12 de noviembre de 2024

La desgarradora situación actual de la Argentina (2/2)

En medio de la disminución sin signos de repunte del crecimiento del Producto Bruto Interno mundial, según el informe publicado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) a principios del corriente año, para la cual la economía mundial está “volando a velocidad de estancamiento” y los bancos centrales “dan prioridad a la estabilidad monetaria a corto plazo frente a la sostenibilidad financiera a largo plazo” -lo que implica una “continua desatención al aumento de la desigualdad”-, el presidente argentino con la ignominiosa complicidad de muchos senadores y diputados de la “oposición” más la sempiterna inoperancia de los jueces de la Corte Suprema de Justicia, prioriza el achicamiento del Estado y favorece la expoliación de los recursos naturales, la logística del transporte y la actividad industrial por parte de las grandes corporaciones multinacionales. Cerca de una veintena de ellas duplicaron su rentabilidad en un año mientras quebraron más de diez mil pequeñas y medianas industrias y se perdieron más de doscientos mil puestos de trabajo registrados en unidades productivas.
Hace poco más de tres siglos y medio atrás se publicaba póstumamente “Pensées” (Pensamientos), una recopilación de las numerosas notas que el filósofo y matemático francés Blaise Pascal (1623-1662) había escrito a durante su corta vida. Entre ellas podían leerse reflexiones como “no es necesario que el pueblo perciba la verdad de la usurpación. Introducida en otro tiempo sin razón, se ha vuelto razonable y conviene mostrarla como auténtica, eterna, y ocultar su comienzo si no se quiere que llegue rápidamente a su fin”. Y sobre los seres humanos pensaba que el egoísmo, el orgullo, la vanidad, la aversión a la verdad, la cobardía, el miedo eran muchas de sus condiciones. Tantos años después, estos adjetivos podrían aplicarse taxativamente a buena parte de la población argentina cuyas preferencias electorales oscilan entre el nacionalismo, el populismo o el liberalismo -todos, en mayor o menor medida, cleptócratas- mientras busca la manera de sobrevivir del modo que sea, cueste lo que cueste. Esto nos remite al personaje central de la novela “El farmer” del escritor argentino Andrés Rivera (1928-2016): “Demoré una vida en reconocer la más simple y pura de las verdades patrióticas: quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos”.
Mientras un discurso plagado de insultos, embustes e hipocresías busca ocultar que la Argentina tiene una de las inflaciones más altas del mundo, que más de la mitad de sus habitantes son pobres, que cada día un millón de niños y niñas se van a dormir sin cenar, que esa cifra se eleva a un millón y medio si se incluyen a aquellos que se saltean alguna de las comidas durante el día, que el empleo informal asciende al 50% y que el país está más que nunca esclavizado financiera y económicamente por una monstruosa deuda externa, el fenómeno de la corrupción es cada día más desmesurado, una aberración que además de enriquecer a los burócratas en lo individual tiene un efecto social profundamente perverso. Pero esto no parece ser tenido en cuenta por los argentinos, quienes lo toman como algo “natural” ya existen antecedentes desde la época de la colonización española y no son pocos los mandatarios que fueron denunciados en su momento por actos de corrupción.
Tenía razón el dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616) cuando allá por 1611 ponía en boca de Ariel, uno de los personajes de su tragicomedia “The tempest” (La tempestad): “El Infierno no existe. Todos los demonios están aquí”. Si el autor de obras inmortales como “Romeo and Juliet” (Romeo y Julieta), “The merchant of Venice” (El mercader de Venecia) o “A midsummer night's dream” (El sueño de una noche de verano) viviese hoy en Argentina, ante las frecuentes preguntas que suelen hacerse muchos analistas políticos, periodistas e incluso mucha gente común y corriente en cuanto a si el mandatario actual es un genio o un demente, un ecuánime o un mitómano, un reflexivo o un desenfrenado, un mesías o un diablo, seguramente elegiría como respuesta las segundas opciones de cada pregunta. Cuando el presidente, un vulgar predicador mesiánico, promete volver a convertir a la Argentina en una potencia mundial con sus medidas, vale la pena recordar al filósofo alemán Georg Lichtemberg (1742-1799), quien en una de sus sentencias que fueron publicadas mucho tiempo después de su fallecimiento bajo el título “Aphorismen” (Aforismos), manifestó: “Daría cualquier cosa por saber verdaderamente en provecho de quién se han realizado los actos que se proclama haber hecho por la patria”.


Es evidente que existía un hartazgo creciente con la política en una gran cantidad de argentinos que, sumidos en una sensación de fracaso colectivo, optaron por ensayar un salto al vacío en las últimas elecciones. Ante la continuidad de los privilegios de las elites gobernantes, algo que generó cada vez más irritación, buena parte de la sociedad votó por un personaje autoritario que, acompañado por funcionarios con funestos antecedentes, ni bien tomó el poder llevó adelante un recorte de los servicios públicos, una reducción de los subsidios a la energía y el transporte, la minimización de los planes sociales, la suspensión de las obras públicas, la cancelación del envío de alimentos a los comedores y merenderos comunitarios, un recorte a las políticas de género y derechos humanos, el desfinanciamiento y cierre de instituciones culturales, una política de manos libres para las fuerzas de seguridad, etc. etc. Y mientras prometía en sus discursos “sacar a patadas en el culo” a la “casta política”, a esos “ladrones que nos están arruinando la vida”, contrató a decenas de tuiteros y familiares de funcionarios, muchos de ellos sin experiencia ni estudios que respaldasen sus contrataciones, y a algunos miembros asociados al portal “La Derecha Diario”, a los que el Estado les paga suculentos salarios.
Y a todo esto, ¿qué hacen los partidos políticos de izquierda? ¿Están promoviendo una lucha vanguardista contra el sistema? No, de ninguna manera, ahí están, integrado al corrupto sistema político jugando con soltura el juego parlamentario. ¿Y los sindicatos?, ahí están también, siempre en manos de burócratas que, ocultándose tras discursos altisonantes, solapadamente promueven una política conciliatoria con el régimen con el fin de proteger sus privilegios. ¿No están ni los unos ni los otros buscando conformar una fuerza social con capacidad de establecer los gérmenes de un nuevo poder político en la sociedad, un poder alternativo al poder prevaleciente? Pues no, es más que evidente que las fuerzas de la izquierda tradicional y los sindicatos son claramente incapaces de organizar una oposición sólida contra el poder de las elites dominantes.
Habría que preguntarles a todos estos dirigentes si es muy utópico pretender una sociedad más justa en la que el diálogo y no el soliloquio actúe como fuente de comprensión, en la que los ciudadanos encuentren la felicidad en la humildad y la modestia, en la que se deje de despreciar los pobres o a quienes tienen otro color de piel, en la que se abandone la idea de la meritocracia como fundamento para la distribución de bienes y beneficios basada en el talento y el esfuerzo individual, en la que las personas dejen de estar regidas por el condicionamiento psicológico que imponen las redes sociales, en la que la solidaridad, la equidad y la justicia sustenten las relaciones sociales, tanto en el ámbito privado como en el público, en fin… ¿O todo esto no es más que una quimera dentro de lo efímero y fugaz de la vida? El escritor e historiador argentino Osvaldo Bayer (1927-2018) escribió en 1997 “Nuestra responsabilidad ante la utopía”, uno de los artículos que forman parte de “En camino al paraíso”. En él afirmó: “Así de sencillo es la utopía: sentarnos a discutir todo aquello que se nos impuso en nombre de la autoridad y la propiedad, que nos ha llevado a guerras, torturas, regímenes de esclavitud y a la absoluta obscenidad de las fortunas multimillonarias y su correlato de millones de hambrientos que mueren todos los años. Terminar con aquello pérfido de que ‘la política es el arte de lo posible’, sino que el único futuro está en la lucha por lo que se cree imposible. Eso es la utopía. Si logramos dar diez pasos de aproximación a ella, ya justificaremos nuestro viaje por la vida”.
Pero, dejando de lado estas divagaciones y volviendo a la realidad, resulta más que evidente que la política predominante en la Argentina está actuando a favor del sector financiero y vulnera la esfera productiva y la generación de empleo. Los resultados están a la vista de todos: se desplomó la venta y el consumo de alimentos y medicamentos, aumentó enormemente la cantidad de personas que viven a la intemperie en situación de calle, los contenedores con desperdicios de hortalizas y frutas del Mercado Central se convirtieron en una fuente de comida para muchas familias, se incrementó considerablemente el número de robos y hurtos, se intensificó de manera palpable a simple vista el mal humor social, se agravó el panorama para las economías regionales, se produjo una destrucción impactante del sector de la construcción, los salarios registrados cayeron en términos reales, la recesión es mucho más abrupta de lo que esperaba el dichoso mercado, la principal fuerza de la oposición sigue a la deriva sin aparecer, en fin, la crisis es profunda. Más si se tiene en cuenta que el presidente, según sus propias palabras, está librando una “batalla cultural” con el fin de presentar su visión de la política y la economía como algo natural, inevitable y beneficiosa para todos.


