MUJER QUE DICE CHAU
Eduardo Galeano
Eduardo Galeano
Uruguay (1940-2015)
Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas.
También llevo una hoja de acacia recogida de la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en el que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca (por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas, cada vez mejores, que nos van a pasar). No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.
CERDO
Patricia Nasello
Argentina (1959)
Era una mujer. La vi venir desde lejos, bajaba la cuesta a tropezones. Se caía, se volvía a levantar. Intentó volverse un par de veces, trepar la sierra. No pudo. Continuó desbarrancándose. Hasta que se topó con el chiquero. Entró temblando -de cansancio- supuse. Y se acostó entre nosotros, en el barro.
Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas.
También llevo una hoja de acacia recogida de la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en el que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca (por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas, cada vez mejores, que nos van a pasar). No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.
CERDO
Patricia Nasello
Argentina (1959)
Era una mujer. La vi venir desde lejos, bajaba la cuesta a tropezones. Se caía, se volvía a levantar. Intentó volverse un par de veces, trepar la sierra. No pudo. Continuó desbarrancándose. Hasta que se topó con el chiquero. Entró temblando -de cansancio- supuse. Y se acostó entre nosotros, en el barro.
Sus
piernas, sus brazos, estaban cubiertos de moretones; el pelo en desorden; la
blusa y la falda, rotas.
- Viene cayendo desde hace mucho- pensé.
Durmió varias horas. Cuando reaccionó caminó hasta el comedero.
Una chancha llorando no conmueve a nadie. Es patético. Grotesco. Ella debe saberlo, porque da vuelta la cara, esconde las lágrimas.
Ahora está en mi manada. Tarde o temprano tendrá que entrar en celo. Si todavía llora, será su problema.
GAFAS OSCURAS
Óscar Gallegos Santiago
Perú (1978)
El día que lo vimos ingresar por esa puerta nos llamó la atención. Era diferente a todos los que habíamos visto. Con sus gafas oscuras, se acercó a un estante, cogió un libro y se sentó en una de las mesas más apartadas y solitarias. Luego nos dimos cuenta que era un niño ciego. Pero lo extraño era que venía a esta biblioteca municipal donde no había libros para invidentes. A pesar de ello, se sentaba siempre en la misma mesa y se pasaba horas acariciando con sus dedos las hojas que no podía leer.
- Viene cayendo desde hace mucho- pensé.
Durmió varias horas. Cuando reaccionó caminó hasta el comedero.
Una chancha llorando no conmueve a nadie. Es patético. Grotesco. Ella debe saberlo, porque da vuelta la cara, esconde las lágrimas.
Ahora está en mi manada. Tarde o temprano tendrá que entrar en celo. Si todavía llora, será su problema.
GAFAS OSCURAS
Óscar Gallegos Santiago
Perú (1978)
El día que lo vimos ingresar por esa puerta nos llamó la atención. Era diferente a todos los que habíamos visto. Con sus gafas oscuras, se acercó a un estante, cogió un libro y se sentó en una de las mesas más apartadas y solitarias. Luego nos dimos cuenta que era un niño ciego. Pero lo extraño era que venía a esta biblioteca municipal donde no había libros para invidentes. A pesar de ello, se sentaba siempre en la misma mesa y se pasaba horas acariciando con sus dedos las hojas que no podía leer.
Una tarde un amigo decidió escribirle una carta al director de la
biblioteca para que compre libros para invidentes. Pasaron los días y otras
cartas, pero aún no hay respuesta. Ahora hemos decidido comprarnos gafas
oscuras y bastones
de ciego para acompañar a nuestro amigo. Quizá de esta forma nos hagan caso.
GOTAS DE LLUVIA
Ronnie Ramírez
Chile (1944)
Fue a la municipalidad, debía cancelar la patente anual del negocio. Si bien la fila de público era extremadamente larga, no se le escapó que el mesón de atención lo atendía un caballero de manera simpática y amable. Esa primera impresión la perturbó de cierta manera. La realidad era que no atinaba a moverse y lo miraba embobada. La gente seguía llegando y no podía esperar tanto, había otras cosas que hacer. No tuvo duda, el tipo le gustaba: alto, entre rubio y colorín, bien educado, siempre de buen humor. Pensó: “afortunadamente tendré que volver y podré verlo de nuevo”.
