023

Cuentos selectos (XXVII). Ambrose Bierce: "Una noche de verano"

El escritor, periodista y editor estadounidense Ambrose Bierce (1842-1914) fue uno de los cuentistas más destacados del siglo XIX. En sus inicios como periodista publicó artículos en diversos medios tanto de Estados Unidos como de Inglaterra, entre ellos “The Argonaut”, “Fun”, “The London Figaro”, “Town Crier Newspaper”, “San Francisco Examiner”, “News Letters” y “The Overland Monthly”. Con su envenenada pluma atacó y satirizó a muchos de sus coetáneos, ya fuesen políticos, abogados, predicadores, racistas, capitalistas o anarquistas involucrados en el fraude económico y la corrupción política. Gran amigo de su admirado Mark Twain (1835-1910) y heredero literario de Nathaniel Hawthorne (1804-1864), Edgar Allan Poe (1809-1849) y Herman Melville (1819-1891)
​, fue admirado y apreciado por el realismo de su obra, el cinismo y el humor negro que la caracterizó y sus tramas colmadas de una visión satírica y mórbida de la vida. También se le recuerda por sus incursiones en el género de terror, influyendo en autores de la talla de H.P. Lovecraft (1890-1937). Cuando estalló la Guerra de Secesión (guerra civil estadounidense) se alistó en el 9º Regimiento de Voluntarios de Infantería de Indiana y formó parte del ejército de la Unión, el bando formado por los federalistas Estados del norte. Participó en varias batallas y en una de ellas fue herido de gravedad. Su vasta obra literaria comprende, entre otros títulos, “The haunted valley” (El valle embrujado), “The fiend's delight (Las delicias del diablo), “Cobwebs from an empty skull” (Telarañas de una calavera vacía), “The dance of death” (La danza de la muerte), “An occurrence at Owl Creek bridge” (El incidente del Puente del Búho), “Tales of soldiers and civilians” (Cuentos de soldados y civiles), “The monk and the hangman's daughter” (El monje y la hija del verdugo), “Fantastic fables” (Fábulas fantásticas), “The devil's dictionary” (El diccionario del diablo), “A son of the gods” (Un hijo de los dioses) y “A horseman in the sky” (Un jinete en el cielo). 


Hacia fines de 1913, interesado por la Revolución Mexicana, viajó a México y allí se unió al ejército de Pancho Villa (1878-1923) como observador. En su última carta conocida, escrita a una de sus familiares en Washington, dijo que iba a trasladarse a Ojinaga, ciudad donde unos días después se libró una sangrienta batalla. “Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!”. Se cree que murió en el Sitio de Ojinaga en enero de 1914. El cuerpo de Bierce, quien había definido a la religión como “hija de lo desconocido” y al cerebro como un “órgano con el que pensamos que pensamos”, nunca fue hallado. Poco después, se publicaron en Estados Unidos sus obras completas en doce volúmenes. Debido a su vehemencia como crítico y su visión sardónica de la naturaleza humana que mostró en sus escritos se lo apodó “Bitter Bierce” (El amargo Bierce). 


El cuento “One summer night” (Una noche de verano) fue publicado originalmente en la revista “Cosmopolitan” y en 1893 formaría parte de “Can such things be?” (¿Pueden suceder tales cosas?), una compilación de cuentos fantásticos y de terror publicada en Nueva York por la editorial británica Cassell & Co.

UNA NOCHE DE VERANO

El hecho de estar enterrado no parecía probarle a Henry Armstrong que había muerto: siempre había sido hombre difícil de convencer. El testimonio de sus sentidos le obligaba a admitir que estaba enterrado. Su posición -tendido sobre la espalda, con las manos cruzadas sobre el estómago y sujetas con algo que él quebró fácilmente, lo cual en poco remedió su situación-, el estricto confinamiento en que yacía, la negra penumbra y el profundo silencio, configuraban un cuerpo de evidencias irrefutables que él aceptó sin dilación. Pero muerto… no; sólo estaba enfermo, muy enfermo. Lo sofocaba, por otra parte, la apatía típica de los inválidos, y poco le preocupaba el destino nada común que le había sido otorgado. Él no era un filósofo: apenas una persona vulgar y sencilla investida, en tal circunstancia, de una indiferencia patológica: el órgano que, según lo que se temía, lo había dejado postrado. De modo que, sin inquietarse en exceso por su futuro inmediato, se durmió y la paz descendió sobre Henry Armstrong.
Pero algo ocurría allá arriba. Era una oscura noche de verano, herida por infrecuentes relámpagos que inflamaban alguna nube que flotaba a baja altura hacia el oeste, cargada de tormenta. Tales resplandores, trémulos y fugaces, concedían una siniestra claridad a las lápidas y monumentos del cementerio, y parecían hacerlos bailar. No era noche apropiada para que eventuales testigos se pasearan por el cementerio, de modo que los tres hombres que estaban allí dedicándose a cavar en la tumba de Henry Armstrong se sentían razonablemente seguros.
Dos de ellos eran jóvenes estudiantes de un Colegio de Medicina que estaba a pocas millas de distancia; el tercero era un negro gigantesco, conocido como Jess. Durante muchos años, Jess había sido empleado del cementerio a cargo de múltiples tareas y se complacía muy especialmente diciendo que conocía a todas las almas allí enterradas. De la naturaleza del acto que ahora realizaba cabe inferir que a esas horas nadie acudiría a visitar el cementerio, por lo que difícilmente podría haber testigos. Detrás del muro del cementerio, en la parte del terreno que más lejos estaba de la carretera pública, esperaban un caballo y un furgón liviano.
El trabajo de excavación no presentó dificultades: la tierra con que la tumba había sido cubierta pocas horas antes ofreció escasa resistencia y no tardaron en removerla. Extraer el ataúd no resultó tan fácil pero lo lograron. Era una especialidad de Jess, quien empleando todas sus fuerzas quitó la tapa cuidadosamente, la depositó a un lado y expuso el cuerpo con sus pantalones negros y su camisa blanca. En ese instante se inflamó el aire, se dejó sentir un gran trueno que estremeció la tierra y Henry Armstrong, con toda tranquilidad, se sentó. Los hombres huyeron despavoridos, entre gritos inarticulados, cada cual en una dirección diversa. A dos de ellos, nada del mundo los hubiese persuadido a volver sobre sus pasos. Pero Jess estaba hecho de otra pasta.
A la mañana siguiente, a hora temprana, ambos estudiantes -aún pálidos y ojerosos a causa de la ansiedad, aún estremecido el pulso tumultuoso de su sangre a causa del terror que tal aventura les provocara- se encontraron en el Colegio de Medicina.
- ¿Lo viste? -exclamó uno.
- ¡Sí, Dios mío! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Se encaminaron a la parte trasera del edificio, donde vieron un caballo con un furgón liviano, sujeto a un poste próximo a la puerta de la sala de disecciones. Mecánicamente entraron a la sala. Sobre un banco, en medio de la oscuridad, estaba sentado el negro Jess. Éste se incorporó, sonriente, todo dientes y ojos.
- Estoy esperando mi paga -declaró.
Un poco más allá, desnudo sobre una mesa yacía el cuerpo de Henry Armstrong, y en su cabeza se confundían el barro y la sangre a causa de los golpes recibidos con una pala.