Y hablando de la lucha por la prevalencia de ciertos valores y normas en una sociedad, la llamada “batalla cultural”, no fue casual que el funesto jerarca que pretende desmantelar el Estado aceptase gustoso la invitación que le hiciera el líder del partido político español de ultraderecha Vox, Santiago Abascal (1976), a concurrir al acto “Europa Viva 24” que se realizó en el Palacio de Vistalegre de Madrid en mayo de este año con el propósito de lanzar la campaña a las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarían el mes siguiente. Ante la asistencia, tanto presencial como digital, de dirigentes de la ultraderecha europea e internacional como el primer ministro de Hungría Viktor Orbán (1963), el presidente de la American Conservative Union de Estadios Unidos Matt Schlapp (1967), la líder del partido francés Rassemblement National Marine Le Pen (1968), la dirigente del partido italiano Fratelli d'Italia Giorgia Meloni (1977) y el presidente de Chega!, el partido político portugués de extrema derecha, André Ventura (1983), entre otros, muy suelto de cuerpo el adalid libertario expresó: “En algún momento de la primera mitad del siglo XIX, la dirigencia política se enamoró del Estado, abandonó las ideas de la libertad y las reemplazó por la doctrina de la justicia social, que atenta directamente contra la libertad y la propiedad del individuo. Ahí comenzó el siglo de humillación argentina, cien años de decadencia en los que se rompieron, una y otra vez, todas las reglas básicas de la economía para sostener el afán de los políticos de gastar lo que no tenemos. Bajo el delirante pretexto de donde hay una necesidad nace un derecho, Argentina vivió permanentemente con déficit fiscal, con permanente crecimiento del gasto público”.
Y con total desvergüenza y oscurantismo concluyó su exposición: “Mientras el socialismo destruía la Argentina, el capitalismo del libre mercado, literalmente, salvaba al mundo. ¿Qué quiere decir esto? Que cuanto más avanzó el capitalismo, la riqueza se incrementó cada vez a mayor velocidad. Parece que no entienden que la justicia social siempre es injusta, porque implica un robo, porque implica un trato desigual frente a la ley. En todo caso, ahora que soy presidente, mi responsabilidad por librar la batalla cultural es, aún, mucho mayor, porque lo que hago y digo tiene un efecto más grande. Y dar la batalla cultural no es sólo moralmente correcto, sino que, además, es necesario para el éxito de cualquier programa de gobierno liberal o libertario, para que las políticas que implementen sean duraderas y para que en el futuro sean los propios ciudadanos lo que defiendan su libertad y no se dejen pisotear nuevamente por los socialistas”.
Más allá de que la Argentina a lo largo de sus más de doscientos años de historia nunca fue conducida por un gobierno socialista (los “zurdos de mierda”, como los califica el presidente libertario), semejantes conceptos se relacionan con el sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), quien afirmaba en sus “Quaderni del carcere” (Cuadernos de la cárcel) que la hegemonía cultural no debía percibirse como inevitable sino como una construcción artificial e instrumento de dominación de clase; o con el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002), quien en “La reproduction. Éléments pour une théorie du système d’enseignement” (La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza) llamó “violencia simbólica” al método utilizado por la clase dominante para que la dominación social fuese aceptada como válida y universal. Y claramente, ni Gramsci ni Bourdieu eran liberales o anarcocapitalistas, ni tampoco proponían conseguir esa preponderancia con violencia, tal como hace el presidente mandando a reprimir manifestaciones pacíficas con palazos, gas pimienta y balas de goma.
Ante estas circunstancias vale la pena recordar al escritor y filósofo francés Albert Camus (1913-1960) quien en su ensayo “Le mythe de Sisyphe” (El mito de Sísifo) hablaba sobre el carácter absurdo de la existencia en el mar de incongruencias en el que habitaban las personas, y consideraba que no había castigo más terrible que vivir en un mundo inútil y sin esperanza; o al psicólogo austríaco Sigmund Freud (1856-1939) cuando en su ensayo “Totem und tabu. Einige überinstimmungen im seelenleben der wilden und der neurotiker” (Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos) hablaba sobre la fragilidad humana para admitir la realidad, algo que en muchos argentinos parece ser una condición innata. Por algo hace casi un siglo atrás el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) en su novela “Los lanzallamas” enfatizaba: “En realidad, uno no sabe que pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches. Es evidente que en ambos casos ya es hora de cambiar: que los honestos reaccionen para que los corruptos dejen de gobernar”.

11 de noviembre de 2024

La desgarradora situación actual de la Argentina (1/2)

Allá por el último cuarto del siglo XVIII surgía en Alemania un movimiento literario llamado “Sturm und drang” (Tormenta e impulso) -nombre tomado de un drama escrito en 1776 por el escritor alemán Friedrich Maximilian Klinger (1752-1831)- que se oponía al Neoclasicismo francés y se constituyó en el precursor del Romanticismo. El principal miembro de ese movimiento fue Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), un dramaturgo, novelista y poeta alemán que se destacó principalmente por su novela “Die leiden des jungen Werther” (Las penas del joven Werther), su poema “Die braut von Korinth” (La novia de Corinto) y sobre todo por su drama “Faust” (Fausto). En él, su personaje principal afirmaba que el pueblo nunca percibía al Diablo aunque éste lo tuviese tomado por el cuello.
Valga esta sucinta introducción para conceptuar lo que ocurre con buena parte del pueblo argentino en la actualidad, cuando siendo gobernado por un presidente psicológicamente desequilibrado y sociópata que proclama ser anarcocapitalista -esto es una corriente del liberalismo que plantea el ideal de llegar a una sociedad capitalista sin Estado-, no hace más que sobrellevar como le sea posible su espantosa situación socio-económica. Inauditamente todavía hay quienes, a pesar de estar siendo “ahorcados” por un mandatario diabólico, creen que hay que tener paciencia, que ser tolerantes, que un cambio categórico era necesario, etc. etc. Por supuesto los representantes de las grandes corporaciones económico-financieras no dicen una sola palabra; al contrario, desde su privilegiada posición hacen grandiosos negocios y ven como sus patrimonios se engrosan cada día un poco más.
Con falacias, tergiversaciones, agravios, improperios, incoherencias y contradicciones, el funesto presidente libertario lleva adelante su campaña para eliminar al Estado de sus responsabilidades en cuanto a promover el bienestar, la prosperidad y la seguridad de los ciudadanos, y a garantizar el derecho a la salud, la educación y el trabajo. Para él, basándose en los conceptos vertidos por el fundador y principal teórico del anarcocapitalismo, el economista estadounidense Murray Rothbard (1926-1995) en su ensayo “The ethics of liberty” (La ética de la libertad), la provisión de esos servicios básicos deben ser proporcionados por empresas privadas ya que el Estado no es más que una organización sistemática de latrocinio.
También suele mencionar, en sus engorrosas conferencias dadas en términos poco entendibles para el común de la gente, a los economistas Carl Menger (1840-1921), Friedrich von Wieser (1851-1926), Ludwig von Mises (1881-1973) o Friedrich von Hayek (1899-1992), integrantes todos ellos de la llamada Escuela Austríaca, una corriente de pensamiento económico heterodoxo basada en las presuntas bondades del individualismo metodológico y del libre mercado. Según esta escuela, todos los individuos escogen libremente las alternativas que le proporcionan un mayor beneficio y la desregulación estatal de los mercados garantiza la creatividad, la innovación y los emprendimientos. Claro, en sus peroratas nada dice sobre la tajante influencia ejercida por los medios de comunicación -especialmente por las modernas redes sociales- sobre las opiniones y determinaciones de los individuos, ni tampoco sobre la falacia de que el libre comercio beneficia al conjunto de la sociedad ya que mejora la calidad de los bienes y servicios cuando en realidad lo que hace es concentrar la riqueza en pocas manos y acrecentar la desigualdad social.
No son pocas las evidencias que demuestran que el responsable del desarrollo industrial y económico de una nación es el Estado. Su fomento y protección de la industria nacional como política de Estado han sido los motores del desarrollo económico de países como Estados Unidos, China, Alemania, Japón y Francia, por citar sólo algunos ejemplos. Empíricamente se ha constatado que con el embuste del libre comercio siempre se benefician las grandes corporaciones tanto importadoras como exportadoras de materias primas y mercancías, y por supuesto la banca usurera cuyos mayores ejemplos son, a nivel global, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En la práctica, el libre mercado no garantiza el orden moral y equitativo de los recursos en una sociedad. Y en ello mucho tiene que ver la corrupción política, algo que en la Argentina es más que evidente dado que muchos de los dueños de los medios de producción y de las entidades financieras ocupan cargos públicos.
Hoy en día, de la mano del gobierno autoproclamado ultralibertario, parecen tener una gran vigencia aquellos conceptos que el clérigo anglicano y economista británico Thomas Malthus (1766-1834) desarrolló en “An essay on the principle of population” (Ensayo sobre el principio de la población), donde expresó que un hombre que nacía en un mundo ya ocupado, si sus padres no podían alimentarlo y si la sociedad no necesitaba su trabajo, no tenía ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento y estaba demás en el mundo. O sea, ese hombre era innecesario, sobraba. Si bien la población sobrante y la exclusión es un fenómeno global, esta suerte de malthusianismo práctico parece ocurrir en la Argentina con los jubilados y pensionados, con los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas, con los docentes y estudiantes de las universidades públicas, con los periodistas que critican la gestión del gobierno, con los profesionales de la salud pública, con las empleadas domésticas, con los pobres e indigentes…