La vez siguiente tuvo más suerte, ya que el distinguido caballero la atendió de inmediato. Rápidamente le resolvió el problema, en esta oportunidad terminó la tramitación y obtuvo finalmente todos los papeles de su motel. Al despedirse, el hombre le retuvo la mano un momento y sus miradas se cruzaron. Balbuceó un adiós, se dio vuelta y partió apresurada. Pasaron los días y el tiempo de espera se le hizo insoportable, demasiado largo, pero algo se le ocurriría para regresar a la muni una tercera vez. Ahora sí lo buscó sin disimulo, desafiante se paró frente a él. Miró a su alrededor, estaban solos. Era el momento, ahora o nunca. Se atrevió y se lo dijo:
- Don Jorge…
- Diga dama.
- ¿Puedo decirle algo, aquí entre los dos?
- ¡Por supuesto! Usted sabe que yo la aprecio mucho.
- Sabe…
Sus ojos acechaban, la garganta temblorosa delataba el esfuerzo.
- Vaya, ¡qué me va a decir!
- Don Jorge, me gustaría tanto que una de estas noches viniera verme a mi motel.
Don Jorge palideció. Evidentemente no se lo esperaba. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. El caballero titubeaba, la situación era de por sí embarazosa. En su trabajo, ese tipo de arreglos con los usuarios podría acarrearle problemas. Sorprendido y agradado al mismo tiempo, apreció la franqueza de la dama. La observó, notándola todavía inquieta; esos ojos esperaban su respuesta. Tampoco dudó mucho tiempo. Por inesperado que fuese, una sonrisa cerró el capítulo. No en vano también la había observado con atención, su encanto evidente, ese pelo moreno, abundante y suelto, un cuerpo agraciado.
Don Jorge carraspeó un poco, se llevó la mano a la boca. Sus ojos destellaron al dar la respuesta:
- Señora, a la primera lluvia… ¡llámeme!
La dama esbozó un guiño de felicidad, rauda dio media vuelta y partió. Una mirada masculina la siguió hasta que desapareció en el dintel de la puerta.
Los días pasaron. Ese verano el sol fue amo y señor en la ciudad. El invierno tardaba, aunque los árboles empezaban a perder sus hojas. Las nubes cubrían el cielo, porfiadas, indiferentes. El mal tiempo se hacía esperar.
Una mañana, los cristales de la ventana, con sus chasquidos y golpecitos, anunciaron el arribo de las gotas, irrumpiendo en el Santiago de la periferia. Pronto el ruido se generalizó en todas las ventanas, en el techo. La gente entraba presurosa a la oficina, protegiéndose del agua y la humedad. Don Jorge agudizó sus sentidos y en ese preciso instante el teléfono sonó de manera insistente. Levantó el auricular despacio, como si fuera Dios anunciando su llegada. Una voz dijo al otro lado:
- Don Jorge, está lloviendo.
PUNTO FINAL
Silvina Virga
Argentina (1973)
Algunos creen que es un túnel oscuro, otros que es el Paraíso, el Purgatorio o el Infierno. Otros que es una luz brillante que ciega los ojos. Otros que es un viaje en el que transcurren en un segundo todos los pasajes de la vida. Otros que es la inactividad cerebral, o el cese de los latidos del corazón.
La muerte está en todas partes. Está en la última pincelada de un cuadro, en el último golpe de cincel a una escultura, en la última imagen de un sueño, en la última nota musical de una melodía, en una fotografía, en el punto final de este relato.
PROTESTA
José Raúl Jaramillo Restrepo
Colombia (1896-1945)
La inauguración del congreso de escritores de cuentos cortos fue un estruendoso fracaso, ya que el encargado de presidirlo -un ilustre hombre de las letras- leyó un discurso tan extenso que motivó el retiro de los asistentes -llegados de todo el orbe-, quienes, en una muy breve declaración, expresaron que los habían confundido con ensayistas.