2 de enero de 2023

22º Campeonato Mundial de Fútbol. Qatar 2022

RESULTADOS

GRUPO A
Qatar  0 - Ecuador 2
Senegal 0 - Países Bajos 2
Qatar  1 - Senegal 3
Países Bajos 1 - Ecuador 1
Ecuador 1 - Senegal 2
Países Bajos 2 - Qatar 0   
 
GRUPO B
Inglaterra 6 - Irán 2
Estados Unidos 1- Gales 1
Gales 0 - Irán 2
Inglaterra 0 - Estados Unidos 0
Gales 0 - Inglaterra 3
Irán 0 - Estados Unidos 1
 
GRUPO C
Argentina 1 - Arabia Saudita 2
México 0 - Polonia 0
Polonia 2 - Arabia Saudita 0
Argentina 2 - México 0
Polonia 0 -Argentina 2
Arabia Saudita 1 - México 2
 
GRUPO D
Dinamarca 0 - Túnez 0
Francia 4 - Australia 1
Túnez 0 - Australia 1
Francia 2 - Dinamarca 1
Australia 1 - Dinamarca 0
Túnez 1 - Francia 0
 
GRUPO E
Alemania 1 - Japón 2
España 7 - Costa Rica 0
Japón 0 - Costa Rica 1
España 1 - Alemania 1
Japón 2 - España 1
Costa Rica 2 - Alemania 4
 
GRUPO F
Marruecos 0 - Croacia 0
Bélgica 1 - Canadá 0
Bélgica 0 - Marruecos 2
Croacia 4 - Canadá 1
Croacia 0 - Bélgica 0
Canadá 1 -Marruecos 2
 
GRUPO G
Suiza 1 - Camerún 0
Brasil 2 - Serbia 0
Camerún 3 - Serbia 3
Brasil 1 - Suiza 0
Camerún 1 -Brasil 0
Serbia 2 - Suiza 3
 
GRUPO H
Uruguay 0 - República de Corea 0
Ghana 2 - Portugal 3
República de Corea 2 - Ghana 3
Portugal 2 - Uruguay 0
República de Corea 2 - Portugal 1
Ghana 0 -Uruguay 2
 
OCTAVOS DE FINAL                
Países Bajos 3 - Estados Unidos 1
Argentina 2 - Australia 1
Francia 3 - Polonia 1
Inglaterra 3 - Senegal 0
Japón 1 (1) - Croacia 1 (3)
Brasil 4 - República de Corea 1
Marruecos 0 (3) - España 0 (0)
Portugal 6 - Suiza 1
 
CUARTOS DE FINAL                
Croacia 1 (4) - Brasil 1 (2)
Países Bajos 2 (3) - Argentina 2 (4)
Inglaterra 1 - Francia 2
Marruecos 1 - Portugal 0
 
SEMIFINALES                
Argentina 3 - Croacia 0
Francia 2 - Marruecos 0
 
TERCER PUESTO
Croacia 2 - Marruecos 1
 
FINAL
Argentina 3 (4) - Francia 3 (2)


CAMPEON Argentina
SELECCIONADOS PARTICIPANTES 32
FECHA DE REALIZACION 20 de noviembre / 18 de diciembre
ESTADIOS UTILIZADOS 8
PARTIDOS JUGADOS 64
GOLES CONVERTIDOS 172
GOLES EN CONTRA 2
GOLES DE PENAL 17
GOLES DE TIRO LIBRE 2
PROMEDIO DE GOL POR PARTIDO 2.69
DESEMPATE POR PENALES 5
GOLEADOR Kylian Mbappé (Francia) 8
MAXIMA GOLEADA España 7 - Costa Rica 0
PARTIDO CON MAS GOLES Inglaterra 6 - Irán 2
JUGADORES EXPULSADOS 4
CANTIDAD DE EXPECTADORES 3.404.252