En referencia a la educación pública el presidente ha manifestado con desvergüenza que le ha hecho muchísimo daño a la gente lavándole el cerebro al abordar “autores verdaderamente nefastos para la historia de la humanidad y en especial para Argentina”. Para él, el Estado no debe invertir en la formación trabajadores o profesionales ya que no se sabe si encontrarán puestos laborales para ejercer su carrera, por lo que esa inversión debe ser asumida por particulares. Evidentemente el piloso mandamás no leyó al filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), quien en su obra “Überlegungen zur bildung” (Reflexiones sobre la educación) aseveró que la educación era el instrumento para que las personas pudieran perfeccionar su naturaleza llevándola a su máximo desarrollo posible. Y el papel de las instituciones educativas era sacar a la luz las potencialidades que cada una tenía en su interior; no era solamente instruirla sino también moralizarla. O sea, para Kant la educación no solamente tenía como función la producción de cultura sino también la mejora de la humanidad. Tampoco habrá leído a Émile Durkheim (1858-1917), quien en “Éducation et sociologie” (Educación y sociología) sostuvo que la educación debía ser entendida como un proceso social que se desarrollaba en el tiempo y que estaba sujeto a cambios y transformaciones. No era un hecho aislado, sino que estaba en constante interacción con otros elementos de la sociedad como la economía, la política y la cultura. Por lo tanto, la educación no solo reflejaba la sociedad, sino que también contribuía a su formación y desarrollo.
Para el sociólogo, pedagogo y filósofo francés, la educación jugaba un papel fundamental en la construcción de la sociedad y en la formación de los individuos. La educación era un instrumento de socialización que permitía la transmisión de la cultura y de los valores de una generación a otra, a la vez que era un elemento clave para la cohesión social y para el mantenimiento del orden social. Para lograrlo, el Estado jugaba un importante rol como supervisor de la educación tanto de gestión pública como de gestión privada (esta última bajo la vigilancia neutral del Estado) ya que, dado que la educación tenía una función esencialmente social, el Estado no debía desinteresarse de ella. Esto no implicaba que el Estado monopolizase la enseñanza, ya que la iniciativa privada también podía aportar conocimientos; pero el hecho de que el Estado dejara abierta las puertas a la educación privada no significaba que ésta escapara a su control. Esa intervención del Estado en materia educativa no implicaba que las instituciones educativas se pusieran al servicio de un partido político ni de una ideología política determinada, pero era indispensable que la educación asegurase a los ciudadanos el respeto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los sentimientos democráticos. Y para que se pudiesen alcanzar esos objetivos era menester que la educación no quedase “a merced de la arbitrariedad de los particulares” si se quería conseguir una sociedad más igualitaria.
En cuanto a los ataques a los reporteros de los medios de prensa, muy en lo cierto estuvo el periodista argentino Jorge Fontevecchia (1955) cuando hace poco, siendo víctima de la hostilidad presidencial, se preguntó en su programa radial: “¿Por qué la derecha conservadora ha necesitado siempre atacar a la producción de conocimiento, a los intelectuales y hasta ha quemado libros? ¿Por qué los golpes militares en nuestro país siempre fueron contra las universidades, docentes y estudiantes?”. Y agregó: “La hegemonía de la extrema derecha en el poder no puede convivir con otros conocimientos que pongan en cuestión las afirmaciones de los gobernantes de esta ideología. Los ataques a científicos, estudiantes, docentes y periodistas exponen la característica recurrente de la agresión en este tipo de gestiones. El periodismo también es una fuente de conocimiento crítico y hoy puede cumplir una función fundamental en la promoción del debate y la defensa de la libertad de pensamiento y libre cruce de ideas. Tal vez sea esa la razón de porque el presidente ataca al periodismo tanto como a la universidad pública”.
Mientras tanto, el presidente argentino afirmaba con desparpajo en la última asamblea del Foro Económico Mundial -también llamado Foro de Davos- que “gracias al capitalismo de libre empresa, hoy el mundo se encuentra en su mejor momento. El mundo de hoy es más libre, más rico, más pacífico y más próspero que en ningún otro momento de nuestra historia. Esto es cierto para todo, pero mucho más para aquellos países libres donde respetan la libertad económica y los derechos de propiedad de los individuos”. Casi en simultáneo, la propia exdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional y actual presidenta del Banco Central Europeo Christine Lagarde (1956) advertía que el panorama económico “se está oscureciendo” y que las perspectivas de crecimiento económico “se orientan a la baja”. Y se preguntó: “¿Cómo podemos recuperar y mantener la confianza? Ante todo, asegurándonos de que el crecimiento sea más inclusivo y que las reglas del juego sean las mismas para todos, favoreciendo a la mayoría, y no solo a unos pocos; premiando una participación amplia frente al clientelismo limitado. Cuando logremos un capitalismo más inclusivo, lograremos un capitalismo más eficaz, y posiblemente más sostenible”. Si la señora Lagarde lo dice…


Sabido es que la fecundidad en los países más desarrollados no ha dejado de descender desde los años ’70 del siglo pasado. No por nada la ensayista francesa Viviane Forrester (1925-2013), versada analista del desempleo, la marginación, las desigualdades sociales y culturales en el sistema capitalista actual, afirmaba en 1996 en su ensayo “L'horreur économique” (El horror económico): “Vivimos en medio de una falacia descomunal, un mundo desaparecido que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales. Un mundo en el que nuestros conceptos del trabajo y por ende del desempleo carecen de contenido y en el cual millones de vidas son destruidas y sus destinos aniquilados. Se sigue manteniendo la idea de una sociedad caduca, a fin de que pase inadvertida una nueva forma de civilización en la que sólo un sector ínfimo, unos pocos, tendrá alguna función. Se dice que la extinción del trabajo es apenas coyuntural, cuando en realidad, por primera vez en la historia, el conjunto de los seres humanos es cada vez menos necesario”.
Por su parte, el historiador y doctor en Ciencias Políticas belga Éric Toussaint (1954), como portavoz de la red internacional del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas (CADTM), la cual contribuyó a fundar, aseguró hace poco más de un año que todos los indicadores de la economía global estaban “en rojo”, y se fundamentó en las siguientes señales: desaceleración económica muy fuerte sin que esto reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero y otros daños al medio ambiente; efectos dramáticos de la crisis ecológica y en particular en su dimensión climática; aumento muy fuerte de la deuda pública y privada; alta inflación y pérdida de poder de compra de las clases populares; trabajo precario en ascenso y caída del índice de desarrollo humano en numerosos países; explosión de las desigualdades con aumento colosal del patrimonio y de las rentas del 1% más rico; grave crisis alimentaria mundial y guerras en Europa, en Medio Oriente y en África; aumento de las formas autoritarias de ejercicio del gobierno con una represión cada vez más dura de las protestas y la marginación del poder legislativo; ataques a derechos humanos fundamentales como el derecho al aborto y políticas migratorias cada vez más restrictivas y mortíferas; éxitos electorales de la extrema derecha…
“El final del túnel no está a la vista -afirmó en una entrevista-. Lo peor está por venir: las burbujas especulativas pueden estallar en cualquier momento produciendo un empeoramiento brutal de la situación económica; pueden ocurrir incidentes bélicos aún más graves que hoy; los desastres climáticos y ambientales probablemente se agravarán; las crisis sanitarias no se superan, ni mucho menos; los gobiernos y los bancos centrales no toman ninguna medida pertinente a favor de una salida de la crisis favorable a la humanidad sino todo lo contrario; la concentración de las herramientas estratégicas de la producción y de las finanzas en manos de un número cada vez más restringido de grandes accionistas privados prosigue en los sectores de la energía, las industrias extractivas, el comercio de alimentos y otras materias primas, el sector farmacéutico, el sector bancario, etc.”.
Cuando se conoció el resultado de las elecciones presidenciales de Argentina, más de un centenar de economistas extranjeros publicaron una carta abierta en el diario británico “The Guardian” en la que advirtieron, tras asegurar que comprendían “el profundo deseo de estabilidad económica” de los argentinos que, si bien “las soluciones aparentemente simples pueden resultar atractivas, es probable que causen más devastación en el mundo real a corto plazo, al tiempo que reducen gravemente el espacio político a largo plazo. La visión económica de las propuestas libertarias aboga supuestamente por una mínima intervención en el mercado, pero en realidad se basa en gran medida en las políticas estatales para proteger a los que ya son económicamente poderosos”, enfatizaron los renombrados economistas.
El pronunciamiento fue firmado, entre otros, por el británico Ben Fine (1948), profesor de Economía en la School of Oriental and African Studies (Escuela de Estudios Orientales y Africanos) de la University of London; el economista serbio-estadounidense Branko Milanović (1953), autor del ensayo “Global inequality. A new approach for the age of globalization” (Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización); la economista india Jayati Ghosh (1955), exprofesora en la Javāharalāla Neharū Viśvavidyālaya (Universidad Jawaharlal Nehru), una universidad pública de investigación ubicada en Nueva Delhi, y actual profesora de Economía en la University of Massachusetts Amherst; la profesora de la New School for Social Research (Nueva Escuela de Investigación Social) de Nueva York, Teresa Ghilarducci (1957); y el economista francés Thomas Piketty (1971), director de la École d'Économie de Paris.
En conjunto, todos ellos premonitoriamente sentenciaron: “Como economistas de todo el mundo, partidarios de un desarrollo económico amplio en Argentina, estamos especialmente preocupados por el programa económico. Una reducción importante del gasto público aumentará los ya altos niveles de pobreza y desigualdad, y podría resultar en un aumento significativo de las tensiones sociales y los conflictos. Las políticas que puede impulsar el nuevo presidente pueden ser profundamente perjudiciales para Argentina y muy desafortunadas para todo el continente. No se trata sólo del caos social que podrían generar las posiciones de extrema derecha, sino también del caos económico que se derivaría de una disminución tanto de los ingresos públicos como del gasto público”.