LA COMA QUE ESTABA DE MÁS
Darío Hernández Quiroz
Perú (1973)
Muy temprano, Diego llegó a la biblioteca; quería encontrar la coma que estaba de más en “La tía Julia y el escribidor”. El profesor Milton Manayay había prometido ponerle veinte al primer alumno que cumpliera este desafío. Diego quería ganarse esa nota.
Las horas pasaban y él seguía concentrado leyendo la
novela, línea por línea. Tenía hambre, no de comer, sino de ubicar esa coma que
sobraba. Cuando estuvo cerca de lograr su propósito, Diego sufrió una grave descompensación
del cuerpo y terminó en el hospital en estado de coma.
INSERTO LA MONEDA Y SALE SANGRE
Cristian Aliaga
Argentina (1962-2024)
Inserto la moneda y sale sangre. Aprieto las teclas y sale sangre. Abro los grifos y sale sangre. Cierro los ojos y sale sangre. Leo los clásicos y sale sangre.
No es la enfermedad: es algo universal para exhibir bajo el sol del mundo.
Su color es indistinto entre los naturales de todos los continentes, y su aparición a borbotones o de a gotas da cuenta de la simetría de los finales que vienen, inhumanos.
LA CARTA
José Luis González
Puerto Rico (1926-1996)
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá. La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste. El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo. Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
DOBLE PERSONALIDAD
Virgilio Díaz Grullón
República Dominicana (1924-2001)
Cuando el siquiatra le explicó que sufría de un desdoblamiento de la personalidad, rechazó completamente tan absurda idea. Pero, ya de regreso a su casa, comenzó a tener experiencias extrañas. Dos personas conocidas le saludaron con un nombre que no era el de él y otras dos, desconocidas, le dirigieron al cruzarse en su camino torvas miradas de rencor.
Al llegar a su casa trató de abrir la puerta y la cerradura no respondió al estímulo de su llave. Oprimió entonces el timbre y, al entreabrirse la puerta, vio asomarse el rostro de su madre con una mirada de desconfianza y de tan absoluto desconocimiento que lo dejó paralizado.
Convencido ya de que no era él mismo, retornó corriendo al consultorio del siquiatra para reclamarle la devolución de su otra personalidad. Pero fue inútil su esfuerzo, porque este tampoco lo reconoció y lo envió directamente al manicomio con una pareja de policías.
INSERTO LA MONEDA Y SALE SANGRE
Cristian Aliaga
Argentina (1962-2024)
Inserto la moneda y sale sangre. Aprieto las teclas y sale sangre. Abro los grifos y sale sangre. Cierro los ojos y sale sangre. Leo los clásicos y sale sangre.
No es la enfermedad: es algo universal para exhibir bajo el sol del mundo.
Su color es indistinto entre los naturales de todos los continentes, y su aparición a borbotones o de a gotas da cuenta de la simetría de los finales que vienen, inhumanos.
LA CARTA
José Luis González
Puerto Rico (1926-1996)
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá. La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste. El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo. Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
DOBLE PERSONALIDAD
Virgilio Díaz Grullón
República Dominicana (1924-2001)
Cuando el siquiatra le explicó que sufría de un desdoblamiento de la personalidad, rechazó completamente tan absurda idea. Pero, ya de regreso a su casa, comenzó a tener experiencias extrañas. Dos personas conocidas le saludaron con un nombre que no era el de él y otras dos, desconocidas, le dirigieron al cruzarse en su camino torvas miradas de rencor.
Al llegar a su casa trató de abrir la puerta y la cerradura no respondió al estímulo de su llave. Oprimió entonces el timbre y, al entreabrirse la puerta, vio asomarse el rostro de su madre con una mirada de desconfianza y de tan absoluto desconocimiento que lo dejó paralizado.
Convencido ya de que no era él mismo, retornó corriendo al consultorio del siquiatra para reclamarle la devolución de su otra personalidad. Pero fue inútil su esfuerzo, porque este tampoco lo reconoció y lo envió directamente al manicomio con una pareja de policías.