1 de noviembre de 2024

Nicolás Guillén: "Yo no soy un hombre puro"

Nicolás Cristóbal Guillén Batista nació el 10 de julio de 1902 en Camagüey, capital de la provincia cubana del mismo nombre. Cuando terminó sus estudios de Bachillerato comenzó a publicar sus versos, colaborando en revistas como “Camagüey Gráfico”, de su ciudad natal, y “Orto”, de Manzanillo, publicación esta última en la que también colaboraron prestigiosos poetas como Amado Nervo (1870-1919), Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Gabriela Mistral (1889-1957), César Vallejo (1892-1938), Federico García Lorca
(1898-1936), Rafael Alberti (1902-1999) y Raúl Roa (1907-1982).
En 1922 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, carrera que, desencantado, pronto abandonó. De regreso a Camagüey, organizó y dirigió la revista “Lys” -que tuvo muy poca duración- y se desempeñó como corrector de pruebas y redactor en el diario “El Camagüeyano”. También fue empleado del Ayuntamiento de Camagüey hasta 1925, año en que regresó a La Habana y consiguió un empleo en la Secretaría de Gobernación. En la ciudad capital participó activamente en la vida cultural y política de protesta contra el gobierno autoritario del admirador confeso de Benito Mussolini (1883-1945), el militar, empresario y líder del Partido Liberal Gerardo Machado (1869-1939), lo cual implicó que sufriera varios arrestos.
Por entonces, mientras escribía numerosos poemas, fue tomando posiciones comprometidas y críticas sobre el desequilibrio social y económico de su país, aspectos éstos sumamente convulsionados que afectaban gravemente a los ciudadanos. En septiembre de 1933 se produjo un golpe militar liderado por el coronel Fulgencio Batista (1901-1973) con el amparo del Secretario de Estado de los Estados Unidos Cordell Hull (1871-1955) y el Embajador de los Estados Unidos en Cuba Benjamin Sumner Welles (1892-1961), y asumió la presidencia Ramón Grau San Martín (1881-1969) quien, en los años siguientes, intensificó la represión contra los movimientos socialistas. Guillén se incorporó al grupo de redacción de la revista “Mediodía” -la cual llegó a dirigir en 1937-, un medio que se ocupó no solo de lo literario y artístico sino también de la difícil situación del país, la crisis económica, las luchas obreras y estudiantiles, etc.
También en 1937 viajó a México para participar en un congreso organizado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios de México donde se relacionó con los artistas Diego Rivera (1886-1957) y David Alfaro Siqueiros (1896-1974); y luego, en plena Guerra Civil, viajó a España para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Barcelona, Madrid y Valencia. Allí se vinculó con escritores de la talla de Antonio Machado (1875-1939), Ilya Ehrenburg (1891-1967), Tristán Tzara (1896-1963), Ernest Hemingway (1899-1961), Rafael Alberti (1902-1999), Pablo Neruda (1904-1973), Miguel Hernández (1910-1942) y Octavio Paz (1914-1998).
Cuando regresó a Cuba ingresó en el Partido Comunista -en el que militó hasta su muerte-, dirigió la revista “Mediodía” y participó de los movimientos de vanguardia de los periódicos “Gaceta del Caribe” y “Revista Avance”. Por entonces su situación no era fácil, entre otras razones porque el Partido Comunista se hallaba en plena ilegalidad y por la enorme inestabilidad económica y política del país. En noviembre de 1945 inició una gira por América del Sur visitando Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Uruguay y Venezuela, durante la cual mantuvo conversaciones con artistas e intelectuales de la región y dictó varias conferencias. Luego, en 1951, participó en el World Peace Council (Consejo Mundial por la Paz), en Praga y en Viena, y al año siguiente viajó a la Unión Soviética, a la República Popular China y a Mongolia. De regreso a Cuba colaboró en el semanario “La última Hora” mientras el antes citado Fulgencio Batista daba un nuevo Golpe de Estado y asumía como “presidente provisional”, cargo desde el que suspendió el Congreso, suprimió las libertades políticas y el derecho de huelga y restableció la pena de muerte. Ante esas circunstancias, Guillén optó por el exilio ya que la situación se había vuelto insostenible para él.
Viajó entonces a Bruselas, Bucarest, Budapest, Praga, Sofía, Varsovia, Zurich y finalmente se estableció en París. En 1958 su pasaporte caducó y el consulado cubano en París se negó a renovárselo, por lo cual fue detenido e interrogado por la Office National d’Immigration (Oficina Nacional de Inmigración). Fue llevado a juicio y absuelto, pero a pesar de ello se le exigió abandonar el país. Fue el mencionado poeta español Rafael Alberti quien acudió en su auxilio y consiguió que el gobierno argentino le otorgase el visado del país. Viajó a la Argentina y ofreció conferencias en Buenos Aires, Corrientes, Rosario y Santa Fe mientras se publicaba uno de sus libros. Estando en el país austral se enteró del triunfo de la Revolución Cubana liderada por Fidel Castro (1926-2016) y Ernesto “Che” Guevara (1928-1967), por lo que regresó de inmediato a Cuba donde desempeñaría en los años siguientes distintos cargos, entre ellos la presidencia de la Unión de Escritores, un cargo que mantuvo hasta su fallecimiento.


En 1962, al cumplirse el 60º aniversario de su nacimiento, las instituciones culturales cubanas celebraron actos en su honor, incluyendo una exposición sobre su vida y su obra en la Biblioteca Nacional José Martí. Cinco años más tarde participó en el Encuentro de Escritores organizado por la Casa de las Américas con motivo del centenario del poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) y ese mismo año fue invitado a participar en el Congreso Internacional del Pen Club realizado en Costa de Marfil, África. Al año siguiente participó en los actos conmemorativos del centenario del escritor ruso Máximo Gorki (1868-1936) celebrados en Moscú, la capital de la Unión Soviética, donde también recibió un homenaje en la Dom Druzhby s Narodami Zarubezhnykh Stran (Casa de la Amistad con los Pueblos de Países Extranjeros).
En 1970 organizó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) distintas actividades para celebrar el centenario del natalicio del líder de la Revolución de Octubre Vladímir Lenin (1870-1924), y luego asistió en Santiago de Chile a la toma de posesión de la presidencia de Salvador Allende (1908-1973). En 1975 viajó a Gran Bretaña invitado por el Arts Council (Consejo de las Artes) y participó en el Festival de Poesía Internacional leyendo algunos de sus poemas en la University of London (Universidad de Londres) y en la University of Bristol (Universidad de Bristol). Luego, en 1977, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Université de Bordeaux (Universidad de Burdeos) de Francia. En 1983 recibió el Premio Nacional de Literatura, y desde entonces se sucedieron las ediciones y nuevas recopilaciones de sus obras.
Guillén había iniciado su producción literaria en el ámbito del posmodernismo para afianzarla en el de las experiencias vanguardistas de los años ‘20, en cuyo contexto se convirtió pronto en el representante más destacado de la tendencia surgida en torno a 1930 en las Antillas, conocida como poesía negra o afroantillana (“mulata”, como prefería llamarla él). De su vasta obra poética, distinguida siempre por su implicación en el contexto social y político de su país, pueden mencionarse “Poemas de transición (1927)”, “Cerebro y corazón” (1928), “Motivos de son” (1930), “Sóngoro cosongo” (1931), “Poemas mulatos” (1931), “España. Poema en cuatro angustias y una esperanza” (1937), “Cantos para soldados y sones para turistas” (1937), “El son entero” (1947), “Elegías” (1948), “Las coplas de Juan Descalzo” (1951), “La paloma de vuelo popular” (1958), “¿Puedes?” (1960), “Tengo” (1964), “Poemas de amor” (1964), “En algún sitio de la primavera” (1966), “El gran zoo” (1967), “Cuatro canciones para el Che” (1969), “La rueda dentada” (1972), “El diario que a diario” (1972), “Por el mar de las Antillas anda un barco de papel. Poemas para niños mayores de edad” (1978) y “Sol de domingo” (1982). En “Prosa de prisa” (1975) se recogieron sus trabajos periodísticos.
En 1982, la (UNEAC), declaró que Nicolás Guillén “significa el más alto ejemplo actual de vida y obra creadoras, que por su fidelidad inquebrantable a la tradición patriótica y revolucionaria de la cultura cubana, ha sido capaz de expresar con vigoroso genio artístico, la sensibilidad, el carácter, el proceso histórico y el espíritu combativo de un pueblo, de un ámbito geográfico y de una época”. En 1983 recibió el Premio Mundial de Poesía Asan, otorgado por Asan Memorial Association de Kerala, India, y dos años después el Ayuntamiento de Fuentevaqueros, pueblo natal del citado García Lorca, ubicado en la parte occidental de la comarca de la Vega de Granada, en la provincia de Granada, comunidad autónoma de Andalucía, le puso el nombre de Nicolás Guillén a una de sus calles.
Tras una larga enfermedad, Nicolás Guillén falleció en La Habana el 16 de julio de 1989. Sus últimos años fueron muy complicados en materia de salud: arteriosclerosis, mal de Parkinson, varios infartos e incluso unos días antes de fallecer le fue amputada la pierna izquierda. En reconocimiento a su obra literaria y su actividad política, el Consejo de Estado cubano decretó dos días de duelo nacional. Las exequias se realizaron al pie del monumento a José Martí ubicado en la Plaza de la Revolución, un espacio público emplazado en la intersección de las avenidas Paseo y Rancho Boyeros, cerca del Palacio Presidencial. En 2019 se inauguró una estatua de tamaño natural en la Plaza de los Trabajadores de Camagüey, su ciudad natal, y otro tanto se hizo en 2022 en la Alameda de Paula, un paseo marítimo ubicado en la bahía de La Habana.
Cinco años después de su deceso se fundó en La Habana la Fundación Nicolás Guillén. Con filiales en las provincias de Camagüey, Ciego de Ávila, Las Tunas, Matanzas y Santiago, y también en la provincia de San Cristóbal de República Dominicana, su intención fue y es la de preservar y difundir su trabajo promoviendo eventos, publicaciones y actividades para mantener viva su memoria y su contribución a la cultura y la literatura. En ese sentido, el pasado mes de julio se realizó las provincias de La Habana, Ciego de Ávila y Camagüey la Jornada Guilleneana con el propósito de mantener vivo el legado literario y social del escritor, evento que incluyó presentaciones de poemarios y libros, así como el Festival de la Poesía Sóngoro Cosongo, además de conversatorios, visitas a hogares de ancianos y presentaciones artísticas.


El escritor, crítico literario y profesor argentino David Viñas (1927-2011) consideró alguna vez que la escritura era una extensión del propio cuerpo y, por lo tanto, escribir era también poner el cuerpo, dar la cara. Evidentemente en Guillén la escritura le sirvió para comprometerse política y socialmente, alzando su voz contra la discriminación y las injusticias, y planteando sus criterios y opiniones en una clara relación entre la ética y la estética mediante la ironía y la memoria histórica. Los poemas siguientes son una muestra en concordancia con esos criterios:
 
BURGUESES
No me dan pena los burgueses vencidos.
Y cuando pienso que van a darme pena,
aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos.
Pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas.
Pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes.
Pienso en mis largos días sin camisa ni sueños.
Pienso en mis largos días con mi piel prohibida.
Pienso en mis largos días.
—No pase, por favor. Esto es un club.
—La nómina está llena.
—No hay pieza en el hotel.
—El señor ha salido.
—Se busca una muchacha.
—Fraude en las elecciones.
—Gran baile para ciegos.
—Cayó el Premio Mayor en Santa Clara.
—Tómbola para huérfanos.
—El caballero está en París.
—La señora marquesa no recibe.
En fin, que todo lo recuerdo.
Y como todo lo recuerdo,
¿qué carajo me pide usted que haga?
Pero además, pregúnteles.
Estoy seguro
de que también recuerdan ellos.
 
DIGO QUE YO NO SOY UN HOMBRE PURO
Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas
falta saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario.
O posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro,
yo no te digo eso, sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres, naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas,
y garbanzos y chorizos, y
huevos, pollos, carneros, pavos,
pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo,
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado,
donde abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho,
y dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza de quien
no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.
Punto, fecha y firma. Así lo dejo escrito.
 

La poetisa, dramaturga, ensayista y traductora cubana Nancy Morejón (1944), autora de los ensayos “Nicolás Guillén: su poesía negra”, “Nicolás Guillen: su poesía social” y “Nación y mestizaje en Nicolás Guillén”, publicó en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes un artículo titulado “Introducción a la obra de Nicolás de Guillén”. En él puede leerse: “La obra de Nicolás Guillén ha generado una copiosa bibliografía crítica, en la mayoría de los casos exaltada y elogiosa, no exenta de mejores intenciones así como de equívocos. En reiteradas ocasiones, nos hallaremos ante una crítica impresionista, aunque objetiva por momentos. Las discrepancias que han resultado de ella, se refieren a la ubicación del poeta en las diversas nomenclaturas que la moderna historia literaria ha empleado para definir movimientos como el llamado ‘negrismo’ (‘afrocubanismo’, ‘mulatismo’, etc.), o la negritud; o para censurar la presencia de conceptos políticos en su poesía. Es obvio que este tipo de consideraciones prevalece en la crítica literaria de franca o extrema derecha, y con algún que otro atenuante, hasta en ‘librepensadores’. Lo que se detracta es una de las líneas más ricas y sagaces de Guillén: su antiimperialismo y sus ideas políticas puestas al servicio de las clases oprimidas y en favor de la revolución proletaria mundial; o bien para destacar las claras relaciones contextuales de la poesía de Guillén con las distintas civilizaciones africanas”.
Por su parte el ensayista, poeta, profesor, editor y coordinador de encuentros literarios Juan Nicolás Padrón Barquín (1950) publicó en la revista digital “Lectámbulos” el artículo “Guillén: humor diverso y memoria histórica”, en el cual destacó que Guillén “logró lo que ningún poeta cubano había conseguido en la modernidad del siglo XX: integrar elementos esenciales de la cultura cubana en poemas que la representaran como nación. Se enfatizaron en la promoción los matices políticos e ideológicos de su obra, pero él tuvo siempre presentes otros factores de cubanía y cubanidad, en el humor -no solo mediante la sátira política, sino a través de la ironía socarrona del costumbrismo- y la memoria histórica, infiltrada tanto de manera indirecta, hábil e insinuada, como en rasgos del melodrama, sin temor a convertirla en superficial”.

25 de octubre de 2024

Antonio Skármeta: “Mi actitud como narrador no es seguir con encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente, distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz narrativa en primera persona”

El pasado 15 de octubre falleció el gran escritor chileno Antonio Skármeta (1940-2024), un autor que, durante el último cuarto del siglo XX y lo que va del presente siglo, junto a otras figuras como Isabel Allende (1942), Luis Sepúlveda (1949-2020), Marcela Serrano (1951) y Roberto Bolaño (1953-2003), formó parte del grupo de narradores chilenos que lograron con sus obras alcanzar el reconocimiento internacional. Nacido en Antofagasta en el seno de una familia procedente de Croacia, cursó sus estudios primarios en colegios de Santiago hasta que la familia se trasladó a Buenos Aires en 1949. Allí completó los estudios en una escuela pública y, tras regresar a Chile, cursó una parte de los estudios secundarios en su ciudad natal y otra en la capital chilena, para luego estudiar Filosofía en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, a la vez que asistía a las clases de la Escuela Nocturna de Teatro de la misma universidad. Luego de recibirse con un ensayo sobre la obra del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset (1883-1955), en 1964 obtuvo una beca Fulbright para realizar estudios de posgrado en Estados Unidos, donde obtuvo una maestría en la Columbia University de Nueva York con una tesis sobre la ficción de Julio Cortázar (1914-1984). Estando allí y también algún tiempo en México, tradujo para la editorial chilena Zig-Zag novelas de Hermann Melville (1819-1891), Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), Jack Kerouac
(1922-1969) y Norman Mailer (1923-2007) entre otros.
A su regreso a Chile contribuyó a la fundación de la “Revista Chilena de Literatura”, una publicación semestral de crítica literaria en la cual colaboró con varios artículos, y de “La Quinta Rueda”, una revista mensual cuyo objetivo principal fue abordar las iniciativas culturales propiciadas por el gobierno de Salvador Allende (1908-1973). Además comenzó a trabajar como director de teatro en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y como profesor de Filosofía en el Instituto Nacional de la misma universidad, una actividad que mantuvo hasta que el funesto golpe militar conducido por el general Augusto Pinochet (1915-2006) lo llevó a exiliarse, primero en Argentina y Bolivia. y finalmente en Alemania. En Berlín trabajó como profesor de Guion Cinematográfico en la Deutsche Filmakademie (Academia Alemana de Cine).
Por entonces ya había publicado los libros de cuentos “El entusiasmo”, “Desnudo en el tejado de una casa en Barcelona”, “Tiro libre” y “Novios y solitarios”; las novelas “Soñé que la nieve ardía”, “No pasó nada”, “La insurrección”, “Ardiente paciencia” (reeditada años después como “El cartero de Neruda”) y “Matchball” (rebautizada en ediciones posteriores como “La velocidad del amor”), y las obras teatrales “La búsqueda”, “No pasó nada”, “La mancha” y “La composición”. Con respecto a “El cartero de Neruda”, el propio Skármeta dirigió una versión cinematográfica en 1983, y lo propio hicieron en 1994 el director inglés Michael Radford (1946) y en 2022 el director chileno Rodrigo Sepúlveda (1959).
En 1989 regresó a Chile compaginando su labor literaria con la escritura de guiones cinematográficos y la fundación el taller literario “Heinrich Böll” en el Instituto Goethe. También creó y condujo el “Show de los libros”, un programa cultural de televisión que era transmitido por la Televisión Nacional de Chile, en el cual  entrevistó tanto a escritores como a críticos y autores teatrales. Tras desempeñarse como embajador en Alemania entre los años 2000 y 2003, y como catedrático en la Washington University de Saint Louis y en el Colorado College de Colorado Springs, ambas de Estados Unidos, continuó con su labor literaria publicando el libro de cuentos “Libertad de movimiento”,  y las novelas “La velocidad del amor”, “La boda del poeta”, “La chica del trombón”, “El baile de la victoria”, “Un padre de película” y “Los días del arco iris”. Varias de sus obras (además de la citada “El cartero de Neruda”) fueron traducidas a una treintena de lenguas e incluso fueron adaptadas al cine y al teatro.


Lo que sigue a continuación es una edición de fragmentos de algunas de las entrevistas que Skármeta brindó en numerosas ocasiones, en las cuales expresó muchas de sus ideas y principios sobre la cultura, la política, la vida cotidiana, su obra, sus recuerdos, etc. Dichas entrevistas son las publicadas en julio de 2011 en el diario digital venezolano “Analitica.com” (sin mención del autor), en agosto de 2011 en la revista chilena “Enfoque” (por Fernando Donoso), en febrero de 2016 en el diario argentino “La Nación” (por Silvina Premat), en mayo de 2019 en la revista chilena “La Tercera” (por Javier García) y en diciembre de 2019 en la “Revista Chilena de Literatura” (por Marcela Rosas).
 
En sus libros hay mucha ironía. ¿Qué peso tiene el humor en la literatura?
 
Creo que la autoironía es un vehículo expresivo de primer orden. Esto no significa que uno frivolice algunas situaciones que son especialmente dolorosas. La ironía es una suerte de desapego, de distanciamiento que no tiene por qué ser indiferencia. Es un recurso que hace de un relato un objeto artístico y comunicativo. Y en ese sentido la ironía es muy relevante.
 
¿Qué es la libertad para usted, sólo “libertad de movimiento”?
 
Es algo más que la mera variedad geográfica. En mis cuentos los personajes van moviéndose porque quieren viajar, buscar aventuras, buscarse a sí mismos o huir de algo. Son cuentos que tienen este movimiento de la plenitud en un mundo donde todo es posible y donde la realidad está acotada por tantos vicios o problemas que acosan a los hombres. Mi actitud como narrador no es seguir con encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente, distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz narrativa en primera persona.
 
¿Es libertad su palabra favorita?
 
Desde luego es una de ellas. La democracia no es algo que esté ahí desde siempre. La libertad no es algo con lo que nacemos. El hecho de que seamos libres hoy es algo que, en algún momento, a alguien le costó mucho. Me gusta que también la ficción y, por supuesto, la no ficción nos hablen y nos cuenten la historia de los orígenes de esta libertad que disfrutamos. Hay que recordar aquella frase de Dante, que cita uno de los personajes de “Los días del arco iris”: “La libertad, un bien tan preciado y precioso que por él hasta la vida diera”.
 
Sostiene que el arte, la escritura, la poesía y la música no son sólo del autor…
 
He dicho, a través de uno de los personajes de “El cartero de Pablo Neruda”, que la poesía no es de quien la escribe, si no de quien la usa. Esa frase se hizo popular hasta el punto de que incluso he visto en Italia camisetas con ese lema. Una vez más hay que insistir en la necesidad de dar potencia a la cultura que nos ha venido heredada de nuestros mayores. Eso tiene que formar parte de la cotidianidad de los seres humanos.
 
¿Cómo se las arregla para sobrellevar tantas disciplinas sobre sus hombros: músico, profesor de Filosofía, actor, director, guionista, escritor, conferencista y político?
 
De una manera muy fácil, habiendo tomado ya hace mucho tiempo una sola opción: ser escritor. Y eso es lo que soy. A la vida del escritor pertenece escribir guiones de cine, escribir obras para la radio, escribir artículos, escribir ensayos, dar charlas y conversar con la prensa, y todo eso es parte de la literatura. Es decir, sosteniendo alguna conversación con alguna sustancia.
 
¿Cuál es la fórmula para enfrentar la página en blanco: la inspiración o el trabajo duro y constante.
 
Esta pregunta me la habían hecho, así es que la tengo preparada. Lamento que no le suene espontáneo. Creo en la inspiración, pero me preocupo de estar inspirado todos los días a las 10 AM frente a mi computador.
 
Me gustaría preguntarle sobre el programa de gobierno de Salvador Allende, en el cual la cultura era vista como un agente revolucionario, como algo que se debía masificar para facilitar la vía de acceso al socialismo, con lo cual se entiende que el programa allendista apostó por la masificación de la cultura desde todo punto de vista. Dentro de esa coyuntura aparece un grupo de intelectuales y artistas, entre los que estaba usted, los que, si bien apoyaban al gobierno de Salvador Allende, plantearon algunos debates culturales que tenían que ver con su verdadero rol. Este grupo de intelectuales del que usted formaba parte, que era el Taller de Escritores de Chile, sacaron una declaración en una revista que se llamaba “Cormorán” donde, si bien manifestaron su adhesión al proyecto de la Unidad Popular, planteaban que antes de masificar la cultura había que crear conciencia, había que disminuir brechas educativas, que en Chile la educación no era lo mismo que en Cuba, etc. ¿Cuál es su recuerdo y sus impresiones de aquello?
 
Sí, el cambio de gobierno que hubo en la época, claro que sí influyó grandemente en la reflexión que hicieron los artistas, intelectuales, acerca de si ellos podían cumplir alguna función o podían ser parte de este proceso y cómo podrían hacerlo. Recuerdo que hubo varias instancias, lo que no recuerdo es cuáles son los años y las fechas… Recuerdo que fue muy, muy vivaz, por la manera cómo nos vinculábamos y el espíritu que lo animó. Un taller de escritores que hubo se llamó Taller de Escritores de la Universidad Católica. También funcionaba otro taller que era el Taller de Escritores de la Universidad de Chile. Entonces todo esto, la idea de los talleres de literatura y que se enseñara la creación literaria a gente que quería expresarse y que los intelectuales asumíamos que esa gente necesitaba una ayuda, un impulso para expresarse, técnicas de expresión, estaba muy regada entre esa generación de escritores que pensaba que podíamos echar una mano en eso. Ahora, claro, podría ser una mirada un poquito paternalista también y, efectivamente, es un tipo de crítica que podríamos hacernos. Pero, al mismo tiempo, sentíamos que dentro de la actividad política que había entonces, había curiosidad, que no solamente los agentes políticos que eran el pueblo organizado, el sindicato, poblaciones, etc., no solamente hacían su trabajo político sino que también tenían un ansia de expresar. Había una cierta imagen como de que lo que estaban haciendo era algo que tenía un carácter épico. Tal vez por la misma idea flotante en el ambiente de que había habido una revolución violenta en Cuba y que esta era una revolución pacífica, pero que había fuerza y que era la hora de que el pueblo se pudiera expresar. Todo esto era muy verdadero, entonces tenía manifestaciones públicas a las cuales apeló muchas veces el gobierno de la Unidad Popular para sentar presencia y desalentar a los opositores a que fueran más violentos. Era la expresión de las masas, masas que marchaban, masas que cantaban, masas que decían “estamos acá protegiendo a nuestro gobierno”, eso estaba muy, muy marcado, dentro de la conducta que tenía la gente en ese momento y que también permeó a los intelectuales. Esa era la situación anímica en la cual surgieron los talleres literarios, por un lado como un trabajo de expresión de los intelectuales, del grupo reducido de escritores, creadores ya aceptados digamos y, por otro lado, estaba el “bichito” de cómo llevar la expresión hacia la gente.
 
Sin duda, lo que más llama la atención al ponerse a reconstruir ese momento histórico y cultural es encontrarse con un montón de debates y posturas.
 
Debate, esa es la palabra exacta. Durante todo el tiempo se pasó en un debate y las revistas que salieron, bueno, digamos la revista más expresiva de esto fue “La Quinta Rueda” que era un debate permanente ya en el mismo consejo de redacción. Ni hablar de los aportes que iba haciendo cada uno de cómo tenía que ser la revista, esa revista no acabó de tener una personalidad cuando vino el golpe y se terminó. Y en la “Revista Chilena de Literatura”, al ser una revista universitaria y al estar representada en ella gente de distintas opiniones y tendencias políticas, también había gente que no era de la Unidad Popular. Entonces esa revista mantuvo un estatus académico “salpicado” por la inmediatez, aunque yo creo que tuvo siempre un nivel académico.
 
Era una revista que desde Chile se propuso abordar autores y literatura chilena y autores y literatura latinoamericana, o sea, fue una revista ciento por ciento latinoamericana. Y ahí publicó usted artículos en los que habló de la contingencia chilena, habló de las clases conservadoras y de cómo infundían el miedo cuando se sentían amenazadas. ¿Estaba en usted la inquietud de hacer un análisis socio-histórico? ¿O había variedad?, porque en sus análisis está muy clara la continuidad de la obra con la contingencia que estaba viviendo usted en ese entonces.
 
Es que leíamos obras que no tenían que ver con la crítica literaria en algunas ocasiones. Podríamos estar leyendo y en nuestras críticas estar influenciados por Gramsci, por ejemplo, o por Albert Camus, que siendo un escritor notable era también un notable ensayista y ataríamos algunas de esas ideas. Era muy variado, yo diría que lo que determinaba la aproximación a un texto o a algún fenómeno cultural era la realidad misma que nos hablaba de una manera. Lo que sucedía en Chile era atípico en muchos sentidos porque era un proceso que tenía características de ser un proceso revolucionario y, al mismo tiempo, no era exactamente un proceso revolucionario sino que era un proceso democrático en donde partes distintas se habían puesto de acuerdo para lograr una mayoría y lograr algo. Y cómo se aproximaban los distintos actores a lo que estaba sucediendo y lo que se había prometido y lo que se hacía era lo que creaba el conflicto. Así que era muy “sui generis”. Así que a nosotros no nos servía para explicarnos nada, teníamos que ir “galopando” en un terreno desconocido.
 
¿Cuál fue la mejor etapa de su vida?
 
La mejor edad desde el punto de vista profesional es ésta, con una obra traducida a tantos idiomas, llevada al cine, transformada en ópera; el hecho de que puedo vivir como un escritor independiente, que quise hacer desde niño. El momento más feliz es cuando escribía mis primeros cuentos y andaba a la aventura recorriendo Estados Unidos y México nada más que con ansias de escribir, llenando papeles que no sabía qué sentido tenían. Esto ocurrió entre los diecinueve y los veintidós años. Yo abandonaba la universidad y me iba a viajar. Momentos muy plenos. Una historia de amor a esa edad, una noche de fraternidad, de afecto, una sopa caliente bajo la nieve de Nueva York, el aroma de las flores en un jardín de Virginia son situaciones muy penetrantes, de mucha felicidad. Incluso también la nostalgia de volver a casa. Es una intensidad que al escribir yo una y otra vez evoco y potencio en mi prosa.
 
¿Lee las críticas?
 
Sí, leo las críticas, pero yo intento escribir lo mejor que puedo. Trato de ser muy auténtico y de exponer en esa autenticidad toda la técnica literaria que me podrían haber enseñado los años y la experiencia de ser escritor. Ahora comprendo que con eso no me alcanza para satisfacer a algún crítico, pero son gajes del oficio que alguien te demuela, el aporreo también es parte de la vida.
 
¿A qué le teme? ¿A la nada, a la eternidad, a la soledad o a la vejez?
 
A todas. Usted me hizo un ramillete florido de opciones fatales. A la que más me cuesta acostumbrarme es a la edad. Provengo de una cultura rock, me gusta mucho la música popular, el cine, los viajes, la vinculación con la gente más joven; tengo una disposición comunicativa y alegre hacia el universo. Soy profesor de Filosofía y he leído con mucha atención a los escépticos, a los estoicos, y sé que hay una escuela que te enseña a aceptar sabiamente la edad que vas teniendo y disfrutándola. No me cuento entre los militantes de ese grupo. En mi familia y entre mis amigos muchos están plenamente integrados anímicamente en la edad que tienen. Yo no, yo siento un desajuste que me preocupa, una cierta nostalgia insistente de juventud.
 
¿Ha pensado en escribir sus memorias?
 
He pensado muchas veces en escribir mis memorias, pero en la alternativa de hacer algo de creación en el sentido de creación ficticia. Cuando lo intento finalmente termino optando por contar una historia que concluye en un cuento o una novela. Al tratar de escribir una autobiografía no sé cómo evitar la ficción, verme a mí mismo como un personaje de ficción. Creo que me estoy ahorrando esa mirada un tanto despiadada que requiere la autobiografía. A lo mejor me faltan algunos años más para incurrir en ese vicio mayor.
 
¿Cree que la vida es bella o es una mierda?
 
Usted es muy partidario de hacer lo que Cortázar llamaba preguntas dicotómicas, esto o lo otro. Todas las respuestas son correctas.

21 de octubre de 2024

Los escritores y el cigarrillo (3/3)

El escritor alemán Thomas Mann (1875-1955), autor de, entre muchas otras obras, “Doktor Faustus” (Doctor Fausto) y “Der tod in Venedig” (Muerte en Venecia), puso en boca de Hans Castorp, el protagonista de “Der zauberberg” (La montaña mágica), novela que es considerada como la más importante de su autoría: “No comprendo que se pueda vivir sin fumar. Sin duda, es privarse de lo mejor de la vida y, en todo caso, de un placer sublime. Cuando me despierto, me alegro de pensar que podré fumar durante el día, y cuando como, tengo el mismo pensamiento. Sí, en cierto modo, podría decirse que sólo como para poder fumar después, aunque exagere un poco. Un día sin tabaco sería para mí el colmo del aburrimiento, sería un día absolutamente vacío y sin alicientes, y si por la mañana tuviese que decirme ‘hoy no podré fumar’, creo que no tendría valor para levantarme”.
Por su parte el escritor francés André Gide (1869-1951), autor de novelas como “Les nourritures terrestres” (Los alimentos terrestres), “Les faux monnayeurs” (Los monederos falsos) y “La symphonie pastorale” (La sinfonía pastoral), anotó en su diario: “Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar”. Lo que sigue son tres ejemplos sobre esa intrincada relación.
 
INTERIOR
Genaro Estrada
México (1887-1937)
 
Mi cigarro es un cigarro sencillo y elegante. Su papel blanco está hecho con pasta de arroz del Japón; tiene una suave boquilla de oro mate y lleva un monograma con mis iniciales en tinta azul.
Mi cigarro es un compañero delicioso que ilustra mis aburrimientos con láminas encantadoras.
Cuando enciendo mi cigarro, la habitación se llena de un tibio humo azulino y yo sigo por los sillones, los libreros y los cortinajes extrañas figuras que se forman y se deforman y me quedo semidormido, viendo cómo un dragón chino enrosca su cola punzante y enciende los fanales dorados, violetas, rojos y amarillos de su piel magnificente.
 
HISTORIA DE UN CIGARRILLO
Felisberto Hernández
Uruguay (1902-1964)
 
Una noche saqué una cajilla de cigarrillos del bolsillo. Todo esto lo hacía casi sin querer. No me daba mucha cuenta que los cigarrillos eran los cigarrillos y que iba a fumar. Hacía mucho rato que pensaba en el espíritu en sí mismo; en el espíritu del hombre en relación a los demás hombres; en el espíritu del hombre en relación a las cosas, y no sabía si pensaría en el espíritu de las cosas en relación a los hombres. Pero sin querer estaba mirando fijo a una cosa: la cajilla de cigarrillos. Y ahora analizaba repasando mi memoria. Recordaba que primero había amenazado sacar a uno pero apenas tocándolo con el dedo. Después fui a sacar otro y no saqué ése precisamente, saqué un tercero. Yo estaba distraído en el momento de sacarlos y no me había dado cuenta de mi imprecisión. Pero después pensaba que mientras yo estaba distraído, ellos podían haberme dominado un poquito, que de acuerdo con su poquita materia, tuvieran correlativamente un pequeño espíritu. Y ese espíritu de reserva, podía alcanzarles para escapar unos, y que yo tomara otros.
Otra noche estaba conversando con un amigo. Entonces me distraje y volví a sentir otra cosa de los cigarrillos. Cuando tenía ganas de fumar y tomaba uno de ellos, pensaba tomar uno de tantos. Sin querer evitaba tomar uno que estaba roto en la punta aunque eso no influiría para que no se pudiera fumar. Mi tendencia era a tomar uno normal. Al darme cuenta de esto, saqué el cigarrillo roto más afuera de la cajilla que los demás. Invité a mi compañero. Vi que a pesar de que ése fuera el más fácil de sacar, él tuvo el mismo sentimiento de unidad normal y prefirió sacar otro. Eso me preocupó, pero como seguimos conversando me olvidé. Al rato muy largo fui a fumar, y en el momento de sacar los cigarrillos me acordé. Con mucha sorpresa vi que el roto no estaba y pensé: “me lo habré fumado distraído” y me alivié de la obsesión.
Esa misma noche en otra de las veces que saqué la cajilla me encontré con lo siguiente: el cigarrillo roto no me lo había fumado, se había caído y había quedado horizontal en el fondo de la cajilla. Entonces al escapárseme tantas veces, me volvió la obsesión. Tuve una fuerte curiosidad por ver qué ocurría si se fumara. Salí al patio, saqué todos los que quedaban en la cajilla sin ser el roto; entré a la pieza y se lo ofrecí a mi compañero, era el único y tendría que fumar “ése”. Él hizo mención de tomarlo y no lo tomó. Me miró con una sonrisa. Yo le pregunté: “¿Usted se dio cuenta?”. Él me respondió: “Pero cómo no me voy a dar cuenta”. Yo me quedé frío, pero él enseguida agregó: “Le quedaba uno solo y me lo iba a fumar yo”. Entonces sacó de los de él y fumamos los dos del mismo paquete.
Al día siguiente de mañana recordé que la noche anterior había puesto el cigarrillo roto en la mesa de luz. La mesa de luz me pareció distinta: tenía una alianza y una asociación extraña con el cigarrillo. Pero yo quise reaccionar contra mí. Me decidí a abrir el cajón de la mesa de luz y fumarlo como uno de tantos. Lo abrí. Quise sacar el cigarrillo con tanta naturalidad que se me cayó de las manos. Me volvió la obsesión. Volví a reaccionar. Pero al ir a tomarlo de nuevo me encontré con que había caído en una parte mojada del piso. Esta vez no pude detener mi obsesión; cada vez se hacía más intensa al observar una cosa activa que ahora ocurría en el piso: el cigarrillo se iba ensombreciendo a medida que el tabaco absorbía el agua.
 
UN GRAN FUMADOR
Esther Cross
Argentina (1961)
 
Creo que me enamoré de mi tío Gabriel antes de saber lo que era estar enamorada. Así son los grandes amores, y un gran amor no era algo extraño en una familia que hacía las cosas a lo grande. Mi padre era un gran deportista y mi madre se jactaba de que el suyo había sido un gran abogado. En casa les gustaba hablar así: era un gran criminal, una gran conversadora, un gran político. Lo bueno y lo malo, practicado por gente de carácter, cobraba esa dimensión. De Gabriel decían, sobre todo, que era un gran fumador. Donde estaba Gabriel, había humo. El cigarrillo era una parte de su cuerpo y él era, para mí, la mejor parte de la familia.
El humo blanco y fileteado quedaba flotando unos minutos, como si fuera su fantasma, cuando cerraba la puerta y se iba. También lo antecedía cuando entraba. Mis hermanos lo rodeaban, a los gritos. Yo corría a alcanzarle su cenicero preferido, de vidrio, grande y profundo como los vasos de whisky que estaban de moda -y si estaban de moda, estaban en casa-. Mi madre se encargaba de los discos. Mi padre se ocupaba de los cubos de hielo. Esa gente sabía tomar. A veces patinaban un poco por el idioma pero también eran muy divertidos.
Gabriel se sentaba en el sillón de pana amarilla. Mis hermanos se peleaban en broma con él y después se iban a su cuarto para pelearse en serio. Yo me sentaba a su lado, lo miraba como si fuera un programa de televisión y comía caramelos y galletitas con el mismo placer intenso, feliz y mecánico con que él fumaba sus cigarrillos. Era una gran gordita.
Gabriel fumaba Parliament. Los LM, decía, eran como un terrón de azúcar y los Jockey eran como dos. Los Kent tenían gusto a paja y los Pall Mall eran un híbrido. Entre los importados prefería los Gitanes y los Dunhill. Fumar le gustaba tanto que en épocas de falta de tabaco, cuando no le conseguían cigarrillos uruguayos, se conformaba con marcas dudosas que brotaban de la nada o la necesidad. Una vez lo vi abrir un paquete de Via Apia. Sentí esa mezcla de piedad y admiración que una siente por los héroes cuando están en las malas.
Yo tenía diez años y usaba talle 14 pero no me importaba. En mi clase había una chica gordísima, Silvia Cotella, y me burlaba de su gordura para salvarme de que las otras chicas apuntaran su crueldad contra la mía. Tenía dónde inspirarme. Las cosas que me decían mis hermanos para molestarme se convertían en el guión de mis burlas a Cotella. Además, a su lado, salía mejor en las fotos y eso me gustaba, porque como toda única hija mujer yo trabajaba para la posteridad. No puedo decir que lo hacía a propósito pero por algo sentía remordimientos cuando pensaba en Silvia Cotella. Los chicos no son ni buenos ni malos, pero a veces es mejor no sacar conclusiones.
Cuando Gabriel venía a visitarnos y nos quedábamos solos, me sentaba en sus rodillas y lo abrazaba. Acercaba mi cara a la suya. Él se metía el cigarrillo en la boca y echaba atrás la cabeza para largar el humo, con ese gesto que hoy puedo repetir, idéntico, después de tantos años. Una vez le acaricié el mentón y se rió. Otra vez, le di un beso en el cuello y le acaricié la cara. Gabriel sonrió, me palmeó la espalda y me bajó al piso. Me acarició la cabeza y me dijo que fuera a buscarle un vaso de agua. Fui corriendo. Si me hubiera pedido cosas más difíciles también las hubiera hecho. Pero lo más difícil fue, en todo caso, perderme la oportunidad de estar un rato más largo con él.
Cuando Gabriel no nos visitaba, la pasaba bien igual en mi mundo interior, siempre que mis hermanos no se metieran en mi vida. Me encerraba en mi cuarto a recrear grandes escenas pasionales de películas. También jugaba partidas de un juego, que todavía no tenía nombre, con la punta de la mesa, la almohada, mis queridos dedos. Criticaba a Silvia Cotella por teléfono. Veía películas por tele, donde las actrices de la época de mi madre y mi abuela convivían en la misma generación. Elizabeth Taylor, Vivian Leigh, Lana Turner, Sofia Loren y Raquel Welsh eran contemporáneas para mí porque habitaban la misma pantalla. Usaban escotes extralimitados y daban besos larga duración. Te daban ganas de hacer lo mismo. No podías quedarte quieta. Hay situaciones que son contagiosas y yo jugaba a esas escenas. Era una buena alumna. Tenía vocación.
También tenía un diario lleno de corazones con flechas que decían Gabriel. Era así de fuerte. Algo que se declaraba en cuanto agarraba el lápiz. Algo que me precedía hasta en la imaginación. Escondía el diario pero igual mis hermanos lo encontraron y no se privaron de contarles a mis padres que estaba enamorada de Gabriel. A mi madre le pareció una estupidez. Mi padre les cepilló la cabeza de una palmada demasiado fuerte y les dijo que me dejaran tranquila.
Gabriel era el centro de toda mi atención. Una vez le robé el pañuelo que tenía en el saco y lo olí, a escondidas, hasta quedarme dormida. Otra vez, guardé entre las hojas del diario un papel con dibujitos que había hecho mientras hablaba, fumando, por teléfono. Cuando me pidió que le sostuviera el saco porque quería ayudar a mis padres a cambiar el sillón de lugar fui una de las chicas más felices del mundo.
Gabriel era soltero. Traía a sus amigas a casa para los cumpleaños y las fiestas. Mis padres las dividían en dos grupos. Estaban las bonitas y las interesantes. Todas fumaban como Gabriel y una tenía una tos idéntica a la suya. Mis hermanos se reían como locos y se ponían colorados. Pobres chicas, decía mi madre con orgullo. Otra vez tu hermano, decía mi padre con los dientes apretados y una sonrisa complaciente. Rubias, profesoras, modelos, secretarias, estudiantes. Una vez, una llamó a mi madre y lloró por teléfono. Otra vez, otra se apareció en casa preguntando por mi tío. Mi madre cerró la puerta, corrió hasta el comedor y le dijo a mi padre: “Le dije la verdad, no vive con nosotros y además está de viaje”. Gabriel era un gran seductor.
Aquel verano alquilamos una casa en Chapadmalal y Gabriel fue a visitarnos con una novia. Era más grande que las otras, usaba un traje de baño blanco, tenía un pelo maravilloso y mi padre opinaba que su cuerpo era formidable. Gabriel le prendía los cigarrillos y se los pasaba. Corría a abrirle la puerta del auto. Le daba su campera cuando ella tenía frío. Le decía linda. Linda esto y lo otro. A Linda le dolía la cabeza muy seguido.
Por la ventana de mi cuarto, yo veía a la pareja que caminaba por la arena con el viento en contra. Me quedé encerrada en la casa tres días porque tuve mucha fiebre. En la casa no había tele, así que leía, comía y espiaba a los enamorados por la ventana. Se detenían, cada tanto, para prender un cigarrillo. A la noche oían música con mis padres. Pasaban mucho tiempo encerrados en su cuarto.
Una tarde vi a Linda en la galería de la casa. Tenía los ojos hinchados y respiraba acelerada. No era como las demás. Linda era distinta. Esa noche, cuando le preguntamos por ella a la hora de comer, Gabriel nos dijo que se había ido. Después tomó todo el vino que había en su vaso de un solo trago. Mi padre hizo una broma pero nadie se rió. Mi madre lo miró y le hizo una mueca a escondidas de Gabriel. Nos levantamos de la mesa y esa noche no oyeron música ni jugaron a las cartas. Gabriel se fue a su cuarto y cuando mi madre le preguntó si iba a dormir le dijo que no tenía sueño. No quiso jugar con mis hermanos y los despachó, de mal modo, cuando fueron a buscarlo.
Hice tiempo en la cocina y después me metí en el cuarto de Gabriel. La puerta estaba entornada. La cama estaba deshecha. Había un cenicero lleno de colillas en la mesa de luz que le había tocado a Linda. Gabriel estaba sentado en un silloncito. La cabeza apoyada en una mano. El cigarrillo se agotaba entre sus dedos y pensé que iba a quemarse. Lo apagó y encendió otro, en automático. Abrió el paquete, sacó el cigarrillo, dio dos golpecitos contra el brazo del sillón y lo prendió con su encendedor Ronson, pero estaba en otro mundo. Ni siquiera se movió cuando sonó el teléfono, como si diera por sentado que Linda nunca iba a llamar.
Me acerqué y lo saludé. Me regaló una mirada de compromiso. Me senté sobre sus rodillas y lo abracé. Olí su colonia y la espuma de afeitar que se calcaba en su cara, áspera y firme. Palpé su cuello ancho y musculoso. Gabriel me apartó un poco para darle una pitada a su cigarrillo. Estaba volviendo. Miró la brasa del cigarrillo con los ojos entornados, como si calculara la duración de la bocanada de humo que estaba por largar. No pude contenerme. Le di un beso en la boca. Como Vivian y Raquel, como Sofia y como Elizabeth. Con esa mezcla de entrega y tensión que justifica los besos. Un gran beso. Gabriel apretaba los labios. Pero insistí, aferrada a su cuello, hasta que oí, con toda claridad, que alguien cerraba la puerta a mis espaldas. Gabriel cerró los ojos y negó con la cabeza. Nos habían visto.
Esa noche Gabriel se fue de Chapadmalal. Cuando mis hermanos preguntaron, al otro día, por qué se había ido, mi padre les dijo que no se metieran en las cosas de los grandes. Salí a dar una vuelta y encontré a mi madre en la galería. Tenía los ojos hinchados. Miraba la playa vacía con la mano en la frente, para darse sombra. Mis hermanos preguntaron varias veces más por Gabriel y mi padre siempre dijo lo mismo. Yo no pregunté nada. Días después me anunciaron que tenían una sorpresa para mí. Habían invitado, sin consultarme, a Silvia Cotella. Eso era todavía peor que la ausencia de Gabriel, aunque la gorda se dejó convencer y ese verano nos alejábamos en la playa para que nadie nos viera. Había mucho viento y aprendimos a fumar. Los primeros cigarrillos.
 
Como conclusión podría citarse al autor de “Le prince heureux” (El príncipe feliz) y “The Canterville ghost” (El fantasma de Canterville), el irlandés Oscar Wilde (1854-1900), quien en su obra más conocida, su única novela, “The picture of Dorian Gray” (El retrato de Dorian Gray) escribió: “Un cigarrillo es el tipo perfecto de un placer perfecto. Es exquisito y nos deja insatisfechos. ¿Qué más se puede pedir?”.